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Mario Vargas Llosa, crítico de José María Arguedas


Carlos Arturo Caballero Medina
Universidad Nacional de San Agustín
ccaballerome@unsa.edu.pe

Sumilla
El ensayo más polémico sobre la vida y obra de José María Arguedas es sin duda La
utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo (1996) de Mario
Vargas Llosa. La idea que se desarrollará es que dicho ensayo constituye, además de
una interpretación de la obra arguediana y del proceso del indigenismo peruano, una
refutación a la crítica arguediana. Se iniciará con una sucinta revisión del indigenismo
desde la perspectiva de Mario Vargas Llosa; luego, se analizará las objeciones y
aciertos; finalmente, se planteará un balance acerca de la crítica de Vargas Llosa
respecto a la obra de Arguedas.

Palabras clave
Arcaico, indigenismo, modernidad, nación, utopía

En diversas entrevistas, Vargas Llosa ha expresado abiertamente su posición frente a las


revueltas indígenas en América Latina, refiriéndose específicamente a lo que él llama
“fenómeno del colectivismo” o a lo que suele llamar también “primitivismo” o
“indigenismo”. Refiriéndose a los movimientos indígenas declaró en otra oportunidad:
“Si queremos alcanzar el desarrollo, si queremos elegir la civilización y la moralidad,
tenemos que combatir resueltamente esos brotes de colectivismo. Podemos derrotarlos
con buenas ideas” (Sarango, 2003). Vargas Llosa contrasta su opinión aclarando que no
todo nacionalismo es malo en tanto “su defensa de lo particular, de las costumbres y las
tradiciones locales, del derecho de cada pueblo a que se reconozca su idiosincrasia y se
respete su identidad, tiene un signo positivo, nada racista ni discriminatorio […] y ella
puede interpretarse como una muy humana y progresista reivindicación de las
sociedades pequeñas y débiles frente a las poderosas” (1994, p.53). El novelista peruano
considera al indigenismo como una forma de nacionalismo cuyas marcas negativas
están en su exaltación de lo regional, el colectivismo, la oposición al progreso y a la
modernidad, y en su conservadurismo cultural, notable, a su parecer, en algunos
escritores como Luis E. Valcárcel y José María Arguedas. Su perspectiva sobre el
indigenismo y la obra arguediana la desarrolla en el ensayo La utopia arcaica (1996).
Antonio Cornejo Polar precisó que el indigenismo no se definía por su referencia a lo
indígena sino por “el modo como ese referente es o pretende ser revelado desde una
perspectiva no indígena” (1982, pp. 90). De este modo, no se exagera al afirmar que el
indigenismo es producto de una subjetividad urbana, ilustrada, letrada, de clase media y
predominantemente castellanohablante. Este movimiento fue la proyección del ideario
criollo-mestizo, heredero de la tradición colonial, sobre las expectativas frustradas de la
población considerada indígena durante la naciente República, a la cual se le confinó al
pasado o se le consoló con la promesa mesiánica de la restauración de dicho pasado
glorioso. Ello canceló y postergó por mucho tiempo la posibilidad de su emergencia
social en términos reales. Por esta razón, y en contraste con lo anterior, el mayor logro
del indigenismo literario tuvo lugar en la ficción, donde sí se colmaban las demandas
sociales, culturales, políticas e históricas del indio. Sin embargo, su traducción
sociológica ocurrió a partir de los años 60 y se desbordó en los 80, por lo cual
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concuerdo con Vargas Llosa cuando afirma que el indigenismo fue fecundo en lo
artístico, pero no en lo político. El valor del indigenismo sociológico, político y literario
fue revelar las contradicciones de nuestra identidad cultural peruana y latinoamericana y
no como lo planteaban los ideólogos del primer indigenismo, la fiel reproducción del
mundo indígena y sus vicisitudes. Así como Edward Said (1990) concluyó que el
Orientalismo ilumina más sobre Occidente y su concepción jerarquizada del mundo, el
indigenismo revela mucho más sobre el espacio de la representación (desde donde se
observa) que del mundo representado (a quienes se observa).
Las mayores objeciones a La utopía arcaica provienen de la crítica literaria, los
científicos sociales y de los escritores de raigambre arguediana. Algunos científicos
sociales sostienen que Vargas Llosa no comprendió a Arguedas, pues su postura
neoliberal se lo impide. Por ejemplo, Rodrigo Montoya realiza una refutación
ideológica a La utopía arcaica, más que científica, y sobre todo referencialista, porque
asume la novela como un documento sociológico que “para los especialistas de las
ciencias sociales es una fuente valiosísima para conocer la vida cotidiana de los
miembros de una sociedad en un momento determinado” (1998). De otro lado, Camilo
Fernández Cozman también ha comentado la aproximación teórica de Vargas Llosa a la
obra de José María Arguedas. Señala que cuando ejerce la crítica literaria, cae en
contradicciones, pues si bien rechaza el referencialismo histórico-biográfico (no como
marco contextual que ayuda a comprender la literatura, sino como fuente de verificación
de una hipótesis sobre el texto) cae en un referencialismo psicologista cuando aborda la
obra de Arguedas a la luz de sus datos biográficos. Por este motivo, Fernández Cozman
califica de arcaica la aproximación teórica de Vargas Llosa (1997, pp. 115). Por el lado
