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CAPÍTULO 9

El trabajo: producción y consumo de las relaciones


Luis Leopold

[...] ¿añade algo a lo que se está debatiendo la consideración, pretendidamente -moderna (muy años- '70, en concreto),
según la cual el sujeto y su correspondiente identidad no son más que una construcción, el resultado de una serie de
procesos de interacción social? ¿ Qué otra cosa podrían ser una vez que hemos renunciado al lunatismo o a cualquier
otra variante de esencialismo cartesiano?
MANUEL CRUZ, 1996
El capital no es una cosa sino una relación social. Producción, circulación . e intercambio son aspectos inseparables del
circuito de valorización del capital a nivel global. Este circuito es el qtie nos sujeta a la dominación social del poder "alien
" del capital como un todo. Lo que implica que todos formamos parte del proyecto del capital, independientemente de
nuestra condición laboral.
ANA DINERSTEIN, 1999
Introducción

Pasados más de veinte años de lanzada la carrera por la excelencia organizacional en Occidente, los impactos son más
que contundentes: la lógica de la valoración de los resultados está por encima de cualquier consideración de los recursos y
los seres humanos involucrados. En efecto, a partir de la aparición de En busca de la excelencia, de Peters y Waterman
(1982), el mundo empresarial occidental asumió como una verdad revelada que era posible individualizar las características
que describían a las empresas excelentes: "haber apostado por la acción, escuchar a los clientes, favorecer la autonomía y
el espíritu innovador, asentar-la productividad en función de la motivación del personal y, sobre todo, movilizar a este
personal en torno a un valor clave, una filosofía de empresa y un proyecto concreto con el que todos pudieran identificarse"
(Aubert y De Gaulejac, 1991).

Previamente, el fordismo había colocado a cada quien en su lugar, lo que "no fue una opción de los trabajadores sino una
estrategia del capital para aumentar la sumisión real en el proceso de trabajar, atomizar los colectivos de trabajo y des-
calificar a los mismos" (Matellanes, 1999).
Iniciada la década del setenta del siglo XX, la distancia entre lps trabajadores y el trabajo era enorme. Había que lograr
incluirlos de nuevo en el proceso de trabajo o, al menos, intentarlo. Convengamos que en lo que se refiere a los objetivos
en el corto plazo, el éxito tocó de nuevo al capitalismo. Sin embargo, El coste de la excelencia, de Aubert y de Gaulejac
(1991), vino a señalar la existencia de "la cara oculta de una sociedad de conquista". El precio a pagar por la excelencia era
mucho menor que el costo por alcanzarla. Agotamiento, proliferación de morbilidad, adicción al trabajo... En este marco, la
forma de organizar la producción y los servicios contribuyó a una acumulación de riqueza insospechada -una vez más- a
comienzos de la pasada década del ochenta.
Ahora bien, la excelencia no es algo de lo cual renegar, máxime si nos proponemos sostener espacios que permitan la
protesta, la propuesta y el programa. Se trata de vitalizar una concepción que no renuncie a la rigurosidad y la toma de
partido por la mejora de las condiciones de vida de quienes producen tales riquezas, lo que se hace indefectiblemente con
un cuerpo que reconoce la violencia de las condiciones de empleo y desempleo. De esto se trata precisamente: la vida no
deja de producirse porque se esté desempleado.
Por nuestra parte, entendemos que el aporte a la mentada convivencia democrática es escaso si sólo se sobrevuelan las
situaciones de la vida cotidiana. El desafío es hacer las preguntas (im)pertinentes y construir los problemas necesarios.
En esta perspectiva, la vigencia no idealizada de la potencia de lo colectivo es una carta imprescindible. Obviamente, no
invocamos lo colectivo para tareas menores, porque participamos del hastío por la participación inoperante (Leopold,
2001).

Necesitamos otra concepción de la organización de la vida. Para ello, otras relaciones entre el trabajo y el capital. Así
de directo y positivo. ¿Es posible que las relaciones entre los seres y colectivos humanos sea otra como para "no enamo-
rarse del poder", pero como para que los millones y millones de seres humanos, a lo largo y ancho del mundo -que han
producido la antiproducción de su propia vida y la de sus hijos y la de los hijos de sus hijos-, ejerzan poder como para
producir otra vida? ¿Podremos hacerlo? No lo sabemos, pero participamos de la producción de prácticas que procuran
aportar a transformar y mejorar las condiciones de vida laboral y organizacional. No renunciamos entonces a la utopía ni a
lo que no podemos dejar de hacer: construirnos y desgastarnos en el trabajo cotidiano. Por ello, este texto procurará
promover el diálogo comunitario; aportar a una narrativa de las transformaciones ocurridas en el mundo del trabajo y pro-
curar reafirmarse en el desafío de cambiar la vida.

1. El modo

El modo de acumulación capitalista presenta, en esta etapa histórica, tres características fundamentales:

• El capitalismo está orientado al crecimiento.


• El crecimiento en valores reales se apoya en la explotación del trabajo vivo en la producción.
• El capitalismo es, por necesidad tecnológica y organi-zacionalmente, dinámico (Ilarvey, 2000).

