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¡PORTATE BIEN!

Sanación De Nuestro Niño Interior

Lic. MATILDE GARVICH

Cómo Transitar De los Mandatos Familiares A Las Elecciones


Personales
¡​PORTATE BIEN!
Sanación De Nuestro Niño Interior

Lic. MATILDE GARVICH


Dedico este libro a Juan, mi compañero en la vida, por el voto de confianza
que me da cada día. Y a mis hijos Sebastián y Matías cuyos
cuestionamientos me ayudan a crecer

A Susana Weinstein a quien considero mi maestra en todo lo aprendido


sobre el niño interior.
A Norma Osnajanski con quien trabajé intensamente en la elaboración y
escritura.

Gracias por todo


ENSAYO SOBRE UN ENSAYO
Matilde: has escrito un libro sobre el crecimiento amoroso,
unas páginas íntimas capaces de crear el clima en el que es
posible dialogar consigo mismo, con las propias heridas, los
recuerdos difíciles, nuestros propios temblores corporales y del
alma.
No es una obra científica, aunque no falte ciencia, ni tampoco
un volúmen de autoayuda; aunque efectivamente pueda ayudar y
asistir al otro. Se trata de una confesión articulada, una
meditación práctica en medio del cotidiano ejercer la vida.
Es el tuyo un ensayo, en la vieja tradición de la modernidad,
de un Montaigne. Al comienzo del mundo moderno, Montaigne
escribió ensayos y así los llamó. Ensayos, intentos fragmentarios,
experimentaciones, vivencias de una conciencia sorprendida,
casi en borrador, sincera en su desgarramiento, aprendiendo a
coserse y descoserse, estructurarse y desestructurarse, capaz de
no temer al flujo, a la corriente, al río del pensamiento en el que
nadamos y nos ahogamos desde Heráclito a William James, Sin
demasiados Salvavidas. Encuentros con un "yo" del que uno se
desprende, se retoma que explora cicatrices.
Ensayos, estudios sobre sí mismo en la medida en que uno
mismo es el otro y el otro es uno. Algo más que una referencia, el
riesgo de una identificación y el riesgo de una diferencia.
Tradición noble la del ensayo. En Argentina, -y pienso en
Ezequiel Martinez Estrada-, el ensayo se ocupa de lo Social, de
lo político, de las mentalidades. Nos falta la tradición francesa y
también americana, desde Emerson, del ensayo de ética
vivencial, fenomenológica, el describir las esencias de lo vivido. A
través de tus citas de Saint Exupery, Monterroso, Laura Esquivel
y Girondo, como de las historias de vida tomadas de tu práctica
terapéutica, sazonadas con tu experiencia personal así como las
acertadas referencias a los maestros -desde Freud y Perls hasta
Virginia Satir-nos entregás tu ensayo de cómo sobrevivir y vivir
plenamente este pasaje que los kabalistas llaman de katnut a
gadlut; de la esclavitud a la libertad, de la inmadurez a la
madurez del miedo a la aceptación conciente y luminosa de
nosotros mismos y de la vida. Para que el niño que llevamos
dentro no se nos atrofie, y mantenga el asombro, la llama del
deseo armonizada en la ley justa y no represiva.
Cumple tu ensayo con uno de los requisitos fundamentales de
un ensayo que es entretener.
Un ensayo se esfuma si no entretiene permanentemente,
si no entrega un goce de leer y de estar comunicándose consigo
mismo comparable a la narrativa o a la poesía.
​Como lector, he gozado leyendo este ensayo, he gozado de
la lectura y de la relectura de ese goce supremo de la relectura.
No sé si mientras escribías, se te aparecía el rostro del lector. A
mí, mientras te leía se me aparecía tu rostro, cierta picardía en
los ojos, una sonrisa de dificultad vencida y de dialéctica entre
relajación y tensión que es Matilde Garvich, quizás una Matilde
Garvich todavía más desnuda y definida que la Matilde Garvich
de todos los días.
Después de mucho adivinar tu rostro, terminé concentrándome
en el mío, y en el rostro de mi niño interno para poder ser padre
de mi propio niño interior. Le deseo, a los muchos lectores que
tendrán esta obra, esta misma alegría de sorprender no solo el
rostro de la autora sino también el rostro de sí mismo como padre
o madre de su niño interior acercándose a su propio candor
revelado sin vergüenza y con aceptación, con auténtica
Valoración de sí y estima del proceso que lleva a esta
conciliación.
Un libro riguroso del crecimiento amoroso que nos lleva a
abrazar al que fuimos, al que Somos y al que seremos así como
a la unidad de estas tres instancias.
RUBEN KANALENSTEIN
Primavera de 1995.
INTRODUCCIÓN
«... autenticidad, madurez, responsabilidad de los propios actos y vivir el
ahora con la creatividad del ahora a nuestra disposición, es todo una
misma cosa. Únicamente en el ahora estamos en contacto con lo que
ocurre...»
Fritz Perls

¿Qué nos impide vivir intensamente cada momento de


nuestra vida?, ¿cómo hacer para conectarnos con nosotros
mismos?, ¿qué pasos dar hoy para mejorar nuestra calidad de
Vida?.
Personalmente he tenido que recorrer un largo camino para
encontrar las respuestas a estos interrogantes y luego poder
ayudar a que otras personas también encuentren las propias.
A los 18 años emigré a Buenos Aires desde mi provincia
natal, Tucumán, dispuesta a cumplir ese sueño que acariciaba
desde niña: ser psicóloga. Sin embargo, al llegar a Buenos Aires,
me impactó la situación Socioeconómica y decidí cursar la
carrera de sociología. Recién después de haberme recibido
completé mis estudios en psicología y empecé a trabajar como
psicoterapeuta de niños, incluyendo a la familia en el tratamiento
puesto que siempre he defendido la idea de que los niños que
llegan a terapia no son más que un emergente de la problemática
familiar.
Tuve en aquellos años tres maestros por los que guardo un
enorme respeto: el Dr. Enrique Pichon Riviere, el Dr. Angel
Fiasché y la Dra. Dora Fiasché.
Años más tarde, cuando hice mi postgrado en el Centro
Médico Psicológico Buenos Aires, tuve la fortuna de encontrarme
con el Dr. Octavio Fernández Mouján, a quien le debo mucho de
lo que aprendí respecto de las crisis vitales.
Por aquel entonces, preocupada por ​la lógica de los
movimientos del sujeto en términos lacanianos, profundicé desde
esa escuela mis investigaciones en los orígenes de la conducta
humana. Pero todo eso no me bastaba, necesitaba acceder a las
personas desde un plano más directo; el encuadre psicoanalítico
con el cual estaba trabajando ya no me satisfacía. Incursiono
entonces en el psicodrama y viajo a los E.E.U.U., donde me
conecto con el Dr. Robert Weiss, de la Universidad de Harvard;
de él tomo su modelo para abordar grupalmente la crisis de la
separación matrimonial. Así empezó, por el año 80, mi camino en
el trabajo grupal desde un esquema referencial diferente.
Me resultaba conmovedor el estado de abatimiento y
desesperanza en el que caían las personas luego de haber
tomado la decisión de terminar con un vínculo en el que tantas
ilusiones habían puesto. Sentí la necesidad de crear un espacio
transicional, donde los divorciados pudiera encontrar sentido a lo
que les había pasado, asumiendo la propia responsabilidad y
participación en el hecho de separarse. Ese espacio tomó la
forma de Grupos de Reflexión para abordar esta problemática.
En este contexto, pude comprobar que el divorcio es un
reactivador de situaciones no resueltas, anteriores al matrimonio.
Cuando la separación se produce afloran rasgos de carácter que
habían permanecido, hasta entonces, ocultos o poco
desarrollados.
Poco a poco me fuí dando cuenta de que cada vez que estas
personas sin pareja se preguntaban ​¿qué quiero hoy para mí? o
¿qué sentido tiene mi vida sin el otro?, las respuestas no podían
provenir exclusivamente del trabajo terapéutico con el tema del
divorcio: quienes se formulaban estos interrogantes no eran sólo
separados sino adultos que dentro de sí albergaban un niño
herido y no escuchado. La clave para empezar a trabajar en este
campo la encontré en 1990, al viajar al Instituto Esalen de
California, donde conocí a quien luego sería mi maestra, la
terapeuta gestáltica, Lic. Susana Weinstein. Este encuentro me
permitió ir focalizando la tarea en la autoestima y los mandatos
familiares.
De aquella época data CARPE DIEM, el Centro de Prevención y
Tratamiento de las Crisis Familiares, donde actualmente trabajo
con el método que da origen a este libro: la ​Sanación de
Nuestro Niño Interior. ​A este centro no sólo concurren las
personas que están atravesando por su separación matrimonial,
sino también quienes están en crisis por viudez, muerte de un ser
querido o pérdida de trabajo, e incluso jóvenes con problemas de
relación, (que se presentan como ​tímidos). Lamentos, enojos y
reproches es lo que se escucha en boca de estas personas que
acuden a consulta buscando paliar su dolor. ¿Cómo ayudarlos a
salir de la queja inútil y el resentimiento? aquí es cuando el niño
interior tiene mucho para decir y enseñarnos. De su mano
podemos descubrir como nuestros conflictos presentes son
versiones actualizadas de un pasado en el que no fuimos
respetados. Sin embargo, el objetivo del trabajo de ​Sanación de
Nuestro Niño Interior no consiste en echar culpas a nuestros
padres o figuras significativas de la infancia, regodeándonos en
revivir cada episodio de humillación y atropello. Cada cual
reconstruye su propia historia de la infancia vivida, pero la
memoria es una forma de ficción y, como diría Freud, “​es como
usted lo recuerda no lo que verdaderamente ocurrió”. De allí que
hoy lo importante es encontrar el modo de no repetir lo que tanto
nos dañó.
De niños dependiámos de nuestros padres, de grandes tenemos
la responsabilidad de nutrirnos a nosotros mismos: a esto llamo
reparentalización. Nadie puede respirar por nosotros, la
respiración es hoy, no ayer, ni mañana. Así debe ser nuestra
vida. Como dice el Carpe Diem horaciano:
“Es preciso vivir cada momento, asignarle un valor único,
reconocerlo como tal. La vida no puede ser un muelle,
deslizarse a la espera de algún instante de particular
intensidad, que quizá no llegue; todos los instantes pueden
contener esa intensidad si se sabe descubrirla y
aprovecharla; porque después la rosa pierde su lozanía, la
luz apaga su resplandor, el tiempo desaprovechado sólo deja
espacio para el lamento inútil”.
Precisamente para poder encontrarnos con la intensidad del
presente, es que concebí la idea de escribir este libro, con la
esperanza de que las voces que aquí se despliegan sean una
guía para todos aquellos que todavía no encontraron la forma de
conectarse con su ​niño interior​. Personalmente, esta tarea
ardua y maravillosa, me llevó a encontrarme con mi niña y creer
en ella; comprendí finalmente que todo lo que sucede en la
infancia - tanto el dolor como la alegría, los errores como los
​ repara para los logros presentes.
aciertos- es lo que nos​ p
Ojalá que los recuerdos de la infancia que a cada uno le
aparezcan al leer estas páginas, sirvan para aprovechar la
sabiduría del propio ​niño interior​, para dejar de ser víctimas y
asumir la responsabilidad de los actos de la vida adulta.
Sanarnos es escucharnos una y otra vez, aceptándonos con
nuestras limitaciones y posibilidades, tal como somos,
transformándonos en los nuevos padres de nuestro ​niño in
terior.
MANDATOS FAMILIARES
«... Cuanto menos sabe un hombre acerca del pasado y del presente, más
inseguros serán sus juicios respecto del futuro...»
Sigmund Freud

-”... Sabes muy bien que por ser la más chica de las mujeres
a tí te corresponde cuidarme hasta el día de mi muerte,
Dicho esto, Mamá Elena se puso lentamente de pie,
guardó sus lentes dentro del delantal y a manera de orden
final repitió:
- Por hoy, hemos terminado con esto!
Tita sabía que dentro de las normas de comunicación de la
casa no estaba incluido el diálogo pero aún así, por primera
vez en su vida, intentó protestar a un mandato de su madre.
-Pero es que yo opino que...
iTú no opinas nada y se acabó! Nunca, por generaciones
nadie en mi familia ha protestado ante esta costumbre y no
va a ser una de mis hijas quien lo haga. Tita bajó la cabeza y
con la misma fuerza en que sus lágrimas cayeron sobre la
mesa, así cayó sobre ella su destino..."
El recuerdo de innumerables situaciones de opresión vividas
frente a los adultos, surge al leer este asfixiante diálogo entre una
madre y su hija, extractado de la novela ​"Como Agua para
Chocolate”, de Laura Esquivel: la obediencia ciega al deseo y la
imposición de los padres es una conducta universal durante la
infancia. ¿Nos queda acaso, alguna opción para no caer en el
desamparo?
Percibimos la conducta de nuestros padres desde el primer
día de vida ya que de bebés dependemos totalmente de ellos
para sobrevivir. Cuanto más chicos somos, menos posibilidades
tenemos de desobedecer.
Las frustraciones provocadas por la enseñanza que no
imponen nos van condicionando: las palabras paternas, los gritos
y las peleas, las exigencias y la ideología familiar se nos vuelven
algo interno. Nos damos cuenta desde muy temprano quien tiene
el poder y hacemos alianzas: ​papá el malo y mamá la buena, o a
la inversa. Tanto nos amoldamos a sus estilos que llega el
momento en que no sabemos quienes somos.

