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La imaginación convierte los objetos percibidos en objetos de representación.

La imaginación
es la facultad de hacer presente lo ausente y sobre tal representación se ejerce el juicio, y no
sobre una sensación que agrada o no agrada. Es decir, el juicio solamente se realiza cuando no
se está afectado por la presencia inmediata del objeto. Y en este sentido, por eso no cabe
juicio estético en las sensaciones causadas por el olfato y el paladar pues son sentidos internos
en los que se siente una sensación y no un objeto, lo cual quiere decir que lo comunicado por
el olfato y el paladar no puede ser representado, ya que que no puede ser recordado, pero sí
reconocido.

Entonces, se puede decir que el juicio solo es posible cuando se ha fijado una distancia con
respecto a lo juzgado y dicha distancia la proporciona la imaginación gracias a la
representación del objeto. Esta distancia es la que establece las condiciones de posibilidad de
la imparcialidad y, por consiguiente, las condiciones de posibilidad del juicio estético. La
belleza no reside en la percepción, sino en el juicio. Por ello lo que se opone a la belleza, dice
Kant, no es lo feo, sino «lo que despierta asco»8. El juicio se opone al sentido privado, pues la
facultad de juzgar es por naturaleza pública. Imparcialidad en la acción y desinterés estético
son, entonces, dos caras de la misma moneda.

la condición de posibilidad del lenguaje, de la comunicación y del compartir en general: es la


pluralidad de los individuos que constituyen una comunidad –y sus diferencias-, precisamente
porque nos pone ante el hecho de la diversidad de los juicios de los otros, la necesidad de su
reconocimiento y la posibilidad de trascender el coto cerrado de la propia singularidad.
l juicio conlleva dos operaciones mentales: la imaginación, por la cual el objeto
de los sentidos externos se convierte en objeto de los sentidos internos; y la
reflexión. La doble operación instaura la condición de imparcialidad, que crea la
situación de ver el todo que confiere sentido a los particulares, donde radica la
ventaja del espectador. Por otra parte, se puede aprobar o desaprobar el hecho
mismo del goce, el criterio para ello es la comunicabilidad y su pauta es el
sentido común. El gusto es una especie de "sensus comunis", un sentido
adicional que nos capacita para integrarnos en una comunidad, y como tal, la
manifestación de la auténtica humanidad del hombre. Las máximas de este
sentido son: pensar por uno mismo (máxima de la Ilustración), situarse con el
pensamiento en el lugar del otro (máxima de la mentalidad amplia), y la
máxima del pensamiento consecuente: estar de acuerdo con uno mismo.
Arendt concluye que estas máximas atestiguan el giro del pensamiento en las
cuestiones mundanas. Para la validez de un juicio de gusto, se solicita o corteja
el acuerdo de los otros, recurriendo al sentido comunitario. A partir de Kant, al
menos una de nuestras facultades mentales, la facultad de juzgar, presupone
la presencia de otros. Actor y espectador no están inexorablemente escindidos,
porque la máxima del actor y la pauta a partir de la cual juzga el espectador es
la misma. También como consecuencia de esto, el derecho de asociación es
inalienable al hombre.

En los juicios donde sólo lo particular es dado y se debe encontrar en él lo


general, como en el caso de los acontecimientos históricos, aparecen en Kant
como "tertium comparationis" la idea de un pacto originario de la humanidad; la
idea de finalidad, o de que todo objeto contiene en sí el fundamento de su
realidad; y la idea de la validez ejemplar, por la cual es posible ver en un
particular la generalidad que no podría determinarse de otro modo. Si bien el
actor, al estar implicado, no ve el significado del todo, lo bello así como
cualquier acto, contiene en sí todos sus posibles significados. Según Arendt, en
Kant aparece la siguiente contradicción: el progreso infinito es la ley de la
especie humana, pero al mismo tiempo la dignidad del hombre exige que sea
visto en su particularidad, sin comparación y con independencia del tiempo.
Beiner interpreta que lo que Arendt intenta es demostrar que el espectador que
juzga rescata los episodios únicos del olvido de la historia, y así salva la
dignidad humana de quienes participaron en ellos. Los acontecimientos de este
tipo poseen validez ejemplar, pueden adquirir un significado universal
conservando su particularidad. Beiner señala que, para Arendt, la dignidad del
hombre exige apartar la idea metafísica de historia. El que pronuncia el juicio
es el espectador, no el destino colectivo de la humanidad.

representados, la imaginación pertenecerá a la sensibilidad, pero, su determinación a priori de


la sensibilidad se realiza conforme a las categorías. Para distinguir a esta imaginación, que es
trascendental, de la imaginación puramente psicológica, Kant llama a la primera imaginación
productiva (pues es espontánea), y a la segunda imaginación reproductiva pues su síntesis está
sometida a leyes empíricas como las leyes de asociación.
el esquema de un concepto es el procedimiento de la imaginación para proporcionar una
imagen a un concepto.

