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Sin embargo, en los albores del nuevo siglo, el socialismo ha sido desacreditado
cuando la economía global basada en sus principios, ha sido sacudida hasta sus
cimientos por una calamidad financiera que no se veía desde la oscuridad de los años
de la década de los años 1930s. ¿Está el neoliberalismo condenado o recuperará su
antigua gloria? ¿Se embarcará el neoliberalismo en un nuevo curso genuino o tratará
de arañar su camino de regreso a los días felices de los noventa? ¿Hay una alternativa
al neoliberalismo?
Culminando una breve reflexión sobre estas cuestiones cruciales, este libro ha
sido diseñado para introducir a los lectores a los orígenes, evolución y las ideas
centrales del neoliberalismo examinado sus manifestaciones concretas en varios países
y regiones concretas de todo el mundo. Nuestra exploración nos mostrará que, aunque
los neoliberales a lo largo y ancho de todo el mundo comparten una creencia común
en el poder de los mercados de ‘autoregularse’ para crear un mundo mejor, su doctrina
viene en diferentes y múltiples matices y variaciones. Reaganomics, por ejemplo, no es
lo mismo que el tacherismo. La marca de globalización del mercado de Bill Clinton
difiere en algunos aspectos de la tercera vía de Tony Blair. Y las elites políticas del sur
Global (a menudo educadas en las universidades de elite del Norte) han aprendido a
adaptarse a los dictados del Consenso de Washington para que coincidan con sus
propios contextos y objetivos locales. Por lo tanto, el neoliberalismo se ha adaptado a
ambientes, problemas y oportunidades específicas. Por esta razón, tiene sentido
pensar en nuestro tema en plural, los neoliberalismos, más que en una manifestación
única y monolítica.
Para los liberales clásicos, los productores eran los sirvientes de los
consumidores, quienes perseguían cubrir sus necesidades materiales y deseos a su
gusto. Dedicados a la protección de la propiedad privada y a la aplicación legal de los
contratos, los liberales clásicos argumenta-ron que la 'mano invisible' del mercado
garantizaba la más eficiente y efectiva asignación de los recursos al tiempo que
facilitaba las relaciones pacíficas y comerciales entre las naciones. Sus ideas mostraron
ser una fuerza potente para fomentar las grandes revoluciones del siglo XVIII que
superaron las dinastías reales, separaron la Iglesia del Estado e hicieron añicos los
dogmas del mercantilismo. Durante la mayor parte del siglo XIX, los herederos del
liberalismo clásico buscaron convencer a la gente que los malos tiempos económicos
siempre reflejaron algún tipo de 'fallo gubernamental' – normalmente un exceso de
intervención que resultaban en una distorsión de las señales de los precios.
¿Pero cómo puede haber una cosa semejante a los 'fallos de mercado',
razonaban, si los mercados, correctamente protegidos del entrometido estado, eran
por naturaleza incapaces de fallar?
Pero el turbulento siglo XX pronto arrojó un nubarrón sobre esas 'verdades' del
liberalismo clásico. No fue hasta los 1980s que los 'neoliberales' se las arreglaron para
traer de vuelta esas anticuadas ideas – aunque vestidas de ropajes nuevos. ¿Pero que
pasó en el período intermedio? La historia es bien conocida. La furia y la longevidad de
la Gran Depresión convenció a los pensadores líderes de la economía como John
Maynard Keynes y Karl Polani que el gobierno era mucho más que un mero 'vigilante' –
el papel asignado al estado por los liberales clásicos. Keynes y su nueva camada de
'liberales igualitarios' se mostraron en desacuerdo con los marxistas, quienes veían en
la persistencia de las crisis económicas una evidencia del inminente colapso del
capitalismo y la victoria de un 'proletariado revolucionario' que habían sido vistos a
través de las 'distorsiones ideológicas' de la 'burguesía gobernante': nunca antes los
trabajadores cayeron en la inteligente trampa de aceptar su propia explotación en el
nombre de unos altisonantes ideales liberales de 'libertad', 'oportunidad' y 'trabajo
duro'. Buscando prevenir la revolución mediante las reformas económicas, los liberales
igualitarios como el Primer Ministro Clement Atlee y el Presidente Franklin D. Roosevelt
fueron defensores incondicionales de la autonomía individual y los derechos de la
propiedad. Y aún más, criticaron el liberalismo clásico por su incapacidad de reconocer
que el capitalismo moderno debe ser sometido a ciertas regulaciones y controles por
un estado fuerte.
En las tres décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, los liberales
igualitaristas modernos proporcionaron tasas de crecimiento económico
espectaculares, salarios altos, baja inflación y niveles de riqueza material y seguridad
social sin precedentes. Pero esta era dorada de capitalismo controlado llegó a un punto
muerto con las severas crisis económicas de los años 1970s. En respuesta a semejantes
calamidades sin precedentes como los 'shocks petrolíferos' que cuadruplicaron el
precio de la gasolina del día a la noche, la ocurrencia simultánea de una inflación
galopante y un desempleo creciente (estanflación) y beneficios corporativos en
descenso, una generación totalmente nueva de liberales buscaron un camino a seguir
para revivir la vieja doctrina del liberalismo clásico bajo las nuevas condiciones de la
globalización.
Sin embargo, durante la última década ha caído bajo una serie de críticas. La
crisis económica global de 2008-9 es solo el último de una serie de desafíos para el
paradigma todavía dominante del libre mercado. Pero antes de que podamos apreciar
toda la magnitud de las amenazas que enfrentamos contra el neoliberalismo, debemos
familiarizarnos con sus diversas dimensiones, sus variedades y sus aplicaciones
políticas. Así que empecemos nuestro viaje con una breve consideración de sus ideas y
principios básicos.
[(*) NOTA DEL TRADUCTOR: traduzco “libertarian” por “libertarianismo”, palabra que no
existe en castellano, para no confundirlo con comunismo libertario, ideología que,
según el diccionario RAE es la doctrina inspirada por “Bakunin y Kropotkin, que
considera imprescindible la previa destrucción y desaparición del Estado para instaurar
el comunismo”. Al contrario, en EEUU el “libertarianism” es la forma extrema del
neoliberalismo y, por ende, de extrema derecha. En EEUU en la actualidad solo tiene
este último significado. Pero a lo largo de la historia, la palabra libertario ha tenido
varios significados, por lo que para evitar confusiones, he decidido adoptar el
neologismo libertarianismo, que ya existe en Internet].
Neoliberalismo y neoconservadurismo
Al principio de los 80, muchos de los miembros clave del Tesoro Británico que
habían abrazado el neoliberalismo, se volvieron muy influyentes en la conformación de
la agenda económica de Thatcher. Este grupo incluía tories prominentes como Alan
Budd, Terry Burnes, David Laidler, Patrick Minford y Tim Congdon. Muchos de ellos
afiliados a poderosos think tanks conservadores como el Centro para los Estudios
Políticos (Centre for Policy Studies) cofundado por Thatcher, el Instituto de Asunto
Económicos (Institute of Economic Affairs), el Instituto Adam Smith (Adam Smith
Institute) y el Institute of Directors (IoD). Periodistas influyentes que trabajaban para
Financial Times, The Times y Sunday Times y que simpatizaban con la agenda
neoliberal incluían a William Rees Mogg, Samuel Brittan, Bernard Levin, Peter Jay y
Ronald Butt. Todos estos escritores eran proponentes principales de la política
monetarista económica de Thatcher.
