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El semáforo verde indica las conductas que son admitidas siempre, en casa o en el colegio.
Sonreír, mirar a la cara, jugar, hablar con compañeros, recoger sus juguetes o ayudar en
determinadas tareas en casa, han de ser verdes en todas las ocasiones.
El semáforo rojo delimita las acciones que están prohibidas y que en ningún caso y bajo
ningún concepto serán admitidas. No se grita, ni se empuja a otros niños, ni se consienten
berrinches, ni se pueden tocar los enchufes de la electricidad, en ningún caso. En estas
situaciones, se ha de decir ¡NO! con firmeza cuando sea necesario.
Por último, marcaremos en color naranja las normas que a veces se aplican y a veces no,
según la situación. Jugar en la cama de los padres, poner en marcha el reproductor de
DVD, utilizar el ordenador de papá o tocar los alimentos con las manos, son
comportamientos que podrían o no admitirse, según el momento. Dadas las dificultades
que presentan los niños con síndrome de Down para adaptarse a situaciones ambiguas y
responder a imprevistos, las conductas definidas como naranjas deberían de ser las menos
posibles, pues lo más probable es que les desorienten y no sepan cuándo pueden y cuándo
no pueden realizarlas.
Es evidente que todas las personas que rodean al niño han de respetar y hacer respetar del
mismo modo las normas. Las reglas que se establezcan han de ser acatadas y obedecidas por
todos los integrantes de la familia o por todos los niños de la clase. No puede consentirse al
hermano mayor o a uno de los padres que se salte una norma que estamos exigiendo al niño
que cumpla; ese modelo le producirá desconcierto. Asimismo, la falta de consenso entre el
padre y la madre o con otros familiares dificulta la consolidación de las conductas. Es el caso
frecuente de los abuelos, que consienten al niño conductas que los padres están intentando
erradicar y que hacen que el trabajo desarrollado durante toda la semana pueda terminar tirado
por la borda en apenas unos minutos.
Se deben fijar unas rutinas cotidianas, unos hábitos, estables y predecibles. Suele resultar muy
útil la elaboración de un horario diario por escrito, o con dibujos o ideogramas, que se ha de
colocar en un lugar visible, por ejemplo, en su habitación o en la cocina (Targ Bril, 2005). En él
se reflejarán las actividades que el niño tiene cada día y la hora correspondiente a cada una.
Se pueden incluir los hábitos de autonomía básica entre sus responsabilidades. 8:00. Despertar.
8:05. Vestirse. 8:30. Desayunar. 9:00. Ir al colegio. 9:30. Matemáticas. 10:30. Recreo... De este
modo, el niño sabe en todo momento lo que se espera de él y en el caso de los niños con
síndrome de Down está comprobado que eso les proporciona tranquilidad y seguridad.
Se ha de reconocer al niño sus comportamientos adecuados, estando pendientes de ellos. Lo
habitual es que padres y profesores estén más atentos a la conducta inapropiada, con el objetivo
de suprimirla, que a la correcta, que se da por supuesta. Pero esa tendencia lleva a que el poder
de la atención del adulto como reforzador se enfoque precisamente hacia lo que no interesa. En
general, hay que procurar que al niño le sea rentable hacer lo que debe y eso se consigue
prestándole atención cuando actúa correctamente. Los incentivos y reconocimientos se aplican
inmediatamente después de que ocurran las conductas deseables, no esperando al final del día
para hacerle saber que “hoy te has portado muy bien”.
El mayor reforzador es siempre la atención del adulto, las muestras de cariño y el refuerzo
verbal, por ejemplo en forma de elogios (Leitenberg, 1983). Se le han de reconocer sus
progresos, mejoras y esfuerzos privada y públicamente, en todos aquellos aspectos
relacionados con la conducta en que se haya mostrado algún tipo de mejoría. El reconocimiento
privado refuerza al niño en su intento de mejorar y fortalece el lazo afectivo con él. El
reconocimiento público le ayuda a mejorar su autoestima y le compromete en su mejora delante
de otras personas.
Teniendo en cuenta que el aprendizaje por observación o vicario es una de las principales
herramientas de aprendizaje para los niños con síndrome de Down, indudablemente los adultos
han de ser un buen ejemplo a imitar en las conductas que deseen fomentar. Pretender que un
niño esté tranquilo en un ambiente en que los gritos son habituales, es poco realista.