de los escritores arguedianos, encontramos las críticas más virulentas y casi siempre
menos consistentes, pues muchas de ellas se concentran en calificativos sobre el autor y
no necesariamente sobre el ensayo en discusión. Esta actitud la encontramos en
“¿Arguedas o Vargas Llosa? Deslindes y perspectivas”, del novelista y crítico literario
puñeno Jorge Flórez-Aybar y en “Capacidad creadora del pueblo”, del poeta también
puneño José Luis Ayala, se confronta de manera maniquea a Vargas Llosa y Arguedas,
ya que, sin matiz alguno, ambos consideran que aquel representa lo “occidental” y este,
lo “andino” (2011).
Personalmente, su análisis sobre el proceso del indigenismo peruano en La utopía
arcaica me parece acertado, aunque no sea una propuesta original —pues recoge las
clasificaciones ya existentes y consensuadas por la crítica— tiene el mérito de la
claridad introductoria. Asimismo, considero que acierta en calificar de utópico y arcaico
a primer indigenismo porque se trata de una construcción intelectual criolla, urbana,
letrada, no indígena. Utópico por ficcional, irrealizable, inalcanzable, inaplicable y
culturalmente etnocéntrico y esencialista; y arcaico por la fijación en un espacio-tiempo
remoto, paradisíaco, uniforme, homogéneo y sin tensiones que no admite el cambio ni
la diversidad propia de la realidad contemporánea y que niega la diversidad existente en
aquel pasado. Esto me lleva a sostener que La utopía arcaica es un ensayo que
constituye, además de una interpretación de la obra arguediana y del proceso del
indigenismo peruano, una refutación a la crítica arguediana.
También, considero que acierta en criticar el fundamentalismo del primer
indigenismo, adverso al liberalismo político que defendía la voluntad individual, la
pluralidad cultural, el multiculturalismo y la necesidad del diálogo entre identidades
diversas. La propuesta de Arguedas era intercultural, a diferencia de ese primer
indigenismo que era abiertamente etnocéntrico, confrontacional y hostil con lo
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occidental, es decir, en buena cuenta, con la diferencia cultural. “Lo relevante es que La
utopía arcaica es una contribución a la discusión más general sobre la índole del
indigenismo literario. Percibida así, su aporte fue entre otro de demostrar que el
entendimiento del indigenismo determina de gran modo la lectura de la obra
arguediana” (Schirová, 2004, p.99). En suma, considero que uno de los deslices más
graves de Vargas Llosa fue hacer extensivo su análisis del indigenismo, sin matices, a la
obra de Arguedas, pues “sabemos que Arguedas promocionaba el encuentro cultural y
el concepto de la transculturación cuando el mestizaje de dos tradiciones hace posible
surgir una nueva cualidad”, por lo cual “no es entonces una utopía arcaica, como reza el
título del libro de Vargas Llosa, sino que es una utopía dirigida hacia el otro extremo de
la línea temporal. El pasado se revive en el presente para que pueda surgir algo futuro”
(Hermuthová, 2004, pp.45-46).
Vargas Llosa se precipita al descalificar la propuesta arguediana al incluirla sin
matices en todo el proceso del primer indigenismo, porque no toma en cuenta esa
pretensión intercultural que a Arguedas lo distancia de sus predecesores. Llamarlo
“conservador cultural” fue, a mi modo de ver, exagerado; lo que sucede, reitero, es que
Arguedas esbozó creaciones que daban cuenta de un conflicto personal, vivencial de
alcance colectivo, mas no elaboró una propuesta de solución, lo cual no le resta mérito,
es solo una explicación. Vargas Llosa cometió el desliz de confundir explicación con
justificación: que Arguedas exhibiera tensiones entre las identidades culturales no
significa que estuviera tomando partido por alguna de ellas. La frase “Todas las
sangres” es más conflictiva que armónica, más desafío que solución, más un proyecto
que una realidad terminada. Significa diversidad en conflicto y en ello no es posible
hallar conservadurismo cultural.
El Nobel peruano, como ocurre en parte de su obra narrativa, exorcizó sus demonios
culturales mediante el ejercicio de la crítica literaria eligiendo a un novelista cuya teoría
de la novela es muy similar a la suya, pero que ideológicamente se encuentra en la orilla
opuesta. Su admiración por la obra arguediana no le impidió enjuiciarla, con muchos
excesos es verdad, pero con denodada pasión y minuciosidad. Nuestro Premio Nobel de
Literatura, me parece, se sintió impulsado a analizar la obra arguediana porque vio en
ella una comprobación de los excesos a los que podría conducir el ejercicio de novelista
basado en una actitud vital: la generación de ficciones ideológico-políticas sobre la base
de ficciones literarias, pero, además, las consecuencias reales de tal actitud: el suicidio.
En este sentido, la teoría de la novela de Arguedas es el haz o el envés, según como se
vea, de la teoría de la novela de Mario Vargas Llosa, pues mientras aquella se
fundamenta en un vitalismo que trasciende la ficción novelística, la segunda
circunscribe ese vitalismo estrictamente al espacio-tiempo de la creación artística. Este
contraste de perspectivas es lo que, a mi modo de ver, subyace en La utopía arcaica y
es la tesis implícita que pasó desapercibida para la gran mayoría de los detractores de
este polémico ensayo.

