Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
ESCRITOR
"Mientras el español no sea la lengua del conocimiento, dará igual cuántos lo hablen"
El autor peruano residente en Sevilla presenta el martes en la Librería Verbo 'Las palabras primas' (Páginas
de Espuma), la obra con la que ganó el Premio Málaga de Ensayo
PABLO BUJALANCE
04 MARZO, 2018 - 11:13H
DIARIO DE SEVILLA
Vino al mundo Fernando Iwasaki (Lima, 1961) en el seno de una familia peruana de poderosa ascedencia
japonesa (también italiana y ecuatoriana) y desde 1989 reside de manera estable en Sevilla. Así que pocos
escritores como el autor de Libro del mal amor (2001) Ajuar funerario (2004), Neguijón (2005), Helarte de
amar (2006) y Una declaración de humor (2012) entre otros pueden referirse a la lengua castellana desde
flancos tan dispares. Ahora, el también profesor y columnista acaba de publicar Las palabras primas
(Páginas de Espuma), una revisión de la historia de las palabras a través de la memoria, la geografía, la
historia y la lectura, entre dos orillas, con la que ha ganado el Premio Málaga de Ensayo (según el fallo del
jurado formado por Javier Gomá, Estrella de Diego, Espido Freire, Alfredo Taján y Juan Casamayor) y que
presenta este martes, a las 20:00, en la Librería Verbo, (Sierpes, 25).
- ¿En qué medida es Las palabras primas una autobiografía resuelta a base de las variedades del
léxico español?
Siempre se espera que los escritores hagamos ficción en general y novelas en particular. Y después está el
ensayo, que tiene cierto status especial. Uno piensa en los libros que podría ir escribiendo a lo largo de los
años, sobre todo si escribes artículo de prensa, ya que en ellos abordas temas que te interesan y al final se
van convirtiendo, como dices, en una autobiografía. Las palabras primas nace de la perplejidad que
experimento al ser el hablante de una lengua a través de sus periferias, un asunto que he tratado en
diversos artículos. Podría escribir otro libro sobre las librerías de viejo, de las que también me he ocupado
en mis columnas. En cualquier caso, son temas con tanta dignidad como la que puede tener una novela.
Hoy día, los escritores de ficción, sobre todo los de mayor éxito, apenas escriben ensayos porque tienen que
atender a la demanda de novelas que se les presenta. Aunque no es el ensayo un género menor que
cualquier otro, desde luego.
-Pero quizá una de las lecciones fundamentales del libro es que eso que se conoce como periferia es
en realidad el auténtico corazón del habla española.
-Así es. Los acentos periféricos son los menos reconocibles porque, no en vano, son los menos conocidos.
Últimamente hemos asistido a ciertas polémicas a tenor de un ánimo de desprestigio del acento andaluz,
como lo que sucedió a cuenta de la serie La Peste, con quejas de gente que aseguraba que el habla de los
personajes no se entendía, y con parodias desafortunadas como la de Antonio Baños, de la CUP. Lo que
sucede es que hay un gran desconocimiento del acento andaluz, de sus orígenes y de su evolución. Y por lo
general se tiende más a la indignación o a la burla con lo que no se conoce.
- ¿Echa de menos un mayor aprovechamiento de esta enorme riqueza léxica en la literatura española
contemporánea?
-Bueno, escritores como Andrés Trapiello o Javier Marías emplean muchas palabras no por un ejercicio de
recuperación consciente, sino porque, simplemente, las necesitan. No se preocupan por su origen, tan sólo
las emplean. Cuando Jesús Carrasco publicó su novela Intemperie hubo críticos que la interpretaron como
una reivindicación lingüística, pero creo que el autor se limitó a echar mano de las palabras que necesitaba
para contar una historia ambientada en el mundo rural. Recordemos que ninguno de los autores
del Boom adoptó un español neutro para ser leído con más facilidad en toda Latinoamérica. Cada uno
escribió con su habla particular.
El español es la segunda lengua más hablada del mundo y es nuestra lengua materna; por eso es de vital
importancia conocer cómo se fue gestando y cómo ha sido su desarrollo hasta su estado actual. Pero las
lenguas no nacen en un día exacto como los seres humanos ni en un lugar concreto de la geografía. Son el
producto de un proceso de formación que se va dando a través de la interrelación pacífica o violenta
de unos pueblos con otros. Por eso es mejor decir que la lengua no nace, sino que se hace; cada pueblo
la va construyendo día a día, y se convierte en algo vivo y dinámico que evoluciona según la cambiante
realidad del pueblo que la habla.
En el año 1100 a. C. arribaron los fenicios, que eran esencialmente mercaderes. No llegaron a implantar una
cultura, sino a obtener un lucro derivado de su actividad comercial. Por eso, el impacto lingüístico de los
fenicios no fue duradero, y su huella cultural fue insignificante. Lo único que se puede anotar en su favor es
que fueron ellos los que le dieron nombre al territorio que colonizaron. En efecto, cuando desembarcaron en
la costa mediterránea y vieron la cantidad de conejos que salían de los matorrales, no dudaron en bautizar
el país al que llegaban como i-schephan-im, con el significado de tierra “remota” o “repleta de
conejos”. Pero el topónimo se fue modificando por esa inexorable ley de la transformación de las
lenguas y se convirtió en Spania y luego en Hispania durante la dominación romana. Los historiadores
griegos, por contraste, utilizaban la palabra ‘Iberia’, porque el vocablo que más pronunciaban los nativos era
‘iber’, que en su lengua significaba río, vocablo que hacía referencia al Ebro, el más caudaloso de los ríos
que desembocan en el Mediterráneo.
