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Said, Edward W. Orientalismo. Trad. M.º Luisa Fuentes. Barcelona: Debolsillo, 2016.

La publicación de Orientalismo en 1978 sentó las bases para el desarrollo de las


investigaciones postcoloniales y marcó un antes y un después en muy diversas disciplinas como
la historia, la antropología , las ciencias políticas, y los estudios literarios y culturales. Sin
embargo, su relevancia nace también de la polémica recepción que tuvo en muy diversos
ámbitos.

Entre muchas de las críticas que el ensayo suscitó, una de las más habituales denunciaba
la falta de objetividad del autor en su delimitación del objeto de estudio (guiada por una
motivación personal e identitaria) y en su posterior proceso de investigación. Se le ha acusado
así de valerse de afirmaciones más ideológicas que académicas, y de alejarse de la imparcialidad
necesaria para abordar un estudio de estas dimensiones. Sin embargo, lejos de ocultar su
vinculación personal con el tema elegido, Said admite desde la misma introducción del libro
que su interés parte de una clara conciencia de ser “oriental” y de su íntimo deseo de descubrir,
habiendo crecido en dos colonias británicas, la huella que ha dejado en él (y en todos los
orientales) la cultura occidental. Es por eso que no parecen preocuparle en exceso los reproches
constantes a su “humanismo residual”, acercamiento “sentimental” o “libre albedrío” :
“Orientalismo es un libro parcial, no una máquina teórica”.

En esta obra, Said nos presenta el orientalismo como un discurso mediante el que
Occidente crea a Oriente, definiendo al mismo tiempo su identidad en oposición a ese “otro” al
que nunca se le permite hablar. Pero además, el orientalismo se muestra también como una
institución: todo un “sistema” o “filtro”, un “cuerpo de teoría y práctica” que se ha enseñado
como ciencia en academias, libros, congresos y universidades, que guarda estrechos lazos con
instituciones socioeconómicas y políticas, y que crea, enriquece y sustenta nuestros prejuicios
sobre lo “oriental” . De esto se deriva que la visión occidental de Oriente no solo está
condicionada por nuestro desconocimiento, nuestra tendencia a trazar estereotipos e imponer
nuestro punto de vista, y por el reduccionismo que caracteriza la relación humana con lo lejano.
Además de señalar y describir lo “oriental” como extraño, esta “institución colectiva” promueve
la reducción de las realidades heterogéneas de múltiples países y culturas a una descripción
esquemática e inmutable. En lugar de ofrecer un retrato real de oriente, las obras orientalistas
construyen representaciones que rara vez se adecuan a la complejidad de lo real, y que se
caracterizan por dejar en evidencia la superioridad de los occidentales frente a los orientales
(que son crédulos, faltos de exactitud e iniciativa, mentirosos, crueles…). Esa superioridad
servirá para legitimar la necesidad de que estos sean gobernados por Occidente para su propio
bien. Tal y como dice Said citando a Marx: “no se pueden representar, tienen que ser
representados”.

El libro está formado por una introducción y tres capítulos principales, que fueron
ampliados en 1995 con un epílogo en el que Said respondía a las críticas que había recibido
hasta el momento. La primera parte, El ámbito del orientalismo, nos introduce a través de los
variados discursos, estrategias y cartas de Lord Balfour (colonialista), Lord Cromer
(administrador británico de Egipto), Napoleón, Sacy o Flaubert, en el proceso de creación de lo
Oriental hasta la invasión napoleónica de Egipto. La segunda parte, Estructuras y reestructuras
del orientalismo, presenta el surgimiento del orientalismo moderno (S.XX) muy vinculado al
imperialismo, y caracterizado por la necesidad de “simpatía histórica” para estudiar otras
culturas y por su tendencia a clasificar la realidad en función a tipos esenciales. Vemos así
como a pesar de ser muy distintas entre ellas las obras de Lane, Nerval o Lawrence, todos
coinciden en su sesgo orientalista y en el uso de Oriente como mero instrumento para ensalzar
su ego. Además en este periodo la distancia entre la idea estática de Oriente y la realidad de una
cultura que se está transformando de forma progresiva es cada vez más evidente. El
orientalismo en nuestros días, último capítulo del libro, se centra en los Estados Unidos, que a
partir de finales del S. XX hereda la tradición orientalista francesa e inglesa aplicada a sus
nuevas necesidades de dominación.

