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DE LAS CIUDADES
LA MORFOLOGÍA
DE LAS CIUDADES
I. Sociedad, cultura y paisaje urbano
Primera edición, 2002
ISBN 978-84-7628-548-0
Índice
Introducción ....................................................................................................... 13
Primera parte
El estudio de la morfología urbana
Segunda parte
Las formas de crecimiento tradicionales:
el crecimiento irregular y las tramas ortogonales
Tercera parte
Los jardines y las innovaciones en el diseño urbano
Cuarta parte
El nuevo urbanismo
Quinta parte
La morfología como reflejo
de la complejidad histórica y funcional
Con la llegada del milenio hemos entrado en una nueva era, en la que lo urbano lo
impregnará todo y en la que rápidamente llegaremos a la urbanización mundial.
Pero sin duda, al mismo tiempo, la ciudad va a cambiar también. De hecho, se está
ya transformando ante nuestros ojos y no hay más que mirar alrededor para perci-
birlo. Y lo hará mucho más en los próximos años, cuando se apliquen plenamente
los avances técnicos que en estos momentos se están produciendo.
Si echamos una mirada atenta a la ciudad nos damos cuenta de que están
cambiando de forma muy rápida la organización social, las técnicas constructivas,
los agentes que construyen y actúan sobre ella, el uso de los equipamientos, la
utilización del espacio público, el papel de la calle, las posibilidades de circulación
automóvil, las funciones del espacio central, la estructura de las áreas suburbanas,
en las que se desarrollan nuevas polaridades y aparecen fenómenos como la llamada
«contraurbanización», la extensión de la urbanización, las relaciones ciudad-campo,
el mismo campo.
Pero al mismo tiempo hay también grandes continuidades. Es tal la acumu-
lación de inversiones realizada en las ciudades de todo el mundo durante decenios,
y en algunas durante siglos y aun milenios, que resulta difícil prescindir de ellas.
Infraestructuras, edificios, viviendas y equipamientos están concentrados en las
ciudades. Y además la vida social se ha amoldado al marco urbano y parece difícil
prescindir de él, incluso hoy en que las nuevas tecnologías permiten imaginar un
poblamiento disperso conectado instantáneamente con todo el mundo a través
del teléfono y la red electrónica mundial.
Las ciudades son una creación del hombre, pero el hombre ha sido moldeado
por ellas. La larga historia de la ciudad está íntimamente ligada al proceso de
desarrollo de la civilización. Es en la ciudad donde se han realizado los avances
fundamentales en este sentido, e incluso es la ciudad la que los ha hecho posible.
El hombre se ha civilizado y ha adquirido urbanidad –es decir, se ha educado y ha
adquirido comedimiento y buenos modos, como dice el Diccionario de la
Academia– en las ciudades.
Las ciudades son artefactos complejos, admirables. Lugares maravillosos para
vivir. Han sido siempre los espacios en que los pobres han podido encontrar
oportunidades de mejora social. Y también los lugares de la libertad, como reconoce
el conocido dicho medieval «el aire de la ciudad hace libres». Hay en ellas una
inmensa concentración de energía, en sentido literal y en sentido figurado. Pero
son también frágiles, con peligros de ruptura y de desorganización.
Una vieja idea afirma que el espacio es un producto social, es modelado por la
sociedad. Pero también es seguro que la forma como el marco físico se construye
acaba por afectar a los comportamientos de los hombres. Lo cual no significa aceptar
14 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
El estudio del paisaje, de la morfología urbana, forma parte con pleno derecho de
las investigaciones sobre la ciudad. Una serie de disciplinas han contribuido a intro-
ducirlo. Entre ellas de forma eminente la geografía, que hizo del paisaje un objeto
de estudio fundamental para tratar de asegurar la identidad e independencia de su
ciencia. Pero también sociólogos, economistas, historiadores y arquitectos, que
han contribuido a renovar profundamente este campo, que se configura cada vez
más como un espacio de convergencia interdisciplinaria.
En este capítulo dedicaremos atención al desarrollo del estudio del paisaje
urbano en las distintas disciplinas que han contribuido y contribuyen a su
investigación.
que se reconocen en el mismo las ideas, las prácticas, los intereses y las estrategias
de la sociedad que lo produce. O se puede estudiar al final de una investigación y
examinarlo como el resultado de una evolución en la que han incidido los diversos
factores objeto de análisis.
La morfología urbana, el espacio construido, refleja la organización económica,
la organización social, las estructuras políticas, los objetivos de los grupos sociales
dominantes. Solo hay que saber leer. Porque, efectivamente, el paisaje puede leerse
como un texto. Es un texto, tanto en el sentido actual como en el originario (es
decir, tejido, de textum, participio de texo, tejer). El paisaje es una especie de
palimpsesto, es decir que, como en un manuscrito que conserva huellas de una
escritura anterior, hay en él partes que se borran y se reescriben o reutilizan pero
de las que siempre quedan huellas. Y es un espacio tejido cuya trama y urdimbre
hay que saber reconocer3. Es misión del geógrafo y de otros especialistas descubrir
y reinterpretar dichas huellas del pasado, que aparecen siempre a la mirada atenta
del observador. Si el espacio y el paisaje son un producto social, será posible partir
de las formas espaciales que produce la sociedad para llegar desde ellas a los grupos
sociales que las han construido4.
El estudio de la morfología urbana supone siempre una atención a los
elementos básicos que configuran el tejido urbano y a los mecanismos de trans-
formación de las estructuras. Exige a la vez una aproximación estructural, es decir,
que tenga en cuenta los diversos elementos componentes y sus interrelaciones, y
diacrónica, es decir histórica, que dé cuenta de las transformaciones. Esta dimensión
es tan importante que algunos prefieren hablar de morfogénesis para designar a
este campo de estudio. Un campo que supone, por un lado conocer la configuración
física del espacio, con sus construcciones y vacíos, con sus infraestructuras y usos
del suelo, con sus elementos identificadores y su carga simbólica. Se trata de
elementos que están profundamente imbricados e interrelacionados, aunque con
diferentes grados de estabilidad. Y conduce a una reflexión sobre las fuerzas sociales
económicas, culturales y políticas que influyen en su configuración y transfor-
mación.
El paisaje urbano constituye una herencia cultural de gran valor. Su estudio tiene
una indudable dimensión educativa. Pero también es importante para la identidad
de los ciudadanos, que viven crecientemente en ciudades que experimentan
cambios continuados y a veces enormes. Hay, además, razones económicas,
relacionadas con la inversión acumulada en ese patrimonio: parece razonable
pensar que es mejor conservarlo que destruirlo. Es, sin duda, un sin sentido la
construcción de viviendas nuevas mientras que se permite la degradación del
parque inmobiliario existente. Y con mucha frecuencia es posible reutilizar los
viejos edificios que han perdido sus funciones iniciales, como, por ejemplo los
edificios obsoletos de la actividad industrial5.