El juicio “es la facultad de pensar lo particular como contenido en lo universal”11 . Se trata de


un juicio determinante cuando en él es dado lo universal (regla, principio o ley).

Al distinguir Kant entre esquema e imagen, surge claramente la diferencia entre plano
trascendental y plano empírico. La imagen es un producto de la facultad empírica de la
imaginación productiva. Por ejemplo: una imagen del número 5, pueden ser cinco puntos:
(.....). En cambio, el esquema de un concepto es el procedimiento de la imaginación para
proporcionar una imagen a un concepto. Tomando el mismo ejemplo: el esquema de un
número sería el método de representación de dicho número. La distancia que media entre
imagen y esquema se advierte en el ejemplo que pone Kant: el concepto de triángulo nunca
podría adecuarse a la imagen del triángulo, ya que, al representar un triángulo mediante su
imagen, ésta necesariamente deberá ser la de un triángulo rectángulo, o acutángulo u
obtusángulo, y el concepto de triángulo no contiene precisión respecto de la medida de los
ángulos.

Kant entonces da por cierta una capacidad universal de comunicación que no presupone un
concepto y que no es más que “el estado del espíritu en el libre juego de la imaginación y el
entendimiento.

La imaginación, por su propiedad de representar objetos que no están presentes nos permite
gozar la belleza de una representación artística aún en su ausencia (operación de la reflexión).
Por eso ya no hablamos de gusto sino de juicio, pues al quitar el objeto hemos reestablecido
las condiciones de imparcialidad (hemos hecho del objeto percibido por los sentidos externos
como la vista y el oído, un objeto del sentido interno). Al sentido interno se le llamó “gusto”
porque es capaz de escoger y puede aprobar o desaprobar el goce mismo. Una vez más, el
criterio para aprobar o no el goce es la comunicabilidad o publicidad y lo que permite decidir
acerca de ella es el sentido común. Ya nos hemos referido a éste y a sus máximas, y al hecho
de que, a diferencia del juicio de conocimiento, nuestros juicios de gusto no pueden exigir ser
aceptados como verdaderos, sólo “cortejar” el acuerdo. Esta actividad persuasiva supone la
universal comunicabilidad del juicio estético y la unidad de esa humanidad que Kant suponía
en constante progreso hacia lo mejor. Una última dificultad en Kant, que H. Arendt intenta
aclarar, es la cuestión del tertium comparationis que permite realizar la operación del juzgar.
Careciendo pues (en el juicio reflexivo) de una regla general, y no pudiendo enjuiciar un
particular por medio de otro particular, Kant propone como solución la validez ejemplar, a la
que según Arendt ya se había referido en C. R. P., al decir Kant que los ejemplos son el
“vehículo” de los juicios. Cabe hacer una salvedad: al realizar dicha afirmación el filósofo se
está refiriendo al juzgar empírico, como lo prueba su afirmación al comienzo del parágrafo 59
de la C. J.: “Pues para exponer la realidad de nuestros conceptos se exigen siempre intuiciones.
Si los conceptos son empíricos, entonces llámanse las intuiciones ejemplos; si son conceptos
puros del entendimiento, llámanse esquemas…”

Cuando en C. J. (parágrafos 18 y 22) Kant habla de validez ejemplar se está refiriendo a la


operación por la cual tomamos un individuo como ejemplo, al suponer que en su
particularidad revela una generalidad que de otro modo no podría ser definida. Así, si
decidimos que la valentía es Aquiles, estamos dando a Aquiles una validez ejemplar. Pero para
poder juzgar que un hombre cualquiera, Juan o Pedro, es valiente, necesitamos tener en
mente el ejemplo de Aquiles: necesitamos pues de la imaginación que pone como presente
algo (Aquiles) que realmente está ausente. Este ejemplo -como cualquier otro- sólo es
pensable o tiene sentido en una cultura determinada, en consecuencia podemos afirmar la
limitación cultural de los ejemplos y del juicio reflexionante. Kant era consciente de esto al
afirmar que, de todas las facultades es el juicio el “más necesitado de los ejemplos de lo que
en la marcha de la cultura ha conservado más tiempo la aprobación…”41

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