Вы находитесь на странице: 1из 4

La mathesis en el cuento «Hace quinientos años» de Daniel Moyano

No es extraño encontrarnos muchas veces con textos que generalmente hacen una referencia tanto
implícita como explícita a otro texto, o en palabras de Foucault, “supongo, aunque sin estar muy
seguro, que apenas hay sociedades en las que no existan relatos importantes que se cuenten, que se
repitan y se cambien; fórmulas, textos, conjunciones ritualizadas de discursos que se recitan según
circunstancias bien determinadas” (1992, p. 13). Y eso no es cuestión de coincidencias, sino de un
poder que funciona subrepticiamente en los discursos, o más puntualmente en la lengua. Y es
Roland Barthes quien, en su discurso inaugural de la cátedra de Semiología Literaria del Collège de
France, afirma que “la lengua, como ejecución de todo lenguaje, no es ni reaccionaria ni progresista,
es simplemente fascista, ya que el fascismo no consiste en impedir decir, sino en obligar a decir”
(2014, p. 96). Pero no siempre la lengua cumple este rol dominante: es en la literatura donde se
hallan las fuerzas liberadoras clasificadas, según Barthes, en mathesis, mímesis y semiosis.

La mathesis es aquella fuerza donde la literatura es “el resplandor mismo de lo real. Empero, y en
esto es verdaderamente enciclopédica, la literatura hace girar los saberes, ella no fija ni fetichiza a
ninguno” (2014, p. 99). Esto significa que podemos encontrar en un texto algún saber que se
transforme, se desdoble, se metamorfosee –como por ejemplo en «Metamorfosis (Para Franz, in
memoriam)» de Moyano–, y también existen otros relatos que nos cuentan ‘la otra cara de la
historia’, real o no, que cumplen con el cometido de ‘hacer girar’ el saber, el cual “jamás es ni
completo ni final; la literatura no dice que sepa algo, sino que sabe de algo, o mejor aún: que ella les
sabe algo, que les sabe mucho sobre los hombres” (2014, p. 99). En este caso el cuento «Hace
quinientos años» narra la historia de la colonización desde la mirada de un indio que es llevado a
vivir en ‘el otro lugar’. Aquí también encontramos muchísimos guiños a saberes que Moyano
introduce sutilmente para que el lector los pueda encontrar sin mucho esfuerzo; el saber bíblico es
uno de ellos: “Desde niño había oído que alguna vez vendrían unos hombres como dioses, acaso
desde el aire, para llevarlos a un no muy bien definido paraíso” (Moyano, 2010, p. 52). Aquí
claramente se refiere a una creencia religiosa que será introducida en la Biblia, en el apartado sobre
el Apocalipsis. Debemos entender que muchos de los saberes que encontramos a lo largo de la
historia –y en la literatura– no son únicos y no son realmente originales, ya que “los discursos deben
ser tratados como prácticas discontinuas que se cruzan, a veces se yuxtaponen, pero que también se
ignoran o se excluyen” (Foucault, 1992, p. 33), y estos discursos generalmente se componen en un
loop constante. Moyano trata, en su cuento, de brindarnos la mirada curiosa y confundida del indio
que es subido a la carabela: “No todos tenían la cabeza metalizada y largas barbas 1. También los

1
Refiriéndose a los conquistadores.

1
había corrientes como él” (2010, p. 55) pero a la vez introduce un pensamiento ‘real’ comparado al
del indio atemorizado que generalmente nos cuenta la historia:

“Lo demás era sin duda una pura invención que cualquier día se destruiría sola, cuando
acabase de ser algo como un sueño que no puede durar más de lo debido. Inventos los viajes,
inventos los metales que cubrían sus cabezas, invento el fuego de sus armas, puros inventos
sus palabras incomprensibles, espejos y papeles, sus barcos con sus trapos al viento, sus
barbas y sus gritos, su crueldad y su silencio” (2010, p. 56)

Más adelante Moyano vuelve a insistir con el tema religioso, esta vez con una alegoría muy fuerte
sobre la imagen de la Virgen María con el Niño Jesús: “Luego le da una figura donde una mujer
hermosa sostiene a un niño en brazos. Él intuye que la mujer y el niño de la estampa viven dentro
de esa casa” (2010, p. 61). Sin quedar contento sobre sus referencias religiosas, decide usar a modo
sarcástico el nombre de José: “El hombre de negro roció con agua su cabeza, trazó rayas en el are y
lo llamó José” (2010, p. 64); aquí tenemos la referencia a la práctica del bautismo, pero como
vemos no es explícita la forma en que la describe, sino guiñando al saber cristiano del lector.

