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Unidad 1:

“Sobre la ausencia:
exilio, migración e identidad”
Material de apoyo para 2º Medio

Propósitos de la Unidad
El propósito de esta unidad es que los estudiantes lean y se familiaricen con obras de autores
representativos de la narrativa, principalmente latinoamericana, con la finalidad de que
reconozcan rasgos de nuestra identidad, y además discutir temas que, junto con ser cercanos a
nuestra historia reciente, son de carácter universal, como la migración y el exilio.

Focos de Aprendizaje
LECTURA: La importancia de la literatura como un reflejo de las diferentes dimensiones de la
experiencia humana, a través de la lectura guiada de obras de diversos géneros, para fortalecer la
capacidad de reflexión, el análisis crítico y la interpretación del sentido profundo de las obras.
El valor de los textos no literarios, a través de la lectura de diversos textos de los medios de
comunicación con finalidad argumentativa, para reconocer puntos de vista y formar una opinión
propia sobre variados temas relacionados con la contingencia.

ESCRITURA: La relevancia de la transmisión de ideas a través de la correcta escritura de distintos


tipos de textos, con el propósito de que sean capaces de explicar una variedad amplia de temas a
través de fuentes variadas, y persuadir, utilizando distintos tipos de argumentos.

ORALIDAD: La importancia de la oralidad como una forma de expresar sus opiniones y puntos de
vista, a través de diversas instancias de exposición, discusión y diálogo, para intercambiar visiones
de mundo, valorando y respetando las diferentes posturas de los hablantes.
El valor de enfrentarse y conocer diversos textos orales y audiovisuales, a través de la exhibición
de exposiciones, discursos, documentales, noticias y reportajes, para reconocer puntos de vista y
formar una opinión propia sobre variados temas.

INVESTIGACIÓN: La importancia de realizar investigaciones sobre diversos temas para


complementar sus lecturas o responder interrogantes relacionadas con el lenguaje y la literatura,
a través de distintos ejercicios investigativos, considerando y jerarquizando distintos medios y
tipos de fuente.

Prof. Alejandro Flores Echevarría


Prof. Víctor Farías Monasterio

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Lengua y Literatura: Guía de trabajo 01
“Historia de un Oso”

Historia de un oso (en inglés: Bear Story) es un cortometraje animado de 2014, dirigido por
Gabriel Osorio y producido por Patricio Escala. Fue ganador de la categoría mejor cortometraje
animado en la 88ª edición de los Premios Óscar, siendo la única producción chilena en obtener
uno, la segunda en ser nominada (tras el largometraje No), la única producción latinoamericana
animada en ganar uno y ser nominada en la categoría.

La obra ha ganado ya muchísimos reconocimientos en una


diversidad de festivales y ha recibido muy buenas críticas de la
prensa especializada. Y es que su propuesta estética, que
mezcla diferentes técnicas de animación (mixed media) desde
el trabajo fino y manual, acuarela, stop motion y animación
3D, logran cautivar. A eso se suma la música -a cargo de la
banda chilena Denver y Felicia Morales- y un guión, a cargo de
Daniel Castro y Gabriel Osorio, que logra -en breves minutos-
entregarnos una historia bien contada, muy abierta, pero que
permite lecturas profundas y reconocibles en muchas partes
del mundo. Y es que “Historia de un Oso” es la historia del
exilio, de la persecución política, del extrañamiento y la
represión, misma que ha estado presente en gran parte del
mundo y que con maestría se presenta en esta breve historia
que atrapa y conmueve.

Fueron 15 personas quienes en total lograron darle vida a “Historia de un Oso” quienes, a pesar
de las dificultades, como lo han señalado en varias entrevistas, “no fueron pocas”, hoy se
encumbran en lo más alto y no solo gana un importante premio, sino que abren el camino a más
producciones nacionales y las puertas para contar más historias.

Reseña:

El cortometraje relata la historia de un solitario oso quien, meticulosamente, repara y afina los
personajes de su Organillo-Diorama y, con paso nostálgico, sale hasta la calle para trabajar y
esperar la llegada de alguien quien -por una moneda- vea su historia. Al sonar de su campanilla es
un niño oso quien, ansioso, pide una moneda a su padre oso para hacer funcionar el organillo y
poder ver el Diorama. En el Diorama se cuenta la historia de un padre oso quien es sacado
violentamente de su departamento -a la vez que otros animales en departamentos conjuntos- por
agentes represivos alejándolo de su esposa e hijo. Los agentes lo toman detenido y lo enjaulan
para enrolarlo en un circo en donde hay más animales. El oso se convierte en una “atracción” del
circo -donde es torturado- y éste espera su momento para escapar. Finalmente el Oso logra

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escapar -en medio de un número artístico- y huye siendo perseguido por los agentes represivos.
El padre Oso llega hasta su viejo hogar y encuentra que está todo desordenado, cuando ya
desfallecía por la tristeza y el dolor de la pérdida, su esposa e hijo oso aparecen para abrazarlo.

La metáfora de la represión

Gabriel Osorio, director del cortometraje, cuenta que “Historia de un Oso”, tiene que ver con el
exilio de su abuelo. “Él se tuvo que ir a Inglaterra en 1975, antes había estado dos años en prisión“,
señala Osorio.

Y es que “Historia de un oso” puede ser vista como una bella historia por los niños, pero para
quienes son más adultos, queda claramente expuesta la metáfora de la represión, del exilio y de la
prisión política. Además, la historia deja un final lleno de preguntas ¿qué pasó con el Oso y su
Diorama? ¿Dónde está su familia? Por lo mismo la cinta ha sido premiada en distintos países y, en
cada uno de ellos, se le ha dado una lectura y adaptado a la historia política propia, lo que
convierte a este cortometraje animado en una historia universal que logra tocar la fibra de la
emocionalidad pero a su vez, la de la reflexión racional.

Leopoldo Osorio -abuelo del director- fue un militante del Partido Socialista chileno, quien además
había sido concejal de la comuna de Maipú y secretario del derrocado presidente Salvador
Allende. Él fue detenido en 1973, tras el Golpe Militar que instauró la Dictadura Cívico – Militar
que encabezó Augusto Pinochet.

Osorio cuenta que tras la cárcel -que duró 2 años- y una estadía en México, su abuelo llegó fugado
a Inglaterra en donde vivió exiliado durante diez años. Tras la traumática experiencia su abuelo se
volvió más retraído, “él estaba vivo, pero invisible“, cuenta Osorio.

Previo a la exhibición del documental te invitamos a responder algunas preguntas:

 ¿Qué sentimientos creen que experimenta una persona que debe salir forzosamente de su
país?
 ¿Qué circunstancia puede provocar el exilio de una persona?
 ¿Qué emociones creen que experimentan la familia y los amigos de una persona exiliada?

Luego de ver el documental te invitamos a trabajar en grupos de 4 estudiantes, compartir y


responder respecto de las siguientes temáticas:

1. Vínculo de este cortometraje con el tema de la unidad: ausencia e identidad, migración y


exilio.
2. Carácter universal del cortometraje, aun cuando está muy ligado a Chile.
3. Sentimientos del oso cuando deja a su familia.
4. Cómo el oso forja su identidad y cómo nosotros como sociedad forjamos la nuestra.
5. Símbolos presentes en el corto: los osos mecánicos, la fotografía familiar, etc.
6. Cómo el exilio forzoso repercute en la construcción de la identidad.

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Al momento de exponer, cada grupo presenta su trabajo respecto del tema planteado, además
deben incorporar dos reflexiones relacionadas con:

 ¿Qué elementos de nuestra identidad extrañarían si les tocara vivir en el extranjero, y


viceversa, qué elementos de su propia identidad añoran las y los migrantes que viven en
nuestro país?
 ¿Cómo el arte tiene la capacidad de trascender desde lo local hasta lo universal logrando
así traspasar fronteras?

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Habilidades de Comprensión Lectora:
01 Comprender-Analizar

Niveles de información en los textos

Junto al tema de cómo se organiza La información en los textos y las funciones que pueden
cumplir los párrafos o incluso las oraciones que constituyen párrafos, destaca también el hecho
de que existen al menos dos niveles de información: información explícita e información implícita.

 Lo que está dicho o manifiesto (información textual. explícita)


 Lo que no está dicho o no se ha manifestado (información de inferencia, deducción o
conclusión, implícita).

Revisa el siguiente texto con atención:

“La extinción de especies vegetales es un fenómeno cada vez más frecuente en la escala
planetaria. En Chile, especialmente en áreas boscosas, la vegetación sufre profundas
modificaciones, lo cual afecta en forma negativa a muchas especies y a sus ambientes propios. El
conocimiento de las plantas con problemas de conservación es escaso y requiere de mayor
investigación. Hay información respecto a su distribución geográfica, pero los antecedentes
respectivos son a menudo de difícil consulta. La buena información obtenida de las fuentes
documentales, complementada con un adecuado manejo en bases de datos, es una gran
alternativa para mejorar las condiciones de conocimiento de las especies amenazadas. Si, además,
se constituye una relación con un sistema de información geográfica (SIG), se podría contar con
un instrumento adecuado y moderno para mejorar los esfuerzos de conservación”.

Morse y Hefining, Corología de la flora leñosa de Chile amenazada de extinción (fragmento).

 La organización discursiva interna del fragmento anterior es del tipo

a) problema – solución
b) causa – efecto
c) comparación y contraste
d) ejemplificación – conclusión
e) descripción y temporalidad

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Niveles de Lectura:
Como pudimos ver en el ejemplo anterior, para un texto en particular existen distintos niveles de
lectura, éstos abarcan distintas habilidades de comprensión lectora y se agrupan en función de
una progresión propia de la habilidad, la que aumenta su nivel de dificultad:

1. Decodificación: el lector descifra los signos presentes en el texto. Para esto debe
reconocer el código en el cual está escrito.
El proceso de decodificación es el nivel más básico, pero no basta para que exista una
lectura real, necesita de la comprensión.

2. Comprensión: el lector capta el significado del texto. La comprensión se puede realizar


en dos niveles:
a. Comprensión local: corresponde a la determinación del significado a nivel de
estructuras menores: fragmento de un párrafo, un párrafo completo, un grupo de
párrafos.
b. Comprensión global: corresponde a la determinación del significado total del
texto.

3. Interpretación: el lector establece relaciones de contenido dentro del texto,


considerando lo intra y lo extra textual. A partir de esto, puede determinar el sentido
total del texto y elaborar una explicación personal sobre el tema, basado en los
antecedentes que le entrega el texto. La interpretación implica una comprensión más
profunda.

4. Síntesis: el lector es capaz de esquematizar los contenidos del texto, seleccionando


aquellos que son los más importantes.

5. Evaluación: el lector es capaz de comparar y discriminar entre las ideas del texto; dar
valor al contenido del texto; escoger basándose en argumentos razonados; verificar el
valor de las ideas; reconocer la subjetividad; trasladar una expresión en sentido figurado a
literal y viceversa.

Todos estos niveles son progresivos y cada uno necesita de los anteriores. Es decir no puede
haber síntesis sin decodificación, comprensión e interpretación.

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Técnicas para facilitar la lectura:
Existen recursos que facilitan el proceso de lectura, ya que permiten resaltar lo importante.
Algunos de ellos son:
1. Destacar: consiste en hacer resaltar ciertos datos que no requieren interpretación, por
ejemplo: fechas, nombres, títulos, etc.
Se recomienda la siguiente simbología: círculos, cuadrados, triángulos, etc.

2. Subrayar: consiste en trazar una línea horizontal debajo de aquellas ideas consideradas
como las más importantes.

3. Anotar al margen: consiste en anotar, al lado del texto, la síntesis de algún aspecto que se
considere importante.

4. Realizar preguntas-respuestas: consiste en responder una serie de preguntas básicas que


sintetizarán los aspectos relevantes del texto.
Estas preguntas son:
- ¿quién habla?
- ¿de qué o quién habla? (tema)
- ¿a quién le habla?
- ¿qué intención tiene?
- ¿qué aspectos del tema trata? (ideas principales)

5. Esquematizar contenidos: consiste en expresar gráficamente el texto, por medio de


dibujos, símbolos o gráficos, relacionando los contenidos principales de un texto. Esta
técnica sólo puede ser utilizada después de una lectura completa del texto.