​Ya de adultos, nos encontramos comportándonos de un


modo que no entendemos muy bien a qué responde; incluso sin
darnos cuenta estamos hablando y pensando como nuestros
padres. Que sorpresa nos llevamos cuando alguien nos dice: ​sos
igualita a tu mamá o caminás igual que tu papá o hablás como tu
abuela. Cómo podría ser de otra manera si hemos pasado toda
una vida al lado de ellos, impregnándonos de sus formas de
actuar y de sus reacciones frente a diferentes situaciones.
Incorporamos no sólo lo que nos decían acerca de la escuela, los
amigos, los modales; sino también lo que ellos creían que era
una pareja, lo que opinaban sobre el sexo, la moral, el dinero y
que hacer con él... ideas que siguen dentro de nosotros
gobernándonos en forma de voces internas que luego recreamos
en nuestros vínculos actuales.
Cuántas veces, como Tita, agachamos la cabeza para de​cir:
Perdóname mamá, no lo volveré a hacer. De niños lo decíamos
ahogando la impotencia y el odio que nos producía la situación.
De adultos, el dolor y el miedo congelados en aquella etapa
resurgen ante cualquier equivocación. Los mandatos son tan
fuertes que nos marcan por el resto de nuestros días. Cuando
emprendemos el proceso de sanación empezamos a descubrir
como este agobiante legado incide en nuestras elecciones
presentes y cuanto de los impedimentos o dificultades que
bloquean nuestra conducta actual tienen que ver con la
educación recibida.

​Muchos quedamos prisioneros del sufrimiento vivido en la


infancia y permanecemos encerrados en él en vez de crecer. Nos
seguimos criticando como fuimos criticados, sin saber que esa
herencia que nos transmitieron nuestros padres estaba basada
en una pedagogía que exalta la obediencia, el orden y la
limpieza, así como el control de las emociones y los deseos como
valores supremos. Es la ​pedagogía venenosa de la cual habla la
psicoanalista suiza Alice Miller. Nuestros padres creían que los
chicos no entienden, que no deben contestar a los mayores, que
a golpes se hacen los hombres, que la letra con sangre entra o
que llorar es un signo de debilidad. Estos condicionamientos son
nuestra marca. Y no es la única:
"El niño es responsable del enojo de sus padres."
"Los padres siempre tienen razón."
"El cuerpo es algo sucio y desagradable."
“En boca Cerrada no entran moscas."
De todas estas creencias familiares -que sustentan a la
pedagogía venenosa- captamos mensajes implícitos: si no
obedecemos nos irá mal en la vida, seremos culpables de lo que
les pase a nuestros padres, o sufriremos desventuras al gozar de
nuestro cuerpo.
Mechi, una paciente de los grupos de ​Sanación de Nuestro
Niño Interior​, ha llegado a sus 48 años con una actitud corporal
muy rígida; suele mostrarse seria, conciliadora y transmite mucha
​ n trabajo grupal, recuerda que de niña era muy
tristeza. En u
inquieta, vivaz, alegre y cuestionadora: la llamaban ​la niña
terrible. A los 5 años, su madre hace un intento de suicidio y le
dicen: ​“fue por tu culpa, por no hacer caso”. Vivió con este peso
toda su vida. Un peso que aplastó a aquella niñita vital y rebelde.
Hoy Mechi no habla, no opina y si lo hace, experimenta mucho
temor. Recordar este episodio que la marcó a fuego y ver la
relación que guarda con su conducta actual, le permite a esta
mujer salir adelante y conectarse con la vitalidad de su niña, sin
temor a que nadie se suicide.
De adultos nos golpeamos y castigamos, o nos alentamos y
amamos, del mismo modo en que lo hicieron nuestros padres con
los niños que fuimos. Seguimos usando el casete grabado
durante los primeros años de vida; de nosotros depende borrarlo
o modificarlo.
Cuando a través del trabajo terapéutico reconocemos los
impedimentos que bloquean nuestro comportamiento presente,
aparece el deseo del cambio y la posibilidad de cuestionar
nuestras ataduras. Para poder cambiar no nos queda otra
alternativa que identificar los mandatos o voces internas; sólo así
podremos hacer frente a nuestras inhibiciones y a las dificultades
que experimentamos para sentirnos bien en la vida. Frases
como: ​los hombres sólo usan a las mujeres, cuidate de las
mujeres que son peligrosas, tenés que ser el mejor en todo,
tenés que defenderte sola, ¿sólo un 8 y no un 10? etc, repercuten
en nuestra elección de pareja, en la posibilidad de pedir ayuda o
reconocer nuestros errores. También es posible que nos
hayamos vuelto adictos al trabajo sin saber por qué; olvidamos
que en nuestra casa imperaba el mandato ​el trabajo está por
encima de los afectos.
​El desconocimiento del propio pasado provoca angustia; y
además impide encontrar la vía hacia la comprensión de nuestra
historia. Ya en 1904 -muchísimo antes de que conceptos como la
autoestima estuvieran en boga- James Allen habló de estos
temas. En su libro ​“Imagine su vida” dice:
"Eres creado y creces de acuerdo con leyes preestablecidas,
no a tu antojo. La causa y el efecto se asientan absolutos e
inamovibles en el reino oculto del pensamiento, así como en
el mundo visible de las cosas materiales...()... Debes pensar
con detenimiento respecto de tu situación y luchar por
regresar a la base sobre la cual está construído tu ser, antes
que de nuevo puedas volver a ser un amo sabio, que actúa
en el mejor interés de su casa.”
El sistema de creencias, ideas y pensamientos de nuestras
figuras significativas (padres, abuelos, tíos, maestros, hermanos)
es lo que llamamos ​Mandatos. De acuerdo con el diccionario, los
mandatos son: “órdenes o preceptos que el superior impone a
sus súbditos. Son órdenes sin explicación racional ni
justificación”. Si nos atenemos a esta definición, es casi imposible
​ iño de 5 años desobedeciendo al mandato
imaginar a un n

​ uestiona, a lo
paterno. El niño obedece, no pregunta, no se c

​ so, los m
sumo sufre; por e ​ andatos implican un alto grado de
violencia. ​Los hombres no lloran, las nenas que juegan a la
pelota son varoneras, son mandatos que se imponen como
verdades, y tendrá que pasar mucho tiempo para poder hacerles
frente.
Adan y Eva transgredieron el mandato y como consecuencia
sufrieron la expulsión del paraíso. Toda nuestra educación está
marcada por el temora desobedecer. Crecemos con miedo, y
tanto nos acostumbramos a responder a las expectativas de los
otros, que ya no sabemos qué pensamientos son en realidad
nuestros. Se nos han vuelto automáticos e inconcientes,
gobernando cada día de nuestra vida. Hoy, ya siendo adultos,
tenemos el derecho a preguntarnos si queremos seguir viviendo
de la manera en que lo estamos haciendo. Para crecer no nos
queda otra alternativa que cuestionar los mandatos. Si nos
atrevemos, podremos preguntarnos: ¿Es esto lo que realmente
quiero para mí? Pregunta básica que abre un mundo de
posibilidades.
La influencia de la dinámica familiar en la Vida de las
personas provoca diferentes reacciones. En el trabajo de
sanación, Mirta ​descubre que cada vez que se acerca a su
pareja actual en busca de cariño, si él no se lo da en forma
inmediata, siente el mismo desamparo que padecía de niña, ya
que -según ella recuerda - ​mi madre jamás me acariciaba.
Cuando entendemos que le estamos reclamando a nuestra
pareja lo que no pudimos pedirle a nuestras figuras significativas,
estamos en condiciones de recibir la respuesta del otro como
algo propio de su historia, que seguramente nada tiene que ver
con la nuestra. En ese momento limpiamos el campo de la
relación actual y el desamparo revivido comienza a desaparecer.

