Вы находитесь на странице: 1из 85

NEOLIBERALISMO

UNA INTRODUCCIÓN MUY CORTA


MANFRED B. STEGER
PREFACIO
El mundo del siglo XXI es, fundamentalmente, un lugar interdependiente. La
Globalización ha expandido, intensificado y acelerado las relaciones sociales a través
del mundo-espacio y el mundo-tiempo. La revolución digital ha servido como un
catalizador para la creación de extensas redes de comunicación e información en las
que se enredan individuos, empresas y estados. Las células de terrorismo
transnacionales capaces de actuar en cualquier lugar se han dirigido a los símbolos del
poder secular que llevó a los líderes políticos occidentales a declarar una ‘guerra contra
el terror global’. El cambio climático global y las pandemias globales se han vuelto una
realidad terrorífica, forzando a los países a trabajar en una estrategia común dirigida a
prevenir una catástrofe de proporciones planetarias. La explosión de la burbuja
inmobiliaria estadounidense ha provocado una crisis financiera global que ha acabado
con miles de millones de dólares en activos en todo el mundo y empujaron a la
comunidad internacional al borde de la Gran Depresión. Las voces triunfalistas que una
vez vieron el colapso del comunismo soviético como el ‘fin de la historia’ y el principio
de un capitalismo al estilo del libre mercado estadounidense sin rival han sido
silenciadas porque el nuevo siglo se ha mantenido como un campo de batalla
ideológico donde todo tipo de competencias ideológicas compiten por el corazón y las
mentes de la audiencia global.

‘Neoliberalismo’ es uno de los nuevos ‘ismos’. El término fue acuñado por


primera vez en la era posbélica de la Primera Guerra Mundial alemana por un pequeño
círculo de economistas y especialistas legales afiliados a la ‘Escuela de Friburgo’ para
referirse a su programa moderado de revisar el liberalismo clásico. En los años 1970s
un grupo de economistas latinoamericanos adoptaron neoliberalismo [en español en el
original] para su modelo promercado. Pero a principio de los 1990s, izquierdistas
críticos de la reforma del mercado en el sur Global habían imbuido la palabra
‘neoliberalismo’ con un significado peyorativo asociado al ‘Consenso de Washington’ –
un conjunto de instituciones económicas que, supuestamente, han sido designadas por
los Estados Unidos para globalizar el capitalismo estadounidense y su sistema cultural
asociado. Otros críticos consideran el ‘neoliberalismo’ como un eslogan opaco
inventado por académicos radicales o nacionalistas económicos reaccionarios con el
propósito de degradar los logros intelectuales de economistas neoclásicos como los
galardonados con el Premio Nobel Milton Friedman y Friederich von Hayek. Y otros lo
ven como una versión posmoderna pero desfasada del decimonónico de ‘laissez-faire’
glorificando el interés propio, la eficiencia económica y la competencia desenfrenada.
Sin embargo, a pesar de estas críticas, el neoliberalismo ha quedado en la mente del
público. Hoy a aparece casi a diario en los titulares de los principales periódicos del
mundo.
En el último cuarto de siglo, la palabra ‘neoliberalismo’ ha sido asociada con
diferentes figuras políticas, como Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Bill Clinton, Toni
Blair, Augusto Pinochet, Boris Yeltsin, Jiang Zemin, Manmohan Singh, Junichiro Koizumi,
John Howard y George W. Bush. Pero ninguno de estos políticos se ha adherido
públicamente a esta etiqueta antigua, aunque todos ellos comparten una cierta
afinidad de ‘neoliberal’ por sus políticas dirigidas a desregular las economías
nacionales, la liberalización nacional del comercio y la creación de un mercado mundial
único. En su apogeo, durante los 1990s, el neoliberalismo cabalgaba sobre el mundo
como un coloso. Se comió su camino hacia el corazón de la ex Unión Soviética.
Confrontó países del sur Global con las nuevas reglas y condiciones para su desarrollo
económico. Mostrándose como una criatura muy versátil, el neoliberalismo incluso
encantó a los cuadros del Partido Comunista Chino, cuyo socialismo reformado ‘con
características chinas’ se parece sospechosamente a su opuesto ideológico.

Sin embargo, en los albores del nuevo siglo, el socialismo ha sido desacreditado
cuando la economía global basada en sus principios, ha sido sacudida hasta sus
cimientos por una calamidad financiera que no se veía desde la oscuridad de los años
de la década de los años 1930s. ¿Está el neoliberalismo condenado o recuperará su
antigua gloria? ¿Se embarcará el neoliberalismo en un nuevo curso genuino o tratará
de arañar su camino de regreso a los días felices de los noventa? ¿Hay una alternativa
al neoliberalismo?

Culminando una breve reflexión sobre estas cuestiones cruciales, este libro ha
sido diseñado para introducir a los lectores a los orígenes, evolución y las ideas
centrales del neoliberalismo examinado sus manifestaciones concretas en varios países
y regiones concretas de todo el mundo. Nuestra exploración nos mostrará que, aunque
los neoliberales a lo largo y ancho de todo el mundo comparten una creencia común
en el poder de los mercados de ‘autoregularse’ para crear un mundo mejor, su doctrina
viene en diferentes y múltiples matices y variaciones. Reaganomics, por ejemplo, no es
lo mismo que el tacherismo. La marca de globalización del mercado de Bill Clinton
difiere en algunos aspectos de la tercera vía de Tony Blair. Y las elites políticas del sur
Global (a menudo educadas en las universidades de elite del Norte) han aprendido a
adaptarse a los dictados del Consenso de Washington para que coincidan con sus
propios contextos y objetivos locales. Por lo tanto, el neoliberalismo se ha adaptado a
ambientes, problemas y oportunidades específicas. Por esta razón, tiene sentido
pensar en nuestro tema en plural, los neoliberalismos, más que en una manifestación
única y monolítica.

Las ideas principales, políticas y modos de gobierno impulsan estos proyectos


neoliberales y están en el corazón de este libro. Al llevar a cabo el deseo de nuestra
editorial de escribir una introducción breve, nos vemos obligados a participar en una
discusión selectiva y general. Su principal propósito es presentar un esbozo accesible e
informativo – pero al desnudo – de un fenómeno rico y complejo. Aconsejo a aquellos
lectores que hayan digerido los materiales que aquí se ofrecen y se sientan preparados
para profundizar más en nuestro tema, se aconseja consultar la sección de referencia.
CAPÍTULO 1: ¿QUE ES ‘NEO’ ACERCA DEL
LIBERALISMO?

Liberalismo nuevo y viejo


Al pronunciar su Discurso Inaugural de 2009 en medio de la peor crisis económica
desde la Gran Depresión desde la década de los 1930s, Barack Obama no escatimó
palabras al señalar con su dedo a lo que consideraba los principales culpables del
desastre financiero mundial: la codicia y la irresponsabilidad de algunos, y la
incapacidad colectiva de la gente de tomar decisiones difíciles y prepararse ellos
mismos para una nueva era. Ampliando su argumento, el joven Presidente insistió en
que la cuestión clave hoy no es más si el gobierno es demasiado grande o demasiado
pequeño, sino como trabaja. Entonces, mirando directamente a la cámara que
proyecta su imagen severa en incontables pantallas de ordenador alrededor del
mundo, el líder estadounidense se opuso al paradigma económico imperante en los
últimos treinta años:

Tampoco es la cuestión que nos ocupa si el mercado es una fuerza benigna o


maligna. Su poder para generar riqueza y expandir la libertad no tiene parangón. Pero
esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo vigilante, el mercado puede salirse de
control.

La reacción de los nuevos expertos fue rápida y sin ambigüedades. El discurso de


Obama fue una clara indicación de que la era del 'neoliberalismo' puede haber llegado
a su final.

El objeto de la crítica del Presidente – la idea neoliberal de que los 'mercados


autorregulados' es la máquina principal que impulsa la racional persecución de la
riqueza individual - ha sido la norma central de los economistas desde finales del siglo
XVIII. Opuesto al mercantilismo de los monarcas que ejercitaron un control casi total
sobre la economía en sus esfuerzos por amasar enormes cantidades de oro,
principalmente para propósitos bélicos, los 'liberales clásicos' como Adam Smith y
David Ricardo predicaron las virtudes del 'libre mercado' y de la economía del 'laisezz-
faire'. A Smith se le atribuye la creación de la imagen de la Ilustración escocesa del
homo economicus – el punto de vista de que la gente son individuos aislados cuyas
acciones reflejan principalmente sus propios intereses materiales. Según este punto de
vista, los asuntos políticos y económicos son, en gran manera, separables, con los
asuntos económicos reclamando un estatus superior porque opera mejor sin
interferencia gubernamental bajo un sistema armonioso de las leyes naturales. Por
ello, el estado debe refrenarse de 'intervenir' con las actividades económicas egoístas
de los ciudadanos y en lugar de usar su poder para garantizar el intercambio
económico abierto.
La teoría de las 'ventajas comparativas' de Ricardo se convirtieron en la oración
de los modernos comerciantes libres. Argumentó que el libre comercio equivalía a una
situación ganadora para todas las partes involucradas, porque permitía que cada país
se especializara en la producción de aquellas mercancías para las cuales tenía una
ventaja comparativa. Por ejemplo, si Italia puede producir vino más barato que
Inglaterra, e Inglaterra puede producir telas más económicas que Italia, entonces los
dos países se beneficiarían de la especialización y el comercio. De hecho, incluso
Ricardo fue más allá al sugerir que los beneficios de la especialización y el comercio se
acumularían incluso si un país tiene una ventaja absoluta en producir todos los
productos objetos de comercio. Políticamente, la teoría de Ricardo equivalía
prácticamente a un argumento poderoso contra la interferencia gubernamental en el
comercio y fue usada por los liberales del siglo XIX como Richard Cobden como un
arma formidable en la lucha para derogar las proteccionistas Leyes sobre Granos en
Inglaterra.

Para los liberales clásicos, los productores eran los sirvientes de los
consumidores, quienes perseguían cubrir sus necesidades materiales y deseos a su
gusto. Dedicados a la protección de la propiedad privada y a la aplicación legal de los
contratos, los liberales clásicos argumenta-ron que la 'mano invisible' del mercado
garantizaba la más eficiente y efectiva asignación de los recursos al tiempo que
facilitaba las relaciones pacíficas y comerciales entre las naciones. Sus ideas mostraron
ser una fuerza potente para fomentar las grandes revoluciones del siglo XVIII que
superaron las dinastías reales, separaron la Iglesia del Estado e hicieron añicos los
dogmas del mercantilismo. Durante la mayor parte del siglo XIX, los herederos del
liberalismo clásico buscaron convencer a la gente que los malos tiempos económicos
siempre reflejaron algún tipo de 'fallo gubernamental' – normalmente un exceso de
intervención que resultaban en una distorsión de las señales de los precios.

El liberalismo clásico y la Ilustración

El liberalismo clásico nació en tándem con el movimiento de la ilustración de


finales del siglo XVII y el siglo XVIII, que proclamaron la razón y los fundamentos de la
libertad individual. Pensadores ilustrados como John Locke (1632-1704) argumentaron
que, en el 'estado de la naturaleza', todos los hombres eran libres e iguales, y por lo
tanto, poseían derechos inalienables independientemente de las leyes de cualquier
gobierno o autoridad. Naturalmente dotado con el derecho a la vida, a la libertad y a
la propiedad, los seres humanos pueden establecer legítimamente sólo gobiernos
limitados en los que las tareas de sus jefes consistían en asegurar y proteger esos
derechos individuales, especialmente el de la propiedad privada.

¿Pero cómo puede haber una cosa semejante a los 'fallos de mercado',
razonaban, si los mercados, correctamente protegidos del entrometido estado, eran
por naturaleza incapaces de fallar?
Pero el turbulento siglo XX pronto arrojó un nubarrón sobre esas 'verdades' del
liberalismo clásico. No fue hasta los 1980s que los 'neoliberales' se las arreglaron para
traer de vuelta esas anticuadas ideas – aunque vestidas de ropajes nuevos. ¿Pero que
pasó en el período intermedio? La historia es bien conocida. La furia y la longevidad de
la Gran Depresión convenció a los pensadores líderes de la economía como John
Maynard Keynes y Karl Polani que el gobierno era mucho más que un mero 'vigilante' –
el papel asignado al estado por los liberales clásicos. Keynes y su nueva camada de
'liberales igualitarios' se mostraron en desacuerdo con los marxistas, quienes veían en
la persistencia de las crisis económicas una evidencia del inminente colapso del
capitalismo y la victoria de un 'proletariado revolucionario' que habían sido vistos a
través de las 'distorsiones ideológicas' de la 'burguesía gobernante': nunca antes los
trabajadores cayeron en la inteligente trampa de aceptar su propia explotación en el
nombre de unos altisonantes ideales liberales de 'libertad', 'oportunidad' y 'trabajo
duro'. Buscando prevenir la revolución mediante las reformas económicas, los liberales
igualitarios como el Primer Ministro Clement Atlee y el Presidente Franklin D. Roosevelt
fueron defensores incondicionales de la autonomía individual y los derechos de la
propiedad. Y aún más, criticaron el liberalismo clásico por su incapacidad de reconocer
que el capitalismo moderno debe ser sometido a ciertas regulaciones y controles por
un estado fuerte.

Keynes, en particular, abogó por masivos gastos gubernamentales en tiempos de


crisis económicas para crear nuevos puestos de trabajo y aumentar el gasto de los
consumidores. Por lo tanto, él desafió las creencias de los liberales clásicos de que el
mecanismo de mercado podría corregirse naturalmente a sí mismo en el caso de una
crisis económica y volver al equilibrio de pleno empleo. Keynes enlazó desempleo con
una escasez de inversión de capital privado y de gasto en la economía. Por esta escasez,
echó la culpa a los inversores cortos de vista y avariciosos, cuyas inversiones
especulativas habían desestabilizado el mercado. Comprometido con el principio del
mercado pero opuesto al 'libre mercado', el 'keynesianismo' incluso reclamó por
algunas propiedades estatales cruciales, como las compañías de ferro-carriles y las de
energía.

Keynes encabezó la delegación británica en la conferencia de Bretton Woods de


1944 en los Estados Unidos, que estableció el orden económico posbélico internacional
y sus instituciones económicas internacionales. El Fondo Monetario Internacional (FMI)
fue creado para administrar el sistema monetario internacional. El Banco Internacional
para la Reconstrucción y el Desarrollo, más tarde conocido como el Banco Mundial, fue
inicialmente diseñado para proporcionar préstamos para la reconstrucción europea
posbélica. Sin embargo, durante los años 1950s, su propósito fue expandido para
financiar proyectos industriales en países en vías de desarrollo a lo largo y ancho del
mundo. Por último, el Acuerdo sobre Tarifas y Comercio (GATT) fue establecido en
1947 como una organización de comercio global con la responsabilidad de crear y
hacer cumplir los acuerdos multilaterales de comercio. En 1995, la Organización
Mundial del Comercio (OMC) fue fundada como sucesora del GATT y, por lo tanto, se
convirtió en el punto focal de una intensa controversia pública sobre su diseño
neoliberal de los acuerdos sobre el libre comercio.
Las aplicaciones políticas de las ideas keynesianas inspiraron lo que algunos
economistas llamaron la 'edad dorada del capitalismo controlado', que duró, más o
menos, desde 1945 hasta 1975. Los programas estadounidenses del 'New Deal' y la
'Gran Sociedad' fueron la punta de lanza de Franklin Delano Roosevelt y Lyndon
Johnson, el muy admirado programa socialdemócrata sueco y la versión británica del
'welfarismo' lanzado en 1945 reflejaron una amplia política de consenso entre las
naciones occidentales que llevó a algunos expertos a proclamar el 'fin de la
ideología'. Los gobiernos nacionales controlaban los flujos de dinero hacia dentro y
hacia afuera de sus territorios. Impuestos altos sobre la riqueza individual y sobre los
beneficios de las corporaciones llevaron a la expansión del estado del bienestar.
Salarios crecientes y servicios sociales crecientes en los países ricos del Norte global
ofrecían a los trabajadores entrada en las clases medias.

La era dorada del capitalismo controlado en los Estados Unidos.

La economía estaba basada en la producción masiva. La producción en masa era


rentable porque una gran clase media tenía suficiente dinero para adquirir lo que
podía ser producido masivamente. La clase media tenía suficiente dinero porque los
beneficios de la producción en masa eran repartidos entre las corporaciones gigantes
y sus suministradores, detallistas y empleados. El poder de negociación de este último
grupo fue mejorado y reforzado por la acción gubernamental. Casi la tercera parte de
la fuerza de trabajo pertenecía a un sindicato. Los beneficios económicos también
estaban expandidos a lo largo y ancho de la nación – desde los granjeros, los
veteranos, las pequeñas ciudades hasta los pequeños negocios – a través de la
regulación (ferrocarriles, teléfonos, beneficios y pequeños negocios) y los subsidios
(precios regulados, autopistas, préstamos federales).
Fuente: Robert B. Reich, Supercapitalismo, la transformación de los negocios, la democracia y la vida
diaria (Nueva York: Knopf, 2008, p. 17).

Incluso el Presidente Richard Nixon, un


republicano conservador, proclamó al final de los
años 1970s que “todos somos keynesianos ahora”.
Fue la defensa keynesiana de un estado
intervencionista y de mercados regulados lo que dio
al 'liberalismo' su significado económico moderno:
una doctrina favorable a un gobierno grande y
activo, que regule la industria, impuestos altos para
los ricos y programas de bienestar social extensivos
y para todos.
Macroeconomía keynesiana

La obra maestra literaria de Keynes, La teoría general del empleo, el interés y el


dinero fue publicada en 1936 en el momento más álgido de la Gran Depresión. El
libro ganó prominencia instantánea porque desafió con éxito a las ideas liberales
clásicas acerca de cómo deben funcionar las economías modernas. Las ideas
keynesianas han demostrado ser cruciales en el desarrollo del marco teórico de la
'macroeconomía'. Este nuevo campo proclamó que era posible que los gobiernos
nacionales agregar datos y predecir las crisis económicas antes de que ocurrieran, y
propuso el uso de varias políticas para intervenir y hacer los ajustes en la economía.
Específicamente, los gobiernos debían aumentar el gasto público durante las crisis
económicas para estimular el crecimiento, y reducir los gastos durante los períodos
de boom para mantener la inflación baja. Las ideas keynesianas dominaron la
macroeconomía hasta el auge de las doctrinas neoliberales a principios de los años
70.

En las tres décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, los liberales
igualitaristas modernos proporcionaron tasas de crecimiento económico
espectaculares, salarios altos, baja inflación y niveles de riqueza material y seguridad
social sin precedentes. Pero esta era dorada de capitalismo controlado llegó a un punto
muerto con las severas crisis económicas de los años 1970s. En respuesta a semejantes
calamidades sin precedentes como los 'shocks petrolíferos' que cuadruplicaron el
precio de la gasolina del día a la noche, la ocurrencia simultánea de una inflación
galopante y un desempleo creciente (estanflación) y beneficios corporativos en
descenso, una generación totalmente nueva de liberales buscaron un camino a seguir
para revivir la vieja doctrina del liberalismo clásico bajo las nuevas condiciones de la
globalización.

Estos neoliberales subscribieron un conjunto de principios políticos e ideológicos


dedicados a expandir por todo el mundo un modelo económico enfatizando los
mercados y el comercio libre. Y aún más, ellos enfatizaron diferentes partes de su
teoría según su contexto social particular. Venerada por sus seguidores y detestada por
los keynesianos, los neoliberales tuvieron éxito a principio de los 1980s al establecer
una agenda política y económica para el siguiente cuarto de siglo. Como discutiremos
en los capítulos 2 y 3, argumentaron que la paralizante regulación del gobierno, el
gasto público exorbitante y las altas barreras arancelarias al comercio internacional
habían sido responsables de crear las condiciones que llevaron a la inflación elevada y
al crecimiento económico pobre en todos los países industriales en los años 1970s. Una
vez esta premisa fue ampliamente aceptada, el siguiente paso lógico fue clamar que
esos factores fueron el mayor impedimento para el desarrollo económico con éxito en
el Sur global. De este modo nació una agenda para el desarrollo neoliberal global en los
así denominados 'programas de ajuste estructural' y acuerdos internacionales sobre el
libre comercio. Como veremos en los capítulos 4 y 5, instituciones económicas
poderosas como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial impusieron su
agenda neoliberal en los países en vías de desarrollo muy endeudados en devolución
de préstamos muy necesitados. El colapso en 1991 de la Unión Soviética y la
aceleración de las reformas orientadas al mercado en la China comunista llevaron a
una dominación sin precedentes del modelo neoliberal en los años 1990s.

Sin embargo, durante la última década ha caído bajo una serie de críticas. La
crisis económica global de 2008-9 es solo el último de una serie de desafíos para el
paradigma todavía dominante del libre mercado. Pero antes de que podamos apreciar
toda la magnitud de las amenazas que enfrentamos contra el neoliberalismo, debemos
familiarizarnos con sus diversas dimensiones, sus variedades y sus aplicaciones
políticas. Así que empecemos nuestro viaje con una breve consideración de sus ideas y
principios básicos.

Las tres dimensiones del neoliberalismo.


Neoliberalismo es un concepto bastante amplio y general que se refiere a un
modelo económico o 'paradigma' que creció en prominencia en los 1980s. Construido
sobre el ideal clásico liberal de los mercados autorregulados, el neoliberalismo se
presenta en varias líneas y variaciones. Quizás, la mejor manera de conceptualizar es
pensar sobre él como tres manifestaciones inter-relaciondas: (1) una ideología; (2) un
modo de gobierno; (3) un paquete político. Desempaquemos cuidadosa-mente estas
tres dimensiones fundamentales.

Las ideologías son un sistema de ideas ampliamente compartidas y creencias


modeladas que son aceptadas como una verdad por grupos sociales significativos.
Estos 'ismos' sirven como mapas conceptuales indispensables porque guían a la gente
a través de la complejidad de los mundos políticos. No solo ofrecen una imagen más o
menos coherente tal como es, sino también como debería ser. Al hacerlo así, las
ideologías organizan su núcleo de ideas en simples afirmaciones verdaderas que alienta
a la gente a actuar en determinadas maneras. Estas afirmaciones son ensambladas por
codificadores de las ideologías para legitimar determinados intereses políticos y para
defender o desafiar ciertas estructuras de poder. Los codificadores del neoliberalismo
son elites globales de poder que incluyen gerentes y ejecutivos de grandes
corporaciones transnacionales, lobistas corporativos, periodistas influ-yentes y
especialistas en relaciones públicas, escritores intelectuales que tienen una gran
audiencia pública, celebridades, animadores y artistas de grandes audiencias,
burócratas estatales y políticos.

Sirviendo como los principales defensores del neoliberalismo, estos defensores


saturan el discurso público con imágenes idealizadas de un mundo de libre mercado y
consumista. Interactuando hábilmente con los medios de comunicación para vender su
versión preferida de un único mercado global para el público, presentan los mercados
globalizados bajo una luz positiva como una herramienta indispensable para un mundo
mejor. Tales visiones de la opinión pública del mercado de la globalización impregnan
las decisiones políticas en muchas partes del mundo. De hecho, los tomadores de
decisiones neoliberales funcionan como expertos diseñadores de un contenedor
ideológico atractivo para su agenda política promercado. Sus afirmaciones ideológicas
están entrelazadas con referencias a la interdependencia económica global y basadas
en los principios del capitalismo de mercado libre: comercio global y mercados
financieros, flujos de bienes, servicios y trabajo a lo largo y ancho del mundo,
corporaciones transnacionales, centros financieros localizados en países extranjeros y
no sujetos a las leyes impositivas nacionales entre otros. Por esta razón, tiene sentido
pensar en el liberalismo más bien como una ideología económica, que, a diferencia de
su achirrival el marxismo, pone la producción y el intercambio de bienes en el centro
de la experiencia humana.

La segunda dimensión del neoliberalismo se refiere a lo que el pensador social


francés Michel Foucault llamó 'governmentalities' [govern = gobierno; mentality =
mentalidad], ciertos modos de gobierno basados en premisas particulares, lógicas y
relaciones de poder. Una gubernamentalidad neoliberal se basa en valores
empresariales como la competitividad, el egoísmo y la descentralización. Se celebra la
transferencia de poder legal y la devolución del poder central del estado a unidades
localizadas más pequeñas. En vez de operar líneas más tradicionales para perseguir el
bien público (más bien que los beneficios) por la sociedad civil y la mejora de la justicia
social, los neoliberales exigen el empleo por el gobierno de tecnologías tomadas del
mundo de los negocios y del comercio: el desarrollo obligatorio de 'planes estratégicos'
y de 'gestión de riesgos'; análisis coste-beneficio y otros cálculos de efi-ciencia; la
disminución del gobierno político (llamado ‘las mejores prácticas de gobierno’; el
establecimiento de objetivos cuantitativos; la estrecha vigilancia de resultados; la
creación de planes de trabajo muy individualizados basados en el desempeño y la
introducción de modelos de ‘elección racional’ que internalicen y normalicen el
comportamiento orientado al mercado. Los modos de gobierno neoliberal alientan la
transformación de las mentalidades burocráticas en identidades empresariales donde
los trabajadores del gobierno no se vean a sí mismo más como servidores públicos y
guardianes de un definido cualitativamente ‘bien público’, sino como, por su propio
interés, actores responsables del mercado y contribuyentes al éxito de la política de
adelgazar las ‘empresas estatales’.

A principio de la década de los 1980s, un nuevo modelo de administración


pública conocido como la ‘nueva gestión pública’ cautivó las burocracias estatales
mundiales por completo. La puesta en práctica del modo neoliberal de gobierno para
los servidores públicos, significó redefinir a los ciudadanos como ‘clientes’ y anima a los
administradores a cultivar el ‘espíritu emprendedor’. Si las empresas privadas deben
fomentar la innovación y mejorar la productividad con el fin de sobrevivir en el
mercado competitivo, ¿por qué los trabajadores del gobierno no abrazan los ideales
neoliberales de mejorar el sector público? Basada en esta gubernamentalidad
neoliberal, el vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, utilizó con notoriedad los
nuevos principios de la gestión pública en la década de 1990s para someter a varias
agencias del gobierno a un ‘National Performance Review’, cuyo objetivo declarado era
reducir ‘el despilfarro del gobierno’ y aumentar la eficiencia administrativa, la eficacia y
la rendición de cuentas.

En tercer lugar, el neoliberalismo se declara a sí mismo como un conjunto de


políticas públicas concretas expresadas en lo que nos gusta llamar la ‘fórmula D-L-P’:
(1) desregularización (de la economía); (2) liberación (del comercio y la industria); y (3)
privatización (de las empresas propiedad del estado). Medidas políticas relacionadas
incluyen: recortes masivos de impuestos (especialmente en el mundo de los negocios y
los que más renta ganan; reducción de los servicios sociales y los programas del estado
del bienestar; reemplazar el welfare por el ‘workfare’ [ NOTA DEL TRADUCTOR: welfare
significa, entre otras cosas, la asistencia que se da a los que la necesitan, especialmente
por el estado (on welfare); work es trabajo y trabajar; welfare también significa riqueza,
así que ‘workfare’ significaría la riqueza conseguida mediante el trabajo; esta frase
significa reemplazar la ayuda social del gobierno a los necesitados por un puesto de
trabajo]; el uso de las tasas de interés por bancos centrales independientes para
mantener la inflación baja (incluso a riesgo de aumentar el desempleo); la reducción
del tamaño del gobierno; paraísos fiscales para las empresas nacionales y extranjeras
que deseen invertir en zonas económicas designadas; nuevos espacios comerciales
urbanos formados por los imperativos a necesidad de los imperativos de mercado;
anti-sindicalización en el nombre de mejorar la productividad y la ‘flexibilidad laboral’;
integración regional y global de las economías nacionales y la creación de nuevas
instituciones políticas, think tanks y prácticas para reproducir el paradigma neoliberal.
Como veremos en los capítulos siguientes, las llamadas iniciativas ‘neoconservadores’
cuentan a menudo con el apoyo de la agenda política neoliberal en la búsqueda de
objetivos políticos comunes. A su vez, muchos neoliberales abrazaron los valores
conservadores, especialmente los valores ‘familiares’, la aplicación de una ley dura y un
ejército fuerte. La casi universal aprobación de, por lo menos de algunas partes de este
conjunto de políticas en la década de 1990s refleja el poder real de las afirmaciones
ideológicas del neoliberalismo.

Como ya dijimos en el prefacio, los siguientes capítulos de este libro prestan


especial conexión a la conexión entre lo ideológico y las dimensiones de la política del
neoliberalismo mediante el examen de políticas concretas en diferentes escenarios de
todo el mundo. Pero primero vamos a completar nuestra aclaración de cuestiones
conceptuales con una breve revisión de las principales teorías económicas que
impulsaron el crecimiento del neoliberalismo a finales de los años 1970s.

Los orígenes intelectuales del neoliberalismo.


Aunque el neoliberalismo se presenta en diversas variedades, se puede encontrar
la primera formulación sistemática de sus principios económicos en la Mont Pelerin
Society. Fundada en 1947 por Friederich Auguste von Hayek, un miembro influyente de
la Escuela Austríaca de Economía de principios del siglo XX. La sociedad atrajo a
intelectuales afines comprometidos en fortalecer los principios y prácticas de una
‘sociedad libre’ mediante el estudio de las obras y virtudes de los sistemas económicos
orientados al mercado. Comprometidos a detener lo que ellos veían como la marea del
‘aumento del colectivismo’ – sea este marxista o de otras formas menos radicales de
planificación central estatal – Hayek y sus colegas trataron de resucitar el liberalismo
clásico en su intento de desafiar el dominio de las ideas keynesianas. Un gran creyente
en la capacidad espontánea del libre mercado para funcionar de un modo
autorregulado y como motor de la libertad humana, Hayek consideró a la mayoría de
las intervenciones estatales en la economía hitos en el ominoso “camino de
servidumbre” que lleva a nuevas formas de despotismo del gobierno [Camino de
servidumbre es el título de uno de los libros más conocidos de este autor]. Su teoría
económica se encontraba anclada en el concepto de “mecanismos de precios sin
distorsiones’ que se decía que sirven para compartir y sincronizar el conocimiento local
y personal que los miembros individuales de la sociedad consigan diversos fines sin la
interferencia del estado. Para Hayek, la libertad económica nunca puede ser
subordinada a la libertad política y confinada a la estrecha esfera de la producción
material. Más bien la libertad económica era una fuerza política y moral que da forma a
todos los demás aspectos de una sociedad abierta y libre. Sorprendentemente, los
miembros de la sociedad Pelerin ocasionalmente se perdían en el terreno ideológico
conservador y daban importancia a los, consagradas por el tiempo, valores y
tradiciones en la constitución de las comunidades humanas.

Los principios neoliberales defendidos por la Sociedad Monte Pelerin de Hayek


influenciaron mucho al economista estadounidense Milton Friedman, ganador del
Premio Nobel de 1976. El carismático líder de la Escuela de Economía de Chicago (con
base en la Universidad de Chicago), Friedman tuvo una mano influyente al guiar al
neoliberalismo de constituir un punto de vista meramente minoritario en los años
1950s para volverse la ortodoxia económica gobernante en los años 1990s. Enfocados
en la inflación como el resultado económico más peligroso de la interferencia estatal –
como los controles de precios impuestos por gobiernos keynesianos para garantizar a
la gente de bajos ingresos el acceso de mercancías básicas – Friedman desarrolló su
teoría del monetarismo. Él postula que solo la autorregulación del libre mercado que el
número correcto de mercaderías a los precios correctos producidos por trabajadores
pagados con salarios al nivel que determina el libre mercado. A principio de la década
de 1980, monetaristas como Friedman en que matar al dragón de la inflación requería
que los bancos centrales como la Reserva Federal siguiera políticas anti inflacionistas
que mantuvieran la oferta y la demanda en equilibrio por el libre mercado. En
resumen, la política monetaria debe tomar precedencia sobre la política fiscal
(impuestos y políticas de re- distribución) ideadas por el gran
gobierno.
Libertarianismo (*)

A menudo asociado con las doctrinas económicas de Frederich von Hayek y


Milton Friedman, el libertarianismo es una creencia política hostil a la intervención del
gobierno. Aunque comparte los principios generales de la corriente liberal del
neoliberalismo, la mayoría de los libertarianos se oponen se oponen estrictamente a
otros valores liberales como la igualdad, la solidaridad y la responsabilidad social.
Rechazan los gobiernos modernos como ilegítimos por su uso de las políticas
‘coercitivas’, muchos libertarianos se subscriben a la utopía de la ‘sociedad’ suelta de
individuos autónomos enlazados entre sí en estrictas formas de intercambio
voluntario. De hecho, algunos libertarianos van incluso más lejos como para exigir la
abolición del estado.