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Actividad: Lea el siguiente texto y luego conteste las preguntas

“El, hombre de hoy usa y abusa de la Naturaleza como si fuera el último habitante de ______________
este planeta como si detrás de él ya no hubiera un futuro. La naturaleza se ha ______________
convertido así en una víctima del progreso. ______________
El biólogo, australiano Macfarlane Burnet hace, notar en uno de, sus libros más ______________
importantes: que: "Si utilizamos el progreso para la satisfacción a corto plazo de ______________
nuestros deseos de confort, seguridad y poder, encontraremos a largo plazo que ______________
estamos creando una trampa mortal de la que será difícil librarnos" ______________
Conviene destacar que la demanda interminable y progresiva de la industria no puede ______________
ser atendida sin descanso por la Naturaleza, pues sus recursos se acaban. Y ______________
actualmente el hombre empieza a tocar ya las tristes consecuencias del despilfarro ______________
iniciado con la era industrial. Digna de mención es la advertencia de la Oficina de ______________
Minas de los Estados Unidos al respecto: "Las reservas mundiales de plomo, mercurio ______________
y platino durarán unos lustros; poco más las de estaño y cobre, apenas un par de siglos ______________
las de hierro y petróleo”. ¿Qué suponen estos plazos en la vida de La humanidad? ______________
No estaría mal recordar aquí lo que dijo Michel Bosquet en Le Nouvel Observateur: ______________
“La, Humanidad ha necesitado treinta siglos para tomar impulso, y ahora apenas le ______________
quedan treinta años para frenar ante el precipicio“ ______________
Es importante señalar que cualquier abuso en el uso de las técnicas, invalidará los ______________
beneficios que puedan dar. Un texto completamente rayado es lo mismo que un texto ______________
sin señales. Las técnicas tienen como objetivo destacar sólo lo más importante, por lo ______________
que hay que ser muy cuidadosos en su uso. ______________
Aunque la novelista norteamericana Mary McCarthy dijo: "La naturaleza ha muerto”, ______________
yo creo que no es tan dramático, pues el hombre tiene todavía un margen de tiempo ______________
relativamente amplio para enmendar sus errores. ______________
Pero, quiero que quede bien claro que en la Naturaleza apenas cabe el progreso. Pues ______________
gastar lo que no puede reponerse refleja un estadio de civilización voraz y dice muy ______________
poco en favor de la escala de valores del mundo contemporáneo. ______________
En definitiva, todo lo que sea conservar es progresar; todo lo que signifique alterar la ______________
Naturaleza es retroceder”. ______________

Texto adaptado de Un mundo que organizo, de Miguel Delibes. Ed. Plaza y Janés.

Respecto a las preguntas básicas referidas al texto:

1. El autor es un
a) detractor del progreso
b) escritor ecologista
c) defensor de la naturaleza

2. El autor dirige este texto a


a) el público en general
b) o los ecologistas
c) los industriales

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3. El tema del texto es:
a) La industria moderna y el progreso
b) La escasez de recursos naturales en el mundo contemporáneo
c) La conservación de la Naturaleza y el progreso

4. La intención del autor es


a) mostrar los efectos nocivos de la industria tecnológica
b) proponer un cambio frente a la Naturaleza y el progreso
c) criticar las acciones de la civilización actual

Respecto a los contenidos del texto:

5. el autor afirma que


a) la era industrial despilfarro los recursos naturales
b) el progreso consiste en: conservar y no alterar la Naturaleza
c) ya es tarde para el hombre enmendar los errores cometidos

6. Con la expresión "trampa mortal" se quiere expresar


a) el desenlace trágico de la Naturaleza en un futuro próximo
b) la visión pesimista de los cientificos
c) el futuro desolador de la humanidad

7. Los párrafos dos, tres y cuatro cumplen la función de


a) sintetizar las distintas opiniones acerca del tema
b) ejemplificar la idea planteada en el primer párrafo
c) argumentar el tema planteado en el primer párrafo

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Habilidades de Comprensión Lectora:
Competencia: Extraer información explícita

Habilidad:
Comprender-analizar: comprender información explicita presentada en el texto y analizar la
validez de la información presentada en las alternativas.

Ejemplo:
"Un personaje está constituido por un conjunto de elementos que el narrador toma de la
realidad. Es un ser ficticio que el lector va conociendo a través de una serie de informaciones
que, en un principio, proporciona el narrador. Cuando hay diálogos o monólogos, dicha
información provendrá del mismo personaje o de otros, según los datos aportados en las
conversaciones”.

1. En el fragmento leído se afirma que un personaje

a) está constituido por rasgos ajenos a la realidad objetiva


b) es un ente de ficción, creado por la imaginación del narrador y reconstruido por el lector
c) sólo puede ser comprendido cabalmente, si el narrador nos entrega información suficiente
d) se va configurando a lo largo del relato con la información que entrega el narrador y los
personajes con sus intervenciones en la obra
e) aporta datos a través de los diálogos, lo que permite comprender la estructura del mundo
narrado

Esta pregunta hace referencia a información explicita del texto. Para contestarla, debes localizar
dentro de la información que se proporciona aquélla que sea relevante.

Opción A): errónea, ya que según el texto, el personaje es construido por el narrador usando
elementos de la realidad, en ningún caso estos elementos lo constituyen.
Opción B): errónea, puesto que el texto afirma que el personaje es un ente de ficción, pero no
señala cuál es la función del narrador y del lector.
Opción C): errónea; un personaje se configura a través de las informaciones proporcionadas por
el narrador o por el mismo personaje, por lo cual no es necesaria la información del narrador para
comprenderlo cabalmente.
Opción D): correcta; el fragmento afirma que los dos modos de presentar a los personajes se
logran mediante sus diálogos y/o monólogos o de las intervenciones del narrador.
Opción E): errónea; el personaje aporta informaciones, sin embargo, no necesariamente aporta
datos sobre la estructura del mundo narrado.

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2. ¿Qué función cumplen, según lo leído, el diálogo y el monólogo en un relato?
a) Entregan una característica detallada del personaje, a través de la voz narrativa
b) Manifiestan la importancia de que el personaje tenga independencia en el relato
c) Aportan informaciones con las que se reconstruye el personaje dentro de un relato
d) Muestran las opiniones expuestas por los personajes en un relato
e) Enjuician la acción del narrador dentro del relato

Opción C): correcta, esto es, los recursos discursivos, diálogos y monólogos, constituyen la voz
narrativa de los personajes, los cuales se construyen con dichas informaciones.

3. De la lectura del fragmento se puede concluir que


I. crear un personaje es un proceso.
II. la información es el eje que caracteriza al ser ficticio.
III. la realidad es la fuente que se toma para construir a un personaje.

a) Sólo III
b) Sólo I y II
c) Sólo I y III
d) Sólo II y III
e) I, II y III

Para resolver este ítem, debes extraer, a partir de la información explícita del fragmento,
información no dicha, es decir, debes construir un dato nuevo con los aportados por el texto.

I. La afirmación “crear un personaje es un proceso” es posible, ya que el fragmento señala que el


narrador, para presentar el personaje, recoge elementos de la realidad.
II. El fragmento sostiene que el personaje se presenta a partir de la información, tanto del
narrador como del mismo personaje, por lo tanto, es la información el eje que lo caracteriza.
III. Según el fragmento, el narrador recoge de la realidad elementos para construir un personaje,
por lo tanto, se concluye que aquélla constituye el origen, es decir, la fuente de cual el narrador
extrae información.

Tipos de preguntas que apuntan a la comprensión y análisis

 Según el texto…
 De acuerdo con el texto
 De la lectura del párrafo X se puede afirmar que…de acuerdo al texto se puede afirmar que…
 ¿Cuál de las siguientes opciones respecto de lo afirmado en el texto es FALSA?
 De acuerdo con el texto, ¿cuál de las siguientes opciones es verdadera?
 De acuerdo con lo expuesto en el fragmento, el término X se refiere a…
 en el fragmento leído se afirma que

Actividades: Lee los siguientes fragmentos y marca la respuesta correcta según corresponda.

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"Disponemos de pruebas que atestiguan que, en los comienzos de nuestra vida humana, el
hombre presentó una manifiesta tendencia a la artesanía; elaboró sus herramientas en la piedra
y, posiblemente, en el tronco, y es esta labor, más constructiva y persistente la que posiblemente
constituyó el estímulo necesario para el desarrollo morfofuncional del sistema nervioso central.
Se dibuja, en nuestra prehistoria, la mano de un artesano que labra la piedra, y esta figura de
esfuerzo y progreso opaca, en parte, la imagen de Caín."

1. De acuerdo con el texto, se puede afirmar que el sistema nervioso del ser humano

a) aparece ya muy desarrollado en los comienzos de la vida humana


b) sólo llegó a ser lo que es hoy cuando el hombre pudo usar materiales mejores que la
piedra y la madera
c) determina en el nombre un carácter positivo y pacífico
d) se desarrolló gracias al trabajo manual persistente
e) es, simbólicamente, señal de la culpa de Caín

”Sartre ha dicho que un hombre es toda la tierra. América Latina es toda la tierra: un continente
que ha recibido y sigue abierto a todas las influencias benéficas, quizá por su vocación de
mestizaje. Las ideas del cristianismo, del liberalismo, del socialismo nos llegaron de Europa. Pero
hemos sabido adaptar a nuestras necesidades específicas de expresión lo que mejor sirvió para
expresar nuestra realidad: los indígenas transformaron la arquitectura religiosa venida de España
en la forma más acabada del barroco latinoamericano, y se dieron modo para tallar en las
fachadas de las iglesias, junto a los nuevos dioses, los símbolos de sus divinidades -el sol, la luna- o
para dar carta de naturalización a los nuevos mitos, como aquel ángel que tocaba las maracas en
un templo de una iglesia mestiza."

2. Según el texto, ¿cómo se manifiesta el barroco latinoamericano?


I. A través de tallados inspirados en lo español, pero con un toque indigenista.
II. Mezclando sus propias divinidades aborígenes con las europeas.
III. A través de la imitación que los preceptos artísticos europeos.

a) Solo l
b) Sólo ll
c) Sólo l y Il
d) Sólo l y Ill
e) I, II y III

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"El diálogo consiste en el intercambio natural y fluido de mensajes entre dos o más hablantes, que
se alternan en las funciones de emisor y receptor. Es el tipo de comunicación oral más usado,
pues constantemente dialogamos o conversamos con otras personas en nuestra casa, en el
trabajo o en las diversiones.
Las características lingüísticas del diálogo se centran en los siguientes núcleos de construcción:
uso abundante de expresiones deícticas; predominio de frases que intentan actuar sobre el
receptor; presencia de Verbos situados en el eje temporal del presente; uso frecuente de la
función fática.
Se llaman deícticas las expresiones que se refieren al hablante, a su interlocutor y al tiempo y al
espacio en que se habla. Los principales deícticos son: pronombres personales (yo, tú...), los
demostrativos (este, ese, aquel), los tiempos verbales (presente, pretérito perfecto, futuro"), los
adverbios (aquí, ahora, ayer...)
El uso de la función fática se refiere a la capacidad de iniciar, mantener, interrumpir el dialogo:
fíjate, escucha, esto es importante, ¿me oyes? "

3. De acuerdo con el texto, los pronombres personales permiten


a) situar un dialogo
b) identificar a los interlocutores del dialogo
c) constituir el núcleo del diálogo
d) reconocer el correcto uso de los turnos en un diálogo
e) manifestar cercanía entre los interlocutores del diálogo.

4. De la lectura del párrafo cuatro se puede afirmar que


I. las expresiones fíjate, escucha, ¿me oyes? son mecanismos que mantienen el dialogo
II. las expresiones fíjate, escucha, ¿me oyes? corresponden a la función fática del lenguaje.
III. los participantes se interpelan mutuamente, con frecuencia y en forma directa.

a) Sólo I
b) Sólo I y II
c) Sólo II y III
d) Sólo I y III
e) l, ll y III

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“Hoy, en la sociedad occidental, la escritura constituye para la mayoría de la población una
segunda naturaleza. El entorno lingüístico habitual está constituido por mensajes orales y escritos
que funcionan interrelacionados o de forma autónoma en las múltiples actividades de vida. Sin
embargo esta situación es relativamente nueva en la larga historia de los seres humanos
Necesitamos situarnos en una perspectiva histórica para comprender el valor de la aparición de la
escritura como sistema semiótico, es decir, conjunto estructurado dc signos, La existencia del
lenguaje, que surge como una manifestación oral relacionada con la interacción entre individuos,
se asocia a la aparición de la especie del Homo sapiens sapiens, hace unos 90.000 años. Los
paleontólogos, a partir de la estructura facial y laríngea y de otros rasgos observados en los restos
humanos encontrados, aventuran hipótesis y discuten sobre la posibilidad de la existencia de un
lenguaje, mas o menos rudimentario, que se puede retrotraer a hace un millón de años. Pero,
obviamente, no hay datos que permitan determinar y describir los sucesivos estadios de su
evolución”.