Los griegos fueron destronados por los cartagineses y estos, a su turno, sucumbieron ante los romanos
cuando intentaron desafiar su poderío militar y económico. De la civilización púnica quedó muy poco, y su
aporte a la lengua fue casi nulo aunque permanecieron por más de tres siglos en la península ibérica. Su
mayor contribución fue haber provocado la llegada de las legiones romanas y, con ellas, una civilización que
sí dejaría una impronta cultural perdurable en el territorio rebautizado con el nombre de Hispania. Con las
legiones llegó la lengua del Lacio, la que más influyó en la formación de nuestro idioma. La conquista
romana fue muy diferente de todas las demás porque Roma sí estaba interesada en sembrar una
cultura y dejar un legado para la posteridad. Para ello era indispensable fundar un Estado con leyes e
instituciones y simultáneamente implantar una lengua en el territorio conquistado para que las normas
fueran entendibles y se pudieran obedecer. Pero la lengua conquistadora no iba a permanecer inmune en su
proceso de implantación porque las lenguas vernáculas la modificarían en su estructura morfológica y
sintáctica.
A partir del siglo III, el imperio romano empezó a periclitar. Ya no se cuidaban las fronteras de sus provincias
con el mismo celo y eficiencia militar de antes, oportunidad que aprovecharon los visigodos, unas tribus de
origen germánico, para incursionar en Hispania en el año 416. Reinaron durante tres siglos, pero su legado
cultural fue modesto, mientras que el de sus sucesores, los árabes, fue muy importante no solo en el campo
de las ciencias, sino en el de las letras y de la lengua. Baste señalar que por lo menos cuatro mil
palabras de nuestro idioma tienen ancestro árabe. Sin embargo, ese número considerable de vocablos
no logró alterar la estructura de las lenguas autóctonas, que cada día se alejaban del latín aunque
mantenían su esencia.
La resistencia de los reinos cristianos del norte peninsular empezó a gestarse desde el mismo momento en
que llegaron los musulmanes. Razones políticas y religiosas alentaban el patriotismo hispánico, y la
reconquista del territorio se fue dando de norte a sur con triunfos resonantes sobre los moros. Las lenguas
de estos reinos habían tenido una evolución muy diferente a la de al-Ándalus, porque la topografía y su
continuada resistencia al poder musulmán los habían mantenido aislados de esa influencia en el habla de
sus gentes. Esta circunstancia propició el desarrollo de una variedad de dialectos romances que
evolucionaron a partir del latín vulgar.
Pero una de esas formas de expresión fue imponiéndose sobre las otras por la importancia y el poderío que
fue adquiriendo la región donde se hablaba esa variedad dialectal. Castilla, que empezó siendo un
señorío bajo la tutela leonesa, se convirtió en condado y finalmente en un reino que poco a poco fue
extendiendo sus fronteras y consolidando su poder. Sus gentes se habían acostumbrado a hablar en
una variedad romance derivada del latín en forma ininterrumpida porque su arabización fue insignificante o
casi nula.
Siendo así, es lógico que nos preguntemos: ¿cuándo se empieza a hablar castellano por primera vez como
una lengua diferenciada y reconocible? No es posible fijar un momento exacto para el nacimiento del
español, pero lo que sí está documentado son las primeras manifestaciones escritas donde se puede
advertir que la lengua del pueblo ya no era el latín vulgar.
Los testimonios escritos más antiguos de la variedad romance que más tarde se llamaría “castellano” son el
Cartulario de Valpuesta y la Nodicia de kesos, datados entre el siglo IX y el XI. Sin embargo, en ellos no se
podía ver todavía la estructura sintáctica del idioma castellano. Ese feliz advenimiento se produjo en las
Glosas Emilianenses, en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en La Rioja. En los márgenes y en las
entrelíneas de los pergaminos de un códice medieval brotaron las primeras frases de nuestro idioma como
en una especie de alumbramiento mágico de la lengua latina. Esa criatura evolucionó hasta convertirse en el
habla que hoy permite la comunicación fluida y continua a quinientos sesenta millones de hispanoparlantes.
Las Glosas Emilianenses son los textos en romance ibérico más antiguos de los que se tiene noticia, y en
los que están presentes todos los niveles lingüísticos.
Aunque son mensajes con mucha gracia, la verdad es que la pobre almóndiga ni acaba de ser admitida por
la RAE ni se considera correcta en español. Sea posverdad o leyenda, en torno a la almóndiga hay una
serie de creencias que podemos desmontar. Por eso, vamos a hacer todo un “equipo de investigación”
(pronuncia esto con voz intensita) sobre el tema para llegar al núcleo de la almóndiga española.