Reaganomics
Inmediatamente después de alcanzar el poder en 1981, el Presidente anunció su
Programa para la Recuperación Económica (Program for Economic Recovery) orientado
del lado de la oferta, que estaba basado en principios neoliberales, y que fue
ridiculizado por sus oponentes de su propio partido como la “economía vudú”.
Proclamado para combatir la mezcla tóxica de estancamiento y alta inflación heredad
de los años de Carter. Las Reaganomics se centró, primera y principalmente, en reducir
las tasas marginales de interés. Pero el Presidente no estaba menos dispuesto a asumir
el déficit fiscal y las existentes regulaciones gubernamentales. La única área en que
Reagan empujó con fuerza para aumentar los gastos fue en defensa militar, que él
insistía en que era necesario para librar la Guerra Fría contra el ‘diabólico imperio’
soviético y ‘otros agresores comunistas’ por todo el mundo. Volveremos al asunto de la
política exterior al final de este capítulo.
Creencias Principales
Creencias Medidas de
Líder ejecutivo neoliberales medidas política
secundarias política secundaria
principales neoliberal
El Gobierno es Crear estabilidad
Restringir la
ineficiente. La La estabilidad económica a
extensión de la
depredación de monetaria y fiscal través de la
Reagan (del lado depredación del
gobierno conduce es necesaria para reducción del
de la de-manda) gobierno a través
a pobres el crecimiento déficit y la
de la imposición
resultados económico. restricción del
mínima.
económicos. gasto.
El Gobierno es Crear estabilidad
Restringir la
ineficiente. La La depredación de económica a
extensión de la
estabilidad gobierno conduce través de la
Thatcher depredación del
monetaria y fiscal a pobres reducción del
(monetarista) gobierno a través
es necesaria para resultados déficit y la
de la imposición
el crecimiento económicos. restricción del
mínima.
económico. gasto.
Pero cuando Reaganomics luchaban por cumplir con su promesa de poner fin al
déficit fiscal, el Director de la Oficina del Presupuesto de Reagan, David Stockman,
desafió su estrategia económica. Stockman, un fiscal conservador tradicional advirtió
públicamente que los recortes de impuestos tan profundos y el creciente gasto militar
conducirían a grandes e inevitables déficits, con consecuencias desastrosas.
Además, reducir los impuestos y aumentar los gastos militares – mientras se trata
de balancear el presupuesto – se volvieron objetivos inconsistentes. Esto fue
particularmente evidente en el área de la política de impuestos, en donde los recortes
en los impuestos sobre la renta condujo a un aumento en los impuestos sobre los
ingresos de las corporaciones. Estas inconsistencias llevaron a unas tasas de cambio
volátiles. El dólar norteamericano alcanzó su punto máximo en 1980, pero luego
empezó a caer durante el año final del mandato de Reagan, en 1988. ¿Cuál fue la razón
por esta volatilidad? Los recortes de impuestos iniciales de Reagan complementaron la
política monetaria restrictiva y ayudaron a crear un dólar fuerte. Además, estos
recortes iniciales de impuestos animaron a la inversión internacional e impulsó la
demanda de bonos del Tesoro y otras inversiones estadounidenses. Sin embargo, los
siguientes incrementos en los recortes impositivos, en especial cuando se grava la
renta empresarial, redujeron las inversiones extranjeras y provocó la depreciación del
dólar hacia el final del segundo mandatos de Reagan. Pero el Presidente no estaba
particularmente alarmado porque un dólar débil hizo más caras las importaciones
extranjeras y los bienes estadounidenses más deseables, tanto para los consumidores
domésticos como para los foráneos.
Solo unos pocos años más tarde, los crecientes tipos de interés puso un drástico
final a otro fenómeno especulativo: la burbuja inmobiliaria que se había estado
expandiendo los ochenta, explotó finalmente en 1991, provocando el colapso de
cientos de S&L [savings & loans - instituciones financieras de ahorro y préstamo]. El
plan federal de rescate que siguió costó a los contribuyentes norteamericanos bien por
arriba de los cien mil millones de dólares. Los efectos de esta crisis financiera se
dejaron sentir durante años. Curiosamente, algunas de las mismas dinámicas – la
desregulación del sector financiero y la posterior creación de una burbuja financiera gi-
gantesca construida sobre malas hipotecas subprime – condujeron a la crisis financiera
global de 2008-9.
Desde el punto de vista de una ardiente visión neoliberal del comercio libre, el
record de Reagan de promocionar políticas comercia-les fue bastante decepcionante.
De hecho, parece que hay un amplio consenso entre los defensores del libre comercio
de que Reagan fue uno de los presidentes modernos más proteccionistas,
especialmente cuan-do es comparado con Bill Clinton o incluso George W. Bush. La
política comercial de Reagan estaba a menudo caracterizada por varios intentos no
sistemáticos de ajuste fino y puesta a punto de los tratados comerciales existentes,
pertenecientes a áreas como los productos agrícolas básicos y más comunes, y los
productos de alta tecnología. Los que apoyaban a Reagan argumentaban que la
posición del Presidente estaba ligada a algunos intereses de distritos electorales claves.
Por ejemplo, su proteccionismo con respecto a los automóviles japoneses fue
específica-mente adoptado para forzar a los países del oriente asiático para abrir sus
economías a las exportaciones agrícolas estadounidenses. Cualquiera que sea la
explicación de estas maniobras, hay pocas dudas de que la agenda sobre el comercio
libre de la administración Reagan fue relativamente modesta.
Pero desde una perspectiva muy favorable al comercio libre, el legado de Reagan
sobre el comercio fue en parte redimido a la luz de tres acciones cruciales. La primera
fue la fuerte involucración de su administración en las negociaciones del GATT de 1982,
que se centraron en la liberalización del comercio en los sectores de la agricultura y los
servicios. Sin embargo, en última instancia, la recesión de 1982 empujó a Reagan a
ceder a las demandas de los productores domésticos que exigían tener voz en las
negociaciones. La segunda iniciativa a favor del libre comercio fue la involucración
activa del Presidente en la fijación de una agenda para una nueva serie de
negociaciones conocida como la ronda de Uruguay (1986-94). Cubriendo un rango de
áreas des-de la agricultura y los servicios hasta los derechos de propiedad intelec-tual,
las negociaciones entraron en vigor en los años noventa. Tercera, la administración
Reagan negoció con éxito el Acuerdo de Libre Comercio (Free Trade Agreement - FTA)
con Canadá, y que más tarde fue ampliado para incluir a Méjico. El Presidente Clinton
completó este proceso en 1993 con la firma del Acuerdo de Libre Comercio de Nortea-
mérica North American Free Trade Agreement (NAFTA).
