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 16/03/2018 - 23:21 Ι Clarin.

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Entrevista con Mario Vargas Llosa

Indiscreto a pesar de sí mismo


El Nobel peruano -con nuevos libros, La llamada de la tribu y Sables y
utopías- conversa sobre su obra, su vida privada, la política y los
medios. 

Global. Vargas Llosa es uno de los invitados estelares de la próxima Feria del Libro de Buenos Aires. Foto: Lexey
Swall/The New York Times.

Marcela Valdes

"¿Nos sentamos afuera?”, me preguntó Mario Vargas Llosa, haciendo un


gesto hacia las ventanas de piso a techo de la biblioteca, en una tarde
brillante. El único peruano que ha ganado el premio Nobel vive ahora en
una mansión de ocho habitaciones en la periferia de Madrid, en un
vecindario conocido como Puerta de Hierro. Cuando llegué, un
mayordomo con saco blanco me condujo a través del recibidor de dos
pisos, sobre brillantes baldosas blancas y negras, hacia una biblioteca
con filas de estantes de madera oscura. Esta imponente casona parecía la
residencia adecuada para el último gigante vivo de una época de oro de
la literatura latinoamericana, pero la casa no es propiedad de Vargas
Llosa. Sobre la chimenea de la biblioteca cuelga un retrato de su dueña,
Isabel Preysler, enfundada en un vestido rojo.

Preysler, quien nació en las Filipinas pero ha vivido en España desde que
tenía 16 años, construyó esa casa con su tercer esposo, el exministro de
Economía y Hacienda de España Miguel Boyer, quien murió en 2014. A
menudo los paparazzi merodean por sus puertas; Preysler, de 67 años,
ha sido objeto de la fascinación de los tabloides en español desde que se
casó con su primer marido, la estrella del pop Julio Iglesias, en 1971. (Su
segundo esposo era un marqués español). Fue un pequeño escándalo
que Vargas Llosa tuviese ahora un escritorio con ordenadas pilas de
libros y un busto de Honoré de Balzac en un pequeño rincón de su
biblioteca, en medio de los viejos libros de ciencias y matemáticas de
Boyer.

Nos sentamos debajo de un toldo blanco, en un par de sillones del mismo


color frente a una piscina aguamarina. Conversamos durante más de dos
horas sobre el modernista del Misisipi William Faulkner y la superagente
española Carmen Balcells, así como sobre las series de televisión The
Wire y Vikingos. Durante la mayor parte de nuestra conversación,
Vargas Llosa era como la casa misma: una fortaleza camuflada con la
calidez de la gracia social.

A finales de marzo Vargas Llosa cumplirá 82 años. Ha escrito casi todas


las mañanas de su vida; ha publicado 59 libros en 55 años, entre ellos
algunas de las más grandes novelas del último medio siglo: La ciudad y
los perros, Conversación en La Catedral, La tía Julia y el escribidor. La
última semana de febrero salieron a la venta tres libros de Vargas Llosa:
la traducción al inglés de una novela (Cinco esquinas) y de una colección
de ensayos políticos (Sables y utopías), así como un nuevo libro en
España, La llamada de la tribu. Se trata de la historia condensada de tres
siglos de pensamiento clásico liberal, de Adam Smith a Jean-François
Revel, y una especie de autobiografía intelectual.
La llamada de la tribu parece su intento de repeler las olas de
nacionalismo y populismo que inundan el mundo hoy en día. Es un
defensor de la libertad individual y la democracia en Latinoamérica. Sus
ataques en contra de los autoritarios le han granjeado enemigos entre
socialistas y conservadores por igual. Lo que más respeta de una
persona, según me dijo, es la integridad: “Coherencia en lo que crees, lo
que dices y lo que haces”.

Dos días después de nuestra reunión en el jardín de Preysler, vi a Vargas


Llosa en una conferencia de prensa celebrada dentro de la Casa de
América en Madrid, para el lanzamiento de otro libro en español,
Conversación en Princeton, de un seminario que Vargas Llosa impartió
en 2015. Durante algunos meses, Vargas Llosa y sus alumnos analizaron
cinco de los libros más famosos del peruano. Sin embargo, esa semana
en Madrid no era posible escapar a la política. “¿Como ve usted ahora lo
que ha ocurrido en Cataluña?”, le preguntó el primer reportero durante
la sesión de preguntas y respuestas del evento. Vargas Llosa recordó que
los nacionalistas catalanes eran considerados “unos viejecitos
reaccionarios” durante la década de los setenta; opinó que el referéndum
era “un anacronismo que no tiene nada que ver con la realidad de
nuestro tiempo” y sugirió que el nacionalismo catalán era una especie de
“enfermedad”.