Esta selección de textos y países, así como las precisiones que hacen en la introducción
del ensayo, revelan como ante el ilimitado corpus de obras que podía emplear para ilustrar su
teoría, Said ha decidido centrarse principalmente en la representación de Oriente Próximo, y que
se ha ceñido únicamente a las aproximaciones británicas, francesas y estadounidenses. Justifica
esta decisión bajo la creencia de que los británicos y los franceses fueron pioneros en los
estudios orientales, y que a diferencia de los alemanes, tuvieron un poderoso imperio colonial
que les permitió un acercamiento directo, y no solo clásico y erudito, a la realidad de estos
países. Tras la Segunda Guerra Mundial y los procesos de independencia de las colonias
francesas, Estados Unidos ha continuado su legado orientalista, valiéndose de las ideas
establecidas por esta disciplina para justificar sus incursiones en Oriente: los orientales no son
capaces de establecer una democracia y por eso las potencias hegemónicas occidentales tiene
que ocuparse de imponerla.

La elección de este corpus de textos ha sido cuestionada a menudo, acusada de pecar


precisamente del occidentalismo que pretendía criticar. Además, a esto se añade el hecho de que
a pesar de que señala que el orientalismo también afecta a la perspectiva que los orientales
tienen de sí mismos, no ofrece ningún ejemplo ni voz que justifique esa afirmación. De esta
forma, podría parecer que Said se ha dedicado solo a señalar aquellos textos que avalan su
perspectiva, sin atender a otras voces que podrían minarla o contradecirla.

Si bien esta crítica parece legitima, la evidencia de que el análisis de textos muy
diversos avalan la existencia de un discurso orientalista parece incuestionable. Said no solo
atiende a trabajos eruditos, sino que también se aproxima a obras políticas, literarias, libros de
viajes, estudios filológicos y religiosos… y consigue señalar en todas ellas huellas evidentes de
orientalismo. Incluso así, conviene tener en cuenta la posible existencia de otras textos que
podrían desequilibrar lo compacto de este corpus, pero eso no debilitaría la prueba de que existe
una evidente tendencia reduccionista y esencialista en las investigaciones clásicas sobre Oriente.
No obstante, no se puede pasar por alto ese carácter “compacto” de la investigación, ya que
genera en el lector la extraña sensación de haberse enfrentado a lo largo de muchas páginas a
unos pocos argumentos repetidos y reelaborados una y otra vez. En ocasiones la monotonía
prevalece sobre el sentimiento de haber sido testigos de una complejidad que ilumina.

Teniendo en cuenta la variedad de los discursos escogidos, esta percepción radica


posiblemente en el hecho de haberlos estudiado tomando como único punto de vista la
dominación y el orientalismo, y buscando fragmentos que ejemplifican esa tendencia, sin
profundizar tanto en el discurso que los contiene. Así, algunos han criticado que obvia o parece
olvidar el hecho de que a veces los trabajos de los orientalistas son los únicos documentos que
existen para conocer ciertos periodos de la historia de oriente: es decir, Said se ha centrado de
forma reduccionista en sus errores sin tener en cuenta todo el conocimiento que aportaron.

Si bien es cierto que al señalar las afirmaciones guiadas por prejuicios de forma tan
exhaustiva puede provocar esa sensación, el propio Said ha defendido que no pretendía señalar
ni que todo el trabajo de los orientalistas sea deficiente, ni absolutamente similar en su forma de
proceder, sino que tan solo buscaba hacernos conscientes de la histórica vinculación del
orientalismo con el poder imperial y de lo mucho que condiciona nuestra mirada incluso cuando
no tenemos ninguna motivación política o económica. En ese sentido, sí nos muestra la gran
diferencia que existe entre el trabajo de aquellos orientalistas directamente ligados al poder que
buscan legitimar la labor imperial, y el de aquellos literatos que se aproximan a la realidad
oriental de forma más desinteresada, pero claramente condicionados por numerosos clichés y
reduccionismos, e imponiendo su ego y su sentimiento de superioridad: Oriente resulta
interesante en la medida en la que les sirve para ensalzar su valía y su espíritu aventurero y
elevado. En el caso de estos últimos, Oriente aparece siempre cubierto por una atmósfera de
misterio y exotismo remotos, que no dan en absoluto cuenta de la realidad contemporánea de
esas culturas. Cabe destacar aquí el respeto que Said muestra por la obra de Massignon, a pesar
de que ni siquiera este consiga escapar del todo de la influencia orientalista. En el otro extremo,
critica abiertamente la aproximación de orientalistas como Bernard Lewis, que contribuyen con
sus investigaciones a las políticas imperialistas y económicas de los Estados Unidos, ayudando
a legitimar por ejemplo la invasión de Irak.

