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ACADEMIA CANARIA DE LA LENGUA

Pomo.
En la creencia popular, órgano o zona del estómago del hombre que se descompone a
consecuencia de un susto o un fuerte disgusto. Fue al curandero porque tenía el pomo
descompuesto.

Madre
En la creencia popular, órgano o zona del estómago de la mujer que se descompone por
un susto, o, por un disgusto, o por otras causas similares.

Buche virado.
Dolencia, generalmente infantil, que se manifiesta con retortijones y fuertes dolores de
barriga. Según la tradición popular, se cura aplicando hoja de tártago untada en aceite
tibio sobre la zona. Falto a clase porque tenía el buche virado.

“MAL DEL POMO”, “MADRE DESCOMPUESTA”, “BUCHE VIRADO”

Son expresiones canarias y tienen su origen en la medicina popular


de las Islas Canarias.
LA PROVINCIA
Diario de Las Palmas www.laprovincia.es

DEL POMO DESCOMPUESTO A LA DEPRESIÓN MODERNA


Paco Javier Pérez Montes De Oca 27.09.2014 | 02:10

La curaban amañados en el oficio, casi un arte, de componer pomos descompuestos y


arreglar las madres.

Como únicos instrumentos las propias manos del sanador o sanadora untadas en
menjunjes desconocidos guardados en pomos de cristal oscuro que desprendían un olor
a mezcla de sebo, menta y alcanfor.

Después aconsejaban beber, en ayunas, aguas guisadas "asustadas" con un clavo o un


tizón de brasas al momento de salir de la lumbre y arrimar calor al lugar donde "las
madres" estaban que daban pena: la boca del payo, barriga, en términos médicos el
duodeno.

Para tal menester estaban las botellas con agua caliente o los parches de color encarnado
cuyas marcas de mugre, indelebles al tiempo, se quitaban con agua y jabón de esparto o
fuertes frotaciones de alcohol.

Eran los remedios que se aconsejaban, igual para un susto de niño desalado, los brincos
que daba la barriga descompuesta por un trance de amores, la muerte de un ser querido
o el viaje, sin boleto de regreso, de un marido que partía en busca de mejor fortuna a
zonas de la América de donde muchos maridos isleños volvían "consolados" por las
caricias de mujeres más fogosas y entendidas en artes y filtros de amores.

Los diferentes síntomas de este padecer de siglos que nunca han respetado edad,
condición social o sexo, se resumían en una proverbial expresión propia del habla de las
islas: "estar disgustado". Así se lo manifestaban, con el ánimo compungido y sin casi
mirar a los ojos, a los médicos cuyas recetas con escritura de adivinos, solo podían
descifrar los boticarios.

La receta del médico y los consejos de los empleados de la farmacia se encargaban de


dar a entender al paciente de que tenía un padecer de nervios.

El término depresión llegó más tarde cuando la ciencia médica comenzó el deslinde
sobre los diferentes padeceres del ánimo y la Psiquiatría se convirtió en una
especialidad a los que no solo acudían los que estaban locos de remate (…).
MEDICINA POPULAR CANARIA
INSTITUTO CANARIO DE PALEOPATOLOGIA Y BIOANTROPOLOGIA
Carlos P Casariego Ramírez Conrado C. Rodríguez Martín

Conocimientos sobre la historia del curanderismo en canarias:

Se sabe cuáles pudieron ser las bases sobre las que se cimentó la actual medicina
popular canaria porque las Islas Canarias fueron un lugar de tránsito de una ingente
cantidad de personas desde Europa hacia: América y a la inversa, así como el trasiego
existente durante mucho tiempo entre África y Canarias y ello originó que en el
archipiélago se aceptaran, con sus correspondientes adaptaciones, muchos aspectos de
las medicinas populares de esos países (Bosch Millares, 1967).

Al ser esta una "profesión" autodidacta, o de transmisión familiar directa, y dado que un
gran número de curanderos sabe apenas leer y escribir, es lógico que éstos tengan una
escasa motivación por instruirse bibliográficamente sobre el tema lo que les impide
tener un mínimo conocimiento acerca de la historia del curanderismo en las islas.

De la misma manera, se observa una actitud individualista en la práctica de esta


actividad lo que impide un intercambio de conocimientos con otros curanderos,
fomentando aún más el desconocimiento histórico.

