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REVISTA JURIDICA ARGENTINA LA LEY

DIRECTOR

JORGE HORACIO ALTERINI

LA LEY
2015

RNPI EN TRÁMITE - ISSN EN TRÁMITE


Interpretación de las normas en el nuevo Código

Por Etala, Carlos Alberto

SUMARIO:

I. La norma del Código. — II.1. La interpretación literal. — II. 2. El método teleológico. — II. 3. La analogía. — II. 4. Las disposiciones que surgen
de los tratados sobre derechos humanos. — II. 5. Los principios. — II. 6. Los valores jurídicos. — II. 7. La coherencia del sistema. — III. El
significado de la norma sobre interpretación.

I. La norma del Código

El art. 2° del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación prescribe lo siguiente: "La ley debe ser interpretada teniendo en cuenta sus palabras,
sus finalidades, las leyes análogas, las disposiciones que surgen de los tratados sobre derechos humanos, los principios y los valores jurídicos, de
modo coherente con todo el ordenamiento".

Como se advierte de su simple lectura, la norma transcripta parece ser una norma imperativa, "debe ser", reza la norma, dirigida primordialmente a
los jueces pero también a todos los habitantes de la Nación en tanto estén regidos por las normas del Código (1). Sin embargo, también de su
propio texto surge que la norma en cuestión incorpora distintos métodos interpretativos que en muchos sentidos pueden contraponerse entre sí.
De este modo se reconocen como métodos legalmente válidos de interpretación, los siguientes: 1) la interpretación literal ("las palabras"); 2) el
método teleológico (las "finalidades" de la ley); 3) la analogía ("las leyes análogas"); 4) normas de jerarquía superior ("las disposiciones que surgen
de los tratados sobre derechos humanos"); 5) los principios; 6) los valores jurídicos; 7) la coherencia del sistema.

Lo expuesto precedentemente plantea la cuestión de la "interpretación" que debe conferirse a esta misma directiva interpretativa. Para efectuar un
ordenado tratamiento del tema corresponde, previamente, considerar de manera separada los distintos métodos interpretativos mencionados por
el referido artículo del Código.

II.1. La interpretación literal

El artículo del Código dice que "La ley debe ser interpretada teniendo en cuenta sus palabras". En los Fundamentos del Anteproyecto la Comisión
Redactora se expresa a este respecto que "de conformidad con lo que señala la mayoría de la doctrina, la decisión jurídica comienza por las
palabras de la ley". Uno de los autores del nuevo cuerpo normativo, comentando este enunciado del artículo, expresa que "no se trata aquí del
lenguaje común ni del significado que se puede conseguir en los diccionarios, sino del significado normativo de los vocablos"; y agrega enseguida:
"Cada palabra tienen un significado preciso dentro del contexto de interpretación que suministra el resto del Código" (2). Esto significa que en la
concepción de este autor no se trata de tener en cuenta su significado "vulgar", ni "lexicográfico" sino del sentido "técnico" (normativo) de las
palabras, pero con el agregado de que este sentido técnico debe ser insertado en el "contexto de interpretación" que suministra el resto del
Código, es decir, se incorpora un nuevo método interpretativo, el "contextual", no estrictamente mencionado en la enunciación del art. 2°
transcripto más arriba, aunque guarde un cierto "aire de familia" con la "coherencia del sistema" al que el mismo artículo se refiere.

El tema de la interpretación literal ha sido motivo de una profusa consideración doctrinaria, tanto en el derecho nacional como en el comparado.

Ante todo debemos señalar que aun en la interpretación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación la interpretación de las palabras de la ley ha
oscilado desde atenerse a su sentido vulgar o lexicográfico hasta el que debe asignárseles desde un estricto enfoque técnico-jurídico. Así se ha
resuelto que "Las leyes deben interpretarse conforme al sentido propio de las palabras que emplean sin molestar su significado específico;
máxime cuando aquél concuerda con la acepción corriente en el entendimiento común y la técnica legal empleada en el ordenamiento jurídico
vigente" (Fallos 308-1745, entre otros). "Por encima de lo que las leyes parecen decir literalmente es propio de la interpretación indagar lo que
ellas dicen jurídicamente. En esta indagación no cabe prescindir de las palabras de la ley, pero tampoco atenerse rigurosamente a ellas, cuando la
interpretación razonable y sistemática así lo requiere" (Fallos 311-2751; 312-1614, entre otros).