Lo definitorio de la albóndiga es su forma de bola, que está en la propia raíz de la palabra. Albóndiga deriva
del árabe búnduqa que signica ‘bola, bolita’; con la sílaba al- que está al principio como herencia del artículo
árabe. Con ese mismo artículo se ha fijado la bola venida del árabe en otras lenguas de la península: en
portugués se la llama almôndega, en catalán, junto con otros nombres, se las puede llamar mandonguilles y
en eusquera (además de la forma estándar haragi bola o bola de carne) conviven parientes de nuestra
almóndiga como almandongilla, amandongilla, a(l)mondrongilla o almandrongila. Si te fijas, en esas otras
lenguas peninsulares ha triunfado la eme y no la be para este rico guiso de carne.
No es nada extraño ese cambio del sonido que escribimos con be o con uve hacia eme: pasaba ya en latín,
cuando los gramáticos insistían en que había que decir globus y non glomus. Pasaba en castellano antiguo,
donde (del latín vimen) decían vimbre y también mimbre, variante esta que terminó triunfando. Hay más
ejemplos: a la planta del cannabum (latín cannabis) la hemos convertido en cáñamo, con eme y no en
cáñabo, pese a su étimo. Y con perdón, porque estamos hablando de albóndigas, pero las boñigas también
se las llama moñigas en español actual. No hay que llevarse las manos a la cabeza, pues, porque un sonido
como el que escribimos con be o uve (técnicamente, un sonido labial) se “bese en la boca” con un sonido
bilabial (el de la eme) hasta confundirse ambos.
La génesis de la variante almóndiga no es, pues, nada caprichosa. Y tampoco es reciente su inclusión en los
diccionarios: esa es una parte de la leyenda almóndigaque debemos desmontar. Por ser un elemento común
en la comida española, la palabra albóndiga entró sin demasiada dificultad en los diccionarios antiguos del
español. El Diccionario de autoridades (1726-1739), primero que publicó la Real Academia, daba incluso
detalles de la receta (“Guisado compuesto de carne picada, huevos y especias con que se sazona,
mezclándose todo en forma redonda”)... y en ese mismo diccionario del XVIII estaba ya la palabra
almóndiga:
En concreto, en ese primer diccionario de la Academia de 1726 aparecían junto a albóndiga, almóndiga y
almondiguilla. De almóndiga se decía: “algunos pronuncian almóndiga, corrompiendo su origen sin bastante
fundamento” y para almondiguilla se manifestaba un juicio similar. De hecho, todos los diccionarios
posteriores que ha sacado la Academia han mantenido la inclusión de almóndiga entre sus páginas, pero en
todos los casos, remitiendo para su definición a albóndiga y añadiendo un aviso (lo que técnicamente se
llama marca) de que la forma con eme se considera vulgar y desusada.
¿Y si es vulgar o se usa poco por qué está en el Diccionario? Porque, posiblemente, lo que no entendemos
es qué es y para qué sirve un diccionario; que esté la palabra no significa que te recomienden usarla. Los
diccionarios no incluyen solo las formas que consideramos prestigiosas sino también otras que están
marcadas por ser restringidas, por ejemplo, porque están en desuso, se limitan a una zona hispanohablante
o tienen un empleo restringido a determinados contextos muy formales o muy informales. Podríamos crear
un diccionario solo de formas estándares, correctas, sin marcas. Y entonces podríamos quitar almóndiga.
Pero también prescindiríamos de ansina, cuantimás, endespués, dotor, esparramar, menucia... y cientos de
palabras que figuran en el Diccionario de la RAE con marca de vulgar. Y además de eso, tendríamos un
grave problema con aquellas palabras que están marcadas en una zona hispanohablante y no en otra:
¿eliminamos coger? Tampoco incluyen los diccionarios del español todas las palabras que usamos en el
idioma, pero no por ello dejan de existir esas palabras. Si se emplean, se entienden y comunican: existen,
aunque no estén en el diccionario. “Las gatas de Ricardo son achuchables”: ¿entiendes achuchable? Pues
entonces existe, aunque no esté en el diccionario por ser un derivado de achuchar, que sí está.
Quitando almóndiga y otras formas en variación similares perderíamos mucha información sobre la
heterogeneidad del español y haríamos del diccionario un texto inútil para hablantes de español como
segunda lengua que podrían acudir a sus páginas para consultar el significado de estas voces. En cierta
medida el diccionario es cementerio, es barrio rojo y es descampado: recoge palabras muertas, palabras
marcadas como poco apropiadas para según qué contextos y palabras que solo usan una parte de los que
hablamos español.
A los filólogos nos sorprende mucho que los hablantes prefieran un diccionario castigador que excluyera
almóndiga de otro que la incluye avisando de que es mejor que uses esta palabra oralmente cuando
preparas almóndigas en tu cocina y no cuando las anuncias por escrito en la pizarra de tu bar. Con todo,
tanto discutir entre estas dos variantes nos está alejando del asunto principal que España debe dirimir: ¿en
qué bar de este país sirven las mejores albóndigas?
Las palabras por las que a los chilenos nos hacen bullying en el extranjero
Publicado por
Christian Leal
Radio Bio Bio
Exactamente hace 10 años, tuve la oportunidad de viajar a Estados Unidos por primera vez. Nunca antes
había estado tan lejos de Chile, y menos en una misión periodística junto a profesionales de toda
Latinoamérica, a los que denominaban “Mercados Emergentes”, glorioso eufemismo para no tener que
rotularnos como “Tercer Mundo” o “Países Pobres”.
Como imaginarán, yo era bastante inocente por aquel entonces.