5. Respecto del origen del lenguaje humano propiamente tal, el fragmento señala que
a) no hay datos que permitan fijar un comienzo de las primeras manifestaciones orales
b) ya existía en algunas especies pre humanas
c) es coincidente con la aparición del homo sapiens sapiens
d) informaciones de los paleontólogos permiten establecer los estadios de su evolución
e) ocurrió durante los primeros estadios de su evolución

6. Según el fragmento, ¿cuál de las siguientes afirmaciones acerca de la escritura es


VERDADERA?
a) En la sociedad occidental se valora en extremo
b) En la perspectiva histórica, es de reciente aparición
c) Surgió hace 90 000 años
d) Es simultánea al surgimiento del lenguaje oral
e) No hay datos suficientes para establecer su evolución

7. En el entorno lingüístico del hombre actual


a) influyen distintas actividades habituales
b) hay una segunda naturaleza verbal
c) los mensajes escritos son autónomos
d) coexisten mensajes orales y escritos
e) la mayoría de los mensajes son escritos

8. La labor que realizan los paleontólogos consiste en


a) la observación de restos óseos relacionados con la producción del lenguaje
b) determinar las características del lenguaje primitivo
c) la discusión acerca de la fecha probable del origen del lenguaje
d) el análisis de las características de la especie homo sapiens sapiens
e) la investigación en huesos de la cara de hombres primitivos

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“En los años 50, época en que el padre Le Paige recorría el Desierto de Atacama en la búsqueda
de vestigios arqueológicos, se conocía poco el arte rupestre o arte parietal. En uno de sus viajes
por los pueblos y quebradas del interior de Calama, descubrió un conjunto extraordinario de
pinturas antiguas ejecutadas sobre las rocas. Las describió escuetamente como “el cazador
primitivo con sus lanzas”. La calidad plástica de estas figuras pequeñas y gráciles sorprende hasta
hoy, pues sus formas precisas y delicadas poco tienen que envidiar a las pinturas del paleolítico
europeo o aquellas del sur africano, atribuidas a cazadores Kung Xam, hoy desaparecidos.
En las décadas siguientes, otros arqueólogos incursionaron en la cuenca alta del río Salado – el
principal tributario del río Loa – y dieron a conocer más sitios con pinturas rupestres que
mostraban semejanzas estilísticas con la obra dada a conocer por Le Paige. Elegantes y plenas de
movimientos, mostraban un claro esfuerzo por representar la forma del cuerpo humano o animal.
Por años nos internamos en los estrechos senderos precordilleranos, reconocimos los lugares y
pudimos admirar el genio de esos artistas cuyos nombres no permanecieron en la memoria. Pero
fue sólo recientemente que, gracias al Fondo Nacional de Ciencia y Tecnología, tuvimos la
oportunidad de realizar intensas campañas arqueológicas tras este arte que parecía dormir sin
inquietarse por nosotros. Y así como vimos aparecer cerca de una decena de lugares que exhibían
muchas más pinturas de las que hasta la fecha se tenía conocimiento”.
Francisco Gallardo, El Mercurio (fragmento).

9. Sobre el padre Le Paige, el fragmento dice que


a) fue el inspirador de los estudios arqueológicos en Chile
b) recorrió durante mucho tiempo el norte de Chile
c) indicó las formas precisas y gráciles del arte rupestre
d) fue un gran conocedor del arte rupestre
e) recorría el desierto en un trabajo arqueológico.

10. El modelo de organización textual del fragmento es de


a) problema – solución
b) secuencia temporal
c) enumeración descriptiva
d) causa – consecuencia
e) descripción subjetiva

11. En la cuenca alta del río Salado


a) el padre Le Paige encontró las primeras pinturas rupestres
b) el padre Le Paige dio a conocer su descubrimiento
c) otros arqueólogos encontraron sitios importantes de arte rupestre
d) se descubrieron obras del arte paleolítico
e) se encontraron pinturas precursoras de las descubiertas por Le Paige

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“Cultura mochica o Cultura moche, cultura precolombina que floreció en la costa septentrional
del Perú durante el período transcurrido, aproximadamente, en los siete primeros siglos de la era
cristiana, y que recibe el nombre de uno de los valles más importantes donde se desarrolló
(Moche).
Ocupó una franja costera de unos trescientos kilómetros, que iba desde el valle de Lambayeque
hasta la cuenca del río Nepeña, siendo la zona central la comprendida entre los valles de Chicama
y Trujillo. La base de su economía fue la agricultura por irrigación, que les permitió ampliar los
terrenos utilizables en más de un 50%.
Las grandes construcciones de ingeniería hidráulica -como el reservorio de San José, el acueducto
de Ascope y la acequia de la Cumbre-, la utilización de fertilizantes (guano) y una racional
organización del trabajo, permitieron la obtención de excedentes y la formación de una sociedad
compleja. La economía se completaba con un comercio muy activo, la pesca, la recolección de
productos vegetales y la domesticación de animales como el pato, el cuy y la llama.
Sus realizaciones arquitectónicas fueron monumentales y de una gran complejidad. En el valle de
Moche encontramos las huacas del Sol y la Luna, inmensas plataformas de carácter piramidal
construidas en adobe. Otros centros importantes son Pañamarca, en el valle de Nepeña, Huaca
Cortada, Huaca Blanca y Mocollope. La cerámica ha sido dividida en cinco fases (de Mochica I a
Mochica V) y tanto su decoración pictórica como escultórica han permitido conocer con bastante
precisión la vida y el pensamiento de aquellas gentes. En ellas encontramos personajes, templos,
viviendas, escenas cotidianas, rituales, mitológicas, animales y plantas.
Su organización política fue estatal, predominando los estamentos militares y sacerdotales, y
contaban con especialistas y artesanos capaces de plasmar, en diferentes soportes, los mensajes
fundamentales destinados al grupo. Una visión de su concepción religiosa nos la proporciona la
excavación de la tumba del Señor de Sipán (1987) donde un importante monarca fue enterrado
en compañía de dos mujeres y dos hombres, sacrificados para acompañarle. Está cubierto de
mantas preciosas, abanicos, pectorales y adornos de oro, plata y cobre. La cultura mochica es
considerada el precedente de la denominada cultura chimú”.

12. Con relación a la tumba del Señor de Sipán, el fragmento afirma que
a) corresponde al sepulcro del monarca moche más importante
b) los elementos en ella encontrados nos permiten conocer aspectos de su religión
c) los reyes moches eran enterrados con sus sirvientes
d) es el testimonio arqueológico más importante de la cultura moche
e) encierra uno de los tesoros más ricos de las culturas precolombinas

13. En el fragmento se afirma que el arte moche


a) está dividido en cinco fases, claramente discernibles
b) se desarrolló como expresión de su religiosidad
c) constituye un antecesor directo del arte de la cultura chimú
d) alcanzó su máxima perfección en la fase Mochica V
e) ha permitido conocer la idiosincrasia del pueblo moche

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14. Con relación al fragmento leído, ¿cuál de las siguientes opciones es FALSA?
a) La concepción religiosa moche era rígida y jerarquizada
b) Las llamadas huacas son monumentos construidos con adobes
c) La cultura moche fue una sociedad agrícola
d) Las técnicas de regadío y fertilización de la tierra permitieron el desarrollo de la
agricultura moche
e) En la estructura social moche primaron las castas militar y sacerdotal

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Lengua y Literatura: Guía de trabajo 02
“El provinciano en la capital”

Respecto de la temática del provinciano en la capital, te invitamos a compartir distintas


expresiones artísticas que tienen como tema principal la experiencia de las personas de provincia
en la gran capital, en este caso Santiago.
Muchas veces se ha señalado, lo impersonal y fría que es la capital, respecto de las regiones, y lo
mucho que le cuesta a las personas sentirse parte de una urbe tan extensa y complejo como lo es
Santiago. Por lo mismo, la temática del acomodo y del extrañamiento vivido (y sufrido) por las
personas que se enfrentan a la capital, como un mundo nuevo o una experiencia por conocer.
Te invitamos a revisar la canción “La gran Capital” del cantautor nacional Manuel García, quien
hace referencias a la novela “Martín Rivas” de Alberto Blest Gana, en ella se cuenta la historia de
un joven provinciano y su experiencia al llegar a la capital a finales del s. XIX, a alojar a la casa de la
familia Encina, una de las más reconocidas familias de la socialité santiaguina.
A continuación realizaremos una lectura comparativa de ambas obras y te propondremos algunas
actividades relacionadas con la influencia que ambas obras ofrecen entre sí.

La Gran Capital (Manuel García)


Llegué a Santiago provinciano y Martín Rivas Me cantaban las gallinas en la esquina
salió a mi encuentro en el metro las gallinas que allá en mi población la noche es un poema,
que yo guardaba en mi pecho, me cantaban que mi patio, mis amigos, las estrellas
Martín Rivas. están en mí.

Me cantaban las gallinas en el metro El diablo incendia las ventanas al poniente


que allá en mi población la noche es un poema y en el oriente una monja es la cordillera
que mi patio, mis amigos, las estrellas, que espera siempre a que abras las ventanas
están en mí. y las puertas.

Mi sombra apunta hacia el Mapocho y mis zapatos El diablo incendia las ventanas al poniente,
dan con la prisa, en la micro, en el peldaño cantan gallinas, cantan monjas al oriente,
y en las esquinas con los ojos voy tomando que un provinciano se ha marchado.
fotografías.

Fotografió mi zapato en el peldaño,


en el Mapocho mi sombra se ha dado un baño
y en las esquinas con los ojos voy tomando
fotografías.

Cuando era niño jugué a la Gran Capital


y ahora en serio con los dados del destino
voy avanzando los cuadritos de un camino
en la ciudad.

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Martín Rivas, Alberto Blest Gana (fragmento inicial)
A principios del mes de julio de 1850 atravesaba la puerta de calle de una hermosa casa de Santiago
un joven de veintidós a veintitrés años.
Su traje y sus maneras estaban muy distantes de
asemejarse a las maneras y al traje de nuestros elegantes
de la capital. Todo en aquel joven revelaba al provinciano
que viene por primera vez a Santiago. Sus pantalones
negros, embotinados por medio de anchas trabillas de
becerro, a la usanza de los años de 1842 y 43; su levita de
mangas cortas y angostas; su chaleco de raso negro con
largos picos abiertos, formando un ángulo agudo, cuya
bisectriz era la línea que marca la tapa del pantalón; su
sombrero de extraña forma y sus botines abrochados
sobre los tobillos por medio de cordones negros
componían un traje que recordaba antiguas modas, que
sólo los provincianos hacen ver de tiempo en tiempo, por
las calles de la capital.
El modo como aquel joven se acercó a un criado que se
balanceaba, mirándole, apoyado en el umbral de una
puerta que daba al primer patio, manifestaba también la
timidez del que penetra en un lugar desconocido y recela
de la acogida que le espera.
Cuando el provinciano se halló bastante cerca del criado, que continuaba observándole, se detuvo e
hizo un saludo, al que el otro contestó con aire protector, inspirado tal vez por la triste catadura del
joven.
—¿Será ésta la casa del señor don Dámaso Encina? —preguntó éste con voz en la que parecía
reprimirse apenas el disgusto que aquel saludo insolente pareció causarle.
—Aquí es —contestó el criado.
—¿Podría usted decirle que un caballero desea hablar con él?
A la palabra caballero, el criado pareció rechazar una sonrisa burlona que se dibujaba en sus labios.
—¿Y cómo se llama usted? —preguntó con voz seca.
—Martín Rivas —contestó el provinciano, tratando de dominar su impaciencia, que no dejó por esto
de reflejarse en sus ojos.
—Espérese, pues —díjole el criado; y entró con paso lento a las habitaciones del interior. Daban en
ese instante las doce del día.
Nosotros aprovechamos la ausencia del criado para dar a conocer más ampliamente al que acababa
de decir llamarse Martín Rivas.
Era un joven de regular estatura y bien proporcionadas formas. Sus ojos negros, sin ser grandes,
llamaban la atención por el aire de melancolía que comunicaban a su rostro. Eran dos ojos de mirar
apagado y pensativo, sombreados por grandes ojeras que guardaban armonía con la palidez de las
mejillas. Un pequeño bigote negro, que cubría el labio superior y la línea un poco saliente del
inferior, le daba el aspecto de la resolución, aspecto que contribuía a aumentar lo erguido de la

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cabeza, cubierta por una abundante cabellera color castaño, a juzgar por lo que se dejaba ver bajo el
ala del sombrero. El conjunto de su persona tenía cierto aire de distinción que contrastaba con la
pobreza del traje y hacía ver que aquel joven, estando vestido con elegancia, podía pasar por un
buen mozo a los ojos de los que no hacen consistir únicamente la belleza física en lo rosado de la tez
y regularidad perfecta de las facciones.

¿Por qué crees que Manuel García hace alusión a la novela en la letra de su canción, cuál es la
influencia que esta obra literaria logra ejercer en la canción?
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A continuación te invitamos a leer el cuento Chufa de Alejandra Costamagma, luego te
propondremos algunas actividades para realizar en grupos.