[(*) NOTA DEL TRADUCTOR: traduzco “libertarian” por “libertarianismo”, palabra que no
existe en castellano, para no confundirlo con comunismo libertario, ideología que,
según el diccionario RAE es la doctrina inspirada por “Bakunin y Kropotkin, que
considera imprescindible la previa destrucción y desaparición del Estado para instaurar
el comunismo”. Al contrario, en EEUU el “libertarianism” es la forma extrema del
neoliberalismo y, por ende, de extrema derecha. En EEUU en la actualidad solo tiene
este último significado. Pero a lo largo de la historia, la palabra libertario ha tenido
varios significados, por lo que para evitar confusiones, he decidido adoptar el
neologismo libertarianismo, que ya existe en Internet].

Como veremos en los siguientes capítulos, el neoliberalismo pronto se expandió


por otras partes del mundo – a menudo de mano de las denominadas ‘terapias de
shock’ ideadas por prominentes economistas neoliberales. Los ejemplos incluyen Chile
después del golpe de estado del General Augusto Pinochet apoyado por la CIA, la
transformación económica de los antiguos países comunistas de la Europa del este y la
Sudáfrica post apartheid. En algunos casos, las elites modernas educadas en
universidades de elite del extranjero, abrazan el neoliberalismo entusiásticamente.
Otros lo adoptan a regañadientes porque sienten que no tienen otra opción, sino que
deben tragar la píldora amarga de los ajustes estructurales que inevitablemente
acompañan los muy necesitados préstamos del FMI y del Banco Mundial. Aunque a los
economistas de la Escuela de Chicago como Friedman no les gusta el marco regulatorio
keynesiano bajo el cual el FMI y el Banco Mundial habían sido originalmente ideados,
sus descendientes ideológicos neoliberales en la década de los 1990 se las arreglaron
para capturar las más altas esferas de poder en esas instituciones económicas
internacionales. Con el apoyo del único super-poder mundial que queda, los
neoliberales exportaron ansiosamente el ‘Consenso de Washington’ al resto del
mundo.

Examinemos ahora con más detalle las manifestaciones políticas e ideológicas


concretas del neoliberalismo a lo largo y ancho de países, regiones y países. Sus
diversas corrientes a veces divergen en temas como el papel preciso y el tamaño
apropiado del gobierno o las diferentes posiciones sobre las prioridades políticas y las
prescripciones. Pero mucho neoliberales comparten ampliamente posiciones políticas
autoregulación
similares considerando la superioridad de los mecanismos de
del mercado sobre la intervención del estado para
producir un crecimiento económico sostenido.
También se muestran de acuerdo en políticas que
promocionan el crecimiento de los emprendedores y
la productividad. Finalmente, los neoliberales están
unidos en su visión de que mantener bajos niveles de
inflación es más importante que conseguir el pleno
empleo. Empezamos nuestro viaje por el panorama
neoliberal explorando dos de sus primeras y más
espectaculares ramas: Reaganomics y Thatcherismo.
El Consenso de Washington
El consenso de Washington es a menudo visto como sinónimo de
neoliberalismo. Acuñado en la década de los 80 por el economista del libre mercado
John Williamson, el término se refiere al ‘más bajo común denominador del consejo
político’ dirigido a la mayoría de los países de América Latina por el FMI, el Banco
Mundial y otras instituciones económicas internacionales basadas en Washington y
think tanks. En la década de los 90, el Consenso de Washington se convirtió en el
marco global para el ‘correcto’ desarrollo económico. A cambio de los muy
necesitados préstamos y los esquemas de reestructuración de deuda, los gobiernos en
el Sur global fueron requeridos a adherirse al Consenso de Washington con el
programa siguiente de diez puntos:
1. Una garantía de disciplina fiscal y un límite al déficit fiscal.
2. Una reducción del gasto público, particularmente en la administración
pública y la militar.
3. Reforma impositiva, dirigida a la creación de un sistema con una base
amplia y una aplicación efectiva.
4. Liberalización financiera, con tasas de interés determinadas por el
mercado.
5. Tasas de cambio competitivas para asistir al crecimiento de las
exportaciones.
6. Liberalización del comercio, acompañado de la abolición de las licencias
de importación y la reducción de las tarifas.
7. Promoción de las inversiones directas extranjeras.
8. Privatización de las empresas públicas, que serán dirigidas por una
dirección eficiente y un rendimiento mejorado.
9. Desregularización de la economía.
10. Protección de los derechos de propiedad.

Capítulo 2. LA PRIMERA OLA DEL


NEOLIBERALISMO EN LA DÉCADA DE LOS 80:
REAGANOMICS y THATCHERISMO
El nacimiento del neoliberalismo en los países de habla inglesa está en su mayor
parte asociado con el Presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan (1981-88) y la
Primera Ministra británica Magaret Thatcher (1979-90). Esta campaña ferviente para
poner fin ‘gobierno grande’ de corte keynesiano fue compartida con el Primer Ministro
australiano Malcom Fraser (1975-83) y el Primer Ministro canadiense Brian Mulroney
(1984-93). Estos líderes no solo articularon el corazón de las reclamaciones ideológicas
del neoliberalismo, sino que buscaron convertirlas en políticas pública. Sin embargo, lo
que distinguió a Reagan y Thatcher de otros neoliberales fue su notable determinación
en aplicar sus principios, incluso cuando era políticamente arriesgado o inconveniente.
Reagan, por ejemplo, consideró no presentarse a su reelección si significaba revertir
sus profundos recortes de impuestos. De modo similar, cuando algunos miembros
conservadores del propio Partido Tory afirmaron que no tolerarían más sus duras
políticas anti inflacionistas, declaró: “Ustedes se pueden volver si quieren, esta dama
no está para vueltas”. Más aún, la ‘dama de acero’ fue famosa por acuñar otros
eslóganes ideológicos como “No hay alternativa” (a su agenda neoliberal). Aunque la
izquierda en Gran Bretaña no perdió tiempo en asaltar tal determinismo económico,
falló en armar una visión política alternativa que probase que la Primer Ministro está
equivocada.

Con estos ejemplos no se pretende sugerir que Reagan y Thatcher carecieran de


pragmatismo o no hicieran importantes compromisos políticos cuando lo consideraran
necesario. Ni se debe asumir que los intentos de Mulroney y Fraser de una reforma
neoliberal no fueran genuinos a pesar de sus políticas genéricas relativamente vagas.
Lo que distinguió las revoluciones de Reagan y Thatcher, fue su firme articulación de un
conjunto muy particular de ideas y reclamos neoliberales y su traducción con éxito en
políticas y programas concretos. Además, ambos líderes instalaron en sus gabinetes
secretarios y consejeros leales que compartían sus puntos de vista. También buscaron
fundir su liberalismo económico con programas más tradicionales y conservadores.
Algunos comentaristas fueron aún mucho más lejos al sugerir que ‘neoliberalismo’ y
‘neoconservadurismo’ deberían usarse como términos intercambiables. Como veremos
más tarde en este capítulo, semejante aserto parece algo exagerado, porque estas
ideologías no son idénticas. Sin embargo, había importantes áreas en que se solapaban
entre el neoliberalismo y el neoconservadurismo, especialmente en su aplicación a
Reaganomics y el Thatcherismo.

Neoliberalismo y neoconservadurismo

El neoconservadurismo contemporáneo no es ‘conservador’ en el sentido


clásico, tal como fue definido por los pensadores del siglo XVIII como Edmund Burke,
quién expresó su inclinación fuerte por las virtudes aristocráticas, lamentó el cambio
social radical, sintió aversión por los principios republicanos y desconfiaba del
progreso y de la razón. Por el contrario, el neoconservadurismo de Reagan y Thatcher
se asemeja a un liberalismo muscular que es a menudo asociado con figuras políticas
como Theodore Roosevelt, Harry Truman o Wiston Churchill. En general, los
neoconservadores se muestran de acuerdo con los neoliberales en la importancia del
libre mercado, comercio libre, poder corporativo y la elite gobernante. Pero los
neoconservadores están mucho más inclinados a unir su actitud de manos fuera hacia
los grandes negocios con acción gubernamental intrusiva hacia la regulación de la
ciudadanía normal en el nombre de la seguridad pública y la seguridad tradicional. Sus
apelaciones a la ‘ley y orden’ a veces se ahogan en su preocupación por los derechos
individuales, aunque no para el individuo como bloques en la construcción de la
sociedad. En asuntos externos, los neoconservadores abogan por un uso enérgico y
extenso, yanto de su poder económico como del militar, con el propósito aparente de
promover la libertad, los libres mercados y la democracia en todo el mundo.

Al principio de los 80, muchos de los miembros clave del Tesoro Británico que
habían abrazado el neoliberalismo, se volvieron muy influyentes en la conformación de
la agenda económica de Thatcher. Este grupo incluía tories prominentes como Alan
Budd, Terry Burnes, David Laidler, Patrick Minford y Tim Congdon. Muchos de ellos
afiliados a poderosos think tanks conservadores como el Centro para los Estudios
Políticos (Centre for Policy Studies) cofundado por Thatcher, el Instituto de Asunto
Económicos (Institute of Economic Affairs), el Instituto Adam Smith (Adam Smith
Institute) y el Institute of Directors (IoD). Periodistas influyentes que trabajaban para
Financial Times, The Times y Sunday Times y que simpatizaban con la agenda
neoliberal incluían a William Rees Mogg, Samuel Brittan, Bernard Levin, Peter Jay y
Ronald Butt. Todos estos escritores eran proponentes principales de la política
monetarista económica de Thatcher.

En los Estados Unidos, declarados neoconservadores como Irving Kristol


movilizaron a altos ejecutivos de algunas de las corporaciones estadounidenses más
ricas para apoyar los institutos neoliberales de investigación y think tanks, como el
American Enterprise Institute, el Cato Institute, y la Heritage Foundation. Trabajaban en
estrecha colaboración con Reagan y su personal para promover las políticas destinadas
al sector privado para liderar el crecimiento económico. Un firme defensor de las
políticas neoliberales del ‘lado de la oferta’ (*), el Presidente creía que los altos
impuestos eran la primera causa de los malos resultados económicos. [NOTA DEL
TRADUCTOR: En realidad, decir “políticas neoliberales del lado de la oferta” es una
redundancia, ya que la segunda está incluida en la primera. La política del lado de la
oferta trata de aumentar la producción quitando supuestos obstáculos, como los
impuestos altos a los más ricos. La opuesta sería la política del lado de la demanda o
keynesiana, de estimular la demanda mediante el aumento del gasto público, bajar los
impuestos a los más pobres o bajar o quitar el IVA a los alimentos de primera
necesidad, etc.].

La economía del lado de la oferta y la curva de Laffer


Defendida por economistas liberales como Arthur Laffer y abrazada por el
Presidente Reagan, la economía del lado de la oferta está basada en la suposición de
que el crecimiento económico a largo plazo depende de liberar la cantidad de capital
disponible para la inversión privada. Un componente económico crucial de la
economía del lado de la oferta, la ‘Curva de Laffer’ es una representación básica de la
tesis de que un aumento en las tasas impositivas no siempre conducirá a un aumento
en la recaudación impositiva. Una tasa impositiva de un 100%, como sugiere la curva,
la recaudación caerá porque los ciudadanos no tendrán incentivos para trabajar más
tiempo. Los economistas del lado de la oferta muestran como único objetivo reducir
las tasas sobre los ingresos privados. Basándose en la curva de Laffer, argumentaron
que el nuevo crecimiento económico producido por el aumento de la inversión,
automáticamente generaría un gran y suficiente excedente de los ingresos fiscales.
Estos, a su vez, podrían ser usados por los gobiernos para pagar sus deudas y
balancear sus presupuestos. También conocida como la economía del goteo hacia
abajo, los economistas del lado de la oferta apelaron a Reagan y a los legisladores del
Partido Republicano en el Congreso, dispuestos a bajar los impuestos, pero sin
embargo, cuidaron de preservar programas políticamente populares como la
Seguridad Social y el Medicare.

Por el contrario, Thatcher sostuvo que el crecimiento de la oferta de dinero fue el


principal culpable de los malos resultados económicos. Aunque cortados por el mismo
patrón neoliberal, el Presidente estadounidense y la Primer Ministro, inspirados en
puntos de vista diferentes, inspiraron programas políticos diferentes. La tabla A ilustra
esas variaciones sobre el tema neoliberal.

Reaganomics
Inmediatamente después de alcanzar el poder en 1981, el Presidente anunció su
Programa para la Recuperación Económica (Program for Economic Recovery) orientado
del lado de la oferta, que estaba basado en principios neoliberales, y que fue
ridiculizado por sus oponentes de su propio partido como la “economía vudú”.
Proclamado para combatir la mezcla tóxica de estancamiento y alta inflación heredad
de los años de Carter. Las Reaganomics se centró, primera y principalmente, en reducir
las tasas marginales de interés. Pero el Presidente no estaba menos dispuesto a asumir
el déficit fiscal y las existentes regulaciones gubernamentales. La única área en que
Reagan empujó con fuerza para aumentar los gastos fue en defensa militar, que él
insistía en que era necesario para librar la Guerra Fría contra el ‘diabólico imperio’
soviético y ‘otros agresores comunistas’ por todo el mundo. Volveremos al asunto de la
política exterior al final de este capítulo.
Creencias Principales
Creencias Medidas de
Líder ejecutivo neoliberales medidas política
secundarias política secundaria
principales neoliberal
El Gobierno es Crear estabilidad
Restringir la
ineficiente. La La estabilidad económica a
extensión de la
depredación de monetaria y fiscal través de la
Reagan (del lado depredación del
gobierno conduce es necesaria para reducción del
de la de-manda) gobierno a través
a pobres el crecimiento déficit y la
de la imposición
resultados económico. restricción del
mínima.
económicos. gasto.
El Gobierno es Crear estabilidad
Restringir la
ineficiente. La La depredación de económica a
extensión de la
estabilidad gobierno conduce través de la
Thatcher depredación del
monetaria y fiscal a pobres reducción del
(monetarista) gobierno a través
es necesaria para resultados déficit y la
de la imposición
el crecimiento económicos. restricción del
mínima.
económico. gasto.

Aunque tanto Reagan como Thatcher vieron la inflación como un impedimento


para el crecimiento, líderes políticos del lado de la oferta como el Presidente estaban
interesados en retratar el monetarismo como la ‘política de la austeridad’. Creyendo
que la oferta monetaria se ajustaría naturalmente a los imperativos del mercado,
Reagan no compartió la preocupación monetarista de la Primer Ministro sobre el
déficit fiscal. Bajas tasas impositivas, aseguró Reagan, promocionaría el crecimiento
económico, que automáticamente genera-ría, a su vez, suficientes ingresos como para
cubrir el déficit público [NOTA DEL TRADUCTOR: es la segunda vez que se alude a esta
teoría expresada en la curva de Laffer, y no si el lector lego en materia económica lo
entiende. A grosso modo, la recaudación impositiva depende de dos variables,
primero, de las bases económicas sobre las que se aplican (la renta en el impuesto
sobre la renta, las ventas en el IVA y los impuestos especiales que gravan algunos
bienes, como las bebidas alcohólicas, el tabaco, los derivados del petróleo, el
patrimonio en el impuesto sobre el patrimonio y las herencias, etc), y la tasa o tipo
impositivo (en %) que se aplica sobre las primeras. Esta teoría supone que al bajar los
impuestos (sobre los ricos), se liberan recursos económicos y que quedan ahora
disponibles para la inversión, lo que alienta el crecimiento económico, aumentan las
bases sobre las que se calculan los tipos o tasas de los impuestos, aumenta la
recaudación fiscal, y los ciudadanos son ahora más ricos por dos motivos, porque
disponen de mayores ingresos brutos y porque pagan menos impuestos. Con el
aumento de los ingresos públicos, se reduciría la deuda pública contraída en la primera
fase].

Pero cuando Reaganomics luchaban por cumplir con su promesa de poner fin al
déficit fiscal, el Director de la Oficina del Presupuesto de Reagan, David Stockman,
desafió su estrategia económica. Stockman, un fiscal conservador tradicional advirtió
públicamente que los recortes de impuestos tan profundos y el creciente gasto militar
conducirían a grandes e inevitables déficits, con consecuencias desastrosas.

Juzgado en el corto plazo, los recortes de impuestos de Reagan no pueden ser


vistos como una revolución ‘neoliberal’. Sin embargo, desde una perspectiva más
amplia, su efecto acumulado ascendía a nada menos que un verdadero asalto a la
redistribución de la riqueza dirigida por el Estado. La Ley de Reforma Fiscal (Tax Reform
Act) de 1986, en concreto, la reducción del número de tramos mientras reducía la tasa
media de cada impuesto sobre la renta un 6%. En un intento para hacer frente a los
crecientes temores sobre el déficit presupuestario, la Ley de Reforma Fiscal aumentó
los impuestos corporativos para compensar los recortes en impuestos sobre la renta y
trató de que este último fuese un ‘ingreso neutral’. Pero los críticos se apresuraron a
señalar que la reforma impositiva de Reagan dio lugar a un aumento dramático de la
brecha de ingresos entre la clase media y los más ricos. El recorte de impuestos inicial
de Reagan, implementada a principio de la década de los 1980, llevó a una reducción
de los ingresos del Estado que eran necesarios para cubrir los compromisos de gasto en
política social y el aumento espectacular de los gastos militares. Como resultado, el
gobierno se vio obligado a recurrir a enormes niveles de gasto público deficitario para
cubrir esos déficits de ingreso.

Bajo la intensa presión de muchos conservadores tradicionales, Reagan


finalmente se vio obligado a lidiar con lo que fue el mayor déficit presupuestario en la
historia de los EEUU.

Su largo resentimiento contra el crecimiento del gobierno allanó el camino a la


promulgación histórica de lo que se conoce como la Iniciativa para la Reducción del
Déficit Gramm-Rudman-Hollings. Patrocinada por los senadores republicanos Phil
Gramm y Warren Rudman, la legislación alimentó un intenso debate público en los
países del norte sobre los peligros potenciales del gasto deficitario para la región de
América del Norte y la economía mundial.

La iniciativa Gramm-Rudman-Hollings (GRH)

También conocida como Ley de Emergencia para el Control del Presupuesto


equilibrado, la GRH fue introducida en 1985 como un método de control excesivo del
gasto gubernamental por la administración Reagan. Esta ley detalla los objetivos del
gasto que eliminarían el déficit en 1991, suscitando un debate público sobre los
peligros de la creciente tendencia del gobierno a endeudarse y gastar. Un punto
importante de contención fue la demanda de GRH de recortar los gastos sociales.
Miembros progresistas del Partido Demócrata se indignaron porque el gasto militar no
fue sometido a las mismas reglas restrictivas que los programas sociales. Aunque no
todas las medidas contempladas en GRH se llevaron a cabo, el impulso neoliberal
detrás de esta ley perduró. [NOTA DEL TRADUCTOR: traduzco este corto enlace: la ley
Gramm-Rudman-Hollings, oficialmente Ley del Presupuesto Equilibrado y Control del
Déficit, de 1985, tomaba la medida de reducción del déficit presupuestario de los
EEUU. La ley proporcionaba recortes automáticos si el Presidente y el Congreso no
llegaban a un acuerdo sobre los objetivos establecidos. El Controlador General de los
EEUU tenía el derecho de ordenar otras reducciones del gasto. Como los recortes
automáticos fueron declarados anticonstitucionales, una edición revisada de la ley fue
aprobada en 1987. Falló en la reducción del déficit. Una reducción de la ley de 1990
cambió el foco de atención del déficit al control del gasto].

El Banco Federal de la Reserva de los Estados Unidos había disfrutado de una


relativa independencia a la hora de establecer la política monetaria, particularmente
con respecto a los tipos de interés. Aunque no estaba en la parte superior de su agenda
neoliberal, el compromiso de Reagan con los objetivos monetarios se hizo evidente en
su renovación del nombramiento de Paul Volcker como Presidente de la Reserva
Federal en 1983, y su posterior nombramiento del conocido monetarista Alan
Greespan en 1987 [NOTA DEL TRADUCTOR: Volcker fue nombrado para ese cargo por
primera vez en agosto de 1979 por Carter y fue sustituido por Greespan en agosto de
1987]. Paul Volcker lanzó una agresiva campaña contra la inflación que, en 1980, había
alcanzado los dos dígitos. Volcker presionó agresivamente para con-seguir tasas de
interés más altas. En 1986, sus medidas monetaristas habían bajado la inflación a casi
el 50%. Pero su reducción se consi-guió a costa de un gran precio que pagaron muchos
estadounidenses, que se enfrentaron con una amarga medicina, tipos de interés
exorbitantes sobre las hipotecas y los préstamos privados. La clase media y la clase
media-baja se encontraron con que era casi imposible financiar una casa o un
automóvil. Millones de estadounidenses, que inicialmen-te estaban impacientes por
cosechar los beneficios de la agenda neoliberal de su Presidente, dirigieron su
frustración hacia Reagan. Como resultado, su índice de aprobación cayó a poco menos
del 50% antes de que la economía repuntara hacia mediados y finales de la década de
los 80.

Además, reducir los impuestos y aumentar los gastos militares – mientras se trata
de balancear el presupuesto – se volvieron objetivos inconsistentes. Esto fue
particularmente evidente en el área de la política de impuestos, en donde los recortes
en los impuestos sobre la renta condujo a un aumento en los impuestos sobre los
ingresos de las corporaciones. Estas inconsistencias llevaron a unas tasas de cambio
volátiles. El dólar norteamericano alcanzó su punto máximo en 1980, pero luego
empezó a caer durante el año final del mandato de Reagan, en 1988. ¿Cuál fue la razón
por esta volatilidad? Los recortes de impuestos iniciales de Reagan complementaron la
política monetaria restrictiva y ayudaron a crear un dólar fuerte. Además, estos
recortes iniciales de impuestos animaron a la inversión internacional e impulsó la
demanda de bonos del Tesoro y otras inversiones estadounidenses. Sin embargo, los
siguientes incrementos en los recortes impositivos, en especial cuando se grava la
renta empresarial, redujeron las inversiones extranjeras y provocó la depreciación del
dólar hacia el final del segundo mandatos de Reagan. Pero el Presidente no estaba
particularmente alarmado porque un dólar débil hizo más caras las importaciones
extranjeras y los bienes estadounidenses más deseables, tanto para los consumidores
domésticos como para los foráneos.

A pesar de que la política fiscal fue el principal foco de los Reaganomics, la


reforma regulatoria pronto le siguió. Este esfuerzo se iba a llevar a cabo como parte del
compromiso ideológico de Reagan con el ‘Nuevo Federalismo’. Basada en la teoría de la
Escuela de Economía de la Elección Pública, el nuevo federalismo fue inspirado en los
principios neoliberales de la descentralización y la elección individual. Se considera la
política como una empresa racional destinada a obtener un máximo de votos en lugar
de una estrategia desordenada de gobernar en nombre de el interés público. Operando
bajo el supuesto de que los ciudadanos individuales ‘votan con sus pies’, los
economistas de la elección pública argumentaron que los gobiernos locales estaban
mucho mejor posicionados para responder las demandas de los ciudadanos
individuales por su cercana proximidad a sus ‘clientes’. En otras palabras, los gobiernos
más pequeños y descentralizados eran ‘mejores’ en términos de la eficiencia de
mercado y la eficiencia económica. Más aún, los nuevos federalistas vieron que los
gobiernos pequeños son menos propensos a regular el mercado, y de ahí su lema
neoliberal, ‘menos es más’.

Reagan se entusiasmó con la visión de la elección pública/nuevo federalismo


porque le proporcionó un atractivo racional para la restricción regulatoria. Creyendo en
el valor de las estadísticas económicas rigurosas para evaluar las decisiones políticas,
firmó la orden ejecutiva 12291, que requería a las agencias federales la utilización de
métodos de análisis coste beneficio para evaluar las propuestas de regulación
universal. A consecuencia de ello, un número sustancial de evaluacio-nes existentes
fueron etiquetadas como de posible eliminación. Más aún, los poderes regulatorios de
las organizaciones gubernamentales como la Agencia de Protección Medioambiental –
Environmental Protection Agency (EPA) – fueron disminuidos significativamente. Como
hemos visto en el capítulo 1, estas iniciativas demuestran la capacidad del
neoliberalismo para funcionar, no solo como una ideología o como un conjunto de
políticas, sino también como un modo distinto de gobernar consistente con los
principios de la ‘nueva dirección pública’ y la teoría de la elección pública.

Como parte de su Iniciativa Nuevo Federalismo - New Federalism Initiative –


Reagan empezó a transferir poderes regulatorios federales a los Estados – aunque a
menudo sin proveerles de los recursos para desarrollar sus nuevas funciones y
mandatos. Además, las medidas de desregulación fueron aplicadas a sectores
industriales claves, como comunicaciones, transportes y la banca. En un movimiento
audaz para desregularizar la industria de las telecomunicaciones, el gobierno autorizó
la liquidación de las interminables demandas presen-tadas por el Departamento
(Ministerio) de Justicia contra American Telephone and Telegragraph (AT&T). Esta
acción resultó en la ruptura del monopolio de Bell en los servicios de telefonía local en
siete compa-ñías telefónicas separadas. En el marco del acuerdo de desregulación, las
tasas se mantuvieron reguladas, pero los productos y servicios de las
telecomunicaciones (incluyendo el arrendamiento de equipos y servicios de larga
distancia) estaban sujetos a las fuerzas competitivas del mercado.

Quizás la iniciativa más controvertida de las Reaganomics fue la desregularización


de la industria Ahorros y Préstamos - Savings and Loans Industry (S&L). Anteriormente,
S&L habían proporcionado cuentas de ahorro a los depositantes y transformaron esos
fondos en préstamos en la forma de hipotecas de viviendas. Considerada como una
industria relativamente segura y prudente, S&L estaban muy reguladas mientras las
cuentas de ahorro de sus clientes estaban aseguradas por el gobierno federal.
Afirmando que S&L debían tener la oportunidad para competir más agresivamente con
otros bancos comerciales y mercados de valores. Los esfuerzos desregulatorios del
Presidente Reagan permitió a las S&L buscar nuevas formas de financiación en su
búsqueda de mayores beneficios a corto plazo.

Estas medidas neoliberales alimentaron una serie de fusiones, adquisiciones y


leverage buyots (*) que involucraban a algunas de las mayores empresas del país [(*)
NOTA DEL TRADUCTOR: el leverage buyout es una oferta pública de adquisición de
acciones en la que una pequeña empresa hace uso de sus recursos limitados y financia
el resto mediante préstamos, con el objetivo de comprar una empresa más grande].
Instrumentos financieros innovadores, incluyendo lo que vino a ser denominado como
“bonos basura”, eran vendidos a los inversores para financiar muchas de estas
adquisiciones. Compañías de bajo rendimientos pero con activos lucrativos, incluidas
las pensiones de empleados fueron, a menudo atacadas por las ‘empresas Raiders’, que
iniciaron compas hostiles y después vendieron sus activos con enormes beneficios, y
que normalmente desembocaban en despidos importantes. Por lo tanto, el número de
especuladores y accionistas creció durante la legendaria fase alcista de Wall Street, que
se prolongó desde 1984 hasta el otoño de 1987. Atraídos con la promesa de ganancias
rápidas y alta rentabilidad, los inversores a corto plazo a menudo pasan por alto los
importantes riesgos involucrados en tales transacciones. Así, en octubre de 1987, la
mayoría de los valores de las acciones estaban seriamente inflados. La desastrosa
corrección se hizo esperar y llegó inesperadamente con el ‘crash’ del lunes negro de la
Bolsa de Nueva York, que perdió un tercio de su valor de un día para el otro. A raíz de
esta crisis, voces reclamando el restablecimiento de la supervisión reguladora se
hicieron más fuertes. Una vez más, la administración Reagan hizo oídos sordos a estos
ruegos, rechazando apoyar una legislación anti-takeover basándose en la premisa
nuevo-federalista de que la regulación de las empresas era una prerrogativa estatal
[NOTA DEL TRADUCTOR: takeover significa una oferta de compra de acciones; estatal
se refiere aquí a los distintos estados que componen los EEUU].

Solo unos pocos años más tarde, los crecientes tipos de interés puso un drástico
final a otro fenómeno especulativo: la burbuja inmobiliaria que se había estado
expandiendo los ochenta, explotó finalmente en 1991, provocando el colapso de
cientos de S&L [savings & loans - instituciones financieras de ahorro y préstamo]. El
plan federal de rescate que siguió costó a los contribuyentes norteamericanos bien por
arriba de los cien mil millones de dólares. Los efectos de esta crisis financiera se
dejaron sentir durante años. Curiosamente, algunas de las mismas dinámicas – la
desregulación del sector financiero y la posterior creación de una burbuja financiera gi-
gantesca construida sobre malas hipotecas subprime – condujeron a la crisis financiera
global de 2008-9.

Grandes Compras Empresariales y Fusiones de los 80


1984 Lincoln First Bank/Chase Manhattan Corporation
1986 Ronald O Pereman/Revlo
General Electric Incorporated/RCA
Loew’s, Incorporated/CBS
Capital Cities, Incorporated/ABC
Wells Fargo/Croker National
1987 British Petroleum/Standard Oil
1988 Ames Dept. Store/Zayre
Phlilips Morris/Kraf
1989 Time-Warner/Bristol Myers Squibb
Kohlberg Kravis Roberts/RJR Nabisco

Expandiendo algunas de las políticas neoliberales de su predecesor Jimmy Carter,


Reagan decidió añadir nuevas normas a la Ley de Desregulación de las Aerolíneas de
1978 [Airline Deregulation Act]. Destripando con efectividad el poder regulatorio del
Panel de Aeronáutica Civil, la legislación promocionaría posteriormente la competencia
por las rutas aéreas y los destinos. Los resultados fueron mixtos. De un lado, la ley
expandió los servicios aeronáuticos, vía aumento de la competencia. De otro lado,
aumentó dramáticamente el tráfico aéreo mientras recortaba los fondos federales para
infraestructuras. Con los recursos existentes, los controladores aéreos se vieron
sobrepasados y con exceso de trabajo. Cuando la Asociación Profesional de
Controladores de Tráfico Aéreo [Professional Air Traffic Controllers Association]
protestó por las deterioradas condiciones de trabajo y convocó a huelgas en gran
escala, Reagan consideró que sus demandas eran ‘radicales’ y procedió a despedir a
11.000 empleados. La drástica medida presidencial tuvo el efecto buscado: asustó a
muchos sindicatos, que aceptaron los imperativos del enfoque orientado a los negocios
de la administración pública de la nueva era liberal.

Una de las reformas neoliberales más liberales simbólicamente emprendida por


la Administración Reagan fue el intento de privatizar grandes porciones de las tierras
de propiedad federal. Es un hecho relativamente desconocido que alrededor del 50%
de las tierras al oeste de las montañas rocosas eran propiedad del Gobierno Federal. El
Presidente argumentó que esas tierras estaban ‘infrautilizadas’ y serían gestionadas
más productivamente si fueran transferidas a manos privadas. Consistente con el
reclamo neoliberal de Thatcher de que la transferencia de recursos públicos a los
inversores privados significaría mejor dirección, Reagan aseveró que los ingresos
generados por la venta de tierras podían ser usados para el servicio de la deuda
pública. Sin embargo, en 1983, el esquema privatizador tuvo un final inesperado y
rápido cuando muchos legisladores federales, e incluso oficiales federales ejecutivos
eran reacios a vender las propiedades bajo su control y dirección. Aún más,
funcionarios dentro de la Administración que apo-yaban la privatización fallaron en
identificar adecuadamente los distri-tos electorales claves para construir una
legislación más amplia y un apoyo administrativo para la iniciativa privatizadora. A un
nivel simbóli-co, la iniciativa propuesta de venta de tierras subrayó la alta valoración en
que el neoliberalismo sitúa la propiedad privada.

