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Agustín estando un día paseando por un jardín, derramando lágrimas por su crisis
interior, escuchó cantar a unos niños estas palabras: toma y lee. Abrió su Biblia al
azar y su mirada cae en las cartas de San Pablo a los Romano “Basta de
comilonas y borracheras, de orgías y desenfrenos, de riñas y contiendas.
Revestíos del Señor Jesucristo. “Agustín renunció a su cátedra, se marchó con
Mónica, su hijo Adeodato, a una finca, para allí dedicarse a la búsqueda de la
verdadera filosofía que para él ya era inseparable del Cristianismo.
Valerio, obispo de Hipona, debilitado por la vejez, nombró a Agustín como obispo
auxiliar. A su muerte fue nombrado Obispo cuando contaba con 42 años y
ocuparía la sede de Hipona. El nuevo obispo supo combinar bien el ejercicio de
sus deberes pastorales con las austeridades de la vida religiosa y, aunque
abandonó su convento, transformó su residencia episcopal en monasterio, donde
vivió una vida en comunidad con sus clérigos, que se comprometieron a observar
la pobreza religiosa. Fuera como fuere, la casa episcopal de Hipona se transformó
en una verdadera cuna de inspiración que formó a los fundadores de los
monasterios y a los obispos que ocuparon las sedes vecinas.
Año 410. Los ejércitos godos, con Alarico al frente, entraron en Roma y
saquearon la ciudad. El norte de África atravesó momentos difíciles por la invasión
de los vándalos que destruyeron todo a su paso. Las provincias africanas habían
sido abandonadas a su suerte, una suerte que pasaba por la violencia, las torturas
y los saqueos. Hipona, fue la ciudad donde muchos obispos habían huido en
busca de protección al estar fortificada, pero padecieron los horrores de dieciocho
meses de asedio.