Probablemente por ello, durante un desayuno donde discutíamos sobre las diferencias lingüísticas con
colegas de Argentina, Colombia, México o Ecuador, entre otros, hice un cándido comentario que dejó a la
mesa prácticamente en silencio.
Cuando Pedro Ángel Ramírez Quintana dejó Campeche y vino a la Ciudad de México a estudiar una
maestría en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM, uno de sus compañeros le bromeó: “¿Y en
tu tierra comer tacos campechanos no es canibalismo?”, lo que sorprendió al filólogo champotonense,
primero porque jamás había escuchado a nadie usar esa expresión para referirse a una mezcla de carnes y,
en segunda, porque allá ni siquiera existen esos tacos.
“Sin embargo, eso me sembró curiosidad, comencé a investigar y descubrí que la misma palabra, además
de aplicarse quienes nacimos en Campeche, designa a un campesino en Argentina, a una mujer pública en
Venezuela, a una ciruela en Cuba, a una lagartija en Chiapas y a un mal vino en Perú. Asimismo, es un
adverbio, el empleado en la frase ‘habló campechanamente’; es un sustantivo, ‘campechanía’, y lo casi
nunca visto en un gentilicio, también es verbo, el usado cada vez que decimos que alguien
está campechaneándosela”.
De acuerdo a la página web de UNAM Global esta variedad de modos y significados es producto de una
evolución histórica que Pedro Ramírez estudió por cinco años, los cuales lo llevaron a concluir una cosa:
‘campechano’ es la palabra maya con mayor carga semántica y la voz de origen indígena que más ha
cambiado en el español. Esta pesquisa, además de despejar sus dudas, dio por resultado el
libro Documentos lingüísticos de la Nueva España. Provincia de Campeche, coeditado por la UNAM y que el
año pasado fue finalista del Premio Real Academia Española (RAE).
Según el filólogo, si bien es cierto que en ninguno de sus apartados —sintaxis, semántica, morfología,
etcétera— la lengua se comporta igual, “esta palabra es insólita porque va más allá de los gentilicios y
aunque nace como uno, que es lo normal, después se desbordó y comenzó a adquirir múltiples significados.
Para entender el porqué de todo esto me dediqué a descifrar su historia”.
Imaginemos que Mary y Pepe están jugando al intelect. Mary escribe la palabra mahoma y Pepe le objeta:
"No se admiten nombres propios". Ella responde que el término figura con minúscula en el diccionario, coge
el DRAE (21ª ed. 1992) y le muestra: mahoma. Hombre descuidado y gandul. Pepe lo acepta a desgana y a
su vez escribe culmen. Ahora es Mary la que rebate: "esa palabra no existe, la usan los que ignoran el
término correcto culminación". Vuelta a mirar el diccionario; culmen no aparece. Pepe, ofuscado, se va y
vuelve con el DRAE 22ª ed. 2001: "¡Aquí no viene tu mahoma y mi culmen sí...!".
La cuestión es saber si el Diccionario de la Real Academia (RAE) es árbitro o testigo del idioma. Testigo, es
la respuesta. Su papel es dar testimonio a través del tiempo de un fenómeno en permanente evolución, una
lengua viva. La RAE es y debe ser testigo de los términos más usuales en cada momento y reflejarlos en las
sucesivas ediciones de su diccionario, agregando nuevos términos en uso y eliminando aquellos en desuso.
Por ejemplo los términos sexo débil (el conjunto de las mujeres) y sexo fuerte (el conjunto de los hombres),
han sido eliminados en la edición electrónica 23.1 por haber caído en desuso.
Creer que la RAE es la entidad que decide qué palabras se pueden o no emplear es un mito demasiado
extendido. Así piensan en una gran cantidad de instituciones que han solicitado eliminar "acepciones
peyorativas" del diccionario. Down España, por ejemplo, pide retirar los términos mongólico y subnormal.
Unos 4.000 panaderos piden retirar el pan con pan, comida de tontos. Un grupo de deportistas piden retirar
la expresión trabajar como un negro. Entidades judías han pedido que se cambie la palabra judiada por ser
"ofensiva" (la Academia lo rechazó porque "la usaron Baroja y Galdós"). El DRAE 21ª ed pone en la 6ª
definición de gitano: que estafa u obra con engaño. A solicitud del Secretariado Gitano fue cambiada en la
siguiente edición por trapacero, que tampoco gustó.
A modo de respuesta a tantas solicitudes de cambio las dio el director de la RAE en 2015, José Manuel
Blecua, "... el diccionario no debe ser políticamente correcto sino lingüísticamente correcto... el diccionario
no puede cambiar el uso, sino que simplemente lo reconoce... la gente no consulta el diccionario para
hablar... la sociedad hace un uso de la lengua, que es la que recoge el diccionario, y no al revés".
Una explicación precisa y concisa pero no asume la responsabilidad histórica que apunta a la propia
Academia en la creación del mencionado mito. La Academia fue fundada en 1713 con el propósito de "fijar
las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza". Esto llevó a crear
el lema Limpia, fija y da esplendor que ha contribuido en buena medida a afianzar durante 300 años la falsa
creencia de que su deber es limpiar de términos indeseables el idioma.