“Las palabras son actos”, dijo Vargas Llosa cuando estábamos en la


terraza de Preysler. Esta frase de Jean Paul Sartre, me dijo, cristalizó su
comprensión del papel político del novelista en la década de los
cincuenta. En ese entonces era marxista. “Imagínese, en los años
cincuenta, cuando yo era muy joven y empecé a escribir”, dijo. “Un joven
peruano, chileno, colombiano, vivía en un país donde la literatura
significaba muy poco. Era una actividad de una pequeña élite, ¿verdad?
Entonces si uno tenía cierta conciencia social del problema de países
donde había desigualdades enormes, pues muchas veces ese joven con
una vocación literaria se preguntaba: ¿tiene sentido escribir si yo soy
peruano, si yo soy chileno, si yo soy colombiano? Bueno, en ese sentido
Sartre fue importantísimo, porque Sartre tenía unas ideas sobre la
literatura que congeniaban perfectamente con un muchacho de un país
subdesarrollado. Él tenía la idea de que la literatura tenía una función
social, política, histórica, y que desde luego a partir de la literatura se
podrían cambiar las cosas. Se podría actuar sobre la realidad”.

En 1959, Vargas Llosa apoyó con entusiasmo la revolución socialista de


Fidel Castro en Cuba. En cierto momento incluso alojó a la madre del Che
Guevara en su apartamento. Sin embargo, a medida que evolucionó el
régimen de Castro, Vargas Llosa comenzó a inquietarse. Durante un viaje
a La Habana, se enteró de que los cubanos homosexuales eran
encarcelados junto con los contrarrevolucionarios y los delincuentes
comunes en campos de trabajos forzados.

Cuando Vargas Llosa rompió con Castro, se precipitó una reconstrucción


fundamental de sus creencias políticas. Para 1982 estaba cenando con la
primera ministra de Reino Unido Margaret Thatcher y el filósofo liberal
clásico Isaiah Berlin en la casa del historiador Hugh Thomas en Londres.
Esta conversión política tuvo un impacto en su reputación literaria.
Gerald Martin, quien escribió la biografía definitiva de García Márquez y
ahora trabaja en una sobre Vargas Llosa, cree que fue el factor más
importante que le impedía ganar el premio Nobel. “De manera general
se creía que antes, con Lundkvist –Artur Lundkvist, miembro influyente
de la Academia Sueca– se prefería a los escritores socialistas, marxistas,
comunistas, radicales, progresistas”, me dijo Martin. Vargas Llosa recibió
el Nobel de Literatura solo después de que el comité cambió, a principios
de la década del año 2000. Hoy, Sables y utopías lo muestra no solo
vituperando en contra de izquierdistas como Hugo Chávez, sino también
en contra del general Augusto Pinochet y el régimen peronista de
Argentina.

La última obra maestra de Vargas Llosa fue escrita en medio de una


batalla con el ex presidente peruano Fujimori. La fiesta del Chivo relata
los últimos días del oprobioso dictador dominicano Rafael Trujillo, un
hombre que modernizó y violentó a la República Dominicana durante
tres décadas hasta su asesinato, ocurrido en 1961. Es también la más
accesible de sus grandes narraciones políticas. El régimen de Fujimori
cayó el mismo año en que se publicó La fiesta del Chivo.

En nuestras conversaciones, Vargas Llosa se negó a hablar de sus


enredos amorosos. Cuando le pregunté qué había fracturado su
matrimonio con Patricia Llosa, con quien tuvo tres hijos, dejó de sonreír
y bromear. “Mire”, dijo, “ese tema tiene que ver con el amor. El amor es
la experiencia probablemente más enriquecedora que tiene un ser
humano. Nada transforma tanto la vida de una persona como el amor. Al
mismo tiempo, el amor es una experiencia privada. Si se hace pública, se
abarata, se empobrece, se llena de lugares comunes. Por eso es tan difícil
escribir sobre el amor en la literatura. Hay que buscar las maneras más
astutas para que no pierda su autenticidad y se vuelva lugar común.
Entonces yo creo que una persona no debe hablar del amor
precisamente si el amor es tan importante en su vida”.

Usted es un romántico, le dije. “Yo creo que todos los somos. Creo que el
romanticismo ha marcado muchísimo nuestras vidas; es muy difícil no
ser romántico de alguna manera, aunque muchos no nos demos cuenta.
La experiencia del amor... o uno la vive o uno la rechaza, se vacuna
contra ella. Diríamos que yo no la he rechazado. Cuando ha ocurrido, la
he vivido”.