Y como pauta general válida para todos los momentos y situaciones, se le ha de decir con
frecuencia que se le estima, que se le quiere, dándole muestras de cariño y expresándole lo
orgulloso que se está de él o de ella. No basta con hacérselo sentir o darlo por supuesto, sino
que hay que decírselo y manifestárselo expresamente.
Consecuencias naturales
Cuando un padre premia o castiga a su hijo, está negándole la oportunidad de tomar decisiones
y de responsabilizarse de su vida. En cambio, las consecuencias naturales y lógicas hacen que
el niño se responsabilice de su comportamiento y evitan que se haga sumiso. Permiten aprender
del orden natural y del orden social, siguiendo una lógica semejante a la que rige el
funcionamiento del mundo, natural y social. En el mundo natural, si llueve, puedo utilizar el
paraguas o no utilizarlo; si lo uso me protegerá de la lluvia, pero si decido no usarlo, me mojaré.
En el mundo social, los niños que tardan en levantarse de la cama llegan con retraso al colegio
y tendrán que recuperar las clases perdidas, además de sufrir una amonestación por parte del
profesor o un posible castigo. En ambas situaciones el niño puede decidir lo que va a hacer,
pero deberá asumir las consecuencias de sus actos. No se le castiga por lo que hace, sino que
tras elegir, recibe las consecuencias que conlleva su decisión.
He aquí las diferencias esenciales entre el castigo y las consecuencias naturales:
Buenas Noches!
Mi hijo tiene catorce años,, la hemos tenido dificil, primero que nada el duelo de la muerte de
mi papà que fue en realidad su figura paterna, porque su padre biològico no quiso convivir,
con su hijo.El pobre ya se entera màs de esta situaciòn; èsto nada màs pues empeora las
cosas por su adolescencia y se volvio muy agresivo con las mujeres que somos sus
cuidadoras ( abuela y mamà) se logrò estabilizar con medicamento que ademàs le agregaron
un anticonvulsivo y si mejorò su conductaa..Ademàs que lo saquè de su clase de karate por
recomendaciòn del Paidòlogo,( solo nataciòn)
La cuestiòn ahora es que lo cambiè de escuela pues me sugirieron que ya lo ponga con
jòvenes de su edad y tambièn para que pueda aprender un oficio pues debido al TDH e
hiperactividad ha sido poco su desarrollo cognitivo y lenguaje.
Estoy muy triste pues rechaza la oportunidad de otra etapa escolar y se vuelve a comportar
muy agresivo le pegò a un compañero y a su maestra, estoy citada con el psicològo de la
escuela ( Centro de Atenciòn Mùltiple) es Pùblica y mi temor es que lo den de baja.
En la otra escuela le dan un buen ambiente no le exigen y lleva 5 años en pre escolar, estoy
angustiada, me interesa mucho su consejo.
Le envìo un saludo ¡enorme!
Rocina Robles
Rocina Robles Sanchez · 09.10.2017 a las 9:14
Estimada Rocina:
El tratamiento de la conducta agresiva en un niño, en los casos que sea persistente esa
conducta, debe estar dirigido por un profesional especializado. El tipo de tratamiento que se
utilizará dependerá del resultado de la evaluación que se haga. Lo primero que tenemos que
hacer es identificar, a través de observaciones, charlas y entrevistas, los antecedentes
(causas y reacciones a la frustración) y los consecuentes (qué es lo que gana con la agresión)
del comportamiento agresivo de tu hijo.
Teniendo en cuenta de que la conducta agresiva es un comportamiento aprendido y como tal
se puede modificar, la intervención de los padres como de los profesores es muy importante.
Algunas pautas generales podrían ser:
1 – Identificar el tipo de conducta, es decir, qué es lo que nuestro hijo está haciendo
exactamente. Hay que ser objetivos y específicos en la respuesta. Si el niño pega , empuja,
grita, o de que forma expresa su agresividad.
2- Apuntar diariamente en una tabla, y durante una semana, cuantas veces el niño aplica la
conducta de agresividad. Anotar qué es lo que provocó el comportamiento. Con lo cuál será
necesario registrar los porque y las respuestas. Apuntar también en qué momentos los
ataques agresivos son mas frecuentes.
3- Elegir dos objetivos para modificar la conducta: debilitar la conducta agresiva y reforzar
respuestas alternativas deseables existentes en el repertorio de conductas del niño o en la
enseñanza de habilidades sociales.
