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WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

12 de abril de 2010

¿Ha muerto la ventaja comparativa? En


absoluto, dice Lamy a economistas en París

En un discurso pronunciado el 12 de abril de 2010 en la Escuela de Economía de París, el


Director General de la OMC, Pascal Lamy, desacreditó algunos mitos económicos. Habló
sobre la teoría en que se basa la economía comercial, lo que muestra las estadísticas
comerciales, la forma en que se deben abordar los déficits comerciales, las repercusiones
del comercio en el empleo, la “carrera hacia el abismo” y por qué es necesario
reglamentar la liberalización. El Director General dijo lo siguiente:

Hechos y ficciones en la economía comercial internacional


Conferencia sobre el comercio y la mundialización inclusiva

Es para mí un gran placer estar hoy aquí. No puedo imaginar un lugar mejor que la Escuela
de Economía de París para el tema que hoy deseo tratar: los hechos y ficciones en torno a
los aspectos económicos del comercio internacional.

Los economistas llevan mucho tiempo analizando el comercio y ayudándonos a


comprenderlo, a comprender por qué lo necesitan los países para prosperar y qué han de
hacer los gobiernos para beneficiarse de él al tiempo que administran sus costos. Las
numerosas teorías que han elaborado ustedes y sus predecesores muestran sin lugar a
dudas la importancia del comercio para el crecimiento y el desarrollo económico.

Ahora bien, mientras que los aspectos económicos de la política comercial son evidentes,
los aspectos políticos del comercio son sumamente complejos. La política comercial, como
muchas otras esferas de las políticas, tiene consecuencias en lo que se refiere a la
distribución, y ello crea inevitablemente en la sociedad grupos con intereses
contrapuestos. Estos grupos ejercen presiones sobre la sociedad que obligan a los
gobiernos a buscar soluciones de transacción entre dichos intereses, incluidos los suyos
propios, con arreglo a unas modalidades que no se ajustan necesariamente a lo que
pudiera prescribir el análisis económico.

En el debate público que acompaña inevitablemente a la formulación de una política


cuestionada, algunos economistas — que en mi opinión constituyen una pequeña minoría
— siguen poniendo en duda la idea de que la apertura del comercio reporta beneficios a
toda la sociedad. Al mismo tiempo, una política cuestionada ofrece un terreno abonado
para el desarrollo de leyendas urbanas y de ideas falsas pero de gran atractivo popular.

Quisiera señalar y echar por tierra en mis observaciones de hoy algunas de estas falacias.
Es necesario que este debate tenga como base un sólido análisis económico. En segundo
lugar, deseo inscribir la política comercial en un marco más amplio. Resulta peligroso sacar
de su contexto la política comercial y sus complejos aspectos políticos.

Falacia Nº 1: La ventaja comparativa ha dejado de funcionar

Para empezar, permítanme que reconozca la importancia de la contribución intelectual de


Paul Krugman a la teoría del comercio internacional (la denominada “nueva teoría del
comercio”), mediante la cual ha demostrado que, incluso si no existen diferencias entre
los países, el comercio resulta beneficioso para todos ellos. Krugman ha centrado su
análisis en la existencia de rendimientos de escala crecientes, al reducirse los costos
medios de la empresa a medida que aumenta el volumen de su producción, y en el hecho
de que los consumidores valoran la diversidad de los productos de consumo. Si bien la
nueva teoría del comercio reduce el papel desempeñado por la ventaja comparativa,
identifica nuevas fuentes de beneficios generadas por el comercio que los economistas
clásicos no habían destacado o reconocido. El crecimiento del comercio beneficia a todos
los países porque la especialización de la producción reduce los costos medios y permite a
los consumidores tener acceso a nuevas variedades de productos. Por el contrario, las
teorías del comercio tradicionales suponían que la diversidad de los productos seguía
siendo la misma incluso después de la apertura del comercio.

Pero a menudo se oye decir que, si el principio de la ventaja comparativa y de los


intercambios mutuamente beneficiosos describía acertadamente el comercio en el
pasado, esto ya no sucede en el siglo XXI, en el que, entre otros cambios, asistimos al
ascenso, al parecer inexorable, de países como China y la India.

