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La salvación como un gran éxodo1, pero antes somete a quien ha de liderarla a un duro
aprendizaje. El mediador antes vive en persona lo que luego propone a su pueblo en
nombre de Dios. Quien ha de educar al pueblo de Dios, antes tiene que dejarse educar
por Dios.
Moisés, recién nacido, se había salvado “al ser sacado del agua” de un gran río (Ex
2,10); es llamado a liderar una salvación que se efectuará como “un pasar por las
aguas del mar como si fuera tierra seca” (Ex 14, 16). Adoptado por la hija del faraón,
no soportará –como tampoco Dios- el dolor de los hebreos: matará a un soldado
egipcio (Ex 2,12) por lo que huirá para salvarse. El que guiará la emancipación de Israel
(Ex 14,4) se habrá salvado a sí mismo emprendiendo la fuga como exiliado, viviendo
años como “emigrante en tierra extraña” (Ex 2,22), antes de conducir a su pueblo
cuarenta años por un desierto (Ex 14, 17-18).
Viviendo entre extranjeros vino a su encuentro Dios (Ex 3, 3-6). Sabe cómo resistir a
Dios (Ex 4, 1-14; 6, 12-30) el que deberá enfrentarse a las rebeldías de su pueblo (Ex
14,11; 15,24; 16, 2-3; 17, 2-4). Conoce la incomprensión, el rechazo, de los suyos (Ex 5,
19-21) quien ha de ser testigo de un Dios malinterpretado y contestado (Ex 18, 3.8;
17,3).
Y muy duro fue ese final del adiestramiento, pues el guía y líder del pueblo, quien lo
alimentó en el desierto, le dotó de una Ley y de conciencia nacional, quien le hizo
aliado de Dios, acabará sus día a las puertas de la tierra prometida: entrará en el
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También la Creación es otro acto educador. Dios hace salir del caos primordial inicial “el cielo y la
tierra” (Gn 1, 1-2); saca de la tierra al hombre (Gn 2,7), de una de sus costillas a la mujer (Gn 2, 21-22),
de la ignorancia y del Edén a los primeros padres (Gn 3, 16-19). Y hará salir a Noé de “una tierra
corrompida y llena de violencia” (Gn 6, 11-12) para restaurar una alianza con la tierra y la humanidad
(Gn 8, 8-17). Y sacará también a Abrahán “de su tierra, de su patria, y de la casa de su padre” para
convertirle en “padre de una gran nación” (Gn 12, 1-2).
reposo de sus padres (Dt 31,16) sin entrar en el reposo de Dios (Dt 31,2). Verá de lejos
ese lugar que hace real y visible la salvación de Dios.
Conocerá la salvación a medias: murió y fue sepultado “en la tierra de Moab, como
había dispuesto el Señor” (Dt 34, 5-6). Es destino del mediador entre Dios y los
hombres el quedarse en medio, sin pertenecer definitivamente a ninguno de ambos.
Y Moisés lo soportó porque había conocido a Dios en persona. El Dios que, en el monte
Nebo, “le mostró toda la tierra, desde Galaad hasta Dan” (Dt 31,1) para que la viera de
lejos, se le había mostrado cercano y en persona en “el Horeb, el monte del Señor” (Ex
3, 1.4). Se topó con Dios en una zarza que ardía sin consumirse. Dios, sin dejarse ver, se
hizo escuchar: le dio a conocer su plan, no su rostro. Intimó con Él antes de ponerse a
salvar a su gente.
El mediador fue antes confidente de Dios. Se dejó educar por quien se dio a conocer,
desvelando su nombre y proyectos antes de iniciarse como mediador. Experimenta la
acción educativa divina el que ha hecho experiencia de Dios. Dios hace discípulos a
quienes son ya expertos en Él.
Dios inicia con Moisés su tarea educadora con una llamada, sacándole de cuanto le
ocupaba y distraía (familia, profesión, lugares donde vivía) para una encomienda
impensable: salvar al pueblo que había abandonado para salvarse él mismo. Toparse
con un Dios “nuevo” coincidió con el encontrar una nueva misión en la vida. Tuvo
experiencia de Dios cuando conoció su programa de salvación.
El Dios “de Abrahán, de Isaac, de Jacob” (Ex 3, 6.15.16) le reveló su Nombre (Ex 3,14).
Identificándose como libertador de Israel, el “Dios de los hebreos” (Ex 3,18). Se le
presentó como el Dios que quería “hacer salir de Egipto a los israelitas” (Ex 3,11): “He
determinado sacaros de la aflicción de Egipto, para llevaros a la tierra… que mana
leche y miel” (Ex 3, 17). Dios “es” –su naturaleza, en lo que consiste- “para salvar” a
Israel.
Hay resistencias. La primera y peor nace del corazón del llamado, pero Dios la
desbarata con tanta energía como pedagogía:
Si, en un último intento, confiesa que no sabe hablar bien (“Señor, soy tardo en
hablar y torpe de lengua”: Ex 4, 10), Dios le da un hermano para que sea
portavoz (“Ahí tienes a tu hermano”: Ex 4, 14).
