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Materia: Filosofía
2- -Tengo una gran fortuna. Puedo donarla en su mayor parte a mis hijos (que
viven bastante bien sin ella) o a una institución que la distribuya entre gente más
pobre que mis hijos. Un ultraísta donaría el dinero a la fundación ya que así podría
beneficiar a más personas. Por el contrario un kantiano seguramente se dejaría
llevar por la inclinación (en este caso el amor por sus hijos) y le daría la fortuna a
los hijos. Yo en lo personal le daría la fortuna a la institución ya que mis hijos
igualmente tendrían una calidad de vida digna.
- Dado que los animales también parecen capaces de sentir placer y dolor, y que ir
a los toros supone placer para el espectador pero dolor para el animal, ¿qué
deberíamos hacer con la fiesta nacional? El utilitarista debería decir que no se
censurasen ya que esas fiestas suponen la felicidad y el beneficio de la mayoría,
aunque parezca haber un gran número de personas que se niegan a estas fiestas
e incluso con la suma del número de toros muertos siguen sin superar a las
personas que se benefician. Por el contrario desde una perspectiva kantiana se
plantearía que se debería censurar (utilizando el imperativo categórico). Yo opino,
que por más que este evento suponga la felicidad de mucha gente es incorrecto
maltratar animales por lo que se debería censurar.
-Un tranvía corre fuera de control por una vía. En su camino se hallan cinco
personas atadas a la vía por una persona malvada. Afortunadamente, es posible
accionar un botón que encaminará al tranvía por una vía diferente, por desgracia,
hay otra persona atada a ésta. ¿Debería pulsarse el botón? Un ultraísta
consideraría que se debería accionar el botón ya que beneficiaría a 5 personas
que en este caso son la mayoría, por el contrario un kantiano no oprimiría el botón
ya que esto implicaría cambiar el destino mediante una acción propia innecesaria
ya que todos tienen el mismo derecho de vivir. Yo pienso que si se debería oprimir
el botón ya que la vida de 5 personas valen más que la vida de una sola.
3- Aristóteles: El fin propio de nuestros actos sería aquel que es querido por sí
mismo y los demás por él; bajo esta perspectiva es de suponer que ese fin último
será no sólo el bien, sino el bien soberano. Por lo que en nuestra vida debemos
tenerlo presente para poder hacer lo que mejor conviene, que será ordenar los
actos hacia el máximo bien. Por ello, el fin propio de cada cosa será aquello que le
convenga por su propia naturaleza. Eso que le compete al hombre por naturaleza
es el bien, y de entre todos los bienes, la felicidad. Todo lo que hacemos lo
hacemos teniendo como objetivo último el ser felices. La felicidad nos satisface
plenamente.
Stuart Mill: Como Aristóteles, consideró que todas las personas buscan ser felices
y relacionó la felicidad con el placer. Las acciones son buenas si tienden a
promover la felicidad y son malas si producen lo contrario de la felicidad, es decir,
el dolor. Sin embargo, el principio utilitarista propone que toda persona se ocupe al
mismo tiempo, tanto de la promoción de su felicidad particular como del
incremento del bienestar general de todos los seres humanos, contribuyendo así a
la producción de la mayor felicidad total. Según la teoría utilitarista, debemos
actuar procurando lograr la mayor felicidad posible para la mayor cantidad de
gente posible. En otras palabras, que se subordine la felicidad individual a la
felicidad general, pues la felicidad general garantiza la individual.
4- “El hombre está condenado a ser libre” es una afirmación filosófica que se
construye a partir de una aparente contradicción retórica. Hay que pensar en la
manera en que se relacionan e interactúan los conceptos de la libertad, que se
asocia a la facultad para obrar y actuar de manera libre, y el de condena, que
convoca la idea de prisión, de no-libertad, dentro de la cual, sin embargo, Sartre
sitúa, en toda su dimensión, la voluntad del hombre.
Pero, ¿por qué Sartre expresa la idea de la libertad humana como una condena?
En primer lugar, es importante destacar que Sartre retoma la idea de Nietzsche de
la muerte de Dios ya que rechazaba la idea de que hubiera un ser superior que
determinara el curso de la existencia, si el hombre es libertad absoluta, Dios no
puede existir, pues sería una limitación a esa libertad. No sólo eso, sino que la
idea de Dios como creador del ser humano no tiene sentido, pues el hombre no
es, es decir, no tiene de antemano una esencia propia y determinada, lo cual
implicaba que el ser humano era responsable de su existencia, de sus acciones y
decisiones, y que, puesto que nada había que prefigurara o definiera su conducta,
no estaba atado sino a sus elecciones. Así, para Sartre el hombre era el
responsable absoluto de sí mismo, y, en consecuencia, era el que se inventaba a
sí mismo, definiendo, mediante su conducta, sus obras y sus actos, quién era y
cuál era el sentido de su existencia. De este modo, la libertad del hombre, que es
parte de la esencia humana, tendría expresión en dos dimensiones: una objetiva,
que significa que la libertad es igualmente vivida por todos, y otra subjetiva, según
la cual cada quien vivirá de acuerdo a sus peculiaridades.
Para él una sociedad desigual puede ser justa ya que se reconoce y permite que
existan ricos y pobres, pues esto es propio de sistema de mercado o de cualquier
arreglo social basado en la libertad; pero donde los pobres estén en la mejor
situación posible (principio de máxima utilidad). Se aceptan que existan ricos con
la condición de que mejoren el bienestar de toda la sociedad. Se ve en este
razonamiento un deseo de equilibrar la eficiencia con el bienestar social. Por el
contrario Wilkinson plantea que el problema no es la pobreza sino la desigualdad y
dice que en las sociedades competitivas está presente la infelicidad. Comenta que
el camino para alcanzar la felicidad y la justicia es la igualdad, es decir que en una
sociedad todos tengan lo mismo.