Ricardo decía que las diferencias entre la productividad relativa de los países dan lugar a la
especialización de su producción y al comercio. Esta especialización basada en la ventaja
comparativa se traduce en un aumento de la producción total del que se benefician todos
los países.

Un artículo de Paul Samuelson citado con frecuencia, que se publicó en el número del
Journal of Economic Perspectives del verano de 2004, mostraba cómo, en teoría, los
progresos técnicos de un país en desarrollo como China podían reducir los beneficios que
obtenía del comercio un país desarrollado como los Estados Unidos. Este artículo pareció
representar un giro copernicano con respecto a la idea de que un comercio abierto,
basado en la ventaja comparativa, es beneficioso para todos.
Hago hincapié en la palabra “pareció” porque un análisis posterior de Jagdish Bhagwati,
Arvind Panagariya y T. N. Srinivasan refutó esta interpretación. Según ese artículo,
partiendo de una situación de autarquía, la apertura del comercio de China y los Estados
Unidos les permite obtener los beneficios habituales sobre la base de su ventaja
comparativa. En la parte siguiente de su artículo, Samuelson examina el modo en que los
avances tecnológicos de China afectarán a los Estados Unidos. En caso de que China
registre un aumento de su productividad en el sector de las exportaciones, ambos países
saldrán beneficiados. China se beneficiará del nivel de vida más alto originado por el
aumento de la productividad, mientras que los Estados Unidos se beneficiarán de la
mejora de su relación de intercambio. En caso de que China registre un aumento de su
productividad en el sector de las importaciones, disminuirán las diferencias de
productividad entre los países, lo que reducirá el comercio, y a medida que se reduzca el
comercio, se reducirán también los beneficios que se derivan de él.

Por consiguiente, lo que ha demostrado Samuelson no es que el comercio basado en la


ventaja comparativa ha dejado de reportar beneficios a los países. Lo que ha demostrado
es que, en algunas ocasiones, un aumento de la productividad en el extranjero puede
beneficiar a los dos países que realizan intercambios comerciales, pero que, en otras, un
aumento de la productividad en un país sólo beneficia a ese país, al tiempo que reduce de
manera permanente los beneficios que ambos países podrían obtener del comercio. La
reducción de los beneficios no se debe a que exista un exceso de comercio, sino a que ese
comercio ha disminuido. Por otra parte, incluso en ese caso, Samuelson no propugna el
proteccionismo como respuesta, ya que, como él mismo dice, “los intentos de una
democracia por defenderse redundan a menudo en su perjuicio”.

En mi opinión, el análisis de Bhagwati, Panagariya y Srinivasan debería convencernos de


que el principio de la ventaja comparativa y, de manera más general, el principio de que el
comercio es mutuamente beneficioso, sigue siendo válido en el siglo XXI.

Falacia Nº 2: No es conveniente que el comercio crezca de manera cada vez más rápida
respecto de la producción

Desde la Segunda Guerra Mundial se ha observado una notable expansión del comercio
internacional, al crecer el comercio con mucha mayor rapidez que la producción mundial.
La relación entre el comercio internacional y el valor del PIB mundial ha aumentado del
5,5 por ciento en 1950 a más del 20 por ciento en la actualidad. Hay quienes afirman que
esta expansión del comercio representa un peligro para la salud de la economía mundial.

Yo diría que esto se debe a la fragmentación internacional de la producción y al aumento


del comercio de productos intermedios. La reducción de los costos del transporte, la
revolución de las tecnologías de la información y la mayor apertura de las políticas
económicas han hecho que resulte más fácil “desglosar” la producción entre los diferentes
países. Las partes y los componentes que constituyen un producto final se fabrican en
diversos países de todo el mundo, muchos de los cuales son países en desarrollo. Estos
productos intermedios pueden atravesar fronteras nacionales en varias ocasiones antes
de ser ensamblados en un producto final. Parte de lo que se considera comercio
internacional corresponde en realidad al comercio interno de un grupo, es decir, a
intercambios de insumos y productos intermedios destinados a la elaboración que tienen
lugar entre establecimientos pertenecientes a una misma empresa. La
internacionalización de la cadena de suministro genera enormes beneficios económicos al
permitir a cada uno de los países que participan en ella especializarse en la parte o el
componente en que tiene una ventaja comparativa.