Es más, consistente con el modo liberal de gobernar de Reagan, las principales


iniciativas de reforma se intentaron en el área de la política social. Los programas y las
políticas que abarcan los dirigidos a los pobres – como Ayudas a las Familias con Hijos
Dependientes, el Programa de Almuerzos en las Escuelas y Medicaid – fueron poco a
poco recabando en las manos de los Estados. El uso de herramientas presupuestarias
para proveer de fondos federales a los Estados, conocido como ‘block grants’, fue
aumentado significativamen-te para facilitar la implementación discreta de estas
‘reformas’. Solo los principales programas como la Seguridad Social y Medicare
continuarían siendo regentados y administrados por el Gobierno Federal. Sin embargo,
la administración Reagan no dudó en someter incluso a estos programas populares de
la era keynesiana a reformas neoliberales mediante, por ejemplo, la introducción de un
mal sistema de comprobantes en el programa Medicare para aumentar la
‘competencia’ y la ‘eficiencia’ en el nombre de la reducción de gastos públicos. A pesar
de que el experimento de los vales no produjo los resultados que el Presidente había
esperado, sirvió como una fuerte señal neoliberal para la aplicación de los principios de
mercado en el funcionamiento de los servicios sociales.

Desde el punto de vista de una ardiente visión neoliberal del comercio libre, el
record de Reagan de promocionar políticas comercia-les fue bastante decepcionante.
De hecho, parece que hay un amplio consenso entre los defensores del libre comercio
de que Reagan fue uno de los presidentes modernos más proteccionistas,
especialmente cuan-do es comparado con Bill Clinton o incluso George W. Bush. La
política comercial de Reagan estaba a menudo caracterizada por varios intentos no
sistemáticos de ajuste fino y puesta a punto de los tratados comerciales existentes,
pertenecientes a áreas como los productos agrícolas básicos y más comunes, y los
productos de alta tecnología. Los que apoyaban a Reagan argumentaban que la
posición del Presidente estaba ligada a algunos intereses de distritos electorales claves.
Por ejemplo, su proteccionismo con respecto a los automóviles japoneses fue
específica-mente adoptado para forzar a los países del oriente asiático para abrir sus
economías a las exportaciones agrícolas estadounidenses. Cualquiera que sea la
explicación de estas maniobras, hay pocas dudas de que la agenda sobre el comercio
libre de la administración Reagan fue relativamente modesta.

Proteccionismo y nacionalismo económico.


A menudo retratado como la principal alternativa a la ideología del comercio
libre expuesta por Adam Smith y David Ricardo, el proteccio-nismo está ligado a los
objetivos del ‘nacionalismo económico’. Uno de los más influyentes nacionalistas
económicos del siglo XIX, el historiador económico alemán Friederich List (1789-1846)
afirmó que las na-ciónes, y no los mercados globales, estaban en el centro de la
actividad comercial. Más tarde argumentó que las industrias infantiles en las
economías que están en las primeras etapas de la industrialización eran relativamente
frágiles y estarían amenazadas si fueran forzadas a competir bajo condiciones de libre
mercado con las industrias de las economías más industrializadas que ya poseían
métodos de producción intensivos en capital y una fuerza de trabajo bien adiestrada.
Por ello List propuso que las economías que hace poco empezaron a industriali-zarse
adoptaran el uso de tarifas arancelarias hasta que sus industrias infantiles estuvieran
listas para competir en los mercados globales. En los Estados Unidos, el
proteccionismo y el nacionalismo económico fueron, durante mucho tiempo, de la
mano. Por ejemplo, el Secretario del Tesoro Alexander Hamilton fue un recalcitrante
nacionalista econó-mico que apoyó el proteccionismo para las industrias de su país
para protegerlas de la entonces dominante industria británica. En 1890, el Presidente
Benjamin Harrison (1882-92) firmó la ley McKinley, que impuso tarifas aduaneras que
dispararon los precios de los productos importados casi un 50%. En 1930, el
Presidente Herbert Hoover (1928-32) firmó la ley Smoot-Hawley, que elevó las tarifas
en un esfuerzo para proteger a los granjeros del país de la competencia extranjera.
Más re-ciéntemente, el antiguo portavoz de Reagan, Patrick J. Buchanan y el
presentador de CNN TV Lou Dobbs se han convertido en influyentes partidarios del
nacionalismo económico en los Estados Unidos. Bucha-nan frecuentemente expresa la
convicción de que existe en el corazón de la sociedad estadounidense contemporánea
un conflicto irreprimible del nacionalismo estadounidense y los imperativos
neoliberales de la economía global. Temiendo la pérdida de la autodeterminación
nació-nal y la destrucción de la cultura anglo-americana, los proteccionistas como
Buchanan se ven a sí mismos como los líderes populistas de una lucha nacional contra
las fuerzas de la globalización.

Pero desde una perspectiva muy favorable al comercio libre, el legado de Reagan
sobre el comercio fue en parte redimido a la luz de tres acciones cruciales. La primera
fue la fuerte involucración de su administración en las negociaciones del GATT de 1982,
que se centraron en la liberalización del comercio en los sectores de la agricultura y los
servicios. Sin embargo, en última instancia, la recesión de 1982 empujó a Reagan a
ceder a las demandas de los productores domésticos que exigían tener voz en las
negociaciones. La segunda iniciativa a favor del libre comercio fue la involucración
activa del Presidente en la fijación de una agenda para una nueva serie de
negociaciones conocida como la ronda de Uruguay (1986-94). Cubriendo un rango de
áreas des-de la agricultura y los servicios hasta los derechos de propiedad intelec-tual,
las negociaciones entraron en vigor en los años noventa. Tercera, la administración
Reagan negoció con éxito el Acuerdo de Libre Comercio (Free Trade Agreement - FTA)
con Canadá, y que más tarde fue ampliado para incluir a Méjico. El Presidente Clinton
completó este proceso en 1993 con la firma del Acuerdo de Libre Comercio de Nortea-
mérica North American Free Trade Agreement (NAFTA).

Principales acuerdos y organizaciones de comercio.

En los 80 y en los 90, el corazón del objetivo bilateral de establecer un único


mercado global encontró su realización parcial en los princi-pales acuerdos
internacionales y regionales de liberación del comercio. Liderando el camino, estaban
muchos de los países ricos del norte, buscando establecer un único mercado global. El
GATT, por ejemplo, se expandió con éxito para incluir cerca de 120 países. Ocho
rondas de negociación resultaron en cientos de miles de concesiones tarifarias que
alimentaron decenas de miles de millones en transacciones internacionales. La Ronda
de Uruguay estableció las bases para la creación de lo que más tarde sería conocido
como la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 1995. Con sede central en Suiza,
la OMC sería un foro permanente para ‘cumplir y hacer cumplir los acuerdos
comerciales, la gestión de las disputas comerciales, seguimiento de las políticas
comerciales nacionales y prestar asesoramiento y capacitación para sus miembros’.
Los presidentes George H. W. Bush (1989-93) y Bill Clinton (1993-2001) presionaron
fuertemente por la adopción de la NAFTA. Firmado en 1994, la NAFTA constituye un
grupo de acuerdos que eliminan tarifas y obligaciones en una variedad importante de
productos, que van desde los automóviles hasta los textiles y productos agrícolas.
Últimamente cubría protecciones sobre propiedad intelectual y también levantaron
los controles sobre el capital financiero. Inmediatamente después empezaron
negociaciones para expandir el NAFTA e incluir países de América Central,
Latinoamérica y el Caribe. El Presidente Geoge W. Bush (2001-2009) en particular,
abogó por el establecimiento de esta Área de Libre Comercio de las Américas [NOTA
DEL TRADUCTOR: ALCA en español, FTAA en inglés]. Pero los líderes izquierdistas de
América Latina, como el Presidente venezolano Hugo Chávez, el Presidente Boliviano
Evo Morales y el Presidente argentino Nestor Kirchner realizaron agresivos esfuerzos
para que el ALCA nunca se completara.

Thatcherismo
Deplorando lo que ella vio como una clara relación entre el crecimiento del
gobierno y el aumento del gasto público, la Primer Ministro británica Margaret
Thatcher se opuso vehementemente al credo keynesiano de aumentar los impuestos
sobre la riqueza privada para financiar las burocracias estatales. Sin embargo, lo que le
disgustaba aún más era el efecto negativo del crecimiento monetario en la estabilidad
económica global. Guiada por este imperativo monetario, Thatcher desató un amplio
conjunto de reformas neoliberales orientadas a la reducción de impuestos,
liberalización de los controles sobre los tipos de cambio, reducir las regulaciones,
privatizar las industrias del Estado y disminuir drásticamente el poder de los sindicatos.

Para pelear contra la inflación, el thatcherismo estableció objetivos de


crecimiento monetario rigurosos, algunos dicen que draconianos. Antes que esto
sucediera, la política monetaria se utilizó para cubrir cualquier déficit derivado de un
creciente gasto gubernamental. La política monetaria se institucionalizó con la
adopción de Estrategia Financiera a Medio Plazo [Medium Term Financial Strategy
(MTFS)], cuyo principal propósito era cambiar el enfoque de la política económica de
un corto plazo basado en los impuestos y los gastos a la estrategia de un esquema
monetario a largo plazo. El MTFS tomó un enfoque integral de la política económica
vinculando el crecimiento de la oferta de dinero al aumento del déficit nacional. Por lo
tanto, el MTFS estableció un vínculo directo entre el gasto deficitario y las altas tasas de
interés. En contraste con las estrategias más laxas de Reagan de reducir el déficit del
gasto público, el MTFS de Thatcher contenía un lenguaje específico sobre como estas
reducciones podían ser seguidas. De hecho, la Primer Ministro se fijó unos objetivos
monetaristas que, en última instancia, elevó incluso el Impuesto sobre el Valor
Agregado e imponer nuevos impuestos sobre el petróleo del Mar del Norte para
reducir el déficit público, al mismo tiempo que apoyó significativas reducciones de
impuestos sobre los receptores de ingresos más elevados.

Aunque el Thatcherismo compartió con la Reaganomics el despre-cio por los


grandes gobiernos y las enormes estructuras estatales, el thatcherismo mostró poca
afición por la descentralización y las virtudes de los gobiernos locales. De hecho, a
Thatcher le disgustaba las autoridades de gobierno locales, porque a menudo las veía
como muy ineficientes y susceptibles de corrupción. Por ejemplo, ella tomo la decisión
muy controvertida de abolir los impuestos locales y sustituirlos por el infamante
‘impuesto de capitación’ – o ‘cargo comunitario’ sobre la base per capita [NOTA DEL
TRADUCTOR: un impuesto fijo por persona, independiente de sus ingresos y su
situación personal]. Esto tuvo el problemático efecto de reducir los ingresos de los
consejos locales. Este impuesto fue sujeto de severas críticas por parte del público y de
miembros de su propio partido, y la Primer Ministro cambió de posición al final de su
mandato.

A pesar de ser una ardiente fan de las teorías económicas liberales de Milton
Friedman, Thatcher no fue una proponente fuerte de las tasas de intercambio fijas.
Pero en realidad adoptó objetivos de tasas de cam-bio que siguieron al marco alemán
en la segunda mitad de los 80 para retirarlas más tarde cuando la esterlina empezó a
perder valor. En 1990, Thatcher se unió a regañadientes al Mecanismo de la Tasa de
Cambio de la Comunidad Europea [European Community’s Exchange Rate Mechanism
(ERM)], que formalmente vinculó la libra al marco. Pero esta política falló cuando la
reunificación alemana alimentó la inflación y elevó los tipos de interés. Ante la
posibilidad de una recesión económica grave, el sucesor de Thatcher, John Major, se
retiró del ERM en 1992. Esta decisión llenó las arcas de astutos especulado-res
multimillonarios como George Soros, que había apostado enormes sumas contra la
libra británica.

Otra característica defensiva del thatcherismo fue su ansia privati-zadora


neoliberal, que facilitó la venta de activos sustanciales estatales al sector privado. La
privatización comenzó formalmente en la década de los ochenta con la venta de la
Corporación Nacional de Cargas, British Aerospace, varios servicios de cable e
inalámbricos, los Ferrocarriles Británicos y los puertos británicos. Continuó con la venta
de Rolls-Royce Aircraf Engines, los aeropuertos británicos, British Petro-leum, British
Steel y varias compañías de generación hidroeléctrica. Más aún, un número
significativo de empresas de propiedad del Estado fueron vendidas a inversores
privados y empresas a precios sustancial-mente reducidos con la esperanza de que los
nuevos propietarios mejoraran sus instalaciones con el fin de competir a nivel mundial.

Además, la venta de grandes cantidades de viviendas públicas conocidas como


‘viviendas sociales’ creó una nueva generación de propietarios de viviendas en Gran
Bretaña, pero a un considerable coste social. Varios cientos de consejos locales de
gobierno supervisaron en forma conjunta la construcción y gestión de varios millones
de propiedades. A medida que estos consejos disfrutaban de una amplia autonomía en
la administración de los recursos habitacionales con poca o ninguna líneas rectoras,
legales, de procedimiento o de rendición de cuentas, Thatcher encontró a estos
consejos como ‘ineficientes’ y que ‘no respondían a las necesidades de los inquilinos’.
En una iniciativa política audaz, la Primer Ministro promulgó una legislación nacional
que concedía el derecho a voto a los inquilinos, colocándoles directa-mente en el
proceso de planificación. Promulgada como la Ley de Viviendas de 1980, la nueva
legislación previó a largo plazo que los inquilinos existentes poseyeran una ‘opción de
compra’, a la vez que les dota-ba de derechos legales específicos y vinculantes. Pero
muchos inquilinos que no podían permitirse la compra de sus viviendas que alquilaban,
fueron relegados a barrios menos deseables, exacerbando las disparidades existentes
entre los grupos sociales y las clases.

Cuando se enfrentó al desempleo estructural masivo resultante de la


desindustrialización, Thatcher pidió al libre mercado que determinara que puestos de
trabajo se deben salvar o cortar. Sin duda, ella debía ser consciente del hecho de que
las pérdidas de empleo en el sector industrial directamente se traduciría en una mayor
disminución del poder sindical. Thatcher pensaba que la ventaja competitiva británi-ca
estribaba en el sector de servicios financieros, centrado específica-mente en Londres.
En un esfuerzo por acelerar el cambio estructural que llevó al renacer financiero de la
‘City’, la Primer Ministro cerró mi-nas, especialmente las de carbón, plantas fabriles
cuando no cumplían las normas de desempeño del sector privado.

El Big Bang de Londres

Bajo la Primer Ministro Margaret Thatcher, el sistema financiero de Londres


sufrió una transformación neoliberal masiva. Antes de finales de 1986, el sistema
comercial de la City estaba tecnológicamente obsoleto y sujeto a estrictas reglas
gubernamentales y regulaciones. Las altas comisiones impuestas a los inversores hacía
difícil a Londres competir con Nueva York, donde las comisiones eran sustancialmente
más bajas. Más significativamente, las firmas extranjeras, dispuestas a ofertar en
mejores condiciones, no se les permitía participar en la bolsa de Londres y en el
sistema de negociación de valores. La mayoría de estas reglas y exclusiones fueron
retiradas de un día para el otro el 27 de octubre de 1986, un suceso conocido como el
‘Big Bang’ [NOTA DEL TRADUCTOR: enlace de Wikipedia en inglés: a consecuencia de
la abolición de las normas anteriores, y al pase al mercado electrónico basado en
pantallas de ordenador en vez de un panel central y corrillos de gente, creó un boom
en el mercado de la City londinense y una clase de nuevos ricos que persistió durante
dos décadas (hasta la actual crisis) y que convirtió a la Isla de los Perros, una antigua
zona industrial, en un área de servicios financieros. Pero el éxito es parecido al efecto
Wimbledon (enlace wikipedia en inglés). De modo similar al campeonato de
Wimbledon (Wimbledon es un éxito mundial, pero hace muchos años que ningún
jugador británico lo gana), Londres recuperó el éxito que Nueva York le robó, pero la
mayorías de las compañías son estadounidenses (bancos de inversión USA)].
Radicalmente desregulari-zados por la Primer Ministro neoliberal, que fue una firme
creyente en abolir las barreras para la competencia, Londres pronto volvió a ser un
centro financiero global revitalizado. Ahora libre y cortejando a grandes inversores, la
Bolsa de Londres se convirtió en uno de los más impor-tantes mercados financieros
del mundo. Sin embargo, en la parte nega-tiva, la desregularización del mercado
financiero británico coincidió con una masiva sobrevaloración de los valores bursátiles
que contribuyó al crash mundial del ‘Black Monday’ (19 de octubre de 1987).
Thatcher se dio cuenta de que la ventaja competitiva de Inglaterra en la cada vez
más globalizada ‘new economy’ dependía de una fuerza de trabajo más flexible y
cualificada. El existente sistema británico de formación del empleo, conocido como
Active Labour Market Policy, había estado funcionando con fuerte apoyo de los
sindicatos a través de una agencia estatal llamada Manpower Services Commission. Sin
embargo, la Primer Ministro imaginó un plan de formación más neoliberal que sería la
respuesta al mercado en lugar de las necesidades de educación de los trabajadores
sindicalizados. A tal fin, Thatcher trató de cambiar la responsabilidad del empleo del
Estado al individuo, argumentando que los trabajadores bien entrenados y altamente
cualificados serían más fácilmente empleados que aquellos con habilidades limitadas o
anticuadas que se encontrarían detrás de la izquierda. En última instancia, el gobierno
de Thatcher adoptó un plan de formación, un plan de enseñanza del empleo que
disminuiría el papel de los sindicatos a favor de una red de formación, conocida como
Training and Enterprise Councils. Este nuevo sistema sentaría las bases del famoso
‘workfare’ o programa tatcherista de ‘asistencia social al trabajo’ [el neologismo
‘workfare’ está formado de forma parecida a ‘wealthfare’, que significa riqueza, lo que
da la imagen de ‘riqueza obtenida mediante el trabajo’].

Al considerar que la política del estado del bienestar está en el corazón de la


ineficiencia económica, la Primer Ministro señaló como objetivos a una amplia
variedad de objetivos y programas. Impulsada por su incesante búsqueda de medidas
para reducir los gastos del estado, Thatcher trató de reformar la prestación del subsidio
familiar que proporcionada asistencia a todas las madres que trabajaban, con
independencia de sus medios. Creyendo que estos beneficios deberían de estar
disponibles sólo para aquellos que ella clasificó como los ‘verdade-ramente
necesitados’, intentó hacer el programa accesible sólo sobre las bases de las
necesidades estrictamente comprobadas. Sin embargo, al final, Thatcher abandonó su
agenda después de darse cuenta de que la seguridad social keynesiana y los programas
de beneficio de los niños se habían incrustado tan profundamente en el tejido socio-
político de la sociedad británica, que hacía de ellos políticamente intocables.

Previendo la reforma de las pensiones públicas a través de la misma lente


neoliberal que sirve para mirar el mercado del trabajo, la Primer Ministro demandó
que los trabajadores fueran ‘flexibles’, esto es, que respondieran a las cambiantes
situaciones del mercado. A tal fin, ella trató de hacer que las pensiones individuales de
los trabajadores transferibles de un trabajo al otro. En su opinión, esto eliminaría los
obstáculos impuestos por el Estado que impedían a las personas la búsqueda de
empleos mejor remunerados. Con futuros más sólidos. El plan también ‘liberaría’
empleo de las estructuras de pensiones de los sindicatos tradicionales, poniendo los
puestos de trabajo en las manos de los trabajadores individuales más que en las manos
de los sindica-tos. Una vez más se enfrentó con el electorado recalcitrante adherido to-
davía al legado keynesiano, y Thatcher tuvo que conformarse con reformas sociales
más modestas. Por lo tanto, ella limitó la mayor parte de su estrategia de reformas a
racionalizar las normas y los procedi-mientos e instituir una mayor coherencia entre los
departamentos en cuanto a los requisitos para recibir los beneficios sociales. Al mismo
tiempo, estas reformas administrativas formaban parte de un intento para cambiar la
lógica motivacional en la base de lo que ella consideró como inercia burocrática.
En realidad, tanto el Tatcherismo con los Reaganomics intentaron aplicar al sector
público técnicas de dirección neoliberales tomadas del sector privado. Fieles a los
principios de la ‘nueva dirección pública’, ambos líderes insistieron en que los objetivos
debían ser claramente definidos y los resultados medidos y evaluados estrictamente en
relación a los costes. La lógica estratégica detrás de su pensamiento fue plantear como
objetivo a aquellos programas gubernamentales que no demostra-ron beneficios
inmediatos y medibles. Este modo de gobernar neoliberal vendría a ser fatal para
muchos programas cuyos beneficios verdaderos solo eran observables a largo plazo, e
incluso entonces, no eran fácilmente cuantificables.

Los gastos en el British National Health Service (NHS) el Servicio Nacional de


Salud británico habían crecido continuamente en los años 70. Thatcher rechazó la idea
de que los problemas con el NHS derivaban de la escasez de fondos y, en su lugar, los
atribuyó a la ineficiencia burocrática. Volviendo otra vez a las prácticas basadas en el
mercado, Thatcher requirió al sector privado que realizaran ofertas competitivas para
cubrir muchos servicios de los hospitales. El final de la década del thatcherismo vio la
aprobación de la reforma neoliberal que dio a las autoridades sanitarias locales más
poderes discrecionales y poderes administrativos sobre los servicios de la salud –
incluido el poder para manejar los costes contratando los suministros de los servicios
sanitarios con los doctores y los hospitales.

REAGANOMICS Y THATCHERISMO EN LOS


TEMAS INTERNACIONALES
Reagan y Thatcher compartieron un elevado neoconservadurismo en los asuntos
internacionales que, a veces, entraron en conflicto con su visión neoliberal un único
mercado libre y global. Unidos a un imaginario nacional que, de cuando en cuando,
explotaba en hiperpatriotismo, ambos se vieron a sí mismos como los portadores de la
antorcha de la civilización anglo-americana anclada en los ideales de la li-bertad
política, comercio libre y amor por el país. Esta tensión entre el imaginario nacional y el
global se expresó claramente en la chauvinista guerra de las Malvinas de Thatcher en
1982 y la invasión de la pequeña isla caribeña de Granada por Reagan en 1983.
Décadas de hostilidad en la guerra fría y desconfianza entre el oeste capitalista y el este
comunis-ta, solo intensificaron los deseos de Reagan y Thatcher de enfrentar al
‘Imperio Diabólico’. A este respecto, ambos líderes mostraron una ansiedad ‘no-
neoliberal’ notable para utilizar al Estado y a sus recursos financieros en su batalla
contra la Unión Soviética y sus satélites y de-pendencias a lo largo y ancho de todo el
mundo. En vez de enfrentar a la Unión Soviética con una acción militar directa – como
temía la izquierda en los primeros días de la administración Reagan –, el Presi-dente
estadounidense aumentó los gastos militares en un arriesgado in-tento de forzar a la
Unión Soviética a competir en una intensa carrera armamentística que ellos apenas
podrían afrontar.

La guerra de las Malvinas de 1982

En 1982, Margaret Thatcher ir a la guerra contra Argentina por una disputa


territorial que involucraba las Falklands (las Malvinas) ocupadas por Gran Bretaña. Es
más, estos dos países habían estado involucrados sobre el control soberano de ese
pequeño grupo de islas en el Atlántico sur. Cuando el gobierno militar argentino
ordenó a varios miles de soldados ocupar las islas, Thatcher respondió lanzan-do un
formidable asalto aeronaval para recuperarlas. La respuesta belicosa de la Primer
Ministro sugirió que los impulsos neoconservadores habían sobrepasado a su posición
neoliberal en la política. Después de todo, las prescripciones neoliberales habrían
aconsejado una iniciativa diplomática coordinada y lanzada a través de canales
interna-cionales antes de una acción militar directa. Después de dos meses de
batallas, que acabaron con la vida de 600 militares argentinos y 200 británicos,
Argentina fue derrotada militarmente que acabó con el régi-men militar. El Presidente
neoliberal Carlos Menem (1989-99) normalizó las relaciones con Gran Bretaña en
1990, cuando ambos países se mostraron de acuerdo para aparcar el tema de la
soberanía de las Malvinas y, en su lugar, centrar la atención en la agenda econó-mico
neoliberal de Argentina. En 1991, estos esfuerzos contribuyeron a la formación del
Mercosur (Mercado Común del Sur), un acuerdo de li-bre comercio regional
sudamericano. [Nota del traductor: la guerra costó a Gran Bretaña, 255 hombres, seis
barcos (otros 10 sufrieron daños variados), 34 aviones y £2.778 millones, incluyendo
£1.500 millones el coste de las operaciones directas, y el resto, el valor de reemplazar
las pérdidas en equipamiento, lo que contradice la política tatcherista de recorte de
gastos en otras áreas].

Quizás en respuesta a esta estrategia, el Politburó del Partido Comunista de la


Unión Soviética eligió en 1985 a un reformador político que se había construido una
reputación como un ‘hombre de ideas’ competente y dinámico. Irónicamente, Mihail
Gorgachov también mos-tró algunas ideas neoliberales en sus esfuerzos para dirigir
reformas orientadas al mercado ‘desde dentro’. Manteniendo un sano escepticismo en
cuanto a los objetivos últimos del nuevo líder soviético, Reagan y Thatcher fueron
gradualmente acogiendo al carismático Secretario Ge-neral. Respaldaron públicamente
la revolución cultural de Gorbachov llamada glasnost (apertura de los asuntos públicos)
y su política económica integral y su programa de reestructuración política llamado
perestroika. Impresionados por la disposición del líder ruso a iniciar re-formas
orientadas al mercado, sus contrapartes occidentales recono-cieron que podrían
trabajar con él para construir unas nuevas relacio-nes basadas en grandes ideales
neoliberales. Los primeros resultados de este acercamiento ideológico se hicieron
evidentes en una serie de avances en los acuerdos de control de armas.

Como todo el mundo sabe, las reformas de Gorbachov condujeron a la


desintegración de la Unión Soviética y a la independencia de sus estados clientes de
Europa oriental. Pero es difícil evaluar en qué medida el neoliberalismo alimentó
impulsó la caída del comunismo. Después de todo, la Unión Soviética había sufrido
durante mucho tiempo de severas deficiencias estructurales. En el momento en que
Gobachov tomó las riendas del poder, el país estaba sobrepasado por un
estancamiento económico difícil de tratar, la escasez perenne de bienes de consumo
esenciales, la impresionante cantidad de residuos, la ineficiencia burocrática y el
declive de la legitimidad política del Partido Comunista. La enérgica política exterior de
Reagan, apoyada en el excesivo gasto militar, se limitó a añadir un problema más a los
que ya tenía el Kremlin. Sin embargo, hay pocas dudas de que los pioneros liberales
como Reagan y Thatcher reconocieran la oportunidad histórica del nuevo punto de
vista ideológico de Gorbachov. El rápido declive y el asombroso colapso del Imperio
Soviético sirvieron para confirmar sus pro-pias creencias sobre la superioridad del
mercado libre y sus sistemas políticos liberal-democráticos.

Como vimos en el capítulo I, la primera ola neoliberal fue entrelazada con el


imperativo geopolítico de detener la difusión del comunismo y el desarrollo socialista
en el Tercer Mundo. Reagan, como hicimos notar en el caso de Granada, intervino en
los conflictos regionales, bien de manera abierta, bien bajo la cubierta de apoyo a
movimientos guerrilleros para expulsar a regímenes patrocinados por la Unión
Soviética, con la excusa de ser una ‘amenaza ideológica’ para los EEUU y sus aliados. El
Presidente pensó que los golpes más devastadores contra la Unión Soviética provenían
de su apoyo a movimientos contrarevolucionarios que disfrutaban de la ayuda soviética
en diferentes partes del mundo. Dos ejemplos más de esta estrategia fueron los
esfuerzos de Reagan pa-ra derrocar al gobierno sandinista de Nicaragua y su respuesta
a la invasión soviética de Afganistán. Aquí, en lugar de enfrentar frontal-mente a la
Unión Soviética, Reagan ordenó un flujo constante de equipamiento armamentístico a
Afganistán en apoyo a los oponentes de los invasores soviéticos, los ‘luchadores por la
libertad’ islamistas (los mujaidin). Preocupados por los profundos problemas
económicos en casa, el régimen soviético vio que era imposible continuar gastando el
40% de su presupuesto anual en la guerra de Afganistán. Los soviéticos se vieron
obligados a retirarse y Reagan reclamó la victoria. Peleando por razones abiertamente
ideológicas, estas guerras por poderes en el Sur global fueron cuidadosamente
seleccionadas para demostrar al resto del mundo la superioridad del capitalismo de
libre mercado.

CONCLUSIÓN
La primera ola del neoliberalismo en los ochenta fue una exitosa cruzada
ideológica contra el ‘gran gobierno’ de estilo keynesiano y la ‘in-terferencia estatal’ en
el mercado. Anclados en principios comunes centrados en lanzar las energías
emprendedoras del individuo, el Reaganomics y el Thatcherismo representan unas
respuestas casi únicas a una economía y un contexto político cada vez más globalizado.
Como hemos visto en este capítulo, estas dos variaciones sobre el tema neoliberal
tomaron diferentes sendas de acercamiento a temas como la relativa importancia de
los déficits presupuestarios y los impuestos. Aunque ambos defendieron una reducción
del papel del gobierno, pero sus iniciativas económicas dependieron, paradójicamente,
de la fuerza del estado neoliberal impuesto sobre las autoridades locales y regionales.
Sin embargo, es importante reconocer que el crecimiento del neoliberalismo hubiera
sido imposible sin una fuerte acción gubernamental. De modo similar, mientras
exponían la necesidad de recortar los gastos públicos dedicados a los programas
sociales, Reganomics y Thatcherismo apoyaron el crecimiento de los gastos sociales.
Sin embargo, a pe-sar de sus tensiones ideológicas y sus contradicciones, sería
estúpido no reconocer el gran atractivo de estas dos variantes del neoliberalismo a
finales de los 80. Tal fue el extraordinario ejemplo de poder de Reagan y Thatcher que
las fuerzas de la izquierda democrática comenzaron a incorporar porciones de la
agenda neoliberal en sus programas políticos.

CAPÍTULO 3. LA SEGUNDA OLA DE


NEOLIBERALISMO DE LOS 90: EL GLOBALISMO DE
MERCADO DE CLINTON Y LA TERCERA VÍA DE BLAIR.
Las posiciones ideológicas adoptadas por el Presidente Bill Clinton y el Primer
Ministro Tony Blair en los 90, reflejaron un acerca-miento más centrista que el enfoque
adoptado por las partes principales del neoliberalismo, al mismo tiempo que trataban
de incorporar al mismo, partes de una agenda socialmente progresista
tradicionalmente asociada con los partidos políticos de la izquierda democrática. Con la
esperanza de ampliar el atractivo de sus ‘partidos reformados’ a todas las clases
sociales, Blair aseguró que el ‘Nuevo Trabajo’ significaba el progreso social a través del
logro individual. Este lema quiere transmitir la idea de que es compatible la búsqueda
del crecimiento económico liderado por el sector privado con la responsabilidad
gubernamental de proporcionar servicios sociales fiables a todos los ciudadanos. Por
ejemplo, en 1998, en un seminario político en Washington DC, el enérgico Primer
Ministro anunció su intención de crear una red global de partidos de ‘centro izquierda’
que desarrollarían un marco de política común capaz de responder a los desafíos del
mundo de la post Guerra Fría. La clave para forjar una tercera vía más allá de las
trilladas agendas de la vieja izquierda keynesiana y la nueva derecha tatcherista, Blair
insistió, fue un compromiso del principio centro-izquierdista del fortalecimiento de la
solidaridad social sin caer en el ideal neoliberal del espíritu empresarial orientado al
mercado.