Chufa, Alejandra Costamagna ("Últimos fuegos", Ediciones B. Santiago)


Se llama Roberto Soto pero, nadie sabe muy bien por qué, le dicen Chufa. No llega a los veinte años,
tiene el pelo liso y muy grueso y unos pómulos abusivamente hundidos. Una cara filuda tiene. Una
cara, se diría, chupada por el propio filo de sus hendiduras. Chufa nació en el sur y ahora, a las ocho
de una noche de diciembre, está en la capital. Después de la muerte de sus padres no le quedó otra
salida. O sí: podría haber azotado calles en el sur. Prefirió azotarlas en el centro, en la latitud 33 o por
ahí, y entonces subió a un bus provincial, llegó a la capital de la región, subió a un bus nacional, llegó
a la capital del país y aquí está: en el rodoviario, como llama la gente ahora al terminal de buses, con
un par de billetes y algunas monedas sueltas en el bolsillo, y la intuición de hallarse en la mitad de un
hormiguero, de ser él mismo una hormiga cualquiera. Peor: una hormiga cualquiera y sin trayectoria
definida. Chufa mira a un perro amarillo y piensa que los perros del sur tienen el pelo más liso que los
del centro. El perro que él mira, sin embargo, es excepcionalmente crespo. No es que todos los
perros capitalinos luzcan rulos de mulato. Pero eso el muchacho aún no lo sabe. A Chufa le gustan los
perros. Si ahora mismo se sacara el suéter, uno podría ver que su polera tiene estampado el dibujo
de un perro. Es un perro siberiano, y lo curioso de la ilustración es que el perro lleva a un hombre
amarrado de una correa. Lo lleva de paseo.
Chufa está cansado y se sienta en un banquito de la estación a comer un pan que ha traído del sur. Al
frente se instala un viejo pascuero. Saca una radiocasete de un bolso y aprieta play. Pascua feliz para
todos: el estribillo retumba en la estación de buses mientras el viejo hace karaoke con una sonrisa
inestable. Sus labios, en esa postura, parecen un trocito de bistec mal cortado. Chufa lo mira y siente
ganas de cantar. Pero no canta: en realidad le carga cantar.
Las siguientes son horas de espera. ¿De espera de qué? Chufa no lo sabe, pero su actitud es la de
alguien que espera con paciencia, con infinita y tranquila y casi zen paciencia. Una actitud más propia
de Séneca o de algún griego arcaico que de un muchacho de provincias estacionado de súbito en la
gran capital. En algún minuto de la tarde decide que ya es hora de moverse y saca del bolsillo del
pantalón un papel arrugado, una hojita de bloc roñosa o quizás una servilleta, y se dirige hacia un
teléfono público. Mira el número anotado en el papelito, echa una moneda en el aparato y disca el
número. Aló, tío. El tío se muestra extrañado por la presencia del sobrino. ¿Dónde estás?, pregunta.
Acá. ¿Acá en la capital? ¿Y qué estás haciendo acá? El hombre sabe de la muerte de los padres de
Chufa, pero esto no se lo esperaba. Esto: la llegada repentina de su sobrino a la capital, a su casa,
puede que a su vida. Sin embargo, el tío no es ningún demonio y al final le dice bueno, ya; vente,
Chufita, vente. Desde el otro lado del teléfono le da las indicaciones para llegar a su casa. Tienes que
tomar la micro equis en la esquina equis y bajarte en la calle equis. Chufa corta la llamada y trata de
retener las últimas señas: el número de la casa, los nombres de las calles. La verdad es que las
indicaciones le parecen dificilísimas de seguir. No tiene la más remota idea de dónde está parado; no
sabe ni cuál es el norte siquiera. A la mierda con el tío, piensa. Pero qué va a hacer: el tío es su
hormiga más conocida en este hormiguero. En el teléfono que ocupó hace unos segundos ahora hay
un hombre calvo hablando sin mucho ánimo. Cada palabra sale de su boca como un soplo difuso. Lo
último que oye Chufa es "te vas a acostumbrar, Negro, te lo digo yo". Después corta. El muchacho se
acerca al hombre y le pregunta por la calle equis o por la micro equis o por la esquina equis. El
hombre exhala lo que parece su último soplido y dice: "Camina dos cuadras hacia allá, hijo, y ahí
preguntas". Chufa no sabe por qué el desconocido lo ha llamado hijo. No le gusta que lo llamen hijo.

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Su padre, de hecho, jamás lo llamó hijo. Chufa, Chufita, a lo más Roberto en un par de ocasiones.
Nunca hijo. Chufa camina las dos cuadras y pregunta. Está, en efecto, en la calle equis. Se detiene en
una esquina a esperar que pase la micro equis. En el paradero hay un viejo pascuero sin barba. Puede
que venga de regreso, se le ocurre. O de la Pascua anterior. De cualquier manera no está para la
fiesta de esta noche, eso es seguro.
La micro equis pasa a los pocos minutos. El muchacho sube y camina haciendo equilibrio por el
pasillo. El pavimento está roto y la micro da saltos de coctelera. Hacia el final del pasillo cree ver a
otro viejo pascuero. Pero no está seguro. A lo mejor, piensa, la barba blanca y el traje rojo son
casualidades. Chufa mira por la ventana con entusiasmo o con algo parecido al entusiasmo, acaso
tratando de atrapar a otro repentino pascuero en su minuto de acción. Se le ocurre que la ciudad es
un festival de viejos pascueros. Viejos y en su mayoría tristes (y se diría también miserables)
pascueros. Ya es de noche. No lleva mucho rato de viaje (pongamos, veinte minutos) cuando la mujer
joven que va sentada enfrente se acerca y le habla. Es raro lo que dice. A Chufa le parece raro. Esto
es lo que dice: oye, ¿tú estás muy apurado por llegar? Desde luego, Chufa no tiene ni un apuro. A la
mujer se le aproxima ahora un hombre y juntos comienzan a interrogarlo. No, no está apurado; sí,
claro que le gustaría ganarse unos pesitos; no, en principio no tiene planes. No sabe a qué vienen las
preguntas de la pareja, en verdad ignora si interrogatorios como éste son comunes en esta ciudad,
en este barrio al menos. O en estas micros nocturnas de la capital. Después de un rato de
divagaciones, al fin le explican lo que quieren de él. A estas alturas Chufa se ha dado cuenta –o cree
haberse dado cuenta– de que los desconocidos no son traficantes de órganos ni asaltantes de bancos
ni cafiches desvelados que pretendan meterlo en su negocio de Navidad. No. Es todo mucho más
simple y raro a la vez: el hombre y la mujer quieren pasar la Nochebuena en un pueblo de la costa y
van en esta micro camino de la estación de trenes. Hasta ahí todo bien. El problema es que les ha
entrado una duda: ¿han apagado o no el fuego de uno de los quemadores de la cocina de su
departamento? Después de tostar un pan, ella no recuerda haber cortado el gas. Pero a lo mejor lo
hizo y fue un acto mecánico. Puede que sí, puede que no. El caso es que la duda no les permite seguir
viajando tranquilos. Lo que quieren, lo que le ofrecen a Chufa, es que vaya al departamento, vea si el
fuego está prendido y lo corte si es necesario. Y si no, nada: que se vaya y buenas noches los
pastores. Por supuesto, le ofrecen dinero como recompensa. Mientras Chufa lo piensa, la mujer le
hace una confesión. Dice: ¿sabes qué? Nos morimos de ganas de comer mirando el mar. ¿Y cómo
entro?, pregunta el muchacho de improviso. Te pasamos una copia de las llaves y se las das después
a la vecina. Chufa sabe que debe decir sí, es obvio que tiene que aceptar ya la repentina y acaso
milagrosa oferta que le han hecho. Pero algo, un instinto de indecisión muy primario, le hace vacilar.
Y se pone a inventar, como un perfecto fabulador.
Inventa el muchacho en la micro que tiene una familia y que debe llegar a cenar con ellos esta noche
de Navidad. La pareja le cree y asegura comprenderlo. Entonces aumentan la oferta. En la cabeza de
Chufa se aparece inesperadamente la imagen del tío. A lo mejor, recapacita en silencio, puede pasar
unos días en el departamentito y olvidarse del tío. A la mierda un rato el tío. Quedarse en el
departamento, que imagina con balcón y almohadas de pluma, y llamar al tío desde la tina. Llevar el
teléfono inalámbrico a la tina y llamarlo entre la espuma y las sales de baño, chapoteando y
bebiendo un trago con hielo. Tío, estoy muy bien acá, no necesito tus enredadas explicaciones ni tu
casa en la calle equis ni nada. En realidad no necesito tu gentileza. Toma. El tío escuchará un tuuut y
luego vendrá una especie de culpa muy antigua. La culpa del miembro de una tribu que un día
cualquiera ha abandonado el clan, se le ocurre a Chufa en la micro, mientras la imagen de la tina, la
espuma de la tina sobre todo, se va alejando de su cabeza. El tío permanece ahí, sin embargo, como
la esquina mal cortada de un dibujo infantil. La mujer interrumpe sus divagaciones: ¿y? ¿Aceptas el
trato o no? Y, sí, Chufa saca de su cabeza al tío, abre los ojos y acepta. La mujer se pone muy alegre,

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al muchacho le da la impresión de que es una adolescente rabiosamente feliz. El hombre la mira
como se mira a una mascota, como orgulloso de las gracias de su animalito. Chufa no puede evitar
pensar en un perro cuando la mujer le pregunta qué hará con el dinero. Un perro siberiano. Eso hará
con el dinero, dice: comprar un perro siberiano. Bonito regalo de Pascua, comenta él. Y después dice
ya, niño, en la otra esquina tienes que bajarte. Y ella: gracias, oh, muchas gracias.
Lo que viene a continuación es como una cinta acelerada. Es Chufa en el interior de su propia cinta
acelerada y dichosa. Baja de la micro, no le cuesta dar con la calle, encuentra el edificio, sube los
cuatro pisos, introduce la llave en la cerradura, abre, entra en el departamento. En el living hay un
silencio con grillos. Enciende una lámpara: lo primero que ve es la enciclopedia de perros. Después, la
colección de autitos (todos escarabajos Volkswagen: qué cosa rara, piensa) sobre una repisa. El gas
no está abierto, y sobre el tostador hay una marraqueta que Chufa se lleva a la boca como por
instinto. Después ve un pedazo de chorizo y lo corta con un cuchillo carnicero. Pone el embutido
sobre el resto del pan y da un mordisco grande, se diría rabioso. El refrigerador no contiene muchas
provisiones, pero al revisar la parte de arriba da con un pollo congelado, que saca inmediatamente y
guarda en una bolsa plástica. Vuelve al living y acomoda la bolsa con el pollo junto a la enciclopedia
de perros mientras termina de masticar atropelladamente el pan con chorizo. Las primeras cortesías
de su primera noche en la capital, divaga. Sus pensamientos van de un lado a otro y él no hace nada
por ordenarlos. Está feliz, el muchacho. No sabe si sentarse a mirar el libro o seguir el paseo por la
casa. Sin que él lo quiera, el tío vuelve a su cabeza. Es obvio que debe llamarlo, se dice y comienza a
buscar el teléfono. Pero el teléfono no aparece por ningún lado. No hay teléfono en el
departamento. Tampoco hay balcón ni almohadas de pluma, pero qué importa: hay un libro de
perros y hay una tina que ahora empieza a ser llenada con agua tibia. No hay sales de baño pero sí
espuma, y un capítulo dedicado a los siberianos. Es primera vez que Chufa entra en una tina llena de
agua espumosa, y ahora lo hace con la enciclopedia de perros en las manos. Se mojan las páginas,
pero qué importa. Quince minutos bastan para repasar la personalidad y los cuidados básicos de un
siberiano. Cuando termina el baño de tina, y una vez vestido con sus mismas y únicas ropas, Chufa
desprende de un tirón las hojas de la letra S de la enciclopedia, las dobla y las guarda en la bolsa del
pollo congelado que ha dejado en el living. Está en eso, decidiendo qué hacer, cuando oye la puerta y
luego unas voces y un hola en voz alta, como si fuera obvio que alguien va a responder; que él,
Chufa, va a responder con otro hola muy natural y casi festivo. ¿Qué es esto?, se pregunta. Y, como
en un flechazo, piensa en correr a la cocina, agarrar el cuchillo carnicero del mesón y enterrárselo al
sujeto que repentinamente se atreve a interrumpir su prematura felicidad. Pero lo que hace y lo que
dice es otra cosa: hola, hola. Al frente tiene ahora a la mujer y al hombre del microbús, que lo
saludan nuevamente y le ofrecen una disculpa. Como si fueran allegados que vienen a romper su
solitario equilibrio. La mujer le explica que antes de llegar a la estación se dieron cuenta de que
habían olvidado los pasajes. Ya ves, dice el hombre que ahora abraza a la mujer por la espalda,
tenemos pajaritos en la cabeza. Y se ríe. Ella también se ríe. Al muchacho no le queda otra: se ríe, con
una risa tan inestable como la del viejo pascuero que ha visto hace unas horas en la estación de
buses. En todo caso, yo ya me iba, miente Chufa. Si quieres te quedas a cenar con nosotros, ofrece
muy amable la mujer. No, no, muchísimas gracias. Ah, y el gas no estaba abierto, les informa. Ellos
vuelven a reírse. Se ríen de todo, piensa Chufa. Y repite, nervioso: yo ya me iba, en serio. Mi familia
me debe estar esperando. ¿Cómo te llamabas? Roberto, pero me dicen Chufa. ¿Por qué te dicen
Chufa? Es una historia larga. Su voz ha sonado como la de un infeliz. Bonito en todo caso, dice el
hombre, solo por llenar un silencio minúsculo pero notorio que se les ha cruzado de golpe. Todo lo
hallan bonito, piensa Chufa en medio del silencio. Bueno, anda no más, si estás apurado, resuelve la
mujer. Y se despiden y chao, chao, Pascua feliz para todos.