El empacho:

Es una enfermedad debida a la mala digestión de determinados alimentos. Suele ser más
frecuente en niños que en adultos y su sintomatología se manifiesta por la aparición de
náuseas, vómitos y falta de apetito y todo ello puede o no estar asociado con fiebre.

Aparte de "echarle un rezado", el empacho se trata aplicando aceite sobre el área


estomacal del enfermo a la vez que se hacen cruces sobre el abdomen mientras se recita
la oración.

El susto:

Es debido, como su nombre indica, a un susto o a una fuerte impresión y se manifiesta


por la aparición de latidos debajo de la zona del estómago.

En el niño se suele llamar ''buche virado”, en la mujer "la madre descompuesta", y en el


hombre "mal del pomo" o “pomo caído".

El "buche virado” puede ser debido tanto a un susto como por colocar ("virar") al niño
boca abajo después de haber comido, produciéndose náuseas y vómitos.
Para tratar este cuadro, aparte del rezado que corresponde, el curandero coloca al niño
sobre la mesa boca abajo y juntándole las dos piernas observa si una es más corta que la
otra que es el signo de que el niño, en efecto, tendría esta enfermedad. Tras este,
podríamos llamarlo diagnóstico, procede a dar un tirón a la pierna más corta para poner
el buche de nuevo en su sitio.

El "mal del pomo" o la "madre descompuesta" suele producir falta de apetito, náuseas,
vómitos, fatigas continuas y apatía para llevar a cabo cualquier clase de trabajo por
mínimo que sea. Este extraño mal implica la existencia de que algo localizado a nivel
periumbilical, posiblemente un latido arterial, se desplaza hacia el lado izquierdo o
derecho del abdomen.

Según nos comentaba una santiguadora, cuando el latido se desplaza hacia la derecha
(cosa que ocurre solo en el varón) la enfermedad recibe el nombre de "mal del pomo" o
"el pomo fuera de sitio". Si, por el contrario, se desplaza hacia la izquierda (lo que
ocurre exclusivamente en la mujer) es denominada "madre descompuesta o "madre
fuera de sitio." En cualquiera de los dos casos, el tratamiento va a ser igual para ambos.

Una vez diagnosticado el padecimiento, el curandero, aparte de santiguar y rezar,


procede a colocar al paciente acostado boca arriba y empieza a frotar y a dar masajes en
el vientre con las manos untadas en 'aceite de ruda, beleño y olivo. Otras veces utiliza
un compuesto llamado "afrechada" que consiste en la mezcla de salvado, orégano, agua
y vinagre. Este masaje va describiendo circunferencias concéntricas, de mayor a menor
diámetro, hasta notar el latido en el mismo centro del ombligo.

Para tal fin, los curanderos suelen poner el tercer dedo de la mano izquierda en el
ombligo mientras que con la derecha hacen los masajes y santiguados, hasta notar que el
latido vuelve a estar en el ombligo.

Para soldar el pomo, ponen siempre sobre el ombligo un parche poroso que el. paciente
deberá llevar durante tres días seguidos.

“Una curandera encuestada nos decía que ella notaba el pomo fuera de su sitio, cuando
notaba el latido a los lados del ombligo y no en su sitio”.
EL MUNICIPIO DE HARÍA
Gregorio Barreto Viñoly - Cronista Oficial de Haría

Formas y medios de atendimiento de la salud

Resulta que antiguamente escaseaban los médicos en todos los sitios y, naturalmente, que en
Haría también, y la verdad es que cuando había alguna necesidad había que acudir a la capital,
Arrecife, para solicitar la ayuda de un médico; cuando no había teléfono ni formas de mandar
recado Resulta, como no fuera de forma personal, y para ello tenía que ir alguien a Arrecife,
localizar al médico y encargar que viniera a tal sitio, en camello, carro o burro, con la tardanza o
espera que ello significaba, a no ser que se llevara al enfermo en camello o lo que fuera, y así
algunas veces se moría el enfermo por el camino. Eso es lo que había y no había otra cosa
mejor.

