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LATITUD 34°

Lindo, pero no vuelvo ni loco


Ni La Paloma ni Miami Beach. Nuestro columnista elige mojar los pies
en Santa Teresita y comprueba que el mar, la playa y el gentío no son
lo suyo.
31 de enero de 2017
POR WASHINGTON CUCURTO
Estaba pensando que siempre tenemos una idea equivocada de las playas y las
vacaciones. Los medios, las novelas de la tarde, el simple deseo de ser deseado, el color
del verano, las flores del amanecer, los cuerpos de las bellas mujeres argentinas (las
mujeres son lo más importante de este país, lo único que vale la pena en esta vida, así
que, muchachos argentinos, cuidémoslas como oro, o mejor dicho como seres
encantadores, que es lo que son). Mando este pensamiento encorsetado entre paréntesis,
como diría Mario Benedetti, y me doy cuenta de que no terminé la oración. Todo lo
descripto, quise decir, nos hace pensar que las playas y las vacaciones son cosas del
paraíso, relacionadas con la belleza, el clímax de los sentidos, el sexo y el buen sol.
Pero no. No siempre es así. Jamás estuve en una playa de Cancún o Miami, esas de
arena blanca, palmeras pintadas por Gauguin y lugareños hermosos; el sumum de la
perfección y la copia del paraíso terrenal. ¿Edén? ¡Deseoso es aquel que huye de su
madre!
Tampoco estuve nunca en Mar del Plata, y siempre la imaginé como me la
contaron, con el Casino, los teatros, la arena y el mar impecable. Otro edén. Este año
surgió la posibilidad de ir unos días de vacaciones a la playa. No conozco la playa.
Ustedes dirán, ¡estás jodiendo! Pero en serio, me cuesta mucho salir de Callao y
Corrientes. Mis seis hijitos (uno de tres, otro de cuatro, otro de cuatro y medio, otro de
siete, otro de ocho -la edad dorada, según José Martí-, otro de quince y tres cuartos en la
edad del pavo, y otro que va a venir algún día) se sumaron jodiendo: vamos papá,
compramos bronceador y vayamos, papá, papá, papá, apenas surgió la posibilidad de ir
a conocer el mar.
Y agarramos la Kangoo y nos fuimos a la playa. Me gustó que la playa sólo
estaba a tres horas de Florencio Varela. Los chicos se portaron re mal en el viaje; le
sacaban el dedo a los pobres policías que, cada cien metros, custodiaban el tránsito.
Nunca vi tantos polis en mi vida. Sí, ¡había dos patrulleros cada cien metros con una
sombrillita y pobres cristianos sufriendo el calor, con esos uniformes azules y esas botas
espectaculares y esas ametralladoras con miras infrarrojas, todo pesado, todo daba
esfuerzo, mientras íbamos al mar! ¡No hay derecho!
Santa Teresita era nuestro destino, y ahora que ya todo pasó, ahora que
volvimos, puedo decir que es, por lejos, la mejor playa de Argentina y Sudamérica. ¡Y