Mundializados los capitales, se ha avanzado en algunos aspectos de globalización, fundamentalmente por la transfor-
mación tecnológica y la pretensión de homogeneización cultural apolítica. No obstante, estamos lejos de vivir en un mundo
globalizado. Lo que sí ocurre es que la mundialización de capital señalada necesita de estrategias para su reproducción,
entre las que Quiñones (2003) ha señalado que "la sociedad mundial que emerge (...) no solamente es una sociedad sin
política o, mejor dicho, una sociedad donde la dimensión política fundamental es la económica, sino que también para le-
gitimarse como tal debe construir una compleja estructura subjetiva". Esto implica que las organizaciones para operar en
esta mundialización necesitan de nuevos procesos de representación de los trabajadores, para los que "la empresa debe
implementar tanto procesos de subjetivación de la objetividad como de objetivación de la subjetividad. (...) Todo ello
implica la construcción a nivel local' de una suerte de subpolítica que suple la (aparente) carencia de política a nivel global"
(Quiñones, 2003).
Como puede intuirse con su inclusión en el debate, la empresa es uno de los principales dispositivos para la adecuación
subjetiva, además de "la crisis como mecanismo estable y la incertidumbre como catalizador" (Wittke, 2003).
En este escenario, el estudio del trabajo humano requiere, en primer lugar, que consideremos la composición de las cla-
ses sociales, caracterizables por su diversa relación con la dominación -unos dominan, otros son dominados- y por la
propiedad de los medios de producción -unos son propietarios, otros no-. Si bien no desconocemos los diagnósticos de
extinción de las clases sociales que algunos medios de comunicación amplifican, no nos merecen aquí tales planteos mayor
atención. No obstante, sí corresponde mencionar que en el caso específico de la clase trabajadora, contrariamente a cierto
discurso liviano y a la traducción mediática de las obras de André Gorz (1980) y Jeremy Rifkin (1995), lejos de desaparecer
a lo largo y ancho del planeta, muta en nuevas formas de composición y se amplía hasta el extremo de incluir no sólo a los
clásicos trabajadores asalariados, sino también al resto de la población marginada políticamente, quienes habían estado
privados hasta entonces de darse cuenta de que producían y reproducían la vida, tanto como la vieja clase obrera.2
1. A nivel de cada locación, agregamos nosotros.
2. Utilizarnos clase trabajadora y clase obrera con el solo propósito nomenclador de señalar uno y otro momento. Véase
Negri, 2004: 218.
En segundo lugar, hemos elegido distinguir trabajo de empleo. Si atendemos a las condiciones de trabajo imperantes,
prestando especial atención a la intensificación dejos ritmos de trabajo y al hecho de que las jornadas son cada vez más
extensas, el inevitable resultado es el aumento de la plusvalía, absoluta y relativa. Vuelve a tomar cuerpo entonces que el
capitalismo alcanzó determinado nivel de desarrollo económico en tan poco tiempo -históricamente hablando- porque
acumuló las más largas jornadas de trabajo de la historia de la humanidad (Georgescu-Roegen, 1994).
Esto tampoco es nuevo, tal como lo muestran estas referencias al período 1926-1934: "Las jornadas de trabajo eran
intensas y extensas. Los trenes salían continuamente cuando se regresaba de un viaje, a veces y si era necesario, había
que salir nuevamente y retomar la jornada de trabajo. Horario no había, mientras el tren marchara el horario no existía,
pero uno no se cansaba". (Camors y Moyano, 2003).
El empleo, la forma hegemónica de trabajo en el capitalismo para asegurar la supervivencia de los sujetos, presenta a la
fecha innumerables dificultades para los propios trabajadores. Por ello, el empleo-desempleo constituye un mecanismo
permanente en nuestra sociedad (Barreto, 2000; Fuentes, 2001). También por ello, más que afirmar que el desempleo es la
contracara del empleo, hay que expresar que, tal como lo entiende y aplica el neoliberalismo, el empleo es la contracara
del desempleo que vivimos, ya que esta última es la situación base de esta fase del capitalismo.
Aceptando los límites y/o alcances de la consideración del empleo, el tema bien puede ubicarse en el marco de una eva-
luación pendiente de las políticas de empleo que el capitalismo ha priorizado hasta el momento y que, aunque con claras
diferencias geopolíticas, muestra a millones de seres humanos desempleados y a un número aún mucho mayor en con-
diciones de trabajo indignas. Es claro que el propósito de modificación de la actual situación debe estar complementado de
intervenciones de acompañamiento y sostén, en tanto no se resuelve rápidamente con voluntades políticas y/o inyección
de capitales. Esto es así en tanto, por ejemplo, el incremento de maquinaria y materia prima no provoca una relación
directa e inmediata con la producción, ya que la improductividad de los factores de producción -tierra, capital, trabajo- es
imposible de evitar en ciertos períodos o tempos (Georgescu-Roegen, 1994).

Mientras tanto, la situación de inestabilidad permanente hace que la crisis vivida sea entonces permanente, lo que es
fruto en realidad de un trabajo de reconversión permanente del capitalismo (Wittke, 2000). Particularmente en América
latina, esto tiene efectos que pueden apreciarse claramente si se repasa el período que comienza en 1990, cuando el
capital impuso nuevas condiciones al trabajo y se hizo retroceder a Jas organizaciones sindicales a un posicionamiento las
más de las veces de exclusiva resistencia. El resto del mundo estaba aquí, con la instalación de empresas junto con las
culturas or-ganizacionales propias de sus casas matrices, algunas veces -extraordinarias- con resultados transitorios de
rentabilidad positivos, aunque en la mayoría de los casos no.3 (En una investigación realizada desde el Area de Psicología del Trabajo y sus
Organizaciones, por parte de las investigadoras asociadas Alejandra Adaime y Sonia Araújo, entre 1999 y 2001, motivada por el desarrollo del supermerca-dismo en
Uruguay, se registra que entre 1998 y 1999 las cadenas de supermercados extranjeras instaladas en el Uruguay realizaron inversiones de, por lo menos, 65 millones
de dólares. No está de más señalar que ninguna de estas inversiones generaron fuentes de trabajo permanente. Véase Adaime y Araújo, 2000: 89-96.)