4- Cuando esté determinado el procedimiento que utilizararemos, todos debemos poner en
práctica el programa de modificación de conducta.. Deberemos continuar registrando la
frecuencia con que su hijo emite la conducta agresiva para así comprobar si el procedimiento
utilizado está siendo o no efectivo.Es necesario informar del programa de modificación de
conducta a todos los adultos que formen parte del entorno social del niño.
78 Commentarios »
En algunas ocasiones, cuando personas que hacía tiempo no veía se enteran de que Benjamín nació con
síndrome de Down, la primera reacción (aparte de la expresión de asombro) es decir “son niños muy dulces y
dóciles”, a lo que he contestado “pues Benjamín tiene carácter fuerte y dominante”, inmediatamente el
siguiente comentario ” bueno, es que también hay algunos que son agresivos, talvez tu niño es de esos”.
Qué???!!!, quiere decir que un niño con SD no puede ser como cualquier otra persona? con sus ratos buenos
y malos? o es dulce o es agresivo?. No!, un niño con síndrome de Down es como cualquier otro, pueden ser
tan bien o mal portados en función de lo que se les enseñe o deje de enseñárseles, debemos imponer límites
como a cualquier otro de nuestros hijos, los necesitan para crecer, para aprender que la sociedad tiene reglas
que hay que cumplir, pero su carácter (que finalmente heredan de los padres y terminan de formar con su
educación) no tiene que estar ligado al cromosoma extra con el cual nacieron.
Por otro lado, en el caso específico de nuestros niños con dificultades de lenguaje (al igual que con niños sin
SD que aún no aprenden a hablar), en ocasiones la falta de lenguaje puede traer consigo frustración y
conductas inadecuadas (esto no implica necesariamente agresividad) que podemos ir corrigiendo con
educación en coordinación casa-escuela y por supuesto ayudando a incrementar el lenguaje en nuestros
pequeños para disminuir poco a poco la causa de la conducta indeseada. Les comparto un fragmento de un
texto de interés (down21.org):
Se entiende por conducta disocial la actitud de oposición, la conducta desafiante, las manifestaciones
agresivas y la conducta disruptiva. La no aceptación de normas, las actitudes de provocación y la actitud de
oposición hacen muy difícil la relación con el sujeto.
Capone utiliza el término conducta disruptiva para referirse a un patrón de descontrol de la conducta,
observable, capaz de desorganizar las actividades interpersonales y las de grupo. Como este mismo autor
señala, es importante distinguir entre “niños activos con una conducta apropiada a la edad de su desarrollo
(inferior a la cronológica) de los que muestran un patrón persistente de descontrol conductual que provoca
alteraciones sociales y académicas”.
Los trastornos de conducta son relativamente frecuentes en el síndrome de Down. Para realizar un buen
psicodiagnóstico, hay que descartar, en primer lugar, problemas médicos como el hipertiroidismo, la celiaquía,
las apneas y el dolor crónico, entre otros, que pueden producir dichos trastornos. En la población general, los
trastornos de conducta suelen aparecer entre los 5 y los 7 años. Sin embargo, los niños pequeños con
síndrome de Down pueden mostrar conductas desafiantes, hiperactividad motora y dificultades de atención
antes de los tres años.
Las manifestaciones agresivas constituyen un motivo de preocupación importante. Suelen tener un carácter
impulsivo o, incluso, pueden tener como objetivo el llamar la atención. El niño agresivo se siente muy
rechazado y ese rechazo, a la vez, le hace ser más agresivo. Se trata de una manifestación, un síntoma de
conflicto, que puede tener causas muy diversas. Curiosamente, bastantes consultas por agresividad no
provienen de un carácter violento, sino de circunstancias puntuales que tienen que ver, generalmente, con
frustraciones internas de diversa índole. Y ahí está la clave, porque sólo identificándolas podremos conseguir
la solución de los problemas.
Las consultas por actitudes de provocación y de oposición son frecuentes también en niños con síndrome de
Down. Los padres definen a los niños como tozudos o tercos, que sólo quieren hacer su voluntad y provocan
continuamente para que se esté pendiente de ellos. Realmente, es muy difícil manejarse con las
provocaciones y no responder a ellas. Tras estas actitudes suele existir un tipo de vínculo muy estrecho y
ambivalente y una dificultad importante para poner límites que permiten que persista esta conducta.
