colegirse de la igualdad «geométrica» que emplea Aristóteles en la doctrina
de la justicia en la Ética a Nicómaco. Sin embargo, desde fecha remota la tradición llamó analogía a aquella plurisignificación relativa; desde cuándo, no es fácil precisarlo. Y lo hizo con razón, pues la predicación pr’j õn es en realidad analogía, incluso en su sentido originario, el que le dio Platón (cf. supra, pág. 124). Es la idea de semejanza, después llamada analogía de pro- porción, reconocible aun en la «paronimia», como se la define al comienzo de las Categorías. También ahí la tradición ha estado en lo justo, al reducir la analogía a la paronimia, como redujo la univocidad y la equivocidad a sinonimia y homonimia respectivamente. Aristóteles ha utilizado, pues, en materia de analogía, un pensamiento platónico, aunque lo ha modificado un poco con una nueva terminología, cosa que originó después gran confusión, pues su analogía de cuatro términos se tomó por la analogía simplemente tal, y no se cayó en la cuenta de que la auténtica analogía es participación y semejanza, implicadas en la predicación pr’j õn. Sentido originario del ser. Hay, pues, también en Aristóteles, una analo- gía del ser, puesto que hay una significación primaria del ser, a la que son referidas todas las demás significaciones. Este sentido originario del ser corresponde a la sustancia primera, es decir, al ser real, concreto, individual, independiente. Aristóteles vio bien que la palabra oŸsÖa puede tener múltiples signi- ficaciones. Véase sobre ello el pasaje Met. D, 8, o en general los libros Z y H de la Metafísica dedicados a la oŸsÖa. Sin embargo, siempre queda claro en él que la sustancia primera es la oŸsÖa absolutamente hablando. El ser, en su sentido primitivo, está, pues, en Sócrates y no en el hombre en cuanto tal; tampoco se da en una determinada propiedad que conviene a Sócra- tes, sino en una sustancia que lleva en sí, como soporte, las propiedades y accidentes. Y ¿por qué? Responde Aristóteles: cuando se nos pregunta por la esencia de una cosa, no nos ocurre responder con alguna característica genérica, sino dando una respuesta concreta e individual. A este determi- nado hombre, por ejemplo, Sócrates, o a este determinado caballo, no lo describo yo adecuadamente en su propia peculiaridad diciendo que es un hombre, que es un caballo, sino presentando o señalando a Sócrates o a aquel determinado caballo en su única individualidad. Por ello también la especie es siempre algo más determinado que el género, porque se acerca más a la individualidad (Cat. 5; 2b 7-28). Otra razón que considera Aristóteles para dar la preferencia al singular sobre el universal es que la sustancia primera es el último sujeto de nuestros juicios. El sujeto de un juicio o proposición científica es siempre ciertamente un concepto universal, como ya vimos antes; pero teniendo en cuenta que el universal lo hemos deducido del particular, al modo antes explicado, nos queda lo particular en definitiva como lo último de lo que algo se predica. Y por ello es el particular el que