Pero no es todo. En la diversidad balzaciana del acontecer humano, las relaciones adoptan presentaciones propias del
comienzo del nuevo siglo. Así, la tensión glocalizada muestra, por una parte, el constante migrar de millones de personas
de un lado a otro, buscando el lugar en el mundo donde poder trabajar y vivir. Las máquinas siguen caminando detrás del
derrotero de las huelgas o, por lo menos, detrás de la posibilidad de dar pelea. Por otro lado y al mismo tiempo, en las
grandes ciudades, crecen los parias urbanos (Wacquant, 2001), los underdass -conformados la mayoría de las veces por
generaciones y generaciones de migrantes- desuñados a vivir en el sótano de la estructura social. Tener claro el estado de
situación de la red social es imprescindible para no caer en desvíos voluntaristas, esto es, la destrucción perpetrada en
millones de sujetos y colectivos no se repara con períodos de bonanza y/o crecimientos acelerados. Es más, podemos
afirmar que no se repara de ninguna manera.
En gran medida, modificar este estado de situación implica que millones de sujetos no sean abandonados a su sufri-
miento, pero en ningún caso abrigar la esperanza de que tejidos sociales de unas pocas jornadas solidarias desandarán el
tiempo. Junto con esto, importan aquí no sólo las posibilidades integracionistas, sino, tanto como éstas, las subjetividades
producidas para ser expulsadas generación tras generación. Además, y después de todo, el mundo de los incluidos presen-
ta señales varias de dolor, lo que no lo hace inexorablemente atractivo (Matellanes, 1999).
Para terminar con este estado de situación, ahora sí, podemos afirmar que concluyendo el primer lustro del siglo XXI, las
condiciones de trabajo y empleo, esto es, de vida organizacional laboral son, a lo largo y ancho del planeta, dolorosas y
previsibles. Dolorosas, porque las condiciones de vida y existencia de la mayoría de la población son cada vez más
pauperizadás y pauperizantes. También previsibles, a partir de considerar que estamos ante la redundancia de una pro-
puesta política que, si es analizada longitudinalmente, muestra el impacto intencionado que procuró y logró la contrarre-
volución -a escala mundial- a partir de la segunda mitad de la década del setenta del siglo pasado: aumento de la tasa de
plusvalor y, en consecuencia, de la tasa de ganancia.
En este sentido, la gran iniciativa hegemónica no ha hecho más que tomar los atajos eficientistas por donde nunca ha es-
tado la mayoría de la gente. A partir de estas correlaciones es que entendemos que debe construirse la narrativa de la his-
toria del trabajo a fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI, particularmente en América latina. Son y serán impres-
cindibles entonces capítulos sobre la exclusión social de millones de personas; los techos de cristal de resistencia milenaria;
las condiciones laborales decimonónicas en el sector de servicios; el incremento de patologías, incluyendo las psíquicas y
mentales; las prácticas de corrupción institucionalizadas; los desarrollos del informalismo; las infinitas formulaciones
mediáticas y recurrentes de la crisis; las dificultades para acceder a un primer empleo; los acosos de todo tipo. 4 (Una
primera versión de este apartado fue incluida previamente en "Aportes para la especificación de la Psicología del Trabajo y
Organizacional" (Leopold, 2004).)

2. La producción I5(Este apartado y el siguiente ("El equipar") recoge fragmentos -nunca antes publicados- que escribimos para la ponencia "La organización
del tiempo libre. Juegos empresariales en el Uruguay 1998-1999"; un trabajo realizado junto a A. Adaime, S. Araújo, J. Gallego, y F. Gutiérrez, y presentado en el IV
Simposio Nacional de Análisis Organizacional, II del Cono Sur. Nuevos roles y desafíos del analista organizacional. Tensiones y paradojas. Facultad de Ciencias
Económicas de la Universidad de Buenos Aires, 11 al 13 de agosto de 1999.)