EL DESARROLLO DE LOS ESTUDIOS DE MORFOLOGÍA URBANA 21
Las ciudades que hoy existen son un resultado de una continua construcción y
reconstrucción desde sus momentos iniciales, que en algunos casos se remontan a
varios milenios atrás. Una buena parte del paisaje que hoy vivimos es heredado, ya
que la continuidad del poblamiento es generalmente muy grande. En el Próximo
Oriente puede haber ciudades que se han mantenido durante cinco o seis milenios
sobre el mismo emplazamiento. Hay que tener en cuenta que en el Viejo y Nuevo
Mundo existen numerosos casos de sucesión de la ciudad sobre el mismo lugar
durante siglos y milenios. Son ciudades construidas literalmente de forma sucesiva
sobre sus propios escombros6.
En España la continuidad entre las ciudades prerromanas, romanas y actuales
es en muchos casos verdaderamente asombrosa. En este libro daremos muchos
ejemplos. Baste citar aquí que las excavaciones realizadas en el centro de la actual
Valencia han permitido encontrar restos de la antigua colonia de Valentia unos 3
metros bajo el nivel actual con el foro debajo de la plaza de la Virgen. En Pamplona
los restos de la Pompaelo pompeyana (y antes del núcleo indígena preexistente) se
encuentra en la colina del barrio de la catedral, donde las calles Curia y Dormitación,
junto con las de Navarrería y Arcediano, mantienen fosilizados los restos de la
ciudad romana. En Calahorra, la vieja Calagurris ibérica y luego romana se
encuentra enterrada bajo el casco viejo actual e influye en la disposición de la
trama. Metellinium, la Medellín actual, se localizó sobre un poblado indígena cuya
estructura continuó y que es la base de la ciudad posterior; de la misma manera el
casco antiguo de Cáceres coincide con el de Norba Caesarina, y las murallas
almohades siguieron exactamente el trazado de las romanas. Y en Barcelona, por
citar un último caso, la Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino conserva a
metro y medio o dos metros bajo su suelo los restos de la ciudad romana y el lugar
del foro sigue estando ocupado 2.000 años más tarde por los dos edificios más
representativos de la ciudad, el ayuntamiento y el palacio de la Generalitat7.
Las formas medievales abundan todavía hoy en nuestro entorno europeo.
Algunas prácticamente fosilizadas, en ciudades que han tenido un escaso desarrollo
económico y demográfico. Otras muchas reconocibles aún incluso en ciudades
que han tenido un gran dinamismo; en el caso de de Barcelona, como de numerosas
ciudades españolas y europeas en general, Ciutat Vella conserva plenamente vigente
el trazado viario y buena parte del parcelario medieval. Mucho más presentes están
las formas de la edad moderna y de la revolución industrial, con la pervivencia de
gran número de edificios de los siglos XVIII y XIX.
Conviene, de todas formas, tener presente que la evolucion de las ciudades no
es una historia de progreso y expansión continuada. A veces hay estancamiento y
fuertes retrocesos. Importante fue, por ejemplo, el que se dio tras el fin del imperio
romano, durante el cual algunas ciudades pudieron quedar en ruina total, e incluso
ser momentáneamente abandonadas y perder una parte considerable del espacio
urbanizado, como ocurrió, por citar dos casos, en la antigua Augusta Treverorum
(Tréveris) y en Tarraco. También hubo estancamiento en las ciudades europeas
tras la peste de 1348; o en el siglo XVII, con ciudades arruinadas por las guerras de
religión; a comienzos del siglo XIX con las guerras napoleónicas –que afectaron,
22 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Además del plano el geógrafo estudia también los edificios, con su diversidad
de estructuras y de funciones, desde la vivienda, con sus distintos tipos, a los edificios
industriales, comerciales o de recreo; el análisis de la fábrica construida permite
introducir la tercera dimensión. Asimismo se ha interesado por los usos del suelo,
los patrones de utilización económica y social del espacio, lo que permite identificar
usos residenciales, comerciales y terciarios, industriales y de ocio, así como usos
mixtos.
El análisis integrado de áreas concretas de la ciudad permite asimismo al
geógrafo considerar, como en el estudio regional, la morfología urbana en tanto
que reflejo de combinaciones complejas: evolución histórica, funciones económicas,
recursos de los habitantes, tradiciones culturales, etc. En ese sentido los geógrafos
pasaron a estudiar la morfología del Distrito Central de los Negocios y de las áreas
con función comercial, de los distritos industriales y de los espacios residenciales,
así como la morfología de los diferentes barrios. En este libro dedicaremos atención
a los diversos aspectos antes enumerados, presentando en primer lugar la evolución
de los planos de las ciudades, para pasar posteriormente al estudio de los edificios,
de los usos del suelo y de las tramas complejas que se pueden identificar en la
ciudad.
Una breve historia de la evolución de los estudios sobre el paisaje urbano desde la
perspectiva de la geografía debe incluir referencias a las diversas tradiciones
nacionales que han existido. Los estudios morfológicos se desarrollaron en primer
lugar dentro de la tradición regional historicista. Solo en los años 1960 se cuestionó
dicha concepción y se presentaron alternativas neopositivistas y cuantitativas que,
sin embargo, fueron limitadas, y pronto quedaron rebasadas por nuevos enfoques
que ponían énfasis en la producción social de las formas urbanas.
Prestaremos atención, en primer lugar, a los enfoques que se relacionan con la
tradición historicista de la geografía regional y, más tarde, al cuestionamiento y
reformulación de los mismos a partir de la revolución cuantitativa. Realizaremos
la presentación destacando algunas tradiciones nacionales especialmente signifi-
cativas e influyentes.
La tradición alemana
fenómenos de la superficie terrestre en tanto que son perceptibles por los sentidos»,
con un método de análisis adaptado del de la geomorfología. Aunque prestó
atención sobre todo a la evolución del paisaje agrario europeo en el tránsito entre
la edad antigua y la media, no dejó de interesarse también por el poblamiento y el
paisaje de las ciudades9. La importancia que se concedió a la geomorfología en la
formación básica del geógrafo desde fines del XIX proporcionaba unos hábitos de
observación que se mantenían cuando esos mismos geógrafos se dedicaban a
estudiar el poblamiento10.
Desde comienzos de siglo empezaron a aparecer investigaciones de gran interés
sobre el desarrollo y significado de los planos de las ciudades11. A partir de la segunda
década esa línea fue reforzada por los trabajos de Siegfried Passargue, que aunque
estaban centrados esencialmente en los paisajes regionales –en el doble sentido ya
señalado de la expresión Landschaft– se dirigieron igualmente al estudio de paisajes
más concretos como los urbanos. En esa línea se realizaron tanto en Alemania
como en Austria gran número de investigaciones de geografía urbana en las que
estaba presente de forma destacada la morfología o paisaje de la ciudad. Desde
1916 H. Hassinger estudió los edificios de Viena tratando de clasificarlos según la
época de construcción, a partir de la edad media, elaborando mapas de conjunto
que culminaron en un atlas histórico de esa capital12. Al mismo tiempo aparecían
trabajos sobre tipologías específicas, como las de las ciudades comerciales y los
mercados13, y sobre viviendas. Gran trascendencia tuvieron en ese sentido los
trabajos de W. Geisler, que en una investigación sobre Dantzing abordó una
cartografía de los edificios según su altura y funciones, así como sobre su evolución
histórica14, y finalmente pudo elaborar un estudio más general sobre los tipos de
casas y parcelas de las ciudades alemanas como una contribución a la morfología
del paisaje cultural15. Geisler clasificó las ciudades alemanas por su emplazamiento,
su plano y los edificios, aprovechando para ello trabajos previamente realizados
por geógrafos germanos sobre diferentes ciudades16.