Fue en el año de 1904 cuando vino el primer médico oficial a Haría, y precisamente lo fue el
hariano don Francisco Hernández Arata, el cual aguantó poco tiempo y manifestaba
abiertamente que él estudió la Medicina pero que no le gustaba la práctica de la profesión, y eso
de estar del salto al mato trasladándose por toda la Isla le gustaba muy poco y resultaba muy
incómodo y prefería hacer otras cosas; y, efectivamente, hizo otras cosas como ser Presidente
del Cabildo Insular y ostentar otros cargos importantes.

Antes moría la gente y era enterrada sin saberse de qué enfermedad falleció, ya que, como no
había médico, se ponía como causa de fallecimiento la que manifestaran dos testigos, que a su
modo valoraban el hecho de la muerte, y se ven casos en los Registros Civiles de hechos de
fallecimiento como de que “murió de un dolor debajo del arca” y tantas cosas por el estilo.

Como resulta que antes no había médicos en los pueblos, se ideaba la introducción o
habilitación del curanderismo como medio de escapatoria propia, la de su familia y vecinos, y
eso, a su modo de ver y entender, aunque se llegaba a coger mucha experiencia por estas gentes
que se atrevían a hacer de curanderos, pero que, naturalmente, sus conocimientos y experiencias
estaban muy limitados, pero no había otra cosa mejor.

El hecho del curanderismo tiene muy distintas facetas y así había personas experimentadas en
las curas de desconches, desmanches o esguinces y también se decía “tiene una cuerdita”,
cuando notaban un nudo anormal palpando la piel del paciente, y tantas otras apreciaciones
como roturas de huesos, lasqueados, articulaciones fuera de su sitio y otras, y era mucha la
gente que acudía a estos curanderos que se denominaban “estregadores”. Se da la circunstancia
de que en Haría aún existe una persona que atiende casos de desconches a deportistas,
especialmente cuando sufren algún tipo de esguince u otro deterioro de este tipo.

Pero había otras vertientes del curanderismo, como eran las del mal de ojo, que era un mal que
recaía mas bien en niños pequeños, y la verdad es que se notaban niños que no podían
mantenerse de pie, “desmadejados”, muy decaídos, y que se iban a estas curanderas, que solían
ser mujeres, por cierto ,aunque también hombres, y que si el mal no era efectivamente muy
fuerte podía ser que se curara con la intervención de una sola curandera, pero a veces hacían
falta dos, y si el mal era muy fuerte hacía falta que intervinieran tres curanderas, y así se lograba
sacar a la criatura adelante mediante rezados y más rezados y cruces y más cruces, otras formas
que eran distintas para cada curandera, pero que al fin podía resultar que estas mujeres se
enfermaran ellas mismas en el ejercicio de la curación pasajeramente, si el mal de la criatura era
muy importante.

Pero además de los niños, también este mal recaía en personas mayores y también en animales,
como cochinos y vacas, pero también cabras, ovejas y otros, y lo grande es que esto se producía
o provocaba por motivo de una mala mirada o mirada que a veces era intencionada para hacer
mal, y había personas que sabían que hacían mal con su vista y lo hacían intencionadamente,
pero había otros casos de personas que hacían mal incluso a sus hijos sin saber nada, o sea, sin
saber que ellos tenían una vista mala, traicionera o muy fuerte, como para hacer el mal.

En todos los pueblos había personas que atendían estos menesteres y eso hasta los años de 1980,
y ya luego la Medicina tradicional se fue haciendo cargo de todo, aunque algunos médicos
profesionales recomendaban que fuera a una curandera en algunos casos. También existía un
curanderismo que consistía en curar de lamparón, que se hacía a base de unos preparados de una
hierba que tiene unos tomatitos y que se llama “moralillo”, y eso se presentaba en forma de
ungüento sobre alguna herida o malformación de la piel, con escrófulas o erupciones extrañas
diversas, a veces parecidas a la lepra. En Máguez hubo un señor especialista y muy apreciado en
estas curas en Lanzarote.