Ése no es el único pecado de nuestra admirada Academia. Desde su fundación el diccionario se llamó
Diccionario de la lengua castellana pero en 1925 la 15ª edición sustituyó "castellana" por "española". Así lo
explicó entonces: "...como consecuencia de la mayor atención consagrada a las múltiples regiones
lingüísticas, el nuevo Diccionario adopta el nombre de "lengua española" en vez del de "castellana". Una
explicación nada convincente que señala en la dirección opuesta; si presta más atención a las regiones
lingüísticas, resulta más lógico llamarla castellana pues españolas son todas las que se hablan en España.
Cabe pensar que fue un cambio político en apoyo al dictador Primo de Rivera que puso trabas al uso de las
lenguas regionales para afianzar la unidad española.
Ya en democracia el DRAE 21ª ed. 1992 bajó al mundo terrenal anteponiendo a esas definiciones "Para los
cristianos...". Luego en los estatutos de 1993 se eliminó el lema Limpia, fija y da esplendor y las siguientes
ediciones explican en el preámbulo cómo el propósito del Diccionario consiste en incorporar nuevos
vocablos que aparecen en el lenguaje diario del mundo hispanoparlante, lo cual no garantiza la desaparición
del mito de limpiar lo que no nos gusta.
CONGRESO DE LA LENGUA
BOGOTÁ.- Actualmente el español es la lengua de más de 400 millones de personas. Ésta es la cronología
de la evolución del idioma desde que los romanos impusieron el latín en el territorio que convirtieron en
Hispania.
206 años antes de Cristo: Los romanos emprenden la conquista de Hispania, nombre latino de
la griega Iberia, e imponen en ese territorio el latín vulgar, una lengua itálica perteneciente al tronco
indoeuropeo. La evolución del latín, que tuvo contacto en Hispania y otras regiones del Mediterráneo con
las lenguas de los griegos y los vascones, dio lugar a las actualmente llamadas lenguas romances, entre
ellas el español o castellano.
Siglos III y V después de Cristo: La península Ibérica es fuertemente influida por los
germanismos, debido al contacto del latín con los pueblos bárbaros, mezcla de la cual se heredaron
palabras como 'guerra', 'ganar', 'heraldo' y 'burgos'.
Siglo V: Termina la dominación romana en Hispania, tras sembrar la semilla de la lengua
romance castellana, como 'hija' del latín vulgar y el griego, aunque en ese territorio se conservaron,
incluso hasta hoy, varios sufijos del período prerromano, como 'arro' y 'orro', y la terminación en 'z' de
muchos apellidos españoles.
Siglo VII: Los musulmanes invadieron la península Ibérica y contribuyeron a la evolución del
español con palabras de origen árabe como 'alcaldes', 'almacenes', 'alguaciles', 'quilates', 'arrobas',
'aljibe', 'albañil', 'alcantarilla', 'azadones', 'azoteas' y 'acequias'.
Siglo X: Se escriben las Glosas Silenses y Emilianenses, consideradas los primeros textos en
castellano.
Siglo XIII: El Rey Alfonso X convirtió al castellano en la lengua oficial del reino de Castilla y
León, el predominante en la península Ibérica, y ordenó componer en esa lengua romance, y no en latín,
las obras legales, históricas y astronómicas del reino.
Siglo XV: Elio Antonio de Nebrija publicó la Primera Gramática Castellana en 1492, año del
Descubrimiento de América impulsado por los Reyes Católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla y
de la toma de Granada, último reducto musulmán. La publicación de la Gramática marca el inicio del
castellano moderno.
Siglos XV y XVII: La lengua española o castellana se nutre de italianismos que forman palabras
como 'escopeta' y 'aspaviento'; galicismos que dieron origen a vocablos como 'paje', 'sargento', 'jardín' y
'jaula', y americanismos como 'cóndor', 'alpaca', 'vicuña', 'pampa', 'puma', 'canoa', 'huracán', 'maíz',
'colibrí', 'cacique', 'caribe', 'caníbal', 'chocolate', 'aguacate', 'tomate', 'hule' y 'cacao', que provienen de
varias de las 123 familias de lenguas indígenas de América.
Siglo XVI: En 1539 nació en el Cuzco, actual Perú, Inca Garcilaso de la Vega, hijo de español e
indígena. El libro de Garcilaso de la Vega 'Comentarios reales', cuya primera parte dedicada al imperio
de los Incas se publicó en Lisboa en 1609, es considerado el primer texto en castellano escrito por un
mestizo.
Siglo XVII: En 1605 se publica la primera parte de El Quijote, la obra cumbre de Miguel de
Cervantes Saavedra, considerado el padre de las letras castellanas.
Siglo XVIII: En 1713 se fundó la Real Academia Española de la Lengua, hecho que marcó el
inicio del español contemporáneo.
Siglo XIX: En 1867 nació el poeta nicaragüense Rubén Darío, quien en 1887 publicó 'Azul'.
En 1874 aparece la obra 'El libro talonario', del dramaturgo español José Echegaray.
1904: José Echegaray ganó el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en el primer autor de
lengua española en obtener el galardón.
1905: Se publica la obra 'Rosas de otoño', del dramaturgo español Jacinto Benavente.
1914: Se publica la obra 'Platero y yo', del poeta español Juan Ramón Jiménez.
1922: Jacinto Benavente gana el Premio Nobel de Literatura
1923: Se publica en México la obra 'Lectura para mujeres', de la poetisa chilena Gabriela Mistral.
1935: Se publica 'La historia universal de la infamia', del argentino Jorge Luis Borges.