Normalmente se citan esos trabajos como el comienzo de una amplia tradición
en la geografía alemana. Una línea en la que se clasifican los núcleos de poblamiento
según sus formas de organización y crecimiento «naturales» y «planificadas»17.
Las viviendas y edificios urbanos fueron clasificados de muchas formas, siendo el
tipo de los techos una de las más comunes18. La elaboración de atlas urbanos con
gran número de planos dio lugar a numerosos trabajos19. Siguiendo esos pasos,
tras la segunda guerra mundial el ya citado H. Hassinger, así como Hans Bobek y
la escuela de Viena realizarían importantes aportaciones a la morfología urbana.
Los geógrafos alemanes extendieron sus métodos de análisis a otros países. En
ese sentido, son interesantes los estudios de Siegfried Passarge sobre ciudades de
varias regiones y, específicamente sobre España, los trabajos de O. Jessen acerca de
los paisajes urbanos españoles20.
La tradición de los estudios de morfología urbana no se interrumpió en
Alemania tras la segunda guerra mundial. El estudio de la ‘fisionomía’ de las
ciudades conducía al análisis de la formación de su plano, y al de su diferenciación
interna, y permitía una clasificación de los tipos urbanos21.
EL DESARROLLO DE LOS ESTUDIOS DE MORFOLOGÍA URBANA 25
La tradición francesa
fisonomía del núcleo, gracias a la cual cabe incluir la ciudad en una familia de
tradiciones urbanas, en una serie arquitectónica, en uno o más períodos principales
de urbanización inicial».
Para el análisis del plano es importante tener en cuenta la noción de estructura
del organismo urbano, de la aglomeración. Según George «la observación, en el
sentido más amplio de la palabra, nos lleva de nuevo a enterarnos de las diferencias
entre las distintas unidades que integran la ciudad o la aglomeración. Y el análisis
estadístico respalda siempre la observación al distinguir tipos de sectores de aglo-
meración y tipos de ciudad, que se caracterizan por su estado y su dinamismo»30.
En la línea marcada por George fueron sobre todo sus discípulos los que al
realizar tesis doctorales de geografía urbana profundizaron en esa dirección.
Algunos efectuaron aportaciones de gran interés, en relación con otro tema que
también interesaba a George, el de la organización funcional y morfológica del
área suburbana. Por ejemplo Jean Bastié estudiando el crecimiento de la banlieu
de París (1964). Son importantes también los trabajos de Etienne Juillard, en
relación con sus investigaciones sobre la banlieu de Strasbourg. Al mismo tiempo,
tanto por influencia de George como por el magisterio de otros autores, el estudio
de los usos del suelo, las estructuras comerciales, las características de los paisajes
urbanos fueron ampliamente estudiadas por los geógrafos franceses31. Las páginas
de Annales de Géographie y otras revistas francesas recogieron un amplio muestrario
de estas investigaciones.
En 1973 una discípula de Juillard, Sylvie Rimbert en su obra Les paysages
urbaines, abordaba el estudio de la ciudad poniendo énfasis sobre todo «en las
formas», para constatar «que son inseparables de las funciones actuales o pasadas»;
y trataba de aprehender estas formas a diversas escalas: la del peatón, la del auto-
movilista, la del arquitecto, la del administrador. Con una concepción tradicional
de la materia Rimbert pensaba que el estudio del paisaje es esencialmente geográfico
por dos razones: una, que la geografía es una síntesis de relaciones espaciales y que
los paisajes resultan de la combinación de factores múltiples; y otra, que «las formas
tienen ante todo aspectos concretos, sensibles, diferentes en cada latitud y que los
geógrafos estudian la superficie terrestre dejando los espacios abstractos a otras
disciplinas»32.
La tradición británica
La tradición española
Fig. 1.1 Leoncio Urabayen realizó en La Tierra humanizada (1947) una temprana e
interesante monografía del estudio de una calle, con el título «Una de tantas calles
de ciudad, la de Yanguas y Miranda, en Pamplona». En ella estudia el
emplazamiento, la situación, la configuración, la estructura, los materiales, la técnica
empleada, el crecimiento, la eficiencia del trazado viario y la extensión e intensidad
de la transformación del paisaje. La figura que reproducimos es una de las que se
incluyen en dicha monografía, y va acompañada de otras sobre los terrenos de la
calle en 1866, en 1882 y en 1904, así como de varias fotografías de su evolución
30 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
realizó con su tesis sobre la ciudad de Granada el mejor ejemplo de este tipo de
trabajos, en el tránsito ya hacia otras metodologías45.
Un enfoque diferente, más especializado, es el que se refleja en el trabajo de
Manuel de Terán sobre dos calles madrileñas, las de Alcalá y Toledo, publicado en
196146. En la estela del estudio de Terán diversos geógrafos madrileños acometieron
desde los años 1960 valiosas investigaciones sobre morfología urbana, que irán
siendo citadas ampliamente en las páginas de este libro.
La tradición norteamericana
dimensiones básicas de los sistemas urbanos53. Con esos métodos podían realizarse
análisis que integraban una gran cantidad de variables morfológicas (ventanas,
balcones, puertas, pisos, alturas, anchuras, forma de las aberturas ...) en numerosos
barrios o ciudades, para encontrar regularidades o hacer agrupaciones54.
En aquellos años se exploraron asimismo otras posibilidades en relación al
análisis de la forma urbana. Concretamente, se exploró la posibilidad de considerar
la trama viaria de un plano urbano como una red topológica, para aplicar la teoría
de grafos y examinar de forma matemática la regularidad del mismo, su carácter
aleatorio o las características de la estructura. El estudio de la trama urbana como
una red topológica, como un sistema de rutas y nodos permite luego estudiar en la
red características tales como la dimensión, el diámetro, la accesibilidad de cada
punto al conjunto de la red, la accesibilidad de las distintas partes o de tramos
determinados (por ejemplo, en las ciudades musulmanas, callejones sin salida que
no conectan), o los tipos de patrones geométricos que se reconocen (regulares,
reticulares, irregulares)55.
También se pensó en la posibilidad de aplicar al estudio del plano algunos de
los diferentes tipos de análisis estadísticos que entonces se estaban usando para
buscar regularidades o agrupaciones en las estructuras del poblamiento56; aunque
no pasaron de la fase exploratoria. Especial importancia tuvo, en todo caso, el
estudio pionero de Stan Openshaw en el que se afirmaba que para el futuro de los
estudios de morfología urbana era esencial elaborar un marco teorético integrador,
y que los conceptos básicos ya existían aunque no hubieran sido todavía integrados
explícitamente en una teoría, debido a la naturaleza histórica y a la complejidad
espacial de las interrelaciones. La clave para dicha integración estaba, según el
autor, en «la explicación del origen, la intensidad y la variabilidad de las fuerzas
funcionales responsables de la actuación de los procesos morfológicos». En ese
sentido le parecía de especial importancia el estudio de la estructura y la naturaleza
dinámica de la organización de la franja periférica urbana, la cual «puede ser
explicada en términos de la teoría económica urbana general y, dentro de dicho
marco, pueden identificarse e interpretarse las fuerzas responsables de los otros
procesos morfológicos»57.