Y también existió otra forma de curanderismo que se denominaba la cura del pomo, y es que
esta enfermedad del pomo venía originada, en el fondo, por un estado de nerviosismo
incontrolado, que provocaba en la persona que lo sufría un miedo enorme y una impotencia ante
todo, naturalmente que los signos básicos de una depresión, pero al no haber médicos
especialistas, se trataban a nivel de curanderos y éstos curaban estos males de muy distintas
maneras: unos asustaban al paciente a ver si reaccionaba, por ejemplo echándole un buche de
agua de forma inesperada, y tantos otros modos, pero los curanderos decían que el paciente
tiene la máquina fuera de su sitio, o sea, que los latidos estaban descontrolados y no centrados a
nivel del ombligo, en que se basaban en estas curas, o tiene la madre descompuesta, y algunos
otros términos para definir este mal , pero que al fin salían adelante la mayor parte de ellos, con
un parche “Sor Virginia” pegado para que se fuera recogiendo en él el mal. Este tipo de
curanderismo ha tomado mucha fama en el pueblo de Guatiza, donde hubo una gran curandera,
quedando ahora una sucesora, que es su nuera, que aún sigue el trabajo de su suegra con buena
aceptación.

También se llegaron a tratar a nivel de curanderos males que requerían urgencia y que, si no, la
cosa era de vida o muerte; y así hasta hubo en Máguez un caso de un padre que al no saber lo
que hacer al no encontrar médico a mano, cogió a su hija y le hizo unas clavadas por la espalda,
desangrándola ligeramente y ése era el tratamiento casero a que se acudía en casos de pulmonía
o hasta de pulmonía doble, que vienen a ser las neumonías actuales.

En casos de frío en los niños, e incluso en personas mayores, durante el invierno y por afección
catarral, solían ponerse en la espalda unas ventosas, mediante un vaso con un algodón dentro
mojado en alcohol y ardiendo, y así quitaba el frío que tenía la persona debajo de la piel o en su
interior.
NUESTRO SEGUNDO CEREBRO
LOS CIENTÍFICOS LO DESCUBREN EN EL APARATO DIGESTIVO
(Publicación de la revista MUY INTERESANTE, año 2001)

Tenemos dos cerebros: uno en la cabeza y otro oculto en nuestras entrañas. Los
neurólogos han hallado que este último también es capaz de recordar, ponerse
nervioso y dominar a su colega más noble.

Hace 4.500 años, los eruditos egipcios situaban en la parte más prosaica de
nuestro organismo, con sus intestinos inquietos y pestilentes, la sede de nuestras
emociones. E el Papiro Smith, por ejemplo, ya puede leerse que el estómago
constituye la desembocadura del corazón, “el órgano donde se localiza el pensamiento
y el sentimiento”. De este modo, cualquier manifestación o alteración en la mente
cardíaca se refleja indefectiblemente en el aparato digestivo. En el Papiro Ebers (1550
a. de C.) se describe sin tapujos esta relación anatómica y funcional: “Tratamiento de
una gastropatía. Si examinas a un hombre con una obstrucción en el estómago, su
corazón está atemorizado, y en cuanto come algo, la ingestión de alimentos se hace
dificultosa y es muy lenta”.

Durante siglos, los galenos prestaron más atención a nuestro vientre que al
cerebro, órgano al que tradicionalmente se le otorgó el cometido menor de ventilar la
sangre. En todas las culturas antiguas y modernas se ha tenido la conciencia, al menos
popular, de que nuestras tripas son capaces de experimentar emociones. Al recibir una
buena noticia, un cosquilleo placentero invade la barriga, como si en su interior
revolotearan miles de mariposas. Por el contrario, las situaciones de tensión, miedo o
aflicción hacen que el estómago se encoja y sintamos como si un roedor escarbase en
nuestras entrañas. La repulsión hacia algo o alguien puede llegar a producir náuseas e
incluso provocar el vómito.

Este mar de sensaciones estomacales empieza ahora a encontrar una


explicación dentro de los límites de la ciencia. Fruto de décadas de trabajo, los
científicos están en condición de afirmar que, por inaudito que pueda parecer, en el
tracto gastrointestinal se aloja un segundo cerebro muy similar al que tenemos en la
cabeza. Efectivamente, el tubo digestivo está literalmente tapizado por más de cien
millones de células nerviosas, casi exactamente igual que la cifra existente en toda la
médula espinal, estructura que junto al encéfalo -cerebro, cerebelo y tronco
encefálico- forma el denominado sistema nervioso central (SNC).

