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Por Santiago Giordano

Con el estreno americano de Tres hermanas, de Peter Eötvös, comenzará el martes la temporada
de ópera del Teatro Colón. Se trata de una de las óperas más celebradas de las últimas décadas,
con libreto de Claus Henneberg y del propio compositor sobre la pieza teatral de Anton Chejov. La
puesta en escena de esta nueva producción será de Rubén Szuchmacher, el diseño de escenografía
y vestuario de Jorge Ferrari y la iluminación de Gonzalo Córdova. Las dos orquestas que prevé la
partitura, una en el foso y la otra detrás de escena, estarán dirigidas por Christian Schumann y
Santiago Santero.

Tres hermanas transcurre entre las cosas que pasan cuando no pasa nada, según define
Schumann el espíritu chejoviano en diálogo con PáginaI12. Olga, Masha e Irina son hermanas,
refinadas y cultas como pueden ser los hijos de cierta aristocracia provincial rusa de fines del Siglo
XIX. En torno a ellas están Andrej, hermano varón, casado con Natasha, vulgar y déspota, usina de
odio y factor de conflictos. El resto son distintas representaciones del tedio y la chatura, hombres
que entran y salen, mujeres que esperan.

Nacido en 1942 en una región de Transilvania entonces perteneciente a Hungría y actualmente a


Rumanía, Eötvös reelaboró los cuatro actos del clásico de Chejov en un prólogo y tres secuencias,
cada una centrada en un personaje diferente –Irina, Andrej y Masha– en las que la cronología del
relato no es lineal. La música, rica y cautivante, nunca se aparta del aparato narrativo y entre las
innumerables inflexiones en favor de los humores de los personajes y los afectos de las
circunstancias, el compositor señala la utilización de contratenores –voces masculinas de registro
más agudo que el tenor– para los principales roles femeninos. Sin embargo, en esta oportunidad
las protagonistas serán cantantes mujeres: la soprano eslovena Elvira Hasanagic interpretará el
papel de Irina, la más joven y cándida de las hermanas; la mezzosoprano bielorrusa Anna
Lapkovskaja será Masha, mujer casada y cansada; otra mezzosoprano, la lituana Jovita Vaskeviciute
será Olga, la más grande y más soltera de las tres. Andrey, el sumiso hermano será el barítono
Luciano Garay y la soprano Marisú Pavón interpretará a la pérfida Natacha. El elenco se completa
con Víctor Castells como Anfissa, Walter Schwarz haciendo Koulyguine, Alejandro Spies en el papel
de Tuzenbach, Mario De Salvo como Soliony. Héctor Guedes será Vershinin, Carlos Ullán el doctor
Chebutyking, Pablo Pollitzer hará de Fedoti y Santiago Martinez de Rode. Tres hermanas se
repondrá el viernes 16 y el martes 20 a las 20, y el domingo 18 a las 17.

“Es cierto que Eötvös pensó en contratenores, voces agudas pero de gesto fuerte, para
representar a las hermanas. Pero es una idea opcional. Para esta puesta pensamos en voces
femeninas porque nos pareció un poco más cerca de un clásico como Chejov, más coherente con la
naturaleza de los personajes” comenta Christian Schumann al comenzar la charla con PáginaI12.
“La relación entre hombres y mujeres es uno de los tópicos principales de esta ópera, ambientada
en una época muy particular en Rusia, con tres hermanas de la clase social alta, que se criaron en
Moscú y que no logran entender la vida en el campo. No saben qué hacer ante los hombres que
aparecen en sus vidas”, agrega el director alemán.
Schumann conoce bien el repertorio operístico de Eötvös, compositor prolífico también en este
campo. En 2011 dirigió en Münich Die Tragödie des Teufels; en 2013, en Varsovia, Lady Sarashina y
más tarde, en Avignon se hizo cargo de Senza Sangue. Ahora aborda un título que desde su estreno
en la Ópera de Lyon en 1998 se convirtió en una de las óperas contemporáneas más
representadas. “Tres hermanas es un gran desafío, en primer lugar para los intérpretes. Lo
interesante de la ópera es que no pasa nada. Esa es la marca de Chejov: Mientras no pasa nada,
está pasando muchísimo. Y en este sentido es muy fuerte la idea de Rubén Szuchmacher de poner
el foco en los pequeños desarrollos, en la quietud de los personajes y de la escena, en cómo se
relacionan e interactúan entre ellos”, asegura Schumann y agrega: “La música logra empatizar con
los desarrollos de las situaciones y los personajes en sus circunstancias: la guerra, los soldados, la
idea de trabajar o no trabajar. Hay una reflexión muy profunda en esta música de Eötvös, que se
sirve de muchos estilos. Por ejemplo usamos el flugelhorn, que viene de la tradición del jazz, y el
acordeón. Los timbres están conectados con un rasgo específico de la escena. Hay una conexión
muy fuerte desde la música con los personajes”.

En Tres hermanas hay dos orquestas en dos lugares distintos, dos directores que se comunican
entre sí a través de una pantalla. Un acá y allá que amplía el espacio sonoro en dos planos, con
más caudal tímbrico y riqueza sonora. “Este es otro de los desafíos de esta puesta –observa
Schumann–. Entre lo sonoro y lo visual hay una cantidad de detalles técnicos y musicales que
tienen que estar muy bien coordinados. Además, las dos orquestas sonando juntas, una desde el
escenario y otra desde el foso, producen mucho volumen y los cantantes deben competir con esa
masa sonora. La idea es colocar un grupo de músicos en el frente, construyendo lo que sería la
base del sonido, y luego detrás del escenario, al grupo más grande que crea un colchón sonoro
confortable para los cantantes, para que puedan moverse y cantar sin apremios”.

Schumann, figura destacada entre las nuevas generaciones de directores alemanes, representa al
músico moderno y polifacético. No sólo como director de ópera y sinfónico, sino también
dirigiendo música para películas y hasta para videojuegos. “Hablamos siempre de música, aun
desde sus distintas funciones”, advierte sobre las múltiples facetas de su trabajo, y compara: “En la
ópera, la música está al servicio de cada aspecto del trabajo artístico. La escena, los cantantes, la
acción dramática, las luces y la música trabajan juntos. Por la función que cumple y el modo en que
debe ser pensada, es muy similar a la música de películas, y también a la de videojuegos: se
necesita crear una cierta atmósfera, un cierto desarrollo de los personajes, hay una historia,
escenas. Yo no hago diferencias entre los diferentes lenguajes, en todos los casos estoy haciendo
música. Y en todos los casos el trabajo implica un diálogo continuo con todos los otros campos,
algo que encuentro muy enriquecedor”.

“Otro plano es el de la música puramente sinfónica, donde no hay otros lenguajes puestos en
relación, pero aún allí hay una conexión posible”, sigue comparando el director. “Cuando encaro un
proyecto sinfónico y estoy buscando una atmósfera específica o un temperamento o un color, no
dudo en recordarles a los músicos ciertas escenas de películas, como referencia. Y lo mismo, pero
al revés, cuando trabajo para una ópera, o con una película o un videojuego. Les propongo a los
músicos: conocés la Sexta de Mahler, conocés El caballero de la rosa de Richard Strauss... Bueno,
buscá por ahí”… En todas sus formas y en todos sus contextos, la música siempre ofrece más
posibilidades”.

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