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A continuación, haré mención de algunos de los tópicos de estos ocho cuentos que,
siendo tan distintos entre ellos, no dejan de guardar una relación, tan así que hayan
sido publicados en una misma compilación.
El autor comienza el libro con un primer cuento que pareciera intrascendente.
Terminas de leerlo y te quedas con un raro sabor de boca. Comienza con algo tan
común como un embotellamiento en una autopista para entrar a la ciudad capital,
París. Algo tan cotidiano como la México-Puebla los domingos por la tarde.
Pero eso tan cotidiano, se vuelve algo inexplicable. Los automovilistas se quedan
en la autopista avanzando pocos metros al día durante meses. Tantos que al final
no sabemos cuánto tiempo pasó. Lo suficiente para que se acabaran las
provisiones; para que dos personas murieran, para que otras dos se enamoraran;
para que pasaran veranos e inviernos, del calor al frío y luego otra vez al calor.
En el segundo cuento, pasamos de una autopista infinita a una casa con una gran
familia. Y aquí, los personajes hacen hasta lo imposible por no preocupar a su
madre. Algo que muchos de nosotros haríamos. No sé si al mismo grado, pero casi
puedo asegurar que sí, sobre todo por nuestra cultura maternalista, para nosotros
los mexicanos no hay cosa más importante que una madre y haríamos cualquier
cosa por ella. Aunque no estuviera del todo bien.
En el cuento de “La señorita Cora”, a pesar de que tal vez fue la historia que menos
disfruté, el estilo narrativo se me hizo excepcional. Tres narradores en primera
persona en un mismo párrafo, si no pones atención es posible que no sepas quién
está hablando. La manera en que se conectan las voces, como si se contestaran
una a la otra, me parece plausible.
En cuanto a la historia, bien podríamos meterla como una lectura obligada para la
asignatura de “Desarrollo de los Adolescentes”. Pablo es un quinceañero en el punto
cumbre de su adolescencia y lo que pasa entre él, su madre y la enfermera, no es
más que cosas de adolescentes. La misma señorita Cora no lo ve más que como a
un chiquillo apenado y bobo cada vez que abre la boca. Y así lo veo también.
El siguiente cuento nos plantea algo tan humano como lo que hemos analizado
hasta ahora. La búsqueda de la felicidad y la idea de poner nuestra felicidad en algo,
una cosa, como si la felicidad dependiera de algo más y no de nosotros. Al final
sabemos que no es así, la felicidad es el camino y no el fin. Por eso siempre las
personas que lo tienen todo son las más infelices, siempre hay algo que les falta,
según ellos, pero no es así.
Obviamente esto no se podría en otro tipo de texto literario que no fuera el cuento.
Por eso, en “Todos los fuegos el fuego”, Cortázar abusa de confundir al lector, de
no saber qué está pasando o de hacernos preguntar cómo puede ser posible.
En este caso, igual se plantean el tema del amor en ambas historias. Lo que llaman
‘triángulos amorosos’. Algo por demás cotidiano en las relaciones humanas. Y lo
que sea tal vez el peor problema de cualquier relación sentimental: la falta de
comunicación.
Al final, aunque algunos de los textos sean menos digeribles que otros, todos nos
dejan algún mensaje que reflejan nuestro actuar como sociedad y como seres
humanos. Cada una de las historias que plantea, a pesar de que algunas se salgan
de la realidad, muestra algún aspecto de nuestras vidas y es fácil situarnos en ellas
por la cercanía que tenemos a los temas tratados en el texto.
En general, disfruté mucho el libro, me gusta la flexibilidad que tienen este tipo de
textos, en cuanto a narrativa todo es posible en los cuentos por más inexplicable
que parezca y Cortázar supo manejarlo muy bien.
GLOSARIO
Baquiano, baquiana.- Que es experto o gran conocedor en una materia
determinada. [Persona] Que conoce bien caminos, sendas, atajos, etc.
Hondonada.- Terreno que está más hondo que las zonas que lo rodean
Ralear.- Hacerse rala [una cosa]. No granar enteramente [los racimos de las vides].
Modorra.- Somnolencia o sopor intenso que a veces puede estar producido por
alguna enfermedad