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Frédéric Bastiat
http://bastiat.org/
• Introducción
• I. El cristal roto
• II. El despido
• III. Los impuestos
• IV. Teatro, Bellas artes
• V. Obras públicas
• VI. Los intermediarios
• VII. Restricción
• VIII. Las máquinas
• IX. El crédito
• X. Argelia
• XI. Ahorro y lujo
• XII. Derecho al trabajo, derecho al beneficio
Pero esta diferencia es enorme, ya que casi siempre sucede que, cuando la
consecuencia inmediata es favorable, las consecuencias ulteriores son
funestas, y vice versa. — Así, el mal economista persigue un beneficio
inmediato que será seguido de un gran mal en el futuro, mientras que el
verdadero economista persigue un gran bien para el futuro, aun a riesgo de un
pequeño mal presente.
A favor del sistema de subvenciones, puede decirse que las artes extienden,
elevan y poetizan el alma de una nación, que arrancan de las preocupaciones
materiales, le dan el sentido de lo bello, y actúan favorablemente en sus
maneras, sus costumbres, sus hábitos e incluso su industria. Podemos
preguntarnos dónde estaría la música en Francia, sin el Teatro-Italiano y el
Conservatorio; el arte dramático, sin el Teatro-Francés; la pintura y la
escultura, sin nuestras colecciones y museos. Se puede ir aún más lejos y
preguntarse si, sin la centralización y en consecuencia la subvención de las
bellas artes, ese gusto exquisito se hubiera desarrollado, que es el noble
patrimonio del trabajo francés e impone sus frutos al universo entero. En
presencia de tales resultados, ¿no sería una gran imprudencia renunciar a esta
módica cotización de todos los ciudadanos que en definitiva, hace, en medio
de Europa, su superioridad y su gloria?
He ahí algunas de las razones que alegan los adversarios de la intervención del
Estado, en lo que concierne el orden en el que los ciudadanos creen deber
satisfacer sus necesidades y deseos, y en consecuencia dirigir su actividad. Yo
soy, lo confieso, de los que piensan que la elección, el impulso debe venir de
abajo, y no de arriba, de los ciudadanos, no del legislador; y la doctrina
contraria me parece conducir a la eliminación de la libertad y de la dignidad
humana.
Pero, por una deducción tan falsa como injusta, ¿saben de qué se acusa a los
economistas? De, cuando rehusamos la subvención, rechazar la cosa misma
que se subvenciona, de ser enemigos de todo tipo de actividad, porque
queremos que esas actividades sean, por una parte, libres, y por otra, que ellas
busquen en sí mismas su recompensa. Así, ¿que pedimos al Estado que no
intervenga, vía los impuestos, en materia religiosa? somos ateos; ¿que
pedimos que el Estado no intervenga, vía impuestos, en la educación?
odiamos las Luces; ¿que decimos que el Estado no debe dar, por los
impuestos, un valor ficticio al suelo, o a una industria dada? somos enemigos
de la propiedad y del trabajo; ¿que pensamos que el estado no debe
subvencionar a los artistas? somos unos bárbaros que juzgamos las artes
inútiles.
Volviendo a las bellas artes, se puede, repito, alegar a favor y en contra del
sistema de subvenciones poderosas razones. El lector comprenderá que, de
acuerdo con el objetivo social de este escrito, no tengo por qué exponer estas
razones ni decantarme por una de ellas.
Ha dicho:
Yo estoy obligado a decir: ¡muy mal! ¡muy mal! restringiendo, por supuesto, el
alcance del juicio al argumento económico del que es aquí cuestión.
Sí, es a los obreros del teatro que irán, al menos en parte, los 60,000 francos
de los que se trata. Algunas migajas podrán apartarse del camino. Incluso, si
escrutamos de cerca la cosa, quizá descubramos que el pastel tomará otro
camino; ¡felices los obreros si les quedan aunque sea unas migajas! Pero
admitamos que la subvención entera irá a los pintores, decoradores,
costureros, peluqueros, etc. Esto es lo que se ve.
Seguramente nadie osará sostener que el voto legislativo a hecho nacer esta
suma de la urna del escrutinio; que es una pura suma hecha a l a riqueza
nacional; que, sin ese voto milagroso, esos sesenta mil francos habrían sido
por siempre jamás invisibles e impalpables. Hay que admitir que todo lo que
ha podido hacer la mayoría, es decidir que serán cogidos de un sitio para ser
enviados a otro, y que no tendrán esa destinación más que porque son
desviados de otra.
No nos hagamos pues la pueril ilusión de creer que el voto del 16 de Mayo
añade lo que sea al bienestar y al trabajo nacional. Desplaza los
disfrutes, desplaza los salarios, eso es todo.