Pero la geografía cuantitativa, además, presentaba otros retos a los estudios
morfológicos. Esencialmente el de pasar desde el estudio de casos particulares y de
monografías sobre la morfología de una ciudad a la elaboración de modelos y
teorías generales. Teorías que debían tener, además, una capacidad de predicción.
Era algo que los análisis morfológicos no podían proporcionar en aquellos
momentos, y que constituía igualmente una debilidad de los que se realizaban en
otros campos; aunque, como veremos, algunos arquitectos, tal vez sin ser cons-
cientes de ello, estaban transitando una vía que iba en esa dirección. También en la
geografía partiendo de posiciones que podríamos llamar tradicionales se seguía
un camino que conducía a establecer marcos teóricos de validez general.
Esa sería, de alguna manera, la aproximación de M.R.G. Conzen (n. 1907), un
geógrafo formado en Berlín y que emigró a Gran Bretaña antes de la segunda
guerra mundial. Su obra, que se había venido gestando desde fines de la década de
EL DESARROLLO DE LOS ESTUDIOS DE MORFOLOGÍA URBANA 33
195058 y que tenía un enfoque histórico e inductivo, pudo ser interpretada también
por los nuevos geógrafos en el marco de esa demanda hacia la generalización que
existía a finales de la década de 1950 en el mundo anglosajón.
Su famoso estudio sobre el núcleo de Alnwick, en Northumberland, se convirtió
en aquellos años en un modelo del análisis del plano urbano, no tanto por la
cuidadosa investigación histórica que lo sustentaba, sino porque al final elaboraba
un modelo que podía ser de aplicación general59. Por eso pronto se convirtió en
una referencia indispensable en estos estudios.
Conzen puso énfasis en las franjas periféricas de crecimiento de la ciudad y en
las sucesivas fases de expansión y estancamiento. También destacó las franjas
periféricas ligadas a la existencia de líneas de fijación o barreras al crecimiento
(murallas, río, vía de ferrocarril ...) que dan a estas áreas usos del suelo atípicos, y
puso énfasis en la identificación de los elementos invariantes y cambiantes.
Posteriormente haría otras aplicaciones de su metodología60; entre las cuales
destaca la que realizó en 1966 en la reunión de historia urbana que se celebró en
Leicester y que fue coordinada por H.J. Dyos, en la cual presentó una comunicación
sobre el uso de planos de ciudades en el estudio de la historia urbana61. En ella
criticó la utilización restrictiva que se había venido haciendo de los planos de las
ciudades atendiendo solo a la configuración de las calles y olvidando otras
dimensiones. La comunicación tuvo un gran impacto entre los historiadores
participantes en la conferencia, que reconocieron explícitamente su gran novedad
respecto a lo que se hacía hasta ese momento62. El autor seguiría profundizando
en esa misma dirección en otros trabajos posteriores.
En la misma línea deben destacarse asimismo las investigaciones de Harold
Carter, un geógrafo de formación clásica historicista pero que supo ser sensible a
los nuevos desarrollos, incorporando a su trabajo temas nuevos como la toma de
decisiones63. Toda esa evolución se deja sentir en su famoso manual dedicado al
estudio de la geografía urbana, cuya primera edición es de 1972 y que constituye
una buena síntesis del estado de los estudios sobre el plano en la década de los 7064.
El manual de Carter muestra la tensión entre los enfoques regionales histori-
cistas y los cuantitativos y la búsqueda de soluciones, como se observa en el capítulo
sobre el plano de la ciudad. En la conclusión del mismo se hace eco de las nuevas
posibilidades que ofrecían los análisis cuantitativos de la forma urbana (a lo que
ya se aludido anteriormente), y muestra sus reticencias hacia dichos estudios indi-
cando que, en su opinión, no ofrecen resultados interesantes. Frente a la forma
tradicional de análisis del plano urbano realizada hasta el momento –con el énfasis
en planos irregulares o regulares, planos en cuadrícula, radioconcéntricos, etc.–
Carter considera que ese tipo de análisis histórico del plano «nos ofrece poco de
esa teoría o esa medición que parecen reclamarse como necesarias para situar los
estudios geográficos a un nivel, por así decirlo, más respetable, o, al menos, para
sustituir el estudio erudito de lo particular y único por una mayor generalidad»65.
34 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
LA HIBRIDACIÓN INTERDISCIPLINARIA
Con las grandes transformaciones de las ciudades durante la segunda mitad del
siglo XIX se hicieron necesarias cuantiosas inversiones económicas para financiar
los trazados de nuevas calles, las expropiaciones, los derribos, las redes de gas,
38 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
temas es también antigua, existiendo desde los años 1960 una línea de estudios
sobre la economía de la vivienda, que era también alimentada desde la economía
urbana general, y más recientemente por investigaciones teóricas sobre el mercado
de la vivienda106.
Características especiales de la industria de la construcción son: el elevado
precio del producto final; su durabilidad; el hecho de que la inversión realizada en
ella sigue rindiendo beneficios después de muchos años; la necesidad de producir
la mercancía en el mismo lugar en que se ha de consumir y su inmovilidad, lo que
dispersa la industria de la construcción; el espacio limitado para su producción
(en el caso de la vivienda urbana, que tiene unas exigencias de accesibilidad al
conjunto de la aglomeración); la existencia de mercados diversos y la hetero-
geneidad de la vivienda en relación con ello, desde los abrigos someros para pobres
a los palacios; finalmente la poca transparencia que caracteriza frecuentemente a
este mercado. Al mismo tiempo hay que recordar que la construcción artesanal se
ha mantenido hasta hoy y la construcción con medios mecánicos se ha ido
difundiendo lentamente, siendo muy reducida la utilización de capital fijo. Aunque
desde los años 1920 y 30 existen ya propuestas concretas para la industrialización
de la construcción107, solo a partir de los años 1950 o 60 las grandes empresas
constructoras han ido introduciendo esos sistemas de racionalización, que permiten
abaratar el coste de la vivienda, adquiriendo por ello grandes ventajas comparativas.
Ya hemos visto que otra característica que pronto se descubrió es la existencia
de grandes variaciones en las inversiones en construcción, y la relación estrecha
con la coyuntura económica. Es decir, la existencia de ciclos, con fases de creci-
miento de la construcción y fases de disminución, lo cual se puso en relación con
el mercado de capitales y la coyuntura económica general. Y se vio que esas
fluctuaciones modifican las expectativas de los empresarios constructores en cuanto
a los beneficios a obtener de su actividad.
En relación con esa evolución apareció igualmente el interés por la estructura
de la industria de la construcción desde la perspectiva de la historia empresarial108.
Finalmente, aunque sea de desarrollo más tardío, debe señalarse también el interés
de los economistas por el impacto económico de la deterioración del parque
construido y el coste de la renovación urbana en sus diversas dimensiones de
conservación, mejora y remodelación del espacio construido, con intervención de
la iniciativa privada y fuerte impulso y apoyo público109.
Todos estos desarrollos influyeron ampliamente, como hemos visto en la
evolución de los estudios geográficos de morfología urbana.
