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NICOLÁS ABBAGNANO

HISTORIA DE LA
FILOSOFÍA
Volumen 1

HUNAB KU
PROYECTO BAKTUN
CAPITULO II

LA ESCUELA JÓNICA

7. CARACTERES DE LA FILOSOFÍA PRESOCRATICA

La filosofía presocrática está dominada por el problema cosmológico


hasta los sofistas. No excluye al hombre de sus consideraciones; pero ve en
él solamente una parte o un elemento de la naturaleza y no el centro de un
problema específico. Para los presocráticos, los mismos principios que
explican la constitución del mundo físico explican también la del hombre.
Les es ajeno el reconocimiento de los caracteres específicos de la existencia
humana y, por eso, les es ajeno el problema de lo que es el hombre en su
subjetividad como principio autónomo de la investigación. Es tarea de la
filosofía presocrática rastrear y reconocer, más allá de las apariencias múltiples
y continuamente mudables de la naturaleza, la unidad que hace de ésta un
mundo: la única sustancia que constituye su ser, la ley única que regula su
devenir. La sustancia es para los presocráticos la materia de que todas las cosas
se componen; pero es también la fuerza que explica su composición, su
nacimiento y su muerte, su perpetua mutación. Es su principio no sólo en el
sentido de que explica su origen sino también y sobre todo en el sentido de que
hace inteligible y reunifica aquella multiplicidad y mutabilidad de las cosas que
parece, a primera vista, tan rebelde a cualquier consideración unitaria. De ahí
se desprende el carácter activo y dinámico que la naturaleza, la fysis, tiene para
los presocráticos: no es una sustancia inmóvil, sino la sustancia como principio
de acción y de inteligibilidad de todo lo que es múltiple y deviene. De esto
deriva también el llamado hilozoísmo de los presocráticos: la convicción
implícita de que la sustancia corpórea primordial encierra en sí misma una
fuerza que la hace moverse y vivir.
La filosofía presocrática, a pesar de la simplicidad del tema de su
especulación y del grosero materialismo de muchas de sus concepciones, ha
conquistado por primera vez la posibilidad especulativa de concebir la
naturaleza como un mundo y establecido como base de tal posibilidad a la
sustancia, entendida como principio del ser y del devenir. Es un hecho
indudable que esas conquistas se refieren exclusivamente al mundo físico;
pero es igualmente indudable que comportan, al menos implícitamente,
otras tantas conquistas referentes al mundo propio del hombre, su vida
interior. El hombre no puede emprender una indagación del mundo como
objetividad, sin que se le clarifique su subjetividad, el reconocimiento del
mundo como lo otro respecto a uno mismo está condicionado por el
reconocimiento de sí mismo como yo; y viceversa. El hombre no puede ir en
busca de la unidad de los fenómenos externos, si no es sensible al valor de la
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unidad de su vida interior y de sus relaciones con los otros hombres. El