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Antes de salir, el muchacho vuelve a pensar en el cuchillo carnicero, pero es solo una imagen. Una
imagen, en todo caso, que deja una estela como un hilito muy delgado y que lo lleva a pensar en el
sur y en eso de azotar calles, de azotarlas mejor en la capital. De azotar pollos ajenos, de azotar
desconocidos. Eso es la capital, se dice mientras camina hacia la avenida donde pasan los
microbuses. ¿Eso qué? No lo sabe: la frase ha sido arrojada al aire sin ningún razonamiento previo.
Una vez arriba de la máquina mira el pollo adentro de la bolsa y piensa que no está mal para ser su
primera Navidad en estas latitudes. Ahora tiene que encontrar un lugar donde prepararlo. Donde
preparar el pollo. Pero la verdad de las cosas es que no tiene muchas opciones. Chufa supone que el
tío se alegrará de ver a su sobrino en su casa y con un pollo en la mano.

Actividades: en grupo, aborda, discute y elabora un análisis relacionado con las siguientes temáticas
extraídas de la lectura del cuento:
 Sentimientos que inspira la ciudad.
 Problemas que enfrentan los personajes al llegar a la ciudad.
 Características del provinciano en la ciudad.
 Influencias del espacio físico en las acciones de los personajes.

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Lengua y Literatura: Guía de trabajo 03
“Migración e identidad”

Respecto de la temática de la migración, es importante señalar que Chile tiene una historia ligada e
influida profundamente por este fenómeno, variadas colonias se asentaron en siglos anteriores en
Chile y lograron influir y participar activamente de la caracterización cultural que posee el habitante
de nuestro país. Es por esto que, los distintos componentes étnicos han logrado cuajar un “sentirse
chileno”, logrando incorporar variantes culturales, lingüísticas, artísticos e incluso y culinarias de las
distintas migraciones que fueron llegando a nuestro país a lo largo de los años, principalmente árabe,
española, italiana y también alemana.

Hoy en día, el aumento de la población migrante es una contribución a la riqueza y diversidad


cultural de nuestro país. A la hora de discutir sobre migración, es importante contrastar el tono
alarmista que muchos adoptan con la realidad material. Chile no es uno de los países del continente
americano con las mayores tasas de migración, al contrario, según datos de Naciones Unidas (2015),
con 2.9% se encontraría bajo el promedio de la región (6.3%) en cuanto al porcentaje de migrantes
respecto del total de personas en edad laboral. La tasa de migrantes en Chile también palidece aún
más al compararla con los porcentajes que es posible apreciar en países desarrollados con los que
nos gusta compararnos, pero esto no ha impedido que se haya vuelto uno de los temas frecuentes de
la discusión política.

A continuación te invitamos a leer el fragmento inicial de la novela autobiográfica de Benedicto


Chuaqui, “Memorias de un inmigrante”, donde relata los primeros años de un adolescente, tratando
de formarse una nueva vida, partiendo desde cero, en el Chile del siglo pasado. Luego el cuento
“Laguna” de Manuel Rojas, quien hace un relato a partir de la trashumancia de los hombres, en
función de la búsqueda de destino propio, trabajo y aventuras, en un relato que denota identidad y
formación en base a los rigores de la vida.

Primeros pasos, Benedicto Chuaqui (Memorias de un emigrante, 1942)

En una casa que tenía un amplio local a la calle una pieza contigua y un patio a través del cual corría
una acequia, instalamos nuestro negocio.
La pieza la destinamos para dormir y comer, aunque era muy Oscura y húmeda por la vecindad de la
acequia, de la cual escapaba toda la pestilencia de sus emanaciones.
En el patio había una verdadera montaña de basuras. Papeles, zapatos viejos, tarros vacíos y todos
los desperdicios que los anteriores moradores dejaron allí. Al comienzo me causaba espanto
contemplar aquel muladar.
Ese negocio nuestro fue una verdadera novedad en medio de ese barrio de cocinerías, depósitos de
licores, almacenes de abarrotes, burdeles, etcétera.

A poco de habitar aquel cuartucho, la humedad y la fetidez se hicieron tan espantosas que mi abuelo
y yo empezamos a sentir muy pronto sus efectos malsanos. Un día vino a comprar un español,
dependiente de una agencia próxima, y nos aconsejó dormir en el mismo local del negocio. Las
camas se podían hacer encima del mostrador. En la agencia ellos lo hacían así.

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Desde esa misma noche, después de cerrar, puse en práctica el consejo; pero, como el mostrador era
muy angosto, al darme vuelta en una ocasión sufrí un feroz porrazo que me tuvo a mal traer durante
varios días. Entonces resolví hacer mi cama en el suelo.

Mi abuelo no quiso hacer lo mismo. Por su edad y su


afección nerviosa, dormía muy poco. Pasaba gran parte de
la noche trajinando o macerando tabaco para llenar su pipa.
A veces leía lentamente algún periódico árabe que llegaba a
nuestras manos. Una de mis tías le ofreció una buena
habitación en su casa, que distaba sólo cinco cuadras de la
nuestra. Pero él se empecinó en seguir durmiendo, en aquel
cuarto insalubre. No se resignaba a dejarme solo. El barrio
era peligroso. Por él pululaban ladrones, asesinos,
prostitutas y toda clase de gente de mal vivir.

El negocio daba muy poco. Las ganancias se invertían casi


totalmente en los exiguos gastos de arriendo y alimentación; comíamos papas, pan y leche. A veces
el abuelo guisaba las papas con tomates. ¡Qué ricas las encontraba yo! Porque siempre estaba con
un hambre de lobo. Era un hambre permanente que me hacía sufrir, aunque yo jamás se lo decía al
abuelo. Por las mañanas, cuando llegaba el carretón panadero, yo sentía una especie de embriaguez.
Aquel tibio aroma del pan me acariciaba en tal forma que me parecía que me iba a desmayar.

El lechero era un hombre muy travieso. Siempre estaba de chanzas conmigo. Aunque yo no entendía
sus bromas, por su actitud me daba cuenta que ellas eran cariñosas. Yo tenía muchos deseos de
corresponder a sus travesuras, pero no atinaba a traducir al español la frase que en árabe tenía
pensada. Por fin logré arreglármelas y un día mientras me vaciaba la leche en el tiesto, agregando la
consabida llapa le dije: “Su leche tres cuarto agua”.

Le hizo tanta gracia que todas las mañanas, al llegar, me saludaba con aquella frase. Cuando nos
mudamos de ese local lo perdí de vista y creí que para Siempre. Pero no fue así; Veinticinco años más
tarde, en la Avenida Independencia, me encontré con un huaso gordo, de gran sombrero alón y
reluciente cadena de plata, que me quedó mirando con mucha atención. De pronto prorrumpió en
una alegre carcajada.
-jQuiubo! iCómo le baila, paisano, tres cuartos agua!

Un buen día llegó uno de mis tíos a visitarnos. En ese momento el abuelito se ocupaba en encender
fuego en el patio. Súbitamente un golpe de viento extendió la llama, que se propag6 por los papeles
y pedazos de tablas diseminados en el patio.
Seguramente nos habríamos incendiado, dado al traste con nuestro negocio, si entre los tres no
hubiéramos sofocado las llamas, que ya se extendían amenazadoras, con el agua de la acequia.
Entonces el tío nos conminó a no encender más fuego allí. Fue de este modo que nos hicimos
pensionistas de una de las cocinerías de al lado.

Entretanto, por medio de los diarios y de las gentes que llegaban al baratillo, me preocupaba
afanosamente de aprender el español. Palabra que oía, la repetía afanosamente, buscando la
manera de emplearla a la primera oportunidad. Me habían enseñado a contestar “no se puede”,
para el caso en que se ofrecía un precio inaceptable por una mercadería. Es probable que por una

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falla del oído, o no me explico por qué circunstancias, entendí “no si puede”. Imaginé que el “no”,
era el rechazo del “sí puede”.

Y cada vez que se me hacía una oferta inadmisible, yo respondía resueltamente “No si puede”.
Había en el barrio una muchacha traviesa y alegre; a la que nunca le faltaba pretexto para entrar al
negocio. Preguntaba por cuanto se le ocurría, ofreciendo precios estrafalarios. Cada una de mis
respuestas, empleando el consabido “no si puede”, era recibida por ella con una alegre carcajada, sin
que yo me percatar del motivo de su risa.

Una noche entró acompañada de unas cuantas mujeres y chiquillas de su edad que comenzaron a
pedirme precios de algunas mercaderías. Y no hice más que contestarles el “no si puede”, cuando
todas estallaron en una sola carcajada, tan estrepitosa y burlesca, que me turbó por completo.
Tímido y apocado, me sentí desfallecer de vergüenza. Mis trece años y mi carácter no me dieron
entereza para sobreponerme. Agobiado, no supe cómo prorrumpí en desesperado llanto. Fue tal el
desconcierto que esto les causó, que, callaron súbitamente. Y entonces, a su vez, avergonzadas,
salieron en silencio, con la vista baja. La chica que promovió la broma no volvió más a presentarse en
mi negocio.

Intrigado por conocer el motivo de la broma, relaté el hecho a Sabina, la hija del dueño de la
cocinería del lado. Y entonces ella me explicó la razón. Desde ese día me cuidé de no decir una
palabra sin estar bien seguro de su correcta pronunciación.

Muchas otras bromas me hicieron algunos “graciosos”. Entre ellas recuerdo ésta: Necesitaba
comprar carbón y pregunté a un vecino el nombre español de este combustible. Para estar más
seguro lo escribí en un papel. Pero el bribón me hizo poner “cabrón” en vez de la palabra verdadera.
Fui repitiéndola hasta llegar al depósito de leña, cuyo dueño era un hombre de mal talante, chato,
obeso, con la nariz granujienta y roja. Estaban con él, en, ese momento, algunas personas que, al
oírme decir: “Véndame cabrón”, les dio un verdadero ataque de risa. En cambio, al vendedor le faltó
poco para darme una paliza.

Estas incidencias y algunas costumbres que me chocaban, me hacían añorar mi tierra. Sentía
nostalgia de las comidas, de la música, de las costumbres de allá. En cambio, me llamaban
poderosamente la atención la libertad que aquí existía. El hombre vivía como le daba la gana, sin
sujeción a ninguna traba en sus derechos ciudadanos. Y allá teníamos la tiranía de los turcos, el
fanatismo religioso y la tiste opresión en que Vivian las mujeres. Aquí cada cual era dueño de pensar
se le ocurría y expresar en voz alta sus convicciones sin temor a nadie. La religión no era motivo de
rencillas ni disgustos. Era agradable sentir a nuestro alrededor esa tranquilidad del hombre que hace
lo que le gusta y le conviene.

Otra cualidad de los chilenos que me causó admiración, fue su falta de rencor. A este respecto viene
a mi memoria el siguiente caso:
Una noche entró al baratillo un hombre ebrio a comprar un pañuelo grande para el cuello. Puse
sobre el mostrador tres de distintos colores, a fin de que eligiera. Al volverme, después, a sacar otra
caja, vi que sólo había dos pañuelos. Le pregunté por el otro y me contestó que sólo eran dos. Como
estaba seguro de lo contario, llamé al abuelo para explicarle lo ocurrido. ¿Cómo íbamos a perder un
pañuelo que valía cincuenta centavos?

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Mientras el abuelito cuidaba de que el ebrio no se fuera, yo corría en busca de un guardián. Tuve la
suerte de encontrar uno en las inmediaciones y éste procedió a trajinar al borracho, que se había
metido el pañuelo debajo del sobaco. Irritado, al verse descubierto, el hombre lanzó
inesperadamente una bofetada al guardián, tratando, en seguida, de huir. Mas, el policía lo sujetó,
dándole un par de golpes en la cara, bañándolo en sangre. En seguida se lo llevó preso. Yo me quedé
temblando de miedo por las consecuencias que ese desagradable incidente pudiera tener. ¿Cómo
era posible que se atreviera la gente a faltarle el respeto a un representante de la autoridad?

Creí que el hombre ya había olvidado el sitio donde ocurriera el percance, cuando lo vi pasar un día
frente a mi puerta. Al verlo con las huellas de los machucones en el rostro, traté de escabullir el
bulto, mas él, al divisarme, me gritó alegremente:

-iQuiubo, paisanito! ; Está enojado conmigo todavía? Discúlpeme por lo del otro día. Andaba curado,
pero ya no lo volveré a molestar. Véndame ahora un par de calcetines de a peso. Aquí está la plata.
Y sin sombra de rencor en los ojos, hizo sonar una moneda reluciente sobre el mostrador.