Las organizaciones son insaciables. Cada palmo de la vida psíquica del sujeto que se conquista es, poco tiempo después,
insuficiente para lo que la organización necesita. En este sentido, Martínez (2004) se ha referido a nuevas formas de capa-
citación y formación laboral vertebradas en el objetivo de apropiarse del tiempo libre, de los trabajadores, mediante la
utilización de propuestas a ejecutar en soporte electrónico, contando con la "libre" opción de los sujetos para ejecutarlas,
tanto en horario de trabajo como fuera de éste. "Los impulsores de esta forma de capacitación argumentan como ventaja
que la experiencia en otros países muestra que en el primer año, el promedio de uso en horario de trabajo es 75% y en
tiempo libre 25%, pero al cabo del tiempo esos promedios se invierten, por lo que el tiempo libre pasará a ser tiempo de
formación en los requerimientos que cada organización demanda" (Martínez, 2004).
Pero, fundamentalmente, la formación de los sujetos adquiere formas muy diversas y consistencias muy blandas. Uno de
los dispositivos más limitados está dado por la esco-larización. ¡Vamos! Eso es propio de morales Victorianos. La
formación, como la entienden la mayoría de las organizaciones, debe producir subjetividad con la menor resistencia
posible, suavemente, logrando la colaboración de los formandos. Esto no es nada fácil, en tanto muchos potenciales
formandos se resisten a tal condición y huyen de propuestas como las'mencionadas, lo que ha sido constatado a lo largo y
ancho del mundo organizacional. En parte por ello es que Henry Mintzberg dedica uno de sus libros, Mintzbergy la
dirección6 (Mintzberg on management. Inside ourstrange world of organizations, Nueva York, The Free Press. [En castellano: Mintzberg y la dirección, Madrid,
Ediciones de Díaz de Santos, 1991].) a aquellas personas que pasan "la vida pública en contacto con las organizaciones y la vida
privada escapando de ellas".
En el marco de esta resistencia, se han producido alternativas que buscan capturar el tiempo libre de trabajo, pero ya no
con una formación clásica, sino invitando a los trabajadores a participar de momentos disfrutables y familiares. Éste es uno
de los aspectos centrales de las propuestas sostenidas, por ejemplo, en eventos deportivos, que promueven que la vida
recreativa transcurra dentro de la cultura organizacional del empleador. Necesitamos precisar, desde ya, que este modus
operandi tampoco es nuevo. Para remitirnos exlusivamente al desarrollo del capitalismo, basta recordar las ferias y/o
kermeses obreras del siglo XIX, los espacios recreativos dentro del territorio patronal y muchas otras actividades que han
contribuido a la reproducción de la impronta familiar en su concepción de la organización del trabajo. Corresponde agregar
que, como es sabido, las expresiones de cultura industrial han sido, por definición, urbanas. En este escenario se
desplegaba la polarización de clases: por un lado, el capital y su población de apoyo y, por otro, la mayoría obrera. Cada
uno de estos sectores, con sus condiciones propias de trabajo y vida en general, incluía obviamente la utilización del tiempo
libre. Esta ubicación social -que comprende asignación y autoasigna-ción- conformaba barrios, ciudades y hasta regiones
enteras (Therborn, 1992).
Sin embargo, la década del noventa permitió la conformación de propuestas tan continuadoras como distintas. Princi-
palmente, es necesario contar con una población dispuesta a divertirse y hacer deporte. El premio o la recompensa
material queda muy por detrás del ponerse la camiseta del colectivo, los compañeros de trabajo y la empresa. No se trata
de la propuesta de las correcaminatas, en donde estaba claro el "como si" deportivo, y más claro el premio material. 7 Las (

correcaminatas son instancias de actividad deportiva puntual donde se sortean premios (autos, viajes, electrodomésticos) entre los participantes. En este sentido hablamos del "como si"
Aquí, en cambio, la principal propuesta es que la energía y la imaginación se depositen en el estar juntos, compartir
deportivo.)
un momento fuera del terreno de la empresa, ese tiempo que se escapa a partir de la constatación "acá la gente viene a
trabajar y listo".
En función de lo planteado, estas iniciativas son una propuesta de participación en sí mismas, pero son, fundamental-
mente, una instancia educativa para determinado tipo de participación en instancias colectivas, más allá de lo recreativo o
deportivo. En este sentido, eventos como los mencionados parecen expresarse magistralmente en el decir de G. Mareei (El
mystere de Vêtre) que rescatan Rioux y Chappuis (1978) "...es imposible participar plenamente en una empresa, en un
trabajo o hasta en una aventura, sin experimentar en cierta medida el sentimiento de 'ser llevado' y ésta es casi con
certeza la condición indispensable que permite al individuo aguantar en estas condiciones fatigas a las que sucumbiría si
estuviera solo".
Así, los juegos empresariales aparecen, tomando la expresión de Lucas Marín (1995), como una propuesta "blanda" de
participación. Más aún, desde una lectura crítica bien podría decirse que ni siquiera lo son. Precisado esto, lo primero a
considerar con respecto a este tipo de iniciativas es el nivel de participación que se propone. Entendemos que el plano de
análisis inmediato a considerar es el continuo espacio-tiempo que implica la realización de estas actividades.