1942: Se publica la obra 'La familia de Pascual Duarte', del español Camilo José Cela.
1945: La chilena Gabriela Mistral gana el Premio Nobel de Literatura
1946: Se publica la novela 'El señor presidente', del guatemalteco Miguel Ángel Asturias.
1950: Se publica en México la obra 'Canto General', del chileno Pablo Neruda.
1950: Se publica la obra 'El laberinto de la soledad', del mexicano Octavio Paz.
1955: Se publica la novela 'Pedro Páramo', del mexicano Juan Rulfo.
1956: El español Juan Ramón Jiménez gana el Premio Nobel de Literatura.
1967: El guatemalteco Miguel Ángel Asturias gana el Premio Nobel de Literatura
1967: Se publica la novela 'Cien años de soledad', del colombiano Gabriel García Márquez.
1971: El chileno Pablo Neruda gana el Premio Nobel de Literatura.
1977: El español Vicente Aleixandre gana el Premio Nobel de Literatura.
1982: El colombiano Gabriel García Márquez gana el Premio Nobel de Literatura.
1989: El español Camilo José Cela gana el Premio Nobel de Literatura
1990: El mexicano Octavio Paz gana el Premio Nobel de Literatura.
1992-2007: se celebra en Sevilla (España) un Congreso de la Lengua Española. El primer
Congreso formal se llevó a cabo en Zacatecas (México) en 1997, el segundo en Valladolid (España) en
2001, el tercero en Rosario (Argentina) en 2004 y el cuarto se celebrará entre el 26 y el 29 de marzo en
Cartagena de Indias (Colombia).
El incierto futuro de un “español global”
¿Qué es una lengua global? ¿Es realmente el inglés una lengua global? ¿Puede ser considerado el
español una lengua global?
En 1993, Umberto Eco publicaba La búsqueda de la lengua perfecta, en la que recorría las motivaciones
que habían llevado a los europeos a perseguir desde la Edad Media una lengua única y universal, destinada
a cubrir las necesidades consideradas en cada época como imperiosas o relevantes. Siendo así que el
interés por las lenguas internacionales no es asunto del último siglo, sino que viene de lejos y con algunos
rasgos no tan ajenos al presente, cabe una mínima reflexión sobre el concepto de "lengua global" en
relación con las lenguas inglesa y española. ¿Qué es una lengua global? ¿Es realmente el inglés una
lengua global? ¿Puede ser considerado el español una lengua global?
Para no provocar intriga alguna, me apresuro a explicitar mi premisa mayor, que no es otra que la siguiente:
en la historia de la humanidad nunca ha existido una lengua global y resultará difícil que llegue a haberla.
Esto supone afirmar que el inglés no es una lengua global y, por supuesto, que tampoco lo es el español. En
las caracterizaciones propuestas en diferentes medios, a menudo se comentan rasgos como los siguientes
para aplicar a una lengua el adjetivo de "global": disponer de una gran comunidad nativa; servir de vehículo
de comunicación a realidades etnoculturales diferentes; utilizarse para la comunicación internacional en el
ámbito del comercio y las finanzas; servir para las relaciones internacionales; ser utilizada en medios de
comunicación de gran alcance; manejarse para la comunicación científica y tecnológica. Ahora bien, estas
características, presentadas como propias de una "lengua global", también pueden identificarse en muchas
de las lenguas llamadas internacionales, como el francés, el ruso o el español.
Las lenguas globales deberían caracterizarse con referencia al proceso genérico de la globalización.
Thomas Eriksen distinguió una serie de factores con capacidad de proyectarse sobre las lenguas. Según
esos criterios, una lengua global no estaría necesariamente anclada a un territorio; sería objeto de una
estandarización derivada de acuerdos internacionales; facilitaría la conexión de múltiples agentes por
canales y medios diversos; se vería implicada en desplazamientos humanos debidos a migraciones, placer o
negocios; experimentaría mezclas en su forma y en sus usos; resultaría más vulnerable a procesos de
cambios externos; y admitiría también su interpretación como instrumento de identidad local o regional.
Todos esos factores de globalización, aunque en distinto grado, se manifiestan en el español, como lo hacen
en inglés. ¿Por qué negar, por tanto, la existencia de las lenguas globales?
Las razones pueden tomarse de diferentes ámbitos del conocimiento: la historia, la biología, la sociología, la
psicología, la sociolingüística. La historia de la humanidad nos dice que nunca ha existido una lengua global:
no lo fue el sumerio, ni el arameo, ni el sánscrito, ni el griego, ni el latín. De todas ellas, pudieran ser el
griego y sobre todo el latín las que más cumplidamente reunirían las cualidades antes expuestas, pero
proponerlas como lenguas globales propiamente dichas sería, como mínimo, pecar de eurocentrismo. El
peso de la historia se ve reforzado por otro hecho que aparentemente nada tiene que ver con ella, pero que
no la contradice: la esencia variada y variable de la naturaleza humana. La sociobiología, propuesta por
Edward Wilson en los años setenta —muy discutida, aunque de largo recorrido— vendría a sustentar la idea
de que la diversidad se halla en la esencia misma del ser y del comportamiento humanos, y que puede
explicarse en términos genéticos y darwinianos. La adaptación a entornos concretos, incluidos sus
elementos socioculturales, condiciona la evolución de la humanidad en general y de sus manifestaciones en
particular, entre las que las lenguas no son las de menor importancia. Podría decirse que existe una
tendencia innata en el ser humano a la diversidad que lo lleva a favorecer o preferir la variedad, las
soluciones alternativas, a la uniformidad, preferencia que viene condicionada por cada entorno específico y
que entronca directamente con otros conceptos fundamentales, como el de identidad e idiosincrasia. En lo
que se refiere al mundo contemporáneo, la sociología del lenguaje, por su parte, viene constatando un
hecho que frena la consolidación de una sola lengua global. Y es que la experiencia social demuestra que
las imposiciones idiomáticas no funcionan en el largo plazo, salvo que concurran factores no impositivos que
completen el desplazamiento de los grupos lingüísticos débiles por parte de otros más fuertes.