Thatcherismo
Deplorando lo que ella vio como una clara relación entre el crecimiento del
gobierno y el aumento del gasto público, la Primer Ministro británica Margaret
Thatcher se opuso vehementemente al credo keynesiano de aumentar los impuestos
sobre la riqueza privada para financiar las burocracias estatales. Sin embargo, lo que le
disgustaba aún más era el efecto negativo del crecimiento monetario en la estabilidad
económica global. Guiada por este imperativo monetario, Thatcher desató un amplio
conjunto de reformas neoliberales orientadas a la reducción de impuestos,
liberalización de los controles sobre los tipos de cambio, reducir las regulaciones,
privatizar las industrias del Estado y disminuir drásticamente el poder de los sindicatos.
A pesar de ser una ardiente fan de las teorías económicas liberales de Milton
Friedman, Thatcher no fue una proponente fuerte de las tasas de intercambio fijas.
Pero en realidad adoptó objetivos de tasas de cam-bio que siguieron al marco alemán
en la segunda mitad de los 80 para retirarlas más tarde cuando la esterlina empezó a
perder valor. En 1990, Thatcher se unió a regañadientes al Mecanismo de la Tasa de
Cambio de la Comunidad Europea [European Community’s Exchange Rate Mechanism
(ERM)], que formalmente vinculó la libra al marco. Pero esta política falló cuando la
reunificación alemana alimentó la inflación y elevó los tipos de interés. Ante la
posibilidad de una recesión económica grave, el sucesor de Thatcher, John Major, se
retiró del ERM en 1992. Esta decisión llenó las arcas de astutos especulado-res
multimillonarios como George Soros, que había apostado enormes sumas contra la
libra británica.
CONCLUSIÓN
La primera ola del neoliberalismo en los ochenta fue una exitosa cruzada
ideológica contra el ‘gran gobierno’ de estilo keynesiano y la ‘in-terferencia estatal’ en
el mercado. Anclados en principios comunes centrados en lanzar las energías
emprendedoras del individuo, el Reaganomics y el Thatcherismo representan unas
respuestas casi únicas a una economía y un contexto político cada vez más globalizado.
Como hemos visto en este capítulo, estas dos variaciones sobre el tema neoliberal
tomaron diferentes sendas de acercamiento a temas como la relativa importancia de
los déficits presupuestarios y los impuestos. Aunque ambos defendieron una reducción
del papel del gobierno, pero sus iniciativas económicas dependieron, paradójicamente,
de la fuerza del estado neoliberal impuesto sobre las autoridades locales y regionales.
Sin embargo, es importante reconocer que el crecimiento del neoliberalismo hubiera
sido imposible sin una fuerte acción gubernamental. De modo similar, mientras
exponían la necesidad de recortar los gastos públicos dedicados a los programas
sociales, Reganomics y Thatcherismo apoyaron el crecimiento de los gastos sociales.
Sin embargo, a pe-sar de sus tensiones ideológicas y sus contradicciones, sería
estúpido no reconocer el gran atractivo de estas dos variantes del neoliberalismo a
finales de los 80. Tal fue el extraordinario ejemplo de poder de Reagan y Thatcher que
las fuerzas de la izquierda democrática comenzaron a incorporar porciones de la
agenda neoliberal en sus programas políticos.
Como hemos discutido en el capítulo 1, estas elites del poder global ‘imbuidas’
en la globalización con ideas neoliberales y que, por lo tanto, empujaron su influyente
narrativa ideológica del ‘globalismo de mercado’ a través de las fronteras nacionales y
culturales. Por ejemplo, uno de los reclamos neoliberales presenta la creación de un
mercado global-mente integrado como un proceso racional que promueve la libertad
individual y el progreso material del mundo. La presunción subyacente aquí es que los
mercados y los principios consumistas son universal-mente aplicables porque apelan al
egoísmo de todos los seres humanos sin importar el contexto social. Ni siquiera las
profundas diferencias culturales deben ser vistas como obstáculos en el
establecimiento de un único mercado libre global de bienes, servicios y capital. Una
cuestión relacionada con los estados neoliberales afirma que la globalización del
comercio y la integración global de los mercados beneficiarán material-mente, en
última instancia, a todas las personas. Esta afirmación está diseñada para mejorar el
atractivo del neoliberalismo, ya que busca asegurar a la gente que la creación de un
solo mercado global elevará a regiones enteras por encima de la pobreza. Aún más,
organizaciones económicas internacionales como el FMI y el Banco Mundial justificaron
la imposición de programas de ajuste estructural sobre los países menos desarrollados
en términos de ‘alivio de la pobreza’.
Cuotas de los hogares en los ingresos totales de los EEUU 1967-2003. Fuente: el segundo gráfico
de Income Inequality in the United States (Wikipedia). Se puede ver ampliado en este enlace.
[NOTA DEL TRADUCTOR: El gráfico está calculado en dólares constantes de 2003, por lo que ya
está descontado el efecto de la inflación. La línea azul, la 4ª empezando por la superior, (percentil 50%)
es la media de los ingresos. Se puede observar que la línea roja (percentil 10%) apenas varía, es
prácticamente plana, y la línea verde (percentil 20%) aumenta un poco pero apenas nada, y ambas líneas
aumentan menos que la línea azul del 50%. La líneas de los percentiles 80%, 90% y 95% aumentan
claramente muy por encima de la línea azul del 50%. Esto significa claramente que la distribución del
ingreso ha ido empeorando durante todo el período. Se puede observar que la desigualdad aumenta con
fuerza y sin casi respiro entre 1983 y 1998 (solo hay una pausa a finales de los 80 y principios de los 90)].
Al revelar su tercera vía, Blair prometió al pueblo británico poner fin a la “guerra
de clases”. Buscando conciliar las preocupaciones de la clase media con los intereses de
los negocios, el carismático Primer Ministro procedió a utilizar su considerable
habilidad política para forjar nuevas coaliciones y redes de ambos partidos que
reunieron a personas de un amplio espectro político. El desplazamiento de Blair al
centro fue una consecuencia directa del poco atractivo del Partido Laborista durante la
década del tatcherismo. La larga ausencia del poder político despertó a una nueva
generación de líderes laboristas inspirados por Tony Blair y Gordon Brown, quienes
abrazaron el poder de las ideas neoliberales para cambiar las relaciones entre el
gobierno y el mercado. Convencidos de que controlando el crecimiento del gobierno y
sus gastos en lugar de redistribuir la riqueza nacional era la mejor manera de obtener
prosperidad y promover el empleo, Blair y Brown firmaron el abandono de su partido
de su herencia socialista para ampliar su base política bajo el “Nuevo Laborismo”.
