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Nos toca vivir en una Honduras con niveles de pobreza alarmantes que afectan a más de la
mitad de la población. A la par tenemos altas tasas de desempleo y subempleo, poca
producción, consumismo y encarecimiento de la canasta básica. Los monopolios, avaricia y un
alto endeudamiento están esclavizando a los ciudadanos. Hay deterioro y mínimo acceso a los
servicios básicos de salud, educación y seguridad. Este panorama de pobreza generalizada
contrasta con el enriquecimiento desigual y muchas veces ilícito de algunas minorías del país.
Nos toca vivir en una Honduras contada entre los 14 países con mayor desigualdad, ocupando
el sexto lugar en el mundo y el primero en América Latina.
Nos toca vivir en una Honduras donde los asesinatos, el sicariato, el narcotráfico, el tráfico de
armas, las maras y la violencia en los medios de comunicación han contribuido grandemente a
establecer una cultura violenta aprendida desde tempranas edades. La emigración, provocada
por la violencia y la pobreza, se acrecienta a pesar de las dificultades, peligros y barreras.
Nos toca vivir en una Honduras donde la corrupción y la impunidad son un dúo maligno que ha
infiltrado desde las estructuras gubernamentales, privadas y a nivel de los ciudadanos comunes,
devorando poco a poco las vidas y las instituciones de nuestro país. Es imposible ignorar los
escándalos y robos en las instituciones estatales todavía no resueltos, como el desfalco del
Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS). Además preocupa la secretividad en el manejo
financiero del Estado, el involucramiento de funcionarios en el narcotráfico y otros casos más
que muestran la negligencia e ineficiencia del sistema de justicia hondureño.
Nos toca vivir en una Honduras donde la falta de confianza en el sistema de justicia desespera
y lleva a los ciudadanos a tomar acciones por su cuenta. La corrupción se percibe como un
pecado del Estado, pero falta conciencia de que la corrupción personal y colectiva alimenta la
corrupción estatal.
Nos toca vivir en una Honduras donde la Constitución y las leyes son irrespetadas
continuamente por gobernantes y gobernados, llevándonos a un Estado debilitado, corrupto y
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HONDURAS ENTRE CRISIS Y ESPERANZA - DECLARACIÓN
FRATERNIDAD TEOLOGICA LATINOAMERICANA - CAPITULO HONDURAS
Nos toca vivir en una Honduras donde los ciudadanos están siendo reprimidos y tratados con
violencia desproporcionada por las instituciones del Estado cuando se manifiestan contra lo que
consideran violación de la Constitución e irrespeto a su voto. La crisis crónica que vivimos se ha
amplificado extraordinariamente por el manejo lamentable de los resultados electorales
recientes, por la percepción generalizada de manipulación y fraude (Salmo 101:7). Esto ha
desencadenado una reacción indignada de amplios segmentos de la población, adoptando la
desobediencia civil y aún la insurrección. Preocupa que no se visualice la existencia de
mediadores nacionales de reconocimiento y respeto para coordinar diálogos y pactos creíbles
que ayuden a la estabilidad del país.
Reconocemos que los evangélicos desarrollamos muchos proyectos dirigidos a los pobres y
vulnerables, pero hemos omitido la exigencia para que el Estado asuma la responsabilidad de
coordinar las acciones que apunten a las causas de la pobreza y la injusticia.
Reconocemos que los cristianos hemos sido poco enseñados sobre el ejercicio y manejo del
poder. En general hemos mostrado una conducta escapista escudada en versos de la Biblia
fuera de contexto. Se nos olvidó que si bien el ciudadano cristiano tiene deberes como respetar y
orar por las autoridades gubernamentales, también tiene el derecho de reclamarles que
gobiernen con justicia, rectitud y bondad (Romanos 13)
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HONDURAS ENTRE CRISIS Y ESPERANZA - DECLARACIÓN
FRATERNIDAD TEOLOGICA LATINOAMERICANA - CAPITULO HONDURAS
cuando realmente lo perdemos. Estamos convencidos que la enseñanza de Jesús nos debe
conducir a transformar nuestra sociedad con el poder del amor y evitar la tentación del amor al
poder.