​Gerardo, quien tuvo una madre que se esquizofrenizó


cuando él era niño, no pudo obtener de ella las caricias que
necesitaba. Vive demandándole a su mujer que lo mime y lo
cuide, y si ella en algún momento no tiene deseo de hacerlo, él
se siente ​que no es querido. No ha entendido todavía que, en
realidad, a quién le está pidiendo estas caricias es a su mamá y
no a su esposa. El trabajo terapéutico permite que empecemos a
darnos cuenta de cuáles son en realidad nuestras demandas y a
quién están referidas.
Lila, de niña, veía el padecimiento de la madre frente a la
indiferencia de su padre; también veía como la amante recibía
todas las atenciones. En la casa se hablaba de esta situación
abiertamente. En aquel momento, Lila se prometió a sí misma:
“yo jamás me casaré ni voy a tener hijos”.
Recuerda que cuando no estaba el padre en la casa era una
fiesta, la madre manifestaba el alivio de que no estuviera el
marido. Lila comenta al respecto: ​una vez tuve un novio soltero y
le dije que parecía un marido. Cuando él me preguntó que tenía
esto de malo yo le respondí que los maridos eran aburridos.
Recién ahora me doy cuenta de que esta era la vivencia de mi
madre. Tuvieron que pasar 48 años para que Lila pudiera
reconocer el peso que esta creencia tuvo en su vida. No logró
una pareja estable y siempre ocupó el lugar de amante, creyendo
que de esta forma podía ser feliz.
Los sentimientos no verbalizados de la infancia quedan
reprimidos e irrumpirán más tarde de alguna forma. Lo no
expresado busca hacerse presente. Vicente, hijo de alemanes,
no conoció a su padre y fue internado por su madre en un asilo.
Hoy desplaza su rabia y enojo hacia los judíos, para él, ellos se
muestran siempre en la condición de ​víctimas. Lo que Vicente no
advierte es que él mismo se ubica en su vida diaria como una
víctima: víctima de su mujer que lo abandona igual que su madre,
víctima de sus hijos, que según él solo buscan su dinero.
Habitualmente, en las reuniones de grupo, Vicente tiene dificultad
para hablar del enojo que esta realidad le despierta. Hasta que
un día pregunta inocentemente: ​“¿Por qué cada vez más tengo
ganas de decir judíos de mierda”. Luego de la intervención del
terapeuta, pudo aceptar que era él quien se experimentaba a sí
mismo como una víctima. A partir de allí, le fue más fácil hablar
de su dolor y colocar su enojo donde en realidad correspondía.
Mantenerse desconectado del sufrimiento y frustración
experimentados significa perpetuar el dolor. De niños, no nos
dejaron expresar el enojo, la rabia y la tristeza. De adultos,
seguimos llevando adentro a aquel niñito enojado, dolorido,
avergonzado y humillado. Este niñito dañado está presente en
nuestros vínculos adultos, y manifiesta una insaciable sed de
amor, atención y afecto. Nos volvemos demandantes y
saboteamos lo que nos dan porque todavía no sabemos que, en
realidad, a quien nuestro niñito demanda es a sus figuras
primordiales. La confusión que vivimos nos lleva a no poder
separar nuestro mundo interno de la realidad exterior.
Durante su infancia Manuel fue muy castigado por sus
padres, incluso corporalmente, porque como único varón de la
casa no respondía al ideal familiar. Todos los problemas que
sucedían en la familia se le adjudicaban, y él se convirtió en un
rebelde. Inconcientemente, confirmaba los mensajes
desvalorizadores que siempre había escuchado: ​no servís, sos
un mentiroso. Manuel se escapaba del colegio, tenía malas
notas, hacía todo tipo de travesuras; para los padres era un chico
perdido, la vergüenza de la familia.
Ya adulto, aunque sabía que el padre le permitía trabajar en
su negocio sólo por lástima, aceptó la propuesta. La competencia
y la descalificación entre ambos era feroz, pero no podían
separarse, se necesitaban. El padre lo acusaba de robar
mercadería y dinero, Manuel se defendía continuamente aunque
nunca logró que le creyeran. Finalmente se casa con una mujer
muy dependiente, huérfana de madre desde muy chica, que ve
en la familia de él a la familia que ella no tuvo. Esta mujer se
somete a las agresiones de Manuel, que la trata con la misma
violencia que él recibió de chico. Ella hace alianza con el grupo
familiar: todos se sienten víctimas de este ​terrible agresor.
Actualmente, sus esfuerzos laborales suelen conducirlo al
fracaso. Inconcientemente, el objetivo de Manuel no es el trabajo
en sí: lo que él anhela es ser reconocido, aprobado y querido.
Aún hoy sigue buscando que su madre lo valore. No le basta que
a su cumpleaños número 40 asistan muchos amigos que lo
aprecian. Su insaciable sed de amor y reconocimiento por parte
de sus padres internos lo sigue acompañando y hasta que él no
se apruebe a sí mismo será difícil romper este círculo.
No es fácil conectarse con los mandatos recibidos en la
infancia. Al hacerlo, revivimos momentos de mucho sufrimiento
pero también empezamos a desarrollar todo aquello que quedó
enquistado. Entonces estamos más cerca de expresar lo que
necesitamos.
Ana tiene 20 años y sufre la burla humillante de sus
hermanos, quienes la instalaron en el lugar de la ​estúpida de ​la
familia. Frente a esta conducta agresiva, ella no se defiende pues
cree que tanto su madre como su padre comparten la misma
opinión. Cada vez que Ana comienza a hablar, la madre le dice:
callate, siempre diciendo estupideces. Ana está convencida de
que esto es así; la vergüenza que siente la paraliza. En el ámbito
laboral es respetada, trabaja en silencio en una tarea que no le
exige mostrarse demasiado. Consiguió su actual trabajo por
medio de un profesor que supo valorarla, pero a ella el
reconocimiento de alguien externo al grupo familiar no le interesa.
Lo que ansía desesperadamente es ser vista por su familia. ¿Qué
importa que para lograrlo deba someterse a cumplir el rol de la
tonta? Prefiere esto a rebelarse y perder el entorno familiar. Al
empezar a trabajar con su niña, descubre el precio que paga por
su supuesta seguridad. Lo que se pone de manifiesto en casos
como estos es nuestra capacidad o no de confiar. La confianza
básica se desarrolla en los dos primeros años de vida, si fuimos
heridos en esta etapa tendremos luego mucha dificultad para
creer en lo que somos capaces de hacer.
En las relaciones amorosas la desconfianza se traduce en un
miedo profundo a ser abandonados. Los fracasos amorosos se
viven con desesperación y tratamos de evitarlos intentando ser
indispensables para el otro. En lo social, el no confiar en nosotros
mismos nos lleva a tratar de ser invisibles, a que nuestra
presencia no se note. Necesitamos ser acariciados y tocados,
valorados y estimados, pero no lo expresamos. Cada vez que
nos relacionamos de esta forma con los demás, es nuestra
historia la que está pesando sin que nos demos cuenta. Algunos
testimonios de los integrantes de los ​Grupos de Sanación de
Nuestro Niño Interior ​son demostrativos de estos mecanismo.
A Julio, cuando era niño, sus padres le decían: ​“tenés que
trabajar para acomodarnos a nosotros”. Y él trabajó siempre para
satisfacer las necesidades paternas. Trabajó tanto que ni siquiera
ha podido casarse, pues nunca logró el dinero suficiente para
independizarse. Recién durante el trabajo grupal fue registrando
el nexo que había entre la postergación de sus proyectos y la
atadura al mandato familiar.
Pedro comenta que para sus padres sólo el estudio y el título
​ una persona. Por lo tanto, lo único
universitario daban valor a
que él hizo fue estudiar para satisfacer esta expectativa paterna.
El título lo logró, pero no se siente feliz. No le es fácil conseguir
trabajo, o conservarlo, y cuando lo obtiene; consigue alguna tarea
ajena a su formación profesional. Pedro ha encontrado una forma
poco satisfactoria de rebelarse al mandato.
Elena perdió a los 7 años a toda su familia en un accidente.
Recuerda que su padre, que era extranjero, siempre le decía: ​“el
que sobrevive a dos guerras, puede seguir viviendo. Preferible
morir que doblegarse”. Elena se crió en un orfelinato, donde el
recuerdo constante de las palabras de su padre la ayudó a
sobrevivir en las situaciones más difíciles. Se recibió en la
Universidad, se autoabastece pues es una mujer que, como su
padre le inculcó, prefiere morir antes que doblegarse. Semejante
mandato la llevó a pensar que manifestar sus necesidades es
mostrar debilidad. Le resulta muy difícil llorar, no se casó ni tuvo
pareja estable. Su energía ha estado al servicio de encubrir su
fragilidad.
“Mientras al niño no le esté permitido darse cuenta de lo que le
ocurrió, una parte de su vida emocional permanecerá congelada,
y su sensibilidad ante las humillaciones de la infancia quedará
embotada", dijo alguna vez Alice Miller. De eso trata
precisamente el trabajo de ​Sanación del Niño Interior​: rescatar
nuestra idiosincracia para que surja la energía vital.
LA VERGÜENZA TÓXICA
“A causa de nuestros condicionamientos todos vivimos con un sentimiento
de vergüenza tóxica y experimentamos esto como una perversa sensación
de ser defectusos como seres humanos”
John Bradshaw

Me veo aún. Tengo doce años, y estoy sentada en el umbral


de mi casa mirando con inmensa tristeza como pasa la gente por
la vereda. En esos domingos de provincia me parecía que yo era
la única que no iba a la plaza a dar la acostumbrada vuelta del
perro. No quería ir, me avergonzaba mi cuerpo, me sentía gorda
y fea e imaginaba que nadie quería estar a mi lado. Pero ese era
mi secreto, porque yo disfrazaba el dolor con una actitud
​ hipercrítica: “​es una​ estupidez ir a la plaza”, “​se pierde el tiempo”,
“​a mí no me interesa”.
Ni los ruegos de mi madre, ni las súplicas de algunos amigos
lograron arrancarme de mi encierro. Aunque yo no lo supiera en
aquel momento estaba encerrada en la cárcel de la ​vergüenza
tóxica. No siempre la vergüenza es tóxica o paralizante. Por
ejemplo, pocas personas logran evadir el sentimiento de
incomodidad o ridículo que se experimenta frente a situaciones
nuevas o conductas inapropiadas tales como: hablar en público,
caerse en la calle, que una ola nos arranque el corpiño del traje
de baño, o que la bragueta del pantalón aparezca abierta. Todas
estas situaciones despiertan un sentimiento natural de
vergüenza, que nos alerta acerca de ciertas convenciones que la
mayoría comparte al vivir en comunidad. Y esto es así, cuando
recordamos episodios que en algún momento de nuestra vida
nos ocasionaron algo más que incomodidad. Pablo siente que ha
quedado marcado por ​hacer cosas que no debía. Estaba en la
ducha masturbándose, se cayó y se abrió el mentón. Hoy, la
presencia de su cicatriz es un recordatorio constante de aquel
momento. Eduardo, cuando tenía 10 años, entró
clandestinamente a un teatro de revistas y al tropezar fue
descubierto por el ruido que ocasionó. La burla y la risa de los
espectadores aún resuenan en sus oídos.
Otros, bombardeados por los ideales que imponen los medios
de comunicación viven avergonzados de su aspecto físico. El
grado de vergüenza que experimentamos será diferente en unos
y otros. Cuando escuchamos la vergüenza ajena nos parece una
tontera, pero para el que la padece es una tortura. ¿Qué es lo
que diferencia este sentimiento de aquello que llamamos
vergüenza tóxica? La persistente sensación de ser defectuoso,
inútil, torpe, el estar alertas esperando la descalificación y el
profundo miedo al ridículo y la crítica. El núcleo básico de este
sentimiento ha sido generado por los episodios hirientes vividos
en la infancia.
En la cultura vigente, muchos niños aprenden a la fuerza que
no tienen permiso para expresarse espontáneamente. Si
reiteradamente nos señalan nuestros errores, burlándose de
nuestros sentimientos y percepciones, entramos en un estado de
confusión que nos deja sin parámetros para actuar. Hemos
escuchado hasta el hartazgo frases como: ​basta de llorar o te voy
a dar una paliza; andá a jugar, este no es un tema para que vos
escuches; tu mamá y yo no estamos peleando, nos estamos
acariciando; esto no te está doliendo, no grites. La contradicción
que se produce entre lo que vemos y lo que nos dicen que
sucede nos lleva a pensar: ​Hay algo malo en mí.
Así nace la vergüenza de nuestras percepciones y
sentimientos, perdemos todo contacto con los recursos propios y
nuestra capacidad de elección queda anulada. Para sobrevivir
emocionalmente a este dolor, nos acomodamos a los deseos
ajenos. Poco a poco, vamos perdiendo aquello que Virginia Satir
define como: ​las cinco libertades básicas del ser humano.
“La libertad de ver y escuchar lo que está aquí,
en lugar de lo que debería ser, fue o será.
La libertad de decir lo que uno siente o piensa, en lugar de lo
que debería sentir y pensar.
La libertad de sentir lo que uno siente, en lugar
de lo que uno debería sentir.
La libertad de pedir lo que uno quiere, en lugar
de pedir permiso para hacerlo.
La libertad de correr riesgos por propia cuenta,
en lugar de elegir solo lo que es seguro.

No perdemos estas libertades porque sí, ya que necesitamos


amoldarnos a las expectativas familiares.
Cuando Andrés le pregunta a su mamá por qué llora, ella le
contesta que no está llorando. Cuando María, angustiada,
escucha los gritos de la pelea de sus padres, ellos le dicen que
se retire, porque en realidad están jugando. Cuando Jorge se
​ ue acaba de construir,
acerca a su padre para mostrarle la torre q
Sólo recibe un comentario descalificador: ​¿Quién te la hizo?; o
como Juanita que recuerda haber recibido un premio en 3er
grado y al llegar a su casa, la madre en vez de felicitarla le dijo:
“te lo dieron porque yo hable con la maestra”
¿Cómo de niños podemos soportar tantos mensajes
contradictorios, de parte de figuras que son nuestro sostén
emocional?
Un modo de tolerarlo es replegarse, sentirse malo, tonto,
torpe e incapaz​. "Este profundo sentido de deficiencia es una
herida que se infiere a nuestro ser. Yo lo llamo vergüenza tóxica
y ninguno de nosotros ha escapado indemne”, explica el
psicológo norteamericano John Bradshaw.
La familia es el pilar donde desarrollamos los cimientos de
nuestra personalidad, el escenario donde se despliega el proceso
de socialización, el torno que moldea nuestro carácter de acuerdo
con los valores que imperan en cada cultura. La famosa canción
de Juan Manuel Serrat “Estos locos bajitos”, es una pintura
acertadísima de cómo Se va dando el proceso de socialización:

"A menudo los hijos se nos parecen


así nos dan la primera satisfacción

...y a los que por su bien hay que domesticar

Niño, deja de joder con la pelota


Niño, que eso no se dice, que eso no se hace,
que eso no se toca
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma
nuestros rencores y nuestro porvenir

... por eso nos parece que son de goma


que les bastan nuestros cuentos para dormir

Nos empeñamos en dirigir sus vidas


sin saber el oficio y su vocación
les vamos transmitiendo nuestras frustraciones...”