De modo similar, cuando el Presidente Clinton se dirigió al Congreso y al pueblo


estadounidense en su discurso del Estado de la Unión de 1996 diciendo que ‘la era del
gran gobierno se acabó’, no tenía la intención de dar a entender que no había lugar en
la era global para reducir el activismo del gobierno abrazando un modo de gobierno
neoliberal. Como su contraparte británica, el Presidente estadounidense es-taba
seguro de lo que algunos entusiastas neoliberales llamaron ‘supercapitalismo’ o
‘turbocapitalismo’ podía ser combinado con un bienestar social moderado y mayor
responsabilidad corporativa. Aún más, ambos líderes se mostraron de acuerdo en la
necesidad de liberarse de la primera ola neoliberal, sus adicciones neoconservadoras –
hiperpatriotismo y militarismo, adhesión a los ‘valores familiares’, el desprecio por el
multiculturalismo y el descuido de las nociones ecológicas. Esperaban que su producto
purificado –un globalismo de mercado socialmente consciente- empujaría al mundo
entero hacia una nueva era dorada de progreso tecnológico y prosperidad. Esta
‘modernizada’ segunda ola neoliberal tuvo un tremendo impacto en el panorama
político del post-comunismo de los 90, porque representó un modelo atractivo para las
fuerzas políticas progresistas hambrientas de volver al poder después de más de una
década de Reaganomics y Tatcherismo. Hacia el cambio de siglo, los líderes de los
tradicionales partidos socialdemócratas europeos –el Primer Ministro holandés Wim
Kok, los Primeros Ministros italiano Romano Prodi y Massimo Dalema, los Primeros
Ministros franceses Pierre Beregovoy y Lionel Jospin y el Canciller alemán Gerhard
Schröder- habían abrazado la nueva agenda centroizquierdista. Unidos en su intento de
liberalizar las relaciones comerciales e integrar las economías nacionales en un único
mercado global, Clinton y Blair tomarían finalmente el crédito de “los locos años 90”,
una década de auge económico.

EL GLOBALISMO DE MERCADO DE BILL CLINTON


Desde muy el principio de su presidencia, Bill Clinton estaba con-vencido de que
la economía estadounidense estaba inextricablemente vinculada a un conjunto de
procesos que hacía del mundo un lugar cada vez más interconectado e
interdependiente. Una ‘nueva economía’ de alcance global estaba evolucionando
rápidamente, al parecer atraída por las irresistibles fuerzas del mercado. Emergiendo
como la palabra de moda de la década de los 90s, ‘globalización’ fue usada para
referirse principalmente a la extensión y la intensificación de las relaciones económicas
a lo largo y ancho del planeta. Sin duda, la economía fue una parte de la historia de la
globalización, mediante una gigantesca compresión del tiempo y del espacio, lo que
hubiera sido imposible sin la expansión mundial de los mercados, el crecimiento de las
corporaciones transnacionales (TNCs) y la intensificación de los flujos económicos. Más
aún, estos desarrollos económicos fueron facilitados por la rápida transformación de la
información, comunicación y el transporte de tecnología –una ‘revolución digital’
ejemplificada por la proliferación de ordenadores personales, Internet, TV por satélite,
contenedores estandarizados, cables de fibra óptica, códigos de barra electrónicos y
cadenas de oferta globales. Pero la globalización no solo se desarrolló en el plano
material del comercio y la tecnología. También fue una consecuencia directa de la
dominación mundial de la ideología neoliberal en los años siguientes al colapso del
comunismo soviético en los años 1989-91. La interpretación pública de la globalización
principalmente como un fenómeno económico impulsado por la dinámica irreversible
del mercado libre y la tecnología de vanguardia, que fue alentada por los ejecutivos de
las grandes corporaciones transnacionales, lobistas corporativos, periodistas
prominentes, especialistas en relaciones públicas, elites culturales y las celebridades
del entretenimiento – y líderes políticos como Bill Clinton, quién articulo su agenda
neoliberal en un marco ‘globalista’.

Como hemos discutido en el capítulo 1, estas elites del poder global ‘imbuidas’
en la globalización con ideas neoliberales y que, por lo tanto, empujaron su influyente
narrativa ideológica del ‘globalismo de mercado’ a través de las fronteras nacionales y
culturales. Por ejemplo, uno de los reclamos neoliberales presenta la creación de un
mercado global-mente integrado como un proceso racional que promueve la libertad
individual y el progreso material del mundo. La presunción subyacente aquí es que los
mercados y los principios consumistas son universal-mente aplicables porque apelan al
egoísmo de todos los seres humanos sin importar el contexto social. Ni siquiera las
profundas diferencias culturales deben ser vistas como obstáculos en el
establecimiento de un único mercado libre global de bienes, servicios y capital. Una
cuestión relacionada con los estados neoliberales afirma que la globalización del
comercio y la integración global de los mercados beneficiarán material-mente, en
última instancia, a todas las personas. Esta afirmación está diseñada para mejorar el
atractivo del neoliberalismo, ya que busca asegurar a la gente que la creación de un
solo mercado global elevará a regiones enteras por encima de la pobreza. Aún más,
organizaciones económicas internacionales como el FMI y el Banco Mundial justificaron
la imposición de programas de ajuste estructural sobre los países menos desarrollados
en términos de ‘alivio de la pobreza’.

Otra afirmación neoliberal asegura que la liberalización e integración mundiales


de los mercados son inevitables e irreversibles, casi como algunas fuerzas naturales,
como el tiempo atmosférico y la gravedad. Esta afirmación hace más fácil a los
neoliberales convencer a la gente que deben adaptarse a las reglas inherentes del
mercado libre si van a sobrevivir y prosperar. Todavía otra reivindicación relaciona la
noción de la expansión global y de los mercados autorregulados con la idea de la
democracia y de la elección individual, sugiriendo que las formas políticas y
económicas de la libertad están inmensamente conectadas. Sin embargo y al mismo
tiempo, los liberales insisten en la primacía de los mercados sobre la política,
argumentando que el establecimiento de la democracia depende de la economía de los
merca-dos libres, y no al revés.

Las cinco demandas de la globalización de los mercados.

Demanda 1: Globalización se refiere a la liberalización e integración mundial de los


mercados.
Demanda 2: La globalización es inevitable e irresistible.
Demanda 3: Nadie está a cargo de la globalización.
Demanda 4: La globalización beneficia a todo el mundo (a largo plazo…).
Demanda 5: La globalización promueve la expansión de la democracia y la libertad en
el mundo.

Un ‘globalista de mercado’ convencido, Clinton creyó que una expansión


sostenida de la economía estadounidense dependía de la vitalidad de la economía
global. Al ver las enormes posibilidades de crecimiento mutuo que acompañaría al
fomento de las relaciones comerciales con las que se empezaban a llamar ‘economías
emergentes’ del Sur, vio el comercio como el primer vehículo enfoque económico. Esto
no significa que Clinton operara completamente fuera del marco nacional. EEUU
seguiría siendo líder mundial, insistió, pero ejercería su influencia mediante el uso del
‘poder blando’, en lugar del ‘poder duro’. Por tanto, tuvo la visión de un mundo
conectado a través de relaciones comerciales, y diseñado para servir a los intereses de
EEUU, como complementar las viejas alianzas militares como la OTAN. Esta estrategia
fue la visión de Clinton de la tradicional demanda liberal de que los países
comercialmente interdependientes tenían menos probabilidad de ir a la guerra.

Poder blando y poder duro


Acuñados por Joseph Nye Jr., estos conceptos son muy usados en el discurso de
las relaciones internacionales. Poder duro son las acciones militares y económicas
sobre otras naciones o actores políticos para cambiar sus posiciones. Se basa en
incentivos (zanahoria) y amenazas (palo). Poder blando se refiere al uso de recursos
culturales e ideológicos para llegar a los resultados deseados sin lealtad al jefe
[¿traición?]. Descansa más en la atracción y seducción [¿sobornos?] que en la fuerza
bruta. En política exterior estadounidense ha estado asociada con el multilateralismo
de Clinton, mientras el poder duro se ha aso-ciado al unilateralismo neoconservador
de Geoge W. Bush.
Como lo describió en su libro, Roaring Nineties [Los Felices 90], Joseph Stiglitz,
consejero económico de Clinton y economista jefe del Banco Mundial, el globalismo de
mercado está basado en la tesis neoliberal de que el comer-cio libre traería una
prosperidad sin precedente, tanto para el mundo desarrollado como para el mundo en
desarrollo. Aunque el presidente siempre mantuvo que las políticas y los programas de
gobierno tenían su lugar cuando los mercados libres desestabilizaran las redes sociales
existentes, sin embargo, su administración trató de imponer sobre los países en
desarrollo ‘programas estructurales de ajuste’ radicales y orientados al mercado a
través de instituciones económicas internacionales como el FMI y el Banco Mundial. A
pesar de las demandas estadounidenses de que semejantes políticas significarían un
beneficio para la totalidad de la comunidad de naciones, el globalismo de mercado de
Clinton no promocionó ‘acuerdos multilaterales genuinos o un foro para un diálogo
abierto sobre puntos de vista alternativos’. Más bien, el globalismo de mercado fue
diseñado para perpetuar la hegemonía estadounidense.

Lo mismo se puede decir sobre la gran estrategia de Clinton de promocionar el


NAFTA [North American Free Trade Agreement, o Tratado de Libre Comercio de
América del Norte – TLCAN] y las negociaciones de la Ronda de Comercio de Uruguay
del GATT, iniciadas por su predecesor republicano y firmada por él en Marraquech,
Marruecos. El tratado permitía un endurecimiento de las reglas de gobierno
neoliberales del sistema económico internacional y estableció a la poderosa WTO
[World Trade Organization, Organización Mundial del Comercio – OMC] en reemplazo
del viejo GATT. Redujo más aún las barreras comerciales sobre bienes, expandió la
liberalización de los servicios, proporcionó clarificación sobre lo que era considerado
como prácticas de ‘comercio injusto’ y promocionó los acuerdos internacionales sobre
los derechos de propiedad intelectual (TRIPS). Clinton se aseguró de que estas nuevas
disposiciones – especialmente la liberalización de la industria de los servicios y los
derechos de propiedad intelectual (donde los EEUU disfrutaban de una ventaja
comparativa mayor) se convirtieran en la piedra angular del Acuerdo de Marraquech. A
pesar de ello, al mismo tiempo, Clinton se dio cuenta de que las políticas neo-liberales
promocionando los mercados competitivos a través del comer-cio libre tenían que ser
compensadas con las preocupaciones relativas a la justicia social y medioambiental.
Para estos fines, Clinton buscó re-forzar su poder ejecutivo para negociar
modificaciones en cuestiones que atañen a las normativas medioambientales y
laborales. Exploraremos con más detalle el impacto de la agenda de comercio
neoliberal sobre el Sur global en los dos próximos capítulos. Pero en ninguna parte
fueron los esfuerzos de Clinton más visibles para exportar el neoliberal Consenso de
Washington que en su estrategia económica en relación a los estados sucesores de la
ex Unión Soviética. Basándose en su fuerte relación con el cada vez más problemático
Presidente Ruso Boris Yeltsin, Clinton se las arregló para introducir en el país docenas
de ‘consejeros’ económicos estadounidenses para dirigir la transición económica de
Rusia del comunismo al capitalismo. Además, el presidente estadounidense apoyó al
G7 y al FMI en sus drásticas recomendaciones de imponer la clase de ‘terapia de
choque’ en Rusia que había sido previamente empleada con resultados mixtos en
Polonia con el consejo de expertos estadounidenses liderados por el economista de
Harvard Jeffrey Sachs. A mediados de los 90, Jeffrey había emergido como asesor
económico jefe de Yeltsin, urgiendo a él y a su bastante autocrático círculo político
íntimo de perseverar con el ‘enfoque del big bang’ de la transición económica que
exigió el levantamiento de casi 250.000 compañías de propiedad estatal, y la
liberalización del comercio. La recompensa por aguantar hasta el final iba a ser la
continuación de los enormes préstamos del FMI y de otras instituciones económicas
internacionales.

Hacia el final de los 90, las nefastas consecuencias de la terapia de choque en


Rusia se volvieron tan obvias como una ampliación dramática de la desigualdad
económica. Una pequeña elite en el poder conocida como los oligarcas cosecharon casi
la totalidad de los beneficios. Pe-ro el Presidente Clinton estaba tan convencido de la
méritos de sus re-formas neoliberales – y ciertamente de que el gobierno de Yeltsin era
el más confiable agente para llevarlas a cabo – que estaba dispuesto a hacer la vista
gorda al presidente ruso, que cada vez adoptaba acciones más autoritarias, incluyendo
la disolución del Parlamento, la suspensión de la Corte Constitucional, instaurar la
censura generalizada y la escalada del conflicto en Chechenia en una guerra a toda
regla. Como resultado de la crisis financiera asiática de 1997-8, Rusia sufrió un agudo
declive de sus ganancias procedentes del petróleo y otras exportaciones de recursos.
Los inversores extranjeros rápidamente retiraron sus capitales de los mercados de
Rusia, ocasionando una inflación seria y una crisis del sistema bancario del país. El
gobierno de Yeltsin fue obligado a devaluar el rublo y a dejar de pagar 40 mil millones
de bonos en rublos. Aunque la economía con el tiempo se recuperó de esta crisis, los
golpes a la democracia rusa fueron permanentes, y el país continúa estando bajo el
imperio de los ‘oligarcas’, como se refleja en los ocho años de presidencia de Vladimir
Putin y su liderazgo permanente.

En el frente doméstico, el globalismo de mercado de Clinton se centró en


devolver a la economía de los Estados Unidos sus antiguas glorias. La recesión de 1991
que siguió a la crisis de las S&L discutida en el capítulo 2 [p. 25 de este mismo libro]
había dejado caer la nación en una crisis fiscal severa. El déficit del presupuesto anual
que era de 150 mil millones de dólares en los últimos años de la era Reagan, escaló
hasta los casi 300 mil millones de dólares a principios de los 90. En un esfuerzo
desesperado para revertir esta dinámica peligrosa, el Presidente George HW Bush
tomó la controvertida medida en 1990 de elevar los impuestos a los receptores de
ingresos más altos, violando con ello el corazón de los Reaganomics. Fue a raíz de esta
decisión que el candidato presidencial Bill Clinton, comenzó a escuchar a sus aseso-res,
y urgió que la reducción del déficit fiscal fuera movida al centro de su agenda
económica. Un nivel excesivo de endeudamiento público, razonaron, disuadiría a los
inversores privados. Los asesores económicos de Clinton también señalaron el efecto
negativo de altas tasas de interés a largo plazo, argumentando que la mejor manera
para bajarlas era reducir el déficit del déficit federal [recordemos que en los EEUU,
federal significa “referido al país”, y estatal, “referido a un estado concreto: Alabama,
California, Texas, etc.].

Cuando asumió en enero de 1993, el Presidente Clinton perdió poco tiempo en


dirigir su gobierno hacia la estabilidad fiscal. De hecho, su enorme equipo económico
fue dirigido por los ‘halcones del déficit’, con lazos muy fuertes con Wall Street, como
Alice Rivlin, Lloyd Benstein, Robert Rubin, Lawrence Summers y Leon Panetta. Por otra
parte, Clinton solicitó el asesoramiento del Presidente de la Reserva Federal (Fed), Alan
Greenspan, que reforzó su convicción de que un plan de reducción del déficit federal
masivo de 500 mil millones de dólares en cinco años era económicamente viable.
Consciente de los efectos potenciales que los gastos del gobierno podían tener sobre la
creciente inflación, el presidente no solo estableció límites de gasto draconianos
coherentes con las recomendaciones de Greespan, sino que también estableció un
objetivo de inflación ambicioso del 3 al 3,5%. En un esfuerzo calculado para
proporcionar mayor comodidad a los inversionistas nerviosos, ofreció poderes
incondicionales a Greespan y a la autoridad independiente del Banco de la Reserva
Federal en materia de política monetaria y de fijación de las tasas de interés. Así,
mientras muestra públicamente su rechazo a la influencia política de la Reserva
Federal, el presidente de centro-izquierda rompió con las prácticas de su predecesor
republicano, George H. W. Bush, quién, en lo más profundo de la recesión de 1991,
presionó a Greenspan para que bajara los tipos de interés e impulsar la economía justo
antes de las elecciones de 1992.

Pero a mitad de los 90, esta combinación de políticas monetaria y fiscal


neoliberales empezaron a tener un efecto positivo. El déficit presupuestario bajó y los
tipos de interés a largo plazo cayeron – sin debilitar al dólar o sobrecalentando la
economía. Como resultado, los Estados Unidos atrajo nuevas inversiones
internacionales del este de Asia, las acciones de las empresas estadounidenses de alta
tecnología dieron un salto hacia arriba y Silicon Valley experimentó un boom sin
precedentes. Durante ese período, un número de países de Asia y América latina
adoptaron tipos de cambio fijos, cuyas monedas fueron vinculadas al dólar, haciéndolo
más atractivo para aquellas naciones que compran bonos en dólares y otros activos.
Con arcas llenas de efectivo, los esta-dounidenses consumieron como nunca antes,
dirigiendo su gasto, sobre todo, a los grandes ítems, como ordenadores, automóviles,
electrodomésticos y propiedades privadas. Al mismo tiempo, esta prosperidad nueva
resultó en una presión política para reducir las tasas de interés, haciéndose eco de las
voces de la Reaganomics.

Pero en lugar de ofrecer desgravaciones fiscales a los receptores de altos ingresos


como Reagan había hecho, los recortes de impuestos de Clinton estaban dirigidos a las
ganancias de capital de las inversiones obtenidas por los propietarios inmobiliarios y de
valores, acciones y valores mobiliarios, así como a los que invirtieron en investigación y
en sectores de nuevas tecnologías. Consistente con los objetivos de la segunda ola
neoliberal de mezclar iniciativas de mercado con temas sociales, la administración
argumentó que las reducciones de impuestos para los capitalistas más aventureros y
las compañías que empiezan animarían la inversión tecnológica y la investigación
médica que al final beneficiaría a toda la comunidad global. Por ejemplo, el
presupuesto federal de 1997 incluyó más de 10 mil millones de dólares en
desgravaciones de impuestos sobre los negocios y las ganancias de capital durante
cinco años. Un año más tarde, el presidente firmó un paquete de recorte masivo de
impuestos que totalizaba 100 mil millones de impuestos, y que proporcionó mayores
desgravaciones fiscales sobre las ganancias de capital y los bienes inmuebles, mientras
que también proporcionaba desgravaciones fiscales limitadas a las familias
trabajadoras que ganaban menos de 100.000 dólares anuales. Pero estos re-cortes de
impuestos también beneficiaron a algunas poderosas corporaciones estadounidenses
como Hewlett-Packard, Johnson & Johnson y Microsof. Los paquetes de compensación
de los directores ejecutivos estadounidenses se elevaron a nuevas alturas durante la
década de los 90, mientras los salarios quedaron estancados o crecieron marginal-
mente. De hecho, los datos del Censo Nacional del año 2000 revelan un aumento
dramático de las disparidades económicas en los EEUU.

Pero quizás las medidas neoliberales más radicales de la administración Clinton


estén relacionadas con una mayor desregulación de la economía. Argumentando que
las ‘políticas regulatorias anticuadas’ estaban reduciendo las iniciativas empresariales
con la ayuda de los avances tecnológicos en las telecomunicaciones y el desarrollo de
nuevos instrumentos financieros internacionales, Clinton se comprometió a algunas de
las reformas a algunas de las reformas desregulatorias más completas del siglo XX. Por
ejemplo, la ley de modernización de los servicios de 1999 levantó la distinción entre
bancos comerciales y de inversión, así como también entre compañías de seguro y
casas de bolsa, y por lo tanto desguazando una de las principales regulaciones
keynesianas del New Deal de Franklin Delano Roosevelt. Los peligros potenciales de
estas desregulaciones profundas del sector financiero no se convierten en totalmente
evidentes hasta la crisis financiera mundial de 2008-9. Otras medidas de desregulación
allanaron el camino para una avalancha de fusiones en el sector de las
telecomunicaciones, rivalizando con el desmembramiento de AT&T iniciada con la
administración Reagan una década antes. Por ejemplo, la ley de telecomunicaciones de
1996 llevó a una serie de megafusiones, incluidas a aquellas que involucraron a
SBC_Pacific Bell-Ameritech, Bell Atlantic-Nynex-GTE, Quest US West, AOL-Time Warner,
AT&T-TCI y la ahora difunta World_MCI. Dando la vuelta a varias medidas regulatorias
clave adoptadas antes por la ley de cable de 1992, la ley de 1996 permitió a las
compañías telefónicas locales competir en los servicios de larga distancia y televisión
por cable. La administración Clinton aseguró que estas desregulaciones estimularían
una competencia vibrante y aumentarían las opciones al alcance de los consumidores y
mejorarían las tarifas. Pero varios grupos de consumidores – e incluso varios
economistas conservadores – argumentaron que el efecto total de la ley de
telecomunicaciones resultaría en fuertes incrementos de las tarifas y en la tendencia
hacia la formación de monopolios locales y regionales.

Sin embargo, la Administración Clinton replicó a estas denuncias señalando su firme


compromiso de cortar los monopolios mediante el fomento de la competencia
rigurosa. En efecto, el Presidente apoyó vigorosamente campañas anti-trust, como la
demanda del gobierno contra Microsof, Intel Corporation y American Airlines. En el
caso contra Microsof, el Departamento de Justicia alegó que el gigante de sofware –
que tenía un monopolio virtual sobre sistemas operativos de ordenadores – había
atentado deliberadamente para silenciar la competencia mediante la exigencia a los
principales fabricantes de ordenadores de incluir su propio explorador de Internet,
Microsof Explorer, en todos sus sistemas operativos Windows 95. Bajo estas
condiciones, compañías de sofware como Netscape, que producían sus propios
exploradores web, eran incapaces de competir en el mismo nivel. En el caso de Intel
Corporation, la Comisión de Comercio Federal alegó que la compañía había retenido
propiedades intelectuales vitales, privando así a sus clientes de información vital sobre
los microprocesadores de Intel. En el caso contra American Airlines, el Departamento
de Justicia aseguró que la compañía había incurrido en ‘precios predatorios’ cuando
redujo el coste de los vuelos desde y hacia uno de sus centros de vuelo en un intento
deliberado de obstruir la competencia de otras aerolíneas que buscaban el uso de la
misma facilidad. Aunque Microsof e Intel perdieron sus casos, los críticos se quejaron
de que las multas eran muy simbólicas y que fallaron en cambiar el clima de negocios
sesgado a su favor. Sin embargo, desde la
perspectiva neoliberal de Clinton, estos casos
reflejan el fuerte compromiso de su administración
en defender la libertad de mercado y fomentar la
competencia.
Salario y Compensaciones a largo Total pagado
bonos, plazo
1996
Lawrence Coss, Green 102.499.000 Ninguno 102.499.000
Tree Financial
Andrew Grove, Intel 3.003.000 94.587.000 97.590.000
Sanford Weil, Travellers 6.330.000 87.828.000 94.157.000
Group
Theodore Weitt, Gateway 965.000 80.361.000 81.326.000
2000
Anthony O’Reilly, H. J. 2.736.000 61.500.000 64.326.000
Heinz
Sterling Williams, Sterling 1.448.000 56.801.000 58.249.000
Sofware
John Reed, Citycorp 3.467.000 40.143.000 43.610.000
Stefen Hilbert, Conseco 13.962.000 23.450.000 37.732.000
Casey Cowell, U. S. 3.430.000 30.522.000 33.952.000
Robotics
James Moffet, Freeport 6.956.000 26.776.000 33.732.000
McMoran C&G
John Chambers, Cisco 619.000 32.594.000 33.213.000
System
Stefen Wiggins, Oxford 1.738.000 27.270.000 29.008.000
Health Plans
Eckhard Pfieffer, Compaq 4.250.000 23.546.000 27.796.000
Computer
Stephen Case, America 200.000 27.439.000 27.639.000
Online
John Welch, General 6.300.000 21.321.000 27.621.000
Electric
Richard Scrushy, 11.380.000 16.197.000 27.577.000
Healthsouth
Henry Silverman, HFS 3.752.000 19.990.000 23.742.000
Norman Augustine, 2.781.000 20.324.000 23.105.000
Lockheed Martin
John Amerman, Mattel 3.732.000 18.923.000 22.655.000
Drew Lewis, Union Pacific 3.131.000 18.320.000 21.452.000
Los directores ejecutivos mayor pagados en 1996. Fuente: Business Wekks, abril 1997 .

[NOTA DEL TRADUCTOR: la suma de las remuneraciones totales da 910.981.000, y su promedio,


45.544.550 dólares].

Los años de capitalismo controlado (regulado)


1950 5.34
1955 6.15
1960 6.79
1965 7.52
1970 8.03
1975 8.12
Promedio 1950-75 6.99
Los años de desregulación y turbocapitalismo
1980 7.78
1985 7.77
1990 7.52
1992 7.41
1994 7.41
1996 7.50
1997 7.76
Promedio 1980-97 7.59
Ganancias promedio por hora de empleados en categorías inferiores a supervisores, empleados
no agrícolas 1950-97 (en dólares constantes de 1982) [NOTA DEL TRADUCTOR: esto significa que el
efecto de la inflación ya está descontado. La diferencia entre el valor de 1975 (8.12) y el de 1950 (5.34)
es de 2.78, que en porcentaje sobre el 2º valor da un 52.06% de aumento. El mismo cálculo sobre el
período 1980-97 da un valor de -0.02 en dólares y -0.6%].

Cuotas de los hogares en los ingresos totales de los EEUU 1967-2003. Fuente: el segundo gráfico
de Income Inequality in the United States (Wikipedia). Se puede ver ampliado en este enlace.

[NOTA DEL TRADUCTOR: El gráfico está calculado en dólares constantes de 2003, por lo que ya
está descontado el efecto de la inflación. La línea azul, la 4ª empezando por la superior, (percentil 50%)
es la media de los ingresos. Se puede observar que la línea roja (percentil 10%) apenas varía, es
prácticamente plana, y la línea verde (percentil 20%) aumenta un poco pero apenas nada, y ambas líneas
aumentan menos que la línea azul del 50%. La líneas de los percentiles 80%, 90% y 95% aumentan
claramente muy por encima de la línea azul del 50%. Esto significa claramente que la distribución del
ingreso ha ido empeorando durante todo el período. Se puede observar que la desigualdad aumenta con
fuerza y sin casi respiro entre 1983 y 1998 (solo hay una pausa a finales de los 80 y principios de los 90)].

Dadas las pronunciadas simpatías por el globalismo de mercado en las áreas de


comercio y la política fiscal, quizás deberíamos volver nuestro foco hacia la política
social para determinar si, en todo caso, quedaba algún resto de la agenda política de la
izquierda tradicional. Vale la pena señalar que Clinton mantenía firmemente que sus
políticas a favor de los negocios estaban intricadamente entrelazadas con sus
programas sociales progresistas. Y sin embargo, sus críticos de la izquierda han
señalado sus intentos de reemplazar ‘el bienestar tal como lo conocemos’ como
evidencia de su extremismo neoliberal. De hecho es cierto que las raíces de la
clintoniana filosofía ‘asistencia social al trabajo’ estaban plantados firmemente en la
Support Act de Reagan de 1988. Entonces que era gobernador del estado de Arkansas,
Clinton apoyó firmemente un programa conocido como ‘workfare’ en su estado natal.
[welfare significa, entre otras cosas, la asistencia que se da a los que la necesitan,
especialmente por el estado (on welfare); work es trabajo y trabajar; welfare también
significa riqueza, así que ‘workfare’ significaría la riqueza conseguida mediante el
trabajo; esta frase significa reemplazar la ayuda del gobierno a los necesitados por un
puesto de trabajo]. Presentándolo como un matrimonio con éxito entre el desarrollo
de las habilidades laborales y la asistencia pública para los desempleados, Clinton
argumentó que el programa daría apoyo a los pobres sin mantenerlos sujetos a la
‘dependencia de la caridad’. De hecho, las ideas neoliberales de Clinton sobre la política
social deriva de su afiliación a una facción del partido en auge conocida como los
‘Nuevos Demócratas’. El grupo incluía otros centristas prominentes como Al Gore, Dave
McCurdy, Ed Kilgore y Joseph Lieberman, los cuales conectaron con el recién formado
Democratic Leadership Council, que abrazó los principios neoliberales de
“responsabilidad individual” y la rendición de cuentas en lugar del credo de la
vieja izquierda de la ‘riqueza colectiva’.
El Democratic Leadership Council (DLC)
Fundado en 1985, el DLC surgió como la organización fundacional de los Nuevos
Demócratas en los Estados Unidos. Su misión declarada es promover el debate dentro
del Partido Demócrata y el público en general sobre los temas políticos y económicos.
Adoptando un ‘pragmatismo’ neoliberal en respuesta a los desafíos emergentes de la
Nueva Economía, el DLC enfatiza tres principios principales: (1) Promover las
oportunidades para todos; (2) Demandar responsabilidad para todos; (3) el fomento
de un nuevo sentido de comunidad. Asociado muy de cerca con el DLC, Bill Clinton se
las arregló para mover su partido al el centro político durante los ocho años de su
presidencia.

En 1996 el Presidente Clinton firmó el Welfare Reform Act, que reemplazó el


programa federal Aid to Dependent Children, fundado en 1935 como parte del FDR
Social Segurity Act. La versión de la ‘ayuda social’ requería trabajar a cambio de la
asistencia. A los padres se les entregaba dos años de beneficio antes de que se vieran
obligados a trabajar o participar en el trabajo de (re)formación. A ningún beneficiario
se le permitía más de cinco de asistencia acumulada. Sin embargo, había un número
especial de consideraciones que incluía disposiciones para el cuidado y el seguro
médico a corto plazo para las madres desempleadas. La ley de 1996 instaló la
obligatoriedad de una reducción en las asignaciones y la limitación de la duración de
los pagos de la asistencia social, lo que también hizo virtualmente imposible para las
madres solteras asistir a la escuela a tiempo completo o a tiempo parcial con el fin de
aumentar sus habilidades y sus cualificaciones para obtener un trabajo mejor. Como
resultado, los beneficiarios de la asistencia social se vieron obligados a menudo a
aceptar a corto plazo trabajos mal remunerados en el sector servicios.

Consistente con el enfoque de Reagan de “reinventar el gobierno” mediante la


adopción de una manera neoliberal de gobernar que mide el éxito en términos de
eficiencia y rentabilidad, Clinton apoyó medidas para la contratación de empresas
privadas para los servicios públicos administrados por las autoridades de los condados
y los municipios. Los críticos aseguraron que esta medida complicaría severamente la
prestación de servicios tales como el cuidado de los hijos de las madres solteras
trabajadoras. Los críticos argumentaron que el presidente parecía pasar por alto el
hecho de que la implementación exitosa de estas políticas requiere una coordinación
compleja entre los distintos organismos dentro de diferentes niveles de gobierno y el
sector privado que a menudo era difícil de alcanzar. Sin embargo, hay que señalar que
la administración de Clinton apoyó varios programas importantes de centro izquierda,
como el aumento del salario mínimo federal, así como un Crédito Tributario por
Ingreso Obtenido, diseñado para proporcionar asistencia económica a los trabajadores
estadounidenses pobres. Junto a su compañera Hillary Clinton, la actual Secretario de
Estado de EEUU, el presidente hizo grandes esfuerzos en una iniciativa sin éxito de
crear un sistema de salud universal que habría cubierto 40 millones de ciudadanos sin
seguro médico.

¿Qué es de “izquierdas” en la agenda social de Clinton?

 una Declaración de Derechos del Paciente que, entre otras cosas,


permite a los trabajadores mantener su cobertura de salud (siempre y
cuando puedan permitírselo) en la transición entre puestos de trabajo y
que permite mantener a sus médicos cuando cambien de empleadores.
 una iniciativa de Licencia Médica Familiar que permite a los trabajadores
tomarse algún tiempo libre para cuidar a un familiar enfermo o a un
recién nacido sin temor a perder su puesto de trabajo.
 Reglas y requisitos ágiles y aumento de los límites de crédito para los
préstamos a estudiantes [universitarios] con el fin de hacer la educación
universitaria accesible a los trabaja-dores que requieren nuevos
conocimientos y habilidades laborales en una economía global cada vez
más compleja.

LA TERCERA VÍA DE TONY BLAIR


En la ola del decisivo triunfo electoral de Tony Blair de 1997, Anthony Giddens,
entonces director de la London School of Economics y uno de los consejeros en que
más confiaba Blair, sugirió que el gobierno debería ser sensible a una “tercera vía” a los
desafíos que plantea la nueva economía en la era global que se dibujaba. Según
Giddens explicaba, este nuevo enfoque no solo superaba los molestos dualismos del
pasado, sino también reducía la brecha muy marcada entre la libre dinámica del
mercado y las preocupaciones por el bien público.