La primera vez que la vivió fue en 1955, cuando se fugó con la hermana
de su tía, Julia Urquidi Illanes. En ese entonces, Vargas Llosa era un
universitario de 19 años y Urquidi era una divorciada de 29. Ernesto
Vargas estaba tan enojado con su matrimonio que amenazó con matar a
Mario, pero la pareja se rehusó a divorciarse. El día en que Ernesto
aceptó el matrimonio, según escribe Vargas Llosa en sus memorias,
marcó la “definitiva emancipación” de su padre. Sin embargo, nueve
años después se divorciaron y, un año después, en 1965, se casó con su
prima hermana Patricia Llosa Urquidi, la sobrina de Julia.
A los 45 años de casados, Vargas Llosa declaró en su discurso de
aceptación del premio Nobel que Patricia “lo hace todo y todo lo hace
bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el
caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi
tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan
generosa que hasta cuando cree que me riñe me hace el mejor de los
elogios: ‘Mario, para lo único que sirves es para escribir’”. Sin embargo,
el año en que ella cumplió 70, él la dejó por Preysler.

“Lo que hay que entender en él es que es una persona que se entrega con
absoluta pasión a lo que cree, incluso cuando se equivoca”, me dijo su
hijo Álvaro. De todos los hijos de Vargas Llosa, Álvaro ha sido el que
mejor ha aceptado la nueva relación de su padre, quizá porque sus
vínculos van más allá de lo familiar. Lo que irrita a muchas personas,
incluyendo a su hijo Gonzalo, es que Preysler es la encarnación de la
cultura del entretenimiento y las celebridades que durante tanto tiempo
Vargas Llosa dijo aborrecer. Una mujer de belleza y elegancia felinas,
que ha aprovechado sagazmente la atención de los tabloides para
hacerse de una especie de carrera proto-Kardashian: ha sido
presentadora de programas de televisión, ha anunciado objetos lujosos
como las joyas Rabat y los revestimientos cerámicos Porcelanosa.

Su vida social ahora está documentada de manera extensa por ¡Hola!, en


la que alguna vez trabajó Preysler. “Son cientos de publicaciones, de
programas de radio y de televisión que alimentan una curiosidad
morbosa que consiste básicamente de revelar la intimidad de las
personas”, me dijo Vargas Llosa en Madrid. “Muchas personas están
encantadas. Al contrario, es una verdadera profesión demostrar su
intimidad. Es una especie de estriptís, ¿no?, de una vida, sobre todo,
sexual, erótica. Y es un mundo que a mí me produce horror”.

Sin embargo, esta “profesión” es la de Preysler y mientras estén juntos


será, de alguna manera, también la de Vargas Llosa. En diciembre, la
edición en línea en español de la revista Harper’s Bazaar publicó un
video de la pareja abrazándose y hablando sobre su vida juntos –
precisamente el tipo de cosas que, en palabras de Vargas Llosa, “le
produce, literalmente, horror”–. Esta enorme y repentina brecha entre lo
que Vargas Llosa dice y lo que hace me recuerda una conversación que
tuvimos acerca de su personaje travieso Fonchito, un niño con cara de
ángel y gusto por la obra de Egon Schiele. En El héroe discreto (2013),
Fonchito desarrolla un interés por la religión y le pregunta a su padre,
don Rigoberto: “¿Me podrías decir qué es eso de Sodoma y Gomorra,
papá?”.

A veces me pregunto si Fonchito es su alter ego, le dije a Vargas Llosa.


“¿Quién sabe?”, dijo, con una risa. “Es un personaje que a mí me inquieta
un poco porque no acabo de entenderlo muy bien”. Un momento
después añadió: “Yo no me doy cuenta si es tan inocente de verdad o
disimula o es una manera de comportarse que es astuta, ¿no?”.

Fonchito apareció por primera vez en las novelas de comedia erótica El


elogio de la madrastra (1988) y Los cuadernos de don Rigoberto (1977).
La mayoría de los críticos ignoran estas novelas libertinas cuando
analizan la obra de Vargas Llosa. Sus propios fanáticos tienden a
considerarlas con disgusto o hilaridad. Sin embargo, el nerviosismo en
torno al sexo ha impedido que tanto los lectores como los críticos
aprecien que el erotismo está presente en toda la narrativa de Vargas
Llosa. Incluso las novelas más conocidas por sus disecciones políticas
están llenas de una especie de realismo sexual transgresor: escenas en
burdeles, relaciones homosexuales secretas, violaciones. En ninguna otra
parte esta conexión ha sido tan explícita, o gráfica, como en su última
novela, Cinco esquinas.

Quizás nada transforme tanto la vida como el amor, pero Vargas Llosa
siempre ha sido difícil de comprender. Es un modernista y un humorista,
un político y un esteta, un intelectual y un libertino. Toda su vida ha sido
una serie de revelaciones inesperadas. Quizá todos somos muchos en
uno, pero Vargas Llosa ha llevado sus contradicciones a la acción, tanto
en su vida como en sus páginas.

© The New York Times

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