Este crecimiento del comercio de partes y componentes hace que las estadísticas relativas
a las importaciones exageren el grado de competencia imputable a los interlocutores
comerciales. La teoría del comercio internacional considera el comercio de mercancías
como un sustituto del movimiento de los factores de producción. Por consiguiente, las
mercancías que un país importa de su interlocutor comercial son consideradas como una
oferta adicional de trabajo y capital del país interlocutor que compite con la de los
trabajadores y empresarios del país importador. Sin embargo, la proporción de valor
añadido por los factores de producción del país de origen a los productos que son objeto
de comercio es mucho más baja que en el pasado.

Tomemos como ejemplo un iPod ensamblado en China por Apple. Según un estudio
reciente, tiene un valor de exportación de 150 dólares por unidad en las estadísticas
comerciales de China, pero el valor añadido atribuible a la elaboración en China es de solo
4 dólares, y la parte restante del valor añadido del ensamblado en China proviene de los
Estados Unidos, el Japón y otros países de Asia. Sé muy bien que tendemos a utilizar a los
estadísticos como si fueran faroles — que sirven a la vez de apoyo y de iluminación —
pero creo que estas estadísticas son realmente esclarecedoras. Resultará sobrevalorada la
medida en que un volumen dado de importaciones implica una competencia entre los
factores de producción del país de origen y del país importador y, si se centra la atención
en el valor bruto del comercio o de las importaciones de un país determinado, resultará
también sobrevalorada la medida en que las empresas del país importador se benefician
del comercio porque parte de su producción se incorpora en el producto importado.

Es probable entonces que las estadísticas del comercio bilateral no reflejen correctamente
el origen de los productos comercializados. Volviendo al ejemplo del iPod de 150 dólares
importado de China, resulta que menos del 3 por ciento (4 dólares sobre 150) del valor del
producto refleja la contribución de China, y el grueso de ese valor es atribuible a
trabajadores y empresas de los Estados Unidos, el Japón y otros países. Sin embargo, en
las actuales estadísticas comerciales se atribuirían 150 dólares a exportaciones de China.

Las estadísticas comerciales convencionales nos dan también un panorama distorsionado


de los desequilibrios comerciales entre los países. Lo que importa no son los desequilibrios
medidos por el valor bruto de las exportaciones y las importaciones, sino la cantidad de
valor añadido que se incorpora en las corrientes. Si tomamos como ejemplo el comercio
bilateral entre China y los Estados Unidos veremos que en 2008, en un estudio realizado
por el Instituto de Economías en Desarrollo (IDE-JETRO), se estima que el 80 por ciento del
valor de los bienes exportados por los Estados Unidos tenían un contenido nacional. Las
cifras comparables eran 77 por ciento para el Japón, 56 por ciento para Corea y 42 por
ciento para Malasia y el Taipei Chino, lo que significa que alrededor del 50 por ciento del
valor exportado provenía de otros países. Si utilizáramos estadísticas comerciales
convencionales sobrestimaríamos el déficit bilateral de los Estados Unidos con China en
alrededor de un 30 por ciento con respecto a la cifra correspondiente si se mide el
contenido de valor añadido. Esa cifra sería superior al 50 por ciento si se tuviera
plenamente en cuenta la actividad de las zonas francas industriales. Es hora entonces de
que empecemos a medir el comercio en términos del valor añadido, y no del valor bruto,
como se hace actualmente.

Falacia Nº 3: Los desequilibrios en la cuenta corriente son un problema comercial y


deben corregirse mediante políticas comerciales

Si observamos atentamente los desequilibrios veremos que son un fenómeno económico


natural y muy difundido. Cuando observamos los flujos de gastos e ingresos entre Aix en
Provence y la ciudad de París o, de hecho, entre los arrondissements 16º y 5º de París,
podemos ver que esos flujos no están equilibrados. Pero no consideramos que ello
plantee problemas y no le atribuimos ninguna importancia. Sin embargo, nos preocupan
los desequilibrios entre países.

