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LA DEPRESIÓN DEL JUBILADO

Cuando una persona llega a la edad de jubilación, puede reaccionar de


diferentes formas, siempre en función de la valoración que haga de su nueva
situación.
Las actitudes que adopte la persona ante la jubilación dependerán en buena
parte de varios factores como:

- Las características profesionales:


esfuerzo físico, mental, desgaste personal, clima de trabajo, vinculación,
el trabajo como forma de vida, etc.
- Satisfacción con el trabajo y valoración personal del mismo:
Integración, prestigio, posibilidad de relacionarse socialmente,
descontento con su trabajo, compañeros o superiores, o circunstancias
de trabajo (incomodidad, peligrosidad, muchas horas, etc)
- Forma de vivir el trabajo:
Implicación personal, vivir solo para el trabajo..., solo implicación
profesional

Así la jubilación puede vivirse como un premio, un descanso merecido,


después de muchos años de trabajo. La posibilidad de tener más tiempo para
uno y para los demás, ilusionarse con nuevas metas o expectativas, realizar
ese jobby que nos gustaba y que no realizábamos por falta de tiempo, gozar de
relaciones externas: viajar, relacionarse, disfrutar de nietos si se tienen, y otros
muchos aspectos positivos que se abren ante el mundo de la jubilación.

Por desgracia esto no siempre es así, ya que generalmente la persona jubilada


tiende a vivir la situación como una pérdida personal.

Muchas personas ante la jubilación se sienten perdidas, no saben que hacer


con su tiempo, no se ponen metas que puedan cumplir, a demás existe una
devaluación social y familiar por el mismo hecho de estar jubilado. Todo ello
asociado a la falta de motivación sobre todo en las personas que su vida
estaba entorno al mundo del trabajo, acaba de desencadenar, pasividad,
desesperanza y en muchos casos estados de disforia y depresión.
Además muchas veces las expectativas de una vida nueva y con más tiempo
para disfrutar, no pasa a ser real, ya que surgen otros problemas: económicos,
familiares, enfermedades que hacen frustrar las fantasías que tenia la persona
delante de la jubilación. En muchos casos falta iniciativa o no sabe como
emplearse el tiempo, la persona se acomoda a su monotonía diaria y no sabe
como salir de él, las pérdidas de visión o auditivas pueden hacerle reducir sus
actividades diarias. Surgen pensamientos distorsionados de pérdida de una
vida mejor, (¡Cuando yo trabajaba!), del paso lento de los días, del esperar no
se sabe qué, o no esperar ya nada.
En nuestra sociedad actual, donde se valora la productividad, lo nuevo, donde
se valora la juventud como valor intrínseco choca de frente con el hecho de ser
mayor y encima jubilado. Este pasa a ser una persona pasiva, no productiva,
que trae problemas a los demás (problemas de salud, cuidados extras
familiares), además en muchas ocasiones existe una pérdida económica
importante o al menos muchos jubilados tienen esa percepción negativa (son
una carga para sus hijos/as) Además tenemos que añadir que la convivencia
familiar con las personas mayores cada vez es más escasa; trabajamos no
estamos en casa, queremos nuestro tiempo de ocio para nosotros, etc.
Es una realidad que ante este clima familiar cada vez más alejado de nuestros
mayores estos se encuentren frecuentemente solos, asilados. A veces esos
sentimientos de soledad pueden verse aún más afectados por la muerte de uno
de los cónyuges, hermanos, vecinos o parientes cercanos
Delante de esas pérdidas significativas el anciano se planteará el inevitable
tema de la ‘muerte’. La persona analizará su vida, la sensación que se le acaba
el tiempo y se le acerca la muerte, complicado frecuentemente por temas de
salud y dolencias crónicas, controles periódicos a médicos, algún que otro
achaque, otras enfermedades propias de la edad: hipertensión, osteoporosis,
colesterol, diabetes, cardiopatías, medicaciones y cambios biológicos en el
cerebro.

Es por todos estos factores que la incidencia de la depresión en la edad de


jubilación y posteriormente se va incrementando de forma alarmante; se
considera que a los 70 años un 20% de los ancianos padece disforia sustancial
y cerca de un 4% puede padecer depresión.

Por desgracia, la sociedad y los propios afectados consideran con frecuencia a


la depresión como un acompañante inevitable del envejecimiento

Los síntomas depresivos que pueden acompañar a la posjubilación son:


- Desesperanza, bajo estado de ánimo, sensación de cansancio, torpeza
o lentitud no tener ganas de hacer nada, sentirse inútil, problemas de
insomnio, obsesionarse con los problemas económicos que puedan
existir, dificultades de concentración, pérdida de peso, aumento de las
sensaciones ansiedad: dolores de espalda, problemas
gastrointestinales, problemas hipocondríacos sin una causa física
aparente (dolores físicos, tristeza general (más de 2 semanas)

Generalmente la persona deprimida restringirá su vida social y personal,


descuidará su apariencia personal o realizará menos actividades cotidianas de
las que hacia normalmente

Por suerte la depresión en todos estos casos es tratable, quizás sea el


problema más tratable de los desordenes funcionales de la vejez

Desde un abordaje psicológico adecuado, analizando la situación personal, las


actitudes, ideas y pensamientos negativos y poco realistas, abordando metas
nuevas posibles y motivando hacia la actividad y goce del día a día estas
personas pueden llegar a valorar su mundo de forma más positiva y aumentar
su calidad de vida de forma notable, La solución; “acudir al psicólogo”.
Generalmente tienen que ser los hijos, o familiares cercanos que den ese paso.
Es importante que estas personas sean tratadas y superen un estado que les
va a traer más complicaciones que beneficios. La incidencia de muertes
prematuras y aumento de enfermedades en personas depresivas a esas
edades, es significativamente muy elevado, Así que la sociedad y todos
tenemos que poner cartas en el asunto y empezar a actuar: Los estados
depresivos en la jubilación y ancianidad serán importantes, comunes, pero
tratables.

Ferran Martínez Gómez


Psicólogo
ISEP Clínic Castelló
T.964 23 03 39
e-mail:clinic.castello@isep.es

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