hombre no puede reconocer que una sustancia constituya el ser y el
principio de las cosas externas sino en cuanto reconozca también el ser y la
sustancia de su existencia individual y colectiva. La investigación que se
encamina al mundo objetivo está necesariamente conexionada con la del
mundo propio del hombre. Esta conexión resulta clara en Heráclito. Plantea
el problema del mundo físico unificándolo esencialmente con el problema
del yo; y cada conquista en el primero de estos campos le parece
condicionada por la investigación dirigida a sí mismo: "Yo me he indagado a
mí mismo" (fr. 101, Diels). Aparte Heráclito, sin embargo, el problema a
que intencionadamente se dirige la investigación de los presocráticos es el
cosmológico: todo lo que la investigación dirigida a este problema implica
en el hombre y para el hombre queda sin expresar y corresponderá ponerlo
en claro al siguiente período dé la filosofía griega.
Los caracteres de cada filosofía son determinados por la naturaleza de sus
problemas; y no cabe duda de que el problema predominante en la filosofía
presocrática es el cosmológico. La tesis propuesta por ciertos críticos
modernos (en contraposición polémica con la de Zeller sobre el carácter
meramente naturalista de la filosofía presocrática) acerca de la inspiración
mística de tal filosofía, inspiración de la cual procedería su tendencia a
considerar antropomórficamente el universo físico, se funda en afinidades
arbitrarias carentes de base histórica. Por otra parte, esta tesis se origina en
la última fase de la filosofía griega que, por su inspiración religiosa, trata de
fundarse en una sabiduría revelada y garantizada por la tradición; y
precisamente saca de esta fase los testimonios sobre los cuales se funda la
proporción de verosimilitud que posee. Pero es notorio que los
neopitagóricos, neoplatónicos, etc., fabricaban los testimonios que habían
de servir para fundamentar el carácter religioso-tradicional de sus doctrinas.
Es imposible hacer gravitar toda la consideración de la filosofía griega sobre
los presupuestos aceptados por ellos: especialmente cuando el mayor mérito
de los primeros filósofos griegos ha sido el de haber aislado un problema
específico determinado, el del mundo, saliendo de la confusión caótica de
problemas y de exigencias que se entrecruzan en las primeras
manifestaciones filosóficas de los poetas y de los profetas más antiguos. Los
pensadores presocráticos verificaron por primera vez aquella reducción de la
naturaleza a objetividad, que es condición primaria de toda consideración
científica de la naturaleza; reducción que es precisamente lo más opuesto a
la confusión entre la naturaleza y el hombre, propia del misticismo antiguo.
Es un hecho indudable (como se ha dicho) que la investigación naturalista
implica el sentido de la subjetividad espiritual o contribuye a formarlo; mas
este hecho no se debe a una influencia religiosa sobre la filosofía sino que
más bien es inherente al mismo filosofar; es un nexo que los problemas
establecen en la vida misma de los filósofos que los debaten.

8. TALES

El fundador de la escuela jónica es Tales de Mileto, contemporáneo de


Solón y de Creso. Su acmé, o sea su florecimiento se sitúa hacia el año 585
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antes de J. C., de ahí que su nacimiento deba remontarse al 624-23; su


muerte se hace coincidir con el 546-45.
Tales fue político, astrónomo, matemático y físico además de filósofo.
Como político impulsó a los griegos de Jonia, como relata Herodoto (I,
170), a unirse en un estado federal con capital en Teos. Como astrónomo
predijo un eclipse solar (probablemente el del 28 de marzo del 585 antes de
J. C.). Como matemático estableció varios teoremas de geometría. Como
físico descubrió las propiedades del imán. De su fama de sabio
continuamente absorto en la especulación da testimonio la anécdota referida
por Platón (Teet., 174 e) de que, observando el cielo se cayó en un pozo,
cosa que provocó la risa de una sirvienta tracia. Otra anécdota contada por
Aristóteles (Pol., I, 11, 1259 a) tiende, por el contrario, a destacar su
habilidad como hombre de negocios: previendo una abundantísima cosecha
de aceitunas, arrendó todos los molinos de la comarca y los subarrendó
luego a un precio mucho más alto a sus mismos propietarios. Se trata
probablemente de anécdotas espúreas referidas de Tales más como símbolo
y encarnación del sabio que como persona concreta. Pues la última de ellas
(como observa el propio Aristóteles) trata de demostrar que la ciencia no es
inútil, sino que ordinariamente los científicos no la usan (como podrían)
para enriquecerse.
No parece que haya dejado escritos filosóficos. Debemos a Aristóteles el
conocimiento de su doctrina fundamental (Met., I, 3, 983 b, 20): "Tales
dice que el principio es el agua, por la cual afirmaba también que la tierra se
sostiene sobre el agua; quizá sus razones fueran el ver que el alimento de
todas las cosas es húmedo y que lo cálido se engendra y vive en la humedad;
pues aquello de que todo se engendra es el principio de todo. Por eso siguió
tales conjeturas y también porque las semillas de todas las cosas son de
naturaleza húmeda y el agua es para lo húmedo el principio de su
naturaleza." Aristóteles observa que esta creencia es antiquísima; Homero
ha cantado a Océano y Tetis como principios de la generación. Así pues,
Aristóteles sólo presenta un argumento como propio de Tales: el de que la
tierra se sostiene sobre el agua: el agua es aquí sustancia en el más simple de
los significados, como lo que está debajo (subiectum) y sostiene. El otro
argumento (la generación de lo húmedo) es aducido solo como probable;
quizás es una conjetura de Aristóteles. Tales creía unida al agua una fuerza
activa, vivificante y transformadora: tal vez en este sentido decía que "todo
está lleno de dioses" y que el imán tiene alma porque atrae al hierro.

