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A las 10:00 a.m., los huevos se cocinaron y el tostiarepa dio señal de que ya tenía
que servir. Inerte fui a despertarlo a las 10:30, pero conseguí alborotar su rabia.
Por fin desayunamos, uno frente al otro, pero a su vez, cada quien con la mente
en su propio mundo, en ese devenir del “yo y mis circunstancias”, en tan aterrador
abismo. Mi tristeza por lo que venía era evidente, su alegría por mi muerte era
apoteósica, nada parecido a la expresión de alguien a quien se le va lo más
amado.
Fue una madrugada serena, llena de esa soledad tranquila pero nostálgica.
Quedaba poco tiempo ese día en que fui a cavar mi tumba, a morirme sin razón ni
ganas de evitarlo. Pensé en recuperar aliento la mañana del domingo 17, por un
temible minuto creí capaz de salir del túnel de oscuridad hacía la luz. Pero, no, ya
no había tiempo, ya no había motivos para seguir con vida, las pocas horas de la
tarde me restaron para sustituir recuerdos o llenar vacíos con lágrimas peregrinas.
A las 11: 30 p.m. morí. El procesó fue lento e inminente. Fue el fin de la “mujer
imperfecta para...” no pude despedirse, nadie me vio partir. Él renacía en nuevos
besos. Mi alma deambulaba en el garaje de las penas. Me había ido. El fin de mi
sentimiento había llegado, mi espíritu se fundió en las tentadoras llamas del
infierno. Fue así, no lo dudo.
Han pasado más de 2 años de la partida de aquella mujer nefasta, deplorable,
absurda, rencorosa, resentida, sola, desvalijada, agresiva, violenta, reprimida,
usada, mentirosa, incapaz, insolente, intolerante, incrédula, vacía y sin alma. Veo
retrospectiva que ese día, aquel 17 de agosto sí fui a morirme, para resucitar y
volver a morirme, pero ahora de la risa por las maravillas de la vida, por la
creación, por mi evolución, por mi carisma; muero de la risa con mis amigos, con
mi familia, con mi cara, con mis expresiones, con mi verdadero ser y sobre todo
con Dios.
Poesía (Colaboración/ blog Somos Polifacéticas)
Tu sonrisa