Bibliografía
Arguedas, J. M. (1950). La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú.
Mar del Sur. 9, 66-72.
Ayala, J.L. (2011). Capacidad creadora del pueblo. Mar del Sur. 1
Cornejo Polar, Antonio (1982). Sobre Literatura y crítica latinoamericanas. Caracas:
Universidad Central de Venezuela.
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Fernández Cozman, C. (1997). La utopía de un liberal. Alma mater. (13-14), 112 -117.
Flórez-Aybar, J. (2011). ¿Arguedas o Vargas Llosa? Deslindes y perspectivas. Mar del
Sur. 1.
Hermuthová, J. (2004).El discurso experimental arguediano. En José María Arguedas
en el corazón de Europa (pp. 29-75). Instituto de Estudios Románicos. Facultad
de Filosofía y Letras. Praga: Universidad Carolina de Praga.
Montoya. R. (1998). Todas las sangres: ideal para el futuro del Perú. Crítica del libro
La utopía arcaica, José María Arguedas y las ficciones del indigenismo de
Mario Vargas Llosa. Obtenida el 15 de agosto de 2011, de
http://www.andes.missouri.edu/andes/Arguedas/RMCritica/RM_Critica1.html
Schirová, K. (2004). Todas las sangres – la utopía peruana. En José María Arguedas en
el corazón de Europa (pp. 97-143). Instituto de Estudios Románicos. Facultad
de Filosofía y Letras. Praga: Universidad Carolina de Praga.
Vargas Llosa, M. (1994). Desafíos a la libertad. Lima: Peisa.
Vargas Llosa, M. (1996). La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del
indigenismo. México: Fondo de Cultura Económica.

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