Creo que una razón valedera por la cual nos preocupan más los desequilibrios entre países
es la posibilidad de que los países se rijan por conjuntos diferentes de instituciones y
reglamentaciones económicas. Es probable que las políticas fiscales y monetarias sean
diferentes. También es posible que sean diferentes las reglamentaciones, en particular en
el sector financiero, incluso entre países vecinos. Es posible también que sean muy
diferentes los sistemas cambiarios. Estas diferencias pueden producir “distorsiones” y
crear así razones válidas para prestar más atención a los desequilibrios entre países. Otra
razón es el temor de que, cuando las cifras son grandes, en términos absolutos y relativos,
ello puede tener efectos secundarios importantes en otros países.

Los desequilibrios en cuenta corriente entre países son fundamentalmente un problema


macroeconómico, un indicio de la existencia de diferencias internacionales en los ahorros
agregados y en el comportamiento en cuanto a inversiones, y guardan poca relación con
las políticas comerciales. El déficit en cuenta corriente de un país refleja una tasa de
ahorro negativa de los residentes nacionales, es decir, una cifra de gastos totales, privados
y públicos, superior al ingreso nacional. Por el contrario, un superávit en cuenta corriente
refleja una tasa de ahorro de los residentes nacionales superior a los gastos totales.

En otras palabras, hay un superávit en la cuenta corriente cuando los ahorros internos son
mayores que la inversión interna, lo que significa que el país es un acreedor del resto del
mundo. Hay un déficit en la cuenta corriente si los ahorros internos son menores que la
inversión interna, en cuyo caso el país está utilizando ahorros provenientes del extranjero.

El aumento de los desequilibrios mundiales en los últimos 10 años puede atribuirse en


parte a la mayor integración de los mercados financieros y de capital. Ello ha hecho más
fácil que haya grandes diferencias en la tendencia al ahorro y en las oportunidades de
inversión entre los países. Los residentes nacionales pueden permitirse ahorrar menos
porque los ciudadanos de otros países ahorran más, y al haber pocas restricciones a los
flujos de capital, es posible poner esos ahorros del extranjero a disposición de los
residentes nacionales a menor costo.

Si no hay distorsiones creadas por las políticas, los desequilibrios ofrecen una forma de
asignar mejor el capital a nivel internacional. Los desequilibrios son un signo que indica
que los ahorros de un país se despliegan o se utilizan en otro país. Si hay en un país
abundantes oportunidades de inversión, pero sus residentes no pueden generar una
cantidad suficiente de ahorros para aprovecharlas, los ahorros extranjeros pueden
satisfacer esa necesidad. La economía nacional se beneficia al poder realizar proyectos de
inversión rentables, en tanto que los inversores extranjeros obtienen un rendimiento más
alto que el que obtendrían en su propio país.

Dado que los déficits y los superávits en cuenta corriente tienen su origen en las
diferencias en las tendencias al ahorro y en las oportunidades de inversión entre los
países, las restricciones comerciales no reducirán de manera permanente los déficits,
dado que no alteran las condiciones subyacentes que dan lugar a los desequilibrios. Las
restricciones comerciales pueden, por el contrario, agravar la situación. En primer lugar,
pueden activar la adopción de medidas de retorsión por parte de los que resultan
afectados por las restricciones a la importación y, en segundo lugar, las restricciones a la
importación dan por resultado ineficiencias económicas, en particular en el país que las
aplica. Como nos explicó Abba Lerner hace ya mucho tiempo, una consecuencia
indeseable de la aplicación de restricciones a la importación que los dirigentes políticos no
suelen reconocer es que también desalientan las exportaciones.

Dado que las diferencias en el comportamiento en cuanto al ahorro entre los países son la
razón fundamental de los superávits o los déficits en cuenta corriente, aunque es posible
que haya alguna mejora en los déficits o los superávits, las variaciones de los tipos de
cambio no corregirán los desequilibrios crónicos.

Además, ocurre con frecuencia que los exportadores no reflejan plenamente los efectos
de la apreciación o la depreciación de la moneda en el precio de venta en los mercados de
exportación. En numerosos estudios económicos se documenta esta repercusión
solamente parcial de los tipos de cambio de las variaciones en los precios de una amplia
gama de industrias, que van desde los automóviles a las películas fotográficas y la cerveza,
por nombrar solo algunas. Esto puede explicar por qué en los estudios empíricos sobre el
impacto de las variaciones de los tipos de cambio en los desequilibrios suele indicarse que
sólo tienen efectos limitados o ambiguos, y la razón por la cual es posible que los ajustes
de los tipos de cambio tengan sólo efectos limitados en los desequilibrios.