Tal como expresa la canción para nuestras familias ​somos de


goma, y las formas que adoptaremos dependerán del tipo de
familia en que nos criamos. En los grupos terapéuticos de
Sanación de Nuestro Niño Interior realizamos dramatizaciones
sobre la familia de origen. Cada miembro del grupo cuenta al otro
algo particular del funcionamiento de su familia y luego, a partir
de las historias de todos, se arma una escena representativa. Es
impactante comprobar hasta qué punto este tipo de vivencias
infantiles tiene un núcleo común. Comúnmente aparecen familias
con situaciones conflictivas, en las que nadie escucha al otro, hay
violencia y falta de comunicación en la pareja. Encontrar una
familia con una dinámica diferente parece casi imposible.
Es bastante revelador que las escenas que se dramatizan
sucedan siempre alrededor de la mesa familiar, como si éste
fuera el único punto de encuentro. Frecuentemente aparece un
padre ausente indiferente ante los problemas de la casa, que lo
único que pide es silencio y que no lo molesten, explicando que
está cansado de trabajar para alimentar a todos. La madre es un
personaje controlador; cuando se siente impotente frente a sus
hijos, apela con una frase típica a la supuesta autoridad del
padre, para que castigue o ponga límites: ​"ahora, cuando venga
papá, vas a ver”. Habitualmente, la mujer le grita al marido: ("​¡es
hora que te ocupes de tus hijos!”), y el marido, para no generar
más problemas, obedece sin saber muy bien de qué se trata. Por


otra parte, ambos afirman que discuten por causa de los hijos y

los hijos no hablan frente a los padres pues no se sienten


escuchados. También los hermanos se pelean entre sí y adoptan
cada uno un rol rígido para satisfacción de los padres que puede
ser: el vago, el inteligente, el bueno, el caprichoso, el rebelde,
etc.
En este tipo de escenas familiares, lo que se escucha todo el
tiempo son imposiciones, obligaciones y condiciones, un caldo de
cultivo ideal para que los hijos crezcan en la impotencia y el
sometimiento. Esta familia, a la cual los especialistas denominan
disfuncional, tiene una dinámica propia: niegan los problemas y
nadie pregunta si al otro le preocupa algo, porque ya saben de
antemano que no habrá respuesta. Todos se sienten atacados y
cuestionados cuando intentan comunicarse y esclarecer
situaciones. Por eso fingen que no les pasa nada; los problemas
se originan en causas ajenas a ellos.
Viven pegoteados, no se pueden separar, el clima es de
agresión y frustración latente, interactúan inmersos en la
acusación. Los padres les reprochan: ​trabajo por ustedes porque
son unos vagos, no me voy por no dejarlos solos, si no, etc. Los
hijos están pendientes de los problemas de pareja de los padres
y se creen causantes de estos enfrentamientos. Y así siguen
enredados, asustados, haciéndose cargo de lo que le pasa al
otro, y sin poder asumir lo propio. Es en este clima familiar donde
se genera la ​Vergüenza Tóxica mostrarse es exponerse y esto
causa mucha angustia. Si en casa fuimos descalificados, es fácil
pensar que peor nos va a resultar el ​afuera. Se robustece el
profundo miedo a la crítica, a que los demás nos descubran
alguna falla, a no agradar o que nos lleguen a comparar con los
otros. Cada vez más vamos evitando todo tipo de contactos, y si
tenemos que exponernos a situaciones imprevistas, se produce
la aceleración del ritmo cardíaco, temblores, sudoración,
náuseas, tensión. Poco a poco nos da vergüenza tener
vergüenza.
La ​Vergüenza Tóxica paraliza, y es producto de pautas
culturales por las que también nuestros padres se sintieron
inhibidos. Su vergüenza se manifestaba a través de prejuicios o
de posturas hipercríticas, tenían pocos amigos porque siempre
había ​algo que no les gustaba de la gente, vivían lamentándose
de que los hijos ocupan mucho tiempo, o no salían a pasear
porque debían ocuparse de la casa. Por no poder hacerse cargo
de sus emociones, los padres avergonzados viven en una eterna
soledad y desamparo. Es lógico que condenen a sus hijos a lo
mismo. Los hijos, entre tanto, se ven obligados a disfrazarse de
adultos. Todo lo saben, todo lo pueden hacer, no necesitan nada.
Este es un triste disfraz que encubre al niño herido y descuidado.
Frecuentemente, a ese niño se lo hace cómplice de los secretos
familiares ya que debe negar el alcoholismo del padre, su
violencia, tal vez se le prohíbe hablar de la enfermedad mental de
algún pariente, de la cleptomanía de otro, o incluso es partícipe
de situaciones de infidelidad. Como Rosa, quien a los 5 años
debía acompañar a su madre al departamento del amante y
callar. Cuando hoy recuerda esa situación, aparece la niñita
sufriente de aquel entonces, se ruboriza y tiene palpitaciones
como si el tiempo no hubiese pasado.
La manipulación y el avasallamiento que sufren los hijos en
las familias ​disfuncionales son tan poderosas, que los padres se
sienten con derecho no sólo a decidir que sus hijos sean
obedientes, ahorrativos o no contestadores, sino también a elegir
su ropa, sus amigos, sus salidas, etc. En casos extremos, llegan
a los castigos corporales y las descalificaciones continuas.
Ana, que tiene 20 años, comenta que su madre le quiere
imponer el estilo de ropa que ella debe usar, y a tal punto
funciona esta imposición, que se la compra. Ella acepta su
responsabilidad en esta intromisión, ya que atenazada por su
intenso sentimiento de ​vergüenza tóxica, pocas veces se anima a
elegir algo para sí misma. Ante este comentario, un compañero
de grupo de Ana, reconoce que su mujer también le compra toda
su ropa, porque él ​no sabe lo que quiere.
Cuanto más hayan abusado de nosotros en nuestra infancia,
más probabilidades hay de que nos sintamos avergonzados y
menores serán las posibilidades de establecer relaciones
estimulantes, satisfactorias y creativas en la vida adulta.
Los vínculos disfuncionales llevan al niño a pensar: ​“yo soy
poco digno de ser amado, mis padres son buenos, el malo soy
yo, todo se los debo a ellos”. Ya de adulto, si la persona logra
más felicidad o bienestar económico que los padres, es probable
que experimente un gran sentimiento de culpa que se difundirá a
todos los niveles de su vida.
Raúl, hijo de una familia muy humilde, llegó a ser profesional
con mucho esfuerzo. Tiene un cargo importante que le permite
tener un buen nivel de vida. Pero esto no alcanza para ser
reconocido por su padre; cuando lo invitó a ver su oficina nueva,
lo primero que el anciano dijo fue: ​segurо que curraste. Con
mucho dolor, Raúl recuerda: ​"en casa sólo se escuchaba ganarás
el pan con el sudor de tu frente; ahora yo no tengo permiso para
gozar, vivo justificándome y si me permito vivir un poco mejor
tengo culpa". Si el padre no confía en él, ¿cómo Raúl se va a
permitir hacer un buen negocio?. Su niño herido tiene miedo a la
acusación y no confía en que lo que logra sea producto de su
esfuerzo.
Alma es un ejemplo más de la falta de registro que muchos
padres tienen respecto de las necesidades infantiles. Cuando era
pequeña tuvo que cuidar de ocho hermanos menores y satisfacer
permanentemente las demandas de su familia. Todo estaba
prohibido para ella, solo debía obedecer. A los 15 años, recibe
una cartita de amor, se la muestra a su mamá y ésta, una vez
más, se burla de ella, señalándole que con su fealdad quien
podría quererla, Alma recuerda con mucho dolor aquel momento
en que descartó la propuesta de su noviecito, para casarse luego
con una persona mayor que la descalificaba igual que su madre.
Siempre vivió avergonzada, humillada. Le decían: ​sos una inútil,
sos una gordita fea. Tuvo 5 hijos, a los que crió con el mismo
sentido de obligación con el que había tenido que hacerse cargo
de sus hermanos. Alma está bloqueada afectivamente, no sabe
cuándo poner límites, qué es lo que tiene que dar o no en una
relación. Ella reconoce que no puede imaginar ni planificar nada,
todo me paraliza, me veo vieja, rezongona, enojada, amargada,
tengo vergüenza de mi casa, no puedo aceptar a mis hijos como
son, no estoy contenta con lo que hago”. En general, tiene
dificultades de contacto, pues cree que pierde autoridad cuando
demuestra cariño. A los 53 años, sigue cuidando niños ajenos
como babysitter. Alma está invadida de miedos e inseguridades.
Los mismos sentimientos que alguna vez experimentó el
escritor Herman Hesse: ​“Fue el miedo, el miedo y la
inseguridad, lo que sentí en aquellas horas de infelicidad,
miedo al castigo, miedo a mi propia conciencia, miedo a las
inquietudes de mi alma, a la que acabé por sentir como
prohibida y perversa”. Muchos de nosotros, como Hesse,
alguna vez hemos sentido miedo a nuestros propios
sentimientos. Es entonces cuando podemos reconocer a la
vergüenza tóxica, que se está manifestando. Y se manifiesta toda
vez que nos sentimos derrotados, débiles e impotentes. O
cuando alguna situación nos desborda y nos hundimos en la
degradación y la sensación de fracaso. En esas circunstancias es
fácil que el crítico interior nos llene de culpabilidad. Por Supuesto,
no siempre podemos afrontar tanto malestar y para evitarlo, lo
encubrimos con actitudes omnipotentes, como la de la zorra en la
Fábula, que antes que admitir su imposibilidad de alcanzar las
uvas, elige decir: “no me importa porque todavía están todas
verdes”.
La mezcla de sentimientos nos va alejando más de los
espacios de conexión con el mundo, hasta que nos inunda la
desesperanza. Salir de este estado no es imposible, pero no
depende de fórmulas mágicas, sino de un proceso largo que va
dando sus frutos.
LAS MÁSCARAS
ENCUBRIDORAS
“...Tan a menudo hemos observado gente
que
mira sin ver
oye sin escuchar
habla sin sentido
se mueve sin darse cuenta
toca sin sentir…”
Virginia Satir

La escena es así: mi madre está en la cama, luego de un


aborto, y su hermana mayor la acompaña hablando mal de mi
padre. Yo doy vueltas por ahí, con muchísima angustia. No
puedo preguntar, ni llorar, ni gritar. Hago como que no sé nada y
me trago las falsas explicaciones que tratan de darme.
A medida que escribo este recuerdo, mis ojos se llenan de
lágrimas; huelo aún el aroma que había en la habitación, veo el
gran ropero inglés y aquella cama grande con sus dos mesitas de
luz. Sobre todo, revivo el clima de tensión y odio contra mi padre​,
el culpable de la situación.
En aquel momento, confirmé lo que siempre se había requerido
de mí: que fuera una hija buena y obediente, poco ruidosa y
colaboradora. Me puse esa máscara y me disfracé hasta
convertirme en ​Mi Cuquita, como me llamaba mamá. Temía que
si mostraba lo que realmente sentía: miedo, dudas, bronca, mis
padres me iban a rechazar.
Y esto es así: desde muy chicos percibimos que si hacemos lo
que deseamos corremos el riesgo de que no nos acepten. Si nos
critican y nos humillan constantemente nos volvemos mudos y
sordos; creamos eso que se llama el falso self, la máscara
encubridora de nuestro rostro verdadero.
Máscaras, personalidades Oliverio Girondo, en su libro
“Espantapájaros", habla de un modo inigualable de este juego:
“Yo no tengo una personalidad; yo soy un coktail, un
conglomerado, una manifestación de personalidades. En mí,
la personalidad es una especie de forunculosis anímica en
estado crónico de erupción; nо раsа теdia hora sin qие те
nazca una nueva personalidad...()...
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso!
¡Imposible saber cuál es la verdadera!...”.
Las múltiples máscaras nos permiten desenvolvernos en la
vida de una manera ​correcta, como ​debe ser. Nos permiten
quedar bien, ser simpáticos, educados, y hacer todo lo que
creemos que se espera de nosotros. Invitamos a nuestro hogar -
aunque nos provoque malestar e insatisfacción - a gente que no
nos agrada, pero lo hacemos porque son relaciones
convenientes; nos callamos ante situaciones ofensivas por miedo
a perder el empleo. A veces tiene que pasar mucho tiempo de
trabajo terapéutico para que nos demos cuenta del efecto que
estos disfraces tienen en nuestra vida. En la cotidianidad, no
somos concientes de la variedad de personalidades que
adoptamos. Nos transformamos en el niño bueno, la princesita de
papá, el omnipotente, el cuidador, la contestadora, el sacrificado
de la familia; y también en el malo, la víctima, el fracaso.
“​ ...hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en
el corredor, en la cocina, hasta en el W.C.”,
ironiza Girondo. Cada uno de estos disfraces nos da seguridad y
protección, pero nos impide conocer nuestro propio deseo.
La máscara sirve para esconder los sentimientos y revela sólo
lo que uno imagina que el otro quiere ver: si yo imagino que el
otro me quiere buena, y me pongo la máscara de buena,
entonces seré querida. Este amoldarse permanentemente a las
expectativas ajenas provoca vacío, extrañamiento, desazón.
“Creo que soy una sola persona y no me doy cuenta cuántas
personalidades conviven en mí. Aunque me veo forzado a
convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no
me convenzo de que me pertenezcan”, dice Girondo.
Otro escritor, el guatemalteco Augusto Monterroso, logra
también una acertada metáfora de lo que es vivir pendiente de la
mirada ajena. En una de sus fábulas titulada “​La rana que quería

ser una rana auténtica ”​, cuenta:
«Había una vez una rana que quería ser una Rana
auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba
largamente buscando su ansiada autenticidad.
Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el
humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y
guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio
valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse
y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro
recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían
que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su
cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó
a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez
mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a
cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana
auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las
comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando
decían que qué buena Rana, que parecía Pollo».
Detrás de este anhelo inconsciente de ​ser todo para el otro, a
veces anida el uso de la máscara como arma de poder. La
máscara de víctima, por ejemplo, permite no responsabilizarse de
actos por los que preferimos culpar a otros: la separación
matrimonial, una quiebra comercial, el mal desempeño en un
examen, etc.
John Bradshaw sostiene: "...las personas que juegan este
rol o estrategias tienen un resultado inegable, pues si yo soy
menos que humano, nadie puede esperar nada de mí. Si yo
me reprocho todo el tiempo, nadie más puede quejarse de
mí, me desprendo de toda responsabilidad pues yo ya soy
un fracaso".