En la población con síndrome de Down la prevalencia de los trastornos de conducta es mayor que la que se
observa en la población general. Los factores que pueden predisponer a que los niños con síndrome de Down
muestren una conducta desorganizadora, siguiendo el estudio publicado por Capone, pueden ser los
siguientes:
Exigencias poco realistas basadas en las expectativas del desarrollo (habla, lenguaje, cognición, autoayuda);
Ansiedad recurrente, frustración;
Órdenes inmediatas que exigen interrumpir una actividad preferida o abandonar un ambiente;
Desajuste temperamental entre los padres y el niño:
Descontrol de los impulsos
Un estilo cognitivo rígido e inflexible;
Una conducta aprendida para llamar la atención social o para escaparse
Existen alteraciones médicas que pueden predisponer a la aparición de trastornos de conducta y que hay que
tener en cuenta a la hora de realizar un diagnóstico: el dolor físico no detectado, el hipertiroidismo, los
trastornos del sueño o los efectos secundarios de algún tipo de medicación.
El abordaje terapéutico en estos casos se realiza a nivel familiar o, en todo caso, con los padres. Exige un
análisis muy cuidadoso de situación, incluso asistir a alguna sesión en donde surja la provocación para
analizar bien cuál es el comportamiento de cada una de las partes: el niño y los padres. Es necesario
dedicarle tiempo, incluso elaborar programas de actuación. Salvo casos muy excepcionales, la medicación es
inútil aunque más de uno recurra a ella pensando que se trata de un problema psicóti
RESPUESTA
¡Hola! Soy Emilio Ruiz y colaboro como psicólogo y asesor psicopedagógico en la Fundación
Síndrome de Down de Cantabria (España). Soy también coordinador del Área de Educación-
Psicología del Canal Down21, en Internet (www.down21.org) y me encargo de responder a las
consultas que presentan en el Foro de ese Canal relacionadas con estos temas.
En principio no hay razón para pensar que los berrinches se den con mayor frecuencia en los
niños con síndrome de Down que en los demás niños. Se ha de entender que los berrinches son
sencillamente una manifestación de conducta inadecuada y que por tanto, con las
intervenciones oportunas, se pueden controlar.
Ante todo y en relación con los temas de conducta la idea más
importante es que “el mayor incendio del mundo se puede apagar siempre con un vaso de
agua… al principio”. Si en el momento que se presenta la conducta inadecuada las primeras
veces se actúa de forma correcta, esa conducta se puede hacer desaparecer con relativa
facilidad. Ahora bien, si se espera mucho tiempo y se deja que la conducta se estabilice,
cada vez será más difícil corregirla.
En segundo lugar, para corregir una conducta es necesario definir objetivamente en qué
consiste, estableciendo la frecuencia, intensidad y duración de la misma, los lugares y los
momentos en que aparece y las personas que estaban presentes y lo que hizo cada una de ellas.
No basta con decir “no me hace caso”, “se porta mal”, “es mala”, pues estas descripciones son
tan vagas y generales que es imposible marcar pautas de intervención concretas.
Saber el número de veces que aparece, cuánto dura, cómo de intenso es el berrinche, dónde
ocurrió, cuándo, quién estaba allí y qué hizo esa persona, nos permitirá hacer un análisis
funcional de la conducta, que pretende definir para qué lo hace el niño, en función de lo que
consigue. La mayor parte de las actuaciones de los niños van dirigidas a conseguir la atención
de los adultos, en especial de su madre, y son capaces de hacer lo que sea, incluyendo
conductas muy inadecuadas para conseguir esa atención.
Supongamos que el caso es que tu hijo arma un berrinche porque quiere conseguir algo. Lo
primero se le deberá aclarar que si quiere algo tendrá que pedirlo, bien con señas, bien con
palabras y que con berrinches nunca conseguirá nada. Las normas han de ser claras, bien
establecidas, acatadas por todo el mundo y conocidas por el niño. Si se presenta el berrinche en
casa, sencillamente se la dejará solo en la sala o habitación donde ocurra. Pueden ser 5, 10 o 30
minutos, lo que haga falta, pero no se le hará ningún caso hasta que el berrinche pase. Es lo que
se denomina tiempo fuera o retirada de atención. Cuando cese el berrinche, se la hablará con
tranquilidad, se la abrazará y se le explicará, sin gritos ni enfados, que el berrinche no sirve de
nada. ¡Nunca, en ningún caso, deberá alcanzar lo que ella quiere por medio de un berrinche!
