La idea de la afección histórica del significado manifiesta la afección perene de
este que concluye en la autocomunicación del conocimiento mediante la esencia inteligible del mismo. La materialización, en cuanto fenómeno cognoscible, no es la simple reacción inteligible a lo sensible del hombre. No es una opción libre del significado para prescindir luego del significante. Porque este último no es un acontecimiento casual que pudiera no haberse producido. El significado no es otra cosa que conocimiento. Por eso la materia es el lugar de la manifestación de tal conocimiento en la afección óntica.
El significado es conocimiento por el cual se potencializa a la afección y a la
autocomunicación del contenido cognoscible. La autocomunicación conlleva la esencia del mismo. El significado tiene la intención de materializarse desde su inmanencia en la conciencia y, en este acto, está presente su esencia. El significado es a la vez cognoscente, cognoscible y el acto de conocer. Teniendo propiedad de absolutez, nada le pude automaterializar desde la inteligibilidad más que él mismo. Se materializa en razón de sí mismo. Su esencia consiste en la comunicación perpetua de sí. El conocimiento se conoce a sí mismo y así se prepara para la futura autosensibilización. El autoconocimiento del significado es autocomunicación. Aquí se manifiesta la trascendencia de la conciencia que consiste en su apertura al mundo. El conocimiento debe comunicarse, pues sólo en su trascendencia se perfecciona la verdad y la satisfacción de poseer el conocimiento verdadero. Por eso, tiene la especial tarea de comunicarse y, mediante este acto alienable, dejar de autoposeerse. Así, mediante esta donación, circunda el mundo y la temporalidad manifestando su trascendencia en la duración del significante. Se pone en actitud servil para dejarse manipular, utilizar o servir, esperando, con ello, un futuro perfecto y dominio inteligible. Por lo tanto su inteligibilidad no puede desligarse de la sensibilidad significante, y su sensibilidad no puede desligarse de su inteligibilidad. Es necesario que devenga significante porque sólo de este modo pueda lograr otro modo de perfecta subsistencia.
El conocimiento, para ser tal, debe ser mediante la afección. El conocimiento
es afectado por lo que repugna a su naturaleza inteligible. Pero si el significado es conocimiento y nada más que conocimiento ¿se puede oponer algo a su ser para ser afectado y propiciar su autocomunicación? ¿De qué realidad se pude tratar? Tal realidad pudiera ser el error. Es decir, el significado se conoce a sí mismo pero también puede estar sujeto a ser afectado por el error. Sin embargo, aun siendo afectado por el error no deja de hacer aparecer para sí como verdad, no se complace con el autoengaño.
El conocimiento de la afección del significado torna la potencial materia
sensible en materia inteligible. El conocimiento en su afección supera la relatividad del error y trasciende el sentido oculto en el significante mediante la plenificación que concede la afección mundanal. Existe un proceso de abstracción en la evolución de la intelección de la afección del conocimiento. Es la transformación del sentido latente en el significante en un sentido presente del significado. El conocimiento intelectual es potencia y trascendencia al ser afectado como principio de orden en medio del caos material y de los sentidos ocultos en los significantes. Pero si el significado es conocimiento afectivo y autocomunicado desde su inmanencia inteligible, entonces pareciera que el error radica en él mismo y no en la materia o finitud relativa del significante. Por lo tanto, el significado es la causa de la verdad y del error. El significante es por el significado. La verdad y error proceden de la misma causa más no son la misma cosa. El error existe, no porque el significado lo haya generado, sino porque huye de él. El error reluce porque refiere a lo que no existe. El error y ausencia de ser es lo mismo. Es excluido por el significado. Este es la unidad sintética haciendo a un lado la materia informe. El significado tolera el error a causa del conocimiento afectivo. Así, puede transformar su sentido opuesto en un sentido correcto. El sentido opuesto del error se integra al proceso de intelección del significante. El conocimiento afectivo construye el sentido originante de lo que existe y de lo que no existe. El significante es la condición de su inteligibilidad interna. De esta manera la contemplación de la verdad no significa ausencia de afección, al contrario, es el fruto de la afección y trasformación del sentido en el significante. La comprensión del significado no excluye la afección sino que la acoge en dirección a la reintelección plena. La inteligibilidad del significado que es conocimiento afectivo, es la culminación del proceso de la afección.
Derrida descubrió la muerte del significado que propicia el significante. Esto
constituye una tragedia, pues se trata de la ausencia del significado de las cosas que atañen a la vida humana. De esta manera, parecería que no hay esperanza de verdad, todo se encierra a un mero relativismo e interpretación subjetivista. Todo lo que se podría percibir sería una eterna contradicción. Ello encierra un peligro, pues frente a la muerte del significado, se bambolea la misma eternidad del hombre. Muchos filósofos fundamentaron la inmortalidad del hombre frente a la simplicidad e inmaterialidad de la ideas o, en el caso, del significado. Muriendo la trascendencia del significado muere conjuntamente la trascendencia del hombre.
Según Derrida, el significante propicia la ausencia del significado en la
materialidad del signo. El significante no es más que la presencia de la ausencia del significado. En esto consiste la tragedia de la escritura. La visión del significante en sus límites materiales constituye una infinita ausencia del significado. Por ello, existe el ansiado impedimento de que los hombres se apeguen al significante, pues así, sólo estarían en el modo de concebir su contradicción y caer en la cuenta de la ausencia del significado.