Con estos fragmentos, entonces, demostramos que lo que la literatura “pone de relieve no es
forzosamente lo real y la fantasía, la objetividad y la subjetividad, lo Verdadero y lo Bello, sino
solamente unos diferentes lugares de la palabra2” (Barthes, 2014, p. 100). En este caso el lugar que
se toma es la visión del indio y no ya la del colonizador de las Indias, ni la del cronista español ni la
del cura que ejerce su poder mediante la palabra de Dios.

Y a colación del tema del poder mediante la palabra, volvemos a Foucault y su Orden del discurso,
quien afirma que existen sistemas de exclusión para dominar la producción del discurso. Para el
autor, la más importante es la prohibición, ya que “se sabe que no se tiene derecho a decirlo todo,
que no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin no puede hablar de
cualquier cosa. Tabú del objeto, ritual de la circunstancia, derecho exclusivo o privilegiado del
sujeto que habla” (Foucault, 1992, p. 5). Moyano también intenta demostrar el poder de la palabra
constantemente a lo largo del relato haciendo notar cómo esa lengua extranjera se apoderaba de ‘los
otros’:

“Corrían de un lado a otro ante las voces de mando, recogían los trapos izados en los palos, y
el viento y los hombres ululaban como si compartiesen una misma lengua” (2010, p. 55)

O bien:

2
El subrayado es mío.

2
“Con lenguaje de manos le dijo que ahora había dejado de ser un animal y era persona como
él y como todos” (2010, p. 64).

La forma en que manifiesta el poder de la lengua y del discurso en el relato es realmente


impresionante y utilizado con una maestría que no muchos escritores logran, ya que no llega a ser
violenta la forma en que nos presenta esta relación indio/español pero a la vez logra chocar con los
saberes del lector. En el siguiente fragmento podemos justificar la imposibilidad del indio de
sobrepasar el poder discursivo del sacerdote que le mostraba el dios a quien tendría que alabar de
ahora en adelante:

“Su dios estaba clavado entre dos palos cruzados, colgaba de ellos con una herida en el
costado, donde una sangre detenida no se derramaba. No puede ser, dijo en su lengua, pero el
dedo del guardián seguía apuntando hacia el dios yacente. Está muerto, dijo, y quiso decir
más, pero las palabras no salían, se quedaban en el miedo3” (2010, p. 64-65).

Entonces, “el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de
dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere
uno adueñarse” (Foucault, 1992, p. 6); en este caso es ‘José’, el indio, quien no se anima a
adueñarse del poder del discurso para poder retrucar o revelarse ante tal vehemente imagen. Y es
tan fuerte la carga del nombre ‘José’ que al final del relato hay una muerte simbólica del mismo:

“Intentó llamarlo con un grito que no salió, ahogado por su nombre José, enteramente dueño
de él. Trastabilló cuesta abajo tratando de marchar hacia la luz divisada, hasta que fue a caer
en cualquier lugar del interminable paraíso.
Con el último resto de su día libre y de su vida alcanzó a llevarse una mano a la boca para
quitarse un delgadísimo hilo de saliva o de sangre que le recordó fugazmente una mancha de
huevo de avestruz” (Moyano, 2010, p. 70).

Es así como Moyano se puede permitir manejar datos fácticos, históricos y darle a un personaje
tanta realidad histórica cuanta exige la función representativa que él mismo le asigna4.

Finalmente, podemos concluir que los saberes son parte fundamental para entender los discursos,
estos saberes que nos dejan abrir la puerta a nuevas interpretaciones o a transformaciones totales, o
como lo plantea Hannah Arendt

“mientras nuestra sed de conocimiento puede ser insaciable dada la inmensidad de lo


desconocido, hasta el punto de que cada región de conocimiento abre ulteriores horizontes

3
El subrayado es mío.
4
Arendt, H. (1995) “De la historia a la acción”. Barcelona: Paidós. Página 119.

3
cognoscibles, la propia actividad deja tras sí un tesoro creciente de conocimiento que queda
fijado y almacenado por cada civilización como parte y parcela de su mundo. La actividad de
conocer es una actividad de construcción del mundo5” (1995, p. 113).

Deborah Leonor

5
El subrayado es mío.

Вам также может понравиться