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Para la mujer, representa la referencia del modelo femenino que puede reproducir
o rechazar, la forma de ser mujer, de vivir la femineidad y de ser madre. Para el
hombre va a representar el modelo de mujer por el que se va a sentir atraído o va
a rechazar, es decir, que condicionará su elección de pareja y la relación con ella, y
mientras no madure, seguirá siendo hijo… de su mujer. En todo proceso
terapéutico es fundamental explorar la relación con la madre, con el padre también
por supuesto, pero la madre es la que nutre, la que se ocupaba de las necesidades
del niño o de la niña, la que daba sostén. Si estuvo presente cuando se la
necesitaba, si satisfizo sus necesidades afectivas o si eran ignoradas, si veía a su
hijo o a su hija por sí mismos y no como una prolongación suya o una carga.
Hay niños buenos, niños obedientes, reprimidos, asustados, niños que tratan de
agradar a su madre, niños que intentan ser perfectos, que niegan sus necesidades,
niños que se refugian en la mente y niños que viven en el mundo de Disney para
evitar sentir, hay niños rebeldes e insolentes que buscan llamar la atención que no
reciben.
Las heridas del niño y de la niña pueden ser por sobreprotección, por exceso de
valoración y halago, por abandono, manipulación, comparación, miedo, rechazo,
autoritarismo, exigencia, engaño, desconexión, abusos. Ahora bien, y este es el
mensaje que quiero trasmitir, las madres tienen también sus propias heridas y
carencias de infancia, sus condicionamientos y limitaciones, sus dificultades para
amar incondicionalmente y sostener al niño si ella misma no aprendió a sostenerse
y valorarse. Una empieza a darse cuenta de la complejidad de la maternidad
cuando es madre, o al cabo del tiempo, al reconocer su parte femenina.
Muchas veces se actúa con los hijos justo al contrario de lo que se recibió… y
también esto es perjudicial. Necesitamos en primer lugar reconocer nuestras
heridas, ocuparnos de ellas y sanarlas, y eso lleva un tiempo. Y también
necesitamos perdonar a nuestra madre por lo que hizo o dejó de hacer, perdonar
el daño que nos causó sus miedos, su ansiedad, su perfeccionismo, su
autoexigencia, su necesidad de quedar bien, el abandono de sus propias
necesidades por satisfacer la de otros. Perdonar su victimismo, su tristeza, su
actitud depresiva, su dolor no resuelto del pasado, lo que supuso para ella la falta
de Amor y comprensión de nuestro padre, sus propias carencias de infancia, tal
vez la falta de madre o de padre y otros condicionamientos.
Ser capaces de ver el niño herido también en nuestra madre, sus propias heridas
de infancia, lo que nos lleva a ser compasivos y aceptarla por completo, más allá
de sus errores y limitaciones. Reconocer el bagaje familiar y la transmisión del
linaje y comprender que no puede ofrecernos nuestra madre aquello que no tiene,
que no le enseñaron o que no sabe cómo hacerlo. Antes o después, y cuanto antes
mejor, llega el momento en el que hemos de perdonar, agradecer y valorar lo que
nuestra madre ha hecho por nosotros. Tomar lo que de ella proviene como un
legado, el que nos corresponde, el que pudo darnos, los fallos y también sus
dones.
Más allá del dolor de nuestro niño herido también está el dolor de nuestra madre y
el dolor que nosotros hemos añadido al rechazarla y juzgarla en ocasiones. Un hijo
sólo puede estar en paz consigo mismo si se encuentra en paz con los padres, lo
que significa que los acepta y los reconoce como son. No es posible decir: “esto lo
tomo” y “esto lo rechazo”. Aceptar a los progenitores como son es un proceso
curativo en sí mismo, el alma de la persona siente alivio y levedad.
“Madre, perdóname por fundirte con mis recuerdos, por no distinguir que eres un
ser espiritual que amorosamente se prestó a la obra de teatro que protagonizamos
en la Tierra.
Perdóname por nuestra historia juntas, por pretender cambiarla, por no superarla.
Lo siento por las memorias de dolor que comparto contigo, te pido perdón por unir
mi camino al tuyo para sanar. Te doy las gracias porque estás aquí para mí y te
amo por ser quién eres. También te amo porque estás en mis recuerdos y porque
es el momento de hacerlo, nunca antes lo fue. Estas palabras surgen, nacen,
brotan y florecen en mí ser cuando el tiempo de mi mente es perfecto, el amor me
busca ahora y me reencuentra contigo, yo elijo estar en paz contigo, yo soy esa
paz en ti y en mí. Yo soy paz. Yo honro mi vida y la tuya tal como fue, tal como es.
Yo hago una reverencia ante tu ser de luz que es quien yo soy. Hecho está.
Gracias, gracias, gracias…
.
Lo debes hacer sin interrupciones, y no te puedes levantar ni distraer hasta que
termines, lo tienes que realizar enfocada y haciendo total conciencia, tienes que
leerlo al mismo tiempo que lo escribes para que te estés escuchando. puedes
prender una vela blanca y poner un envase hondo de vidrio con 3/4 partes de
agua y prender un incienso que te guste. Al terminar tu carta la quemas con la
llama de la vela y las cenizas deben caer en el agua del envase, puedes usar unas
pinzas para no quemarte, al finalizar haces un hoyo en una maceta o en el jardín,
echas allí las cenizas con el agua, plantas alguna planta o flor que te guste y la
vela la dejas que se consuma y terminas comiendo algo dulce. Los cambios toman
más o menos 21 días.