El problema de las palabras de la ley, es que tal como lo ha señalado Carrió, el lenguaje del derecho o, lo que es lo mismo, el lenguaje de las
normas o reglas jurídicas, es "lenguaje natural" u "ordinario", expresión que se opone a la de "lenguajes formalizados" puesto que estos últimos se
caracterizan porque sus términos son absolutamente precisos y rigurosamente inequívocos, como ocurre, por ejemplo, en el campo de la lógica
simbólica y en el de la geometría pura. Las palabras de los lenguajes naturales, entre ellas las que aparecen en las normas jurídicas, no poseen
estas características. Como el derecho es una técnica de control social cuyas reglas se usan para dirigir u orientar acciones humanas concretas,
para posibilitar acciones humanas concretas y para juzgar acciones humanas concretas, sus reglas tienen que estar formuladas en lenguaje
natural o ser definibles en palabras pertenecientes a este último lenguaje. Sin embargo, los lenguajes naturales exhiben ciertas notas que es
preciso destacar: los lenguajes naturales contienen expresiones "ambiguas" y palabras "vagas" (3).

Una expresión lingüística es "ambigua" si tiene varios significados (4). Además, la ambigüedad de una palabra no constituye un impedimento para
su "vaguedad", sino que tiende a multiplicarla. Una palabra ambigua puede ser vaga —y generalmente lo es— en cada una de sus distintas
acepciones (5).

Carrió ha explicado magistralmente lo que significa en el derecho la "vaguedad" del lenguaje ordinario. Expresa que todo cuanto podemos decir,
cuando nos enfrentamos con vocablos como "joven", "lejano", "adulto", "anciano" y otros que son "vagos", es que hay casos centrales o típicos,
frente a los cuales nadie vacilaría en aplicar la palabra, y casos claros de exclusión respecto de los cuales nadie dudaría en no usarla. Pero en el
medio hay una zona más o menos extendida de casos posibles frente a los cuales, cuando se presentan, no sabemos qué hacer. El uso vigente
de la palabra no nos suministra una guía segura, positiva o negativa, para clasificar los casos dudosos, porque ella es deliberadamente usada con
imprecisión. Tales vocablos cumplen una función importantísima en los lenguajes naturales, y también en el lenguaje del derecho. Hablamos
corrientemente de plazo razonable, de error sustancial, de culpa o de injuria grave, de peligro inminente, de velocidad excesiva, etc. Respecto de
todas estas palabras vale la siguiente metáfora esclarecedora. Existe un foco de intensidad luminosa donde se agrupan los ejemplos típicos,
aquellos frente a los cuales no se duda que la palabra es aplicable. Hay una mediata zona de oscuridad circundante donde caen todos los casos
en los que no se duda que no lo es. El tránsito de una zona a otra es gradual; entre la total luminosidad y la oscuridad total hay una zona de
penumbra sin límites precisos. Paradójicamente ella no empieza ni termina en ninguna parte, y sin embargo existe. Esta característica de
"vaguedad potencial" que los lenguajes naturales necesariamente exhiben ha sido llamada "la textura abierta del lenguaje" (6). Esto es lo que
permite a Hart hablar de "textura abierta del derecho" con sus consecuencias de inevitable indeterminación (7).

II. 2. El método teleológico

A este método alude la norma del Código cuando menciona que "La ley debe ser interpretada teniendo en cuenta...sus finalidades", es decir, las
"finalidades" de la ley. En este punto los Fundamentos del Anteproyecto expresan: "También, incluimos sus finalidades, con lo cual dejamos de
lado la referencia a la intención del legislador. De ese modo la tarea no se limita a la intención histórica u originalista, sino que se permite una
consideración de las finalidades objetivas del texto en el momento de su aplicación". El mismo Dr. Lorenzetti, comentando este enunciado de la
norma, sostiene que esta finalidad se encuentra en las "discusiones parlamentarias" pero, cada vez más, en la propia ley que establece "objetivos
y valores". El mismo autor agrega que "No se trata entonces de ignorar la intención del legislador, sino de dar preferencia a las finalidades
objetivas del texto en el momento de su aplicación por sobre la intención histórica u originalista que alude al momento de su sanción (8).