Y así era en general la gente del pueblo. Sólo cuando estaban bebidos se sentían inclinados a
fastidiar. A veces robaban una camiseta, haciéndola jirones al arrancarla de los clavos que la
sujetaban. Una vez, persiguiendo a un pillo que huyó llevándose una ruma de cajas con cuellos de
goma, me arrojó al suelo de una manotada en el momento de alcanzarlo.

Y es que me veían flacucho y débil. Bien sabían que yo no podía hacerme respetar por mí mismo.
Algunos chuscos entraban a veces preguntando:
-¿Tienen mangas para chaleco?
Yo, creyendo que por acá se usaban esas prendas, les respondía muy serio:
-No tenemos pero las vamos a pedir.
Y en una lista que llevé a mi proveedor, iba anotado en un renglón: “Mangas Para chalecos”. Fue él
quien me sacó del error.

Tenía motivos para repudiar a los chilenos y también para estimarlos, pues conocí gente bondadosa Y
caritativa en extremo. Mujeres que lloraban en Presencia de un caballo herido Y personas que
perdían días enteros, dejando de trabajar, por acompañar a un forastero desconocido que no lograba
orientarse en la ciudad. Otras que se quedaban sin ni un centavo por auxiliar a un desgraciado.
Llegué de este modo a formarme la convicción de que este era el país donde había más gente
caritativa.

Esto, muchas veces, conducía a extremos reprobables, como en los casos en que el público trataba
de quitarle un delincuente al guardián, dificultando su labor. Insultando al cobrador tanviario porque
obligaba a descender a un borracho que molestaba a los pasajeros. En distintos aspectos de la vida
social podía verse este espíritu de exagerada conmiseración para con los bribones. Un día, en un
teatro, la mitad del programa quedó sin realizarse. El público vociferaba amenazadoramente. Pero
uno de los empresarios dijo, con mucha gracia, una chuscada que fue calurosamente celebrada. Y
todos se marchaban felices. Al contrario, agradecían la estafa que se les hacía.

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Laguna, Manuel Rojas (Cuentos, 1922)

De aquella época de mi vida, ningún recuerdo se destaca tan nítidamente en mi memoria y con
tantos relieves como el de aquel hombre que encontré en mis correrías por el mundo, mientras hacía
mi aprendizaje de hombre.
Hace ya muchos años. Al terminar febrero,
había vuelto del campo donde trabajaba en la
cosecha de la uva. Vivía en Mendoza. Como
mis recursos dependían de mi trabajo y éste
me faltaba, me dediqué a buscarlo. Con un
chileno que volvía conmigo, recorrimos las
obras en construcción, ofreciéndonos como
peones. Pero nos rechazaban en todas partes.
Por fin alguien nos dio la noticia de que un
inglés andaba contratando gente para llevarla
a Las Cuevas, en donde estaban levantando
unos túneles. Fuimos. Mi compañero fue aceptado en seguida. Yo, en ese entonces, era un
muchacho de diecisiete años, alto, esmirriado, y con aspecto de débil, lo cual no agradó mucho al
inglés. Me miró de arriba abajo y me preguntó:
-¿Usted es bueno para trabajar?
-Sí –le respondí-. Soy chileno.
-¿Chileno? Aceptado.
El chileno tiene, especialmente entre la gente de trabajo, fama de trabajador sufrido y esforzado y yo
usaba esta nacionalidad en esos casos. Además mi continuo trato con ellos y mi descendencia de esa
raza me daban el tono de voz y las maneras de tal.
Así fue cómo una mañana, embarcados en un vagón de tren de carga, hacinados como animales,
partimos de Mendoza en dirección a la cordillera. Éramos, entre todos, como unos treinta hombres,
si es que yo podía considerarme como tal, lo cual no dejaba de ser una pretensión. … Había varios
andaluces, muy parlanchines; unos cuantos austríacos, muy silenciosos; dos venecianos, con
hermosos ojos azules y barbas rubias; unos pocos argentinos y varios chilenos.
Entre estos últimos estaba Laguna. Era un hombre delgado, con las piernas brevemente arqueadas,
el cuerpo un poco inclinado, bigote lacio de color que pretendía ser rubio, pero que se conformaba
modestamente con ser castaño. Su cara recordaba inmediatamente a un roedor: el ratón.
Le ofrecí cigarrillos y esto me predispuso a su favor. Me preguntó mi edad y al decírsela movió la
cabeza y suspiró:
-¿Diecisiete años? Un montoncito así de vida.
Y señalaba con el pulgar y el índice una porción pequeña e imaginable de lo que él llamaba vida.
Usaba alpargatas y sus gruesas medias blancas subían hacia arriba aprisionando la parte baja del
pantalón. Una gorra y un traje claro, muy delgado, completaban su vestimenta que, como se ve, no
podía ser confundida con la de ningún elegante. A la hora del almuerzo compartí con él mi pequeña
provisión y esto acabó de atraerlo hacia mí. Más decidor ya, por efecto de la comida, me contó algo
de su vida; una vida extraña y maravillosa, llena de vicisitudes y de pequeñas desgracias que se
sucedían sin interrupción. Hablando con él, observé esta rara manía o costumbre: Laguna no tenía
nunca quietas sus piernas. Las movía constantemente. Ya jugaba con los pies cambiando de sitio o
posición una maderita o un trocito de papel que hubiera en el suelo; ya las movía como marcando el
paso con los talones; ya las juntaba, las separaba, las cruzaba o las descruzaba con una continuidad
que mareaba. Yo supuse que esto provendría de sus costumbres de vagabundo, suposición un tanto
antojadiza, pero yo necesitaba clasificar este rasgo de mi nuevo amigo. Su cara era tan movible como

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sus piernas. Sus arrugas cambiaban de sitio vertiginosamente. A veces no podía yo localizar fijamente
a una. Y sus pequeños ojos controlaban todo este movimiento con rápidos parpadeos que me
desconcertaban.
-¿De dónde es usted, Laguna?
(¿Por qué se llamaría Laguna? ¿Sería un mote o un nombre? Nunca lo supe.)

Contestóme:
-Soy chileno; de Santiago. Pura Araucanía.
Parecía tener el orgullo de su raza y seguramente decía aquella última frase para significar que era un
chileno de pura sangre araucana.
En el tren intimamos mucho. Los demás no me llamaban la atención. Laguna era una fuente
inagotable de anécdotas y frases graciosas. Mi juventud se sentía atraída por este hombre de treinta
y cinco años, charlador inagotable, cuya vida era para mi adolescencia como una canción fuerte y
heroica que me deslumbraba. Su tema favorito era su mala suerte:
-Yo soy roto muy fatal, hermano. Usted se morirá de viejito, le saldrá patilla hasta para hacerse una
trenza y nunca encontrará un hombre tan desgraciado como yo.
El dolor de su vida, en lugar de entristecerme, me alegraba. Contaba sus desgracias con tal profusión
de muecas e interjecciones, que yo me reía a gritos. Se paraba un instante, se ponía serio y me decía:
-No se ría de la desgracia ajena; eso es malo.
Y seguía contando. En las partes que él consideraba trágicas o patéticas, sus ojos se cerraban y sus
orejas, largas y transparentes, parecían trasladarse hacia la nuca.
-Y entonces, cuando gritaron: ¡cuidado, que vamos a largar!, yo me hice a un lado, el poste cayó, una
piedra saltó y me rompió la cabeza.
Sus arrugas tornaban a su posición normal, sus ojos se abrían, las orejas volvían al sitio predilecto y
me miraba para ver qué impresión hacía en mí su relato.
-¡Ja, ja, ja! ¡Qué Laguna!
Y toda la peonada hacía coro a mis risas.

*** *** ***

Al anochecer del mismo día llegamos a Las Cuevas. Yo conocía la cordillera por haberla atravesado
dos veces en mi niñez, pero de ella no guardaba más recuerdo que el de una mulita muy suave, un
arriero que me cuidaba, de un coche que rodaba entre dos murallas de nieve y de mi madre, este
último más patente que los otros. Por lo tanto, el espectáculo era nuevo para mí. Una sensación
inmensa de pequeñez sobrecogió mi espíritu, cuando, al descender del tren, mi vista recorrió ese
inmenso anfiteatro de montañas. El cielo me parecía más lejano que nunca. Ni un árbol. Aridez
absoluta en todo lo que veía. Rocas que se erguían, crestas rojas o azules, manchones de nieve,
soledad, silencio. El tren se perdía como un gusano, entre las moles, ridículo de pequeño. Y los
hombres parecíamos más pegados al suelo que en ninguna parte.
Como no nos esperaban con alojamiento preparado en el hotel, tuvimos que proceder
inmediatamente al levantamiento de las carpas que nos servirían de habitación. A cinco chilenos,
entre los cuales estaba Laguna, nos dieron una. La paramos en medio de maldiciones y juramentos.
Corría un viento fuerte que azotaba la tela y la hacía hincharse como una vela. Cuando ya la teníamos
casi armada, el viento la tumbaba. Laguna cogía su gorra, la tiraba al suelo, zapateaba un poco sobre
ella, luego se tomaba la cabeza con ambas manos y levantando al cielo su cara, exclamaba:
-¡Por Diosito, Señor!
Esta parecía ser su exclamación favorita.

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Por fin la carpa quedó en estado de habitarla y nos repartimos el pedazo de terreno, sembrado de
piedras del tamaño de un puño, que utilizaríamos a modo de blanda cama. Extendimos nuestras
ropas en el suelo. Laguna nos miraba hacer. Alguien preguntó:
-¿En qué irá a dormir Laguna?
Este lo miró y bajó la cabeza avergonzado. Nada que denunciara la presencia de una prenda de vestir
o de cama había en su equipaje, que llevaba envuelto en un pañuelo.
Cuando nos acostamos, Laguna estuvo un momento parado, con expresión de hombre indeciso;
conversaba y fumaba. Luego se decidió y sin hacer ningún preparativo se tendió en el desnudo suelo,
al lado mío. Yo quise ofrecerle mi cama, pero el temor de avergonzarlo me hizo desistir. Se apagó la
luz. Con los ojos abiertos en la sombra, tendido de espaldas en mi lecho, conversé un momento con
él. A la luz de su cigarro veía a intervalos su nariz aguileña y su bigote lacio. Después, insensiblemente
me quedé dormido. Desperté al cabo de unas horas y mientras orientaba mi pensamiento escuché
los ruidos de la noche. Afuera el viento, muy frío, parecía aullar como un animal aguijoneado. El
rumor del río aumentaba con su rodar de piedras aquel grito prolongado del viento. La carpa crujía
violentamente. En medio de toda aquella sinfonía salvaje percibí un sonido humano. Pensé que
alguien rondaba, tal vez perdido, alrededor de la carpa e incorporándome en la cama escuché con
atención. Pero no era afuera. Era al lado mío. Laguna, dormido seguramente helado de frío,
castañeteaba los dientes y se quejaba.
-Laguna…
No me contestó.
-Laguna.
Silencio.
-Laguna.
-¡Ah!
-¿Qué le pasa?
-Tengo frío, hermanito.
-Acuéstese aquí.
-No, gracias.
-Venga, hombre.
Se levantó y empezó a desnudarse. De repente oí un sollozo y Laguna lo comentó diciendo:
-Yo soy un roto muy fatal.
Después, como un perro, buscó la cama y se acurrucó entre las ropas, tiritando.
-Hermanito…
-¿Qué quiere?
-Muchas gracias.
No contesté. Laguna suspiró, se movió un poco, se encogió, seguramente hizo una de sus muecas
acostumbradas y por fin se durmió. Yo escuché un momento su respiración, cortada a trechos por
suspiros, y luego me dormí.
Al otro día empezó el trabajo. Se trataba de hacer túneles para resguardar la línea de las nevazones y
los pequeños rodados. El trabajo era fuerte, pero como el frío también lo era, ambos se
neutralizaban con gran alegría nuestra y satisfacción del inglés.
A los diez días de estar allí, nuestros rostros habían cambiado completamente. El frío quemaba la
piel, la rajaba; la cara se despellejaba, las pestañas caían quemadas también y a todo este trabajo de
destrucción y transformación contribuía el hecho de que nadie se lavara la cara sino los domingos. El
agua era tan helada que nadie se animaba a hacerlo. Solamente los días de descanso se calentaba
agua y se procedía a una limpieza, minuciosa por parte de unos, somera por la de otros. Además,
nuestras ropas viejas y sucias, los ponchos oscuros y las barbas crecidas, aumentaban el cambio,

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haciéndonos aparecer, a los ojos de cualquier viajero erudito, como descendientes directos de una
familia de trogloditas.