El falso self nos protege ilusoriamente de la confusión y


desorientación que nos provoca la vergüenza internalizada. Al
sentirnos incapaces y desvalorizados, empezamos a encubrir lo
que verdaderamente sentimos. Como estrategia, escondemos
detrás de muchas capas de defensa nuestro auténtico ser, hasta
que perdemos conciencia de quienes somos realmente. Alice
Miller lo llama ​El asesinato del alma.
Desprovistos de alma, nos tornamos insaciables, violentos,
o compulsivos, y cuando de adultos formamos una pareja,
creemos ver en el otro al padre o la madre que podrán responder
a nuestras demandas de criatura insatisfecha. Demandas que de
niños no pudimos formular y que siendo grandes pretendemos
que el otro adivine.
El angustiante círculo vicioso en que nos debatimos fue
descrito de este modo por Ronald Laing:
“Me parece que tú sabes qué es lo que yo debería
Saber
pero no puedes decirme qué es
porque no sabes que no sé lo que es.
Tal vez tú sepas lo que yo no sé, pero no sabes
que yo no lo sé,
y no puedo decírtelo. Así que tendrás que decírmelo
todo”.
Sin embargo, el otro no nos da, no nos dice, no se da por
enterado, el otro no es papá o mamá. Los malos entendidos que
se generan por no expresar lo que necesitamos nos llevan a
conflictos reiterados en nuestra vida de relación.
Elsa entra a un negocio y la vendedora no la atiende
amablemente. Ella se siente herida y se va sin recriminarle nada,
pensando que​ todo ha sido por su culpa.
Pedro cree que en una pareja que funciona bien, la mujer
debe esperar al marido con la comida lista. Cuando él llega a su
casa y no encuentra la cena en la mesa, enseguida imagina​: que
ya no la quiere más.
Alberto desea tener relaciones sexuales con su mujer, pero no
lo explicita. Supone que ella no tiene ganas. Sin aclarar la
situación, se dice: ​seguro que ya no me desea.
Evitaríamos mucho sufrimiento si en vez de vivir sobre la
base de suposiciones le preguntáramos al otro si lo que le pasa
está relacionado con nosotros. Sin embargo, seguimos sin dejar
aflorar las diferencias, negamos nuestras necesidades e
ignoramos lo que requiere nuestro ​niño interior​. El temor a
escuchar lo que no queremos oír nos lleva a poner la mesa
siempre, a decir invariablemente sí cuando nos desean
sexualmente, o a ser amables a pesar nuestro.
Por el miedo a no ser queridos nos sometemos a la más
terrible de las soledades: la soledad acompañados. No somos
tomados en cuenta, y lo más triste es que nosotros mismos
tampoco nos tomamos en cuenta. Cada vez nos desconectamos
más de nuestro niño, y cuanto mayor es la desconexión, más
encubrimos nuestros sentimientos, protegiéndonos detrás de la
máscara del fuerte, del que se las arregla solo, del inteligente o
del fracasado. ¿La máscara de qué nos protege?, si es
justamente la que nos lleva a vivir ​como si, a tener nuestra
creatividad encapsulada.
De niños, nuestra mayor preocupación era detectar qué tenía
el otro que nosotros no tuviéramos. Seguramente nos hicimos
esta pregunta al advertir que no éramos todo para mamá:
también papá era importante para ella. Desde entonces
empezamos a creer que lo ajeno es superior a lo propio. Ese niño
inseguro de su propia valía es el que, al ser adulto, teme que su
pareja se vaya detrás de otra persona que ​vale más. Justamente
los celos y la rivalidad se sustentan en este juego nefasto de la
comparación.
Otra fábula de Monterroso - ​"La mosca que soñaba que
era águila" devela esta constante insatisfacción que
experimentamos respecto de nuestro ser.
​“Había una vez una Mosca que todas las noches soñaba
que era un Águila y que se encontraba volando por los Alpes
y por los Andes.
En los primeros momentos esto la volvía loca de
felicidad; pero pasado un tiempo le causaba una sensación
de angustia, pues hallaba las alas demasiado grandes, el
cuerpo demasiado pesado, el pico demasiado duro y las
garras demasiado fuertes.
Bueno, que todo este gran aparato le impedía posarse a
gusto sobre los ricos pasteles o sobre las inmundicias
humanas, así como sufrir a conciencia dándose topes contra
los vidrios de su cuarto.
En realidad no quería andar en las grandes alturas, o en
los espacios libres, ni mucho menos.
Pero, cuando volvía en sí, lamentaba con toda el alma no
ser un Águila para remontar montañas, y se sentía tristísima
de ser una Mosca, y por eso volaba tanto, y estaba tan
inquieta, y daba tantas vueltas, hasta que lentamente, por la
noche, volvía a poner las sienes en la almohada".
Es probable que - como la mosca de la fábula -, nosotros
también estemos pretendiendo ser lo que no somos; sin
embargo, si nos damos cuenta de que tampoco así logramos
bienestar, tal vez podamos comenzar el camino de la sanación.
Las máscaras nos fueron útiles en un momento de nuestro
crecimiento evolutivo. No obstante si hoy las seguimlos usando,
sólo nos llevarán al aislamiento.
Delia es un ejemplo de este drama. Tiene 36 años y su misión
fue darle sentido, primero a la vida de su madre, y luego a la de
su esposo. Cuando era niña sufrió muchas enfermedades y la
sobreprotección agobiante de su madre, quien llegaba al extremo
de calentarle los helados para que no le hicieran mal, mientras le
repetía te vas a enfermar si yo no te cuido. Se casa a los 24 años
con un hombre que la protegió posesivamente como la madre. El
marido justificaba su conducta con frases como: ​sin mí a tu lado
no sos nada. La fuerza descalificadora de lo que le transmitieron
instaló a Delia en la falsa creencia de que dependía totalmente
de los otros para subsistir. No era cierto; ella es una profesional
capaz de autoabastecerse económicamente y de hacerse cargo
de su hijo. Sólo pudo asumir estas capacidades tras un largo
trabajo terapéutico que la conectó con su propia fortaleza,
aplastada hasta entonces bajo un cúmulo de máscaras y
mandatos.
Cuando atravesamos el miedo a enfrentarnos a nuestro propio
deseo, empezamos a emplear conductas diferentes. Dejamos de
guerrear con nosotros mismos, nos animamos a cuestionar
mandatos y creencias, y nos arrancamos las máscaras,
comenzando así el camino de nuestra sanación interior.
​ eguramente entonces podremos captar las verdades
S
implícitas en esta mirada del maestro Osho.
“...Mira a los ojos de un niño, no puedes encontrar nada
más profundo. Los ojos de un niño son un abismo, no hay
fondo en ellos. Desafortunadamente, la sociedad lo
destruirá, pronto sus ojos serán solamente superficiales, por
las capas y capas de condicionamientos; esa profundidad,
esa inmensa profundidad habrá desaparecido muy pronto. Y
ése era su rostro original...()... Una vez, también fue tu rostro,
y aunque tú lo has olvidado, está aún allí dentro de ti,
esperando que algún día sea redescubierto ...”
“Estás solo en el mundo; solo has venido al mundo, solo
estás aquí y solo dejarás este mundo. Todas tus opiniones
quedarán atrás, sólo te llevarás contigo tus sentimientos
originales, tus experiencias auténticas, incluso más allá de la
muerte”.
NUESTRAS VOCES
INTERIORES
REPARENTALIZACION
« Las personas mayores nunca comprenden
nada por si solas y es cansador para los
niños tener que darles siempre y siempre
explicaciones ... ( )... Me colocaba a su
alcance. Les hablaba de bridge, de golf de
política y de corbatas. Y la persona mayor se
quedaba muy satisfecha de haber conocido a un
hombre tan razonable.»
Antoine de Saint-Exupéry «El Principito»

El Principito es una hermosa metáfora de nuestro niño interior:


representa a ese niño arquetípico que se anima a preguntar y
que si no entiende, vuelve a interrogar con total naturalidad.
Reconoce lo absurdo del mundo de los mayores y descubre que
debe adaptarse a ellos para ser entendido. Lo hace e ironiza
sobre esto. Nos muestra la frescura, la inocencia y la
espontaneidad que tantas veces hemos clausurado en nuestro
ser. A través de este personaje el niño acallado de muchas
generaciones se permite fantasear y hablar.
Dice El Principito:
“Las personas mayores aman las cifras. Cuando les
habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo
esencial. Jamás os dicen: “¿Cómo es el timbre de su voz?,
¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona
mariposas?” En cambio, os preguntan: “¿Qué edad tiene?
¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su
padre?”. Sólo entonces creen conocerle. Si decís a las
personas mayores: “He visto una hermosa casa de ladrillos
rojos con geranios en las ventanas y palomas en el techo...",
no acertarán a imaginarse la casa. Es necesario decirles: “He
visto una casa de cien mil francos”. Entonces exclaman:
“¡Qué hermosa es!".
Saint-Exupéry plantea con implacable lucidez las diferencias
abismales que hay entre la mirada adulta y la mirada infantil. Las
mismas diferencias existen entre el adulto y el niño que conviven
dentro de cada uno de nosotros. El diálogo que podemos
entablar entre ellos refleja nuestra historia. De ahí la importancia
de indagar en las áreas más profundas de nuestra experiencia
infantil pues así detectamos los sentimientos y pensamientos que
nos acompañan, que son los que nos permiten expresarnos
creativamente o vivir en un encierro de miedos y prejuicios.
Los diálogos que las personas hacen entre su niño y su
adulto durante el ​Proceso de Sanación​, permiten darse cuenta
como su corazón se fue tornando rígido y fueron quedando
presos de los esquemas y mandatos familiares, adoptando
conductas automáticas que los volvieron insensibles a lo que
sienten en realidad. Desde niños, aprendimos a evitar las
heridas, a no arriesgarnos, a no expresar lo que sentimos, y nos
fuimos habituando a una especie de insensibilidad generalizada
que, si bien nos protege del dolor, nos priva de la alegría de vivir.
Al escuchar por primera vez la voz de nuestro niño interior nos
resulta extraña, así como sus deseos, necesidades y miedos, su
tristeza y su alegría; pero más sorprendente aún es darnos
cuenta de la calidad de la respuesta que le da el adulto
internalizado. Algunos autores llaman a la voz del adulto de
diferentes maneras: el psicoanalista Eric Berne se refiere a ella
como ​una colección de grabaciones de nuestra madre y padre,
semejantes a audiocasettes y Fritz Perls, creador de la escuela
gestáltica, la denominó ​Voces parentales introyectadas. Estas
voces actúan siempre marcando nuestras equivocaciones; juzgan
de tal forma que nos dejan la sensación de que no hacemos nada
bien. La vergüenza, en esos casos, nos paraliza: entramos en
confusión sin tener parámetros ni para elegir ni para actuar.
El adulto internalizado tiene opinión racional, intelectualiza,
critica, reprime, se conecta con el pensamiento. ​El niño en
cambio se expresa con total espontaneidad; su lenguaje es el de
las emociones y sentimientos. Sin temor puede decir: ​estoy
aburrido, no estoy enamorado, no me gusta, estoy harto. Pero
cuando amordazamos al niño y reprimimos nuestro sentir
decimos: ​qué bien que lo estoy pasando, cuánto lo amo, cómo
me gusta o qué bien me siento; el resultado es una autoestafa y
los sentimientos se vuelven tóxicos. Vivimos con una voz que
expresa y otra que reprime y entre ambas un ser que ha
emprendido la búsqueda de sí mismo y se pregunta: ¿Qué
quiero? ¿Qué siento?. ¿Qué necesito?
Para encontrar las respuestas a estas preguntas necesitamos
adoptar a nuestro ​niño interior​. Estamos hechos no sólo para
pensar y actuar sino para sentir.
Cuando nuestro niño desea algo y nuestro adulto no lo
escucha o no registra su pedido, hay que rever qué es lo mejor
para los dos, qué es lo posible dentro de lo deseable. Si esto se
logra, niño y adulto se integran para dar lugar a una nueva
relación que llamo reparentalización.
Veamos la situación que se suscitó en un grupo, que es una
clara evidencia de este proceso. Flora llega muy angustiada y
comunica que hoy necesita que la mimen y la cuiden. Le
propongo hacer un diálogo entre su niña y su adulto.
Coloco dos sillas enfrentadas. Flora se sentará alternativamente
en una o en otra, según se vaya ubicando en la voz de su niña o
de su adulto.
Flora-niña (parece avergonzada): - Necesito que me mimen-.
​ lora-adulta (el tono de voz es despreciativo): -¡Qué habrás
F
hecho que nadie te mima!-.
Flora- niña (en actitud defensiva, saca el pecho, simulando
que el tema no la afecta): No quise que me ame soy fuerte y no
necesito mimos.
Flora está repitiendo claramente un estereotipo que ya no le
sirve: cada vez que la voz acusadora se eleva, su aspecto más
vulnerable se esconde detrás de una coraza defensiva y ella no
registra lo que siente.
Voy prestando atención a la necesidad de Flora y la
acompaño para que se escuche, se atienda y se trate de otra
manera. Intervengo para que tome conciencia de su mecanismo
repetitivo y empiece a implementar nuevas respuestas.
Terapeuta: ¿De qué otra forma podría responder tu adulto?
¿Qué necesitaría escuchar tu niña?.
Flora-adulta (ahora el tono de voz es reflexivo y contenedor):
Está bien que necesites mimos, uno necesita amor de los OtrOS.
Flora-niña (permanece en silencio y tiene lágrimas en los
ojos, Flora levanta la mirada y me dice): “¿Cómo hago para pedir
lo que necesito si toda la vida me puse la máscara? Tengo el
corazón vacío y cansado”. En este momento su adulto y su niña
comienzan a encontrarse.
Flora esta descubriendo cuánto le cuesta mostrar su
vulnerabilidad. Hasta ahora la vieja historia familiar seguía
vigente: ella siempre había conseguido cariño siendo útil a los
otros. Respondía al mandato que tantas veces había escuchado
de niña: “tenés que ser fuerte y arreglártelas sola, no des
lastima”.
“Así es como me convertí en el apoyo logístico de todos,
estoy agobiada ", dice.
Al hacer el diálogo entre su niña y su adulto, esta mujer advirtió
que en la medida en que su voz tirana deja de recriminarle y
exigirle, ella puede reconciliarse con su aspecto más frágil y
menos controlador. De a poco, irá recurriendo cada vez menos a
la coraza omnipotente. Hoy, en pleno proceso de sanación,
producto de la ​reparentalización, Flora comparte la siguiente
reflexión: ​“reconozco que me cabe la responsabilidad de ir
soltando las riendas y ocuparme de mí pedir si necesito de los
demás, sin temor”.
Mientras estemos atiborrados de situaciones del pasado sin
resolver con toda su carga de Sentimientos no expresados,
nuestras conductas serán inadecuadas para lo que somOS y
hacemos ahora.
Esto último es lo que le Sucede a Iris. Soltera, vive con su
madre, una viuda de 74 años, que supervisa y critica todos sus
movimientos. A Iris siempre le gustó la pintura, pero dejó de
pintar porque la mamá descalificaba constantemente su obra.
Cuando apenas había comenzado el proceso de sanación, tomó
un cuadro que había abandonado y con mucho amor lo terminó.
Sin embargo, una voz muy parecida a la de su madre no lo
terminaba de aceptar. Iris optó por quemar su cuadro.
Su energía emocional bloqueada y acumulada se había
canalizado en un comportamiento autodestructivo que la hizo
estallar fuera de toda proporción en relación con la situación
presente.
Este hecho fue tan revelador de como se maltrataba, que a
partir de allí Iris pudo empezar a cuestionar el modo en que
estaba viviendo.
El objetivo del proceso de sanación, por lo tanto, es
recuperara nuestra espontaneidad, dejar que emerjan los
sentimientos e ir actuando en consonancia con lo que la vida nos
depara hoy: llorar cuando algo nos duele, sonreir cuando
estamos contentos, defendernos si algo nos amenaza, poner
límites cuando sentimos que están invadiendo nuestra vida.
Una vez que reconocemos a nuestro niño y lo adoptamos, ya
no deseamos abandonarlo ni tenemos necesidad de seguir
identificados con los modelos obsoletos de las figuras
significativas de la infancia. ​El reconocimiento sólo lo puede
hacer ese adulto reflexivo que es producto de la
reparentalización: ahí nos convertimos en padres de nosotros
mismos, tomamos las riendas de nuestra vida y empezamos a
sanar el dolor y el avasallamiento sufridos. Si podemos
abandonar los modelos adquiridos, aparece ese adulto
contenedor que durante tanto tiempo anhelamos, un padre o
madre tolerante que escucha sin juicios ni críticas.
Imaginemos un diálogo en el que una mujer se debate entre
llamar por teléfono o no, a un hombre que le gusta:
Niña:​ - Quiero llamarlo, me muero de ganas.
Adulto: ​- No lo hagas, creerá que sos una cualquiera.
¿Qué opciones existen frente a este adulto crítico y
prejuicioso?. ¿Seguimos en el enfrentamiento paralizante? ¿Nos
doblegamos? Ninguno de estos dos caminos permite una salida
​ egociar​.
creativa. Pero hay una tercera opción: n
No es cuestión de ganar o perder sino de llegar a un punto de
encuentro e integración.
En el ejemplo señalado esta mujer puede quedarse días
frente al teléfono debatiéndose entre llamar o no: ​si lo llamo me
mostraré muy ansiosa; si no lo llamo va a pensar que no estoy
interesada; si lo llamo va a salir huyendo; si no lo llamo igual
estoy pendiente de que él me llame; si lo llamo se me va a notar
la bronca de haber sido yo la que dió el primer paso, etc.
Salimos de estos pensamientos tortuosos, cuando podemos
reparar los sentimientos de culpa y vergüenza que están
enquistados en nuestro niño. Al hacerlo sentimos que lo mejor es
enfrentarse con la respuesta real que nos pueda dar el otro;
entonces estaremos integrando el deseo de nuestro niño con la
voz reflexiva de un adulto interior que nos contiene y no nos
recrimina.
Cuando el adulto interno trata con amor al niño, la
comunicación es fluida, hay una total aceptación de sí mismo que
provoca un estado de plenitud y bienestar. La persona se da
cuenta de que las respuestas a sus preguntas no las tienen otros,
sólo están en ella misma, cada uno sabe si le sirven o no.
La energía, la pasión y la curiosidad que surgen de la
autoaceptación sirven de puente hacia nuevas ideas у
experiencias. Esta fuerza permite expresarnos creativamente,
abandonar el hogar de nuestros padres (-​los mandatos​-) y
emprender el camino hacia nuestro auténtico destino: ​las
elecciones personales​. Poco a poco vamos conquistando el
trofeo anhelado y podemos declarar: ​soy quien soy y esta es mi
casa. Es el momento en que empieza a cambiar la calidad de
nuestra vida. Comprendemos lo que nos pasa en cada momento,
damos curso a las emociones reprimidas, y esto ayuda a
sacarnos la máscara para dejar salir cada vez más al verdadero
yo.
La situación de María es un buen ejemplo de cómo se va
dando este proceso. Su camino comenzó cuando ella se conectó
con los mandatos familiares, descubriendo más tarde con qué
máscaras o estilos de protección había logrado sobrevivir. En ese
momento pudo emprender el diálogo entre su niño y su adulto y
discriminar como se trataba ayer, como lo hace hoy y como
podría mejorar este vínculo.
En el transcurso de su proceso de sanación, María pudo
reconocer cuando ​su niña​. Se enfrentaba a la dureza de su
adulto tirano y cuándo a la comprensión de su ​adulto reflexivo​.
Es la única hija de una familia muy exigente, ante la cual debió
ser ​la niña diez para ser querida. Una voz tirana guiaba sus
acciones, exigiéndole ser perfecta. En un trabajo grupal, María se
muestra muy acongojada al darse cuenta que su vida es un
esfuerzo constante por satisfacer las expectativas de los demás.
Llora y se siente confundida. La invito a hacer un diálogo entre su
adulto y su niña.
María - adulto tirano internalizado: Sos inteligente, sos
diferente, por eso te exijo. Cuando te ponés frágil, sos ridícula; no
se puede creer que una mujer como vos se ponga de esa
manera. Recuperá tu equilibrio. No llorés por cualquier cosa.
Tenés todo para ser feliz.
María - niña: Me importa un rábano ser diferente, me
jorobaste toda la vida con tus exigencias. A vos no te importa lo
que me pasa, siempre me las tuve que arreglar sola.
Después de esta reacción, con la que María pudo hacer frente
a esa déspota y enérgica crítica, le sugiero que dé lugar a una
respuesta distinta por parte de su adulto. María ya está
preparada para abrir un espacio a la voz de su adulto reflexivo,
esa voz que su niña hubiera deseado escuchar:
María- adulto reflexivo: Date permiso. Fuiste tan exigida;
ocupate de vos, mimate un poco, te lo merecés, No importa lo
que digan los demás, no hagás esfuerzos inútiles. Te quiero
mucho.
Momentos como estos son claves dentro del tratamiento. Al
comienzo de su diálogo el adulto internalizado de María sigue
siendo tirano, exigente. La diferencia es que ahora su niña se ha
atrevido a desafiarlo. Y también por primera vez puede aparecer
en escena el adulto reflexivo. En sesiones posteriores María
comienza a preguntarse: ¿Qué me habría ocurrido de no haber
sido la diferente, la más eficiente, si hubiera sido mala alumna?
¿Me hubieran querido igual?
Estas preguntas dolorosas le abrieron el camino al
entendimiento y le permitieron conectarse con sus sentimientos.
María dejó de sentir necesidad de ser la diferente. Descubrió
dentro de sí la posibilidad de vivir su verdadero yo y no tener que
seguir ​ganándose el amor.
Cambios como estos se producen al jerarquizar el sentir, el
ser más que el tener, el presente más que el pasado. Hoy María
se anima a cuestionar sus mandatos, a transformar los miedos en
reflexiones y a escuchar y amar a su niña. Mientras vivía
atemorizada, juzgándose y criticándose, estaba cerrada al mundo
exterior; al recuperar la confianza se abre a lo nuevo.
En el caso de las personas que viven en pareja, la
problemática del ​niño interior tiene indudables consecuencias
en el vínculo. Me parece oportuno entonces dar un ejemplo de
cómo actúan el niño y el adulto en los conflictos de pareja.
Resulta muy revelador acerca de los cambios que se van
operando a medida que el proceso de sanación avanza.
En la sesión están presentes Gerardo, Mario, Dino, Rosa y
Teresa. Le sugiero a cada uno que recuerde la situación
conflictiva que desató la crisis en sus parejas. Gerardo cuenta
que durante su primer matrimonio no podía expresarle a su mujer
lo que necesitaba. Para entender qué es lo que le pasaba le pido
que realice un diálogo.
Gerardo - Niño (con una actitud sumisa, como un nene que
pide permiso): Necesito más contacto físico, más caricias.
Gerardo - Adulto Tirano: exigís demasiado. Esperá que a ella
le vengan las ganas de acariciarte.
Gerardo - Niño (con miedo): Yo te entiendo, pero ¿qué hago
con lo que yo siento? Si me olvido de mí, me alejo cada vez más
de ella.
Gerardo - Adulto Tirano: Esperá que venga de ella la
necesidad.
En este diálogo, Gerardo descubre cómo su adulto no lo
escucha, aplacándolo o haciéndolo sentir culpable de sus
necesidades. Hoy, luego de su trabajo de sanación, se desarrolla
este diálogo frente a un conflicto interno con su nueva pareja:
Gerardo - Niño (con seguridad) Tengo ganas de acariciarla y
hacerle sentir todo lo que me pasa.
Gerardo - Adulto Reflexivo: Permitítelo, hacelo.
Gerardo - Niño: Quiero decirle cuando quiero estar con ella y
cuando necesito mis espacios propios, sin culpas.
Gerardo-Adulto Reflexivo: Es muy importante que conservés
esos espacios propios; te costó mucho conseguirlos. Si ella te
quiere, te va a entender.
En este momento Mario recuerda que a su primera mujer, de
la que se acaba de separar hace dos meses, no podía expresarle
su necesidad de caricias, afecto y tolerancia. Había escuchado
toda su vida que hablar de sentimientos no es cosa de hombres.
“Para mí todo era el trabajo, las obligaciones, llegar a casa, dejar
el portafolio y enchufarme en la computadora, me separé y aún
sufro por eso”. dice. Le Sugiero que dialogue:
Mario - Niño (cansado): Necesito desenchufarme de este
torturante caos.
Mario-Adulto Tirano: No podés, tenés que trabajar, tenés que
recibirte, tenés que ganar dinero. Cumplí con tus obligaciones. Al
escuchar esta voz, Mario confiesa que ya no puede sostenerse
más frente al adulto tirano; comenta que recién está empezando
a rebelarse y aunque le cuesta mucho, se va dando cada vez
más permisos.
Interviene Dino, quien comenta que el mandato de su
infancia era si no obedecés, nunca vas a poder ser feliz. En
sesiones anteriores yo le había señalado su tendencia a vivir
pendiente de la aprobación de los demás y su atadura a los
mandatos familiares. Durante las sesiones, Dino sólo se juzgaba
y criticaba y además agregaba ​que lo tenía merecido. Cuando lo
invitaba a hacer algún diálogo, su niño no podía expresarse. Hoy,
ante el asombro de él y de sus compañeros de grupo, el niño de
Dino cobra vida.
Dino - Niño: Estoy cansado de darle y darle a mi pareja, y
que no esté jamás satisfecha. Necesito vacaciones. Estoy harto
de dar todo a los demás, sin límites.
Dino - Adulto Reflexivo: No des tanto, cuidate más vos, no
estés tan pendiente de la felicidad ajena. No depende sólo de
vos.
Aquí observamos cómo su niño está recuperando la
confianza básica perdida, que le permite animarse a mandar
señales.
Rosa, dirigiéndose a Dino, dice: “yo estoy en una etapa de
cambios, estoy acomodando las piezas. Antes, yo talmbién me
deshacía para complacer a mi pareja. Hoy me doy cuenta que
esto no es posible”. Hace el diálogo:
Rosa - Niña: Hay momentos que quiero hacer tantas cosas,
no sólo trabajar y atender a mi marido. No quiero vivir atenta a si
me aprueba o no.
Rosa - Adulto Tirano: El no lo va a entender y si le decís lo
que te pasa peligra tu relación.
Rosa - Niña: Me siento ahogada y no puedo más, le voy
a hablar igual.
Rosa - Adulto Reflexivo: Estoy de acuerdo con que
manifiestes en cada momento lo que te disgusta y que busques
hacer aquello que te haga sentir plena. No estés pendiente de la
aprobación de él. Cuanto más claras tengas tus necesidades,
más podrás avanzar.
En el ​proceso de sanación​, Rosa logró el adulto contenedor
que había deseado durante toda su infancia; la confianza que
recuperó mejoró notablemente el vínculo con su pareja.
Teresa, quien se mantuvo muy pensativa y en silencio, ya
casi al final de la sesión dice: ​“hoy pude decirle a mi marido que
las cosas entre nosotros así no van más. El se mosttró muy
sorprendido; tanto tiempo soporté en silencio sus infidelidades,
creyendo que yo era una tonta. Gracias a todo lo que estamos
trabajando y lo que escucho de ustedes, no quiero más esto para
mí. Me doy cuenta de que mi historia personal me llevó a esta
situación, y que cambiar depende de mí, no de él”.
Teresa se emociona al compartir sus sentimientos, y no es la
única, al escucharse en sus diálogos las personas lloran de
emoción, se sorprenden de sí mismas, empiezan a cambiar
pautas de educación negativas por otras de amor y apoyo. El
nuevo adulto que surge los ayuda a reflexionar, no hace
responsable a los otros de lo que le pasa, no necesita
constantemente hacer esfuerzos para merecer admiración, sino
que, con toda tranquilidad, puede aceptarse tal cual es.
Cuando atravesamos los obstáculos del crecimiento, podemos
declarar al mundo:

“Acepto total responsabilidad


por mi vida
no temo a mi propia verdad,
ni a mi poder personal,
ni a mis fantasías y deseos
ni a mis pensamientos
ni a mis sueños

Soy quien soy


y esta es mi casa.”

Anónimo
PROCESO DE SANACIÓN DE
NUESTRO NIÑO INTERIOR
Cuando yo era niño, hablaba como un niño,
pensaba como niño, juzgaba como niño; más
cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.
Ahora vemos como en un espejo, oscuramente...
(1era Epístola de San Pablo a los Corintios)

Cuando hablamos de ​Sanación de Nuestro Niño Interior​, a


más de uno le resulta extraño el término pues: cuesta creer que
en los primeros años de vida se encuentre la raíz de nuestros
problemas. ¿Dónde está ese niño que creemos no recordar?
¿Qué pasó para que la mayoría de los que concurren a las
entrevistas de admisión con el deseo de formar parte de los
grupos terapéuticos, digan: ​"yo no recuerdo nada de mi infancia”
“lo tengo todo en negro”. Habitualmente, no nos damos cuenta de
que lo que somos hoy refleja el niño que fuimos. Las vivencias
subjetivas fueron entretejiendo sutilmente la trama de nuestra
historia personal, y es en esa rama donde permanecen ocultas
las claves para la comprensión de nuestra vida ulterior. Por
ejemplo, una emoción vivida a una edad muy temprana puede
permanecer tapada durante mucho tiempo, reaparecer cuando
somos jóvenes y decidir luego la elección de pareja que
hagamos. El pasado no sólo rige nuestro presente, sino que
resurge de manera desconcertante, por más que le opongamos
franca resistencia y rastrearlo nos produce tanto dolor que, como
defensa, esgrimimos el olvido. Para atravesar ese dolor, lo
importante es revivir las escenas infantiles y, junto con ellas las
emociones que las animan. Cuanto más se encubre y se tapa lo
vivido, más doloroso se vuelve. Al darle sentido a ese pasado
olvidado y nombrarlo, es probable que el dolor se integre a la vida
y se vuelva tolerable. Nuestro niño herido se siente bloqueado
por una serie de experiencias traumáticas cuyo poder tóxico
provoca conductas disfuncionales y desórdenes orgánicos en el
presente.
De nada sirve que nos digamos no creo en lo que hago, no
sé por qué vivo tan pendiente de la opinión ajena o por qué será
que fracaso en los trabajos que emprendo, para culminar con la
tan mentada frase ​tengo baja autoestima. Si no estamos
dispuestos a indagar, a explorar las capas de experiencia y
recuerdos tempranos, en cualquier momento emergerá lo
escondido, lo oscuro de nuestra vida. Durante el proceso
terapéutico vamos abriendo uno a uno los capítulos de nuestra
historia. Y este camino nos conduce a una nueva visión de
nosotros mismos.
El modo en que nos sentimos y nos vemos -nuestra
autoestima- afecta a la mayoría de los aspectos de nuestra vida:
el trabajo, la pareja, el sexo, los amigos,etc. El núcleo de lo que
cada uno piensa y siente acerca de sí mismo es una de las
claves del éxito o del fracaso en la vida y también es la base para
comprendernos y comprender a los demás. Pero, ¿cómo
comprendernos y comprender a los demás si continuamente
nuestro adulto tirano internalizado, socavando los cimientos de la
autoestima, nos dice: ​“sos malo”; “​me avergüenzo de vos”;”​nunca
vas a lograr éxito”; ​“por vago no conseguís trabajo"? El malestar
crece. Y las personas en esta situación advierten que están
cansadas frustradas o en soledad, sin pareja, deprimidas o
desocupadas sin proyectos o tristes y ansiosas, angustiadas, con
miedo, buscando en el afuera el reconocimiento que no
encuentran en sí mismas. Así, deseosas de lograr algo diferente,
llegan a la consulta.
Se inicia entonces el camino de la autoexploración interior,
para encontrar el origen de sus vivencias. Tal vez la fuente de
nuestras frustraciones esté en el hecho de que tuvimos que
hacernos responsables de la nutrición emocional de nuestros
padres, hermanos u otro miembro de la familia, hacer de todo
para que nos aprueben, convertirnos en el ​niño bueno, el
hombrecito de la casa, la muñequita de papá o el niño 10.
Any recuerda que cuando solo tenía 9 años de edad, su
madre le exigía cuidar de su hermanita como sólo podría haberlo
hecho una persona adulta. Pasó noches enteras velando el
sueño de su hermana, que padecía de terrores nocturnos.
como si esto no bastara, debía ayudarla en las tareas
escolares y también a ella le tocó explicarle qué significaba la
menstruación. En aquel momento, Any-niña no registró ni enojo
ni dolor, pero Any-adulta, a sus 40 años, se muestra muy
apenada al descubrir que sólo siente bienestar cuando se ocupa
de los otros. En su interior esta mujer está triste y vacía; no sabe
cómo tomarse en cuenta y no se atreve a preguntarse qué
necesita. Su ​niña 10 de la infancia sufre aún el agobio de los
roles inadecuados que debió cumplir. Pero en ese momento de
su vida, de la única forma en que ella puede expresar su
sufrimiento es apelando a una frase que ya se ha convertido en
un lugar común vaciado de sentido: ​tengo baja autoestima.
La autoestima es algo mucho más complejo que un barómetro
que pueda marcar alto o bajo. Es el punto de llegada de una
travesía a lo largo de la cual el adulto tirano que nos somete a los
mandatos familiares, va dejando paso a un adulto reflexivo que
nos permite expresar deseos y necesidades.
El cambio que se opera nos conecta con nuestras
potencialidades, y cada paso que damos nos llena de emoción.
Como Gaby, que luego de varios meses de haber ​adoptado a su
niña, puede contar en el grupo un hecho aparentemente
intrascendente, pero de gran significación para ella: ​Hoy tenía
una cita que esperaba ansiosamente desde hace dos meses.
Justo dos horas antes, me llama una amiga y me cuenta que se
siente mal y necesita que la acompañe al médico, Mientras la
escuchaba, mi primer impulso fue decirme a mí misma: lo mío no
es importante frente a lo que le pasa ella. Sin embargo, respiré
profundo y le dije: "yo, a las 15hs tengo un encuentro, y a las 17
puedo quedar libre, ¿te viene bien que te acompañe a esa
​ hora?". Para mi sorpresa, mi amiga no se enojó ni respondió
fríamente sino que con mucha alegría me dijo:
“¡Bárbaro, como te agradezco!".
Gaby agrega​: “me sentí feliz de haber podido plantear mis
posibilidades reales, y descubrí que no es necesario postergarse,
que uno puede encontrar soluciones junto al otro”.
¿Cuáles son los métodos que permiten que se vaya dando este
proceso? Movimiento corporal, técnicas expresivas,
visualizaciones, diálogos, dramatizaciones colectivas y el
compartir voluntario de las propias vivencias, son algunos de los
recursos utilizados a lo largo del tratamiento.
Insisto mucho en que las personas descubran su cuerpo, su
propio ritmo interior. El cuerpo es la expresión de nuestra
existencia: todo lo que nos sucede o sucedió queda reflejado en
él.
En esta cultura, en la que se privilegia lo racional frente a lo
emocional, sucede lo que con tanta precisión señala Gabrielle
Roth: ​“Nuestros cuerpos quedan presos de esquemas. Nos
entumecemos por la repetición. Nuestro corazón también se
rigidiza y adopta rutinas automáticas. Muy pronto nos
embotamos, insensibles a lo que sentimos en realidad y
nuestras mentes terminan cegadas por supuestos
incuestionados y actitudes rectoras que no nos permiten ver
qué hay más allá ni explorar el mundo en su plenitud. Nos
programamos para el aburrimiento”.
Por todo esto, aflojar las tensiones musculares y centrarse se
convierte en un paso ineludible para acceder a las
visualizaciones durante las cuales las personas van descubriendo
cómo aprendieron a sobrevivir. Durante el primer tramo del
tratamiento, esta técnica permite recordar momentos
significativos de la vida familiar temprana, la casa de la infancia,
los personajes que en ella vivían, cómo se relacionaban entre
ellos, que solían decirse, cuál era el clima que se vivía en el
hogar, y si las voces que ellos percibían eran de aprobación o
críticas.
La conexión profunda con los recuerdos fundantes de la
infancia provoca una fuerte movilización emocional: es
conmovedor descubrir hasta qué punto, siendo adultos, seguimos
con miedo a ser rechazados y castigados si desobedecemos a

los mandatos familiares, esa agobiante lista de ​deberías que han
marcado nuestras vidas.
Al principio, tanto el movimiento corporal como las reflexiones
a partir de la emoción compartida suelen provocar vergüenza,
inhibición y miedo a la crítica. Con el tiempo, uno va
descubriendo que no hay una sola manera de moverse y
tampoco cabe en esto lo correcto o lo incorrecto: lo importante es
encontrarse con el propio estilo y respetarlo. Poder mirarse a los
ojos con otros, tocar y ser tocado, cantar y bailar en una ronda,
son modos de destrabarse.
El grupo comienza a funcionar como una nueva familia en la
que se exploran otros modos de comunicarse. Pero lograr este
espacio a salvo no es una tarea sencilla; de ahí que al comenzar
todos se comprometen a respetar ciertas pautas que favorecen la
confiabilidad y el respeto mutuo. Para ello, cumplen el rito de
firmar un contrato de principios básicos de comunicación
responsable:
1- Escuchá atentamente, no te distraigas. No interrumpas. No
ensayes tu respuesta mientras otro hable.
2- Respetá las diferencias personales. Cada uno tiene derecho a
sus pensamientos, emociones, actitudes y opiniones, aunque no
estés de acuerdo con ellas.
3- No critiques, no defiendas tu posición ni tampoco des
explicaciones. Escuchá para comprender y, limitá tus respuestas
a ​comprendo o necesito más información o entiendo lo que dices.