Ha sido Ihering, quien haciéndose cargo de los peligros que implicaba el absurdo de procedimientos lógico-abstractos, tal como los que manejaba
el movimiento llamado "jurisprudencia de conceptos" (Begriffjurisprudenz), introdujo en el derecho la noción de "fin", "finalidad" o "télesis",
concepción que alcanzó extraordinaria difusión bajo la etiqueta de "método teleológico de interpretación" y, con algunas variantes, con lo que se
llamó después "jurisprudencia de intereses". Aftalión criticó severamente la concepción teleológica. Afirma que es un grueso error hablar de "fin de
una ley", por la sencilla razón de que los únicos que pueden perseguir fines son las personas. Señala que tan no puede decirse que una
determinada institución jurídica persigue por sí sola fines determinados, que puede ser utilizada con fines diversos (9).

Entonces, para los autores del Código no se trata de indagar la intención del legislador, aunque puedan consultarse las discusiones
parlamentarias. Se trata de desentrañar los "objetivos" y "valores" para determinar las finalidades objetivas del texto en el momento de su
aplicación. El riesgo de este enfoque parece ser que la determinación de las "finalidades objetivas" pueda traducirse sólo en la discreción subjetiva
de los jueces expresada al momento de dictar sentencia.

II. 3. La analogía

A este método se refiere el texto del art. 2° cuando menciona a "las leyes análogas". En este aspecto, los Fundamentos del Anteproyecto señalan:
"Se mencionan las leyes análogas, que tradicionalmente han sido tratadas como fuente y aquí se las incluye como criterios de interpretación, para
dar libertad al Juez en los diferentes casos. Ello tiene particular importancia en supuestos en los que pueda haber discrepancias entre la ley
análoga y la costumbre, como sucede en el ámbito de los contratos comerciales". Este método interpretativo ha sido definido como "la aplicación a
un caso no previsto de la norma que se refiere a otro, que ofrece con el primero una semejanza que el intérprete considera suficiente para que la
aplicación esté justificada, por concurrir en uno y otro la misma razón". Se trata de un procedimiento de integración de lagunas del sistema
normativo y se lo distingue de la interpretación extensiva o restrictiva de una ley (10). Es evidente, entonces, que nuestro Código Civil y Comercial
—a diferencia del derecho penal— autoriza el razonamiento por analogía (argumentum a simili) como forma de integrar las normas civiles y
comerciales.

El art. 3° del Código dice, después del epígrafe "Deber de resolver", que "el juez debe resolver los asuntos sometidos a su jurisdicción mediante
una decisión razonablemente fundada". "Hay litigio —dice Kelsen— cuando una de las partes pretende tener un derecho que la otra cuestiona, o,
más exactamente, cuando la otra parte cuestiona tener la obligación correspondiente a este derecho. El órgano encargado de resolver el litigio
debe determinar si el derecho vigente impone o no dicha obligación a la parte que la cuestiona. En la afirmativa dará razón al demandante, en la
negativa rechazará su demanda. En ambos casos aplica el derecho vigente. Si da la razón al actor, aplica la norma que impone una obligación al
demandado. Si rechaza la demanda, aplica la regla general según la cual todo lo que no está prohibido está jurídicamente permitido; ningún
hombre puede exigir de otro que se conduzca de una manera determinada si éste no está jurídicamente obligado a ello" (11).

Desde este punto de vista no podrían existir las llamadas lagunas "lógicas" o "normativas". En cambio sí pueden existir las lagunas "técnicas" o
"axiológicas" o lagunas "de la regulación". Éstas serían insuficiencias del derecho positivo que se perciben como omisión de la regulación jurídica
para determinadas situaciones objetivas en que cabría esperarla y cuya eliminación exige y permite una decisión judicial que complemente el
derecho. Estas lagunas técnicas son, o bien lagunas que se presentan como vacíos generados por la divergencia entre el derecho positivo y el
derecho deseado, o bien como consecuencia del carácter más o menos indeterminado y general de la ley (12).

Bobbio sostiene que para que se pueda sacar la conclusión, o sea, atribuir al caso no regulado las mismas consecuencias jurídicas atribuidas al
caso regulado de manera similar, es necesario que entre los dos exista no una semejanza cualquiera, sino una semejanza relevante, es decir, es
necesario sacar de los dos casos una cualidad común a ambos, que sea al mismo tiempo la razón suficiente por la cual al caso regulado se le ha
atribuido aquella consecuencia y no otra. Entonces, se dice que es necesario que los dos casos, el regulado y el no regulado, tengan en común
la ratio legis, para que el razonamiento por analogía sea admisible. Es lo que se ha plasmado en la tradicional fórmula: "Ubi eadem ratio, ibi
eadem dispositio" (donde hay igual razón, debe haber igual disposición) (13).