En casa es más fácil de atajar esa conducta, porque la situación tiene menos factores y se
controla mejor. En un supermercado es más complicado, porque hay mucha gente, demasiados
estímulos y, probablemente, haya conseguido sus deseos otras veces sirviéndose del berrinche.
En este caso, es mejor que vaya más de una persona al supermercado con el niño o que se vaya
sin interés especial de comprar nada, sencillamente para trabajar la conducta. El control de la
situación siempre ha de estar en nuestras manos y nunca en manos del niño.
Cuando termine, otra vez se le explicará que no se consigue nada con los berrinches y se
volverá al supermercado. Ese día, que será un día de entrenamiento, se hará eso tantas veces
como haga falta pero, insisto, ¡jamás puede conseguir lo que quiere con el berrinche!
Lo normal es que con una sola sesión se supere, aunque depende del tiempo que lleve
instaurada la conducta puede costar más conseguir eliminarla. En todo caso, el mensaje es
claro: la atención del adulto es el máximo reforzador para un niño. Utilicemos su poder para
controlar su conducta y que no sea al revés, que el niño con su conducta nos controle a
nosotros.
¿CÓMO ENFRENTAR LOS PROBLEMAS DE
CONDUCTA EN NIÑOS CON SÍNDROME DE
DOWN?
27 de enero, 2017 Tratamiento y Recuperación 0
Las personas con síndrome de Down muestran las mismas escalas de temperamento y
conducta que las de la población general, si se tiene en cuenta la edad mental. Sin embargo,
no es raro que aparezcan problemas de conducta, como desobediencia, oposicionismo,
agresividad, terquedad, entre otras, y se debe intervenir cuando éstas tienen impacto sobre el
desarrollo social y educativo de ellos.
“Es importante siempre determinar si existen problemas de salud que puedan estar
provocando estas conductas, ya sea de visión, audición, hipo o hipertiroidismo, reflujo, entre
otros, ya que su comportamiento puede ser una manera de comunicación, tomando en cuenta
las dificultades que presentan en el lenguaje expresivo”, explica.
Para hacerlo, en general, se toma en cuenta la función que cumple la conducta, los
antecedentes y consecuencias de ésta, su frecuencia y duración, entre otras.
Es necesario establecer normas de conducta que sean claras, sencillas, justas, comprensibles
y estables en todos los contextos en los que se desenvuelven las personas con síndrome de
Down, para que pueda ser generalizada. Y “siempre es útil presentarle alternativas al niño
para que tenga la posibilidad de escoger y no sienta que se le está imponiendo algo”,
recomienda.
Nunca me había tocado hablar con una profesional en psicología sobre mi experiencia personal a la
hora de enfrentar el diagnóstico de mi hijo al nacer. Con la ayuda de Dios, mi esposo y de muchas
madres que escriben sobre el síndrome de Down, me fui llenando de fe, alegría y fuerzas para luchar
por el bienestar de mi precioso hijo. Pero los prejuicios y etiquetas aún estaban ahí escondidas en
mi mar de emociones y pensamientos. ¿Qué estaba haciendo mal con mi hijo? La pedagoga
ingeniosamente y con la sutileza de años de experiencia, me fue llevando poco a poco al fondo de
la cuestión. La culpa era completamente mía, no de mi hijo. Su síndrome de Down no tenía
absolutamente nada que ver con su comportamiento, aunque si lo influye. La buena noticia es que
es modificable como todo en la condición humana. Mi problema era muy sencillo, pero cargaba una
historia detrás: tengo un niño con casi 2 años de edad que aún gatea. Mi hija mayor gateaba a los 9
meses, así que lo trataba como tal, como un bebé de 9 meses. Mi mente me estaba jugando una
treta. Y este es un error que muchos cometemos con nuestros hijos en general: los tratamos como
bebés todo el tiempo o, por otra parte, esperamos que se comporten como adultos con apenas 3
años.
La psicopedagoga me dijo: “Debes empezar a tratar a Felipe como el niño de 2 años que es. El tiene
obligaciones y responsabilidades de niño de 2 años y debes exigirle más para que él siempre tenga
una siguiente meta que alcanzar.” Sus palabras retumbaban en mi recién removida mente.