3. El equipar

En el ya clásico Elementos de psicopedagogía deportiva (Rioux y Chappuis, 1978), los autores proponen que el campo
deportivo es el lugar priviligiado donde se expresan las tensiones que conforman la expresión personal. Si esta-tesis pudo
haber sido considerada en su momento con cierta precaución -aún no siendo muy original entonces-, fundamentalmente
por lectores ajenos al mundo deportivo, los años noventa pasados han obligado a considerar de nuevo planteos similares,
más aún cuando se propone tomar la idea mencionada -rete-rida principalmente al micromundo de la cancha o la pista- y
extenderla al conjunto de lo social. Así, se conforma tacticamente la propuesta de hacer del planeta un enorme estadio de
fútbol. La alianza empresarial supranacional entre la organización de eventos deportivos, los auspiciantes y los medios de
comunicación constituye un complejo de alto impacto en la vida cotidiana, que puede inspirarse en los añejos planteos
mencionados. Considérense, por ejemplo, la FIFA y el Comité Olímpico Internacional; el "viví fútbol, soñá fútbol" de Coca
Cola, y la omnipresencia televisiva. Corresponde precisar que la clasificación esbozada es esquemática y limitante, ya que
insistimos en que la nominación es secundaria al hecho del mencionado carácter supranacional del capital. "Advertimos
entonces, un mismo movimiento, que delinea dos perfiles en la acción social: el equipo profesional, representante de la
acción, y la masa pasivizada en aquella representación. Dos sujetos: el integrante del equipo, promotor de emblemas de
ideal, y el integrante de la masa, productor de identificaciones" (Castro, 1995).
Aunque no desconocemos otras connotaciones del término "equipo" -grupo, máquina, funcionamiento- comenzamos
apelando a la noción de equipar, ya que queremos retomar aquí la imagen de los eventos deportivos empresariales como
escuela o laboratorio donde se propone el despliegue de prácticas equipadas, más que de equipos, siguiendo a Castro
(1989).
Como paso inicial, distinguimos "trabajo de equipo", de "equipo de trabajo". "En el primero se jerarquiza el trabajo, la
producción, el movimiento, la diversidad y la multiplicidad, el descentramiento, la periferia, la tarea y la figura que se
conforma es colectiva. En el segundo se jerarquiza la organización, los roles, la producción ligada, las sistematizaciones, el
centro, el objetivo y la figura que se conforma es la del representante" (Marqués, 1996).
Pero cuando decíamos que comenzamos refiriéndonos a equipar, lo hacemos también para diferenciarlo de conformar
equipos. Al mismo tiempo, podemos concebir el equipamiento de colectivos en distintos momentos, y para distintos
propósitos. Más aún, partimos de la base de que equipar y desequipar son tareas inevitables en un espacio-tiempo
determinado. Esto implica ejercitar las habilidades tácticas de los equipos en función de los dos movimientos básicos:
ataque y defensa, los que se ejecutan a partir de aspectos técnicos y psicológicos. Como es sabido, ningún proceso de
enseñanza-aprendizaje se realiza en un terreno de asepsia afectiva. No obstante, los factores técnico y psicológico no
nominan elementos de una misma calidad. Mientras que el segundo constituye generalmente el vehículo para el movi-
miento, el primero se procesa mientras se desliza por y en el juego afectivo.
La referencia al continuo espacio-tiempo, que como es claro se refiere a la producción permanente del equipo, implica
también la constante producción organizacional. Por ello, la práctica equipada del colectivo genera diversas modalidades
organizativas y simultáneas, que se enmarcan en la lógica matriz. Así, no hay otro modo posible de equipar colectivos que
en forma gradual.
Lo colectivo en permanente movimiento se contiene en la pertenencia grupai, asegurando el cambio y la continuidad. El
solo accionar posibilita el acceso a situaciones siempre inéditas y presentes, lo que implica "que el pasado se reabsorbe a
medida que el futuro se elabora" (Rioux y Chappuis, 1978).
4. El contrato

Las organizaciones procuran el logro de sus objetivos mediante un diseño de la gestión del espacio-tiempo que permita la
articulación de los propósitos organizacionales y personales. Sin embargo', esta simetría enunciativa no se relaciona más
que con claras asimetrías de lo que la organización del trabajo determina en la relación con cada trabajador. Aunque la
bibliografía acerca de la dirección organizacional se refiere mayoritariamente a líderes y/o visionarios que individualmente
dirigen las organizaciones, todas éstas participan de dos manifestaciones que van más allá de lo contractuado:

• Lo colectivo incide más que lo que las direcciones aceptan de buen grado.
• Los destinados a ejecutar aportan mucho más que lo que quisieran en función de su reconocimiento formal, incluyendo
lo salarial.