II. 4. Las disposiciones que surgen de los tratados sobre derechos humanos

Lorenzetti expresa que todos los tratados internacionales suscriptos por el país y que resultan obligatorios deben ser tenidos en cuenta para
decidir un caso. Esta es la función que cumplen como fuente del derecho a que se refiere el art. 1° del Código. Pero además, cuando se interpreta
una norma, tienen especial relevancia los tratados de derechos humanos, porque proveen un contenido valorativo que se considera relevante para
el sistema. Ésta es la función que tienen en materia hermenéutica y a la que se refiere el art. 2° del mismo Código (14).

Se trata en este caso de una de las formas de la llamada "interpretación conforme". Guastini distingue dos tipos ligeramente distintos de ella. En
primer lugar, se hace una interpretación conforme siempre que se adapta el significado de una disposición al significado, previamente establecido,
de otra disposición de rango superior. Así, por ejemplo, si una disposición legal admite dos interpretaciones en conflicto, de forma que la primera
sea conforme con las normas constitucionales, mientras que la segunda está en contraste con ellas, se hace una "interpretación conforme"
escogiendo la primera interpretación y rechazando la segunda. En segundo lugar, se hace una "interpretación conforme" cada vez que se adapta,
se adecua, el significado de una disposición a un principio general o fundamental del derecho, previamente establecido. Este caso es distinto del
precedente por el hecho de que un principio no necesariamente reviste un rango superior al de la disposición particular. De manera evidente, las
diversas formas de interpretación "conforme" tienen la finalidad —y el efecto— de evitar la aparición de antinomias, tanto entre normas de diverso
grado jerárquico como entre normas particulares y principios generales, según los casos (15).

II. 5. Los principios

Lorenzetti, sostiene que en el Código derogado, los principios tenían un carácter preferentemente supletorio. Sustenta esta opinión en el propio
texto del art. 16 del Código Civil de 1869 que expresa: "Si una cuestión civil no puede resolverse, ni por las palabras, ni por el espíritu de la ley, se
atenderá a los principios de leyes análogas; y si aún la cuestión fuere dudosa, se resolverá por los principios generales del derecho, teniendo en
consideración las circunstancias del caso". Agrega que en el nuevo Código los principios tienen "una función de integración y control
axiológico" (16). El mismo autor define a los principios como "normas abiertas, indeterminadas, que obligan a cumplir un mandato en la mayor
medida posible y compatible con otros principios competitivos; por eso se dice que son mandatos de optimización; en su aplicación se busca el
nivel óptimo mediante un juicio de ponderación. Ponderar es establecer comparaciones, establecer el peso de cada uno y aplicar el mayor en el
caso concreto" (17).

Como recuerda Puig Brutau, no fueron los principios generales los que primero aparecieron históricamente sino las manifestaciones concretas de
su aplicación a situaciones determinadas. En las primeras manifestaciones del derecho no aparece el principio general sino el supuesto de hecho
singular. Es decir, primero se dicta la norma que significa la reacción ante la injusticia cometida en un caso concreto (como al resolverse que se
devuelva lo injustamente obtenido) y después —a través de él— se llega al conocimiento necesario para formular el principio general, como el de
que nadie puede enriquecerse en detrimento ajeno (18).

Lo que caracteriza al principio general es que no contiene una referencia concreta al supuesto de hecho de su aplicación. Por eso es que en este
sentido se le ha negado el carácter de norma jurídica en sentido técnico porque no contiene una indicación vinculante con carácter inmediato para
un determinado campo de problemas (19).

Tanto la doctrina como la jurisprudencia han tenido serios obstáculos cuando intentaron determinar con precisión en qué consisten estos
principios. Josef Esser atribuye esta dificultad al conjunto muy heterogéneo de cuestiones que se incluyen como contenido de estos principios:
"fundamentos" de la jurisprudencia y axiomas y máximas propuestos por la doctrina, principios didácticos y constructivos, ideas dominantes en un
sistema jurídico nacional y principios abstractos en que se inspira una institución universal, principios que se derivan como ratio de los
fundamentos vigentes del derecho, y otros que han sido introducidos por la tradición, unos que han sido propuestos por la práctica jurisprudencial
y otros que la estructura político-constitucional ha proclamado obligatorios, principios materiales y principios heurísticos o técnicos de la aplicación
del derecho y finalmente principios generales superiores que por definición informan "todo derecho" (20).