En mis argumentos parto de la base de que se permite que los tipos de cambio lleguen
libremente a sus niveles de equilibrio determinados, por ejemplo, por diferencias a largo
plazo en las tasas de inflación, como se plantea en la llamada teoría de la paridad de
poder adquisitivo, o por diferencias en los tipos de interés, conforme a la explicación
clásica de Mundell-Fleming. Soy consciente de que se ha mencionado la falta de
flexibilidad en los tipos de cambio en algunos países como un problema en el contexto de
los desequilibrios globales. Lo único que puedo decir al respecto es que es difícil hablar de
un sistema cambiario óptimo para un país — ya sea con tipos de cambio completamente
variables o fijos — sin referirse a la cuestión más amplia de cuál debe ser el sistema
monetario internacional apropiado.

Falacia Nº 4: El comercio destruye empleos

El problema del argumento de que el comercio destruye empleos radica en que sólo
considera la amenaza que plantean las importaciones para el empleo, sin tomar en
consideración la forma en que la apertura del comercio puede crear empleos en el sector
de las exportaciones. Tampoco tiene en cuenta que la apertura del comercio puede
aumentar el ritmo del crecimiento económico y mejorar así la capacidad de la economía
para crear nuevos empleos.

Reconozco que los modelos comerciales tradicionales parten del principio de que hay
pleno empleo, por lo que un aumento del comercio en esos modelos no da lugar a la
creación de nuevos empleos. Los puestos de trabajo se transfieren simplemente de los
sectores que atraviesan dificultades a los sectores en expansión. No obstante, si bien la
apertura del comercio no crea necesariamente nuevos empleos, la reubicación de la mano
de obra es un elemento positivo. Quiere decir que los trabajadores pasan de los sectores
en que su producto marginal es bajo a aquéllos en que es más alto, lo que da lugar a una
mejora de la productividad de la economía y a un aumento de la producción.

La mayor apertura del comercio puede aumentar el ritmo del crecimiento económico al
incrementar la tasa de acumulación de capital, acelerar los avances tecnológicos mediante
la innovación o la creación de conocimientos y mejorar la calidad de las instituciones. Un
país que abre su comercio puede resultar más atractivo para los inversores extranjeros
aumentando la afluencia de capital extranjero. Dado que la tecnología suele estar
integrada en productos, el comercio puede ser un medio muy eficaz de difundir
conocimientos tecnológicos. También puede aumentar la productividad gracias al
“aprendizaje mediante la exportación”, cuando la participación en los mercados
mundiales permite a los productores reducir costos o mejorar progresivamente su
situación en la cadena de valor añadido. Esta difusión de la tecnología mediante el
comercio es importante debido al carácter sesgado de la distribución del gasto en
investigación y desarrollo en el mundo, más aún que en el caso de la distribución de los
ingresos mundiales. Por ejemplo, en 1995 correspondía a los países del G-7 un 84 por
ciento del gasto total en I+D, pero sólo el 64 por ciento del PIB mundial. Por último, el
comercio internacional puede influir positivamente en la calidad de las instituciones de un
país, por ejemplo en su ordenamiento jurídico, lo que a su vez mejora los resultados
económicos. Una economía de crecimiento más rápido podrá absorber más trabajadores
que una economía de crecimiento lento o estancada, y esto puede ser particularmente
importante para los países pobres con una población amplia o en rápido aumento.

La apertura del comercio puede contribuir actualmente al crecimiento económico y a


crear así puestos de trabajo muy necesarios. Hay que aprovechar el paquete de estímulo
de la Ronda de Doha.

Falacia Nº 5: El comercio induce a una competencia por reducir la protección y los


niveles sociales y laborales

Hay quienes aducen que el aumento del comercio incitaría a los gobiernos de los países
ricos a reducir la protección y los niveles sociales o laborales, y perjudicaría a los
trabajadores de estos países. El problema de este argumento es que tiene pocos
argumentos empíricos. Es difícil encontrar ejemplos de países que hayan reducido la
protección o las normas sociales o laborales para responder a la competencia comercial.