Excesos como éstos constituyen el estado de situación que las organizaciones consideran en cada caso, procurando
resolver relaciones lucrativas, esto es, relaciones en las cuales sea mayor la asimilación que el consumo energético
(Martínez, 2004).
La misma bibliografía que mencionábamos líneas arriba afirma que lo principal de cada organización es, su personal, los
recursos humanos. Sin embargo, uno de los principales obstáculos para concretar esto en cada organización es lo di-
ficultoso que resulta alcanzar una relación sinérgica entre las diversas unidades de la misma. Seguramente, estos inconve-
nientes tienen su origen en no reconocer como sustantiva la relación entre los sujetos antes que a los sujetos hipotética-
mente aislados. Pese a todas estas afirmaciones, sin embargo, el principal desafío de toda organización es, en todos los ca-
sos, lograr el involucramiento de los sujetos.
La sociedad de la imagen en que vivimos, pauta cultural hegemónica, ha llevado a las organizaciones a un proceso de ex-
posición que ha implicado que el entorno social en que se ubican cuente con mucha más información de sus objetivos y
propósitos. Esto se ha constituido en un efecto democratizado!-, aun con las apelaciones exacerbadas al maquillaje en
muchos casos. Abundan entonces los portales, los folletos de presentación institucional, los asesores de imagen y las
definiciones de misiones y visiones. Paradójicamente, la tarea de clarificación interna de la organización, en funcionamiento
y objetivos, es cada vez más dificultosa. Esto ocurre porque las organizaciones tienen muchos problemas para lograr el
involucramiento buscado, aunque cuenten con sofisticados sistemas de información. Así como la diferencia de la
comunicación de las organizaciones con el entorno, en muchos casos, no está dada por la cantidad y la calidad de la
información, sino por la apelación a determinados vehículos, también es cierto que, hacia dentro la proliferación de
manuales y estandarización de los procedimientos, no resuelven la comunicación con los trabajadores. Claro, que no nos
falten los manuales y los niveles de estandarización alcanzados, pero no consideremos que resuelven por sí solos el
compromiso de los trabajadores.
Entendemos que la concreción de un cambio en estos aspectos, tal como aspiran las organizaciones, debe partir de otras
premisas. Por ejemplo, que los trabajadores de toda organización reúnen las condiciones técnicas, éticas y de disposición
para afrontar el desafío de llevar adelante pertinentemente las funciones requeridas. Obviamente, caen sobre esta
afirmación las singularidades que introducen las excepciones. Sin embargo, consideramos imprescindible la premisa
planteada, ya que es un componente básico del contrato psicológico que las organizaciones tienen que proponer a los
trabajadores. Sobre esta base es que tienen que apoyarse los programas de capacitación y formación, y aplicarse
coherentemente el postulado de que no hay lugar en la organización para la corrupción. Concomitantemente, es necesario
que la formación posibilite que las personas estén capacitadas para hacer más de lo que hacen, es decir, que les permita
recrear su lugar en la organización, promoviéndoles la elaboración de iniciativas.
Una propuesta como ésta, tal como puede apreciarse, se refiere a cierto tipo de organizaciones, aquellas que permiten y
promueven el desarrollo de quienes las integran. En este sentido, se ha hecho bastante hincapié en lo nefasto que es para
las organizaciones el capacitar a los trabajadores sin que éstos puedan aplicar los nuevos conocimientos y habilidades.
Esto verdaderamente es así. Sin embargo, proponemos considerar también que tan nefasto como lo anterior es que la gen-
te esté exclusivamente restringida al cumplimiento de su tarea, por más ancha que ésta sea, sin condiciones ni
capacidades para proyectarse en la organización ni, obviamente, ayudar a proyectar la misma. Las organizaciones deben
negarse en el rediseño permanente y anticipador. No ignoramos la necesaria repetición propia del estar organizados, sino
que señalamos la forma más apropiada -a nuestro entender- para que las personas que hacen a las organizaciones incidan
en la definición de su propio futuro. En otras palabras, se trata de procurar desarrollos singulares y no desarrollos
estándares.
Igualmente, la formación estará siempre por detrás de las exigencias que las organizaciones plantean. Esto es algo ine-
xorable en función de la revolución tecnológica semestral que se viene produciendo desde comienzos del siglo XXI. Por
esto, tan importante como evitar los retrasos es saber trabajar con ellos; ya que algunos están ubicados en un plano de
incidencia tal sobre nuestro campo de intervención que resultan inevitables (Leopold, 2001).

5. El ojo del observador

Entonces, no obstante el marco devastador planteado inicialmente, existen opciones. Por nuestra parte, una de ellas es
aportar, en la medida de nuestras posibilidades y capacidades, a la producción de conocimiento y comunicación sobre esta
realidad construida y, por lo tanto, modificable. Así, entre los principales desafíos planteados en el presente para el estudio
y la intervención en el mundo del trabajo se encuentra la formulación de propuestas pertinentes a las realidades locales
donde se interviene. Para ello, es menester considerar, en principio, que algo de lo que se está haciendo en las organi-
zaciones está dando respuesta a las necesidades planteadas. Precisamente, las organizaciones presentan la particularidad
de que su sola presencia fáctica indica -obviamente- su funcionamiento. El tema principal entonces es el sufrimiento que
dicha organización está generando en sus componentes y la inadecuada resolución de costo-beneficio para dicha tarea. Por
ello, sostenemos en este escrito la necesidad de prestar atención al registro de las formas organizativas del trabajo que se
presentan en el entorno más inmediato de cada uno de los lectores, porque allí se encuentran algunas resoluciones
satisfactorias del modo de hacer las cosas. Esto presenta el riesgo, sin dudas, de que el interés en relevar prácticas de este
tipo produzca elogio donde no corresponde. Se trata, en todo caso, de caer o no en el error.
Mucho más dificultosa se hace la consideración de la contradicción que plantea que el ojo del observador, en aras de la
búsqueda de las buenas prácticas, pierde solvencia como para mantener la necesaria regularidad de la negatividad y/o de
la crítica radical. Seguramente, nada de lo que digamos sobre este punto será suficiente y entonces, para algunos, seremos
meros funcionalistas del éxito y la excelencia, y, para otros, exclusivos señaladores del sufrimiento y la inoperância. Con-
sideramos sustancial no ignorar estos componentes de la organización del trabajo, manteniendo la atención sobre las duras
condiciones que desgastan a la gente en la mayoría de las organizaciones, así como el registro de las resoluciones inge-
niosas y válidas que se encuentran en expresiones próximas y reconocibles.
Obviamente, llegados a este punto, es fácil mencionar que unas organizaciones y otras no existen o, por lo menos, no
son las que nos interesan. Las organizaciones portan estas variantes y muchas más en una mezcla siempre original y pere-
cedera. En realidad, el trabajo que realizamos plantea permanentemente el registrar proyectos, grupos, secciones o
equipos, que navegan encapsulados en un contexto cultural hostil. Así, las organizaciones más permeables son aquellas
que soportan estas construcciones en su interior, permitiendo el surgimiento de nuevos derroteros (Leopold, 2003).