La consideración del español como lengua global, aun prescindiendo de la argumentación interdisciplinar
contraria ya presentada, encontraría otros obstáculos difíciles de salvar. En primer lugar, se trata de una
lengua cuasi-ausente en todo un hemisferio, el oriental, aunque allí también se estén dando procesos de
crecimiento del español. En segundo lugar, se trata de una lengua asociada más a la cultura que a los
negocios, lo que dificulta su expansión como lengua franca. Esto tiene que ver con la realidad económica y
comercial de las comunidades hispanohablantes y no tanto con su lengua, pero esta también sufre las
consecuencias. El carácter decisivo que el español tiene para las relaciones comerciales e inversiones en
Iberoamérica no lo sería tanto si el nivel de desarrollo económico, tecnológico e institucional de todas las
naciones que la integran fuera más elevado y continuo.
Ahora bien, donde no es posible hablar de lenguas globales, sí puede hacerse de lenguas nodales, por
servir de conexión en nodos o puntos de encuentro y contacto para el cumplimiento de determinadas tareas.
Desde este punto de vista, el español es ya una lengua nodal de las más importantes del mundo, por el
crecimiento de su utilidad potencial para el comercio, el turismo, la cultura, la tecnología o las relaciones
internacionales. Aquí el inglés mostraría una naturaleza nodal más desarrollada que el español, pero el
resultado no será, en ninguno de los casos, una lengua global.
Resulta, además, que la imposibilidad de la existencia de las lenguas globales, se está viendo apuntalada
por otros hechos, desconocidos hace tan solo unas décadas, que contribuyen a disminuir la importancia de
tal tipo de lenguas. Por un lado, la difusión de una ideología del multilingüismo está favoreciendo el
conocimiento y uso de varias lenguas por parte de los ciudadanos, más que el empleo franco de una sola de
ellas. Esta ideología está instalada en el seno de organismos de gran repercusión mundial, como la Unión
Europea o el sistema de las Naciones Unidas. Claro que los más pragmáticos, entre escépticos y realistas,
no dudan en advertir que las legislaciones que protegen el multilingüismo terminan casi siempre del mismo
modo: haciendo un uso exclusivo del inglés. Avram de Swaan ha venido sosteniendo desde hace años que
cuantas más lenguas oficiales haya en Europa, más inglés se hablará. Tal vez sea así, pero para una elite
privilegiada y muy bien formada de profesionales y gente acomodada, no así para el común de la
humanidad.
Finalmente, hay un factor que solo se ha barajado en los últimos años y que puede resultar fundamental
para la dinámica comunicativa internacional: la tecnología. Jonathan Pool ha hablado de una "globalización
panlingual" para referirse a la sobrevenida de un nuevo mundo de ingeniería lingüística que hará posible una
realidad impensable hace pocos años: la comprensión mutua a partir del uso de lenguas diferentes. Esto no
es una utopía; es una realidad ya puesta en práctica a través del sistema de traducción de Skype, por
ejemplo. La ingeniería de la traducción está ofreciendo ahora soluciones comunicativas que harán menos
necesario el uso de una lengua auxiliar internacional. Y este es un motivo más por el que la lengua española
debe estar habilitada para todas las innovaciones tecnológicas que hayan de producirse, haciendo posible
que, por ejemplo, todos los protocolos, aplicaciones y recursos técnicos desplegados para la comunicación
automatizada, la transmisión de información y las redes sociales acepten las peculiaridades del español. Si
Umberto Eco afirmó hace años que la lengua de Europa es la traducción, bien podríamos ampliar su
pensamiento y afirmar que el multilingüismo ha de ser la verdadera lengua global; eso sí, estrechamente
ligado a la traducción, sea humana, sea automática.
El lenguaje como herramienta sexista (y la hecatombre que profetizan algunos si se cambia)
La ensayista Yadira Calvo publica De mujeres, palabras y alfileres, una denuncia del machismo en la lengua
española
La autora critica la pasividad de la RAE y los pronunciamientos de algunos de sus miembros, como Javier
Marías o Arturo Pérez-Reverte
La lengua española tiene sexo y es masculino. Se alinea con una visión del mundo que parte del hombre, y
no del ser humano, como centro. Y esa cosmovisión se materializa en diccionarios y manuales de uso. Esta
es la tesis de la filóloga y ensayista Yadira Calvo, que en su nuevo libro, De mujeres, palabras y
alfileres aborda "el patriarcado en el lenguaje", como indica el subtítulo del volumen.