Desde el punto de vista estructural, los neurólogos dividían el sistema nervioso


en: dos componentes: el central (SNC) y el periférico (SNP). Éste último incluye las
neuronas sensitivas que conectan el SNC con los receptores sensitivos y las neuronas
motoras que ponen en comunicación el sistema central con los músculos y glándulas.
Las neuronas de la tripa no sólo controlan la digestión.

A su vez, los elementos nerviosos dedicados a las funciones motoras se


categorizan en una división somática que inerva los músculos esqueléticos, y una
división autónoma, que une los llamados músculos lisos, el músculo cardíaco y las
glándulas. Hasta hace poco, los expertos incluían el cerebro de la panza dentro del
SNP. “Pensábamos que el aparato gastrointestinal era un tubo hueco con reflejos
simples. A nadie se le ocurrió contar las fibras nerviosas que lo recorren” confiesa
David Wingate, profesor de la universidad de Londres.

No es un secreto que el aparato gastrointestinal tiene el cometido de aportar al


organismo un suministro continuo de agua, electrolitos y elementos nutritivos. Para
conseguirlo, requiere conducir la comida a lo largo del tubo digestivo mediante unos
movimientos ondulatorios llamados peristálticos, secretar jugos digestivos, digerir los
alimentos, absorber los productos digeridos, los electrolitos y el agua; tranportarest
material hasta el sistema circulatorio y, finalmente, expulsar los productos de desecho.

Todas estas tareas están bajo control, en mayor o menor grado, del cerebro
abdominal, también conocido como sistema entérico (SNE). Pero su cometido va más
allá que el de supervisar los ya de por sí complejos procesos digestivos. Al igual que el
recluido en las paredes craneales, el cerebro entérico produce sustancias psicoactivas
que influyen en el estado anímico, como los neurotransmisores serotonina y
dopamina, así como diferentes opiáceos que modulan el dolor. Además sintetiza
benzodiacepinas, compuestos químicos que tienen el mismo efecto tranquilizante que
el “Valium”.

Se trata de un activo productor de transmisores

“El sistema nervioso entérico es un vasto almacén químico en el que están


representadas todas y cada una de las clases de neurotransmisores que operan en
nuestro cerebro”, puede leerse en el libro El segundo cerebro, de Michael D. Gershon,
jefe del Departamento de Anatomía y Biología celular de la Universidad de Columbia,
en Nueva York. Hasta la fecha, los científicos han identificado más de una treintena de
sustancias transmisoras liberadas por las terminaciones nerviosas o axones de los
distintos tipos de neuronas gastrointestinales, que no son pocos. Un rico circuito
intrínseco de neuronas sensitivas, interneuronas y neuronas motoras interconecta los
diferentes niveles del intestino y coordina la actividad a lo largo de su recorrido.

“La multiplicidad de neurotransmisores en los intestinos -añade- sugiere que el


lenguaje hablado por las células del sistema nervioso abdominal es tan rico y complejo
como el del cerebro”, comenta el profesor Gershon, descubridor de la serotonina
entérica y para muchos el padre de la neurogastroenterología, una joven disciplina
científica dedicada al estudio del SNE.

Desde el punto de vista estructural, los dos cerebros también guardan


sorprendentes analogías. Por ejemplo, el entérico carece, al igual que los sesos, de
colágeno y de células de Schwann como andamiaje, y presenta una estructura
semejante a los astrocitos –células con forma estrellada- del sistema nervioso central.
Otra prueba de la similitud entre uno y otro es la existencia de un grado de
vulnerabilidad a ciertas lesiones. Los neurólogos han descubierto que las placas de
proteína amiloide y los ovillos neurofibrilares que minan el cerebro de los enfermos de
Alzheimer, así como los llamados cuerpos de Lewy que hacen lo propio en el SNC de
los parkinsonianos, aparecen también repartidos por el SNE de estos pacientes.

Una conexión entre la psique y el estómago.