Anthony Guiddens en la Tercera Vía


La Tercera Vía implica un equilibrio entre regulación y desregulación, tanto al
nivel transnacional como al nivel nacional y local, y un equilibrio entre la vida
económica y la no económica de la sociedad. El segundo de estos es, al menos, tan
importante como el primero, pero de alguna manera llegó a través de él.
Source: Anthony Giddens, The Third Way (Cambridge: Polity Press, 1998), p. 100

Al revelar su tercera vía, Blair prometió al pueblo británico poner fin a la “guerra
de clases”. Buscando conciliar las preocupaciones de la clase media con los intereses de
los negocios, el carismático Primer Ministro procedió a utilizar su considerable
habilidad política para forjar nuevas coaliciones y redes de ambos partidos que
reunieron a personas de un amplio espectro político. El desplazamiento de Blair al
centro fue una consecuencia directa del poco atractivo del Partido Laborista durante la
década del tatcherismo. La larga ausencia del poder político despertó a una nueva
generación de líderes laboristas inspirados por Tony Blair y Gordon Brown, quienes
abrazaron el poder de las ideas neoliberales para cambiar las relaciones entre el
gobierno y el mercado. Convencidos de que controlando el crecimiento del gobierno y
sus gastos en lugar de redistribuir la riqueza nacional era la mejor manera de obtener
prosperidad y promover el empleo, Blair y Brown firmaron el abandono de su partido
de su herencia socialista para ampliar su base política bajo el “Nuevo Laborismo”.

Sin duda, este cambio hacia el neoliberalismo fue inspirado por el éxito electoral
de Bill Clinton y los Nuevos Demócratas [Clinton asumió por primera vez en 1993 y Blair
en 1997] para, en el otoño de 1997, representantes de alto nivel de la administración
Clinton, dirigidos por el entonces subsecretario del Tesoro Larry Summers y la primera
dama Hillary Clinton se reunieron con miembros del gobierno del recién elegido
gobierno de Blair para discutir la política económica. Los “modernizadores” de la
Tercera Vía de Blair, como se llamaban a sí mismos en aquellos tiempos, aceptaron
fácilmente los principios del globalismo de mercado. Después de este encuentro, el
gobierno neoliberal del “New Labour” buscó inmediatamente construirse la
credibilidad en la comunidad de los negocios enfatizando los valores de la propiedad
individual y el espíritu empresarial. Consistente con los valores neoliberales, el Primer
Ministro argumentó que la inequidad social remanente podía ser abordada
fundamentalmente cambiando las relaciones “paternalistas” entre el estado y la
sociedad a otro basado en la alianza social entre individuos.

Como el globalismo de mercado de Clinton, la tercera vía enfatizó la importancia


de la cooperación global y el consenso construido sobre las instituciones
internacionales. Blair sentía fuertes simpatías por el entonces en construcción, proceso
de integración europeo, que contrastaba con los de sus predecesores conservadores.
Inicialmente, Blair tenía grandes esperanzas en la participación británica en la Unión
Monetaria Europea tal como fue prevista en el Tratado de Maastrich de 1992. De este
modo, dirigió el Tesoro para crear varios “euro-foros” encabezados por los líderes de
los negocios de renombre que ya habían estado trabajando para la convergencia a nivel
nacional. Además, el gobierno promulgó las reformas aduaneras necesarias que
permitió a las empresas británicas pagar impuestos, emitir acciones y recibir ciertas
ayudas en la nueva moneda. Advirtiendo al país de que no podía ignorar que el euro
existiera, Blair estaba convencido de que la pertenencia al euro significaría enormes
oportunidades para las empresas británicas y para los mercados financieros, que de
otro modo tendrían menos posibilidades dentro de la zona euro.

Pero la actitud de Blair cambió dramáticamente cuando el rendimiento de la zona


euro parecía no responder a sus expectativas. Mientras su gobierno del Nuevo
Laborismo había limitado drásticamente el gasto público, un número de otros países,
incluidos Alemania y Francia, habían excedido los límites de déficit público fijados en el
Tratado de Maastricht. Desde las perspectivas de Blair, la estabilidad y la estrategia del
crecimiento contenidas en el Tratado habrían perdido mucha credibilidad. Siendo cada
vez más reacio a abandonar la estable libra esterlina por el euro, aparentemente más
débil y fluctuante, el Primer Ministro decidió permanecer fuera del euro. En el corto
plazo, su decisión fue justificada por el hecho de que la inversión directa extranjera en
Gran Bretaña creciera desde 20.000 millones anuales hacia la mitad de los 90 a más de
80.000 millones en 2001, mientras que Francia y Alemania disfrutaban solo de tasas
moderadas de crecimiento.

Los criterios de convergencia del Tratado de Maastricht

Exponemos ahora los cinco criterios del Tratado que las economías nacionales
tenían que cumplir para poder unirse a la eurozona:
 El déficit presupuestario anual debe ser inferior al 3% del PIB.
 La deuda pública nacional debe ser inferior al 60% del PIB (la deuda
pública es el total acumulativo de los déficits fiscales anuales.
 La tasa de inflación debe estar dentro de un rango de un 1,5% de los tres
países de la UE con la inflación más baja.
 Las tasas de interés a largo plazo deben estar dentro de un rango de un
2% de los tres países de la UE con tasas más bajas.
 Las tasas de cambio deben mantenerse dentro de los márgenes de
fluctuación del mecanismo de tasas de cambio de la UE.

Haciéndose eco de los principios del mercado globalista de Clinton, Blair


argumentó que Gran Bretaña solo mejoraría su competitividad adoptando un marco
macroeconómico coherente para la imposición y el gasto. En un esfuerzo deliberado
para tranquilizar a los inversores, Blair aseguró que estaba comprometido con la
gestión de las arcas del Estado según el modo de gobernar neoliberal. Para ello adoptó
un Código para la Estabilidad Fiscal (Code for Fiscal Stability) que institucionalizó los
cinco principios de la dirección fiscal prudente: transparencia, estabilidad,
responsabilidad, justicia y eficiencia. Además, el Código requiere que el Primer
Ministro y su gobierno se adhieran a objetivos claramente definidos y reglas que tenían
que ser comunicadas y discutidas con la comunidad de negocios. Este enfoque basado
en reglas para la política fiscal llevó a la publicación periódica de Análisis de Gasto
Completo (Comprehensive Spending Reviews) que destacó los planes departamentales
de gasto y los objetivos de acuerdo con estricto cálculo coste-beneficio. Desde que la
filosofía de la tercera vía destacó la integración y el consenso, Blair dirigió a los
funcionarios del Tesoro a consultar con los departamentos de gasto, el Gabinete,
comités y los grupos empresariales para ajustar su marco de política neoliberal. La
formalización de estas relaciones requiere el establecimiento de más de 300 grupos de
trabajo dedicados a facilitar una mayor coordinación, tanto dentro del gobierno como
entre los departamentos ministeriales.

Una vez más tomando las claves de Bill Clinton (quién había ganado el apoyo
tanto de la comunidad empresarial y la clase media echando la culpa de la recesión de
1991-2 a las políticas fallidas de la era Reagan/Bush), Blair vinculó la volatilidad “auge-
caída” de la era Thatcher/Major a su “inefectividad de su política fiscal y monetaria”.
Por lo tanto, en un esfuerzo por fomentar la inversión y el crecimiento, la primera y
mayor iniciativa económica del Primer Ministro después de su victoria electoral fue la
concesión de total independencia operativa al Comité de Política Monetaria (Monetary
Policy Committee) en el establecimiento de tasas a corto plazo, manteniendo la
prerrogativa gubernamental de establecer la meta de inflación ambiciosa en el 2,5%.
Tratando de ganar la confianza de los inversores, el canciller del Exchequer Gordon
Brown finalmente concedería la independencia del Banco de Inglaterra, previa consulta
con el Presidente de la Reserva Federal de EEUU Alan Greespan. Después de apoyar
firmemente la decisión de Brown, tanto en la Confederación de la Industria Británica
como en la Cámara Británica de Comercio, ambas instituciones se vieron aún más
felices cuando Blair denunció agresivas prácticas sindicales en la negociación salarial
que ponían supuestamente “en peligro el crecimiento económico”.

Las estrategias fiscales del Nuevo Laborismo se diseñaron conscientemente para


reducir el endeudamiento del gobierno mientras que se reforzaban las oportunidades
para las empresas y las clases medias. Las simpatías empresariales de Blair estaban
especialmente dirigidas a las personas y a las empresas capaces de generar nuevo
capital de riesgo, invertir en nuevas tecnologías y alimentar la investigación y el
desarrollo. Por lo tanto, las reformas neoliberales del gobierno lograron ampliar la base
impositiva a la vez que recortaban los impuestos de las clases más altas y del mundo de
los negocios con el fin de proporcionar incentivos para los inversores. Para evitar el
“endeudamiento excesivo” a causa de los programas sociales, Blair adoptó lo que él
llamó la “Regla de Oro” – una medida dirigida al Tesoro para mantener la deuda pública
por debajo del 40%. Por otra parte, proclamó que no iba a aumentar el gasto en salud,
educación y la seguridad social. Tras afirmar que la reforma de la seguridad social
podría llevarse a cabo sin aumentar el gasto público o aumentar las tasas – a excepción
de los “impuestos inesperados” aplicados por una sola vez sobre los servicios públicos
privatizados – el Primer Ministro aprobó un nuevo programa de welfare-to-work
[bienestar social para trabajar] modelado al estilo de “workfare” de Clinton. Teniendo
en cuenta el compromiso público de Blair con la “justicia social”, la agenda neoliberal
de la justicia social fue un shock para muchos de sus seguidores de clase trabajadora. Y
sin embargo, cuando aún estaban en la oposición, tanto Blair como Brown ya habían
destacado que el gobierno daría garantías a las prestaciones sociales. También
afirmaron que los que manejaban los recursos deberían tener responsabilidad y
sensatez.

Sobre todo, la política social del Nuevo Laborismo se centró en reconfigurar tres
servicios básicos: asistencia a los desempleados, asistencia a los trabajadores pobres y
reforma del Servicio Nacional de Salud. Irónicamente, al perseguir estos objetivos, Blair
se inspiró en gran medida en las audaces, aunque infructuosos, intentos de reformar el
estado de bienestar haciendo sus funciones administrativas y de procedimiento más
eficientes. Aceptando el argumento de Thatcher de que “más dinero no era la
respuesta”, el Primer Ministro buscaba transformar el “paternalista” Estado del
Bienestar británico en un programa neoliberal al estilo estadounidense similar al “New
Deal”. Pero en contraste con el programa al estilo keynesiano de Franklin Delano
Roosevelt, el New Deal de Blair liberalizaría los esquemas de aprendizaje laboral
mediante la sustitución del Training and Enterprise Council de Thatcher por un modelo
aún más neoliberal. Al mismo tiempo, el modelo de Blair promocionó iniciativas
claramente progresistas como el Working Family Tax Credit para ayudar a los
trabajadores pobres o para la adopción de un salario mínimo nacional para asistir a los
trabajadores de bajos ingresos. Estas estrategias, aparentemente opuestas de la
política social exponen las dificultades de construir una Tercera Vía entre la Derecha y
la Izquierda.
NEOLIBERALISMO Y ÉTICA EN LA POLÍTICA
EXTERIOR
Los líderes de la segunda ola neoliberal desarrollaron ciertas simpatías por las
preferencias del “institucionalismo neoliberal” en política exterior, que enfatizaron la
ética y el humanitarismo como bienes en sí mismos y rechazaron el modelo “realista”
que vio a las políticas militar y diplomática como meras herramientas usadas para
asegurar y avanzar el poder nacional. Esto no quiere decir que Clinton y Blair
desecharon el interés nacional a favor de algún noble ideal del cosmopolitismo. Pero
para los globalistas del mercado que creían en la relación entre la expansión del
comercio y un mundo más pacífico, los valores morales como la reciprocidad y los
derechos humanos tenían que jugar un papel importante en las relaciones
internacionales. Aún más, Clinton y Blair trabajaron juntos en redefinir el papel de las
instituciones internacionales como la OTAN, que pasó de ser una alianza militar
occidental creada para mantener al bloque soviético vigilado, a una organización global
multipropósito dedicada a la mejora de la seguridad internacional, principalmente a
través de la protección de los derechos humanos y la realización de misiones de
mantenimiento de la paz.

Institucionalismo neoliberal
El institucionalismo neoliberal está íntimamente asociado con la idea del “la
creación de instituciones” con el fin de mejorar el comercio mundial y la seguridad
global. Se inspira en 2 doctrinas liberales relacionadas con el internacionalismo liberal
y el liberalismo económico. El internacionalismo liberal implica el uso de una variedad
de instrumentos de política internacional como la ayuda humanitaria, la diplomacia y,
solo cuando es absolutamente necesario, la intervención militar para defender o
expandir valores liberales como la democracia y los derechos humanos. Dos ejemplos
podrían ser el intento del Presidente Woodrow Wilson de formar una liga de las
Naciones para defender la “seguridad colectiva” y el imperio de la ley. Como hemos
visto en el capítulo 1, el liberalismo económico está muy conectado con la idea de un
régimen de comercio libre global construido sobre instituciones internacionales como
la Organización Mundial del Comercio, el FMI y el Banco Mundial.
Un claro ejemplo de lo anterior puede encontrarse en las guerras de los Balcanes,
que empezaron en 1991 con la secesión de Eslovenia de la República Federal Socialista
de Yugoslavia y terminó con la intervención de la OTAN en el conflicto entre Serbia y el
territorio dominado por Serbia de Kósovo. Durante las primeras etapas de las guerras
de los Balcanes, el entonces candidato presidencial Bill Clinton argumentó que
correspondía a la Unión Europea ejercer un liderazgo adecuado para llevar el conflicto
a su fin usando todos los métodos intervencionistas y no intervencionistas a su alcance.
Sin embargo, cuando la lucha entre serbios y croatas se intensificaron en Bosnia en
1993-4, Clinton lideró una iniciativa diplomática prolongada que finalmente dio sus
frutos en el Acuerdo de Dayton de 1995, que acabó con el conflicto en Bosnia. Sin
embargo, cuando el continuo conflicto en la zona poblada por albanos de Kosovo
pareció ser inmune a similares esfuerzos diplomáticos liderados por los EEUU, Clinton y
Blair no vieron otra opción más que una opción militar de la OTAN. Justificando el
bombardeo de Serbia como un esfuerzo para prevenir la ampliación de la “limpieza
étnica” emprendida por el líder serbio de la línea dura Slobodan Milosevic, la decisión
del Presidente estadounidense fue influenciada parcialmente por la percepción pública
de que los actos previos de limpieza étnica y genocidio en Bosnia y Ruanda (1994)
fueron posible por el dolorosamente lento proceso de negociaciones y el rechazo de
los EEUU y la comunidad internacional de usar la fuerza militar mientras los esfuerzos
diplomáticos estaban todavía en proceso.

Y sin embargo, la justificación de la intervención de la OTAN en Kosovo fue


expresado en el lenguaje liberal de “imperativo moral” en vez del lenguaje realista del
“interés nacional”. En otras palabras, la campaña fue justificada explícitamente sobre
bases humanitarias: para prever la limpieza étnica y proteger la mayoría albano-
kosovar en la provincia gobernada por los serbios. En su célebre discurso en el Chicago
Economic Club de abril de 1999 – poco después de finalizar con éxito la campaña de la
OTAN contra Serbia – Tony Blair propuso una “doctrina de la comunidad internacional”
basada en la tradición cristiana de las enseñanzas de la “guerra justa” que permitirían
actos colectivos de violencia contra los agresores implacables para prevenir los
desastres humanitarios.

La doctrina Blair

Al determinar si había un caso moral para la comunidad internacional que


justifique una acción militar contra una nación, la doctrina Blair propuso las siguientes
cinco preguntas que tenían que ser contestadas afirmativamente:
1. ¿Estamos seguros de nuestro caso?
2. ¿Hemos agotado todas las acciones diplomáticas?
3. ¿Se pueden iniciar las operaciones militares con sensatez y prudencia?
4. ¿Estamos preparados para el largo plazo?
5. ¿Tenemos intereses nacionales involucrados?

CONCLUSIÓN
Anclado en el imperativo estratégico del crecimiento de la economía sin caer en
la división del antiguo estilo político partidista, la segunda ola del neoliberalismo de los
90 representó una mezcla innovadora de pensamiento orientado al mercado y políticas
sociales moderadas. Buscando sintetizar el crecimiento económico orientado al
mercado dentro de un marco ético de justicia social y derechos humanos, tanto el
globalismo de mercado de Bill Clinton como la Tercera Vía de Tony Blair entendieron
con claridad que la época en que las economías nacionales estaban relativamente
protegidas había pasado, y que ningún país podía proteger, por más tiempo, su
economía de la dinámica de la globalización lideradas por las empresas corporativas.

Pero los críticos de la izquierda acusaron a la segunda ola neoliberal de participar


en una retórica en gran parte simbólica usando el término “comunidad” cuando de
hecho, continuaba el turbo-capitalismo de las Reaganomics y el Thatcherismo. Estos
críticos reconocieron, de mala gana, la vitalidad económica de los felices 90, y
señalaron los extremos niveles de inequidad y desigualdad tanto en el Norte como en
el Sur globales, como evidencia de la desigual prosperidad producida por las políticas
de la segunda ola neoliberal. Por otro lado, los partidarios del globalismo de mercado
elogiaron su capacidad para alimentar un crecimiento robusto y para proporcionar
bienes baratos a los consumidores del mundo desarrollado procedentes del mundo en
desarrollo que también ayudó a elevar el nivel de vida en esas regiones atrasadas. De
hecho, ahora debemos continuar nuestra exploración y evaluación de las variedades
del neoliberalismo que afectaron a los países del Sur global.

CAPÍTULO 4. EL NEOLIBERALISMO Y EL
DESARROLLO ASIÁTICO.
Liberalismo nuevo y viejo.
Aunque el impacto de la primera y la segunda ola neoliberales en los países
asiáticos en el último cuarto de siglo ha sido considerable, debemos hacer notar que
estas ideas de liberalización orientadas al mercado, desregulación y privatización
tuvieron que enfrentarse a una tradición de intervencionismo estatal y centralismo
económico. Los vínculos entre el Estado y el sector privado fueron especialmente
profundos en la región – una dinámica que ha estado especialmente bien
documentada en los países del Est y del sudeste asiático.

Como el Banco Mundial enfatiza, “entre la mitad de los 60 y los 90, ocho países
asiáticos – Japón, los cuatro tigres asiáticos (Hong Kong, Corea del Sur, Singapur y
Taiwan) y las tres nuevas economías industrializadas de Indonesia, Malasia y
Tailandia – disfrutaron tasas de crecimiento que doblaron las del resto de los países
de la región, multiplicaron por tres las de América latina y el sur asiático y
multiplicaron por diez las de África subsahariana”. El World Bank Report de 1993
caracterizó el asombroso éxito de estas economías como el “milagro asiático” y lo
atribuyó a sus altas tasas de inversión privada que complementaron las “políticas de
desarrollo sólidas” y la “gestión macroeconómica experta”. Aunque a veces
controvertido, este próspero “Modelo de Desarrollo Asiático” parecía hacer hincapié
en la cooperación con el gobierno del mundo de los negocios posicionados muy cerca
del mismo, dentro del marco cultural propio, como el mejor camino para un rápido
crecimiento económico en Asia.

El Modelo de Desarrollo Asiático

El Modelo de Desarrollo Asiático descansa en las relaciones de cooperación


entre el gobierno, los negocios y el trabajo. A veces denominado “corporatismo”, este
modelo tiene cuatro hechos asiáticos:
1. relativa autonomía del Estado político-burocrático suficientemente
fuerte como para repeler las presiones de la elite de los grupos de interés
en la dirección de adoptar políticas económicas a corto plazo sobre las
estrategias de crecimiento a largo plazo;
2. Cooperación entre el sector público y el sector privado que dan como
resultado “políticas industriales orientadas a la mejora de la industria y al
aumento de las exportaciones (estas políticas son supervisadas por los
organismos de planificación del Estado);
3. Inversión pública en educación para desarrollar mercados laborales
competitivos;
4. protección disciplinada de los mercados domésticos de las importaciones
extranjeras (y control del mercado propio de capitales).

Dirigiendo los nuevos flujos de capital en inversiones de alto rendimiento, los


gobiernos asiáticos intervinieron en sus mercados de capitales domésticos para
canalizar el dinero a determinados sectores de industriales que tienen altos niveles de
productividad como la industria pesada. Pero como vemos debajo, el Modelo de
Desarrollo Asiático experimentó serios desafíos en los 80. Muchos economistas
acreditados de la región se volvieron, pues, hacia el neoliberalismo a causa de los altos
niveles de crecimiento de principios de los 90, particularmente en el sureste asiático. El
aligeramiento de las regulaciones financieras sobre el capital extranjero también creó
una marea de inversiones especulativas extranjeras y la extrema volatilidad extranjera.
Sin embargo, en 1997, los años del boom acabaron bruscamente con la Crisis
Financiera Asiática, cuyo impacto devastador se sintió en la región durante años.
La Crisis Financiera Asiática

En los 90, los gobiernos de Tailandia, Indonesia, Malasia, Corea del Sur y Filipinas
abandonaron gradualmente los controles sobre los movimientos de capital domésticos
para atraer a las inversiones extranjeras directas. Intentando crear un ambiente
monetario estable, elevaron las tasas de interés domésticas y enlazaron sus monedas
nacionales con el valor del dólar de EEUU. La subsiguiente euforia irracional de los
inversores internacionales trasladó el alza de los mercados de valores y bienes raíces a
todo el sudeste asiático. Sin embargo, en 1997 estos inversores se dieron cuenta de
que los precios estaban inflados mucho más allá de sus valores reales. Entraron en
pánico y de repente retiraron un total de 105.000 millones de dólares de esos países,
obligando a los gobiernos de la región a abandonar la paridad de dólar. Incapaces de
detener la caída libre de sus monedas, los gobiernos usaron sus reservas de moneda
extranjera. Como resultado, la producción económica se redujo, aumentó el
desempleo y los salarios se desplomaron. Los bancos extranjeros y los acreedores
internacionales reaccionaron rechazando la concesión de nuevos préstamos y la
ampliación de los ya existentes. A finales de 1997, toda la región se encontraba en
medio de una crisis financiera que amenazaba con empujar la economía global a una
recesión. Se evitó que el resultado fuese desastroso por poco, por una combinación de
rescates internacionales y la venta inmediata de activos comerciales de estos países
del sudeste asiático a los inversionistas extranjeros a precios bajísimos. Todavía hoy,
muchos ciudadanos ordinarios del sudeste asiático todavía sufren las devastadoras
consecuencias políticas y sociales de aquella crisis económica.

Veamos ahora por qué y cómo varios gobiernos asiáticos decidieron modificar
sus modelos económicos en una dirección neoliberal. Como veremos, los líderes
políticos, como los Primeros Ministros de Japón, Ryutaro Hashimoto y Junichiro
Koizumi, los Presidentes chinos, Jiang Zemin y Hu Jintao y el Primer Ministro de la India,
Manmohan Singh abrazaron ciertos aspectos del neoliberalismo en un esfuerzo para
mejorar el rendimiento económico de sus respectivos países.

Aunque no gobernaron sus economías nacionales exclusivamente según los


principios anglosajones del mercado libre, los citados reconocieron la importancia del
sector privado como impulso del crecimiento económico en los mercados, cada vez
más integrados a nivel global.

JAPÓN: EL DESARROLLISMO ESTATAL SE REÚNE


CON EL NEOLIBERALISMO
Centrándose sobre todo en la producción orientada a la exportación de bienes de
consumo, los grandes grupos industriales conocidos como keiretsu forjaron después de
la Segunda Guerra Mundial una alianza muy cercana al partido dominante en el país, el
Partido Liberal Democrático (LDP). El Ministerio de Comercio Internacional e Industria
(MITI) se convirtió en el departamento ministerial más poderoso, supervisando la
política industrial, financiando la investigación y dirigiendo la inversión.
Promocionando la industria doméstica protegiéndola de la competencia extranjera, el
MITI dirigió el comercio japonés y la industria siguiendo las directrices de una
economía centralmente planificada. En los 70, Japón no solo había alcanzado a
Occidente en varios sectores industriales claves, como los automóviles y los productos
electrónicos de consumo, sino que además habían sobrepasado la productividad de las
economías más importantes del mundo. Los mercados financieros japoneses quedaron
bajo control del Ministerio de Finanzas (MOF), quién dirigió tanto las tasas de interés
como las de cambio exterior. Mientras los EEUU vieron como disminuían sus ahorros
dramáticamente durante la década de los 70, la tasa de ahorro japonesa alcanzó un
impresionante 20%, lo que quedaba cerca de lo que muchos economistas consideraban
el nivel óptimo para un crecimiento económico autosostenido. Sin embargo, un poco
más de una década después, la economía japonesa mostraba signos de una severa
presión. ¿Qué había pasado?

Actuando de acuerdo con las directivas del MITI y el MOF, el banco de Desarrollo
de Japón había extendido durante décadas la financiación, a través de bancos privados,
a determinadas industrias seleccionadas. Seleccionando los ganadores y los
perdedores, el Estado había asumido la mayor parte de los riesgos empresariales y
permitía al sector privado recoger los beneficios. Pero este sistema de financiación
estatal había aislado a las empresas privadas de los imperativos del mercado a corto
plazo y de las fluctuaciones, que les permitía intervenir en la planificación económica a
largo plazo, acordes con una política industrial rígida. Bajo estos acuerdos, las
compañías japonesas podían permitirse tomar riesgos mayores, invirtiendo en
productos innovadores sin tener que responder de los intereses a corto plazo de los
accionistas, que demandaban beneficios inmediatos de sus inversiones (como ocurría
en el caso de los competidores occidentales).

Basado en unos principios tradicionales similares al nacionalismo económico, el


sistema proporcionó un estado del bienestar parcialmente privatizado para los
empleados de las grandes empresas japonesas. Muchos trabajadores y managers
disfrutaban de un empleo para toda la vida – un acuerdo que promocionaba un fuerte
sentido de la lealtad mutua a la vez que animaba a los directores a elaborar una
estrategia a largo plazo. Sin embargo, un gran inconveniente de este sistema con
conciencia social es que las empresas no se podían adaptar fácilmente a las
condiciones variables del mercado. Cuando nos enfrentamos a unas ganancias cada vez
menores y a una grave escasez de capital debido a la dinámica de la globalización
incipiente, los negocios japoneses se enfrentaron a la extrema dificultad de adoptar
medidas “neoliberales” puras y duras, como la reducción de los gastos de personal por
“reducción” de la mano de obra. Pero cuando un mercado inmobiliario inflado y una
bolsa de capitales sobrevaluada deslizaron la economía japonesa pendiente abajo, la
presión al gobierno para que considere estas medidas aumentó considerablemente.
Los posteriores shocks económicos y las persistentes demandas del Presidente Bush
padre de abrir los protegidos mercados japoneses a las importaciones de los Estados
Unidos, obligó al gobierno japonés a revaluar sus prácticas económicas convencionales.

El big bang de Tokio


Bajo el liderato del primer ministro Hashimoto, el sistema financiero de Tokio
sufrió una transformación neoliberal similar al big bang de Londres de una década
antes. En la década previa, el volumen de las acciones comerciadas en la bolsa de
Tokio había caído más del 50%, permitiendo a los mercados financieros de Hong Kong
y Singapur recoger una enorme cantidad de transacciones de acciones de Japón. Pero
el paquete de reformas de Hashimoto incluía una clausula de desregulación drástica
dirigida a eliminar las barreras legales que prohibían a los bancos la fusión con firmas
de seguros o con empresas de valores. La ley de 1996 también eliminó las
regulaciones que regían las comisiones de corretaje y el fomento de la inversión
extranjera. Al igual que Thatcher, Hashimoto transformó el aislado mercado de
capitales de Tokio en un vibrante centro financiero global.

Un número de políticos reformistas liderados por el Primer Ministro Hashimoto


empezó a experimentar con medidas neoliberales, en un proceso de alterar las
relaciones entre el tradicional gobierno corporativista y el mundo de los negocios. Bajo
una intensa presión política para responder a la situación de deterioro económico,
Hashimoto anunció en 1996 un paquete de reformas integrales que contenía evidentes
medidas neoliberales.

Además, el gobierno japonés tomó soluciones monetaristas encaminadas a


reducir las tasas de interés a cero. Después del colapso de varios bancos cargados con
grandes cantidades de deudas morosas, el gobierno tomó otras medidas neoliberales,
como el Quantitative Monetary Easing Policy (Política de Flexibilización Cuantitativa
Monetaria) de 2001, que buscaba aumentar la oferta de dinero en el país. Si bien en
cierta medida estas medidas aliviaron la situación económica, también contribuyeron a
la deflación por no intentar levantar la confianza de los consumidores.

El sucesor de Hashimoto, el enérgico Primer Ministro Junichiro Koizumi prometió


tratar la anémica economía japonesa con una generosa dosis de kozo kaikaku – la
reestructuración neoliberal de la “estructura nacional” japonesa. En 2005, en una
arriesgada maniobra política, Koizumi buscó privatizar el sistema de la Caja de Ahorros
Postal japonesa – el mayor banco del mundo, que poseía £1.75 billones en ahorros.
Pero esa no fue una tarea fácil, dado que la Caja Postal de Ahorros japonesa estaba
íntimamente ligada a las elites tradicionales del país, que se mostraron reacias a jugar
con “una característica única nacional”. Acusado de capitular ante las fuerzas
occidentales del globalismo de mercado, el Primer Ministro reformista se encontró con
una fiera oposición. Después de una intensa batalla contra algunos miembros de su
partido, Koizumi se vio obligado a adoptar un compromiso, prometiendo que tan
enorme privatización no finalizaría antes de 2017– ¡y que incluso podría ser derogada
por cualquier futuro Primer Ministro! Sin embargo, todavía el desinflado líder pudo
anotarse alguna victoria neoliberal mediante la reforma de la corporación estatal de
vivienda y la apertura del negocio de las hipotecas a empresas particulares no
bancarias.

Sin embargo, los logros de la iniciativa kozo kaikaku de Junichiro Koyzumi


resultaron bastante modestos, especialmente si se les compara con la segunda ola del
neoliberalismo en Gran Bretaña y los Estados Unidos. A diferencia de Clinton, Koizumi
falló en reducir el inmenso déficit fiscal, porque estos requerían recortes en los gastos
que no fueron aprobados por poderosos sectores clave de su propio partido, el LDP y la
burocracia estatal. Aún así, el impacto de sus reformas es evidente en su integración
global. Aún más, nadie pone en duda que las reformas kozo kaikaku introdujeron
nuevos enfoques y prácticas de mercado, que alteraron el modelo tradicional japonés
administrado por el Estado.

CHINA: “NEOLIBERALISMO CON


CARACTERÍSTICAS CHINAS”
Las reformas de mercado emprendidas por tres sucesivos gobiernos post-
maoístas en China han sido aclamadas por los defensores neoliberales como los
factores de éxito económico impresionantes del país, medido en su tasa media de
crecimiento anual de 9,7% en las dos últimas décadas. La transformación del sistema
económico chino fue un proceso gradual, pero la difusión de las ideas neoliberales
occidentales, particularmente entre las elites urbanas, ha ocurrido con mucha mayor
rapidez. China es en la actualidad, la tercera mayor economía mundial, y está
estrechando rápidamente la distancia que le separa de Japón y los Estados Unidos.
Algunas de las principales instituciones de educación superior del país, como la
Universidad Tsinghua de Beijing o la Fudan University de Sanghai ofrecen cursos de
negocios que son prácticamente idénticos a los de primer nivel de las universidades
occidentales. De hecho, los escritores neoliberales iconos como Milton Friedman,
Frederich Hayek y James Buchanan han sido traducidos al chino y disfrutan de un buen
nivel de ventas.