Emmanuel Todd ha utilizado una variante de este argumento para sostener que el libre
comercio entre países en desarrollo, como China, y países industrializados es la causa de la
crisis económica. A su juicio, la competencia de los países de salarios bajos ha ejercido
presión en los salarios de los países industrializados y ha reducido así la demanda
agregada.

Las diferencias salariales reflejan en gran medida diferencias en la productividad de la


mano de obra. Hay una correlación bastante estrecha entre los salarios y la productividad
en los distintos países y algunas estimaciones llegan a indicar que el 90 por ciento de las
diferencias salariales entre los países se debe a diferencias de productividad. Aunque en
muchos países en desarrollo los salarios pueden ser bajos, la productividad de la mano de
obra de esos países es mucho menor que en los países occidentales.

Un problema más fundamental del análisis que hace Todd de las causas de la crisis
económica es su presunción de que el comercio es un juego de suma cero donde lo que
gana un país lo pierde otro. No obstante, la teoría económica nos demuestra que el
comercio es mutuamente beneficioso y que comporta beneficios globales para los países
que participan en él. Por ello, el comercio debería aumentar los ingresos de los países y,
por consiguiente, aumentar la demanda en lugar de reducirla.
El ascenso de China y la India hizo que se integraran decenas, si no centenas, de millones
de trabajadores chinos e indios en la economía mundial. Esta integración se produjo
sorprendentemente al tiempo que descendían las tasas de desempleo en los países de la
OCDE y de la zona euro. Entre 1998 y 2008, por ejemplo, la tasa media de desempleo cayó
del 9,9 por ciento al 7,4 por ciento en la zona euro y del 6,6 por ciento al 5,9 por ciento en
los países de la OCDE. Si el argumento de la suma cero fuera acertado, la emergencia de
China y la India habría dejado sin trabajo a millones de trabajadores en los países
desarrollados.

Por último, algunos también afirman que el comercio ha sido el responsable del aumento
de las diferencias salariales entre los trabajadores cualificados y no cualificados que se
observa en los países industrializados. Sin embargo, estas diferencias se deben en gran
parte a los cambios tecnológicos, que favorecen la contratación de personal cualificado, y
no al comercio. Esos cambios tecnológicos se deben a avances tecnológicos, como la
revolución de la tecnología de la información, que han aumentado la demanda de
trabajadores cualificados respecto de los no cualificados. En los Estados Unidos, esos
cambios tecnológicos, unidos a la disminución de la oferta relativa de trabajadores con
título universitario, dio lugar al aumento de las diferencias salariales entre los
trabajadores cualificados y no cualificados. Aunque los países industrializados han
experimentado una mayor apertura del comercio durante el mismo período, el comercio
no ha contribuido mucho a aumentar la desigualdad salarial. En los estudios empíricos en
que se ha tratado de medir la contribución del comercio a la desigualdad, las estimaciones
se sitúan entre un 4 y un 11 a 15 por ciento.

Falacia Nº 6: La apertura del comercio entraña desregulación


Existe una tendencia a confundir la apertura del comercio con la desregulación de la
economía. Pero ambas cosas se distinguen, por ejemplo, en que la apertura del comercio
consiste en una reducción de los obstáculos al comercio, o una reducción de las medidas
que entrañan un trato discriminatorio para los productos y servicios extranjeros. Un país
que se abre al comercio no necesita modificar su reglamentación nacional, siempre y
cuando, no discrimine injustificadamente contra los productos y servicios extranjeros.

Los gobiernos tienen muchas razones de peso para intervenir en la economía y para
mantener esa intervención incluso cuando se toman medidas para liberalizar el comercio.
La producción o el consumo de un producto pueden generar contaminación, dando así
lugar a una externalidad medioambiental como consecuencia no deseada. El mercado de
un determinado bien o servicio puede estar caracterizado por una asimetría de la
información, en virtud de la cual los vendedores estén mejor informados que los
compradores de la calidad o la inocuidad de los productos. Las empresas pueden restringir
la competencia mediante prácticas colusorias o un uso abusivo de su posición dominante.
Puede haber un riesgo moral, es decir, una asunción excesiva de riesgos en el sistema
bancario motivada por la existencia de seguros sobre los depósitos. En todos estos casos,
la reglamentación puede ser parte de la respuesta de los poderes públicos al
funcionamiento deficiente del mercado.