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no me vengan, por favor, con las playas brasileñas llenas de caipiriñas y de morochos
con navajas que te afanan hasta el arito de la oreja! O, siempre hay unos perejiles, que
dicen frunciendo la trompita, ay, Uruguay, Uruguay está buenísimo; La Paloma, La
Paloma… ¡Huevones, conozcan Santa Teresita y sabrán la verdad de la milanesa!
¡Santa Teresita es la mejor! Una playa, una ciudad, un país, un barrio o lo que
sea, tienen un espacio imaginario y un espacio real; pero siempre, no sé si por el tema
del turismo y el consumo, conocemos la parte imaginaria. Lo primero que te muestra
Santa Teresita es su parte real, y luego su parte imaginaria que supera a todo lo
imaginado. Fuimos a la casa de mi ahijado Martín y de mi ahijada Belén, dos seres que
no puedo describir con palabras; seres encantadores con corazón de oro, que
hospedaron a toda mi prole de una forma maravillosa. Nos invitaron a comer al mejor
restaurante B C de Santa Teresita, sobre la calle 2 esquina no me acuerdo, a pocas
cuadras de la playa. ¡Vayan a ese restaurante!
Martín me dijo, Cucu, bienvenidos a la mejor playa del mundo, los chicos la van
a pasar mejor que en Disneylandia. Mis hijos apenas vieron el mar, bajaron de la
Kangoo y corrieron con ropa directo a zambullirse, no pude pararlos. Yo me asusté.
Miles de familias en micros que venían de Florencio Varela, Quilmes, Berazategui, La
Plata y Lanús bajaron corriendo hacia la playa como si fuera una invasión. Eran
familias de laburantes que cargaban la heladerita con sándwiches de jamón y queso,
agua de la canilla en botellas de agua mineral, milanesas caseras hechas por la abuela,
mayonesa y tomate. ¡Helados caseros hechos con jugo Tang envueltos en bolsitas de
plástico, especiales para masticar el hielo!
¿Dónde estaba todo lo que me habían contado los medios? La belleza
de División Miami, los cuerpos esculturales de Punta del Este, el espacio de la paz y la
tranquilidad y el descanso, ¿dónde se habían metido? ¿Y qué pasó con el mar
transparente y la arena blanca? La playa parecía la calle Florida, llena de gente. El
horizonte estaba partido al medio, interrumpido por las siluetas de los vendedores que
no cesaban de pasar. Uno disfrazado de Hombre Araña se metió al mar y todos los
niños corrieron detrás de él gritando. Imagino que no aguantaba más el calor. Luego
salió todo mojado, agarró su carrito de panchos y siguió…
No se podía caminar; era un acampe infinito de sombrillas de telas descoloridas,
de ojotas que patearon todo el conurbano, de panzas asombrosas, hijas de la harina y la
cerveza; los grandes fumaban sin parar a orillas del mar mientras los niños chapoteaban
en las fuertes olas. Los olores a pata se mezclaban en el horizonte y espantaban a las
gaviotas raquíticas, debiluchas, como drogadas por el humo del cigarrillo. La playa era
el paraíso de los tatuajes tumberos y la celulitis. Tenía que permanecer parado bajo el
sol, porque no podía ni sentarme.
Se me acercó un sujeto:

-Soy de Monte Chingolo, ¿y vos?


- Yo soy de Varela.

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- Bien ahí, dame veinte pesos para cuidarte el auto.
- ¿Vos sos el cuidachoches? ¿Y qué hacés en la playa? ¿No deberías estar cuidándolos?
- Mal ahí, eh.

Mis hijos correteaban felices con otros chicos de Varela, de Beraza, de Monte
Chingolo…
Santa Teresita me golpeó. Acabó con mi ideal snob de playas lindas y cuerpos
esplendorosos. Me mostró la verdad de la milanesa (nunca la frase tan acorde); me
enseñó la otra cara del turismo, la que no está ligada al éxito y a la familias pudientes.
Santa Teresita era un sueño y resultó un lugar real con gente real, con sonrisas que
piden ortodoncia, con sus pesos contados. Así son las tan ansiadas vacaciones del
Conurbano Bonaerense, las de la familia laburante.
Santa Teresita amada acaba con el viejo mito de la playa concheta y le da
espacio a ese imaginario increíble de la playa proletaria. Por supuesto, mis críos
hicieron de las suyas, se perdieron miles de veces en esa playa infinita. Uno apareció
surfeando a 500 metros de la playa. ¡Le pegué tantas patadas en la cola! Y después le di
con la ojota imitación de hawaiana que compré ahí mismo.
En fin, conocimos una playa de verdad. Santa Teresita, con sus restaurantes
siempre colmados, con ofertas espectaculares, todo súper barato; los lugareños llenos de
amor, tratando muy educados a sus visitantes grasitas del conurbano. Un lugar pensado
para bolsillos flacos, desesperanzados, precarizados, semi desocupados, acotados,
breves, efímeros.
Nos fuimos felices de haber conocido Santa Teresita, un lugar a favor de la vida,
ideal para el pueblo laburante. Como todas las vacaciones de mi vida, terminé más
cansado que nunca, estresadísimo. No descansé ni un minuto, gasté mi poco dinero, no
me metí ni una vez al mar y la arena me quemó las patas. El gran momento fue volver,
ver a lo lejos cómo Belén y Martín levantaban sus manitos con el mar de fondo,
saludándonos. ¡Vuelvan el mes que viene, vuelvan pronto! ¡Santa Teresita es su casa!
¡Sí, padrino!, gritaban los niños muertos de felicidad.
Aceleré la Kangoo lo más que pude y prometí no volver nunca más a la playa, ni
tomarme jamás de los jamases vacaciones con hijos. No vuelvo a Santa Teresita ni loco,
ni soñando, es un sueño, es un lugar ideal, fantástico, justicialista sin dudas, pero a mí
no me ven más el pelo. En la ruta mis hijos me preguntaban papi ¿vamos a volver?,
papi, papi, papi… Sí, sí, algún día seguro. Miré hacia afuera mientras manejaba y vi a
los polis todavía laburando, solos en la ruta, bajo el sol, y me pregunté: ¿éstos seguro la
pasaron mejor que yo?

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