El giro de China hacia el neoliberalismo empezó hacia finales de los 70, después
de 30 años de economía planificada y centralismo político presidido por Mao Zedong.
En el momento de su muerte en 1976, millones de chinos ordinarios habían pagado el
precio más alto por la visión totalitaria del Presidente. Hambrunas devastadoras habían
seguido a la industrialización forzosa en los 50, pomposamente llamado el “Gran Salto
Adelante”. Las persecuciones políticas de la “Gran Revolución Cultural Proletaria” a
finales de los 60 mataron o encarcelaron a millones. Con los crímenes del régimen
proyectando todavía una sombra oscura en los 70, la reorientación pragmática de la
economía china hacia los principios del mercado hubiera sido imposible sin una
revisión ideológica fundamental del ortodoxo “pensamiento de Mao Zedong”.

Esta tarea recayó sobre el envejecido líder Deng Xiaoping, que emergió como el
improbable arquitecto de lo que el economista David Harvey llamó “neoliberalismo con
características chinas”. Un político sobreviviente y resistente que había sido despojado
en dos ocasiones de sus puestos en el partido durante la Revolución Cultural al ser
acusado de ser un “seguidor del camino capitalista”, Deng diseñó su rehabilitación
completa después de la muerte de Mao con el apoyo de la Vieja Guardia, que había
perdido mucho de su poder durante la Revolución Cultural. Moviéndose con cautela
pero con firmeza contra los maoístas de la línea dura de su partido, Deng encabezó una
campaña a nivel nacional para “emancipar la mente, unir y mirar hacia adelante”.
Envuelto en la retórica hipócrita de continuar la visión comunista del Gran Líder, el
Dengismo representa una búsqueda genuina de un modelo alternativo – socialismo-
estatal-más-mercado, para ser evaluado de acuerdo a los criterios neoliberales de
eficiencia económica, la productividad y la competitividad. En 1978, el Partido
Comunista Chino (PCC) apoyó el paquete de reformas económicas de Deng, que
contenía el abandono de la doctrina de Mao de la “continua lucha de clases” a favor de
la construcción económica y la modernización. Asimismo, instó a la devolución gradual
del poder económico y político a los entes locales y regionales, pero sin comprometer
el principio cardinal de la toma de decisiones centralizada. Finalmente, se encomendó
un proceso gradual y controlado por el estado de “apertura a Occidente”, con el
expreso propósito de “aprender dirección avanzada de empresas y nuevas tecnologías
de los países extranjeros”. A pesar de su notable giro hacia el mercado, el dengismo
dejó claro que el Estado seguía siendo la única institución dotada con el poder decisivo
de autorizar nuevas empresas; fijar los precios y los salarios; supervisar las
importaciones y las inversiones directas en el exterior, y permitir a las firmas nacionales
exportar sus mercancías a cualquier destino internacional.

La reestructuración económica bajo Deng está sobre todo asociada a la


privatización de State-Owned Enterprises (SOEs) [Empresas Propiedad del Estado].
Durante tres décadas, estos colectivos industriales habían garantizado un empleo
seguro y bienestar para sus trabajadores. El sector agrario de la economía planificada
fue organizado alrededor de granjas comunales ineficientes. Obligados a soportar las
estrictas prácticas de segregación que limitaban sus movimientos, los trabajadores
rurales recibieron menos prestaciones sociales que los trabajadores urbanos. Cuando
las reformas de Deng a favor del mercado tomaron fuerza en la década de los 80, las
empresas estatales comenzaron a contratar trabajadores temporales con contratos a
corto plazo – especialmente provenientes de las áreas rurales – sin la necesidad de
proporcionarles los mismos generosos beneficios sociales garantizados a los
trabajadores permanentes. Se les ofreció a los directores de las empresas una mayor
discrecionalidad operacional para dirigir su SOE más eficientemente e incluso, se les
permitió guardar algunos bienes excedentes producidos por encima de sus cuotas
fijadas por el Estado. Vendidas en el “mercado abierto”, los precios de estos bienes
eran sustancialmente más altos que los precios oficiales establecidos por el Estado. Por
lo tanto, los beneficios resultantes para los manager-empresarios en ciernes fueron, a
menudo, considerables. Sin embargo, estas tácticas de fijación de precios divergentes,
demostraron ser insostenibles, ya que los administradores trataron de aumentar su
participación en la producción a costa de la cuota del Estado. La productividad de las
SEO declinó sustancialmente, obligando a los bancos estatales a subsidiar estas
empresas en decadencia, lo que agotó rápidamente las finanzas de China.
Respondiendo a esos problemas en 1993, el liderazgo del PCC decidió permitir la
transformación de un número pequeño de SOEs seleccionadas en compañías de
acciones. Poco después, posteriores reformas privatizadoras convirtieron a otras
empresas estatales en empresas por acciones. De hecho, la privatización de las
empresas estatales continuó a un ritmo dramático a lo largo de las dos siguientes
décadas.

El próximo paso decisivo en el esquema privatizador de Beijing fue la decisión del


PCC de abrir la propiedad de algunas SOEs a la inversión extranjera. La siguiente marea
de inversión directa extranjera contribuyó mucho al surgimiento de China como una
superpotencia estatal, sobre todo como centro mundial de la industria intensiva en
mano de obra. Las “Zonas Económicas Especiales” (SEZs) [en el libro figura como Zonas
Empresariales Especiales, pero es común denominarlas Zonas Económicas Especiales,
como en la letras amarillas del mapa posterior] creadas por el gobierno, la mayoría en
cuatro ciudades costeras chinas facilitó aún más la producción de bienes de consumo
para la exportación mientras servían como centros de investigación y desarrollo para
los jóvenes líderes empresariales chinos, los cuales absorbieron nuevas tecnologías y
prácticas empresariales. Las SEZs atrajeron inversión extranjera ofreciendo incentivos,
incluidas reducciones de impuestos y acuerdos para asegurar el pago de los beneficios
adelantándolos a las empresas extranjeras de antemano. Por otra parte, el gobierno
chino invirtió grandes cantidades de dinero en mejorar las infraestructuras.

La cervecería Tsingtao se volvió liberal

La cervecería Tsingtao se remonta a casi un siglo atrás. Originalmente fue la idea


de unos empresarios alemanes en 1903, la empresa fue incautada en 1949 por el
gobierno local de Qingdao y dirigida de acuerdo a los imperativos de la economía
planificada comunista. Altos costes de producción, baja producción y una burocracia
creciente dio como resultado ventas limitadas y bajos beneficios en exportaciones. En
1993, Tsingtao fue reorganizada en una compañía por acciones. En unos pocos años,
tanto la productividad como las ventas crecieron extraordinariamente. La compañía
atrajo a inversores prominentes, tanto nacionales como extranjeros., incluidos bancos
chinos y la Anheuser-Busch Corporation. Hoy en día, algo más de la mitad de las
acciones de la cervecería Tsingtao están en manos privadas.
Buscando estabilizar su moneda, el gobierno chino fijó tácitamente el yuan al
dólar en 1995. Pero el Estado mantuvo un fuerte control sobre los flujos de capital
afirmando que no estaba dispuesto a hacer el yuan completamente convertible. Varios
economistas occidentales tienden a asegurar que China ha comprometido el tipo de
cambio para aumentar la competitividad de sus exportaciones globales. Lamentando
que el déficit comercial de su país con China se haya ampliado – 233 mil millones de
dólares en 2007 – los oficiales del Tesoro estadounidense han estimado que el yuan
podía estar infravalorado en más de un 40% [cuando una moneda se deprecia, se
abaratan las exportaciones y, por lo tanto, aumentan, y cuando aumenta de valor la
moneda, las importaciones se encarecen y disminuyen].

El aumento gradual de las reformas neoliberales en China durante más de dos


décadas no siempre fueron suaves. Ya en 1989, la masacre de la Plaza de Tiananmen de
cientos de chinos que protestaban a favor de la democracia había puesto de manifiesto
la contradicción fundamental en el corazón de la ciudad china: ¿Cómo puede el
régimen extender las reformas de mercado sin comprometer su control del poder
político? Temeroso de que los levantamientos populares pudieran tener éxito en el
futuro y socavar la autoridad del Estado – como previamente había pasado en la Unión
Soviética y en la Europa del Este – el gobierno respondió al desafío de Tiananmen con
una severa política de represión. Aunque se las arregló para evitar un colapso del
sistema al estilo soviético, el PCC falló en quitar las contradicciones subyacentes entre
la marketización realizada y sus tendencias autoritarias muy arraigadas. Cuando Deng
Xiaoping falleció en 1997, el partido finalmente estableció un compromiso menos
represivo: comprar la legitimidad popular mediante la integración económica global
que elevaría el nivel de vida de muchos chinos. Pero queda por ver si este inestable
“neoliberalismo con características chinas” puede continuar coexistiendo con un
sistema centralizado de partido único.

El índice Big Mac y el infravalorado yuan. El Índice Big Mac del Economist proporciona
una ilustración básica del Índice de Paridad del Poder Adquisitivo (PPA) [en inglés,
Purchasing Power Price Parity (PPP)], que sugiere que los precios de los productos
deberían ser comparables en todas las naciones. En este caso, los precios de las
comidas Big Mac son regularmente comparados como una estimación para determinar
si la moneda de un país dado está valuada apropiadamente. Después de ser
convertidos en dólares, si el precio de una comida Big Mac es menor que $3,54 (la base
cero de este índice particular) la moneda se le considera infravalorada. Ya que la
comida Big Mac en China se vendía a tan solo $1,83, esto muestra que el yuan está
infravalorado por más del 40%.
Fuente: Extra Value Meal: 26 de enero de 2009, from Economist.com, “Britain and Jaoan inch closer to the
benchmark”.

El sucesor de Deng, Jiang Zemin, además cambió el discurso de los viejos valores
socialistas de igualdad y redistribución a los nuevos objetivos neoliberales de
crecimiento económico y maximización del beneficio. Sin embargo, sus esfuerzos se
detuvieron considerablemente lejos del ideal de libre mercado previsto por el
Consenso de Washington. A pesar de su pertenencia a la OMC y su apoyo a los
empresarios jóvenes y a los administradores de empresas, la transición económica
China permaneció firmemente en manos de unas facciones políticas poderosas que
cada vez están más divididas entre los centralistas nacionalistas burocráticos de Beijing
y los globalistas pro empresa locales de Guangzhou, Chongqing y otros centros urbanos
grandes.

Desde que asumió el poder en 2003, el Presidente Hu Jingtao ha presionado para


avanzar en las reformas neoliberales en áreas tan críticas como ciencia y tecnología,
derechos de propiedad intelectuales y la política comercial. A la vez, su gobierno ha
mantenido su compromiso con una transición administrada por el Estado a un sistema
de mercado. Por ejemplo, el PCC continúa detentando el control de los precios del
agua y de la hidroelectricidad. También subsidia el ineficiente sector energético, que
alimenta la enorme base industrial del país. Sin estos subsidios energéticos, la industria
china se vería en apuros para competir en el mundo global. De hecho, uno de sus
competidores más tenaces es la India, que, como China, transformó su economía
socialista mixta con los principios neoliberales.

INDIA: ECONOMÍA MIXTA SE ENCUENTRA CON EL


GLOBALISMO DE MERCADO
Desde 2003, la India ha conseguido una impresionante tasa de crecimiento del
PIB del 8,8% anual. Sin embargo, este logro económico vino de la mano de una
ampliación de las disparidades del ingreso y del bienestar en la estela de un conjunto
sin precedentes de reformas neoliberales lanzadas en los 90. Manmohan Singh,
antiguo Ministro de Finanzas y en los 90 Primer Ministro, ha sido el arquitecto del
mayor crecimiento económico jamás visto en su país. Hay poca duda de que el éxito
indio se debe a la industria de ordenadores y de servicios de alto nivel, y que la
productividad de ambas representa más del 50% del total del país. Pero también en la
industria surgieron la productividad y la innovación. Por ejemplo, el gigante del
automóvil indio, Tata Motors, ha hecho que su modelo “Nano” ocupe los titulares
internacionales por su bajo consumo – un pequeño coche del pueblo– y que se vendió
en el país en 2009 por menos de $3.000. Pero este milagro indio debe ser enmarcado
dentro del contexto del desarrollo económico del país, que ocurrió en tres etapas
históricas: la era socialista (1947 – 84), el período de lo que el economista Arvind
Panagariya ha llamado “liberalización a hurtadillas” (1984-91) y la etapa actual, que el
economista Jagdish Bhagwati ha llamado “reformas mediante tormentas” (1991 hasta
la actualidad). En el primer período, el rumbo económico de la India fue trazado por
dos líderes dinámicos: Jawaharlal Nehru, y su hija, Indira Gandhi. El Primer Ministro de
la India tras la independencia del poder británico en 1947, Nehru eligió un camino
medio, el socialismo democrático, entre el occidente capitalista y el bloque comunista
soviético, al rechazar tanto las ideas económicas occidentales liberales, tales como el
comercio libre y el individualismo empresarial, como el colectivismo autoritario
marxista leninista. Prometiendo salvaguardar la soberanía nacional india, el carismático
Primer Ministro impulsó una “economía mixta”, que puso los principales medios de
producción en manos del Estado con el expreso propósito de asegurar una distribución
equitativa del producto nacional. Impresionado con las ideas del socialismo
democrático fabiano, con el que se familiarizó durante sus años de estudios
universitarios en Cambridge, Nehru previó una India donde la planificación económica
estatal y la democracia se reconciliaran. Esta visión inspiró una serie de cinco planes
quinquenales gubernamentales basados en una modelo de mando-y-control que
centraba el desarrollo en la industria pesada y la ligera. El sector privado estaba
subordinado al estatal y solo se concedían licencias para abrir negocios que casaran
con los objetivos de la planificación estatal. Descansando sobre cientos de fábricas
controladas por el Estado, el nacionalismo económico de Nehru fue realizado a costa
de la productividad económica y el crecimiento. Básicamente ineficiente y con una
producción que no cumplía las necesidades materiales de la gente, solo nueve de las
firmas estatales obtenían beneficios. Más aún, el sector agrícola fue descuidado,
aunque el 80% de la población vivía y trabajaba en las zonas rurales.

Cuando Indira Gandhi llegó al poder en 1966, expandió el modelo heredado de


su padre nacionalizando los mayores bancos y compañías de seguros, así como los
sectores industriales. Desconfiando profundamente de la filosofía del libre mercado,
nacionalizó una serie de filiales indias de poderosas empresas multinacionales, como
Coca-Cola, en el proceso de frustrar la inversión extranjera directa durante los
siguientes años. Sin embargo, la nacionalización de la banca tuvo el efecto
problemático de que los nuevos administradores bancarios concediesen préstamos
sobre la base del clientelismo político en lugar de en base a consideraciones
financieras. Como resultado, el número de créditos morosos aumentó de forma
espectacular, poniendo a la economía india en peligro.

Sucediendo a su madre tras su asesinato en 1984, el Primer Ministro Rajiv Gandhi


abrió cautelosamente la puerta a suaves reformas neoliberales que suavizaron
parcialmente las restricciones sobre determinadas industrias, bajando los
requerimientos de algunas licencias y liberalizando algunas exportaciones. A través de
los recortes de impuestos y la reducción de tarifas sobre bienes de capitales, Gandhi se
las arregló para establecer la convertibilidad de la rupia que, poco a poco, aumentó
significativamente el comercio exterior. Aunque limitada, tanto en su enfoque como en
su alcance, las reformas neoliberales del Primer Ministro proporcionaron un período de
crecimiento sin precedentes, aunque de corta duración. Pero las luchas entre facciones
dentro del Partido del Congreso sobre las reformas neoliberales de Rajiv Gandhi,
acompañado de un escándalo de corrupción que implicó al Primer Ministro, condujo al
bloqueo de sus iniciativas.

Pero a pesar de ello, el éxito de las reformas de mercado de Rajiv Gandhi, no


importa lo limitadas que fueron, marcó el final de una era. Una vez que el genio
neoliberal se ha escapado de la botella, se vio que era más difícil volverlo a meter
dentro. De hecho, desencadenar la “reforma liberal por tormenta” parecía ser una
opción real en un país que iba camino de una crisis fiscal en toda regla, derivada de un
problema masivo que había ido aumentando en la década anterior. En 1991, la deuda
nacional india se aproximaba al 50% del PBI. Pagar esos préstamos devoraba las
valiosas reservas de moneda extranjera, que ya se habían reducido a niveles muy bajos.
Para evitar un impago, el gobierno indio se volvió hacia el FMI en busca de un
préstamo de 180 mil millones de dólares. En el medio de esta crisis, Narashima Rao
sucedió al asesinado Rajiv Gandhi. El reformista Primer Ministro no perdió tiempo en
nombrar al economista educado en Oxford Manmohan Sing como Ministro de
Finanzas, apoderándole para lanzar un grupo de reformas neoliberales que iba a alterar
dramáticamente el panorama económico del país. Viendo la crisis como una
oportunidad histórica de “construir una nueva India”, Singh sostuvo que era esencial
terminar con los compromisos “pasados de moda” de Nehru con el nacionalismo
económico. Utilizando con gusto una frase del novelista francés Víctor Hugo, “ningún
poder sobre la tierra puede detener una idea cuyo tiempo ha llegado”, el Nuevo
Ministro de Finanzas prometió realizar su visión neoliberal construyendo en su país
mercados laborales amplios y baratos para los bien educados indios que carecían de
empleo, y para sus considerables recursos naturales.

Reformas neoliberales promulgadas en la India desde 1991

 Rescindir los requerimientos de licencia estatal para muchas industrias


 Recortar las tarifas sobre las importaciones
 Liberalizar las tasas de cambio y aumentar la convertibilidad de la rupia.
 Animar las inversiones extranjeras disminuyendo las restricciones.
 Eliminar los límites a las grandes corporaciones para competir en
sectores económicos nuevos.
 Privatización de las industrias estatales.
 Disminuir los requerimientos de caja de los bancos.
Convencido por los reclamos de los globalistas de mercado occidentales y
decidido a poner a la India en el camino a convertirse en un poder económico global,
Singh creía que la adopción de un paquete de austeridad fiscal y una estricta política
monetaria – junto a los importantes programas de ajuste estructural del FMI – liberaría
el potencial empresarial de la India. En la primera mitad de los 90, Singh recortó y
simplificó los impuestos, prescindió de los requisitos estatales para la mayorías de las
industrias, corrigió las irregularidades de la tasa de cambio, privatizó industrias
estatales clave y animó a la inversión extranjera directa. Después de convertirse en
Primer Ministro en mayo de 2004, Singh todavía expandió y aceleró más sus reformas
neoliberales. Proclamando que el mayor obstáculo para el éxito de la India en la
economía global era el mal estado de sus carreteras, puertos y centrales de energía,
Sing presionó para la formación de sociedades público-privadas de
reacondicionamiento de la infraestructura del país y un suministro barato y fiable de
electricidad a los negocios y pueblos de la India.

Para cumplir con sus ambiciosos objetivos de infraestructura y energía, el Primer


Ministro comprometió a su país en el desarrollo de energía nuclear. Reconociendo que
la India no podía desarrollar dichas capacidades por sí misma, Singh debió buscar
asistencia de la comunidad global. Revertiendo la postura crítica de Nehru hacia los
Estados Unidos, Singh aceptó la invitación de los Estados Unidos para entrar en una
auténtica asociación económica y política. Reconociendo al subcontinente una
importancia estratégica como un potencial aliado frente a la China emergente y al
terrorismo global, el Presidente estadounidense abogó por el suministro a India de
tecnología nuclear. Tras una larga y dificultosa batalla contra los legisladores nacionales
que rechazaban la idea de otorgar a la India una excepción en el Tratado de No
Proliferación de Armas Nucleares, Bush jr. Obtuvo la aprobación del Congreso para el
acuerdo entre Estados Unidos y la India, que se convirtió en ley en 2008 con el nombre
de Autorización de Cooperación Nuclear Estados Unidos-India y Ley de Mejora de No
Proliferación Nuclear. Su aprobación fue especialmente gratificante para Manmohan
Singh, quién encabezó una campaña política igualmente difícil para la ratificación del
tratado en su propio país. Los resultados positivos de las reformas neoliberales del
Primer Ministro Singh son evidentes: crecimiento económico masivo, estabilidad de la
tasa de cambio y, hasta hace poco, un aumento sustancial de la inversión extranjera
directa. Y a pesar de sus logros, las reformas neoliberales han aumentado la brecha
entre los ricos y los pobres. La privatización de la vivienda ha puesto la misma fuera del
alcance de la mayoría de los indios corrientes. Más aún, el crecimiento económico ha
significado un aumento de la demanda de petróleo, cuyo precio en alza ha puesto otra
vez las reservas de moneda extranjera en peligro. El déficit fiscal ha crecido hasta el
10% del PIB. Finalmente, el abrazo de Singh al globalismo de mercado ha expuesto al
país al devastador impacto de la actual crisis financiera global.

CONCLUSIÓN
Tanto si el cambio económico en Asia fue llevado a cabo por imperativos de las
dinámicas de la globalización sobre las economías de los países asiáticos o fue
adoptado deliberadamente por líderes orientados hacia el mercado porque casaban
con sus propios objetivos políticos, ha habido un cambio notable hacia el
neoliberalismo en la región en las dos últimas décadas. Esta transformación en curso
no ha sido un proceso uniforme; diferentes naciones han encontrado una manera
original de tomar parte en un mercado cada vez más global. Diferentes adaptaciones
neoliberales se han desarrollado en sistemas político-económicos bien diferenciados,
como se ilustra en los tres casos analizados en este capítulo. Por lo tanto, una
comparación real de sus diversas manifestaciones en Asia hace añicos el mito de que el
neoliberalismo viene necesariamente solo de una forma anglo-americana. Vayamos
ahora hacia América Latina y África para completar nuestro viaje alrededor del mundo.

CAPÍTULO 5: NEOLIBERALISMO EN AMÉRICA


LATINA Y ÁFRICA
El Consenso de Washington ejerció una enorme influencia sobre el
establecimiento de las políticas neoliberales en América Latina y África. Como hicimos
notar en el capítulo 1, el FMI y el Banco Mundial empezaron a principios de los 80 a
ligar la garantía de los préstamos para los países en desarrollo que estaban muy
endeudados con “programas de ajuste estructural” [‘structural adjustment
programmes’ (SAPs) en inglés], que obligaban a los gobiernos que recibían los
préstamos a reestructurar sus economías según los principios neoliberales. Estos
programas ponían el énfasis en la producción para la exportación que en satisfacer los
mercados y las necesidades locales; recortes severos del gasto – especialmente en los
programas sociales; radicales medidas de privatización; reducida regulación de las de
las actividades de las corporaciones transnacionales; y en ciertos casos, una
devaluación de la moneda nacional. Por otra parte, esos prestamistas internacionales
se aseguraron que una parte de sus préstamos fueran destinados al servicio de la
deuda externa que esos países habían acumulado por varios factores: profundos
patrones de dominación social que dejó el colonialismo; estrategias equivocadas de
desarrollo, a menudo ideadas por las agencias de ayuda del Primer Mundo; la
espectacular alza del petróleo de la década de los 70; aumento de las tasas globales de
interés a principios de los ochenta; disminución de la demanda mundial de productos
del Tercer Mundo; disminución de la importancia de los mercados domésticos;
proyectos de mega construcción irreflexivos e inútiles y un aumento de la corrupción
entre las elites nacionales gobernantes.

Empecemos examinando la difusión del modelo neoliberal en América Latina en


los 80 y en los 90 centrándonos en tres países: Chile, Argentina y México. En los dos
primeros casos, la imposición del Consenso de Washington fue precedida por los
constantes ataques académicos sobre las prácticas económicas latinoamericanas. El
“desarrollismo” (*) que dominaba la región en la década de los 50 y los 60, derivó en
gran parte de los principios del nacionalismo económico, basado a su vez en el exitoso
camino desarrollista emprendido por la mayoría de los países de Europa occidental y
Norteamérica. Intelectuales desarrollistas como el economista argentino Raul Prebisch
sugirieron que el progreso económico en la región dependía de la industrialización
interna protegida por tarifas arancelarias altas y un comercio limitado en vez de la
exportación de los recursos naturales a un mercado global cuyos precios eran
controlados por las grandes corporaciones de los países europeos y estadounidenses.
Los políticos desarrollistas trasladaron estas teorías en políticas económicas con la
nacionalización de industrias clave como la minería y el transporte. Cuando las
empresas privadas tenían proyectos de desarrollo económico, contaban con apoyo
estatal que les ofrecía subsidios públicos para levantar fábricas y contratar
trabajadores. El Estado también puso en marcha controles estrictos de precios sobre
los alimentos y otros productos básicos. La ejecución exitosa de estos objetivos
económicos requería de un gobierno altamente centralizado e intervencionista,
comprometido con la autonomía nacional y algunas de las disposiciones básicas del
bienestar, tales como servicios sociales y educación pública. [(*) el desarrollismo o
estructuralismo se opone tanto a la teoría de la ventaja absoluta, desarrollada por el
economista escocés Adam Smith (1723-1790), como a la teoría de la ventaja
comparativas, desarrolladas por el economistas inglés David Ricardo (1772-1823).
Según ambas teorías, cada país debe especializarse en la producción de aquellos
bienes en que posee algún tipo de ventaja; según el ejemplo de Ricardo, Portugal debe
especializarse en la producción de vino, e Inglaterra en la producción textil (centro
industrial vs. periferia agrícola y suministradora de recursos naturales). Este esquema
centro vs. periferia se ha visto modificado en las últimas décadas por el auge industrial
de China, Brasil y otros países emergentes y la desindustrialización de los países del
centro. En materia industrial, se aplicó la política de industrialización por sustitución de
importaciones, que tiene sus ventajas y sus inconvenientes].

CHILE Y ARGENTINA
Tan pronto como en los años 50, miembros de la Escuela de Economía de Chicago
estaban orgullos de ejercer su crítica pública a las prácticas macroeconómicas
keynesianas desde las democracias occidentales hasta los países latinoamericanos.
Fuertemente opuestos a su modelo desarrollista, Milton Friedman y su colega Arnold
Harberger contaron con la ayuda de la Universidad de Chicago, el Departamento de
Estado estadounidense, varias grandes empresas del país y la Fundación Ford para
establecer programas en Sudamérica. Uno de estos, el denominado “Proyecto Chile”
entrenó a cientos de estudiantes de economía chilenos – a partir de entonces
conocidos en la región como “los Chicago Boys” – tanto en la Universidad de Chicago
como en la Universidad Católica de Santiago, en los principios de la economía de
mercado. Durante los 60, estos programas fueron expandidos significativamente por la
región, y los estudiantes, poco a poco, alcanzaron posiciones prominentes en las
Universidades como en el gobierno de países como Argentina, Uruguay y Brasil.

El 11/9/73 Pinochet dio, con el apoyo de la CIA, un golpe de Estado que derrocó a
Salvador Allende, un firme defensor de la Escuela Desarrollista. Inmediatamente
después del golpe, varios Chicago boys domésticos presentaron al nuevo hombre
fuerte un modelo económico para el país de 500 páginas. Conocido como “El Ladrillo”,
este documento llamó a una amplia e inmediata desregulación y la aplicación de
medidas de privatización, así como el recorte del gasto social, la reducción de aranceles
y el levantamiento de los controles de precios – con el objetivo aparente de luchar
contra la galopante inflación de Chile. Tras la aceptación de una gran parte de este
programa, Pinochet procedió rápidamente a imponer estas políticas neoliberales a una
velocidad vertiginosa, mientras que aplicaba medidas represivas contra sus oponentes
políticos. Si bien concedían que los métodos brutales de represión del general no
encajaban con sus ideales libertarios, sin embargo, Friedman y Hayek argumentaron
que tales tratamientos neoliberales de choque proporcionarían una “buena
oportunidad” para el rápido retorno de Chile a la democracia, la libertad y niveles de
prosperidad sin precedentes. Sin embargo, Pinochet mantendría amplios poderes
dictatoriales durante las dos siguientes décadas, que fueron marcadas durante
frecuentes desapariciones de disidentes políticos, la tortura y otras violaciones
sistemáticas de los derechos humanos. Durante su autoritario mandato, la economía
de Chile se estabilizó en términos de inflación y de tasa de crecimiento del PIB, pero las
clases media y baja perdieron terreno en la desigualdad económica, que aumentó
notablemente. El 10% más rico del país se beneficiaron de las reformas neoliberales
cuando sus ingresos casi se doblaron durante los primeros años pinochetistas. Hasta la
fecha, Chile se ha mantenido como una de las naciones más desiguales del mundo. Los
resultados de la “revolución neoliberal” que azotó al país desde la década de los 70
hasta la de los 90 continúan generando acalorados debates entre partidarios y
detractores de la Escuela de Chicago, sobre las virtudes de las reformas neoliberales
impuestas desde el exterior para orientar las economías hacia el mercado libre.

Colombia 53,8 (2005)


Chile 54,9 (2003)
Guatemala 55,1 (2007)
Panamá 56,1 (2003)
Bosnia Herzegovina 56,2 (2007)
Brasil 56,7 (2005)
Paraguay 56,8 (2008)
Haití 59,2 (2001)
Bolivia 59,2 (2006)
República Centroafricana 61,3 (1993)
Sierra Leona 62,9 (1989)
Bostwana 63 (1993)
Lesotho 63,2 (1995)
Sudáfrica 65 (2005)
Namibia 70,7 (2003)
Las 15 naciones más desiguales del mundo. El coeficiente Gini es un método estadístico de
distribución de la renta y de la riqueza de un país. Un dato comparativamente mayor significa una
distribución más desigual, mientras que un dato menor indica una distribución mejor. Fuente: CIA
Factbook 2007

Argentina se enfrentó a una situación similar en 1976, cuando una junta militar
tomó el poder. Manteniendo contacto con los Chicago Boys locales, los generales
impulsaron reformas neoliberales, pero rechazaron ir tan lejos como privatizar algunas
industrias clave, como hizo Pinochet en Chile. Los militares argentinos siguieron la
estrategia chilena de hacer desaparecer y torturar a miles de disidentes políticos, a los
que habían calificado de forma indiscriminada como “subversivos”. Como el periodista
económico Naomi Klein ha sugerido, la junta argentina supuestamente dio un giro
hacia el mercado, pero su modelo económico se parecía más al corporativismo fascista
basado en la complicidad forzosa entre el gobierno, empresas y sindicatos.

Después del colapso de la dictadura que siguió a la desastrosa campaña militar


de las Malvinas, el recién elegido Presidente Raúl Alfonsín encontró que su país se
tambaleaba al borde del colapso económico. Cargado con una enorme deuda
acumulada por el régimen anterior y amenazado por una inflación galopante, se
enfrentó a masivas huelgas en Buenos Aires y otras grandes ciudades. Aún más, fue
presionado por los acreedores extranjeros, los cuales habían proporcionado a los
gobernantes militares enormes préstamos para devolver tan pronto como fuera
posible. El presidente respondió firmando modestas medidas de desregulación
dirigidas a promover el comercio y a ajustar la oferta monetaria para combatir la
inflación. Calificado como muy moderado por los inversores y los acreedores
internacionales, estas reformas hicieron muy poco para restaurar la salud económica
del país. Forzado a dimitir en lo más profundo de la recesión económica, Alfonsín
rindió el poder al Partido Peronista, liderado en aquel tiempo por el extravagante
Carlos Saúl Menem. Juró su cargo como 48º presidente el 8 de julio de 1989, el ex
presidente provincial prometió al electorado que nunca permitiría ni a los inversores
extranjeros ni a los militares controlar el destino del país.

Por lo tanto, la mayoría de los argentinos se sorprendieron cuando su presidente


nacional-populista con fuertes vínculos sindicales se negó a revivir el desarrollismo
sudamericano, y en su lugar, dio entrada a los ajustes estructurales para globalizar la
economía del país mediante la promulgación de amplias reformas neoliberales.
Menem procedió a privatizar las industrias que quedaban en manos del Estado, como
la empresa petrolífera, Correos, teléfonos, electricidad y agua. Posteriores
privatizaciones disminuyeron los programas de seguridad social. El gobierno Menem
también hizo severos recortes en el gasto público y liberalizó los controles de capital,
animando de este modo a inversiones especulativas extranjeras.