A lo largo del siglo XX el interés de los historiadores por la ciudad fue dando lugar
al desarrollo de una historia urbana, que ha tenido un espectacular crecimiento a
partir de las décadas de 1960 o 70. El interés por la forma urbana fue más temprano
e intenso entre los historiadores del arte, especialmente entre aquellos especializados
42 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
críticas, por «su fragilidad o endeblez conceptual y teórica»177, por perder de vista
el problema del diseño general de la ciudad y, en algunos casos, por el carácter
neutro y poco comprometido que se quiere dar al trabajo del arquitecto.
Naturalmente, esos debates han podido afectar a la dedicación del arquitecto
a las investigaciones sobre morfología urbana a la escala del conjunto de la ciudad,
y a la atención prestada a los procesos económicos y sociales como determinantes
de la forma urbana, pero han permitido análisis mucho más refinados sobre los
edificios y la escala más inmediata en que se sitúan, y una más profunda
comprensión de los valores culturales y estilísticos que influyen en el diseño
arquitectónico.
De todas maneras, el esfuerzo para elaborar una teoría rigurosa de la forma
urbana ha tenido recientemente una aportación fundamental en España en la obra
de Javier García-Bellido, el cual ha tratado de fundamentar una ciencia del
urbanismo, la Coranomía, basada en proposiciones lógicas que permitan establecer
los principios de la organización desde la célula más elemental de la vivienda hasta
el conjunto de la ciudad y el territorio regional178.
ingenieros sino que tiene que ver tambien con preocupaciones por las salidas
profesionales, y con estrategias corporativas que tratan de ampliar el campo de
actividad.
En esa preocupación por el paisaje y el medioambiente los arquitectos se ven
acompañados por los geógrafos, que pueden encontrar fuera de la disciplina temas
que han sido tradicionales en ella. En lo que se refiere al paisaje, ya lo hemos visto,
desde el mismo comienzo del siglo XX, y más cercanamente desde el descubrimiento
del amplio campo de la percepción y la atención a la imagen y la composición de
los paisajes, desde la perspectiva de que «para percibir un paisaje es preciso
componerlo»188. Los estudios de percepción del paisaje son de larga tradición en
geografía, y han dado lugar a valiosas aportaciones. Esa dimensión medioambiental
también daba lugar paralelamente en geografía a una línea paisajista, sobre estudios
integrados de paisaje, de gran influencia entre los geógrafos físicos189.
El gusto por lo nuevo y lo moderno puede estar culturalmente configurado.
Los estudios de David Lowenthal sobre los gustos norteamericanos y británicos
acerca del paisaje han mostrado las profundas diferencias que existen entre unos y
otros. Los británicos valoran lo viejo, histórico y singular, mientras los norte-
americanos prefieren lo nuevo y moderno, lo que Lowenthal relaciona con lo que
él llama «featurism», el deseo de que las estructuras nuevas sean diferentes a las
que existen y más destacadas190.
Se ha desarrollado a la vez un gran interés por los aspectos simbólicos del
paisaje, por el consumo simbólico del espacio, reflejado, entre otros, en las investiga-
ciones de Denis Cosgrove191. La importancia de todo lo que no es visible en el
espacio urbano, pero forma parte de los significados que se aprehenden viviendo
llega a los científicos sociales desde diversos horizontes, incluyendo el literario192.
La comercialización y la mercadotecnia urbana elabora imágenes atractivas
sobre los territorios, incluyendo espacios urbanos concretos y, de alguna manera,
manipula las representaciones que los habitantes se hacen del espacio. Las conme-
moraciones históricas pueden aprovecharse para la creación de símbolos espa-
ciales193.
A lo largo del siglo XX, y especialmente en el último medio siglo la arquitectura
y el urbanismo han seguido una evolución paralela a la de las ciencias sociales. Ya
en los años 1980 la crisis de la arquitectura racionalista pudo ser lúcidamente
percibida por un arquitecto español de forma similar a como se interpretaba en
las ciencias sociales el cambio desde las posiciones neopositivistas a las críticas y
humanistas194. Pero si se sigue la bibliografía reciente sobre la arquitectura y el
urbanismo postmodernos queda uno sorprendido por la utilización de los mismos
conceptos y marcos teóricos que se han desarrollado en las ciencias sociales, y
muchas veces a partir de ellas; una reciente antología de la teoría arquitectónica
entre 1965 y 1995195 incluye artículos sobre la crisis de los paradigmas, la semiótica,
el historicismo, la deconstrucción, los problemas éticos y políticos, la fenomeno-
logía, el sentido del lugar, el nuevo regionalismo, la cultura local, el feminismo, el
problema del cuerpo, lo sublime; sin duda –y como en las ciencias sociales– una
angustiada y no siempre bien orientada búsqueda de nuevos caminos que se inició
56 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
hacia 1970 con la crisis del movimiento moderno y que ha conducido a posiciones
pluralistas apoyadas en una inquieta mirada hacia otras disciplinas. No extraña
por ello que en esa búsqueda de nuevos caminos la arquitectura actual encuentre
inspiración incluso en teorías abstractas como las de Jacques Derrida sobre la
deconstrucción. La aplicación de esas ideas al análisis de los textos arquitectónicos
y de los programas urbanísticos conduce finalmente a la deconstrucción de las
mismas estructuras constructivas, y a la aparición de una arquitectura «de la
disrupción, dislocación y distorsión», que «desplaza las estructuras en lugar de
destruirlas», una arquitectura que inquieta porque «pone en cuestión nuestro
sentido de la estabilidad, coherencia e identidad que está asociada a la forma
pura»196. Los edificios de Frank Gehry (como el Museo Guggenheim de Bilbao o el
Experience Music Project de Seattle) o los de Miralles pueden ser ejemplos de esta
arquitectura postmoderna que está dejando ya huellas en el espacio urbano, sobre
todo en la edificación de equipamientos públicos. Está por ver lo que esas tendencias
deconstructivas, que valora lo aparentemente inestable, que reacciona contra los
estándares y que se utiliza como un método provocativo que ayuda a explorar
nuevos caminos, va a producir desde el punto de vista de una teoría urbana. Aunque
ya se pueden adivinar determinadas líneas en las caracterizaciones que se hacen de
lo que algunos llaman ya la post-ciudad, «expresión máxima de la libertad de
cambio, donde se celebra la apoteosis de las posibilidade múltiples, que no alcanza
nunca forma definitiva, en la que nada es estático y permanente»197.
19 Entre los que puede destacarse el de P.J. 39 Johnson, 1974, cap. 2 «Sociedad y forma
Meier. «Niedersächsiecher Stätdteatlas: urbana», págs. 41 y ss. Sobre este tema
die Braunschveigischer Staädt». Veröff d. pueden verse también los estudios gene-
Hist. Kom. f. Niederschasen, Abteilung I rales del Institute of British Geographers
(1926) und 2 (1933). Un panorama sobre la evolución de la geografía
general del significado de los estudios británica.
morfólogicos durante las tres primeras 40 Urabayen 1947, pág. 3.
décadas del siglo en H. Bobek 1927. 41 Urabayen 1947, pág. 96.
20 Jessen 1947. 42 Urabayen 1946.
21 Como aparece, por ejemplo, en la obra 43 J.M. Casas Torres. Esquema de la
de Gabriele Schwarz 1959. Geografía urbana de Jaca, 1946.