De esto se deriva que la crítica de Said no implica en absoluto que solo cada cultura
tenga derecho a hablar de sí misma, y que por tanto cualquier intento de aproximación a una
cultura ajena resulte inadecuado. Lo que pretende más bien es fomentar la cautela de los
orientalistas a la hora de acometer su tarea, y promover la adopción de una cierta distancia
crítica por parte de los lectores al enfrentarse a textos que pueden estar teñidos por el
orientalismo. Hay que tener siempre presente, que incluso cuando nos aproximamos a otras
culturas de forma sincera, nuestra visión de estas ya ha sido construida de antemano por nuestra
educación cultural, social e histórica, y que la lectura está por tanto absolutamente
condicionada: es difícil salirse del marco del “orientalismo”. Esta necesidad de revisar nuestras
preconcepciones resulta vital no solo para revisar la disciplina orientalista y abrir nuevos
enfoques en el área de los estudios culturales, sino también para fomentar nuestra mirada crítica
hacia las representaciones del mundo que nos ha ofrecido la educación occidental, y ayudarnos
así a cuestionar nuestra forma de acercarnos a otras culturas y personas desde presupuestos
poco flexibles o prácticamente cerrados. Ahora que han pasado años desde la publicación de
Orientalismo, lejos de desaparecer, la urgencia de promover esta actitud se ha visto acentuada a
causa de la globalización, que ha situado las múltiples identidades en continua transición,
encuentro y conflicto.

Más allá de la intención de Said, que parece difícilmente reprochable, muchos han
señalado que al atenerse de forma sistemática al sesgo orientalista presente en los textos ha
terminado ofreciendo una imagen de Occidente tan esencialista como la que construye la
disciplina que pretende denunciar. Esa sensación se ve agravada por la decisión de no
profundizar en el “Oriente real” que está oculto tras el reduccionismo de sus representaciones.
Said justifica el no dar voz al Oriente verdadero remitiéndose a una máxima de precaución: si
ya se le acusado de defender el Islam a pesar de haberse ceñido a revelar el mecanismo erudito
de dominación occidental, la polémica se vería encrudecida al tratar de definir esa realidad sin
atenerse a estructuras orientalistas. Aunque esta explicación resulte coherente, no deja de ser
cierto que al no presentar ninguna alternativa, el Oriente que imaginamos tras las la obra de Said
sigue siendo idéntico a aquél trazado por los orientalistas: solo podemos intuir que hay
múltiples culturas e identidades detrás. Esto puede provocar la impresión de que el ensayo solo
se limita a destruir sin ofrecer ninguna alternativa constructiva. Sin embargo, conviene tener en
cuenta que precisamente lo que Said pretendía sobre todo era que este primer ensayo sirviera de
base para la instauración de nuevas metodologías de aproximación a otras culturas. Así, aunque
no explicite ninguna vía concreta, mediante la crítica de una disciplina que permanecía anclada
en ciertos procedimientos y prejuicios dio el primer paso para fomentar nuevas propuestas,
cuya articulación debía desarrollarse a través de la responsabilidad conjunta de muchos
académicos y eruditos que comprendieran su denuncia en primer lugar. Para Said la
construcción es por tanto un objetivo futuro que él todavía no se atreve a precisar: “Quizá el
objetivo más importante sería estudiar alguna posible alternativa contemporánea al orientalismo,
preguntarse como se pueden estudiar otras culturas y pueblos desde una perspectiva libertaria y
no represiva o manipulativa”.

Su propósito debe entenderse por tanto como un primer paso, ceñido a la necesidad de
arremeter contra aquellas “verdades” o “realidades” inamovibles establecidas a través del
recurso a una “objetividad” perversa y aparentemente científica que había regido los estudios
eruditos durante largo tiempo. Si la objetividad exige adecuarse a una perspectiva rígida
establecida de forma social y cultural, Said prefiere optar por una subjetividad asumida, que no
implica una deformación de la realidad más intensa que la de aquellos que se posicionan en la
“verdad” . Ya desde la introducción de Orientalismo Said se esfuerza en señalar una y otra vez
la inexistencia de un conocimiento puro absolutamente desligado de lo social y político. Las
humanidades a menudo tratan de negar su relación con la política amparándose en que no tienen
una incidencia política directa. Sin embargo resulta innegable que nuestra subjetividad se
impone necesariamente a toda explicación que tratemos de establecer sobre la realidad,
partiendo de la selección de los aspectos de lo real que decidimos tratar o ignorar, y por eso
estudiar fenómenos como el orientalismo aislados tanto de nosotros mismos y de nuestras
tendencias ideológicas, como de otras ideas políticas, del estado, o de las relaciones de poder y
dominación, es reduccionista e irresponsable.

Si Said nos está aportando “su propia verdad” y esta está necesariamente condicionada
por su identidad y experiencias, al menos contribuye a nuestro conocimiento alejándose de la
“verdad” cuasi sagrada y construida por aquellos que jamás aceptarán la parcialidad de sus
propias perspectivas.

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