Lo que se persigue en la primera etapa del proceso es


desarrollar el permiso para decir ​no, cuestionar los mandatos y
reconocer la violación emocional sufrida al haber asumido roles
no acordes con la edad.
La rabia, el enojo y la vergüenza tanto tiempo reprimida,
afloran durante las dramatizaciones grupales. Hay mucho dolor
acumulado en estos sentimientos y no basta una sola sesión para
expresarlo.
Drenar todo lo enquistado requiere distintos modos de
trabajar con estas emociones: conectarse con fotografías de la
primera infancia, escribir cartas donde uno pueda Volcar todo lo
pendiente con la madre y el padre, dibujar al niño o niño que
fuimos,etc. Es importante aclarar que, en el caso de las cartas, se
trata de misivas que no son enviadas a los padres reales -aunque
aún vivan-, sino que lo que se procura es expulsar todo aquello
que no fue dicho por haberlo sentido prohibido. Si no se da el
tiempo suficiente para limpiar todo este dolor, es difícil la
conexión con el ​niño interior​.
En la medida en que el proceso de sanación permite
manifestar las emociones que antes debíamos esconder detrás
de máscaras protectoras, sobreviene un momento crucial, en el
cual decidimos que estamos en condiciones de derribar nuestras
paredes defensivas. Es entonces cuando surge el reconocimiento
de nuestro niño y uno comienza a escucharlo, a dialogar con él.
Hasta este momento, la supervivencia dependía de la aprobación
ajena: ​mi bienestar depende de que otro me ame; soy
responsable de hacer feliz a la gente que quiero; si los demás no
me aprueban significa para mí que no soy bueno; no puedo estar
sólo, siento como que me voy a morir; todo lo que me pasa es
por culpa de otro. A partir de ahora, la integración del niño a la
vida cotidiana permitirá hacerle frente a la voz del adulto tirano
internalizado y pasar de los mandatos a las elecciones
personales.
Mientras permanezcamos acurrucados en el miedo a
cuestionar los deberías, la mirada vigilante de los padres sigue
presente. Así circulan por el mundo cientos de adultos ficticios
que no encuentran en sí mismos el permiso para afirmar sus
valores y disfrutar de la vida. John y Linda Friel los llaman
“adultos-niños”​. Estos autores dicen:
“Algo nos ocurrió hace mucho tiempo. Pasó más de una
vez. Nos lastimó. Nos protegimos del único modo que
supimos. Todavía estamos protegiéndonos. Ya no funciona”.
Para los Friel los adultos niños se presentan con estas
modalidades.
“Son personas que al mirar a sus iguales en la calle o
en una fiesta dicen: quisiera ser como ellos o si él supiera lo
que me pasa se horrorizaría.
Experimentan una sola emoción por vez reiteradamente:
tienen sólo enojo o tristeza o miedo o sonrisas.
Fueron abusados y abusan de otros
Se presentan con una imagen perfecta, pero en lo
profundo se sienten vacíos o en estado caótico; encubren el
malestar
La frustración los lleva a ser violentos
Cuidan a los demás, pero abusan de sí mismos
Se aferran al pasado, temen el futuro y se sienten
ansiosos en el presente
Creen que solo son valiosos si tienen un título
universitario.
Viven en una insatisfacción permanente
Las amistades que logran son perjudiciales y les cuesta
desprenderse de ellas
Se sienten culpables de todo lo que hacen
Son personas cuyo niño está encerrado esperando
ser liberado”
Los adultos-niños se exponen continuamente al
avasallamiento porque ignoran cuáles son sus necesidades y
límites.
Como dice Charles L. Whitfield: “Los límites no son un
arma o cañón para ser usado contra otros”. El límite es un borde
donde termina mi realidad y comienza la del otro y sólo al tomar
conciencia de esto se puede empezar a cuestionar los mandatos
y las falsas creencias, explorar los sentimientos y asumir que no
hacerlo nos condena a seguir viviendo en un mundo con
demasiados límites, avergonzados y culpables.
Sólo el que arriesga es libre; permanentemente creamos
nuestra vida y nada cambia a menos que lo deseemos
profundamente o hagamos algo al respecto. Podemos pasar por
la existencia sin comprometernos con nosotros mismos o intentar
vivir de una manera diferente, disfrutando de lo que significa ser
una persona libre y autónoma.
Seguramente en ese momento podremos captar el significado
profundo de las reflexiones de John Bradshaw.
​Está bien sentir lo que sienta. Las emociones no
son buenas o malas. Simplemente son lo que son.
Nadie puede decirle qué debe usted sentir. Es bueno
y necesario hablar de emociones.

“Está bien querer lo que quiera. No hay nada que


usted deba o no deba querer. Si usted está en contacto
con su energía vital, querrá expandirse,
crecer. Es necesario satisfacer sus necesidades.
Por tanto, es correcto solicitar lo que uno desee”.

“Está bien ver y oír lo que vea y oiga. Lo que


usted vió y escuchó es lo que usted vió y oyó.
Está bien y es necesario tener mucha diversión y
juegos.
Está bien gozar del sexo".

“Es esencial decir la verdad en todo momento.


Esto reducirá el sufrimiento de la vida. Mentir
tergiversa la realidad. Todas las formas de
pensamiento distorsionado deben ser corregidas".

“Es importante que conozca usted sus limitaciones y


demore el placer algunas veces. Esto reducirá
el sufrimiento de la vida”.

"Es crucial desarrollar un equilibrado sentido de


responsabilidad. Esto significa aceptar las consecuencias de
lo que usted hace y rechazar la aceptación de las
consecuencias de lo que hace el otro”.

"Está bien cometer errores. Los errores son nuestros


maestros, nos ayudan a aprender. Los sentimientos,
necesidades y carencias de otras personas han de ser
respetados y apreciados. La violación de otras personas
conduce a la culpa y a aceptar las consecuencias”.

“Está bien tener problemas. Estos necesitan ser resueltos.


Está bien tener conflictos; requieren ser solucionados”.

Solo la ​reparentalización conduce a los permisos o


elecciones de los que habla Bradshaw. Este proceso nos lleva a
darnos cuenta cuando nuestros padres están actuando a través
nuestro lo que posibilita desplegar conductas diferentes a las que
ellos hubieran implementado.
A esta altura, ya no necesitamos culpar a mamá y a papá de
lo que nos pasa; no son ellos quienes nos limitan con sus
modelos aprendidos de generaciones anteriores. Ellos hicieron
con sus hijos lo mejor que pudieron. Sanación no implica
pelearnos tardíamente con nuestros padres, culparlos y
acusarlos, sanación es aceptarme y aceptar al otro tal como
somos para dejar de lado el legado de ​deberías y crear nuestras
propias elecciones acorde a lo que deseamos. Es posible que en
ese momento recuperemos muchos de los valores que guiaron a
nuestros padres, pero lo haremos desde el reconocimiento y la
elección en lugar de la imposición y la culpa. Esta es la base del
Proceso de Sanación del Niño Interior​, esa meta posible de la
que habla William James cuando dice: ​“La mayor revolución de
nuestra generación es el descubrimiento de que los seres
humanos, cambiando sus actitudes mentales internas, pueden
cambiar aspectos exteriores de su vida”.
EJERCICIOS
A lo largo del trabajo de Sanación he rescatado de los diferentes
grupos esta lista de mandatos y deberías, muchos de estos te
pueden resonar: Agrega los tuyos.

LO QUE NOS DIJERON DE NIÑOS:

Tenés que ser fuerte.

No Servís.

No podés.

Tené Cuidado.

¡Una buena chica no hace eso!

Aguantá.

No llorés.

No te mostrés débil.

Sos tonta.
Incapaz.

Nadie creerá una palabra de tu boca.

Atrevido.

Egoísta.

No vas a poder solo.

Sos el culpable de lo que nos pasa.

No seas molesto.

Tu hermana es inteligente, tu hermano también, vos sos muy


estudiosa.

Yo le regalé el perfume a la maestra para que te de el libro de


premio.

Cuando te operaste, adelgazaste tanto y estabas tan linda, tan


femenina.

Para vos… demasiado.


No sólo hay que serlo sino parecerlo.

Al que nace barrigón…

Bajate de la capota.

Alguna vez vas ha ser feliz cuando seas más inteligente.

Sos rebelde.

Tenés que atender a tu madre.

Tenés que cuidar a tus hermanos.

Hoy no podés salir, no me siento bien.

Callate la boca.

¿Vos qué sabes?

Haragana.

Yo sabía que lo ibas a hacer mal.


Yo sabía que en el fondo no se puede confiar en
vos.

Seguro te va a salir bien…

Agrega las tuyas:


​LO QUE NOS DECIMOS HOY....

Nadie me quiere.

No podré nunca.

Debo callarme, a nadie le importa lo que yo digo…

Eso no es para mí.

Nunca seré como…

No vale la pena.

No soy capaz.

Soy gorda.

Soy flaca.

¿Quién puede gustar de mí?

No puedo estar solo, siento que nadie me quiere.


Todo lo que me pasa es por culpa de otros.

Si se enojan conmigo, yo soy la culpable.

No debo.

Tengo miedo.

Voy a esperar.

¿Y si me equivoco?

Ya es tarde.

Nunca llego a nada

Me tengo que atender yo misma.

Yo no voy a tener suerte

A mí no me va a pasar

No voy a poder tener una pareja como a mí me gustaría


Es muy difícil alcanzar lo que quiero

Quiero todo pero cuando lo tengo ya no me sirve

Seguro que te va a estar esperando… qué idiota

No te vayas a dejar caer

Agrega las tuyas:


LO QUE QUISIÉRAMOS ESCUCHAR Y SOLO
NOSOTROS NOS PODEMOS DECIR

Si llegué, tan malo no soy. Quiere decir que puedo.

Expresá tus ideas, me gusta escucharte.

Sé que estás enojado, me gustaría escuchar tu enojo.

¿Estás sufriendo en este momento?

No tengas miedo si dejás de actuar de la manera en


que lo estabas haciendo.

No sos culpable de lo que le pasa al otro.

¿Qué es lo que te pone ansioso?

Podés llorar todo lo que quieras, no estás solo.

No importa si cometes errores.

No tenés que hacer todo perfecto.


Me fascina tu creatividad.

No pensés solo en los demás


.
Preguntate todo lo que no te gusta.

Cuestionarse está bien.

Valés mucho.

Tengo confianza en tus posibilidades y en tu forma


de ser.

Puedo encontrar una persona adecuada para ni lo


lo merezco porque tengo virtudes.

Sos una buena madre.

Sos una buena persona.

Supiste salir adelante.

Podés tener un proyecto.


Esto es lo que yo quiero.

Me acepto.

Que vas a hacer, las cosas son así.

Estoy a tiempo.

Confío en mí
.
Soy la dueña de mi propia vida.

Si yo lo creo, es cierto.

Agrega las tuyas:


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