Hace 10 años muchos de mis colegas se hubieran mofado de mí si hubiese


mencionado una posible conexión entre la psique y el cerebro entérico, confiesa
Emeran Mayer, profesor de la UCLA. Pero la realidad es que nuestro vientre sustenta la
masa gris de muchas maneras. El pequeño cerebro que habita en nuestras entrañas
tiene la facultad de operar de forma autónoma. Sus nervios pueden ser estimulados
por la irritación de la mucosa intestinal, una distensión excesiva del intestino y la
presencia de ciertas toxinas y microbios patógenos en la luz intestinal. Estas
situaciones pueden provocar la excitación o la inhibición de los movimientos
intestinales o de las secreciones intestinales. No obstante, el SNE contacta con el
cerebro principal a través de diferentes fibras nerviosas, como los nervios vagos que
mueren en el bulbo raquídeo.

El segundo cerebro puede pasar por alto las órdenes de los sesos

El cerebro entérico recibe en todo momento información desde la cabeza, pero


nadie le dicta cómo debe trabajar. Es más, el flujo de mensajes desde el vientre a la
cabeza supera con creces a las órdenes que llegan del cerebro al estómago. Sin ir más
lejos, el 90 por ciento de las fibras de los nervios vagos son aferentes, es decir, que
transmiten señales en dirección hacia los sesos.

Todas estas peculiaridades hacen del sistema nervioso entérico “un lugar
independiente de integración y procesamiento neural. Esto es lo que le convierte en
un segundo cerebro. El SNE jamás compondrá silogismos, escribirá poesía o abordará
el diálogo socrático, pero a pesar de ello es un cerebro”, dice el profesor Gerson. Y
añade: “Descartes formuló su máxima ´Pienso, luego existo´, pero lo hizo porque sus
intestinos se lo permitieron”. Así es, cuando el aparato digestivo enferma y nos hace
conscientes de su aflicción, mediante vómitos, diarreas, ardores y espasmos, la mente
se nubla. “Ningún pensamiento fluye con normalidad cuando la conciencia entérica
está puesta en el retrete”, dice el profesor Gershon.

Es capaz de sufrir sus propias neurosis

El hecho de que el SNE trabaje por cuenta propia hace que los científicos
consideren la posibilidad de que también pueda memorizar ciertas emociones, sufrir
de estrés y tener sus propias psiconeurosis. Las estadísticas confirman que el 40 por
ciento de los pacientes que son vistos por el médico internista presenta problemas
gastrointestinales. La mitad de éstos tienen trastornos funcionales, es decir, que sus
intestinos no trabajan adecuadamente, pero nadie acierta a explicar por qué.
“Ninguno presenta alteraciones anatómicas o químicas. Debido a que el segundo
cerebro trabaja en la oscuridad, a menudo es infravalorado por los médicos como
fuente de patologías”, señala el profesor Gershon.

¿Pero qué necesidad hay de tener dos cerebros? Los científicos opinan que se
trata de una adaptación evolutiva. “Cuando nuestros predecesores emergieron del
cieno y adquirieron una espina dorsal, desarrollaron un cerebro en la cabeza y un
estómago con una mente propia”, dice el profesor Gershon. El cerebro principal delegó
las funciones digestivas a un segundo cerebro, para así dedicarse en cuerpo y alma a
otros menesteres, como la caza, la huida ante posibles enemigos y la búsqueda de
pareja. Desde entonces, los dos sistemas nerviosos –el central y el entérico- han
evolucionado de forma paralela, alcanzando su mayor complejidad en el ser humano.
En palabras de Michael Schemann, fisiólogo de la Facultad de Veterinaria en Hannover,
Alemania, “si el encéfalo hubiera asumido las tareas del cerebro entérico, nuestro
cuello debería tener un diámetro formidable, para dejar paso a los manojos de fibras
nerviosas que manejarían nuestras tripas”.

Mantiene a raya a las bacterias patógenas.

La naturaleza ha querido que los intestinos cuiden de sí mismos y controlen


funciones tan vitales como son los movimientos peristálticos del aparato
gastrointestinal, la absorción, la proliferación de las células mucosas y la defensa
contra agentes patógenos, un cometido que realiza en colaboración con el sistema
inmunológico; el túnel gástrico hospeda a más de 500 especies de microorganismos,
algunos potencialmente letales. Para ello, la distribución de las neuronas cerebrales y
estomacales ocurre en las primeras fases del desarrollo embrionario. Recientes
investigaciones confirman que el SNE se forma a partir de células que migran hacia el
aparato digestivo desde tres puntos distintos de una estructura embrionaria llamada
cresta neural.