Determinado a seguir su curso neoliberal, pese a una considerable resistencia


dentro de su propio partido, restringió el poder del Partido Peronista nombrando a
varios “Chicago Boys” en importantes cargos gubernamentales. El más prominente de
ellos fue el Ministro Domingo Cavallo, quién confió la estabilización de la moneda a la
Ley de Convertibilidad de 1991. Esta controvertida ley mandó que la moneda nacional
fuera vinculada al dólar. Esto se logró mediante una caja de conversión, que
supervisaba la adquisición masiva de activos de reserva en forma de bonos de EEUU
[se emitía tantos pesos argentinos como aumentaban las reservas del Banco Central].
El régimen argentino de moneda dolarizada aseguró que los pesos podían ser
cambiados por dólares en cualquier momento y en cualquier banco a una tasa fija.
Reclamando que había exorcizado el demonio de la hiperinflación, Cavallo se jactó de
haber realizado el “milagro de Menem”. En su opinión, la adopción de la “terapia de
choque” del FMI llevaría al país a una etapa de prosperidad sin precedentes.

Las cajas de conversión


Usada por Argentina hasta 2002, una baja de conversión supervisa el sistema
monetario de un país cuya moneda se cree inestable y, por lo tanto, vinculada a una
moneda más estable y ampliamente utilizada, como el dólar, la libra esterlina o el
euro. Las exigencias básicas y tareas de las cajas de conversión son:
 El país subordinado debe adquirir suficientes reservas de moneda
extranjera para asegurar a todos los tenedores de moneda propia que
podrán convertirla en la moneda propia.
 La moneda subordinada debe ser totalmente convertible contra la
moneda de reserva.
 El tesoro/banco central subordinado abdica de imprimir dinero
discrecionalmente, aunque retiene su capacidad de prestar.
 Una caja de moneda no presta dinero a los bancos comerciales o
manipula la tasa de interés para aumentar o disminuir la oferta de dinero
(como hacen los bancos de reserva).
Durante los siguientes años, la predicción del Ministro pareció acertada, ya que
Argentina disfrutó de bajas tasas de desempleo, estabilidad monetaria y fuerte
inversión extranjera. La productividad se disparó y las exportaciones alcanzaron nuevos
hitos. Durante gran parte de los 90, la economía creció a una tasa anual del 6%, incluso
sorteando una recesión suave causada por el peso mexicano en 1995.

Pero hubo un serio revés para el peso, que tenía un valor alto y estable por su
vinculación al dólar: se había vuelto caro producir mercancías en el país, por lo que al
abrir el mercado nacional a las importaciones extranjeras produjo una inundación de
bienes baratos importados, que minaron las industrias locales y barrieron cientos de
miles de puestos de trabajos. Más aún, a causa de la integración global promocionada
por el FMI, la economía argentina se había hecho más susceptible a los shocks externos
como la crisis asiática de 1997-8, el crash de la economía rusa de 1998 y la crisis de la
moneda que afectó a Brasil en 1999 [la mayoría de los economistas argentinos opina
que la crisis que realmente afectó a la economía argentina y que desencadenó la crisis
de 2001-2 fue la de Brasil, porque por su tamaño y proximidad, Brasil era el principal
cliente de Argentina. El real también fue vinculado al dólar (para luchar contra la
inflación) desde su creación en 1994 hasta que en enero de 1999 Brasil dejó flotar su
moneda (se dejó que la cotización fuera determinada por el mercado cambiario), y la
moneda brasileña perdió las 3/4 partes de su valor (pasó de 1 a 1, a 1 a 4). Desde ese
mismo momento, Argentina era incapaz de competir con ningún país importante del
mundo, y se llenó de mercancías brasileñas]. Como resultado del deterioro de la
economía mundial, el acceso de Argentina a los mercados de capital se secó.
Anteriormente celebrada por los oficiales del FMI y el BM como “modelo a imitar”, la
orgullosa nación sudamericana estaba ahora al borde del colapso.

En enero de 2002, después de meses violentas protestas callejeras en las


principales ciudades, Argentina formalmente anunció que no iba a pagar su masiva
deuda pública de 141.000 millones de dólares. Para evitar una ruptura social completa,
Eduardo Duhalde, el 5º presidente en 2 semanas, limitó el acceso del público a sus
ahorros depositados en los bancos [corralito] y desvinculó el peso del dólar. En horas,
la moneda perdió un tercio de su valor, robando a la gente común los frutos de su
trabajo [a aquellos que tenían depósitos en dólares en los bancos]. “Argentina está
rota, hundida”, admitió el Presidente, “y el modelo neoliberal se lo ha llevado todo con
él”. El progreso económico ha tenido desde esos días oscuros, cosas buenas y malas. En
la parte buena, el PIB del país ha crecido a una media de casi un 9% anual, gracias a
una exitosa reestructuración de la deuda, una reducción de la carga de la deuda
externa, excelentes condiciones financieras internacionales y una política monetaria y
fiscal en expansión [y a un aumento de los precios de los productos que exporta
(minería, productos agrícolas y algo de industria, sobre todo automovilística) y a un
aumento de la producción de estos bienes]. De otro lado, la inflación alcanzó un nivel
de dos dígitos en 2006. El Presidente Néstor Kirchner, un “peronista-centrista”,
respondió a esta amenaza implementando acuerdo de precios con los empresarios.
Pero estos acuerdos de precios han congelado las tarifas de electricidad y gas natural
solo para los usuarios residenciales, lo que llevó a un aumento del consumo de ambos
ítems, a una reducción de los beneficios de las empresas suministradoras y a una
reducción de la inversión privada, y por lo tanto, a restricciones para el uso industrial y
apagones en 2007.

No hay duda de que Néstor Kirchner y su sucesora, su esposa Cristina, han


reconvertido la economía neoliberal en una variante moderada del neoliberalismo. Por
ejemplo, en 2008 Cristina Kirchner anunció el plan de su gobierno de nacionalizar los
fondos de pensiones privados de 30.000 millones de dólares para proteger a los
jubilados de la caída de valores y de los precios de los bonos [esa fue, sin duda, la
explicación oficial, pero el motivo real fue obtener un aumento de los fondos públicos].
Una feroz crítica del Consenso de Washington, la Presidenta se ha visto obligada a lidiar
con las consecuencias internas de la crisis económica mundial en el marco
internacional del grupo de los 20.

El grupo de los 20

Los ministros de finanzas y los gobernadores de los Bancos centrales del grupo
de los 20 (G-20) es un grupo de importantes líderes económicos de las 19 economías
más grandes del mundo más la Unión Europea. Su propósito es promocionar el debate
entre los líderes del G-20 para abordar cuestiones políticas relativas a la promoción de
la estabilidad financiera internacional. A raíz de la crisis financiera global ha reunido
los jefes de gobierno de más del 60% de la población mundial, del 85% del PIB
mundial y del 80% del comercio mundial.

MÉXICO
Las condiciones bajo las cuales el neoliberalismo llegó a México a principios de
los 80 fueron similares a aquellas existentes en la Argentina. En ambos casos, las
reformas orientadas al mercado fueron precedidas por la re-evaluación de las
estrategias de la industrialización desarrollista, que había creado barreras al comercio
exterior para proteger las industrias nacionales de la competencia estratégica.
Caracterizado por una fuerte intervención gubernamental a través del desarrollo y la
intervención de las empresas estatales, la versión mejicana del desarrollismo consiguió
reformas sociales y compromisos de clase al precio de una alta inflación y un bajo
crecimiento económico. Al igual que países sudamericanos como Argentina y Brasil,
México compensó su déficit fiscal y anual durante la mayor parte de los 70 y principios
de los 89 pidiendo dinero prestado a los bancos comerciales extranjeros [la deuda
externa argentina tiene, en general, un origen muy distinto]. En agosto de 1982, el
Ministro de Finanzas de México, Jesús Siva Herzog, declaró que su país no sería capaz
de servir más su deuda externa. El default de México provocó la crisis de la deuda
externa de América Latina, durante la cual, la mayoría de los principales prestamistas
internacionales, o redujeron, o paralizaron totalmente la concesión de nuevos
préstamos a la región. Descansando en los prestamos masivos del FMI para evitar una
catástrofe social, los distintos gobiernos mejicanos a finales de los 80 y durante los 90
fueron obligados a aceptar las SAP [programa de ajuste reestructural] que iban
anexadas a las muy necesitadas infusiones de capital.

La transformación neoliberal de México ocurrió principalmente en dos etapas


bajo dos líderes bastante diferentes: el Presidente Carlos salinas de Gortari (1988-94) y
el Presidente Ernesto Cedillo Ponce de León (1994-2000). Las reformas orientadas al
mercado de Salinas fueron acompañadas de medidas políticas autoritarias, aunque un
poco menos severas que las impuestas por Pinochet en Chile. El punto culminante de
las reformas neoliberales de Salinas fue, sin duda, la integración en el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (NAFTA). Para implementar los acuerdos comerciales
junto con los programas de ajuste temporal prescritos en el Consenso de Washington,
el gobierno de Salinas trabajó conjuntamente con un grupo de economistas
neoliberales de elite – la versión mejicana de los Chicago boys. Tras montar una
poderosa alianza de economistas, expertos en política y líderes de negocios que
representaban a las mayores corporaciones del país, el Presidente tenía la esperanza
de atraer inversiones directas extranjeras, que él pensaba que eran esenciales para
asegurar a México un futuro orientado a las exportaciones.

Sin embargo, el 1 de enero de 1994 – el día anterior a que entrara el NAFTA en


vigor – la elite gobernante de México encontró un desafío inesperado a su
neoliberalismo económico: un levantamiento popular en el estado sureño de Chiapas.
Una banda de izquierdistas luchadores por la “liberación nacional” que se llamaban a sí
mismo como “zapatistas”, por un líder revolucionario agrarista, Emiliano Zapata, se
enfrentaron con las tropas de gobierno en un intento, que finalmente resultó fallido, de
iniciar una revolución nacional. Sin embargo, se las arreglaron para llamar la atención
del mundo sobre el impacto que las políticas neoliberales ocasionaban sobre los
pobres y las poblaciones indígenas en el Sur Global. A pesar de este fracaso, el
levantamiento de Chiapas dio como resultado una serie de protestas por toda la nación
dirigidas a lo más alto del gobierno de Salinas, que acabó deteriorando el poder del
Partido Revolucionario Institucionalista (PRI), el cual se había atrincherado en el poder
durante más de seis décadas. Los protestantes anticorrupción enseguida se unieron
con grupos disidentes. La inestabilidad política y la incertidumbre económica crecieron
en México con los secuestros de conocidos hombres de negocios y el asesinato del
líder del PRI y candidato presidencial Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo de 1994.

Alarmados con el deterioro de la situación política, los inversores empezaron a


retirar sus fondos a una velocidad alarmante, iniciando con ello una crisis económica.
Asumiendo el poder en esos días difíciles, el sucesor de Salinas, Ernesto Zedillo trató de
vincular la economía recientemente liberalizada a un programa más amplio de política
democrática inclusiva de varios grupos de intereses. Una de las primeras decisiones
que el nuevo presidente tuvo que tomar fue la desvinculación del peso al dólar, con lo
que la divisa estadounidense se revalorizó en algo más de un 50% en solo unos pocos
días [según Wikipedia, de $3,40 a $8,70]. Esto hizo que los mejicanos no pudieran
pagar las deudas contraídas en dólares. En un esfuerzo a la desesperada de cimentar
las relaciones del gobierno con el mundo de los negocios y restaurar la confianza de los
inversores extranjeros, Zedillo aceptó el paquete de rescate del FMI por valor de casi
40.000 millones de dólares a cambio de implementar un severo plan de austeridad que
incluyó recortes en el gasto público y una elevación de las tasas de interés.
Posteriormente, Clinton concedió un préstamo de 50 mil millones de dólares a México.
La implementación de estas medidas neoliberales trajeron a la economía mejicana un
alivio a corto plazo pero al coste de un aumento de la inequidad social [el aumento de
los tipos de interés, según Krugman, aumentó los costes de financiación, tanto de las
empresas como de los particulares (muchas empresas y particulares se arruinaron), y
retrajo la demanda de nuevos créditos, miles de mejicanos se quedaron sin empleo o
perdieron sus casas, con la consiguiente migración a las grandes ciudades,
especialmente México DF, pasando así de clase media a lumpen proletarios. La crisis
del Tequila, como se la denominó, acabó afectando a otros países, principalmente a
Argentina].

Zedillo demostró su compromiso con una gobernabilidad más abierta al iniciar


discusiones con los zapatistas y consiguió un acuerdo de introducir cambios en la
Constitución mejicana para extender la representación política en la legislatura a los
indígenas mexicanos. Tras prometer mayor transparencia política, Zedillo nombró a
varios miembros de la oposición en puestos clave del gobierno, y nombró a jueces
relativamente independientes que, a veces, dictaban sentencias contra el gobierno.
Finalmente, el Presidente se enzarzó en una serie de discusiones con políticos
regionales y locales a los que señaló su disposición a transferir parte de la autoridad
central del gobierno. Esta nueva tendencia de combinar reformas económicas con una
mayor apertura política continuó bajo la presidencia de Vicente Fox Quesada (cuya
elección acabó con siete décadas de gobierno del PRI) y Felipe Calderón. Aunque este
último está bien cercano a los círculos a favor del libre mercado de los EEUU, los
ajustados resultados de las elecciones de 2006, que casi resultó en la elección de un
candidato anti-NAFTA, López Obrador, sugiere el creciente desencanto del electorado
con el neoliberalismo. De hecho, el débil mandato popular para el programa neoliberal
de Calderón, ha sido reducido aún más por la actual crisis económica mundial.
GHANA
Tras investigar el impacto del consenso de Washington en Latinoamérica, no
debemos sorprendernos por encontrar los mismos patrones en África. Los
desarrollistas nacionalistas que dirigieron sus gobiernos en la década de los 50 y los 60
tenían un programa económico y social muy ambicioso, que iba más allá de la
capacidad financiera de muchos países subsaharianos. Durante la siguiente década,
estos gobiernos volvieron su mirada hacia los bancos comerciales internacionales
inundados por petrodólares árabes y prestamistas públicos, triplicando su deuda hasta
los 235 mil millones de dólares en el momento en que la Tercera Crisis Mundial de
Deuda golpeaba el mundo en 1982. Como respuesta a esa calamidad, los estrictos
programas de ajuste estructural diseñados por el FMI y el Banco Mundial obligaron a
29 de esos países a adoptar el modelo neoliberal antes de que terminara la década.
Durante los felices noventa, la familiar dinámica de las medidas de desregulación,
liberalización y privatización obligaron a orientar la producción a la exportación
(especialmente en los monocultivos y la explotación de recursos naturales) a expensas
de la producción de alimentos domésticos, exponiendo a muchos países africanos a
hambrunas, epidemias y la consiguiente inestabilidad política. A pesar de la adopción
de los imperativos del libre mercado generados en el norte global, el comercio de
mercancías en el continente cayó del 7% del comercio mundial en los 70 a menos del
0,5% en los 90. En vez de recuperación económica y pago de todas las deudas externas,
el último cuarto de siglo de neoliberalismo ha visto las más bajas tasas de crecimiento
económico nunca vistas antes en África, junto al más rápido crecimiento de las
desigualdades en riqueza y bienestar.

En el discurso dominante del globalismo de mercado, la posición de África en la


economía global es, a menudo descrita, en términos de exclusión y marginalización. Las
principales cuentas ofrecidas por el Banco Mundial y otras instituciones
gubernamentales caracterizan el desarrollo político y económico de África como
“débil”, “disfuncional”, “pobre”, “violento”, “plagado de enfermedades como el SIDA y
la malaria”, “desintegrado en estados fallidos” y más cosas de este estilo. Sería una
exageración decir que en África se ha escrito la historia de la globalización neoliberal
por su presunta capacidad de atraer la inversión privada por “las prácticas de mal
gobierno”, “desorden” y “la guerra civil endémica”. Pero lo que queda fuera de los
adjetivos anteriores es tan importante como lo que enfatizamos. Como veremos en el
caso de Ghana, algunos países africanos han sido capaces de atraer cantidades
sustanciales de capital externo, especialmente para sus industrias extractivas de
minerales. Según un informe de la Comisión de las Naciones Unidas del Comercio y
Desarrollo, la inversión directa extranjera en África saltó desde los 2 mil millones de
dólares en 1986 a 15 mil millones en 2003. Mientras esta última cantidad es todavía
muy pequeña medida en patrones mundiales, esto proporciona bastante evidencia
para desafiar el estereotipo de un África invisible. De hecho, parece que la imagen
dominante de un “continente negro” irredimible política y económicamente se basa en
profundas imágenes coloniales que en realidad, facilitan la extracción de los beneficios
por las poderosas corporaciones transnacionales en connivencia con las poderosas
elites nacionales.
Nuestro breve examen de Ghana nos permitirá ejemplificar estos grandes
cambios socioeconómicos que han dado forma al sur del Sahara en las os últimas
décadas. Empecemos recordando el tejido social de la Ghana postcolonial formado por
el Presidente Kwame Nkrumah y su populista Partido de la Convención del Pueblo.
Como campeón del nacionalismo económico y del desarrollismo, Nkrumah se las
arregló para movilizar grupos marginados como los trabajadores y las mujeres, tras su
visión social de una “nueva Ghana”. Muy sospechosos por el capitalismo occidental,
Nkrumah eligió el camino de la industrialización protegiendo la industria naciente de su
país de la competencia extranjera. Pero su fuerte apoyo a los principales proyectos de
infraestructuras como la presa hidroeléctrica de Akosombo le obligó a dirigir los
escasos recursos financieros de su país desde la agricultura al sector industrial. Ligado a
un estilo político más bien autoritario que no le cayó nada bien, tanto a las elites
rurales tradicionales como a los modernistas capitalistas, el presidente fue desplazado
del poder por un golpe militar en 1966. Dos años más tarde, el gobierno liderado por
Kofi Busia flirteó con algunas reformas suaves dirigidas al mercado que apoyaban la
acumulación de capital y los mecanismos del precio de mercado en ciertos bienes. Sin
embargo, la economía ghanesa dio un giro a peor en los 70, cuando el precio del cacao
– el principal producto de exportación del país – se derrumbó.

Tras una serie de golpe de estados en pocos años, se instaló en el poder el


teniente de la fuerza aérea, Jerry Rawlings, que como su contraparte argentino, Carlos
Menem, renunció a su posición nacional-populista cuando se dio cuenta del estado de
agotamiento de las reservas de moneda extranjera del país. Tras aceptar las
condiciones impuestas por el FMI – recorte de gastos estatales, promover el desarrollo
del sector privado, atraer las inversiones extranjeras, reducir los controles de los
movimientos de capital y las barreras al comercio y el apoyo a la creación de
emprendimientos conjuntos entre empresas extranjeras e inversores locales – a
cambio de los préstamos que les eran tan necesarios, Rawlings embarcó al país en su
neoliberal Programa de Recuperación Económica. Después de encontrar una seria
resistencia de los sindicatos y varios movimientos estudiantiles, el hombre fuerte de
Ghana aumentó su presión autoritaria sobre la izquierda política para llevar a cabo sus
reformas de libre mercado. Esencial en la visión económica de Rawlings era la idea
neoliberal que la transformación del sector público en dinámicas compañías privadas
crearía miles de nuevos puestos de trabajo, elevaría los ingresos y aumentaría el flujo
de inversiones extranjeras al privatizar empresas estatales como cebo. Además de
recortar severamente los programas de bienestar social y reducir los subsidios
alimenticios, Rawlings disminuyó las tarifas sobre las importaciones y desreguló el
sistema bancario de su país. Como en los países de América Latina que hemos
examinado, los resultados fueron mixtos. La inflación se redujo desde el más del 100%
anual a principios de los 80 a alrededor del 30% al final de la década. Al mismo tiempo,
el desempleo y el número de personas que vivían bajo el umbral de la pobreza
aumentaron significativamente. Los principales beneficiarios de la devaluación de la
moneda fueron los grandes terratenientes y los inversores extranjeros involucrados en
los cultivos de cacao, la extracción de maderas y productos mineros como el oro.

Como contraste, los trabajadores urbanos sufrieron el aumento de los precios de


los bienes importados mientras sus salarios crecían mucho más despacio. El gobierno
eliminó los controles de capital, lo que permitió a los inversores globales, acreedores
extranjeros y las corporaciones transnacionales, que ahora eran libres de repatriar los
beneficios tras pagar unas tasas mínimas. La liberalización del comercio elevó tanto las
importaciones como las exportaciones, especialmente aquellas con fuertes lazos con
las inversiones de capital extranjero. La privatización de las industrias estatales sirvió a
los intereses de los inversores extranjeros y nacionales que estaban en posición de
adquirir estas industrias a precio vil. Los mayores precios de las semillas de cacao y de
otros productos agrícolas se tradujeron en beneficios mayores para los grandes
terratenientes mientras los pequeños granjeros y los trabajadores agrícolas se
arruinaron.

La minería del oro en Ghana y la era del neoliberalismo


A primera vista, la privatización de las minas de oro en Ghana en los 80 y 90
parece haber alcanzado lo que los neoliberales habían predicho. Este sector atrajo
cantidades muy grandes de IED y llevó la producción a niveles altos desde 300.000
onzas en 1985 hasta 2.336.000 onzas en 2001. A mitad de la primer década del S XXI,
el oro reemplazó al cacao como principal exportación ghanesa. Sin embargo, un
informe del BM también pone de manifiesto los efectos negativos de la privatización.
Primero, la minería intensiva de capital requieren importaciones caras de material y
maquinaria importados y eso produjo solo aumentos modestos en la balanza exterior
de Ghana. Segundo, los ingresos fiscales son escasos, debido a los incentivos fiscales a
las empresas extranjeras. Tercero, las modernas técnicas en las minas a cielo abierto
redujeron drásticamente el número de trabajadores necesarios para extraer oro,
creando apenas unos pocos puestos para la fuerza de trabajo ghanesa. Cuarto, la
minería a gran escala compite con la agricultura por la tierra arable, impactando
negativamente en la viabilidad de las economías locales. Por último, la minería de oro
ha estado implicada en casos serios de degradación medioambiental.
Durante la mayor parte de los 90, Ghana disfrutó de un enorme aumento de la
inversión extranjera que daba un promedio de 133 millones de dólares anuales
mientras que la producción de oro creció cerca de un 40%. Durante ese período, los
mercados financieros del país se desenvolvieron bien, aunque muchos ghaneses no se
pudieron permitir comprar acciones o bonos. Pero la economía ghanesa cayó en una
crisis en 1999-2000 cuando el precio del cacao y el del oro se hundieron mientras el
precio del petróleo importado se incrementó dramáticamente. Una vez más el
gobierno se vio obligado a depender de préstamos externos a exorbitantes tasas de
interés, la inflación aumentó al 40% y la moneda nacional se devaluó un 30%. Más
recientemente, el Presidente elegido democráticamente, John Kufuor, buscó
inversiones extranjeras con poco éxito, se enfrentó a una inflación rampante y al
colapso económico, y en febrero de 2008, aceptó un acuerdo con el FMI y el Banco
Mundial que colocó a Ghana bajo la protección del programa Países Pobres Altamente
Endeudados (PPAE).

El presidente explicó su decisión al pueblo ghanés afirmando que el acuerdo


proporcionaría al país la cancelación parcial de los 5.800 millones de dólares de la
deuda que tanto necesitaban. Kufuor argumentó que esas medidas, combinado con los
ingresos esperados procedentes de los recientes descubrimientos de petróleo en el
país pondrían a la economía de Ghana otra vez en marcha. Por otra parte, aseguró que
el alivio ofrecido por el programa PPAE permitiría a su gobierno invertir lo ahorrado en
bienestar social. Pase lo que pase a Ghana en el futuro, parece claro que su economía
no ha cumplido con las expectativas y los estándares establecidos para ello por el FMI y
el Banco Mundial hace varias décadas.

Países Pobres Altamente Endeudados (PPAE)


PPAE comprende alrededor de 40 países con altos niveles de pobreza y deuda
externa. Son elegidos para una asistencia especial del FMI y del Banco Mundial, que
les proporciona un alivio de la deuda y préstamos a bajo interés para reducir los pagos
de la deuda externa hasta unos niveles sostenibles. Pero esta forma de asistencia
depende de la habilidad del gobierno nacional para ejercitar un gerenciamiento
económico claro.

Índice de desarrollo humano (IDH) de Ghana 2005


Valor IDH Esperanza de vida Tasa de Tasa bruta de PIB per cápita
al nacer (años) alfabetización de matriculación (Paridad Poder
adultos (% edad > primaria, Adquisitivo u$s)
15 años) secundaria y
terciaria
1. Islandia (0,968) 1. Japón (82,3) 1. Georgia (100’0) 1. Australia 1. Luxemburgo
(113,0) (60.228)
133. Bután (0,579) 135. Timor 115. Sudán (60,9) 144. Congo (51,4) 124. Camboya
Oriental (59,7) (2.727)
134. Comores 136. Haití (59,5) 116. Burundi 145. Ruanda 125. Papua Nueva
(0,561) (59,3) (50,9) Guinea (2.563)
135. Ghana 137. Ghana (59,1) 117. Ghana (57,9) 146. Ghana (50,7) 126. Ghana
(0,553) (2.480)
136. Pakistán 138. Gambia 118. Papua Nueva 147. Benín ((50,7) 127. Pakistán
(0,551) (58,8) Guinea (57,3) (2.370)
137. Mauri-tania 139. Madagas-car 119. Yemen (54,1) 148. Tanzania 128. Angola
(0,550) (58,4) (50,4) (2.335)
177. Sierra Leona 177 Zambia (40,5) 139 Burkina Faso 172. Níger (22,7) 174. Malawi (667)
(0.336) (23,6)
Índice de Desarrollo Humano de Ghana 2005. El Índice de Desarrollo Humano es usado por el
Programa de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Está dirigido a proporcionar una medida más
completa de la condición humana y la experiencia de la gente viviendo en el país que la típicamente
ofrecida por las estadísticas estándar como el PIB per cápita solamente. Designado según la proposición
de que “la gente es la riqueza real de la naciones”, indicadores como la esperanza de vida, el alfabetismo
de adultos y el PIB (medido en términos de poder adquisitivo), se clasifican y se comparan entre las
naciones.

OBSERVACIONES FINALES
Nuestro examen sobre el impacto que causó el Consenso de Washington sobre
América Latina y África revela la existencia de patrones y resultados similares. Desde la
perspectiva del FMI y del Banco Mundial, las reformas orientadas al mercado en la
región fueron necesarias para producir un crecimiento económico sostenido y sacar a
millones de personas de la pobreza. Para conseguir este fin, estas dos instituciones
económicas internacionales enlazaron su asistencia financiera a la adopción de
programas de ajuste estructural anclados en un modelo de prescripciones de una-talla-
única. Incluso si pusiéramos a un lado las objeciones a la doctrina liberal misma, sería
bastante obvio que la búsqueda de reformas neoliberales “para hacer que los
mercados funcionen” debería considerar que no todos los mercados “funcionan”
exactamente del mismo modo y de acuerdo a las mismas reglas. Y también está el
problema de aplicar las mismas formulas rígidas en diferentes contextos sociales. Los
remedios neoliberales aplicados en América Latina y África son estrategias
microeconómicas basadas en supuestos sociales, culturales y políticos específicos. Los
principios neoliberales de la “iniciativa empresarial” y la “maximización del beneficio”
no son necesariamente normas universales que pueden ir goteando en el “mundo en
desarrollo”. De hecho, no tiene mucho sentido pensar que las recetas políticas del
Consenso de Washington podían ser implementadas por decreto en el curso de tan
solo una o dos décadas. Sin embargo, y a favor de estas instituciones, ambas han
pensado en replantear sus estrategias desgastadas por el tiempo. Además, la actual
crisis financiera mundial ha obligado a los líderes políticos, tanto del Norte como del
Sur, a cuestionarse el diseño y las prácticas neoliberales en la arquitectura económica
mundial.

CAPÍTULO 6: CRISIS DEL NEOLIBERALISMO DE


2006 EN ADELANTE.
Como hemos visto en los capítulos previos, a finales de los felices 90, el
neoliberalismo, en varias de sus permutaciones y modificaciones, se había expandido
por muchas partes del mundo. Sus poderosos abogados en occidente habían empleado
la narración convincente de la inevitabilidad de la globalización de mercado para
convencer a la gente de que la globalización del comercio y la regulación mínima de los
mercados darían como resultado un crecimiento económico alto y una mejora de las
condiciones de vida mundiales. Y sin embargo, además de confiar en este potente
arsenal de representación ideológica, la difusión del neoliberalismo requiere, a veces,
la cooptación de las élites locales, a menudo a través de la coerción indirecta a través
de las instituciones económicas internacionales como el FMI y el Banco Mundial, los
cuales insistieron en la adopción de programas de ajuste estructural a cambio de los
tan necesitados préstamos.

A pesar de sus innegables logros en, por ejemplo, la superación de la estanflación


de los años 70, el neoliberalismo creó tanto vencedores como vencidos en la economía
que se iba globalizando. Su distribución desigual de los beneficios materiales diseminó
desafíos serios y crisis como la rebelión del Ejército de Liberación Nacional Zapatista de
1994 contra el Consenso de Washington y la Crisis Financiera Asiática de 1997-8, que
fue pronto seguida por los colapsos económicos de Rusia y Brasil. Un año más tarde,
millones de gente ordinaria en todo el mundo tomaron las calles en Seattle
Washington, Washington DC, Davos, Salzburgo, Melbourne, Manila, Praga,
Gotemburgo y otras ciudades del mundo para protestar contra la ampliación de las
inequidades sociales y explotación de las condiciones de trabajo que las multitudes
atribuían al comercio mundial y al programa de desarrollo designado por el FMI y la
Organización Mundial del Comercio. Las protestas masivas de agosto de 2001 en la
cumbre del G-8 en Génova, Italia, dio una indicación clara de que millones de gente de
todo el mundo rechazó el sueño neoliberal de un único mercado global alimentado por
el sueño consumista incesante. Enfrentándose al gigante mercado de la globalización,
estos manifestantes antiglobalización se fusionaron con éxito a un “movimiento de
justicia global” de tamaño considerable. Establecieron el Foro Social Mundial de Brasil
como su lugar de reunión anual, en el cual escribieron su Carta de Principios anti-
neoliberales anclados en su convicción de que “otro mundo” era posible.

Las fuerzas nacionalistas de la derecha política reaccionaron ante las tensiones


culturales y étnicas en un mundo cada vez más globalizado, castigando al globalismo de
mercado por la ruptura de la comunidad y los modos de vida tradicionales, por los
niveles cada vez mayores de inmigración en sus países y por el empobrecimiento de los
pequeños agricultores. Líderes políticos populistas, como Patrich Buchanan en los
Estados Unidos, Jörg Haider en Austria, Jean-Marie Le Pen en Francia, Christoph
Blocher en Suiza, Gianfranco Fini en Italia, Pauline Hanson en Australia y Wiston Peters
en Nueva Zelanda al neoliberal “fundamentalismo de mercado”. También denunciaron
el comercio libre, el aumento del poder de los inversores globales, la “externalización”
de los puestos de trabajo de las manufacturas y fabricaciones nacionales como
prácticas “antipatrióticas” que han contribuido a la caída del nivel de vida y del declive
moral. En el Sur global, voces similares de nacional-populismo culparon a globalización
neoliberal de la expansión del poder estadounidense. Por ejemplo, el Presidente de
Venezuela Hugo Chávez se comprometió a defender su país por semejante
“internacionalismo neoliberal”.

Ridiculizando a lo que consideraban como “proteccionismo obsoleto” y estrechez


de miras de sus críticos de la derecha, los neoliberales de la segunda ola reaccionaron
especialmente fuerte contra sus desafiantes de la izquierda. Afirmando que pretendían
actuar de una manera puramente defensiva, los líderes políticos en el poder
comenzaron de descansar en los poderes coercitivos del Estado para mantener a esos
antiglobalizadores en jaque. Además, los principales medios de comunicación crearon
y difundieron el estereotipo del joven anarquista varón con la cara tapada con un
pañuelo palestino arrojando un coctel Molotov, imagen ampliamente difundida por las
audiencias televisivas. Estos intentos de estabilizar el modelo neoliberal mediante la
generación de miedo eran cada vez más reflejados en los discursos públicos. Por
ejemplo, los mercados globalizados se retratan ahora como necesitados de una
protección contra los manifestantes violentos e irracionales. Parecía que la
supuestamente “inevitable” evolución de la globalización de los mercados ahora
necesita ser ayudada por fuertes medidas de aplicación de la ley para derrotar a los
“enemigos de la democracia y del libre mercado”.