Esta heterogeneidad queda acreditada con la discrepante consideración que los "principios generales" han recibido de la doctrina. Así se los ha
asimilado a un ideal determinado por la conciencia colectiva. Al derecho natural en el sentido moderno de la expresión (21). También se alude a la
opinión de los doctrinarios más autorizados. Otras veces se hace referencia al derecho romano, a la equidad, o al ordenamiento jurídico del
Estado (22).

Según lo que Del Vecchio ha calificado como "doctrina predominante" el método para descubrir los principios generales del derecho consistiría en
ascender, por vía de abstracción, de las disposiciones particulares de la ley a determinaciones cada vez más amplias; continuando en esta
"generalización creciente" hasta llegar a comprender en la esfera del derecho positivo el caso dudoso (23). Así Covielo sostiene que los principios
generales del derecho son los fundamentales de la misma legislación positiva, que no se encuentran escritos en ninguna ley, pero que son los
presupuestos lógicos necesarios de las distintas normas legislativas, de las cuales a fuerza de abstracción deben exclusivamente deducirse.
Pueden ser de hecho principios racionales superiores, de ética social y también principios de derecho romano, y universalmente admitidos por la
doctrina; pero tienen valor no por ser puramente racionales, éticos o de derecho romano y científico, sino porque han informado efectivamente el
sistema positivo de nuestro derecho y llegado a ser de este modo principios del derecho positivo y vigente (24).

Mans Puigarnau opina que considerar "principios generales del derecho" a la mera aplicación de aquéllos en que se inspira el propio sistema legal
no sería suplir plenamente la insuficiencia de la ley y de la costumbre para resolver la cuestión, sino aplicar el derecho por el procedimiento
analógico, a lo que hay que añadir que el principio de derecho contenido en la ley, prácticamente ya no es principio como fuente supletoria sino
simplemente precepto legal (25). Por consiguiente, para este autor, los principios generales invocados por el legislador en defecto de ley y de
costumbre, serán aquellos que no se hallen en contradicción con el sistema de derecho positivo vigente, es decir, aquellos que, teniendo
verdadero carácter de tales, se hallen formulados en reglas de autoridad reconocida y que no se encuentren en contradicción con las normas
supremas que constituyen los fundamentos del derecho (26). El mismo autor señala que así como el mismo concepto abstracto de derecho no
puede ser objeto de una formulación precisa, es natural que permanezca también en la indefinición el de sus principios generales. Por eso, más
que una definición prefiere enumerar y comentar las principales notas que caracterizan correlativamente a las tres ideas básicas de que participan:
1) principalidad; 2) generalidad; y 3) juridicidad. En relación a la primera, la idea de principio implica las
de fundamento, elemento, origen, comienzo, razón, condición y causa. En orden a la segunda, la de género en oposición a especie, y la
de pluralidad en oposición a singularidad. Finalmente, en punto a la tercera, la de juridicidad, debe entenderse en todos sus múltiples aspectos y
facetas. Por eso, este autor se pronuncia por un concepto amplio de los "principios generales del derecho" al señalar que "abarcan o comprenden
todos aquellos conceptos fundamentales y preceptos básicos y elementales que inspiran la conciencia y el sentido jurídicos (principios de derecho
y equidad naturales), y que informan el sistema de normas que regulan las instituciones (principios sistemáticos del derecho positivo) o la
construcción doctrinal o teórica de las mismas (principios de la ciencia del derecho), y que rigen la realización práctica de unas y otras (reglas del
arte del derecho o reglas técnicas jurídicas)" (27).

Como hemos visto, el art. 2° del CCCN no define qué son esos "principios" ni enumera cuáles son los que designa como tales. Esta es una tarea
que compete a la doctrina de los autores pero es obvio que ésta no podrá elaborar principios de la nada sino que tratará de desentrañar cuáles
son las valoraciones inmanentes a las normas jurídicas que permiten extraer orientaciones, lineamientos, criterios, pautas y directivas adecuadas
para dar sentido a su aplicación en los casos que se susciten en el futuro y que no tengan una solución claramente suministrada por la ley. En
definitiva, la vigencia cierta de un principio se pondrá de manifiesto no sólo por estar de alguna manera previsto en la ley sino principalmente por la
efectiva aplicación que de él hagan los tribunales.

