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19 de febrero de 2017  |  Sociedad

Cómo trabaja el equipo de lingüistas tras el Diccionario del Habla de los Argentinos

A las palabras no se las lleva el viento


Cinco personas pasan sus días escuchando, leyendo, detectando de manera artesanal qué dicen las personas
cuando hablan en su vida cotidiana. Y cuando eso no alcanza, se confabulan con expertos en Ciencias de la
Computación para detectar usos en las redes sociales. Si la lengua es una patria, ellos quieren relevar todos los
significados de sus voces.

Gabriela Pauer, Sol Portaluppi, Pedro Rodríguez, Josefina Raffo y Santiago Kalinowski en la biblioteca de la
Academia. 
(Imagen: Guadalupe Lombardo)

Por Soledad Vallejos

Un “muchacho” no es lo mismo que un “pibe”, y decir “chabón” hace treinta años no era lo mismo que decirlo
ahora. Tampoco lo era pensarlo, y mucho menos escribirlo, aunque la situación resultaba todavía más sensible
hace cien años. Algunas palabras podían pensarse, tal vez decirse en el entre nos y quizás hasta garabatearse
en papeles privados; pero en público jamás. En público, el decoro ante todo; lo que mandaba era la formalidad, y
una manera de entender el lenguaje que se servía de prescripciones para establecer fronteras sociales. No era
de señora decir en público “fabriquera”; no era de caballero hablar en lunfardo en una confitería o con su familia;
no era de funcionario público de bien hablar a la bartola. Entonces pasaron las décadas, que en el camino
horadaron una barrera: entre fines del siglo XX y principios del XXI, de algún modo, la lingüística se desmelenó lo
suficiente como bucear desde la academia en cómo hablan las personas todos los días. ¿Un diccionario que
incluya la expresión “amague-comerse el”? ¿Que reconozca como estable y en uso reconocido el término
“carpetazo”, o advierta que hasta ahora ningún diccionario había notado que “mangonear” no había sido incluido?
¿Una investigación permanente que entienda cuánto puede cosechar del habla cotidiana en las redes sociales, y
se confabule con expertos en Ciencias de la Computación para proceder en consecuencia (ver aparte)? La
Academia Argentina de Letras (AAL) alberga a algunos  de esos especialistas obsesionados con el lenguaje
cotidiano. De los argentinos, claro.

El diccionario es un sueño eterno

Es un registro “artesanal”. El director del equipo que pasa sus días registrando el habla propia y ajena advierte
que es un trabajo que lleva mucho de intuición, de preguntarse lo que parece natural, también un poco de suerte.
“A veces encontramos algo un poco de rebote. Tal vez porque alguno tenga un interés en particular. Una novia en
La Plata, por ejemplo, y entonces por viajar hasta allá ve que la pollería se llama distinto, trae la observación y
tenemos que decir que es un caso clarísimo: todo el país dice ‘pollería’ pero allá dicen ‘pollajería’”, ejemplifica
Santiago Kalinowski, que comanda el Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la AAL.
Kalinowski, Gabriela Pauer (subdirectora del Departamento) y los investigadores Josefina Raffo, Sol Portaluppi y
Pedro Rodríguez Pagani hacen “de todo todos” para mantener vivo al Diccionario del Habla de los Argentinos
(DiHA), un volumen que –como señalan los apuntes de prensa prolijísimos y exhaustivos que prepararon, como
los académicos preocupados por contar su trabajo que son–, “reúne el léxico que se usa de manera exclusiva o
preponderante en el territorio de la República Argentina”.

Escribir un diccionario es un trabajo que no se termina nunca y que tiene mucho de espionaje obsesivo. Porque
hablar es algo que tampoco se terminaba nunca –o por lo menos, no mientras haya quien hable–, escuchar,
notar, reflexionar lo que se escucha y dar cuenta de lo que pasa con el habla, tampoco. “Estamos todo el día
evaluando nuestras propias intuiciones acerca del léxico, qué se dice, qué palabras se están empezando a usar
en, por ejemplo, Twitter.  Y cuando tenemos alguna pauta de alerta sobre alguna, iniciamos una investigación”,
detalla Kalinowski.