Sin embargo, aferrarse en este modo de pensar, sólo se puede percibir la
existencia de un significado inafectable, además de que tampoco propiciaría el conocimiento pleno mediante la enunciación. La realidad es que la muerte verdadera consistiría en la incapacidad de darse a conocer. Sería más muerto el significado en la inmanencia de la conciencia que en la trascendencia de la misma. La vitalidad del significado estriba en ser significado-significante. Sólo así se manifiesta la dialéctica vital de la afección temporal del signo. Porque lo exige el conocimiento sensible y porque al ser afectados recibimos el significado de las cosas, así se llena de la ausencia del significante con la ausencia inteligida del significado.
El significado, en su contenido ilimitado, penetra todo lo que puede estar
facultado de inteligibilidad. Esto prefigura su autofinitud, ya que de esta manera lo inteligible se encierra en lo sensible y, cuando esto sucede, se efectúa la materialización. Entonces participa de la afección de los significantes y se afecta a sí mismo en cada uno de ellos. Así, ambos entran en un proceso semejante de abstracción. Por eso, los significantes comparten la afección del significado en el momento de la interpretación. El significante necesita de esta afección del significado pero también el significado necesita de la afección del significante. ¿Cómo entender este proceso de abstracción? Todo hombre busca ser consciente de lo que conoce. Pero esta conciencia sólo es posible mediante la afección. Solo a través de la afección es como el significado se vuelve conocimiento. Y mediante tal proceso abstractivo el significado adquiere trascendencia. El contenido inteligible que yace en el significante no trascenderá mientras no haya una correcta interpretación del significante que guarda el significado. Este, que se halla en el contenido inteligible de la materia sensible, tampoco podrá trascender mientras no trascienda su contenido inteligible.
La liberación de los significantes de cara a sus contradicciones precomprende
la autotrascendencia del significado frente a tales contradicciones. El significado participa en la materialización y afección del significante. La sensibilización nos habla de la afección del significado, pero es el deseo de querer ser reinteligido y volver a trascender la materia misma. Además tal afección nos revela el significado y nos hace desearle.
El significado es conocimiento y por él se conoce de modo infinito a los
significantes y las cosas. Existe una ausencia en la materialización de cada uno de los significantes. Esta ausencia constituye la participación de la afección del significado. Por eso surge una esperanza en la afección que va en dirección al futuro incierto del significado en cuanto tenga consigo el contenido formal que está en los significantes; es decir, una esperanza en la reintelección de los significantes en su nuevo y antiguo origen originante inteligible.
La filosofía desconstructivista pone en cuestión la ausencia del significado
como consecuencia de la Metafísica tradicional. Sin embargo, el significado recibe afección de sí mismo y en el significante. La afección en el campo de los significantes constituye el único acceso al conocimiento del significado.
Quien reflexiona sobre la afección y ve la ausencia del significado en la
presencia del significante, debe hablar del significado mediante significantes. Pues sólo por estos se conoce el significado. La contradicción de la afección del significado no es sólo la contradicción del significante inventado por el significado sino también la conexión intrínseca del significado con el significante.
¿En qué consiste en esta ausencia-contradicción del significado? Es un lado
oscuro del significado. ¿Qué consecuencias se puede desprender de esta filosofía que alude a la ausencia del significado en orden al proceso evolutivo del significante? El entendimiento no alcanza la verdad en un significante sin afección ni contradicción. Sería un mundo de muerte absoluta. Si no hay deleite en la verdad tampoco habrá capacidad de ser afectado por tal deleite. Cuanto más perfecta sea la afección, mayor será la experiencia de la verdad. Quien buscase un significado ausente de afección no sería capaz de conocer ni dar a conocer algo de sí, viviría en un mundo carente de inteligibilidad. Afección y posesión son los estados de una mente cognoscente y conocida por sus contenidos inteligibles que se respectan de modo conjunto. El significante en cuanto más significante es más significado, es decir, en cuanto más sensible es para afectar, mejor será la inteligibilidad.
Si la filosofía de la ausencia del significado no posee el futuro del significado
que se desprende del significante, entonces sería un pesimismo brutal, y la afección quedaría reducida a un mero sentimiento de insaciabilidad. La ausencia absoluta mata el sentido. Haría del significante algo silencioso, como la presencia absoluta del error. La experiencia del error daría igual que la experiencia de la verdad. Por el contrario, gracias a la participación en la afección en el mundo y en la afección intramundana del significado es posible la experiencia del conocimiento. La ausencia del significado abre la esperanza a la plenificación del significante y del significado dentro de él. La intelección profunda en la afección del significante poseería una mera afección sensible en caso de no tener un fin superior en el significante inteligido de modo pleno. La ciencia de la escritura, en caso de prescindir de lo inteligible, sería un sinsentido.
Por eso la ausencia del significado en la materia significante constituye el lado
tangible de una realidad latente y una esperanza de una reintelección del significado. ¿Cómo es posible percibir la ausencia del significado y sentir la afección del significado, si ello implica una posible reintelección del significado? La relación de la conciencia con el significado refiere a la afección del significado y a su infinita ausencia, pero será plenificado en su reintelección.