22 Capel. Filosofía y ciencia..., 1981, págs. 44 M. de Terán. «Calatayud, Daroca y Alba-
345-358. rracín», 1942; M. de Terán. Siguenza,
23 Dion 1934; Juillard y otros 1957; Bloch 1946.
1962, ed. 1978; Meynier 1966; Paesaggi 45 Bosque 1962; reedición de 1988 con un
1973. estudio introductorio de Horacio Capel
24 H. de Martonne. «Buenos Aires». Annales sobre el significado de esa obra en la geo-
de Géographie, XLIV, 1935, p. 281-304; M. grafía española.
Clerget. Le Caire: Étude de géograhie 46 M. de Terán. Dos calles madrileñas: las de
urbaine et d’histoire économique. Paris, Alcalá y Toledo, 1961.
1934, 2 vols.; Blanchard, 1947. 47 Ver Wagner y Mikesell 1962
25 Como le sucede a Raoul Blanchard 48 Stanislawski 1946; reproducido en
cuando al estudiar Montreal se queja de Theodorson 1974, I.
la fealdad de las viviendas victorianas 49 Dickinson 1945 y 1948. Otros trabajos
resultado de «un gusto británico per- interesantes que pueden destacarse son
vertido por un transplante a América», los de Leighley (1928 y 1939), los de
Blanchard 1947, ed. 1992, pág. 235. algunas monografías sobre ciudades
26 Sorre 1947-48, II, 1952, pág. 260. escandinavas (años 1928 y 1939) cits. por
27 Demangeon (1942) 1956, Meynier Vilagrasa 1991 y por Dickinson 1948, en
(1958) 1968, Lebeau (1969). 1959, nota 34.
28 Tricart 1954. 50 Como, a título de ejemplo, los siguientes:
29 Entre ellos, George 1958 y 1960. Trewartha 1934, Wittlesey 1937, Zierer
30 George (1961) 1964, pág. 79. 1941 y Spate 1942.
31 Un panorama general en A. Meynier 51 Véase las actas del Coloquio en Norborg
1969. (1962) y el artículo de Conzen incluido
32 Rimbert 1973, pág. 6. en dicha obra.
33 Entre los cuales se acostumbra a citar el 52 Así se ve por ejemplo en el texto de
de S.J. Low: «The rise of the suburbs». Garner (1967) y en la obra de B.J.L. Berry
Contemporary Review, 1891. y Frank E. Horton: Geographic pers-
34 Platt 1959. pectives on urban systems (1970), cuyo
35 Fleure 1920. capítulo 12, dedicado a «Internal
36 Dickinson 1951. structure: Physical space», se ocupa
37 Dickinson 1948, en 1959, pág. 21. esencialmente de los usos del suelo y del
38 Smailes, The Geography of Towns (1953; funcionamiento del mercado del suelo
5ª ed. 1966); «Some reflections on the urbano.
geographical description and analysis of 53 Capel 1974 («De las funciones urbanas a
townscapes». Transactions and Papers, las dimensiones básicas de los sistemas
1955; y en especial «The site, growth and urbanos»).
changing face of London». In R. Clayton 54 El primer ejemplo de un estudio de
(ed.). The Geography of Greater London, ecología factorial realizado en España fue
1964. el de Fernando Fernández, en su tesis
60 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Construction since the Civil War. New son estudios sobre el paisaje urbano,
York: National Bureau of Economic Whitehand estima que «hicieron ver a los
Research, 1964), Parry Lewis (Building geógrafos la necesidad de análisis más
Cycles and Britain’s Growth, London, rigurosos de la relación entre las formas
1965). en el paisaje y los individuos responsables
97 En particular las de Brinley Thomas y de producirlo».
otros: Brinley Thomas. «The demo- 103 Whitehand, The Changing Face of Cities,
graphic determinants in British and 1992; en esta obra se trata de mostrar la
American building cycles, 1870-1913». In relación entre los ciclos económicos y las
Donald McCloskey (ed.) Essays on a fases de expansión urbana.
matury economy. Princeton University 104 Un panorama del desarrollo de esos
Pess, 1971; Migration and Urban Deve- trabajos puede verse en J.W.R. White-
lopment: A Reappraisal of British and hand, The Changing Face 1987 y Ley 1988.
American Long Cycles, London: Methuen, 105 L. Needleman. The economics of housing.
1972; Migration and Economic Growth: A London: Staples Press, 1965.
Study of Great Britain and the Atlantic 106 Sobre la economía de la vivienda destaca
Economy, Cambridge: Cambridge la obra de Needleman (1965), ya citada.
University Press, 1973) y la síntesis de Entre las que señalan esa orientación
Manuel Gottlieb (Long Swings in Urban desde la economía urbana al mercado de
Developement, New York, 1976. la vivienda, las de Brian Goodall. The
98 Stefano Fenoaltea. «International Economics of Urban Areas. Oxford: Perga-
Ressource Flows and construction move- mon, 1972; K.J. Button. Urban Economics.
ments in the Atlantic Economy: the Theory and Policy. London: Macmillan,
Kuznets cicle in Italy, 1861-1913». Journal 1976; Richard Arnott. «Economic Theory
of Economic History, 1988, 48, 3, p. 605- and housing». In Edwin S. Mill (ed.)
637; «El ciclo de la construcción en Italia, Handbook of Regional and Urban
1861-1913: Evidencia e interpretación». Economics. Ámsterdam: Elsevier Sc. Pub.
In Leandro Prados de la Escosura y Vera 2, 1987, p. 959-988; y Richard S. Muth.
Zamagni (eds.). El desarrollo económico «Theoretical issues in housing markets
en la Europa del sur. España e Italia en research». In Allen C. Goodman (ed.).
perspectiva histórica. Madrid: Alianza The Economics of Housing Markets. Chur:
Editorial, 1992, p. 211-252. Harwod, 1989; Buyst, Erik. An Economic
99 Antonio Gómez Mendoza. «La industria History of Residential Building in Beligium
de la construcción residencial: Madrid, Betwen 1890 and 1961. Leuven: Leuven
1820-1935». Moneda y crédito, 1986, 177, University Press, 1992. 307 p.
p 53-81. 107 Véase sobre ello más adelante el capítulo
100 Xavier Tafunell. «La construcción resi- 10 y en el vol. II el capítulo sobre edifi-
dencial barcelonesa y la economía inter- cación.
nacional. Una interpretación sobre las 108 R. Rodgers. Speculative builders and te
fluctuaciones de la industria de la vivien- structure of the Scottish building
da en Barcelona durante la segunda industry, 1860-1914. Business History 21,
mitad del siglo XIX». Revista de Historia 1979.
Económica, 1989, 7, 2, p. 389-93. 109 Richardson 1975, cap. 5.
101 Silva 1997, en especial págs. 155-158, cap. 110 Véase sobre ello Fraser & Sutcliffe 1983.
II, págs. 152 ss., 159 y 162; un resumen 111 Calabi 1996; un marco más general en
de esta obra –de cuyo tribunal tuve el Sutcliffe (1970) 1973.
privilegio de formar parte– en Capel 1998 112 Como muestran los trabajos de Glück
(http://www.ub.es/geocrit/sn-84.htm). (1921), Gertenberg (1922) y Pieper
102 En este sentido el estudio de Craven 1969; (1936), citados por Dickinson 1959, pág.
Whitehand (1992, pág. 2) cita también 23, nota 45.
el trabajo de Aspinall 1982. Aunque no 113 Cid Priego 1955.