Sin duda, este cambio hacia el neoliberalismo fue inspirado por el éxito electoral
de Bill Clinton y los Nuevos Demócratas [Clinton asumió por primera vez en 1993 y Blair
en 1997] para, en el otoño de 1997, representantes de alto nivel de la administración
Clinton, dirigidos por el entonces subsecretario del Tesoro Larry Summers y la primera
dama Hillary Clinton se reunieron con miembros del gobierno del recién elegido
gobierno de Blair para discutir la política económica. Los “modernizadores” de la
Tercera Vía de Blair, como se llamaban a sí mismos en aquellos tiempos, aceptaron
fácilmente los principios del globalismo de mercado. Después de este encuentro, el
gobierno neoliberal del “New Labour” buscó inmediatamente construirse la
credibilidad en la comunidad de los negocios enfatizando los valores de la propiedad
individual y el espíritu empresarial. Consistente con los valores neoliberales, el Primer
Ministro argumentó que la inequidad social remanente podía ser abordada
fundamentalmente cambiando las relaciones “paternalistas” entre el estado y la
sociedad a otro basado en la alianza social entre individuos.
Exponemos ahora los cinco criterios del Tratado que las economías nacionales
tenían que cumplir para poder unirse a la eurozona:
El déficit presupuestario anual debe ser inferior al 3% del PIB.
La deuda pública nacional debe ser inferior al 60% del PIB (la deuda
pública es el total acumulativo de los déficits fiscales anuales.
La tasa de inflación debe estar dentro de un rango de un 1,5% de los tres
países de la UE con la inflación más baja.
Las tasas de interés a largo plazo deben estar dentro de un rango de un
2% de los tres países de la UE con tasas más bajas.
Las tasas de cambio deben mantenerse dentro de los márgenes de
fluctuación del mecanismo de tasas de cambio de la UE.
Una vez más tomando las claves de Bill Clinton (quién había ganado el apoyo
tanto de la comunidad empresarial y la clase media echando la culpa de la recesión de
1991-2 a las políticas fallidas de la era Reagan/Bush), Blair vinculó la volatilidad “auge-
caída” de la era Thatcher/Major a su “inefectividad de su política fiscal y monetaria”.
Por lo tanto, en un esfuerzo por fomentar la inversión y el crecimiento, la primera y
mayor iniciativa económica del Primer Ministro después de su victoria electoral fue la
concesión de total independencia operativa al Comité de Política Monetaria (Monetary
Policy Committee) en el establecimiento de tasas a corto plazo, manteniendo la
prerrogativa gubernamental de establecer la meta de inflación ambiciosa en el 2,5%.
Tratando de ganar la confianza de los inversores, el canciller del Exchequer Gordon
Brown finalmente concedería la independencia del Banco de Inglaterra, previa consulta
con el Presidente de la Reserva Federal de EEUU Alan Greespan. Después de apoyar
firmemente la decisión de Brown, tanto en la Confederación de la Industria Británica
como en la Cámara Británica de Comercio, ambas instituciones se vieron aún más
felices cuando Blair denunció agresivas prácticas sindicales en la negociación salarial
que ponían supuestamente “en peligro el crecimiento económico”.
Sobre todo, la política social del Nuevo Laborismo se centró en reconfigurar tres
servicios básicos: asistencia a los desempleados, asistencia a los trabajadores pobres y
reforma del Servicio Nacional de Salud. Irónicamente, al perseguir estos objetivos, Blair
se inspiró en gran medida en las audaces, aunque infructuosos, intentos de reformar el
estado de bienestar haciendo sus funciones administrativas y de procedimiento más
eficientes. Aceptando el argumento de Thatcher de que “más dinero no era la
respuesta”, el Primer Ministro buscaba transformar el “paternalista” Estado del
Bienestar británico en un programa neoliberal al estilo estadounidense similar al “New
Deal”. Pero en contraste con el programa al estilo keynesiano de Franklin Delano
Roosevelt, el New Deal de Blair liberalizaría los esquemas de aprendizaje laboral
mediante la sustitución del Training and Enterprise Council de Thatcher por un modelo
aún más neoliberal. Al mismo tiempo, el modelo de Blair promocionó iniciativas
claramente progresistas como el Working Family Tax Credit para ayudar a los
trabajadores pobres o para la adopción de un salario mínimo nacional para asistir a los
trabajadores de bajos ingresos. Estas estrategias, aparentemente opuestas de la
política social exponen las dificultades de construir una Tercera Vía entre la Derecha y
la Izquierda.
NEOLIBERALISMO Y ÉTICA EN LA POLÍTICA
EXTERIOR
Los líderes de la segunda ola neoliberal desarrollaron ciertas simpatías por las
preferencias del “institucionalismo neoliberal” en política exterior, que enfatizaron la
ética y el humanitarismo como bienes en sí mismos y rechazaron el modelo “realista”
que vio a las políticas militar y diplomática como meras herramientas usadas para
asegurar y avanzar el poder nacional. Esto no quiere decir que Clinton y Blair
desecharon el interés nacional a favor de algún noble ideal del cosmopolitismo. Pero
para los globalistas del mercado que creían en la relación entre la expansión del
comercio y un mundo más pacífico, los valores morales como la reciprocidad y los
derechos humanos tenían que jugar un papel importante en las relaciones
internacionales. Aún más, Clinton y Blair trabajaron juntos en redefinir el papel de las
instituciones internacionales como la OTAN, que pasó de ser una alianza militar
occidental creada para mantener al bloque soviético vigilado, a una organización global
multipropósito dedicada a la mejora de la seguridad internacional, principalmente a
través de la protección de los derechos humanos y la realización de misiones de
mantenimiento de la paz.
Institucionalismo neoliberal
El institucionalismo neoliberal está íntimamente asociado con la idea del “la
creación de instituciones” con el fin de mejorar el comercio mundial y la seguridad
global. Se inspira en 2 doctrinas liberales relacionadas con el internacionalismo liberal
y el liberalismo económico. El internacionalismo liberal implica el uso de una variedad
de instrumentos de política internacional como la ayuda humanitaria, la diplomacia y,
solo cuando es absolutamente necesario, la intervención militar para defender o
expandir valores liberales como la democracia y los derechos humanos. Dos ejemplos
podrían ser el intento del Presidente Woodrow Wilson de formar una liga de las
Naciones para defender la “seguridad colectiva” y el imperio de la ley. Como hemos
visto en el capítulo 1, el liberalismo económico está muy conectado con la idea de un
régimen de comercio libre global construido sobre instituciones internacionales como
la Organización Mundial del Comercio, el FMI y el Banco Mundial.
Un claro ejemplo de lo anterior puede encontrarse en las guerras de los Balcanes,
que empezaron en 1991 con la secesión de Eslovenia de la República Federal Socialista
de Yugoslavia y terminó con la intervención de la OTAN en el conflicto entre Serbia y el
territorio dominado por Serbia de Kósovo. Durante las primeras etapas de las guerras
de los Balcanes, el entonces candidato presidencial Bill Clinton argumentó que
correspondía a la Unión Europea ejercer un liderazgo adecuado para llevar el conflicto
a su fin usando todos los métodos intervencionistas y no intervencionistas a su alcance.