Para ilustrar la diferencia entre la apertura del comercio y la desregulación, permítanme


poner como ejemplo los servicios financieros en el mercado norteamericano. El Tratado
de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) abrió el comercio transfronterizo de
servicios financieros entre el Canadá y los Estados Unidos, permitiendo al mismo tiempo
que, en todos los demás aspectos, cada país conservara su régimen financiero. Creo que
ésa es una de las razones por las que, pese a la liberalización del comercio de servicios
financieros, los sistemas financieros del Canadá y de los Estados Unidos reaccionaron de
forma radicalmente diferente durante la crisis financiera. La laxitud de la reglamentación
del mercado hipotecario en los Estados Unidos contribuyó a la crisis de las hipotecas de
alto riesgo. Varios de los principales bancos de Wall Street quebraron a consecuencia de la
crisis financiera, y la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos
tuvieron que conceder enormes préstamos para rescatarlos. Sin embargo, al otro lado de
la frontera, los préstamos hipotecarios de alto riesgo representaban en 2006 menos del 5
por ciento de las nuevas hipotecas concedidas por los bancos canadienses, sujetos a una
reglamentación más estricta, frente al 22 por ciento en los Estados Unidos. Los bancos
canadienses apenas resultaron afectados por la crisis. En plena crisis mundial, a finales de
2008, conservaban un buen nivel de liquidez y tenían, en promedio, un coeficiente de
capital de nivel 1 (“tier 1”) sensiblemente superior al mínimo reglamentario.

Las cuestiones que he abordado hoy son esenciales para comprender correctamente los
aspectos económicos del comercio, pero también son importantes para fundamentar
mejor las políticas comerciales. Necesitamos debates, y decisiones fundamentadas,
porque el comercio repercute en la vida de los ciudadanos.

No obstante, tampoco quiero quedarme estancado en esa vieja cantinela política que
preconiza la apertura del comercio por la apertura misma, como si fuera el secreto del
éxito. No basta con poner al descubierto las falacias. Debemos tener siempre presente
que el comercio es sólo uno de los factores, un elemento del que se puede esperar
demasiado, o demasiado poco.

Los beneficios de la apertura del comercio sólo se obtendrán si el resto de las políticas
públicas conforma un marco general adecuado. Creo por eso que es tan importante lo que
he llamado el “Consenso de Ginebra”. En esencia, ese consenso establece que la apertura
del comercio puede — insisto: puede — contribuir de forma importante al bienestar
económico y a la armonía política, pero sólo si se cumplen otras condiciones. ¿Cuáles son
esas condiciones?

En primer lugar, necesitamos una política macroeconómica acertada, y no una doctrina


que consagre la política comercial como una solución fácil a problemas que afectan a los
fundamentos del sistema económico.
En segundo lugar, las oportunidades comerciales que genera la apertura serán estériles, y
tal vez incluso contraproducentes, si las señales que envían los precios no llegan a su
destino por falta de infraestructura o por la inoperancia de los mercados. Estos elementos
forman parte de un programa básico para el desarrollo, en el que la comunidad
internacional ciertamente tiene un papel que cumplir. Esa es la razón por la cual he hecho
tanto hincapié en la iniciativa de Ayuda para el Comercio, que se basa en la convicción de
que la facilitación del comercio, en el sentido más amplio, forma parte de un amplio
acuerdo internacional. Es importante subrayar que, cuando se afirma que hay que
satisfacer condiciones previas para que la apertura del comercio dé los frutos esperados,
no se está argumentando en contra de la apertura. Al contrario, se propugna la creación
de las condiciones que la hacen posible.

Por último, es responsabilidad de los gobiernos garantizar la distribución de los beneficios


derivados del comercio. La apertura del comercio pierde su legitimidad política cuando
existe la percepción de que beneficia únicamente a un pequeño grupo de privilegiados,
probablemente a costa de otros grupos sociales. No es fácil lograr que se extiendan los
beneficios del comercio, particularmente en los países pobres. La dificultad reside tanto
en los costos del ajuste derivado de la variación de los precios relativos, como, en un
sentido más fundamental, en la creación de infraestructuras sociales y de oportunidades
para todos.

Muchas gracias por su atención.

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