NOTAS AL CAPÍTULO 1 63
114 Hasta el punto de que Lucien Fevbre 122 Dio lugar, a partir de los 70, a grupos
publicaba en ellos secciones de «Regards institucionalizados, Everitt, 1973.
sur la géographie». 123 Dyos (ed.) 1968.
115 Annales ESC, 25, nº 4, 1970, pág. 830. 124 Clark & Slack 1972; Clark & Slack 1976.
116 A título de ejemplo, los trabajos de R. 125 Chalkin 1974.
Quenedey 1934; Georges Espinas, con su 126 Briggs 1971, Dyos & Wolf 1973.
Bulletin d’Histoire Urbaine, F. Vossen 127 Como refleja la intervención de Carter y
1947, O. Zunz 1970, Olmo 1989 y 1991. Conzen en reuniones de historia urbana,
Para la consulta de la revista son muy como la de Dyos 1968.
útiles los índices generales correspon- 128 Sus trabajos se han ido publicando desde
dientes a 1929-48, 1949-68, 1969-88 y fines de los años 1950; en particular, Dyos
1989-93. La trascendencia de las investi- 1968; síntesis del tema en Rodgers 1979.
gaciones geográficas para el desarrollo de 129 Silva 1997, pág. 176; también Trowell
la historia urbana fue reconocida 1985.
explícitamente por F. Bedarida 1968. 130 Lescure 1980.
117 Con atención al paisaje rural actual 131 Como el de H. Hobhouse (Thomas
(Hartke 1949), a la reconstrucción de las Cubitt: Master Builder. London: Mac-
ciudades europeas destruidas por los millan, 1971, cit. por Whitehand, 1992).
bombardeos de la segunda guerra 132 Whitehand 1992, p. 3, cita algunos de esos
mundial y otros temas de actualidad. En estudios (por ejemplo, Johns 1971).
el número extraordinario dedicado en 133 Sutcliffe (1970) 1973 y 1984.
1970 a «Histoire et urbanisation» se 134 Rodgers 1992, p. 12-13.
expresa claramente que el historiador 135 Grau 1969, Grau y López 1973, López y
tiene mucho que decir sobre los Grau 1971.
problemas de la ciudad, el origen de sus 136 Arranz 1979 y ss.
patologías y las opciones de planificación 137 Bahamonde y Toro 1978.
(vol. 25, nº 4, 1970, p. 830). 138 Lavedan 1941 y 1952, 1959.
118 Por ejemplo, el examen de la serie 139 Lavedan y Hugheney 1974; Lavedan,
Historical Abstracts, tanto en su serie A Hugheney y Henrat s.f.
(1450-1914) como en la B (1914 hasta 140 Como el alemán Wolfgang Braunfels
hoy), donde aparecen gran número de (1976) 1983, con referencia a las ciudades
entradas sobre la ciudad y la morfología europeas, en las que ha estudiado las
urbana: city, urban, housing, rural-urban, ciudades episcopales, las ciudades repú-
slums, suburbs, towns, urbanization, civil blica, las potencias navales, las ciudades
engineering ..., y amplia atención a la imperiales, las ciudades residenciales y las
arquitectura, planeamiento, renovacion capitales estatales.
urbana, mercado del suelo y otros temas 141 Como el libro del mismo Braunfels
próximos. dedicado a la arquitectura monástica en
119 Puede destacarse en esa línea el vol. II de occidente, o el de Carlrichard Brühl sobre
la History of Birmingham, redactado por Palatium und Civitas, 1975.
Asa Briggs y titulado Borough and City, 142 Entre ellas los diversos trabajos de A.
1865-1938, que significó un hito impor- Bonet Correa citados en la bibliografía;
tante para el desarrollo de una historia sobre su aportación a la historia del
social y política de la ciudad, aunque él urbanismo véase Capel y Tatjer, y la
siempre la consideró «una historia y no bibliografía incluida en los volúmenes de
la historia» de Birmingham (Briggs: Homenaje al profesor Antonio Bonet
«Foreword» en Dyos 1968, págs. V-XI). Correa publicados por la Universidad
120 Un panorama del desarrollo de estos Complutense de Madrid, 1994, vol. I,
estudios en Dyos 1968 y Checkland 1968. págs. 54-88.
121 Como en el estudio de E.R. Dewsnup. The 143 A. Gasparini, Ramón Gutiérrez, Gabriel
Housing Problem in England, 1907. Guarda, entre los arquitectos, a los que
64 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
hay que añadir los de Jorge E. Hardoy, 152 Hagemann y Peets (1922) 1992, pág. 1.
Jorge Luján, el mismo Antonio Bonet, de 153 Jürgens, ed. 1992.
otros campos disciplinarios. 154 Por ejemplo en la obra de Patrick Aber-
144 Ya hemos citado los trabajos del historia- crombie, en cuya edición española se
dor Craven 1969, y el de Carter sobre la incorporó como apéndice el estudio de
toma de decisiones (1970); siguiendo a Santiago Esteban de la Mora sobre «Los
Carter los de G. Gordon pusieron énfasis trazados de las ciudades españolas»,
no solo en el proceso de la toma de Abercrombie 1936.
decisiones, sino también en los que las 155 Entre las más significativas se encuentra,
adoptan; en España deben citarse en ese además de la ya citada de Lavedan, las
sentido los trabajos de Ramón Grau y siguientes: Ashworth 1954, Bardet 1964;
Marina López realizados en los años 1970 en Italia las investigaciones de historia
y 80. urbana dieron pronto lugar a buenas
145 En ese sentido son interesantes los síntesis, entre las que pueden citarse las
estudios sobre la tipología constructiva de C. Aymonino, L. Benevolo y P. Sica,
de corporaciones concretas; como la de bien conocidas en el mundo hispano.
los ingenieros militares, estudiada por 156 En España Torres Balbás junto con Luis
Aurora Rabanal Yus. Cervera Vera, Fernando Chueca Goitia y
146 Especial importancia tiene en ese sentido Pedro Bidagor serían los autores del
la tesis de Manuel Arranz sobre los famoso Resumen histórico del urbanismo
maestros de obras que actuaron en en España (1954) durante mucho tiempo
Barcelona durante el siglo XIX y primera la única presentación de conjunto exis-
mitad del XX. tente en nuestro país. La segunda edición
147 Como la polémica entre ingenieros y incluye un nuevo capítulo de Antonio
arquitectos (con estudios orientados por García Bellido; véase García Bellido, 1982.
A. Bonet Correa). Estudios similares en Uno de ellos, F. Chueca Goitia, realizaría
otros países: por ejemplo, en Gran luego nuevas aportaciones a la historia
Bretaña, Kaye 1960. del urbanismo (Chueca Goitia, 1968).