9. ANAXIMANDRO

Conciudadano y contemporáneo de Tales, Anaximandro nació en el


610-9 (tenía 64 años cuando descubrió la oblicuidad del Zodíaco en el
547-46). También fue político y astrónomo. Es el primer autor de escritos
filosóficos de Grecia; su obra en prosa Acerca de la naturaleza señala una
etapa notable de la especulación cosmológica entre los jonios. Usó por
primera vez el nombre de principio (arché) para referirse a la sustancia
única; y encontró tal principio no en el agua o en el aire o en otro elemento
determinado, sino en el infinito (ápeiron) o sea en la cantidad infinita de
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materia, de la cual se originan todas las cosas y en la cual todas se disuelven,


cuando termina el ciclo que tienen impuesto por una ley necesaria. Este
principio infinito abraza y gobierna a todas las cosas; por su parte es
inmortal e indestructible y, por lo tanto, divino. No lo concibe como una
mezcla (migma) de los distintos elementos en la cual esté cada uno
comprendido con sus cualidades peculiares, sino más bien como materia en
que aún no se han diferenciado los elementos y que, así, además de infinita
es indefinida (aóriston) (Diels, A 9 a).
Estas precisiones constituyen ya un enriquecimiento y un desarrollo de la
cosmología de Tales. En primer lugar, el carácter indeterminado de la
sustancia primordial, no identificada con ninguno de los elementos
corpóreos, a la vez que permite comprender mejor la derivación de éstos
como otras tantas especificaciones y determinaciones de aquélla, la priva de
todo carácter de verdadera y propia corporeidad, convirtiéndola en una pura
masa cuantitativa o espacial. Estando de hecho ligada la corporeidad al
carácter determinado de los elementos particulares, el ápeiron no puede
distinguirse de ellos sino por estar privado de las determinaciones que
constituyen la corporeidad sensible de los mismos y, así, porque se reduce al
infinito espacial. Aunque no pueda encontrarse en Anaximandro el
concepto de espacio incorpóreo, la indeterminación del ápeiron, al reducirlo
a la espacialidad, lo convierte necesariamente en un cuerpo determinado
solamente por su magnitud espacial. Tal magnitud es infinita y, como tal, lo
abarca y lo gobierna todo (Diels, A 15). Estas determinaciones y sobre todo
la primera, hacen del ápeiron una realidad distinta del mundo y
trascendente: lo que abarca está siempre fuera y más allá de lo que resulta
abarcado, aunque en relación con ello. Así pues, el principio que
Anaximandro establece como sustancia originaria merece el nombre de
"divino". Las propias exigencias de la explicación naturalista conducen a
Anaximandro a una primera elaboración filosófica de lo trascendente y lo
divino, sustrayéndolo por primera vez a la superstición y al mito. Mas el
infinito es también lo que gobierna al mundo: no es, pues, sólo la sustancia
sino también la ley del mundo.
Anaximandro es el primero en plantearse el problema del proceso a través
del cual las cosas se derivan de la sustancia primordial. Tal proceso es la
separación. La sustancia infinita está animada por un movimiento eterno, en
virtud del cual se separan de ella los contrarios: cálido y frío, seco y
húmedo, etc. Por medio de esta separación se engendran infinitos mundos,
que se suceden según un ciclo eterno. Cada uno de ellos tiene señalado el
tiempo de su nacimiento, de su duración y de su fin. "Todos los seres deben
pagarse unos a otros la pena de su injusticia según el orden del tiempo" (fr.
1, Diels). Aquí la ley de justicia que Solón consideraba predominante en el
mundo humano, ley que castiga la prevaricación y la prepotencia, se
convierte en ley cósmica, ley que regula el nacimiento y la muerte de los
mundos. Pero ¿cuál es la injusticia que todos los seres cometen y que todos
deben expiar? Evidentemente, se debe a la constitución misma y, así, al
nacimiento de los seres, ya que ninguno de ellos puede evitarla, así como no
puede sustraerse a la pena. El nacimiento es, como se ha visto, la separación
de los seres de la sustancia infinita. Evidentemente, tal separación equivale a
la rotura de la unidad, que es propia del infinito; es la infiltración de la
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diversidad, y por tanto del contraste, donde había homogeneidad y