*** *** ***

A los quince días de estar ahí le sucedió la primera desgracia a Laguna, si es que desgracia puede
llamarse lo que voy a narrar. Él ya lo extrañaba; me decía:
-¿No le parece raro que no me
haya pasado nada?
Y arrugaba la nariz.
Fue un día jueves. El día anterior
había nevado y el frío era intenso.
Trabajábamos en una zorra y
Laguna era el "bandera". Su
trabajo consistía en ir delante de
nosotros, a distancia de una
cuadra, llevando una bandera roja
con la cual anunciaba la
proximidad del tren.
Veníamos con una carga de madera. Cuando llegamos al sitio en que debíamos descargar, vimos que
Laguna estaba sentado detrás de un peñasco y bien arrebujado en su poncho. Silbaba
monótonamente:
- Fi…, fi…, fiiii…
Le dijimos algunas bromas y empezamos a descargar. En los ratos que descansábamos, Laguna nos
advertía su presencia con el fi fi de su silbido. Corría un vientecillo que cortaba las carnes. De repente
Laguna dejó de silbar. No paramos en ello la atención y cuando terminamos uno gritó:
- ¡Ya, Laguna, vamos!
Pero Laguna no contestó.
- ¿Se habrá quedado dormido? Vamos a darle una broma.
Uno de los compañeros fue sigilosamente hacia él. Cuando estuvo delante, levantó el poncho como
para pegarle. De pronto se inclinó, miró fijamente a laguna y alzando los brazos gritó:
- ¡Muchachos, vengan!
Corrimos. Cuando llegamos, Laguna, con la cabeza inclinada sobre un hombro, sonreía dulcemente
como si soñara. Se estaba helando. Lo levantamos violentamente y mientras uno lo sujetaba,
descargamos sobre él una verdadera lluvia de ponchazos, pellizcones bofetadas y creo que hasta
puntapiés. Al cabo de un rato abrió los ojos y nos miró atontado. Le refregamos la cara con nieve y le
seguimos pegando. De pronto gritó:
- ¡Ya está bueno! ¡Ya está bueno!
Y salió corriendo. Como un caballo que ha estado largo tiempo atado, Laguna daba saltos, tiraba
puntapiés, se revolcaba en el suelo, lanzaba fuertes puñetazos, hacía mil contorsiones y, por último,
variando el ejercicio, cantó, mientras se acompañaba de un furioso zapateo:

Suspirando te llamé
y a mí llamado no vienes;
como me ves sin trabajo
te haces sorda y no me entiendes.

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Hasta que cayó al suelo, jadeando como una bestia.

*** *** ***

Mientras tanto, el trabajo adelantaba rápidamente. Ya en algunos sitios la vía estaba cubierta por los
túneles. Se hacían hoyos en el suelo, se metían en ellos enormes postes, éstos se juntaban por medio
de una trabazón de madera y luego todo se revestía de planchas de zinc. Como el terreno era
pedregoso, muchas veces en los hoyos se encontraban gruesos peñascos que era necesario partir
con dinamita. Todos los días, a la hora del almuerzo o de la comida, fuertes detonaciones rajaban el
silencio de la cordillera. Los estampidos resonaban contra los cerros más cercanos y éstos devolvían
un eco que chocaba en otros, sucesivamente, hasta convertirlos en un trueno prolongado y
profundo.
A consecuencia del accidente anterior, la movilidad de Laguna se acrecentó extraordinariamente. El
miedo a helarse nuevamente lo hacía andar en un perpetuo entrenamiento físico. Saltaba, corría,
bailaba y zapateaba.
¡Pobre Laguna! Verdaderamente, era fatal. Un día cayó un poste; todos corrieron, Laguna más que
nadie; pero, al ir corriendo y mirar hacia atrás, tropezó en un durmiente de la vía y el filo de otro casi
le quebró una pierna. Otro día lo llevaron preso sin causa alguna y lo tuvieron todo el día haciendo
un camino en la nieve, entre el cuartel y la estación, en medio de un fuerte frío. Parece que esto era
un recurso de que se valían los guardias cada vez que la nieve tapaba el camino.
Después los acontecimientos se precipitaron y la fatalidad se apretujó más sobre su cabeza de
roedor.
Andábamos trabajando en la zorra y volvíamos de Las Cuevas con una carga de ochenta planchas de
zinc que pesaban once kilos cada una. Como de la estación al campamento la vía tenía un profundo
declive, largamos los frenos y la zorra se precipitó velozmente hacia abajo. Con el impulso que traía,
ayudado por la pesada carga y por la pendiente de la línea, el vehículo se cargó. Agarró tal velocidad,
que un poco más allá del puente del río los postes y las rocas pasaban ante nuestra vista con tal
continuidad, que parecía que entre ellos no había ninguna distancia. Cuando quisimos frenar, la zorra
no obedeció y de esa manera pasamos por el campamento en una carrera trágica. Yo iba en el freno
delantero y Laguna en el de atrás. Ya la peonada corría detrás nuestro, gritando:
- ¡Tírense! ¡Tírense!
Uno gritó:
- ¡Hay que tirarse!
Se envolvió la cabeza con el poncho y saltó. Dio una vuelta en el aire y luego pareció hundirse en el
suelo. Otro de los peones cayó de lado y quedó inmóvil. El tercero quedó parado después de
describir un círculo que habría causado admiración a cualquier geómetra. Yo tiré mi poncho y luego
me arrojé de espaldas al vacío. Caí de bruces. Cuando levanté la cabeza, la zorra iba a una cuadra de
distancia. Laguna iba parado en el freno; su poncho oscuro se agitaba a impulsos del viento como
una bandera de muerte. La boca de un túnel pareció tragarse al hombre y al vehículo, que después
de un instante reaparecieron por el otro lado. Todos corríamos detrás. De repente, el freno resbaló,
Laguna vaciló y por un segundo sus manos arañaron el vacío. Luego cayó de boca. A los treinta
metros, en una violenta curva de la vía, la zorra saltó y las planchas de zinc se clavaron en los postes.
Cuando llegamos, Laguna yacía a un costado de la línea. Había caído sobre la cremallera y del golpe
se le saltaron casi todos los dientes. Después rebotó y cayó en una acequia, en cuyo filo se hizo dos
heridas en la cabeza. Tenía la cara llena de sangre y respiraba quejumbrosamente. Al otro día se lo
llevaron al hospital.

*** *** ***

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A los pocos días, antes de terminarse los trabajos del túnel, yo bajé a Mendoza. Había sido hablado
para invernar, como peón, en una estación situada entre Las Cuevas y Puente del Inca, y necesitaba
comprar ropas de invierno. Cuando quise volver, la Compañía me negó el pasaje por no presentar
una autorización del jefe o del capataz. Como mi ropa había quedado allá, resolví regresar a pie. Me
uní con dos anarquistas chilenos que regresaban a su tierra y emprendimos el viaje, saliendo de
Mendoza una noche de abril. Después de tres días de viaje, llegamos al campamento y allí me
encontré con Laguna, que ya había vuelto del hospital. Estaba visiblemente cambiado. La cara se le
había hecho más pequeña, tenía la boca hundida a causa de la falta de los dientes, y toda su persona
parecía estar inclinada bajo un peso invisible. Me llamó a su lado y me dijo casi llorando:
- Hermano, vámonos a Chile. Siento que si me quedo aquí me voy a morir.
Lo pensé y me decidí. Le dije que sí. Se alegró tanto que me dio un abrazo. Esperamos la noche para
salir. De día era peligroso pasar porque había nevado y el camino del cuartel a la estación estaba
tapado. Los peones nos dieron carne, queso, charqui y café. A unos cuantos arrieros que venían de
Chile les preguntamos si el tiempo era bueno en la cordillera y nos contestaron que el viento que
corría no era fuerte y que la nieve caída era muy poca.
A las nueve, después de efusivas despedidas, partimos los cuatro: Laguna, los dos anarquistas y yo.
Había nevado bastante y el camino estaba tapado. Nos orientamos por las luces de la estación.
Atravesamos un pequeño puente y empezamos a buscar el camino ancho. A las dos cuadras nos
perdimos. Por fin, después de varias vueltas, encontramos la buena ruta y empezamos a subir. A los
mil metros de altura empezó a nevar fuertemente. La noche era oscurísima. Caminábamos un trecho
y descansábamos. El peso de nuestra ropa, que llevábamos a la espalda, nos fatigaba un poco. No
hablábamos. Laguna iba adelante con la cabeza gacha y silbando despacito. De vez en cuando, con un
dulce dejo de pena, cantaba:

Dos corazones tengo


para quererte;
uno tengo de vida
y otro de muerte.

De repente se detuvo y nos dijo:


- Oigan.
Escuchamos. Un ruido profundo y sostenido llegó hasta nosotros. De pronto el ruido se trocó en un
clamor casi humano. Parecía que una garganta enorme, de voz ronca, gritaba en la cumbre.
Laguna dijo:
- Es el viento.
Él era. Llegaba loco, furioso, estruendosamente. Después de un momento, el clamor subió a rugido y
éste se multiplicó en todos los tonos. Golpeaba en las rocas, saltaba de quebrada en quebrada, se
azotaba contra un cerro y rebotaba en otro. Parecía que un ejército de leones bajaba rugiendo hacia
el llano. Era horrible y hermoso.
Como íbamos a favor de un cerro, no lo sentíamos en nuestros cuerpos, pero, al dar vuelta el camino,
el viento nos detuvo como una mano poderosa. Daban ganas de gritar y de llorar. La sangre zumbaba
bajo la impresión de este emocionante e invisible espectáculo. El viento subía rabiosamente desde el
lado chileno, llegaba a la cumbre y se derrumbaba poderosamente hacia el llano argentino.
Nos detuvimos a conferenciar. Hablábamos en voz baja, como temiendo que el viento nos oyera.
Volver era peligroso. Nos exponíamos a que el viento nos cogiera de espaldas y nos lanzara cerro
abajo, como a las mulas cargadas. Decidimos seguir. Y nos lanzamos al camino. A los pocos pasos nos

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detuvimos, ahogados. La fuerza del viento era tal, que nos impedía arrojar el aire absorbido en la
respiración. Laguna gritó:
- ¡Tápense la boca con un pañuelo!
Seguimos su consejo y pudimos respirar.
Caminábamos de lado para ofrecer menos
blanco al viento. A los tres mil ochocientos
metros nos detuvimos indecisos. Un pequeño
rodado había tapado el camino, y en lugar de la
línea recta de éste, sólo se veía una blanca raya
oblicua que bajaba vertiginosamente hacia la
quebrada. La nieve, endurecida, era resbaladiza
como jabón.
- Hasta aquí llegamos.
¿Cómo pasar? No traíamos ni un miserable palo con que ayudarnos. Uno de los anarquistas, llamado
Luis, dijo:
- Es preciso pasar.
Sacó un largo cuchillo y se lanzó sobre aquella raya, en cuyo fin la muerte abría la boca enorme de la
quebrada.
Inclinados bajo el viento, lo miramos pasar. Clavaba el cuchillo, agarrado a éste daba un paso, se
tendía en la nieve, sacaba el cuchillo, lo clavaba, daba otro paso y poco a poco se alejaba de
nosotros. De repente resbaló y rodó un metro. Lanzamos un grito. El hombre quedó un momento
inmóvil y luego empezó a subir, arrastrándose, hasta que logró asirse del cuchillo que había quedado
clavado. Demoró veinte minutos en atravesar los ochenta metros del rodado.
Después pasé yo. Nunca, como aquel momento, me he sentido más cerca de la muerte. Apretados
los dientes, hincando con todas mis fuerzas los zapatos en la nieve, buscando en la sombra los hoyos
abiertos por el cuchillo del anarquista, atravesé aquel camino angustioso. Caer era rodar mil o dos
mil metros hasta quedar convertido en una cosa sin nombre. Cuando llegué al camino, permanecí un
momento desorientado y luego me lancé a correr hacia la casilla del Cristo Redentor. Allí estaba Luis.
Con fósforos hicimos arder papeles y nos calentamos las entumecidas manos.
- ¿Y los otros?
- Ya vienen.
Esperamos un largo rato y no aparecieron.
- ¿Se habrán perdido? Vamos a buscarlos.
Salimos y gritamos.
- Si han seguido hacia delante es inútil gritar. El viento nos devuelve los gritos.
Recorrimos los alrededores y de pronto oímos una voz que llamaba a lo lejos. Buscamos al que
gritaba y encontramos al otro anarquista, abrazado a un poste de los que marcan los límites de Chile
y Argentina. Lo levantamos y lo sacudimos un poco hasta que se repuso.
- ¿Y Laguna?
- No sé; cuando yo llegué a este lado del rodado, él empezaba a atravesarlo.
- Habrá seguido.
- No; no ha seguido. Debe haberse perdido.
Una enorme angustia me subió del corazón a la garganta y corrí como un loco, gritando:
- ¡Laguna! ¡Hermanito!
Pero el viento me devolvía sarcásticamente los gritos.