La puesta en marcha
Hay que buscar un lugar alejado de distracciones donde ponerlo cada vez que hacía algo indebido.
Ponerle un tiempo razonable que puede ir desde 30 segundos hasta un minuto por año de edad.
Para nosotros es muy poco tiempo pero para un niño inquieto es una eternidad.
A diferencia de mi experiencia con mi hija mayor, cuando sentaba a Felipe (porque de pie nunca se
iba a quedar) en su sillita en la esquina de tiempo fuera, debía sentarme frente a él y sujetarlo de los
hombros y no dejarlo ponerse de pie hasta que terminara de contar 25. Si lo soltaba y trababa de
levantarse, le volvía a decir: “No jalar el pelo a tu hermana, y por levantarte, contaremos de nuevo.”
Así se me fueron muchísimos minutos, pero al final, varias semanas o meses después según el caso,
mamá ganó.
3. Usar un tono de voz firme y calmada…y sobretodo no reír.
Aunque nos desespere la cantidad de veces que debemos corregir debemos usar el mismo tono de
voz y retomar la medida de corrección hasta que el niño entienda lo que se le está pidiendo corregir.
Felipe es un gran manipulador y sabe que sus sonrisas y payasadas me derriten, así que uso doble
dosis de autoridad pues el resultado lo vale. La verdad que en esto, su papá es muchísimo mejor
que yo.
Sucede en muchas oportunidades: se castigan a los niños solo por ser niños. Eso destruye su
espíritu, su amor y valor propio. Los niños juegan, crean, pintan, usan su imaginación y, sobretodo,
necesitan movimiento pues solo los adultos podemos pasar horas viendo televisión, compartiendo
en una mesa con amigos o haciendo nada. Debemos seleccionar los comportamientos ha modificar
y ser consistentes. No podemos regañar al niño un día por hacer una cosa y al otro día dejarlo pasar.
La consistencia es clave para modificar el comportamiento de un niño con síndrome de Down, o de
cualquier otro.
5. La actividad física como un estímulo sensorial y modulador.
Hay personas que consideran un niño “educado” aquel que puede pasar horas viendo televisión o
jugando vídeo juegos sin molestar a nadie. Eso está creando niños con Déficit atencional y
disfunciones sensoriales innecesarias. La actividad física es indispensable en los niños pequeños.
Una salida al parque, a caminar, hasta clases de natación o una sesión de juego activo con el niño,
contribuye a una mejor recepción a las instrucciones y mejora su comportamiento.
Si esperamos el mejor comportamiento en nuestros hijos, debemos respetar sus tiempos. Aunque
necesiten nuestro apoyo y auxilio constante, ellos se asumen personitas individuales sin importar
que tengan síndrome de Down. No son ángeles, no son el baluarte a la paciencia y tolerancia
absoluta, son personas con necesidades, gustos y momentos propios. No son una extensión nuestra.
Por lo tanto, debemos respetar sus horas para dormir, sus alimentos favoritos, sus juegos favoritos,
hasta su necesidad de atención y cariño de nuestra parte incluyendo el tiempo de jugar. Todo esto
genera seguridad y respeto de tu hijo hacia ti.
Muchas de estas mismas pautas es importante acordarlas con las maestras de kínder o escuela
también. El hecho de tener síndrome de Down no justifica que el niño salga del aula cuantas veces
quiera, se ponga de pie, no siga instrucciones, tire juguetes, golpee a sus compañeros, etc. Las
maestras deben aplicar la autoridad con amor y paciencia, así como haciendo los ajustes necesarios
para buscar una forma de mantener al niño interesado y aumentando su capacidad de atención. Se
da con cierta frecuencia, que los mismos educadores permiten esos comportamientos porque es “un
niño especial con síndrome de Down y eso es normal”. Debemos trabajar muy unidos con las
personas encargadas de la formación de nuestros pequeños también, ellos deben contar con nuestro
apoyo.
Tanto padres como personas avocadas a generar conciencia sobre el síndrome de Down no
lograremos calar profundamente en la mentalidad de la gente en la forma como lo hará una persona
con trisomía 21 cuando, por sus propios méritos, logre un lugar de valor y reconocimiento en la
sociedad. Si pedimos la oportunidad para ellos, estamos en la obligación de formarlos para sacar el
máximo provecho de ésta. Solo así los mitos serán cosa del pasado y el síndrome de Down un color
más en el arcoíris de la diversidad humana.