Efectivamente, resulta sumamente difícil dar una precisa definición de "principio". Genaro Carrió ha examinado distintos sentidos en que la
expresión "principio jurídico" se emplea y así señala, entre otros, a) el que se utiliza para aislar rasgos o aspectos importantes de un orden jurídico
(por ejemplo, el principio de la separación de poderes); b) para expresar generalizaciones ilustrativas obtenidas a partir de las reglas del sistema
(por ejemplo, el de la buena fe en las transacciones); c) para referirse a la "ratio legis" de una norma o conjunto dado de normas, esto es, a su
propósito, objetivo, meta, etcétera; d) para designar pautas a las que se atribuye un contenido intrínseco y manifiestamente justo (por ejemplo, el
que prohíbe discriminar entre los seres humanos por motivos raciales o religiosos); e) para identificar ciertos requisitos formales o externos que
todo orden jurídico debería satisfacer; f) para hacer referencia a guías dirigidas al legislador que sólo tienen un carácter meramente programático
(por ejemplo, algunas cláusulas constitucionales); g) para aludir a ciertos juicios de valor que recogen exigencias básicas de justicia y moral
positivas y que se estiman sustentados en la "conciencia jurídica popular"; h) para referirse a máximas que provienen de la tradición jurídica (28).

Cabe señalar que si bien el Código no enumera cuáles son los principios que constituyen criterios de interpretación y aplicación de las normas,
eleva a una categoría preferente al "principio de razonabilidad" puesto que el art. 3°, dedicado al "deber de resolver", prescribe que "el juez debe
resolver los asuntos que sean sometidos a su jurisdicción mediante una decisión razonablemente fundada". Esto significa otorgar un valor superior
en las decisiones judiciales a su motivación y a la razonabilidad en su fundamentación.

II. 6. Los valores jurídicos


Lorenzetti dice que los valores mencionados en la Constitución y en las leyes son citados con frecuencia en las decisiones judiciales: "afianzar la
justicia", el "bienestar general", "la solidaridad", etcétera (29). El mismo autor afirma que, desde una perspectiva jurídica, es decir, con referencia a
cuestiones de derecho, los valores cumplen algunas funciones. Destaca, en este aspecto, el que cumplen en el "campo argumentativo" en que
pueden constituir contenidos de los principios, en tanto éstos llevan implícitos una idea o referencia valorativa. La argumentación jurídica implica
que el principio lleva a un análisis comparativo de valores. Agrega el mismo autor, que en otros casos el valor expresa un juicio comparativo, es
decir, compara un valor con otro, y en ello, se diferencia del principio (mandato de optimización, manda a hacer algo en la mayor medida posible).
Esta valoración comparativa surge cuando de dos objetos se dice que uno tiene mayor valor que otro, expresándose juicios de preferencia o
equivalencia (30).

Robert Alexy sostiene que es fácil reconocer que los "principios" y los "valores" están estrechamente vinculados entre sí en un doble sentido: por
una parte, de la misma manera que puede hablarse de una colisión de principios y de una "ponderación" de principios, puede también hablarse de
una colisión de valores y de una ponderación de valores; por otra parte, el cumplimiento gradual de los principios tiene su equivalente en la
realización gradual de los valores (31).

II. 7. La coherencia del sistema

La norma del art. 2° del CCCN, en su tramo final, resulta ambigua puesto que admite los siguientes sentidos de su última locución: "... de modo
coherente con todo el ordenamiento", puesto que no se advierte con la debida precisión si este sintagma se refiere: 1) a "la ley", en el sentido de
que "la ley debe ser interpretada"..."de modo coherente con todo el ordenamiento", vale decir, agregando un nuevo método interpretativo, la
"interpretación contextual o sistemática" (32); 2) o bien que propone que todos los diversos enfoques interpretativos que enuncia previamente
deben ser aplicados "de modo coherente con todo el ordenamiento"; 3) como reconocimiento de un argumento autónomo que generalmente es
conocido como "argumento de la coherencia" y que parte de la idea de que un legislador razonable —y al que se supone también perfectamente
previsor— no puede regular una misma situación de dos maneras incompatibles, de modo que existe una regla que permite descartar una de las
dos disposiciones que provocan la antinomia y que permite al juez intervenir para resolver esa antinomia (33).