Sin embargo, cuando la lucha entre serbios y croatas se intensificaron en Bosnia en
1993-4, Clinton lideró una iniciativa diplomática prolongada que finalmente dio sus
frutos en el Acuerdo de Dayton de 1995, que acabó con el conflicto en Bosnia. Sin
embargo, cuando el continuo conflicto en la zona poblada por albanos de Kosovo
pareció ser inmune a similares esfuerzos diplomáticos liderados por los EEUU, Clinton y
Blair no vieron otra opción más que una opción militar de la OTAN. Justificando el
bombardeo de Serbia como un esfuerzo para prevenir la ampliación de la “limpieza
étnica” emprendida por el líder serbio de la línea dura Slobodan Milosevic, la decisión
del Presidente estadounidense fue influenciada parcialmente por la percepción pública
de que los actos previos de limpieza étnica y genocidio en Bosnia y Ruanda (1994)
fueron posible por el dolorosamente lento proceso de negociaciones y el rechazo de
los EEUU y la comunidad internacional de usar la fuerza militar mientras los esfuerzos
diplomáticos estaban todavía en proceso.
La doctrina Blair
CONCLUSIÓN
Anclado en el imperativo estratégico del crecimiento de la economía sin caer en
la división del antiguo estilo político partidista, la segunda ola del neoliberalismo de los
90 representó una mezcla innovadora de pensamiento orientado al mercado y políticas
sociales moderadas. Buscando sintetizar el crecimiento económico orientado al
mercado dentro de un marco ético de justicia social y derechos humanos, tanto el
globalismo de mercado de Bill Clinton como la Tercera Vía de Tony Blair entendieron
con claridad que la época en que las economías nacionales estaban relativamente
protegidas había pasado, y que ningún país podía proteger, por más tiempo, su
economía de la dinámica de la globalización lideradas por las empresas corporativas.
CAPÍTULO 4. EL NEOLIBERALISMO Y EL
DESARROLLO ASIÁTICO.
Liberalismo nuevo y viejo.
Aunque el impacto de la primera y la segunda ola neoliberales en los países
asiáticos en el último cuarto de siglo ha sido considerable, debemos hacer notar que
estas ideas de liberalización orientadas al mercado, desregulación y privatización
tuvieron que enfrentarse a una tradición de intervencionismo estatal y centralismo
económico. Los vínculos entre el Estado y el sector privado fueron especialmente
profundos en la región – una dinámica que ha estado especialmente bien
documentada en los países del Est y del sudeste asiático.
Como el Banco Mundial enfatiza, “entre la mitad de los 60 y los 90, ocho países
asiáticos – Japón, los cuatro tigres asiáticos (Hong Kong, Corea del Sur, Singapur y
Taiwan) y las tres nuevas economías industrializadas de Indonesia, Malasia y
Tailandia – disfrutaron tasas de crecimiento que doblaron las del resto de los países
de la región, multiplicaron por tres las de América latina y el sur asiático y
multiplicaron por diez las de África subsahariana”. El World Bank Report de 1993
caracterizó el asombroso éxito de estas economías como el “milagro asiático” y lo
atribuyó a sus altas tasas de inversión privada que complementaron las “políticas de
desarrollo sólidas” y la “gestión macroeconómica experta”. Aunque a veces
controvertido, este próspero “Modelo de Desarrollo Asiático” parecía hacer hincapié
en la cooperación con el gobierno del mundo de los negocios posicionados muy cerca
del mismo, dentro del marco cultural propio, como el mejor camino para un rápido
crecimiento económico en Asia.
En los 90, los gobiernos de Tailandia, Indonesia, Malasia, Corea del Sur y Filipinas
abandonaron gradualmente los controles sobre los movimientos de capital domésticos
para atraer a las inversiones extranjeras directas. Intentando crear un ambiente
monetario estable, elevaron las tasas de interés domésticas y enlazaron sus monedas
nacionales con el valor del dólar de EEUU. La subsiguiente euforia irracional de los
inversores internacionales trasladó el alza de los mercados de valores y bienes raíces a
todo el sudeste asiático. Sin embargo, en 1997 estos inversores se dieron cuenta de
que los precios estaban inflados mucho más allá de sus valores reales. Entraron en
pánico y de repente retiraron un total de 105.000 millones de dólares de esos países,
obligando a los gobiernos de la región a abandonar la paridad de dólar. Incapaces de
detener la caída libre de sus monedas, los gobiernos usaron sus reservas de moneda
extranjera. Como resultado, la producción económica se redujo, aumentó el
desempleo y los salarios se desplomaron. Los bancos extranjeros y los acreedores
internacionales reaccionaron rechazando la concesión de nuevos préstamos y la
ampliación de los ya existentes. A finales de 1997, toda la región se encontraba en
medio de una crisis financiera que amenazaba con empujar la economía global a una
recesión. Se evitó que el resultado fuese desastroso por poco, por una combinación de
rescates internacionales y la venta inmediata de activos comerciales de estos países
del sudeste asiático a los inversionistas extranjeros a precios bajísimos. Todavía hoy,
muchos ciudadanos ordinarios del sudeste asiático todavía sufren las devastadoras
consecuencias políticas y sociales de aquella crisis económica.
Veamos ahora por qué y cómo varios gobiernos asiáticos decidieron modificar
sus modelos económicos en una dirección neoliberal. Como veremos, los líderes
políticos, como los Primeros Ministros de Japón, Ryutaro Hashimoto y Junichiro
Koizumi, los Presidentes chinos, Jiang Zemin y Hu Jintao y el Primer Ministro de la India,
Manmohan Singh abrazaron ciertos aspectos del neoliberalismo en un esfuerzo para
mejorar el rendimiento económico de sus respectivos países.
Actuando de acuerdo con las directivas del MITI y el MOF, el banco de Desarrollo
de Japón había extendido durante décadas la financiación, a través de bancos privados,
a determinadas industrias seleccionadas. Seleccionando los ganadores y los
perdedores, el Estado había asumido la mayor parte de los riesgos empresariales y
permitía al sector privado recoger los beneficios. Pero este sistema de financiación
estatal había aislado a las empresas privadas de los imperativos del mercado a corto
plazo y de las fluctuaciones, que les permitía intervenir en la planificación económica a
largo plazo, acordes con una política industrial rígida. Bajo estos acuerdos, las
compañías japonesas podían permitirse tomar riesgos mayores, invirtiendo en
productos innovadores sin tener que responder de los intereses a corto plazo de los
accionistas, que demandaban beneficios inmediatos de sus inversiones (como ocurría
en el caso de los competidores occidentales).
El giro de China hacia el neoliberalismo empezó hacia finales de los 70, después
de 30 años de economía planificada y centralismo político presidido por Mao Zedong.
En el momento de su muerte en 1976, millones de chinos ordinarios habían pagado el
precio más alto por la visión totalitaria del Presidente. Hambrunas devastadoras habían
seguido a la industrialización forzosa en los 50, pomposamente llamado el “Gran Salto
Adelante”. Las persecuciones políticas de la “Gran Revolución Cultural Proletaria” a
finales de los 60 mataron o encarcelaron a millones. Con los crímenes del régimen
proyectando todavía una sombra oscura en los 70, la reorientación pragmática de la
economía china hacia los principios del mercado hubiera sido imposible sin una
revisión ideológica fundamental del ortodoxo “pensamiento de Mao Zedong”.
