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ORGANIZACIÓN SOCIAL
El considerable esfuerzo humano y organizativo requerido por los grandes monumentos
exigía una estructura social muy centralizada. Según los testimonios arqueológicos, las
culturas olmecas se dividían en dos grupos: el superior, formado por uno o varios linajes
(conjunto de familias emparentadas), que monopolizaba el poder político y religioso; y
el inferior, que incluía a la mayor parte de la población. El primero, encarnación de la
comunidad e intermediario de las relaciones entre los hombres y los dioses, controlaba
también la vida económica, pues se apoderaba de los excedentes agrarios, dominaba la
actividad artesanal, forzaba a los plebeyos a trabajar en las obras públicas y distribuía a
su gusto los productos obtenidos gracias al comercio.
Las creencias religiosas de la cultura olmeca, pilar del poder despótico ejercido por sus
gobernantes, se basaba en el culto al jaguar, credo que acaso exigiese la realización de
sacrificios humanos. Asimismo, hay evidencias que indican la presencia de otros dioses
relacionados con el agua, la vegetación y la muerte; deidades que se extenderán
posteriormente al resto de Mesoamérica.
MANIFESTACIÓNES
CULTURALES
La principal manifestación artística es la
escultura en piedra, perfectamente
representada en las llamadas cabezas
colosales, gigantescas tallas de hasta 11
toneladas de peso que reproducen de
manera realista los retratos de los
gobernantes
.
A partir de la segunda mitad del Formativo, la necesidad de obtener jade y otras materias
de lujo impulsó a los olmecas a asentarse en el Altiplano Central, costa pacífica de
Guatemala y Oaxaca, territorios donde ejercieron una fuerte influencia. Tan sólo el
Occidente de México (Michoacán, Colima, Jalisco, Nayarit y Guanajuato) desarrolló una
cultura propia.
La cultura olmeca merece el calificativo de cultura madre porque las sociedades
posteriores -la maya incluida— se limitaron a profundizar en las ideas políticas, económicas
y religiosas creadas por el «pueblo del hule».
El nacimiento de las clases sociales, de la religión oficial y de las ciudades, o sea, del
Estado.