Вы находитесь на странице: 1из 2

Festival Únicos

Concierto de Joan Manuel Serrat

Orquesta Serrat. Arreglos y dirección: Joan Albert Amargós.

Piano: Ricard Miralles

Lugar: Teatro Colón

Martes 20 de febrero (repite hoy, 21 de febrero)

Por Santiago Giordano

Fue lo que se esperaba: un recital de canciones rodadas y entrañables, en un marco particular.


Un encuentro más, esta vez con el aditivo del Teatro Colón y el acompañamiento de una
orquesta sinfónica, entre Joan Manuel Serrat y un público leal y apasionado. El martes, en el
primero de sus dos conciertos y el inicio del festival Únicos, el cantautor catalán renovó sus
extensos afectos con la Argentina. Junto a una orquesta integrada por músicos de varias
formaciones sinfónicas locales, el catalán repasó sus clásicos, en gran parte ya presentados
hace algunos años con el proyecto Serrat Sinfónico, con los arreglos y la dirección de Joan
Albert Amargós.

Y no sólo los mármoles y terciopelos del edificio o el sonido de la orquesta afinando indicaron
lo especial de la noche. También la puntualidad fue un rasgo distintivo de una velada diferente.
A las 20.30 precisas la orquesta recibía a Serrat con la introducción de “Se equivocó la paloma”.
Traje oscuro, corbata y el gesto llano de quien no esconde nada, Serrat entró desde el fondo de
la escena coronado por el aplauso de una sala colmada.

“Mi niñez”, “De cartón piedra”, “Barquito de papel”, “Penéolope”, canciones entrañables y
celebradas, marcaron la primera parte del concierto. La satisfacción del público se traducía en
el silencio con que recibía cada tema, mientras el vibrato afectuoso del cantor iba acomodando
los fraseos a un tierno estilo tardío, con la invalorable colaboración del dilecto Ricard Miralles,
como siempre en el piano.

El “sueño de una noche de verano”, como el mismo Serrat definió el hecho de estar cantando
en el Colón, siguió luego con “Las abarcas desiertas”, sobre el poema de Miguel Hernández,
”Aquellas pequeñas cosas”, “Princesa”, “El carrusel del Furo” y “Es caprichoso el azar”, con
Elena Roger como invitada. Los arreglos orquestales del repertorio resultan en algún sentido
apreciables, aunque en general la ejecución, juzgada con los parámetros corrientes para
orquesta, resultó poco ajustada, con escasa fibra y numerosas distracciones. Pero si las
canciones de Serrat llegaron hasta acá, persistiendo a lo largo del tiempo y a lo ancho del
afecto, fue por su naturaleza sencilla y profunda, expresión de una noble idea de lo popular.
La orquesta, en rigor de verdad, no agrega mucho a la pátina de humanidad que la historia
depositó sobre canciones cantadas y escuchadas por varias generaciones. En todo caso,
proporciona el regocijo de asistir a un momento de movilidad estética ascendente, una forma
de justicia artística que arropa a esas presuntas “descamisadas” con lo que todavía algunos
consideran, por arrogancia o ignorancia, formas “altas” de la cultura. Momento de presunta
elevación que traen el riesgo de cierto conformismo que hizo que canciones de terrible belleza,
como “Pueblo blanco” o “Pare” –tema sobre el degrado de la tierra, que Serrat cantó en
catalán después de recitar la letra en castellano – en vez de estremecimiento, produzcan el
regocijo de una plumita que hace cosquillas en el ombligo de los satisfechos.

Después de “Balada de otoño”, solo con Miralles en el piano –acaso lo mejor de la noche–,
llegaron “Mediterráneo”, “Bendita música” y “Fiesta”, para marcar el final de un concierto que
se prolongó un poco más en el aplauso incesante de un público una vez más agradecido y los
bises de rigor. “Nuestras ganas de seguir están en contraposición a nuestras posibilidades”,
bromeó Serrat antes de despedirse con “La saeta” y, con piano a cuatro manos entre Miralles y
Amargós, “No hago otra cosa que pensar en ti”.

Вам также может понравиться