Esta tarea recayó sobre el envejecido líder Deng Xiaoping, que emergió como el
improbable arquitecto de lo que el economista David Harvey llamó “neoliberalismo con
características chinas”. Un político sobreviviente y resistente que había sido despojado
en dos ocasiones de sus puestos en el partido durante la Revolución Cultural al ser
acusado de ser un “seguidor del camino capitalista”, Deng diseñó su rehabilitación
completa después de la muerte de Mao con el apoyo de la Vieja Guardia, que había
perdido mucho de su poder durante la Revolución Cultural. Moviéndose con cautela
pero con firmeza contra los maoístas de la línea dura de su partido, Deng encabezó una
campaña a nivel nacional para “emancipar la mente, unir y mirar hacia adelante”.
Envuelto en la retórica hipócrita de continuar la visión comunista del Gran Líder, el
Dengismo representa una búsqueda genuina de un modelo alternativo – socialismo-
estatal-más-mercado, para ser evaluado de acuerdo a los criterios neoliberales de
eficiencia económica, la productividad y la competitividad. En 1978, el Partido
Comunista Chino (PCC) apoyó el paquete de reformas económicas de Deng, que
contenía el abandono de la doctrina de Mao de la “continua lucha de clases” a favor de
la construcción económica y la modernización. Asimismo, instó a la devolución gradual
del poder económico y político a los entes locales y regionales, pero sin comprometer
el principio cardinal de la toma de decisiones centralizada. Finalmente, se encomendó
un proceso gradual y controlado por el estado de “apertura a Occidente”, con el
expreso propósito de “aprender dirección avanzada de empresas y nuevas tecnologías
de los países extranjeros”. A pesar de su notable giro hacia el mercado, el dengismo
dejó claro que el Estado seguía siendo la única institución dotada con el poder decisivo
de autorizar nuevas empresas; fijar los precios y los salarios; supervisar las
importaciones y las inversiones directas en el exterior, y permitir a las firmas nacionales
exportar sus mercancías a cualquier destino internacional.
El índice Big Mac y el infravalorado yuan. El Índice Big Mac del Economist proporciona
una ilustración básica del Índice de Paridad del Poder Adquisitivo (PPA) [en inglés,
Purchasing Power Price Parity (PPP)], que sugiere que los precios de los productos
deberían ser comparables en todas las naciones. En este caso, los precios de las
comidas Big Mac son regularmente comparados como una estimación para determinar
si la moneda de un país dado está valuada apropiadamente. Después de ser
convertidos en dólares, si el precio de una comida Big Mac es menor que $3,54 (la base
cero de este índice particular) la moneda se le considera infravalorada. Ya que la
comida Big Mac en China se vendía a tan solo $1,83, esto muestra que el yuan está
infravalorado por más del 40%.
Fuente: Extra Value Meal: 26 de enero de 2009, from Economist.com, “Britain and Jaoan inch closer to the
benchmark”.
El sucesor de Deng, Jiang Zemin, además cambió el discurso de los viejos valores
socialistas de igualdad y redistribución a los nuevos objetivos neoliberales de
crecimiento económico y maximización del beneficio. Sin embargo, sus esfuerzos se
detuvieron considerablemente lejos del ideal de libre mercado previsto por el
Consenso de Washington. A pesar de su pertenencia a la OMC y su apoyo a los
empresarios jóvenes y a los administradores de empresas, la transición económica
China permaneció firmemente en manos de unas facciones políticas poderosas que
cada vez están más divididas entre los centralistas nacionalistas burocráticos de Beijing
y los globalistas pro empresa locales de Guangzhou, Chongqing y otros centros urbanos
grandes.
CONCLUSIÓN
Tanto si el cambio económico en Asia fue llevado a cabo por imperativos de las
dinámicas de la globalización sobre las economías de los países asiáticos o fue
adoptado deliberadamente por líderes orientados hacia el mercado porque casaban
con sus propios objetivos políticos, ha habido un cambio notable hacia el
neoliberalismo en la región en las dos últimas décadas. Esta transformación en curso
no ha sido un proceso uniforme; diferentes naciones han encontrado una manera
original de tomar parte en un mercado cada vez más global. Diferentes adaptaciones
neoliberales se han desarrollado en sistemas político-económicos bien diferenciados,
como se ilustra en los tres casos analizados en este capítulo. Por lo tanto, una
comparación real de sus diversas manifestaciones en Asia hace añicos el mito de que el
neoliberalismo viene necesariamente solo de una forma anglo-americana. Vayamos
ahora hacia América Latina y África para completar nuestro viaje alrededor del mundo.
CHILE Y ARGENTINA
Tan pronto como en los años 50, miembros de la Escuela de Economía de Chicago
estaban orgullos de ejercer su crítica pública a las prácticas macroeconómicas
keynesianas desde las democracias occidentales hasta los países latinoamericanos.
Fuertemente opuestos a su modelo desarrollista, Milton Friedman y su colega Arnold
Harberger contaron con la ayuda de la Universidad de Chicago, el Departamento de
Estado estadounidense, varias grandes empresas del país y la Fundación Ford para
establecer programas en Sudamérica. Uno de estos, el denominado “Proyecto Chile”
entrenó a cientos de estudiantes de economía chilenos – a partir de entonces
conocidos en la región como “los Chicago Boys” – tanto en la Universidad de Chicago
como en la Universidad Católica de Santiago, en los principios de la economía de
mercado. Durante los 60, estos programas fueron expandidos significativamente por la
región, y los estudiantes, poco a poco, alcanzaron posiciones prominentes en las
Universidades como en el gobierno de países como Argentina, Uruguay y Brasil.
El 11/9/73 Pinochet dio, con el apoyo de la CIA, un golpe de Estado que derrocó a
Salvador Allende, un firme defensor de la Escuela Desarrollista. Inmediatamente
después del golpe, varios Chicago boys domésticos presentaron al nuevo hombre
fuerte un modelo económico para el país de 500 páginas. Conocido como “El Ladrillo”,
este documento llamó a una amplia e inmediata desregulación y la aplicación de
medidas de privatización, así como el recorte del gasto social, la reducción de aranceles
y el levantamiento de los controles de precios – con el objetivo aparente de luchar
contra la galopante inflación de Chile. Tras la aceptación de una gran parte de este
programa, Pinochet procedió rápidamente a imponer estas políticas neoliberales a una
velocidad vertiginosa, mientras que aplicaba medidas represivas contra sus oponentes
políticos. Si bien concedían que los métodos brutales de represión del general no
encajaban con sus ideales libertarios, sin embargo, Friedman y Hayek argumentaron
que tales tratamientos neoliberales de choque proporcionarían una “buena
oportunidad” para el rápido retorno de Chile a la democracia, la libertad y niveles de
prosperidad sin precedentes. Sin embargo, Pinochet mantendría amplios poderes
dictatoriales durante las dos siguientes décadas, que fueron marcadas durante
frecuentes desapariciones de disidentes políticos, la tortura y otras violaciones
sistemáticas de los derechos humanos. Durante su autoritario mandato, la economía
de Chile se estabilizó en términos de inflación y de tasa de crecimiento del PIB, pero las
clases media y baja perdieron terreno en la desigualdad económica, que aumentó
notablemente. El 10% más rico del país se beneficiaron de las reformas neoliberales
cuando sus ingresos casi se doblaron durante los primeros años pinochetistas. Hasta la
fecha, Chile se ha mantenido como una de las naciones más desiguales del mundo. Los
resultados de la “revolución neoliberal” que azotó al país desde la década de los 70
hasta la de los 90 continúan generando acalorados debates entre partidarios y
detractores de la Escuela de Chicago, sobre las virtudes de las reformas neoliberales
impuestas desde el exterior para orientar las economías hacia el mercado libre.
