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El sistema político de la Restauración está absolutamente ligado a la figura de Antonio Cánovas del
Castillo, que asumió la regencia hasta el regreso del rey en 1875. Cánovas pretendía consolidar un
nuevo modelo político que superase algunos de los problemas del reinado de Isabel II: el carácter
partidista y excluyente de los moderados, el intervencionismo de los militares en la política y el
incremento de enfrentamientos civiles. Para ello, Cánovas se propuso 2 objetivos: elaborar una
constitución que marcase un sistema político basado en el bipartidismo y pacificar el país poniendo
fin a la guerra de Cuba y el conflicto carlista.
Pero todo este sistema del turno pacífico pudo mantenerse durante más de 20 años gracias a la
corrupción electoral. Una vez decidido a qué partido tocaba formar gobierno, se ponía en marcha
todo un mecanismo para asegurar el triunfo electoral.
Primero, el rey nombraba a un nuevo Jefe de Gobierno y le otorgaba el decreto de disolución de
Cortes. El nuevo gobierno convocaba unas elecciones completamente adulteradas: el Ministerio de
Gobernación “fabricaba” los resultados electorales mediante la asignación previa de escaños
(encasillado) y enviaba esa lista a los gobernadores civiles y éstos, a su vez, a los caciques, personas
notables, sobre todo del medio rural, que solían ser ricos propietarios que daban trabajos a jornaleros
y que tenían una gran influencia en la vida local. Eran ellos, los caciques, los que amañaban las
elecciones consiguiendo los resultados esperados, lo que se conoce como pucherazo (incluían a
personas fallecidas, compra de votos…). En resumen, el sistema político era “al revés”: primero se
nombraba el gobierno y después triunfaba electoralmente.
Junto al caciquismo estaba La oligarquía, formada por dirigentes políticos de ambos partidos
estrechamente relacionados con los terratenientes y la burguesía adinerada. La minoría política de
Madrid suponía la parte fundamental de la oligarquía dirigente.
Fuera de éste sistema del turno pacífico se encontraban las fuerzas marginadas del sistema :
republicanos, socialistas, carlistas y nacionalistas.
En primer lugar están los republicanos, que se dividían en 4 facciones: el Partido Republicano
Posibilista, con Emilio Castelar a la cabeza; el Partido Republicano Progresista, con Ruiz Zorrilla; el
Partido Republicano Centralista, con Salmerón; y el Partido Republicano Federal, con Pi y Margall a
la cabeza y que contaba con el apoyo de una parte importante de las clases populares. Tras su
descalabro electoral en 1886 al haber propugnado la abstención, los republicanos se unieron en la
Unión Republicana en 1893 y 1901, lo que permitió aumentar los escaños, aunque tuvo que luchar
por los votos populares contra el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado por Pablo
Iglesias, de clara influencia marxista y opuesto a la diferencia de clases: burguesía y proletariado.
Por su parte, el Partido Carlista protagonizó una escisión en 1888 por parte de Ramón Nocedal,
quien fundó el Partido Católico Nacional, que se convirtió en un partido integrista. De otra parte
del catolicismo surge la Unión Católica en 1881 y, en el mismo año, se funda el Partido
Democráico-Monárquico, como escisión de los liberales.
Por otra parte están los anarquistas, aunque no participaban en el sistema político del Estado.
Por último, encontramos los nacionalismos. En primer lugar, el nacionalismo catalán Parte del
movimiento intelectual-cultural Renaixenca. El republicano federal Valentí Almirall, decepcionado
por el sistema político, funda en 1882 el Centre Català, que empezó a defender la autonomía de
Cataluña. En 1892, con la fundación de la Unió Catalanista, el regionalismo pasa a nacionalismo y,
en 1901 se funda la Liga Regionalista, cuyo triunfo electoral desbancó a los partidos dinásticos en
Cataluña. En segundo lugar, encontramos el nacionalismo Vasco, impulsado por Sabino Arana, que
sentía gran pasión por la cultura vasca y la veía en peligro ante la llegada de inmigrantes españoles.
Sus propuestas se aunaron en 1895, cuando se creó el Partido Nacionalista Vasco, que se declaró
independentista inmediatamente.
Para finalizar, decir que este sistema lleno de falseamiento electoral se fue democratizando cada vez
más, especialmente en las grandes ciudades y en las zonas nacionalistas, Cataluña y País Vasco.
Como conclusión se puede decir que la Restauración fue un sistema estable pero no democrático, con
una Constitución que estará en vigor más de cuarenta años, hecho insólito en la historia del
liberalismo español.