Pero el factor del miedo no entró totalmente en juego hasta los sucesos
traumáticos del 11 de septiembre de 2001, cuando fuerzas radicales del jihadismo
global atacaron lo que ellos consideraron como los símbolos “materialistas” y “ateos”
de la sociedad más neoliberal del mundo. En aquel día en que Al Qaeda lanzó sus
ataques atroces, el lazo entre la violencia política y los manifestantes anti-globalización
estaban ya tan firmemente anclados en la mente del público, que un número relevante
de comentaristas políticos denominaron “elementos radicales” a los principales
sospechosos. Cuando quedó claro que la red terrorista liderada por Osama Bin Laden y
Aiman al-Zawahiri estaba detrás de estas tremendas atrocidades, el estereotipo
negativo del caótico movimiento de justicia social fue rápidamente eclipsado por la
imagen amenazadora de los extremistas islámicos organizados en células clandestinas
por todo el mundo. El Presidente George Bush y el Primer Ministro Tony Blair vieron la
oportunidad de aprovechar la crisis de la seguridad mundial para extender la
hegemonía del neoliberalismo sobre nuevos términos. Por ello, en los primeros años
del siglo XXI, el lenguaje neoliberal se fusionó con un esquema de seguridad
neoconservador. A los gobiernos de los distintos países se les dijo, en términos
inequívocos, que debían permaneces con el líder del neoliberalismo global – los
Estados Unidos de América – en el lado de la “civilización” contra las fuerzas del
terrorismo global o afrontar las consecuencias de su errónea decisión. Ser “civilizado”
significa no solo abrazar el estilo de democracia estadounidense y los mercados libres,
sino también abstenerse de criticar la política exterior estadounidense. Países como
Francia, Alemania y Rusia, que se opusieron a la invasión de Irak de 2003, pagaron un
alto precio por su insubordinación: el gobierno vengativo de Bush simplemente les
eliminó del lucrativo negocio de la reconstrucción de un país devastado.

Inicialmente confinada a Afganistán e Irak, la así llamada “Guerra Global contra el


Terror” pronto se expandió a otras partes del mundo, como Somalia e Indonesia, y más
recientemente, a Pakistán y de vuelta a Afganistán. Al mismo tiempo, las células
terroristas de Al Qaeda continuaron su campaña yihadista. Su imperativo ideológico era
muy simple – reconstruir una umma unificada global (una comunidad unificada de
creyentes) enfrentada a los “no creyentes” – resonó con la dinámica del mundo en
proceso de globalización. La yihad fue mantenida por el atractivo especial que era para
los jóvenes musulmanes alienados entre las edades de 15 a 25 años, muchos de ellos
vivieron durante períodos prolongados de tiempo en occidente, especialmente en
Europa. Responsables de los más espectaculares ataques terroristas realizados entre el
11 de septiembre de 2001 y los ataques con bombas del 7 de julio de 2005, los
terroristas reclutados compartían la convicción de que la “economía destructiva y
usuraria mundial” constituye un arma deliberada en las manos de occidente para
“imponer el ateísmo y la humillación” sobre el mundo islámico.

Escalofriante análisis coste-beneficio de los ataques del 11/9 de Osama Bin


Laden
Al Qaeda gastó medio millón de dólares en los ataques del 11/9, mientras que
los Estados Unidos perdieron más de 500 mil millones de dólares, según la estimación
más baja. Esto hace 1 millón de dólares por cada dólar gastado. A esto habría que
añadir la enorme cantidad de puestos de trabajo perdidos y el déficit federal que
ocasionó, estimado en más de un billón de dólares. Todavía más serio para los Estados
Unidos fue el hecho de que los muyahidines obligaron a Bush a realizar un
presupuesto de emergencia para continuar la guerra en Irak y Afganistán. Esto
muestra el éxito de nuestro plan para sangrar a los Estados Unidos hasta el punto de la
bancarrota, con la ayuda de Dios.
Fuente: Osama Bin Laden, “Las torres de Líbano” (29 de octubre de 2004) en Mensaje para el
Mundo: las afirmaciones de Osama Bin Laden, editado por Bruce Lawrence y traducido por James
Howarth (Londres: Verso, 2005) p. 242.
En su mensaje entregado en un video en septiembre de 2007, Bin Laden desató
la andanada más feroz contra el neoliberalismo y la “corrupción del sistema político de
los EEUU”. Unió la participación de la administración de Bush en Irak a los intereses de
las corporaciones transnacionales que tenían al mundo entero por rehén por la pelea
de obtener sus beneficios relacionados con la guerra. Adjudicando al “sistema
capitalista” la intención de “convertir al mundo entero en un feudo de las grandes
corporaciones bajo la etiqueta de la globalización”, Bin Laden articuló una crítica contra
la globalización neoliberal de mercado que fue compartida por los opositores al
neoliberalismo, a través de la división ideológica izquierda/derecha – aunque los
principios y métodos horribles de al Qaeda han sido inequívocamente denunciados por
los dirigentes del movimiento de justicia global. Por lo tanto, cuando el colapso del
mercado estadounidense de bienes raíces a finales de 2007 provocó lo que se conoce
como la “crisis financiera global”, el neoliberalismo ya había sido sometido a las fuerzas
de la izquierda y la derecha radicales durante casi una década.

LA CRISIS FINANCIERA GLOBAL: CAUSAS Y


CONSECUENCIAS
Durante los 80 y los 90, el mercado de hipotecas estadounidense fue estimulado
por tres gobiernos neoliberales sucesivos que elevaron los límites de las hipotecas y
redujeron los límites mínimos de activos requeridos para los préstamos. Empezando
con la administración Reagan, esos gobiernos contribuyeron a la desregulación de la
industria financiera de los Estados Unidos. Quizás la iniciativa más importante en este
sentido fue el asalto a la ley Glass-Steagall, que fue firmada por el Presidente Roosevelt
en 1933, y que prohibía a los bancos comerciales realizar actividades de inversión en
Wall Street. Después de todo, el crash de 1929 y la Gran Depresión que le siguió habían
expuesto los peligros de la industria de ahorros y préstamos al participar en el frenesí
especulativo de Wall Street, y que había conducido a la bancarrota de muchos bancos
comerciales y la pérdida de los ahorros de sus clientes.

En la primavera de 1987, la Junta de la Reserva Federal votó a favor de aliviar


algunas de las regulaciones de la Glass-Steagall, argumentando que tres de los
controles efectivos sobre la especulación corporativa habían sido adoptados en los días
oscuros de la Gran Depresión, y que era muy poco probable la vuelta a otra crisis
económica a gran escala debido a: (1) una Comisión del Mercado de Valores [Securities
Exchange Commission (SEC)] muy “efectiva”; (2) el mayor nivel de sofisticación de
muchos inversores; (3) agencias de calificación de crédito como Moodys Investors que
entrega una información veraz y fiable a los inversores. A principios de los 90, grandes
bancos comerciales como J. P. Morgan, Citicorp y Chase Manhattan habían recibido
permiso de la Reserva Federal para subscribir títulos valores. En 1996, bajo la
presidencia de Alan Greespan, la Junta Directiva de la Reserva Federal permitió a las
compañías propietarias de los bancos invertir hasta un máximo de 25% de su volumen
de negocios en sus propios bancos afiliados en el negocio de la suscripción de valores.
En 1999, el Congreso votó derogar la ley Glass-Steagall y el Presidente Bill Clinton firmó
la nueva ley que permitía a los bancos comerciales poseer bancos de inversión sin
restricciones [Los bancos comerciales son los bancos que todos conocemos. Los que
captan ahorros y conceden préstamos, hipotecas, tarjetas de crédito, etc. Los bancos
de inversión manejan las carteras de inversión de los grandes clientes, intervienen en
fusiones y adquisiciones de empresas, buscan inversores en todo el mundo para la
emisión de un bono de una empresa privada o de un Estado, etc.]
Esta serie de desregulaciones neoliberales dieron como resultado un frenesí de
fusiones del que nacieron los grandes conglomerados de servicios financieros,
deseosos de sumergirse en áreas que no eran parte de su negocio tradicional.
Derivados, futuros financieros, credit default swaps (CDS) [una posible traducción sería
seguro de impago de créditos, o como Bernardo Recamán Santos, traductor del libro
De vuelta a la economía de la Gran Depresión y la crisis de 2008, de Paul Krugman,
tradujo por fondos de cubrimiento de riego] y otros instrumentos similares se volvieron
muy populares cuando nuevos modelos matemáticos computerizados sugirieron
modos más seguros de manejar el riesgo involucrado en la compra de un activo en el
futuro a un precio acordado en el presente [mercado de futuros]. Confiando mucho
menos en los depósitos de ahorro, las instituciones financieras pidieron prestado al
público y vendieron estos préstamos como si fuesen valores, traspasando el riesgo a los
inversores que compraron estos valores. Otros instrumentos financieros “innovadores”
como los “hedge funds” se apalancaron con fondos prestados alimentados por una
serie de actividades especulativas, incluidas la especulación contra monedas
nacionales [en realidad se refiere a apalancamiento financiero. Además de leer el
apartado del enlace de Wikipedia anterior, hay que tener en cuenta una cosa que dicho
enlace no dice, y que es crucial para explicar la crisis financiera de 2008: si la tasa de
beneficios obtenidos son menores que los intereses pagados (en el caso del ejemplo de
wikipedia, si la vivienda se revaloriza menos que los intereses a pagar por la hipoteca),
el apalancamiento financiero multiplica las pérdidas con respecto a la situación en que
la inversión se hubiese financiado con capitales propios en lugar de una hipoteca
(Fuente: De vuelta a la economía de la Gran Depresión y la crisis de 2008, de Paul
Krugman]. Miles de millones de dólares de inversión fluyeron en “residencias
respaldadas por hipotecas” complejas que prometían hasta un 25% de rentabilidad
sobre el capital.

Garantizados por las políticas monetaristas de Greenspan de mantener bajos los


tipos de interés y el crédito continuamente fluyendo, los bancos de inversión
aumentaron su búsqueda de capital comprando arriesgadas hipotecas “subprime” a
bancos comerciales y otras entidades financieras, que atraídos por las promesas de
grandes comisiones, aceptaban hipotecas de viviendas sin un pago inicial o con uno
muy pequeño y sin verificación de la capacidad de crédito del deudor. Cada vez más
populares en los Estados Unidos, muchos de estos préstamos eran hipotecas
vinculadas a las tasas de interés a corto plazo. Los bancos de inversión, sabiendo que
ya no podrían revender estos activos, hicieron agrupaciones que ya no estaban sujetas
a regulación gubernamental. De hecho, uno de estos complejos e innovadores
instrumentos de titulación – los llamados “obligaciones de deuda colaterizada”
[‘collateralized debt obligations’ (CDOs)] – a menudo escondían los créditos
problemáticos agrupándolos junto a activos de menor riesgo y revendiéndolos a
inversionistas desprevenidos.

¿Por qué, dada la escasa calidad de la garantía, los inversores institucionales y


personales seguían comprando estos valores respaldados por hipotecas? Uno puede
pensar en tres principales razones. Primero, como dijimos más arriba, formas
esotéricas de valores ocultan, a menudo, el grado de riesgo involucrado y los inversores
no se dieron cuenta de la complejidad de estos nuevos fondos de inversión. Segundo,
los inversores se basaron en la excelente reputación de los gigantes financieros, como
Bank Of America o Citicorp. En tercer lugar, confiaron en la valoración positiva que los
informes de las agencias de calificación, como Standard and Poor’s y Moody’s, que
fallaron al no ver como esas firmas estaban involucradas ellas mismas en la expansión
de la burbuja especulativa. Buscando maximizar sus beneficios. Estas agencias gigantes
de valoración de créditos tenían un gran interés en el crecimiento del mercado de
valores y, por lo tanto, tuvieron una visión extramadamente optimista de los riesgos
inherentes.

La caja de herramientas de Wall Street de los “inversores innovadores:


definiciones
Derivados [derivatives]: un activo financiero cuyo valor se deriva del de otros
activos.
Valores o títulos [securities]: activos como acciones o bonos para ser negociados
en el mercado secundario. Valores derivados incluye contratos futuros, opciones y
fondos mutuos.
Securitization: la unión de miles de préstamos o hipotecas en enormes carteras
que son reempaquetados y revaluados para ser divididos y vendidos a los inversores.
Credit Default Swaps [CDS]: derivados que permiten a los compradores a recibir
un pago por única vez en el caso en que se produzca un impago de la deuda de un
tercero con otra cuarta persona, que eventualmente, puede ser el mismo que compra
el CDS.
Hedge Funds: grandes fondos de inversión si regular abiertos a un número
limitado de profesionales o inversores que se dedican a una amplia gama de
inversiones, incluidas acciones, deudas y materias primas.
Cubrir riesgos [to hedge]: intento de evitar la pérdida de una inversión mediante
el uso de técnicas tales como las ventas al descubierto.
Venta en corto: alquiler de unos valores por un tiempo determinado a un
inversor que paga un interés por ello y que se compromete a recomprarlos en la fecha
indicada pagando el precio que fije el mercado en esa fecha. La venta en corto exige
que el inversor venda primero los papeles que alquiló, y si baja el precio, los recompra
más baratos y los revende al que le alquiló. Si el precio del título baja, las ganancias
del vendedor son debidas a la diferencia entre el precio de las acciones vendidas y el
precio de las acciones adquiridas para devolver los títulos prestados.
Apalancamiento: el uso de créditos para mejorar la capacidad de compra
especulativa de los inversores y, si la inversión tiene una tasa de rentabilidad superior
al tipo de interés, aumentar la rentabilidad de los fondos propios.
Arbitraje: la compra y venta simultánea de valores en diferentes mercados para
beneficiarse con la diferencia de precios en estos mercados.
Los elevados rendimientos de estos fondos de valores nuevos atrajeron más y
más inversores de todo el mundo, lo que totaliza rápidamente más de un billón de
dólares, lo que luego serán conocidos como “activos tóxicos”. Sin embargo, a mitad de
2007, la apisonadora financiera se quedó finalmente sin combustible cuando el
sobrevalorado mercado inmobiliario estadounidense comenzó a caer y las ejecuciones
de hipotecas se dispararon de forma espectacular. Finalmente los inversores se dieron
cuenta de los riesgos serios de invertir en el mercado de valores y perdieron la
confianza en él. Por ello, el valor de los fondos de hipotecas securitizadas cayó y los
bancos trataron desesperadamente, pero en vano, eliminar las deudas de su balance.
Algunas de las mayores y más venerables instituciones financieras, compañías de
seguros y suscriptores de hipotecas patrocinados por el gobierno, como Lehman
Brothers, Bear Sterns, Merrril Lynch, Goldman Sachs, AIG, Citycorp, J. P. Morgan Chase,
IndyMac Bank, Morgan Stanley, Fannie Mae y Freddie Mac -para nombra solo algunos-
o se declararon en bancarrota, o tuvieron que ser rescatados por la “nacionalización”
más espectacular en los Estados Unidos desde la Gran Depresión. Irónicamente, el
gobierno conservador de Bush se destacó por adquirir más de 700.000 millones de
dólares en valores hipotecarios en dificultades a cambio de una participación estatal en
las empresas involucradas. Gran Bretaña y la mayoría de los países industrializados
siguieron su ejemplo con sus propios paquetes de rescate de miles de millones, con la
esperanza que estas inyecciones masivas de capital a los enfermos de los mercados
financieros ayudaría a apuntalar las instituciones financieras considerada “demasiado
grandes como para permitir que fracasen”. Pero estos generosos paquetes de rescate
permitieron a los grandes conglomerados financieros perder incluso más dinero sin
tener que declarar la bancarrota. El costo pasado a los contribuyentes del mundo es
verdaderamente asombroso: las generaciones futuras tendrán que pagar miles de
millones de dólares usados en la financiación de estos paquetes de rescate.
Jefe Ejecutivo Empresa Paquete compensación Compensación diaria
2008 mill. Dólares (aprox.)
Sanjay K. Jha Motorola $104,4 $285.000
Lawrence J. Ellison Oracle $84,6 $233.000
Robert A. Iger Walt Disney $51,1 $140.000
Kenneth I. Chenault American Espress $42,8 $118.000
Vikram S. Pandit Citigroup $38,2 $105.000
Mark V. Hurd Hewlett-Packard $34,0 $93.000
Jack A. Fusco Calpine $32,7 $90.000
Rupert K. Murdoch News. Corp. $30,1 $82.000
David M. Cote Honeywell Int’l $28,7 $80.000
Alan G. Lafley Procter & Gamble $25,6 $71.000
Paquetes de compensación (salarios, bonos y stocks options) de los diez mayores CEOs de los
Estados Unidos

Fuente: New York Times, 5 abril de 2009


La gran debacle de Islandia
A principios de los 2000, el gobierno de esta pequeña nación de Irlanda
liberalizó a sus tres mayores bancos, permitiéndoles adquirir capital masivo de los
mercados de crédito globales. Al ofrecer intereses extremadamente altos sobre
cuentas de ahorro normales, los bancos islandeses atrajeron depósitos atrajeron
depósitos por valor de casi 2 mil millones de dólares de inversores europeos. Sin
embargo, cuando la crisis financiera global puso fin al crédito fácil y forzó la
devaluación de la corona islandesa, los bancos del país se encontraron incapaces de
financiar sus deudas, muchas de las cuales estaban nominadas en moneda extrajera.
Los depositantes trataron de acceder a su dinero, pero los bancos tenían insuficientes
reservas para cubrir todos los retiros de dinero y procedieron a congelar muchas
cuentas bancarias. Sin otra opción más que nacionalizar los bancos, como hizo en
octubre de 2008, el gobierno islandés pidió un préstamo de 10 mil millones de dólares
al FMI para evitar el colapso económico.
Sin embargo, una de las mayores consecuencias del fallo del sistema financiero
fue que los bancos trataron de reconstruir su capital base mientras difícilmente podían
permitirse mantener en préstamo grandes cantidades de dinero. El flujo del dinero se
congeló a un simple goteo y las personas y empresas que dependían del crédito
encontraron que era mucho más difícil de obtenerlo. Esta escasez de crédito impactó
en la rentabilidad de muchos negocios, forzándolos a disminuir la producción y
despedir trabajadores. El desempleo crecía mientras las bolsas caían dramáticamente.
El índice Nikkey de Japón cayó desde los 18.000 en julio de 2007 hasta alrededor de los
8.000 a principios de 2008. La media del Dow Jones Industrial cayó desde los 14.000 en
octubre de 2007 hasta por debajo de los 7.000 a principios de 2009. El CAC de París
cayó desde los 6.00o en octubre de 2007 hasta alrededor de los 3.000 a principios de
2009. A principios de 2009, 14.300 millones de dólares o el 33% del valor de las
compañías mundiales habían sido barridos.
Crisis financiera global: pérdidas y rescates de EEUU y países europeos en contexto (en miles de
millones de dólares, ajustados por inflación). Fuente: http://www.globalissues.org/

Traducción:

Línea 1: valor pérdidas compañías mundiales en bolsa – 14,5


Línea 2: PIB de los EEUU – 13,8
Línea 3: total hipotecas EEUU – 10,5
Línea 4: rescate EEUU – 9,7
Línea 5: ayuda prometida a los países pobres aún pendiente desde 1970 – 3,3
Línea 6: ayuda a los países pobres desde 1970 – 2,6
Línea 7: PIB del Reino Unido – 2,5
Línea 8: rescate europeo – 1,4
Línea 9: gasto militar mundial en 2007 – 1,3
Línea 10: rescate Reino Unido – 0,9
Línea 11: coste de la guerra en Irak y Afganistán desde 2001 – 0,7
Línea 12: deuda de los países más pobres – 0,5
Línea 13: Plan Marshall para reconstruir Europa – 0,1

La producción mundial en 2008 cayó un 33% en Japón, 26% en Corea, 16% en


Rusia, 15% en Brasil, 14% en Italia y 12% en Alemania. Unas con otras, las economías
de los países de todo el mundo [p. 150] cayeron en recesión. El Banco Mundial previó
en marzo de 2009 que tanto la economía global como el volumen del comercio exterior
por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. El reportaje aseguró que el mundo
en desarrollo sería especialmente golpeado y que se tenía que enfrentar a un déficit
financiero de 700 mil millones de dólares hacia el final de 2010. La Organización
Internacional del Trabajo predijo que la crisis podría acabar con al menos 20 millones
de puestos de trabajo a finales de 2009, llevando el desempleo a un número sin
precedentes de al menos 200 millones a finales de 2009. Una investigación de Zagats
Hotels, Reports and Spas sugiere que los viajes de negocios podrían caer un 30%.
Resumiendo, la crisis financiera global se ha convertido en una crisis económica global.

¿El fin del neoliberalismo?


A principios de 2009, los expertos económicos de todo el mundo se mostraron de
acuerdo en que la economía global estaba en medio de una recesión que amenazaba
convertirse en una Gran Depresión. Aunque algunos de estos comentaristas resaltaron
el papel de los “banqueros egoístas de Wall Street” en el desencadenamiento de la
crisis, pero muchos culparon a las élites financieras globales por su adhesión a los
dogmatismos neoliberales. Los líderes políticos, tanto de la derecha como de la
izquierda, no solo cuestionaron abiertamente los principios del neoliberalismo, sino
que también argumentaron a favor de una mayor regulación y supervisión por parte de
las instituciones nacionales e internacionales. El ex presidente de la Reserva Federal,
Alan Greespan, admitió ante el Comité del Congreso sobre Supervisión y Reforma
Gubernamental que su ideología neoliberal ya no funcionaba. Incluso conservadores
prominentes que escriben para grandes audiencias como el Columnista del New York
Times David Brooks concedieron que los mercados libres no se autor regulaban y no
eran perfectamente eficientes t que la gente no era siempre el mejor guardián de sus
intereses. Pero quizás, la crítica más completa y sofisticada del modelo neoliberal se
produjo en marzo de 2009 en la forma de un informe de 65 páginas de la Conferencia
sobre Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas (UNCTAD) titulado: “La Crisis
Económica Global: Fallos sistemáticos y Soluciones Multilaterales”.

El colapso del comercio mundial. Fuente:


www.imf.org/external/pubs/f/weo/2009/update/01/index.htm
El colapso del comercio mundial. Variación del comercio mundial (trade) y del PIB (GDP). Fuente:
The Economist, print edition, 26 March, 2009.

Los líderes mundiales critican el neoliberalismo en respuesta a la crisis


económica global
“Laissez-faire está acabado”.
Presidente francés Nicolás Sarkozy, enero de 2009
“La crisis financiera global es una crisis que es simultáneamente individual,
nacional y global. Es una crisis tanto del mundo desarrollado como del mundo en
desarrollo. Es una crisis que es al mismo tiempo institucional, intelectual e ideológica.
Ha puesto en cuestión la prevaleciente ortodoxia económica neoliberal de los últimos
30 años – la ortodoxia que ha sostenido el marco regulatorio nacional y global que ha
fallado espectacularmente en prevenir el caos económico que nos ha visitado”.
Primer Ministro australiano Kevi Rudd, Febrero de 2009
“El viejo mundo del Consenso de Washington está acabado”.
Primer Ministro británico Gordon Brown, abril de 2009

El informe de la UNCTAD contiene cuatro mensajes clave. Primero, se enfatiza en


que el “fundamentalismo de mercado de laissez-faire” de las dos últimas décadas
había fallado en la prueba de la aplicación al mundo real. La desregulación financiera
había creado el edificio del enorme riesgo financiero, cuya relajación había empujado a
la economía mundial hacia la deflación de la deuda, que sólo podía ser contrarrestada
por la inflación de la deuda pública. Segundo, “la fe ciega en la eficiencia de los
mercados financieros desregulados y la ausencia de un sistema de cooperación
financiera y monetaria había creado una ilusión de unos beneficios libres de riesgo y
había autorizado el libertinaje a través de las finanzas especulativas. Tercero, el papel
creciente de los conglomerados financieros sobre las materias primas y sus derivados
había conducido a la extrema volatilidad y a la aparición de “burbujas” especulativas
sobre las materias primas, al igual que antes había pasado con la burbuja inmobiliaria
estadounidense. Finalmente, al igual que pasó en la crisis asiática de 1997-8, la
ausencia de un sistema de cooperación internacional para manejar la tasa de cambio
facilitó la especulación rampante sobre las monedas y aumentó los desequilibrios
globales, con una serie de países al borde de la quiebra.

Aparte de sonar como el obituario del neoliberalismo, el informe de la UNCTAD


también sugirió tres soluciones constructivas: (1) volver a una re-regulación del sistema
financiero global con los gobiernos del mundo trabajando al unísono para logar este
objetivo; (2) cooperación gobierno–sector privado para estimular el crecimiento
económico y (3) los países en desarrollo no deben estar sujetos durante más tiempo a
esa clase de lógica neoliberal que causó la actual crisis. De hecho, menos de un mes
después de la publicación del informe de la UNCTAD, los jefes de Estado y gobierno de
la cumbre del G-20 se reunieron en Londres para llegar a una estrategia económica
común. Como el Primer Ministro británico señaló, ese encuentro en respuesta a la
crisis financiera global creó una “oportunidad histórica” para establecer un “nuevo
orden mundial”. Después de unas tensiones iniciales entre una facción liderada por el
Presidente Nicolás Sarkozy y la Canciller Angela Merkel, quienes se mostraban a favor
de controles regulatorios mayores, y otra facción encabezada por el Presidente Obama,
el Primer Ministro Brown y el Primer Ministro Japonés Taro Aso, quienes enfatizaron la
importancia de los paquetes de estímulo, los líderes mundiales emitieron un
comunicado conjunto publicado el 2 de abril de 2009.

Seis puntos clave de los acuerdos del G-20


 Reforma del sistema bancario global, con controles sobre los hegde-
funds (*), mejores normas de contabilidad, reglas más estrechas para las
agencias de valoración de créditos, límites a la excesiva remuneración de
los ejecutivos y el nombramiento para vergüenza de los paraísos fiscales
que no comparten financiación.
 Se creará un nuevo Consejo de Estabilidad Financiera para trabajar con el
FMI para asegurar la cooperación a través de las fronteras y proporcionar
un mecanismo de alerta temprana al sistema financiero. Sus miembros
incluirán ministros de finanzas, reguladores y los bancos centrales de los
países del G-20.
 Un paquete de 1,1 billones para complementar los estímulos de 5
billones a la economía global por los países individuales. La mayor parte
de los 1,1 billones – 750.000 millones – irán a parar al FMI y el resto al
Banco Mundial y otras instituciones para restaurar el crédito, el empleo y
aumentar los préstamos a los países en problemas.
 Más poder para los países en desarrollo como China e India para
determinar las políticas del FMI y el banco Mundial.
 200.000 millones de dólares para financiar el comercio en 2009-10 para
ayudar a revertir el declive del comercio mundial.
 Un compromiso de que parte de los estímulos fiscales, incluyendo la
venta de oro por el Banco Mundial hasta alcanzar los 600.000 millones
de dólares, será usado para ayudar a las naciones más pobres a crear
puestos de trabajo “verdes”.

El acuerdo fue elogiado por los líderes de los negocios como un paso crucial en la
reparación de la infraestructura financiera mundial, mientras los críticos de la izquierda
criticaban el carácter moderado de las reformas, la falta de detalles y la ausencia de
medidas concretas para combatir el cambio climático global. Además, el comunicado
del G20 dejó “las necesarias reformas del sistema bancario en manos de cada gobierno
nacional para actuar sobre la base de caso por caso”. Como era de esperar, muchos
ejecutivos de la banca nacional se resistieron inmediatamente a la aplicación de tales
medidas con el argumento de que el péndulo de la regulación se volvería contra esas
medidas. Además, no se le dio poder de ejecución obligatoria al nuevo Consejo de
Estabilidad Financiera. Más bien al contrario, sus principales actividades estaban
limitadas a asesorar a los miembros, vigilar las regulaciones y colaborar con el FMI en
crear los mecanismos de alerta temprana dirigidos a prevenir la `próxima crisis
financiera. Finalmente, aunque fue obvio que los acuerdos del G20 dieron al FMI un
papel crucial en el proceso de las deseadas reformas, no estaba totalmente claro como
el FMI sería capaz de desembarazarse de su vieja lógica neoliberal, si rápida y
totalmente, o no. Por lo tanto, podríamos finalizar diciendo que sería prematuro
pronunciar que el neoliberalismo está muerto, sería igualmente absurdo negar que la
crisis que, con la crisis, se ha empezado a coquetear de nuevo con los principios
keynesianos.

CONCLUSIÓN

Habiendo llegado al final de nuestro viaje por los distintos panoramas del
neoliberalismo, resumamos brevemente nuestros descubrimientos. Tras argumentar
que el neoliberalismo funciona como una ideología, como una modo de gobierno o
como un paquete de políticas que hacen hincapié en el papel fundamental de los
mercados y la empresa privada, hemos observado que barrió el mundo en dos oleadas
sucesivas a partir de la década de los 80, tanto en el Reino Unido como en los Estados
Unidos. Los neoliberales pusieron, con audacia, en práctica, las ideas de Hayek y
Friedman. En el proceso, Reagan y Thatcher lograron romper el paradigma keynesiano
que había dominado la teoría económica y la práctica desde los años oscuros de la
Gran Depresión. Aunque estas dos variantes de la primera ola desarrollaron su propio
conjunto de políticas, compartieron un deseo común de rediseñar sus respectivas
sociedades según la fórmula neoliberal D(esregulación)-L(iberalización)-P(rivatización).

Durante los Felices Noventa, la segunda ola del neoliberalismo adoptada por
políticos de “centro-izquierda” como Bill Clinton y Toni Blair buscaron balancear su
pensamiento pro mercado libre con algún tipo de responsabilidad social y comunitaria.
Sin embargo, simultáneamente, utilizaron el “poder blando” del FMI y el Banco
Mundial para exportar el “Consenso de Washington” al resto del mundo. Su firme
compromiso con una economía mundial impulsada por el comercio transnacional dio
lugar a una serie de acuerdos regionales de libre comercio. Además, la recién creada
OMC se convirtió en el poderoso medio de supervisión y ejecutor de la agenda de
liberalización del globalismo de mercado. Sin embargo, después del cambio de siglo,
una serie de desafíos a la hegemonía del neoliberalismo consiguieron alguna
notoriedad, pero fallaron en conseguir algún cambio fundamental. Se dejó que la crisis
económica mundial de 2008-09 (que quizás continúe más allá de estos dos años)
desestabilizara el reino sin rival del neoliberalismo, precisamente 30 años después de la
ascensión de Margaret Thatcher al cargo de Primer Ministro.

Si bien está claro que la primera y la segunda ola tuvieron su buena época, está
lejos de ser cierto que el neoliberalismo como tal haya salido del escenario mundial
para siempre. Como hemos enfatizado a lo largo de este libro, el neoliberalismo viene
de muchas variedades que han demostrado ser muy adaptables a contextos sociales
específicos. Por otra parte, los acuerdos preliminares acordados entre los líderes del
G20 en la cumbre de Londres de 2009 incluían algunos remedios keynesianos para
aplicar a la economía global en crisis, pero podrían ser insostenibles a largo plazo.
Aunque parece que el fundamentalismo del libre mercado ha sido relegado a la
papelera de la historia, el segundo pilar del neoliberalismo – el comercio libre – no solo
permanece en pie, sino que además ha sido reafirmado como indispensable por las
elites económicas y políticas mundiales. Es totalmente concebible que una posible
recuperación económica en 2010 o 2011 podría volver a envalentonar esas voces
neoliberales que, por el momento, han sido silenciadas por la actual calamidad. De
otro lado, si la crisis económica continúa, o incluso se profundiza, las llamadas a una
cirugía más radical se volverán más insistentes, posiblemente creando la suficiente
presión como para dar paso a una nueva era de capitalismo controlado globalmente.
Por lo tanto, tanto una tercera ola de neoliberalismo (más moderada que en las dos
precedentes) y un New Deal global (construido sobre principios keynesianos) son
distintas posibilidades para la segunda década del siglo XXI.

Вам также может понравиться