Nos apena que en los últimos procesos electorales han surgido autodenominados "profetas" que
han vaticinado quien sería el ganador de las elecciones, aunque interesantemente han
proclamado diferentes ganadores. Al escudriñar las Sagradas Escrituras, encontramos que la
labor del profeta va más allá de predecir el futuro; su rol se enfoca en la denuncia, el reclamo por
la justicia, el llamado a que los líderes y el pueblo no dejasen de poner a Dios y Sus
mandamientos primero. Los profetas bíblicos también recordaban a los gobernantes que no
abusaran de los privilegios del poder. "Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante
tu Dios..." eso es lo que Dios nos ha dicho por medio de profetas (Miqueas 6:8). Es necesario
discernir estos mensajes proféticos, que abundan estos días, sometiéndolos a las Sagradas
Escrituras, que nos enseña a diferenciar los verdaderos de los falsos profetas.
Como cristianos evangelicos pedimos perdón a Honduras porque también hemos sido
responsables de la corrupcion por acción u omisión. Poder hacer el bien y no hacerlo también es
pecado. Hemos dejado que la seducción del poder y el acceso a financiamientos por parte del
Estado comprometan nuestra función profética y orientadora independiente. Por lo anterior
hemos perdído la oportunidad de ser instrumentos de mediación y paz.
Con humildad retomamos nuestro llamado a orar, reflexionar y actuar por el bien de nuestro
país. No podemos aspirar a la paz sino promovemos la justicia . Isaías 32:17 nos recuerda que
“la paz es producto de la justicia “, y como ciudadanos estamos llamados a promover ambas de
manera íntegra, haciéndolo en coherencia con los principios éticos y espirituales que nos rigen y
viendo más allá de la confusión, del odio, la deseperación, la oportunidad politica y los intereses
personales.
La misión cristiana debe ser de contracultura, porque en un país en crisis, es necesario construir
cultura de valores, paz, justicia, honestidad, legalidad y solidaridad. Estos valores incluyendo el
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servicio a los más necesitados deben ser promovidos y puestos en práctica por la iglesia, sin
cansarnos de hacer el bien (Gálatas 6:9).
La cadena de la corrupción se debe empezar a romper en donde estén los cristianos. Su vida y
su mensaje deben ser coherentes con la honestidad y la rectitud, a cualquier costo. Además, la
labor profética verdadera de la Iglesia es denunciar la injusticia, la mentira y la maldad, venga de
donde venga, tanto a nivel personal como estructural. Imitemos la misión de los profetas
antiguos de Dios, la cual era confrontar los actos de corrupción de los que estaban en cúpulas
de poder y espacios religiosos (Isaías 33:15-16). Nuestro papel es anunciar el llamado de Dios a
arrepentirse del pecado de la corrupción y la injusticia. Hoy más que nunca, como iglesia
necesitamos anunciar las buenas nuevas de salvación (1Pedro 2:9-10) y denunciar todo anti
valor que este en contra de los principios y valores del Reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33;
Miqueas 6:8).
c. Construyamos la institucionalidad.
Con frecuencia oímos que debemos someternos a las autoridades porque son puestas por Dios
(Romanos 13), pero no leemos el mensaje completo y en su contexto, en el cual se nos llama a
vivir en institucionalidad y gobernabilidad. El ciudadano respeta las autoridades, obedece la ley y
aporta su trabajo y sus impuestos; pero por otro lado los gobernantes deben cumplir y hacer
cumplir las leyes, castigando lo malo y fortaleciendo lo bueno. Por otra parte, es necesaria la
separación de las funciones entre la Iglesia y el Estado, cooperando por el bien común pero sin
interdependencia.
El liderazgo y pueblo cristiano están llamados a desarrollar una incidencia con integridad,
independencia y con mensaje y acción para guiar a la población de la crisis a la esperanza.
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