Un Dios “nuevo” Salió del anonimato con inauditas pretensiones: “He visto la aflicción
de mi pueblo en Egipto, he oído su clamor… y conozco sus angustias. Voy a bajar a
liberarlo” (Ex 3, 7-8). Todo empezó cuando Dios pidió a Moisés que fuera al faraón y
pedirle que dejase marchar a los hebreos “para hacer una peregrinación de tres días
por el desierto para hacer sacrificios al Señor” (Ex 5, 3). ¡Quería liberar a unos esclavos
para ser Él por ellos servido! Recibir culto fue la meta de la liberación.
De hecho, fueron esos tres días los que Moisés y Aarón pedían: un breve descanso de
sus duros trabajos forzados. La negación del faraón provocó un largo proceso de
liberación. Quien niega culto a Dios opta por la opresión del hombre; quien favorece el
servicio libre de un Dios que quiere libertad para los suyos, queda comprometido con
una liberación que tiene a ese Dios como protagonista. Oponerse a ese servicio de Dios
que se realiza en el reposo y la fiesta, atenta contra ese Dios que quiere ese culto.
Para el creyente en el Dios del éxodo no puede haber ocupación penosa ni trabajo
forzado. Pues se sabe llamado a celebrar esa libertad recibida en la alegría común del
culto (Ex 5, 1-9; 13, 2). Recuperar el gusto por la fiesta y el descanso, por escaso que
sea, ayuda a recordarnos a Dios y hacernos cargo de sus planes de salvación.
Israel sabía que no merecía esa libertad; pero conoció el motivo de su liberación:
“Servir a Dios” (Ex 5,1). Porque el Dios del éxodo amaba la fiesta, los liberó. Para ser
creyentes hay que ser libres y hacerse libre es tarea previa a hacer fiesta. La libertad
que Dios concede no es absoluta, sino que se dirige a dar culto al Libertador, a la
celebración festiva de la libertad concedida. El servicio al Dios libertador sólo es
posible por hombres libres: el culto brota de la experiencia de haber sido liberados
para Dios. Sólo cuando hay hombre libres con memoria se da culto festivo a Dios.
Para legitimar esa intervención tan insólita a favor de un grupo humano tan exiguo de
esclavos, Dios tuvo que adoptar a Israel como primogénito y presentarse como su
tutor legal a faraón: “Israel es mi hijo y primogénito. Te ordeno que dejes salir a mi hijo
para que me dé culto” (Ex 4, 22-23).
Creer en un Dios Padre alimentó en Israel el ansia de libertad; por saberse familia de
ese nuevo Dios, pudo exigir dejar “la casa de la esclavitud” (Ex 13,3). Israel siempre
tuvo claro que su liberación no fue resultado de un esfuerzo colectivo, sino que era un
regalo, una oferta gratuita. En su obligado éxodo se hizo a sí mismo pueblo y libre, y se
hizo creyente. Supo desde el comienzo que independencia y soberanía nacional
quedaban ligadas a la fidelidad a Dios, en el servicio a ese Padre Libertador.
De ahí que, cuando veía esa independencia y su nación en peligro, se viera obligado a
confesar su infidelidad. Creyente, Israel sabía que desobedecer a Dios era como
dejarse caer en manos de los enemigos, que el retorno a la alianza inicial era el único
camino para la restauración política. Quien había nacido a la historia en un encuentro
con Dios, permanecería en la historia si se afanaba en no perderlo. La fe en ese Dios del
éxodo le llevaba a afrontar las encrucijadas de la historia como nuevas oportunidades
de encontrarse con ese Dios de libertades gratuitas y de hacerse comunidad liberada.
Liberar a Israel no fue fácil, ni para Dios. La oposición que encontró le obligó a dejar
clara su voluntad liberadora, tuvo que pronunciarse de continuo por una salvación que
nadie parecía desear.
El Dios de nuestros padres (Ex 3,6) es un Dios que eligió la liberación de unos esclavos
para darse a conocer, un Dios que lanzando a la historia a un grupo de libertos, se hizo
el encontradizo con ellos. Un Dios que necesita hombres libres para hacerlos
creyentes. La experiencia del Dios del éxodo exige previamente hombre y mujeres que
cultiven la libertad que les fue concedida. Y de tal modo gocen de ese don concedido
que no soporten la falta de libertad en otros. Conocerá este Dios quien “salga” de
Egipto y estrene libertad celebrando el culto a ese Dios. Ta es la primera etapa de la
pedagogía salvífica del Dios bíblico.
Desierto es etapa imprevista, pero necesaria, de la pedagogía divina. Dios, que inició su
salvación haciéndolos salir de Egipto con la promesa de darles libertad y una tierra
donde gozarla (Ex 3,8), les impuso una penosa caminata por esa tierra de nadie (Ex 13,
17), como camino de liberación.
En el origen del acto educativo divino hay una compasión frente a una situación de
miseria humana. El Dios de los padres se da a conocer siempre y cuando da a conocer
su salvación. Es poco creíble y nada eficaz una salvación que no se produzca como
pedagogía y que no recurra a la compasión como método.