Argentina se enfrentó a una situación similar en 1976, cuando una junta militar
tomó el poder. Manteniendo contacto con los Chicago Boys locales, los generales
impulsaron reformas neoliberales, pero rechazaron ir tan lejos como privatizar algunas
industrias clave, como hizo Pinochet en Chile. Los militares argentinos siguieron la
estrategia chilena de hacer desaparecer y torturar a miles de disidentes políticos, a los
que habían calificado de forma indiscriminada como “subversivos”. Como el periodista
económico Naomi Klein ha sugerido, la junta argentina supuestamente dio un giro
hacia el mercado, pero su modelo económico se parecía más al corporativismo fascista
basado en la complicidad forzosa entre el gobierno, empresas y sindicatos.
Pero hubo un serio revés para el peso, que tenía un valor alto y estable por su
vinculación al dólar: se había vuelto caro producir mercancías en el país, por lo que al
abrir el mercado nacional a las importaciones extranjeras produjo una inundación de
bienes baratos importados, que minaron las industrias locales y barrieron cientos de
miles de puestos de trabajos. Más aún, a causa de la integración global promocionada
por el FMI, la economía argentina se había hecho más susceptible a los shocks externos
como la crisis asiática de 1997-8, el crash de la economía rusa de 1998 y la crisis de la
moneda que afectó a Brasil en 1999 [la mayoría de los economistas argentinos opina
que la crisis que realmente afectó a la economía argentina y que desencadenó la crisis
de 2001-2 fue la de Brasil, porque por su tamaño y proximidad, Brasil era el principal
cliente de Argentina. El real también fue vinculado al dólar (para luchar contra la
inflación) desde su creación en 1994 hasta que en enero de 1999 Brasil dejó flotar su
moneda (se dejó que la cotización fuera determinada por el mercado cambiario), y la
moneda brasileña perdió las 3/4 partes de su valor (pasó de 1 a 1, a 1 a 4). Desde ese
mismo momento, Argentina era incapaz de competir con ningún país importante del
mundo, y se llenó de mercancías brasileñas]. Como resultado del deterioro de la
economía mundial, el acceso de Argentina a los mercados de capital se secó.
Anteriormente celebrada por los oficiales del FMI y el BM como “modelo a imitar”, la
orgullosa nación sudamericana estaba ahora al borde del colapso.
El grupo de los 20
Los ministros de finanzas y los gobernadores de los Bancos centrales del grupo
de los 20 (G-20) es un grupo de importantes líderes económicos de las 19 economías
más grandes del mundo más la Unión Europea. Su propósito es promocionar el debate
entre los líderes del G-20 para abordar cuestiones políticas relativas a la promoción de
la estabilidad financiera internacional. A raíz de la crisis financiera global ha reunido
los jefes de gobierno de más del 60% de la población mundial, del 85% del PIB
mundial y del 80% del comercio mundial.
MÉXICO
Las condiciones bajo las cuales el neoliberalismo llegó a México a principios de
los 80 fueron similares a aquellas existentes en la Argentina. En ambos casos, las
reformas orientadas al mercado fueron precedidas por la re-evaluación de las
estrategias de la industrialización desarrollista, que había creado barreras al comercio
exterior para proteger las industrias nacionales de la competencia estratégica.
Caracterizado por una fuerte intervención gubernamental a través del desarrollo y la
intervención de las empresas estatales, la versión mejicana del desarrollismo consiguió
reformas sociales y compromisos de clase al precio de una alta inflación y un bajo
crecimiento económico. Al igual que países sudamericanos como Argentina y Brasil,
México compensó su déficit fiscal y anual durante la mayor parte de los 70 y principios
de los 89 pidiendo dinero prestado a los bancos comerciales extranjeros [la deuda
externa argentina tiene, en general, un origen muy distinto]. En agosto de 1982, el
Ministro de Finanzas de México, Jesús Siva Herzog, declaró que su país no sería capaz
de servir más su deuda externa. El default de México provocó la crisis de la deuda
externa de América Latina, durante la cual, la mayoría de los principales prestamistas
internacionales, o redujeron, o paralizaron totalmente la concesión de nuevos
préstamos a la región. Descansando en los prestamos masivos del FMI para evitar una
catástrofe social, los distintos gobiernos mejicanos a finales de los 80 y durante los 90
fueron obligados a aceptar las SAP [programa de ajuste reestructural] que iban
anexadas a las muy necesitadas infusiones de capital.
OBSERVACIONES FINALES
Nuestro examen sobre el impacto que causó el Consenso de Washington sobre
América Latina y África revela la existencia de patrones y resultados similares. Desde la
perspectiva del FMI y del Banco Mundial, las reformas orientadas al mercado en la
región fueron necesarias para producir un crecimiento económico sostenido y sacar a
millones de personas de la pobreza. Para conseguir este fin, estas dos instituciones
económicas internacionales enlazaron su asistencia financiera a la adopción de
programas de ajuste estructural anclados en un modelo de prescripciones de una-talla-
única. Incluso si pusiéramos a un lado las objeciones a la doctrina liberal misma, sería
bastante obvio que la búsqueda de reformas neoliberales “para hacer que los
mercados funcionen” debería considerar que no todos los mercados “funcionan”
exactamente del mismo modo y de acuerdo a las mismas reglas. Y también está el
problema de aplicar las mismas formulas rígidas en diferentes contextos sociales. Los
remedios neoliberales aplicados en América Latina y África son estrategias
microeconómicas basadas en supuestos sociales, culturales y políticos específicos. Los
principios neoliberales de la “iniciativa empresarial” y la “maximización del beneficio”
no son necesariamente normas universales que pueden ir goteando en el “mundo en
desarrollo”. De hecho, no tiene mucho sentido pensar que las recetas políticas del
Consenso de Washington podían ser implementadas por decreto en el curso de tan
solo una o dos décadas. Sin embargo, y a favor de estas instituciones, ambas han
pensado en replantear sus estrategias desgastadas por el tiempo. Además, la actual
crisis financiera mundial ha obligado a los líderes políticos, tanto del Norte como del
Sur, a cuestionarse el diseño y las prácticas neoliberales en la arquitectura económica
mundial.