6. La producción II

Entendemos que debe caracterizarse una propuesta psicológica específica para el estudio del trabajo y las organizacio-
nes. "Es absolutamente cierto que la Psicología es el conjunto de saberes y disciplinas que estudian el psiquismo humano.
Lo que no es cierto es que el psiquismo sea un objeto claro y determinable, o localizable, a nivel de los individuos. De par-
tida, no podemos confundir sistema nervioso central con psiquismo" (Leopold y Fuentes, 1999). Demarcación que seguimos
considerando válida para adentrarnos en la tarea de articular psicología y trabajo.
No obstante, se presentan algunas dificultades, ya que la tarea planteada nos inducirá inmediatamente a aferramos a la
propuesta de considerar lo humano desde el punto de vista bio-psico-social. Ahora el problema es doble, en tanto tenemos
que discriminar qué aspectos de la propuesta son soste-nibles y cuáles desechables. La relación entre la psicología y el
trabajo en América latina también fue marcada, obviamente, por esta propuesta.
Rubén Ardua (1986) escribió, en su ya clásico Psicología del trabajo, que "La psicología del trabajo es una rama de la
psicología (...) [que] se encuentra en el medio entte la biología (del trabajo) y la sociología (del trabajo), y se beneficia de
las investigaciones realizadas en estas áreas vecinas, dando a su vez aportes que pueden ser utilizados por biólogos y
sociólogos".
La propuesta, como se ve, es heredera natural de los desarrollos bio-psico-sociales que mencionamos antes, los que se
formularon como ideal para la organización de la producción del conocimiento y el trabajo profesional luego de la Segunda
Guerra Mundial. La trilogía implicó una forma superado-ra respecto del reduccionismo monodisciplinario, y lo sigue
implicando en tanto no podamos construir un aparato conceptual más adecuado. Sin embargo, es necesario tener claro que
nada se dice generalmente con lo bio-psico-social, particularmente en lo que refiere a la cientificidad de las partes. Más
aún, se puede decir que el único reconocimiento de tal fuste está dado hacia lo biológico. Se trata de una.
(...) aproximación ingenua que define el sector de realidad como bio-psico-social. Esa definición no es sino una mera
yuxtaposición de las disciplinas intervinientes. En esta aproximación (típica de los equipos interdisciplinarios, de los
organismos internacionales, etc.) no se plantea la relación entre las disciplinas intervinientes y sus respectivos edificios
teóricos, ni siquiera a nivel de las hipótesis intermedias" (Matrajt, 1987).

Al señalamiento de Matrajt, agregamos nosotros que la propuesta bio-psico-social escamotea la dimensión socio-histórica
de la producción de la articulación, eludiéndose el referencial espaciotemporal imprescindible para la consideración de las
relaciones entre los seres humanos y de las herramientas conceptuales diseñadas para tal fin.
Por lo- mencionado hasta aquí, elegimos comenzar afirmando entonces que la psicología es -según una definición
pichoniana- una ciencia que estudia a los individuos, a las relaciones que los individuos establecen entre sí y, particular-
mente, a las relaciones que sostienen y reproducen la vida institucional y organizacional.
Procurando explicitar contenidos de nuestro posiciona-miento, afirmamos que un primer entendimiento por nuestra parte
es que el principal objeto de estudio de la psicología son los modos de producción de los seres humanos. Entendemos que
somos producidos por las relaciones que establecemos con los demás y con todo lo que constituye "mundo" para la
existencia de cada uno. Esa producción, como todas, es violenta, en tanto nos modela muy lejanamente de nuestras
eventuales opciones. Ya sabemos que el trabajo, ontologicamente hablando, implica que ese mundo produce a los sujetos
valiéndose de los propios sujetos y, particularmente, de las relaciones entre ellos. Luego se verá si estamos ante produc-
ción de subjetividad o subjetivación, ante "ser afectados y afectar" o sólo "ser afectados", si primarán en nosotros pasiones
tristes o alegres.
Tenemos que hacer entonces aquí una corrección de nuestro propio planteo: la producción de los sujetos se realiza a
partir de relaciones de sujetos y no de intercambios individuales. Esto es, en otras palabras, el reconocimiento de que se
trata de un encuentro desigual. Es decir, es una red de relaciones la que produce a cada sujeto. Así, las disuntas culturas
nos construyen como sujetos a cada uno de nosotros con expresiones como "se necesita una tribu para educar a un niño".
Es así exactamente, pero no es una opción. Es el modo, el único que conocen, en que los seres humanos producen sujetos.
En este trabajo productivo maravillosamente cada sujeto se escapa de la línea de montaje en que lo ensamblan y se da
presentaciones singulares. Es la manera, la única que conocen, en que los sujetos, son producidos por los seres humanos.8.
Los nuevos trabajos sobre este tema deberían dialogar con textos como el de Maturana y Verden-Zóller (1994).
Es inevitable entonces considerar que el trabajo se constituyó en determinante para la construcción del ser humano. El
registro del pulgar oponible, la convergencia de la mirada hacia las manos operando y el desarrollo cerebral están ínti-
mamente ligados a dicha producción, tal como bosquejara Engels en menos de veinte páginas (Engels, [1876] 1955).
Así, el trabajo cotidiano se vuelve un espacio privilegiado para la comprensión de qué y cómo sienten y piensan los seres
humanos. Esto implica el despliegue del deseo corno productor de la construcción que realiza el sujeto y también, ob-
viamente, de los avatares del proceso de salud-enfermedad. El concepto de salud que utilizamos aquí, en referencia al
trabajo, procura tomar distancia del tradicional concepto de salud del trabajo y/u ocupacional, en tanto partimos de la
premisa por la cual "el proceso de salud enfermedad es concebido como un producto social en el devenir histórico, que se
da en una sociedad concreta" (Tomasina, 2001).
A partir de nuestro trabajo de investigación e intervención referido a las organizaciones, nos hemos fortalecido en la idea
de que debemos privilegiar un extenso abordaje dialéctico de las contradicciones en el mundo del trabajo. Expresión parca
de esta propuesta es el propósito de "hacer un uso positivo de la negatividad y también de la positividad" (Matrajt, 1985).
La mención, nada azarosa, puede complementarse con otra del mismo autor: "la salud pública es el campo de
intervención más significativo, en tanto es el nivel más alto y abarcativo en el cual se conserva la especificidad. Para
trascender a la escena de las determinaciones últimas de los procesos socio-político-económicos, debemos abandonar los
marcos teóricos y los modos de operar de las disciplinas de la salud y de lo psíquico, para entrar en aquellos propios de la
política" (Matrajt, 1985).
Conclusión