Es evidente que el legislador se ha querido referir, en nuestro caso, a una interpretación "armónica", también llamada "contextual" o
"sistemática" (34). Este tipo de interpretación se realiza en la práctica cada vez que, para decidir el significado de una disposición, no se observa la
propia disposición de forma aislada sino el contexto en el que está ubicada. Ese contexto puede ser más o menos amplio: los otros párrafos de un
mismo artículo, los otros artículos de una misma ley, hasta llegar a la totalidad de las disposiciones que componen un ordenamiento jurídico (35).
Está claro que en el texto del art. 2° CCCN el legislador se refiere a la totalidad del ordenamiento.

III. El significado de la norma sobre interpretación

Se ha negado que la interpretación esté sometida a normas jurídicas, tratándose de un acto cognoscitivo que, como tal, no puede estar sujeto a
reglas (36). Sin embargo, todos los ordenamientos legales contienen normas que pretenden establecer orientaciones para el proceso de
interpretación.
Estas directivas legales interpretativas han sido juzgadas inoficiosas. La función judicial y la manera de ejercerla escapa a cualquier función
legislativa. Cuando el legislador intenta decirles a los jueces de qué modo han de interpretar la ley, sus palabras sobre esta materia han de resultar
necesariamente inoperantes. El legislador puede incluir en sus mandatos legales todo cuanto estime oportuno, pero la función jurisdiccional es
una cosa diferente y sólo puede ser de la competencia del órgano que la ejerza autorizadamente. Como lo señala Recasens Siches (37), las
normas generales hablan del único modo en que pueden hablar: en términos generales y abstractos. En cambio, la vida humana, las realidades
sociales, en las cuales se debe cumplir y, en su caso, aplicar las leyes, son siempre particulares y concretas. Por consiguiente, para cumplir o
aplicar una ley o un reglamento, es ineludiblemente necesario convertir la regla general en una norma individualizada, transformar los términos
abstractos en formulaciones concretas y esto es lo que precisamente se llama "interpretación" y lo que hacen los operadores jurídicos,
especialmente los jueces.

Kelsen, al abordar el problema de la interpretación, afirma que la norma es un marco abierto a varias posibilidades y que todo acto de aplicación
es conforme a la norma si no se sale de este marco y en cambio lo llena de alguna de las maneras posibles (38). Agrega que si se entiende por
interpretación la determinación del sentido de la norma por aplicar, el resultado de esta actividad no puede ser otro que la determinación del marco
constituido por la norma y, por consiguiente, la comprobación de las diversas maneras de llenarlo. La interpretación de una norma no conduce,
pues, necesariamente, a una solución justa. Puede presentar varias soluciones que desde el punto de vista jurídico son todas de igual valor si
están de acuerdo con la norma por interpretar. Por el contrario, el órgano encargado de aplicar la norma puede atribuir a estas soluciones valores
diferentes si los considera desde el punto de vista político o moral. Critica, a renglón seguido, la concepción de la ciencia jurídica tradicional, según
la cual, la aplicación de una ley a un hecho concreto sólo puede conducir a una única decisión correcta, impuesta por la misma ley (39). Kelsen
afirma seguidamente que la interpretación es un acto de voluntad y no de conocimiento. Llega a esta conclusión después de comprobar que, a
pesar de todos los esfuerzos desplegados por la ciencia jurídica tradicional, ésta no ha logrado resolver de un modo objetivamente válido dicho
problema ya que no ha aportado ningún criterio o método que permita dar preferencia a una de las diversas posibilidades contenidas en el marco
de una norma, a uno de los sentidos que ésta pueda tener, sea que se la considere en sí misma o en relación con las otras normas del
ordenamiento (40).

Kelsen finaliza su formulación sobre esta temática de manera categórica: "Un comentario científico debe limitarse a indicar las interpretaciones
posibles de una norma. No puede decidir cuál de ellas es la única correcta o justa. Esta decisión es un acto de voluntad que incumbe
exclusivamente al órgano que tiene la competencia de aplicar la norma creando una nueva. La mayor parte de los comentarios que se consideran
científicos son, en realidad, obras de política jurídica. Al elegir una sola de las interpretaciones lógicamente posibles, tratan de ejercer una
influencia en el proceso de creación del derecho induciendo a los tribunales y a las autoridades administrativas a considerar que no hay otra
interpretación posible" (41).