armonía. Pues con la separación se determina la condición propia de los
seres finitos: múltiples, distintos y opuestos entre sí, inevitablemente
destinados, por ello, a expiar con la muerte su propio nacimiento y a volver
a la unidad.
A pesar de los siglos y de la escasez de las noticias que nos han llegado,
todavía podemos darnos cuenta, por estos vestigios, de la grandeza de la
personalidad filosófica de Anaximandro. Fundamentó la unidad del mundo
no sólo en la de su sustancia, sino también en la unidad de la ley que lo
gobierna. Y en esta ley no ha visto una necesidad ciega, sino una norma de
justicia. La unidad del problema cosmológico con el humano está aquí
latente: Heráclito la sacará a la luz del día.
Mientras tanto, la misma naturaleza de la sustancia primordial conduce a
Anaximandro a admitir una infinidad de mundos. Se ha visto que infinitos
mundos se suceden según un ciclo eterno; mas ¿son los mundos también
infinitos contemporáneamente en el espacio o sólo sucesivamente en el
tiempo? Un testimonio de Aecio cuenta a Anaximandro entre los que
admiten innumerables mundos que circundan por todos lados el que
nosotros habitamos; y hay un testimonio análogo en Simplicio, que pone
junto a Anaximandro a Leucipo, Demócrito y Epicuro (Diels, A 17).
Cicerón (De nat. deor., I, 10, 25), copiando a Filodemo, autor de un tratado
sobre la religión hallado en Herculano, dice: "Era opinión de Anaximandro
que hay divinidades que nacen, crecen y mueren a largos intervalos y que
tales divinidades son mundos innumerables." En realidad es difícil negar que
Anaximandro haya admitido una infinidad de mundos en el espacio. Puesto
que, si el infinito abarca todos los mundos, debe pensarse que, con ello, no
sólo alcanza más allá de un único mundo sino también de otros y otros más.
Solamente en relación con infinitos mundos puede concebirse la infinitud de
la sustancia primordial, que lo abraza y trasciende todo.
Anaximandro tuvo un modo original de considerar la forma de la tierra:
es un cilindro que gravita en medio del mundo sin sostenerse en ningún sitio
porque, hallándose a igual distancia de todas partes, no es empujado a
moverse por ninguna de ellas. Respecto a los hombres, no se trata de seres
originarios de la naturaleza. En efecto, no pueden alimentarse por sí mismos
y, por tanto, no hubieran podido sobrevivir, si desde el comienzo hubieran
nacido tal como nacen ahora. Han debido, pues, originarse a partir de otros
animales. Nacieron dentro de los peces y después de haber sido alimentados,
al ser ya capaces de protegerse por sí mismos, fueron expulsados y pisaron
tierra. Teorías extrañas y primitivas que, sin embargo, muestran de la
manera más decisiva la exigencia de hallar una explicación puramente
naturalista del mundo y la de atenerse a los datos de la experiencia.