Pero el factor del miedo no entró totalmente en juego hasta los sucesos
traumáticos del 11 de septiembre de 2001, cuando fuerzas radicales del jihadismo
global atacaron lo que ellos consideraron como los símbolos “materialistas” y “ateos”
de la sociedad más neoliberal del mundo. En aquel día en que Al Qaeda lanzó sus
ataques atroces, el lazo entre la violencia política y los manifestantes anti-globalización
estaban ya tan firmemente anclados en la mente del público, que un número relevante
de comentaristas políticos denominaron “elementos radicales” a los principales
sospechosos. Cuando quedó claro que la red terrorista liderada por Osama Bin Laden y
Aiman al-Zawahiri estaba detrás de estas tremendas atrocidades, el estereotipo
negativo del caótico movimiento de justicia social fue rápidamente eclipsado por la
imagen amenazadora de los extremistas islámicos organizados en células clandestinas
por todo el mundo. El Presidente George Bush y el Primer Ministro Tony Blair vieron la
oportunidad de aprovechar la crisis de la seguridad mundial para extender la
hegemonía del neoliberalismo sobre nuevos términos. Por ello, en los primeros años
del siglo XXI, el lenguaje neoliberal se fusionó con un esquema de seguridad
neoconservador. A los gobiernos de los distintos países se les dijo, en términos
inequívocos, que debían permaneces con el líder del neoliberalismo global – los
Estados Unidos de América – en el lado de la “civilización” contra las fuerzas del
terrorismo global o afrontar las consecuencias de su errónea decisión. Ser “civilizado”
significa no solo abrazar el estilo de democracia estadounidense y los mercados libres,
sino también abstenerse de criticar la política exterior estadounidense. Países como
Francia, Alemania y Rusia, que se opusieron a la invasión de Irak de 2003, pagaron un
alto precio por su insubordinación: el gobierno vengativo de Bush simplemente les
eliminó del lucrativo negocio de la reconstrucción de un país devastado.
Traducción:
El acuerdo fue elogiado por los líderes de los negocios como un paso crucial en la
reparación de la infraestructura financiera mundial, mientras los críticos de la izquierda
criticaban el carácter moderado de las reformas, la falta de detalles y la ausencia de
medidas concretas para combatir el cambio climático global. Además, el comunicado
del G20 dejó “las necesarias reformas del sistema bancario en manos de cada gobierno
nacional para actuar sobre la base de caso por caso”. Como era de esperar, muchos
ejecutivos de la banca nacional se resistieron inmediatamente a la aplicación de tales
medidas con el argumento de que el péndulo de la regulación se volvería contra esas
medidas. Además, no se le dio poder de ejecución obligatoria al nuevo Consejo de
Estabilidad Financiera. Más bien al contrario, sus principales actividades estaban
limitadas a asesorar a los miembros, vigilar las regulaciones y colaborar con el FMI en
crear los mecanismos de alerta temprana dirigidos a prevenir la `próxima crisis
financiera. Finalmente, aunque fue obvio que los acuerdos del G20 dieron al FMI un
papel crucial en el proceso de las deseadas reformas, no estaba totalmente claro como
el FMI sería capaz de desembarazarse de su vieja lógica neoliberal, si rápida y
totalmente, o no. Por lo tanto, podríamos finalizar diciendo que sería prematuro
pronunciar que el neoliberalismo está muerto, sería igualmente absurdo negar que la
crisis que, con la crisis, se ha empezado a coquetear de nuevo con los principios
keynesianos.
CONCLUSIÓN
Habiendo llegado al final de nuestro viaje por los distintos panoramas del
neoliberalismo, resumamos brevemente nuestros descubrimientos. Tras argumentar
que el neoliberalismo funciona como una ideología, como una modo de gobierno o
como un paquete de políticas que hacen hincapié en el papel fundamental de los
mercados y la empresa privada, hemos observado que barrió el mundo en dos oleadas
sucesivas a partir de la década de los 80, tanto en el Reino Unido como en los Estados
Unidos. Los neoliberales pusieron, con audacia, en práctica, las ideas de Hayek y
Friedman. En el proceso, Reagan y Thatcher lograron romper el paradigma keynesiano
que había dominado la teoría económica y la práctica desde los años oscuros de la
Gran Depresión. Aunque estas dos variantes de la primera ola desarrollaron su propio
conjunto de políticas, compartieron un deseo común de rediseñar sus respectivas
sociedades según la fórmula neoliberal D(esregulación)-L(iberalización)-P(rivatización).
Durante los Felices Noventa, la segunda ola del neoliberalismo adoptada por
políticos de “centro-izquierda” como Bill Clinton y Toni Blair buscaron balancear su
pensamiento pro mercado libre con algún tipo de responsabilidad social y comunitaria.
Sin embargo, simultáneamente, utilizaron el “poder blando” del FMI y el Banco
Mundial para exportar el “Consenso de Washington” al resto del mundo. Su firme
compromiso con una economía mundial impulsada por el comercio transnacional dio
lugar a una serie de acuerdos regionales de libre comercio. Además, la recién creada
OMC se convirtió en el poderoso medio de supervisión y ejecutor de la agenda de
liberalización del globalismo de mercado. Sin embargo, después del cambio de siglo,
una serie de desafíos a la hegemonía del neoliberalismo consiguieron alguna
notoriedad, pero fallaron en conseguir algún cambio fundamental. Se dejó que la crisis
económica mundial de 2008-09 (que quizás continúe más allá de estos dos años)
desestabilizara el reino sin rival del neoliberalismo, precisamente 30 años después de la
ascensión de Margaret Thatcher al cargo de Primer Ministro.
Si bien está claro que la primera y la segunda ola tuvieron su buena época, está
lejos de ser cierto que el neoliberalismo como tal haya salido del escenario mundial
para siempre. Como hemos enfatizado a lo largo de este libro, el neoliberalismo viene
de muchas variedades que han demostrado ser muy adaptables a contextos sociales
específicos. Por otra parte, los acuerdos preliminares acordados entre los líderes del
G20 en la cumbre de Londres de 2009 incluían algunos remedios keynesianos para
aplicar a la economía global en crisis, pero podrían ser insostenibles a largo plazo.
Aunque parece que el fundamentalismo del libre mercado ha sido relegado a la
papelera de la historia, el segundo pilar del neoliberalismo – el comercio libre – no solo
permanece en pie, sino que además ha sido reafirmado como indispensable por las
elites económicas y políticas mundiales. Es totalmente concebible que una posible
recuperación económica en 2010 o 2011 podría volver a envalentonar esas voces
neoliberales que, por el momento, han sido silenciadas por la actual calamidad. De
otro lado, si la crisis económica continúa, o incluso se profundiza, las llamadas a una
cirugía más radical se volverán más insistentes, posiblemente creando la suficiente
presión como para dar paso a una nueva era de capitalismo controlado globalmente.
Por lo tanto, tanto una tercera ola de neoliberalismo (más moderada que en las dos
precedentes) y un New Deal global (construido sobre principios keynesianos) son
distintas posibilidades para la segunda década del siglo XXI.