La postura de Kelsen esclarece debidamente en algún aspecto y suscita interrogantes en otros. El primero de ellos es que la norma es un marco
abierto de posibilidades y, por consiguiente, ella admite varias interpretaciones distintas. Una primera conclusión que puede extraerse sin dificultad
de esta afirmación es que existe un espacio dentro del marco y otro fuera de él. Lo que está fuera de él excede lo que el abanico de matices que
la norma ofrece puede llevar a considerar una interpretación "razonable". Vale decir, fuera del marco de la norma nos encontramos en el campo de
una interpretación "arbitraria" (42). El interrogante aparece cuando empezamos a indagar sobre las que se estiman interpretaciones posibles. Es
cierto que tal como lo formula Kelsen todas las interpretaciones "posibles" son interpretaciones "jurídicas", pero ello no nos debe llevar
necesariamente a la conclusión de que todas las interpretaciones posibles son equivalentes. Si Kelsen rechaza correctamente la univocidad
hermenéutica (no hay una única interpretación correcta o justa), no por ello cabe aceptar sin más la equivocidad hermenéutica. Es cierto, no hay
una sola interpretación correcta o justa pero no todas las demás son equivalentes. Puede existir dentro del marco de matices que la norma ofrece
una o más interpretaciones que sean más "justas" o "razonables" que otras. Para ello habrá que acudir a consideraciones que desde un
positivismo estricto podrían ser calificadas de "políticas" o "extrajurídicas", pero en tanto son admitidas o tenidas en cuenta por el juez o el órgano
competente al resolver las controversias no pueden expulsarse sin más del campo del derecho (43).

Los métodos interpretativos constituyen, en la práctica, un repertorio de recursos que permiten al juez dar a su sentencia "fuerza de convicción",
para lo cual ha de buscar en el ordenamiento jurídico, y aun fuera de él, criterios de objetividad que le den fundamento necesario para presentarla
como una decisión "justa" y "razonable", a fin de que sea apreciada como tal por un auditorio constituido principalmente por las partes, los
tribunales superiores y, eventualmente, por la sociedad (44).

De este modo, la resolución de un caso se presenta al juez como un "problema" (45) que necesariamente debe resolver, para lo cual ha de
recurrir, entre otros medios, a las palabras de la ley, sus finalidades, las leyes análogas, las disposiciones que surgen de los tratados sobre
derechos humanos, los principios y valores jurídicos, insertando la norma interpretada de modo coherente en el seno de todo el ordenamiento,
todos recursos interpretativos que el art. 2° CCCN enuncia de manera indicativa.

Tal como lo señala Vernengo, los métodos interpretativos deben ser apreciados como técnicas retóricas, es decir, como procedimientos para
obtener la adhesión de un auditorio. El juez, que resuelve el caso de una determinada forma, invoca uno u otro de los procedimientos
interpretativos aceptados, con el propósito de especificar las pautas que permitan a los receptores de su mensaje, apreciar la objetividad de su
actuación o la bondad axiológica de la solución propuesta (46), vale decir, que la decisión adoptada es "justa y razonable".

En suma, rechazada por ilusoria la pretensión de obtener una "única respuesta correcta" queda sin embargo en pie la "pretensión de corrección"
formulada por Robert Alexy, como "ideal regulativo" que es preciso concretar en la mayor medida posible . Es cierto, no existe una "única respuesta
correcta" pero es posible confrontar las distintas interpretaciones posibles a partir de la "fundabilidad" de cada una de ellas para escoger la "más
justa y razonable" a la luz de la fuerza del "mejor argumento".

Es cierto que en definitiva esta elección no ha de disolver definitivamente la indeterminación inherente a todo ordenamiento jurídico y ha de
desembocar necesariamente en un acto de autoridad (de la autoridad legislativa o de la judicial), pero en una democracia avanzada esta decisión
debe ser precedida por un "discurso racional" que dé cuenta de todos los argumentos posibles e imponga la fuerza del "mejor argumento",
respetando los valores inmanentes a todo ordenamiento jurídico de una democracia constitucional y deliberativa que son los de justicia, orden, paz
y seguridad jurídica (47).

Cita: AR/DOC/2757/2015

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