10. ANAXIMENES

Anaximenes de Mileto, más joven que Anaximandro y quizá discípulo


suyo, floreció hacia el 546-45 y murió hacia el 528-25 (63. a Olimpiada). Al
igual que Tales, reconoce como principio una materia determinada, que es el
aire; pero a esta materia atribuye los caracteres del principio de
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Anaximandro: la infinitud y el movimiento perpetuo. También veía en el


aire la fuerza que anima el mundo: "Tal como nuestra alma, que es aire, nos
sostiene, así el soplo y el aire circundan al mundo entero" (fr. 2, Diels). El
mundo es como un gigantesco animal que respira: y su aliento es su vida y
su alma. Del aire nacen todas las cosas que hay, que fueron y que serán,
incluso los dioses y las cosas divinas. El aire es principio de movimiento y de
toda mutación. Anaximenes llega a decirnos incluso de qué modo el aire
determina la transformación de las cosas: se trata del doble proceso de la
rarefacción y de la condensación. Al enrarecerse, el aire se vuelve fuego; al
condensarse se hace viento, después nube y, volviéndose a condensar, agua,
tierra y luego piedra. También el calor y el frío se deben al mismo proceso:
la condensación produce el frío, la rarefacción, el calor.
Como Anaximandro, Anaximenes admite el devenir cíclico del mundo; de
ahí su disolución periódica en el principio originario y su periódica
regeneración a partir del mismo.
Posteriormente la doctrina de Anaximenes fue sostenida por Diógenes de
Apolonia, contemporáneo de Anaxágoras. La acción que Anaxágoras
atribuía a la inteligencia la atribuyó Diógenes al aire, que todo lo penetra y
como alma y soplo (pneuma) crea la vida, el movimiento y el pensamiento
en los animales. Por eso, según Diógenes, el aire es increado, luminoso,
inteligente, lo ordena y domina todo.

11. HERÁCLITO

La especulación de los jonios culmina en la doctrina de Heráclito, que por


primera vez aborda el problema mismo de la investigación y del hombre que
la emprende. Heráclito de Efeso perteneció a una familia noble de su ciudad,
fue contemporáneo de Parménides y, como él, floreció hacia el 504-01 antes
de J. C. Es autor de una obra en prosa que fue después conocida con el
acostumbrado título Acerca de la naturaleza, constituida por aforismos y
sentencias breves y tajantes, no siempre claras, que le valieron el
sobrenombre de "oscuro".
El punto de partida de Heráclito es la comprobación del incesante devenir
de las cosas. El mundo es un flujo perpetuo: "No es posible meterse dos
veces en el mismo río ni tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo
estado; a causa de la velocidad del movimiento todo se dispersa y se
recompone de nuevo, todo viene y va" (fr. 91, Diels). La sustancia que sea
principio del mundo debe explicar el incesante devenir de éste con su propia
y extrema movilidad; Heráclito la identifica con el fuego. Pero puede decirse
que en su doctrina el fuego pierde todo carácter corpóreo: es un principio
activo, inteligente y creador. "Este mundo, que es el mismo para todos, no
ha sido creado por ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que fue
siempre, es y será fuego eternamente vivo que se enciende según un orden
regular y se apaga según un orden regular" (fr. 30, Diels). Así que el cambio
es un salir del fuego o un retorno al mismo. "Con el fuego se intercambian
todas las cosas y el fuego se intercambia con todas ellas, así como el oro se
intercambia con las mercancías y las mercancías con el oro" (fr. 90, Diels).
La afirmación de que "este mundo" es eterno y de que la mutación es un

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