El primer esbozo de diccionario del habla nacional, un “registro del habla de los argentinos”, fue una publicación
pequeña, un registro lexicográfico editado en la AAL en 1997. Luego, en 2003, hubo una edición  comercial, a la
que siguió otra, actualizada, en 2008. Este año, habrá una nueva edición, con fecha de aparición todavía no
precisada, que incorporará alrededor de 1300 nuevas palabras y unos 300 modismos hasta ahora no
reconocidos. El número no es exacto por una razón sencillísima: mientras técnicamente sea posible, algún nuevo
vocablo de verificación fresca se podrá colar en las páginas. 

Un diccionario del habla no es un diccionario tradicional de la lengua al estilo de los canónicos de la Real
Academia Española (RAE), que recoge –o al menos intenta recoger– todas las disponibles en el idioma, y de
paso preservarse el poder, digamos, de policía sobre ese lenguaje: lo que diga esa institución es lo que vale, lo
que define; sus límites, son los del mundo en el que quiere seguir reinando. Kalinowski lo explica claramente: “La
RAE hizo un diccionario de ‘americanismos’, que recoge todas las palabras que pudieron identificar que son de
uso en países americanos, pero ese diccionario está diseñado para perpetuar la idea del ‘americanismo’. Acá
viven 400 millones de hablantes, ¿y es un -ismo? Es absurdo. En todo caso, ese es un diccionario que reúne
todas las palabras regionales del español salvo el de un país, España. Eso es, en realidad, una manera de
perpetuar el carácter marcado del léxico, y la idea de que el español está en España”. Si además de la pasión por
registrar algo tan efímero y permanente como las palabras de todos los días el DiHA tiene otra misión, es esa:
afirmar que acá hay un habla particular. 

–¿Por qué es importante que haya un diccionario del habla?

–La cuestión del léxico puede traer problemas a muchos usuarios. El usuarios extranjero, por ejemplo, que
necesita saber algo cotidiano que no va a encontrar en su diccionario de consulta. Un diccionario dedicado al
habla sirve también al estudiante. Es diacrónico, es decir, que no sólo incluye las palabras que están actualmente
en uso, sino también las poco usadas. Muchas de esas están en la literatura que esas personas están leyendo y
necesitan entenderlas para estudiar.

–¿Palabras en desuso como cuáles?

–Desusadas –dice Kalinowski y unos segundos de suspenso separan la revisión del diccionario de su
respuesta–. “Acamalar”, que es “sostener o mantener con dinero a una amante”. “Reunir y guardar dinero
especialmente” es la primera acepción. Otra: “biandazo”. Es “golpe, trompada”; tenemos un ejemplo de 1924:
“Recibiste los biandazos de la suerte mistonguera y a la nada se te fueron los momentos de esplendor”. 

El último ejemplo, tan lleno del lunfardo que alguna vez era moneda corriente en diálogos de un universo social –
y no necesariamente barriobajero y marginal–, fue extraído de un tango de Celedonio Flores (Nunca es tarde;
Julio Sosa lo grabó en 1957). Las letras de la lírica y los textos literarios son fuentes que el equipo detrás del
diccionario usa para contrastar las intuiciones y las observaciones, aún cuando a veces esas elecciones
presenten trampas, porque en algunos textos “como los de la gauchesca y el tango hay muchísimas dificultades
léxicas, porque hay una búsqueda del exotismo permanente”. Pero hay más fuentes: en pleno auge digital y
cuando arrecia el debate sobre la supervivencia o no de los medios en papel, a los lingüistas los diarios impresos
les sirven para verificar lo que sus intuiciones registraron en otros espacios. De hecho, en la nueva edición del
DiHA –al menos de momento– hay 506 ejemplos tomados de las páginas de este diario (ver aparte).

–¿Compiten entre ustedes por ver quién da con la palabra más difícil?

–Más que eso, en todo caso, canchereamos por encontrar la palabra más normal. El presidente de la AAL, José
Luis Moure, los llama “criptoargentinismos”. Son esas palabras que nunca se te pasa por la cabeza que son
argentinas: boquear, laburar, abrochadora, heladera, ¡morocho! Un colombiano si vos decís “morocho”, “petiso”,
no entiende de qué estás hablando. Son palabras de registro neutro, que perfectamente podría decirlos un
ministro en conferencia de prensa, pero que se entienden en Argentina.  Esa es una de las dificultades del trabajo
de detección. Uno tiene que agarrar el repertorio de palabras de todos los días y empezar a sospechar de eso.
Es nuestro trabajo y nos apasiona hacerlo.

svallejos@pagina12.com.ar 

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