El resultado de la partición son dos cerebros conectados por los nervios vagos y
la médula espinal. A medida que descendemos por el tubo digestivo, el cerebro rey
cede su poder a su colaborador gástrico. Desde la boca hasta la mitad del esófago, la
dominancia de los sesos se hace patente. La primera manifestación de la mente
entérica se hace notar en los movimientos peristálticos del esófago inferior, que
todavía precisan de la intervención del SNE para su coordinación. Esta actitud
gastrointestinal está en manos de una de las dos partes en que se divide el cerebro
abdominal. Nos referimos al plexo mientérico o de Auerbach, que descansa entre las
capas musculares longitudinal y circular de la pared intestinal. El otro plexo, que ocupa
la zona submucosa o de Meissner, y controla fundamentalmente la secreción del flujo
local.

Un poco más abajo el cerebro vuelve a tomar el control, justo a nivel del
esfínter gastroesofágico, la puerta que permite el paso de los alimentos deglutidos
hacia el estómago. En éste su influjo es aún importante, pues los nervios vagos se
encargan de mantener al cerebro informado de los sucesos intestinales, aunque el
sistema nervioso entérico puede asumir en un momento dado las riendas estomacales
sin ningún problema.

El auténtico reinado del segundo cerebro comienza a nivel del esfínter pilórico
-la salida del estómago y se extiende a lo largo del intestino delgado, la región del
aparato gástrico dedicada a la absorción de los nutrientes. Las fibras de su primer
tramo –el duodeno- contactan con el páncreas y la vesícula biliar para controlar,
ayudadas por determinadas hormonas –como la secretina liberada por las células
duodenales-, la secreción de enzimas digestivas y la bilis. En el tramo final del aparato
digestivo, o sea, el colon y el ano, el cerebro de arriba vuelve a mostrar su dominio.

Cuando el colon irrita la masa pensante

Los intrincados vínculos entre nuestra pareja de cerebros empiezan a ser


precisados por los científicos, lo que ayudará a comprender el origen de ciertas
patologías gástricas y psíquicas, según el profesor Gershon. Las similitudes
estructurales y bioquímicas entre ambos explican por qué los medicamentos
destinados a solventar los trastornos mentales afectan a los intestinos, y viceversa. Por
ejemplo, la secretina duodenal está siendo probada como posible tratamiento para los
niños autistas. Un conocido fármaco contra la migraña calma los intestinos
hiperactivos. Los antidepresivos, en cambio, provocan trastornos digestivos. Sin ir más
lejos, el “Prozac”, que actúa aumentando la concentración de serotonina en los
circuitos neuronales, puede desajustar el movimiento reflejo peristáltico, lo que a
veces desencadena problemas de estreñimiento o diarrea.

La última terapia experimental contra el síndrome de colon irritable se basa en


el estudio del cerebro abdominal. Esta patología, que afecta al 20 por ciento de la
población, causa dolores abdominales, evacuación irregular y acumulación de aire en
los intestinos. Los médicos desconocen por qué el colon de estos pacientes funciona
mal. Sin embargo, el profesor Mayer cree que la causa de este síndrome, al igual que la
de una cincuentena más que afecta al sistema gastrointestinal, está en una mala
comunicación del SNE con el cerebro. Este neurólogo alemán ha descubierto que
parte de los mensajes del SNE llegan al sistema límbico, una región del cerebro que,
entre sus muchas funciones, modula las sensaciones desagradables del cuerpo.

En los pacientes afectados por el síndrome de colon irritable el sistema límbico


tiene un umbral de sensaciones negativas anormalmente bajo, por lo que las señales
molestas de baja intensidad producidas en los movimientos intestinales, que en las
personas sanas son suavizadas y anuladas, son percibidas como dolorosas.
“Curiosamente los deprimidos y ansiosos muestran unas alteraciones similares”, dice
el profesor Mayer.

Esta manifiesta sensibilidad podría estar provocada por situaciones de estrés


mantenido, que menoscaban el buen funcionamiento entre los dos sistemas
cerebrales. Las investigaciones en esta dirección han dado hasta la fecha resultados
muy difusos, pero los científicos no dudan de que nuestro cerebro entérico tiene
muchas cosas que contarles.

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