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La tesis de que la decadencia moral de la Iglesia, bajo los Papas renacentistas, había llegado a
un extremo intolerable, y que Lutero encabezó a los «protestantes» contra esta situación,
exigiendo una «reforma», es falsa y ningún historiador actual es capaz de sostenerla.
Reformador de la doctrina católica.– Lutero, efectivamente, combatió con todas sus fuerzas
contra la doctrina de la Iglesia Católica. Para empezar, arrasó con la Biblia, ya que dejándola a
merced de el libre examen, cambió la infalible y única Palabra divina por una variedad
innumerable y contradictoria de falibles palabras humanas. Se llevó por delante la sucesión
apostólica, el sacerdocio ministerial, los Obispos y sacerdotes, la doctrina de Padres y Concilios.
Eliminó la Eucaristía, en cuanto sacrificio de la redención. Destruyó la devoción y el culto a la
Santísima Virgen y a los santos, los votos y la vida religiosa, la función benéfica de la ley
eclesiástica. Dejó en uno y medio los siete sacramentos. Afirmó, partiendo de la corrupción total
del hombre por el pecado original, que «la razón es la grandísima puta del diablo, una puta
comida por la sarna y la lepra» (etc., así cinco líneas más). Y por la misma causa, y con igual
apasionamiento, negó la libertad del hombre (1525, De servo arbitrio), estimando que «lo más
seguro y religioso» sería que el mismo término «libre arbitrio» desapareciera del lenguaje. Como
lógica consecuencia, negó también la necesidad de las buenas obras para la salvación. En fin,
con sus «respuestas correctas», según escribe un autor de hoy, destruyó prácticamente todo el
Cristianismo, destrozando de paso la Cristiandad.
Pensamiento esquizoide.– Une la Iglesia Católica razón y fe, entendiendo la teología como
«ratio fide illustrata» (Vaticano I). Une la Biblia con la Tradición y el Magisterio apostólico
(Vaticano II, Dei Verbum 10). Une la gracia con la acción libre de la voluntad humana. Et et.
El pensamiento de Lutero, por el contrario, es esquizoide: Vel vel. Considerando que “la razón es
la grandísima puta del diablo”, concluye: sola fides. Convencido de que la mente y la conciencia
del cristiano están por encima de Padres, Papas y Concilios, dictamina: sola Scriptura. Afirmando
que el hombre no es libre, y que no son necesarias las buenas obras para la salvación,
declara: sola gratia.
El mayor insultador del Reino.– Lutero escribe que “toda la Iglesia del papa es una Iglesia de
putas y hermafroditas”, y que el mismo papa es “un loco furioso, un falsificador de la historia, un
mentiroso, un blasfemo”, un cerdo, un burro, etc., y que todos los actos pontificios están
“sellados con la mierda del diablo, y escritos con los pedos del asno-papa”. Podrían llenarse
innumerables páginas con frases semejantes o peores.
Los teólogos católicos del tiempo de Lutero rechazaron sus tesis, ganándose de su parte los
calificativos previsibles. La Facultad de París es “la sinagoga condenada del diablo, la más
abominable ramera intelectual que ha vivido bajo el sol”. Y los teólogos de Lovaina, por su parte,
son “asnos groseros, puercos malditos, panzas de blasfemias, cochinos epicúreos, herejes e
idólatras, caldo maldito del infierno”. No es de extrañar que, pensando así, rechazara Lutero la
proposición que le hizo Carlos V en Worms para que discutiera sus doctrinas con los más
prestigiosos teólogos católicos. ¿A quién puede interesarle discutir con cerdos endemoniados?
Por lo demás, los insultos de Lutero tenían una extensión universal: las mujeres alemanas, por
ejemplo, eran unas «marranas desvergonzadas»; los campesinos y burgueses, «unos ebrios,
entregados a todos los vicios»; y de los estudiantes decía que «apenas había de cada mil uno o
dos recomendables».
El perfecto hereje.– «Yo, el doctor Lutero, indigno evangelista de nuestro Señor Jesucristo, os
aseguro que ni el Emperador romano [...], ni el papa, ni los cardenales, ni los obispos, ni los
santurrones, ni los príncipes, ni los caballeros podrán nada contra estos artículos, a pesar del
mundo entero y de todos los diablos [...] Soy yo quien lo afirmo, yo, el doctor Martín Lutero,
hablando en nombre del Espíritu Santo». «No admito que mi doctrina pueda juzgarla nadie, ni
aun los ángeles. Quien no escuche mi doctrina no puede salvarse».
Duro con los pobres, débil con los poderosos. – Con ocasión del levantamiento de los
campesinos, que exigían, primero por las buenas y luego por las malas, lo que estimaban que
eran sus derechos, escribe Lutero una durísima invectiva Contra las hordas rapaces y homicidas
de los campesinos (1525). «Al sedicioso hay que abatirlo, estrangularlo y matarlo privada o
públicamente, pues nada hay más venenoso, perjudicial y diabólico que un promotor de
sediciones, de igual manera que hay que matar a un perro rabioso, porque, si no acabas con él,
acabará él contigo y con todo el país».
Muy suave fue, en cambio, Lutero con los poderosos príncipes alemanes, a fin de ganar su favor.
Cuando, por ejemplo, Felipe de Hessen, gran landgrave, casado con Catalina, de la que tenía
siete hijos, exigió la aprobación de un matrimonio adicional con una señorita de la nobleza
sajona, obtuvo la licencia de Lutero y Melanchton, a condición de que la concesión se mantuviera
secreta. Se acudió en este caso de poligamia, consumada en 1540, al precedente de los antiguos
Patriarcas judíos.
A Zwinglio le escribe espantado: «Le asusta a uno ver cómo donde en un tiempo todo era
tranquilidad e imperaba la paz, ahora hay dondequiera sectas y facciones: una abominación que
inspira lástima [...] Me veo obligado a confesarlo: mi doctrina ha producido muchos escándalos.
Sí; no lo puedo negar; estas cosas frecuentemente me aterran». Y aún preveía desastres
mayores. Un día le confiaba a su amigo Melanchton: «¿Cuántos maestros distintos surgirán en el
siglo próximo? La confusión llegará al colmo».
Así fue. Y así ha sido en progresión acelerada, hasta llegar a la gran apostasía actual de las
antiguas naciones católicas.