Lo planteado hasta aquí ha sido para nosotros un instrumento conceptual y un estímulo para la innovación en el estudio
y'la intervención en las organizaciones y el trabajo. Para terminar, señalamos que hemos encarado la escritura de este
artículo atendiendo a dos cuestiones que consideramos esenciales para el tratamiento de este tema en América latina.
En primer lugar, cuestionar un empobrecimiento del trabajo de análisis en algunas prácticas profesionales imperantes en
la región, lo que suele ligarse en ocasiones a la dificultad para visualizar las potencialidades de la intervención psicológica
en las organizaciones. Ante esto, hemos señalado que la síntesis es parte constitutiva del análisis y no un mero momento
eventualmente prescindible. Esto es, la desagregación analítica debe realizarse en relación con un proyecto de armado que
respalde el accionar buscado por la organización y/o el colectivo (Leopold, 2000, 2004).
En segundo lugar, entendemos que es imprescindible atender al concepto de Estado, tema que consideramos obligado,
en tanto el aparato estatal constituye la matriz del diseño y el modus operandi organizacional. No se nos escapa que esto,
obviamente, plantea la consideración de lo político en el estudio de las organizaciones.
Como se comprenderá, ninguna referencia como esta última es fácil de sostener, en tanto el Estado en América latina ha
sido y es vivido, al menos por la gran mayoría de la población, como de espaldas a la gente o, peor aún, prestando
atención, en sus momentos fascistas, a perseguir y asesinar.
Sin embargo, entendemos que el antiguo conflicto social planteado entre el aparato estatal y los sectores no partícipes
ha dejado lugar a una participación obligada en el seno de aquél (Testa, 1993). La destrucción de los otrora incipientes
atisbos del Estado de Bienestar en nuestros países ha dado paso a una nueva invitación del capitalismo: gestionemos entre
todos el Estado de situación. La contradicción es, sin dudas, enorme. Por un lado, las sociedades latinoamericanas no
pueden renunciar a esta invitación compulsiva, porque la participación comunitaria, las luchas sindicales, los movimientos
locales para mejorar las condiciones de vida, entre otros ejemplos, han necesitado coordinar, sostener y sustituir al antiguo
aparato estatal o, incluso, al que nunca asumió ciertas tareas. El resultado es un tejido de intereses y clases, todos
partícipes de la trama estatal. Nuevamente, no hay afuera. Pero, por otro lado, puede agregarse que no se quiere estar
afuera: "lo primero que hace un asentamiento de los Sin Tierra cuando se ocupa la tierra, es definir dónde estarán las es-
cuelas. El MST tiene más de mil trescientas escuelas legalizadas, con currículo reconocido por el Ministerio de Educación.
Por lo tanto, no hay niños fuera de la escuela, no hay niños trabajando en los asentamientos de los Sin Tierra, que ya
reúnen casi un millón de personas en Brasil. El Ministerio de Educación reconoció oficialmente que los Sin Tierra han hecho
por la alfabetización brasileña, en pocos años, más que quinientos años de distintos gobiernos" (Sader, 1999).
Mientras tanto, las voces desconfiadas y/o vacilantes preguntan, como si se pudiera elegir: "¿no nos con-fundiremos y
esto implicará inexorablemente que el capitalismo gane de nuevo la encrucijada y absorba a las buenas intenciones?".
Planteada esta situación, es necesario clarificar qué se quiere hacer con el estado de cosas, esto es, si se quiere ad-
ministrar o dirigir; gestionar o transformar. Cambiar las relaciones entre los seres humanos es tarea de una comunidad que
renuncie a la idea de que determinadas áreas de la organización social le están vedadas.
Por nuestra parte, entendemos que a partir de mediados de los pasados años ochenta, sólo una torpeza intelectual sin
retorno y/o el interés, claro, puede reducir la consideración del Estado en América latina a la discusión de cómo extinguirlo.
Justo aquí! Amén de considerar aspectos como la correlación de fuerzas o el desarrollo del complejo militar industrial, es
necesario tener en claro que la principal determinante no está dada por estos aspectos, sino por el accionar cotidiano de
millones de latinoamericanos que tejen nuevas formas de organización social. Pero además, ¡justo aquí!, "¡en una región
del planeta donde casi la mitad de la población carece de acceso a agua potable y drenajes y una proporción semejante
depende por completo del hospital público!" (Borón, 1999).

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