*** *** ***

20
Al otro día, mientras bajábamos, busqué por todas partes los rastros de Laguna. Pero seguramente la
nieve había tapado sus huellas, porque ni en el camino, ni en las quebradas, ni en ninguna parte la
marca de un pie o de un cuerpo quebraba la armoniosa tersura de aquella inmensa sábana, bajo la
cual, seguramente, Laguna dormía su último sueño.
- ¡Pobre roto fatal!
*****
Actividad: Forma grupos de 5 personas para discutir, reflexionar y sacar conclusiones a partir de los
dos textos leídos, en torno a las siguientes temáticas:

• Presencia o ausencia de los sentimientos de desarraigo en los personajes.


• Tratamiento del tema de la migración.
• Influencia del ambiente en la narración.
• Opinión personal acerca de los cuentos leídos.

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Lengua y Literatura: Guía de trabajo 04
“Identidad Latinoamericana”

Cuando hablamos, de identidad de américa latina debemos tener en cuenta la diversidad cultural
que contiene este marco de referencia más amplio. La misma se delimita en relación a una serie de
características comunes y a una historia compartida, que no tienen que ocultar las diferencias
existentes al interior, entre las naciones que la componen y entre los distintos grupos sociales y
rasgos culturales que forman parte del conjunto de esta extensa región continental. Si bien habría
coincidencias significativas en cuanto al idioma, por ejemplo, en que predominan el español y el
portugués, esto no debe llevar a desconocer la multiplicidad de lenguas que existen, en particular las
numerosas formas lingüísticas de los pueblos originarios, el inglés, el francés y sus variaciones
dialectales en la región del caribe, entre otras.

A continuación se leerán dos cuentos del escritor mexicano Juan Rulfo, “Nos han dado la tierra” y
“No oyes ladrar los perros”, para profundizar en el tema de la unidad en relación con la construcción
de la identidad latinoamericana, desde las perspectivas contextual e intratextual.

Cuento 1
Nos han dado la tierra, Juan Rulfo

Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni
una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.
Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas,
que nada habría después; que no se podría encontrar nada al
otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de
arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que
ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se
saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.

Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo


acerca.
Hemos venido caminando desde el amanecer. Ahorita son
algo así como las cuatro de la tarde. Alguien se asoma al
cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice:
-Son como las cuatro de la tarde.
Ese alguien es Melitón. Junto con él, vamos Faustino,
Esteban y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante,
otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces
me digo: “Somos cuatro”. Hace rato, como a eso de las once, éramos veintitantos, pero puñito a
puñito se han ido desperdigando hasta quedar nada más que este nudo que somos nosotros.

Faustino dice:
-Puede que llueva.
Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesada que pasa por encima de nuestras
cabezas. Y pensamos: “Puede que sí”.

23
No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos
acabaron con el calor. Uno platicaría muy a gusto en otra parte, pero aquí cuesta trabajo. Uno platica
aquí y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua
hasta que acaban con el resuello. Aquí así son las cosas. Por eso a nadie le da por platicar.

Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como la
de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y las buscamos con los ojos.
Pero no hay ninguna más. No llueve. Ahora si se mira el cielo se ve a la nube aguacera corriéndose
muy lejos, a toda prisa. El viento que viene del pueblo se le arrima empujándola contra las sombras
azules de los cerros. Y a la gota caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed.
¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh?

Hemos vuelto a caminar. Nos habíamos detenido para ver llover. No llovió. Ahora volvemos a
caminar. Y a mí se me ocurre que hemos caminado más de lo que llevamos andado. Se me ocurre
eso. De haber llovido quizá se me ocurrieran otras cosas. Con todo, yo sé que desde que yo era
muchacho, no vi llover nunca sobre el llano, lo que se llama llover.

No, el llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos
huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no
hay nada.

Y por aquí vamos nosotros. Los cuatro a pie. Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una
carabina. Ahora no traemos ni siquiera la carabina.

Yo siempre he pensado que en eso de quitarnos la carabina hicieron bien. Por acá resulta peligroso
andar armado. Lo matan a uno sin avisarle, viéndolo a toda hora con “la 30” amarrada a las correas.
Pero los caballos son otro asunto. De venir a caballo ya hubiéramos probado el agua verde del río, y
paseado nuestros estómagos por las calles del pueblo para que se les bajara la comida. Ya lo
hubiéramos hecho de tener todos aquellos caballos que teníamos. Pero también nos quitaron los
caballos junto con la carabina.

Vuelvo hacia todos lados y miro el llano. Tanta y tamaña tierra para nada. Se le resbalan a uno los
ojos al no encontrar cosa que los detenga. Sólo unas cuantas lagartijas salen a asomar la cabeza por
encima de sus agujeros, y luego que sienten la tatema del sol corren a esconderse en la sombrita de
una piedra. Pero nosotros, cuando tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del
sol, eh? Porque a nosotros nos dieron esta costra de tapetate para que la sembráramos.

Nos dijeron:
-Del pueblo para acá es de ustedes.

Nosotros preguntamos:
-¿El Llano?
– Sí, el llano. Todo el Llano Grande.

Nosotros paramos la jeta para decir que el llano no lo queríamos. Que queríamos lo que estaba junto
al río. Del río para allá, por las vegas, donde están esos árboles llamados casuarinas y las paraneras y
la tierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama Llano.

24
Pero no nos dejaron decir nuestras cosas. El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos puso
los papeles en la mano y nos dijo:

-No se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos.
-Es que el llano, señor delegado…
-Son miles y miles de yuntas.
-Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.
-¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto allí llueva, se
levantará el maíz como si lo estiraran.
– Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa
como cantera que es la tierra del Llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la
semilla y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.
– Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al
Gobierno que les da la tierra.
– Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el Centro. Todo es contra
el Llano… No se puede contra lo que no se puede. Eso es lo que hemos dicho… Espérenos usted para
explicarle. Mire, vamos a comenzar por donde íbamos…

Pero él no nos quiso oír.


Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo,
para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada
y cuando, muy arriba, volando a la carrera; tratando de salir lo más pronto posible de este blanco
terregal endurecido, donde nada se mueve y por donde uno camina como reculando.

Melitón dice:
-Esta es la tierra que nos han dado.

Faustino dice:
-¿Qué?

Yo no digo nada. Yo pienso: “Melitón no tiene la cabeza en su lugar. Ha de ser el calor el que lo hace
hablar así. El calor, que le ha traspasado el sombrero y le ha calentado la cabeza. Y si no, ¿por qué
dice lo que dice? ¿Cuál tierra nos han dado, Melitón? Aquí no hay ni la tantita que necesitaría el
viento para jugar a los remolinos.”

Melitón vuelve a decir:


-Servirá de algo. Servirá aunque sea para correr yeguas.
-¿Cuáles yeguas? -le pregunta Esteban.

Yo no me había fijado bien a bien en Esteban. Ahora que habla, me fijo en él. Lleva puesto un gabán
que le llega al ombligo, y debajo del gabán saca la cabeza algo así como una gallina.

Sí, es una gallina colorada la que lleva Esteban debajo del gabán. Se le ven los ojos dormidos y el pico
abierto como si bostezara. Yo le pregunto:

-Oye, Teban, ¿de dónde pepenaste esa gallina?


-Es la mía- dice él.
-No la traías antes. ¿Dónde la mercaste, eh?

25
-No la merqué, es la gallina de mi corral.
-Entonces te la trajiste de bastimento, ¿no?
-No, la traigo para cuidarla. Mi casa se quedó sola y sin nadie para que le diera de comer; por eso me
la traje. Siempre que salgo lejos cargo con ella.
-Allí escondida se te va a ahogar. Mejor sácala al aire.

Él se la acomoda debajo del brazo y le sopla el aire caliente de su boca. Luego dice:
-Estamos llegando al derrumbadero.

Yo ya no oigo lo que sigue diciendo Esteban. Nos hemos puesto en fila para bajar la barranca y él va
mero adelante. Se ve que ha agarrado a la gallina por las patas y la zangolotea a cada rato, para no
golpearle la cabeza contra las piedras.

Conforme bajamos, la tierra se hace buena. Sube polvo desde nosotros como si fuera un atajo de
mulas lo que bajara por allí; pero nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta. Después de venir durante
once horas pisando la dureza del Llano, nos sentimos muy a gusto envueltos en aquella cosa que
brinca sobre nosotros y sabe a tierra.

Por encima del río, sobre las copas verdes de las casuarinas, vuelan parvadas de chachalacas verdes.
Eso también es lo que nos gusta.

Ahora los ladridos de los perros se oyen aquí, junto a nosotros, y es que el viento que viene del
pueblo retacha en la barranca y la llena de todos sus ruidos.

Esteban ha vuelto a abrazar su gallina cuando nos acercamos a las primeras casas. Le desata las patas
para desentumecerla, y luego él y su gallina desaparecen detrás de unos tepemezquites.
-¡Por aquí arriendo yo! -nos dice Esteban.

Nosotros seguimos adelante, más adentro del pueblo.

La tierra que nos han dado está allá arriba.

26
Cuento 2
No oyes ladrar a los perros, Juan Rulfo (El Llano en llamas, 1953)

—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de
algo o si ves alguna luz en alguna parte.
—No se ve nada.
—Ya debemos estar cerca.
—Sí, pero no se oye nada.
—Mira bien.
—No se ve nada.
—Pobre de ti, Ignacio.
La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de
arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo
según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra,
tambaleante.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada
redonda.
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas
las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya
estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
—Sí, pero no veo rastro de nada.
—Me estoy cansando.
—Bájame.
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de
sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera
podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la
espalda. Y así lo había traído desde entonces.
—¿Cómo te sientes?
—Mal.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba.
Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le
encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo,
le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no morderse la
lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:
—¿Te duele mucho?
—Algo —contestaba él.
Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o
en cuanto me reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso
decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos
y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
Pero nadie le contestaba.
El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando
una luz opaca. Y él acá abajo.
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
Y el otro se quedaba callado.

27
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar
de nuevo.
—Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado
el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres
decirme qué ves, tú que vas allá arriba, Ignacio?
—Bájame, padre.
—¿Te sientes mal?
—Sí
—Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un
doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para
que acaben contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
—Te llevaré a Tonaya.
—Bájame.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
—Quiero acostarme un rato.
—Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó
de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre
las manos de su hijo.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su
hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no
lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos,
no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones,
puras vergüenzas.
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a
sudar.
—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han
hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no
me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque
para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me
tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije
desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente... Y
gente buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su
nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no
puede ser mi hijo.”
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me
siento sordo.
—No veo nada.
—Peor para ti, Ignacio.
—Tengo sed.
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber
apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.
—Dame agua.
—Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a
tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.
—Tengo mucha sed y mucho sueño.
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.

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Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te
habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el
tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz,
quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a
ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas
alturas.
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó
a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se
sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
—¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo
usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el
cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos.
Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra
lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?

Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo
aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al
primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran
descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al
quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
—¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.

*****

Actividades: Una vez finalizada la lectura, deben juntarse en grupos de 4 estudiantes y analizar los
siguientes aspectos propios de los cuentos leídos:

 Correspondencia entre las descripciones del paisaje y la situación vital de los personajes (por
ejemplo, visión de sí mismo, relaciones entre ellos, expectativas, símbolos, etc.).
 Características del narrador que determinan su forma de relatar la historia: ¿Por qué el narrador de
“Nos han dado la tierra” solo habla para mencionar a la gallina?; y en “No oyes ladrar los perros” el
narrador habla siempre en pasado, ¿por qué?

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Anexos
Análisis Controles
Comprensión Lectora
01 y 02

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Comprensión Lectora: Revisión Control 01

Te invitamos a realizar un ejercicio de revisión y análisis del primer control de comprensión lectora,
tomando en consideración tus respuestas y consignando en esta hoja la alternativa correcta, la
alternativa que tú marcaste y el porcentaje de acierto del curso en cuestión. Esto nos dará una
panorámica del rendimiento interno, tanto a nivel individual, como global del curso.

Pregunta Alternativa Alternativa Porcentaje Observaciones


Correcta Marcada aprobación ¿En qué fallé? ¿Qué debo tener en cuenta la próxima vez?
¿En qué estuve bien? ¿Qué fórmula exitosa debo repetir?
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Comprensión Lectora: Revisión Control 02

Te invitamos a realizar un ejercicio de revisión y análisis del segundo control de comprensión lectora,
tomando en consideración tus respuestas y consignando en esta hoja la alternativa correcta, la
alternativa que tú marcaste y el porcentaje de acierto del curso en cuestión. Esto nos dará una
panorámica del rendimiento interno, tanto a nivel individual, como global del curso.

Pregunta Alternativa Alternativa Porcentaje Observaciones


Correcta Marcada aprobación ¿En qué fallé? ¿Qué debo tener en cuenta la próxima vez?
¿En qué estuve bien? ¿Qué fórmula exitosa debo repetir?
1. % ________________________________________

2. % ________________________________________

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