Calvo, que ya trató los fundamentos machistas de la cultura occidental en La aritmética del patriarcado, usa
unas formas similares a las de su anterior ensayo: capítulos de lectura ágil, prosa abierta a la ironía y
abundancia de citas que exponen las miserias de algunos discursos dominantes.
La naturaleza del lenguaje como instrumento de un grupo de poder (sexista, étnico, colonial) y como reflejo
de este recorre el libro. También lo hace su capacidad de contribuir a la perpetuación de estereotipos. Al
criticar el uso del género masculino para englobar a hombres y mujeres, Calvo afirma que sexo y género
gramatical sí tienen relación. Para ello, cita estudios que evidencian que las personas tienden a asociar
términos diferentes a una misma realidad, dependiendo del género gramatical de la palabra que la designa.
"La palabra llave tiene género masculino en alemán y femenino en castellano. Cuando en experimentos las
personas tuvieron que describirla, quienes hablaban alemán empleaban con más frecuencia palabras como
«duro», «pesado», «serrado», «metal», «útil». Quienes hablaban castellano empleaban términos como
«dorada», «intrincada», «pequeña», «bonita», «brillante» y «minúscula»", explica la autora.
Calvo cita más experimentos que sugieren que el lenguaje tiene capacidad de influencia en acciones
concretas de los individuos. Por ejemplo, describe un estudio de la Universidad de Nueva York: los
participantes eran expuestos a palabras con connotaciones más agresivas (fastidiar, molestar o intromisión,
entre otras) o más apacibles (respeto, educado, cortés...). Después se les emplazaba a dirigirse a uno de los
responsables, que charlaba con otra persona, para medir su reacción. Las personas expuestas a las
palabras más agresivas tendían a tardar menos tiempo en interrumpir la conversación.
En De mujeres, palabras y alfileres se afirma que el lenguaje refuerza la visión del hombre como referente
del ser humano, e ideas sexistas como la identificación de masculinidad con fortaleza y feminidad con
debilidad. No debe sorprender, por tanto, que su autora reclame cambios como el emprendido por la
Academia Sueca, que ha recogido en el diccionario un pronombre personal neutro.
Calvo aboga por una lengua dinámica que se adapte al presente. Describe que el diccionario remite todavía
a épocas previas a la normalización del trabajo asalariado desempeñado por mujeres. E incorpora
acepciones y asimetrías (como la diferencia entre hombre público y mujer pública) con ecos misóginos.
Ante este deseo de modificaciones, de "una lengua que nos permita armar nuevos pensamientos y contar
otra historia", Calvo señala que existe una "policía de la lengua". En diversas páginas del volumen aparecen
comentarios de escritores como Arturo Pérez-Reverte, Javier Marías o Juan Manuel de Prada que
ridiculizan las críticas o propuestas feministas.
Las voces de Pérez-Reverte y compañía optan por zanjar un debate o negar la posibilidad de este en aras
de unas convenciones que se describen como inmutables. Si estas se modificasen, se produciría el caos y
la incomprensión entre hablantes. Estos autores responden con desprecio a lo que consideran "chillidos
histéricos" procedentes de "plastas" y "hembristas". En opinión de Calvo, se trata de un inmovilismo
ideológico que se disfraza de posicionamiento objetivo y técnico. Pérez-Reverte y Marías son, además,
miembros de la Real Academia Española. La institución nombró a su primera miembro numeraria hace solo
39 años.
Las normas de un club históricamente masculino
La RAE es un árbitro principal en el uso de la lengua española. Durante sus 165 primeros años de
existencia, la institución sólo admitió a una mujer como académica honoraria, en un extraño caso de
precocidad y probable favoritismo entre aristócratas. La ausencia perdurable de mujeres en la Academia, un
club masculino hasta fechas recientes, difícilmente favorece que sus miembros consideren el
androcentrismo lingüístico como un problema contra el cual intervenir.
Calvo dedica algunas de las páginas más sangrantes de su ensayo a la discriminación de autoras
como Emilia Pardo Bazán o Blanca de los Ríos, eternas candidatas que murieron sin entrar en la RAE.
Clarín calificó la aspiración de Pardo Bazán, un debate recurrente en la escena literaria española de finales
del siglo XIX y principios del siglo XX, como "la lucha del histerismo y del cretinismo". Juan Valera escribió
que "la Academia se convertiría en aquelarre" si abría la puerta a las mujeres.
Ya en el siglo XX, siguieron las escenas de discriminación sexista, a veces con chanzas públicas sobre la
distracción que supondría para los miembros de la RAE tener compañeras femeninas. O sobre el prejuicio
que la vida académica podría suponer a una mujer todavía por casar. En algunas ocasiones, se produjeron
situaciones rocambolescas: el obispo Leopoldo Eijo y Garay propuso a Blanca de los Ríos como candidata
al premio Nobel de Literatura, mientras se negaba a avalar su ingreso en la Academia y el de cualquier otra
candidata: "Las únicas faldas que entrarán son las mías", afirmó.
El sexismo no quedó enterrado con la incorporación de la primera académica numeraria, Carmen Conde,
hace 39 años. Calvo recuerda que, ya en 1996, Fernando Lázaro Carreter afirmó que "jamás hubo actitud
discriminatoria" contra las mujeres, a pesar de las amplias evidencias en forma de textos públicos o
correspondencia de antiguos miembros.