148 Como, por citar uno relativamente 157 Por ejemplo, la emprendida por E.A.
reciente, el de Donald J. Olsen 1986, un Gutkind con el título de International
estudio comparado de Londres, París y History of City Development (New York:
Viena en el momento de mayor esplendor The Free Press, 1964-72, 7 vols.); el vol.
durante el siglo XIX. El autor ha realizado III se dedica a Urban Developement in
importantes investigaciones sobre Southern Europe. Spain and Portugal
Londres y otros estudios de historia (1957, 527 p.)
urbana, tales como Town Planning in 158 Podemos citar algunos ejemplos. Un
London. The Eighteenth and Nineteenth buen panorama general en Borgwik &
Century, o The Growth of Victorian Hall 1981; podemos destacar las obras de
London. Morini, Gutkind, Reps. En lo que se
149 Como los de Bentmann y Mueller 1975, refiere a España la obra de Manuel
o el de Denis Cosgrove sobre The Guardia, Francisco Javier Monclús y José
Palladian Landscape: Geographical Luis Oyón Atlas histórico de ciudades
Change and its Cultural Representation in europeas, del que lamentablemente sólo
Italy, 1993. han aparecido dos volúmenes (Barcelona,
150 Capel, Sánchez y Moncada 1988, o los Centro de Cultura Contemporánea, vol.
trabajos de Aurora Rabanal, J.M. Muñoz I, Península Ibérica, Barcelona, Salvat,
Corbalán y J. Torrejón. 1995. Vol. II, Francia, Barcelona, 1996).
151 Véanse en la bibliografía las referencias a La publicación de toda la cartografía exis-
diversos trabajos de I. Cerdá; sobre este tente sobre una ciudad es una tarea a la
autor, Tarragó 1976, Soria y Puig 1980 y que se han dedicado los arquitectos, ayu-
García-Bellido 2000. dados a veces por otros especialistas. En
NOTAS AL CAPÍTULO 1 65
para grupos sociales de rentas muy distintas. De manera similar pueden prestarse a
confusión las fábricas obsoletas conservadas como almacenes o viviendas, los polí-
gonos industriales convertidos en discotecas o las industrias ocultas en el interior
de las manzanas de viviendas y que dan al espacio la apariencia de un área residencial
(por ejemplo en los cascos antiguos o en los ensanches). Aunque es muy probable
que en todos esos casos la calidad de los materiales, el equipamiento y pequeños
detalles morfológicos permitan al observador atento percibir las diferencias sociales
o funcionales que existen por debajo de las apariencias superficiales.
La morfología de la ciudad está conformada por el plano, por los edificios y por
los usos del suelo. Dedicaremos ahora atención al primero.
Tal como desde los años 1960 han destacado diversos autores7, el estudio morfo-
lógico del plano no puede limitarse solo a la trama viaria representada en el mismo,
sino que ha de prestar atención también a otros elementos que son igualmente
esenciales en su configuración.
El plano, en efecto, se define por cuatro complejos distintos de elementos:
ante todo, (1) las calles y su asociación mutua en un sistema viario; pero también,
(2) las manzanas delimitadas por calles, y formadas por agrupaciones de (3) parcelas
individuales que sirven de soporte a los edificios, cuyas (4) plantas tienen igual-
mente un reflejo en el plano de la ciudad si lo examinamos a una escala adecuada;
así se percibe claramente, por ejemplo, en algunos planos realizados desde mediados
del siglo XIX (como los cuarterones de Garriga y Roca, en el caso de Barcelona) y en
los mapas catastrales.
Las investigaciones de geógrafos y arquitectos han mostrado que las formas
fundamentales del plano y que tienen mayor significado funcional son las calles, y
especialmente aquellos ejes básicos que unen polaridades destacadas en el tejido
urbano. Tienden a actuar como marcos morfológicos que condicionan la génesis
y el crecimiento de las formas subsiguientes. Desde ellas pueden trazarse luego
vías perpendiculares para la construcción de edificios, y unas y otras pueden estar,
a su vez, conectadas posteriormente por nuevos ejes de conexión8.
La manzana es, junto con la trama viaria, el elemento más visible en el plano
de la ciudad. Ildefonso Cerdá puso énfasis en la importancia de unas y otras al
hablar de vías e intervías en su Teoría general de la urbanización9. Las denomi-
naciones que se usan para designarlas aluden a su condición de isla rodeada de
calles (fr., îlot; cat., illa) o a su aspecto exterior de edificación maciza constituida
por varias casas contiguas (in., street-block; al., Häuserblock). En cuanto a las
«cuadras» de las ciudades hispanoamericanas deben su nombre, evidentemente, a
la forma cuadrada derivada del diseño ortogonal del plano urbano.
EL ANÁLISIS MORFOLÓGICO Y LOS ELEMENTOS DEL PLANO DE LA CIUDAD 71
Manzanas y parcelas
Trama viaria y manzanas constituyen elementos bien visibles y esenciales del plano.
Nos ocuparemos ahora de estas últimas y de su subdivisión en parcelas, antes de
prestar atención a las calles.
El análisis parcelario constituye, como hemos visto, un elemento indispensable
en el estudio de la morfología. El parcelario nos remite, ante todo, a la estructura
de la propiedad, y su génesis debe explicarse a partir de ella. Pero también es esencial
para entender los usos del suelo. El parcelario existente supone limitaciones o
posibilidades para determinados usos. Por ejemplo: si la propiedad está muy
fragmentada, eso representa un obstáculo para la implantación de grandes
industrias. Sin duda, con recursos disponibles y con un objetivo claro pueden
adquirirse todas las parcelas que se desean o necesitan, pero eso siempre es costoso
y difícil; y puede haber también dificultades como resultado de limitaciones
jurídicas o de la voluntad de los propietarios.
El parcelario antiguo se modifica y remodifica –es decir, se reparcela– en
función de las necesidades impuestas por las exigencias económicas, productivas
o sociales. El uso del suelo previsto determina la división parcelaria que se efectúa
–o la reparcelación que se impulsa.
EL ANÁLISIS MORFOLÓGICO Y LOS ELEMENTOS DEL PLANO DE LA CIUDAD 73
Ensanche
Hileras suburbanas
Urbanización marginal
Ciudad jardín
Barracas
Polígonos
Fig. 2.1 Las tipologías estructurales del crecimiento urbano: combinación de los
procesos de urbanización, parcelación y edificación en las distintas tipologías
morfológicas de crecimiento. Propuesta de Manuel de Solá-Morales en 1971,
reproducida en Les formes de creixement urbà (1993, pág. 23)
74 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
clero nobleza
563 ha, aunque en ella están incluidos el Real Sitio de El Retiro, el monasterio de
los Jerónimos, el convento y olivar de Atocha y la ermita y campo de San Blas. Aun
con estas reservas, el resultado del análisis es impresionante y permite comprobar
que el 31 por ciento eran propiedad de la Iglesia (clero secular y regular, fundaciones
pías), el 21 por ciento pertenecían a títulos nobiliarios y mayorazgos; el 24 por
ciento a la Corona y a la Villa de Madrid; y solo un 24 por ciento pertenecía a otros
propietarios (Figura 2.2 ).
Si de la cifra anteriormente citada, las 563 ha, se excluyen las que tienen un
dudoso carácter urbano, la superficie totalmente urbana es de 348 ha. De ella,
2.582 parcelas, que suman 127 ha, es decir el 36 por ciento de la superficie urbana,
pertenecían al clero, de las cuales 21,9 por ciento al clero regular, y el resto hasta el
36 por ciento perteneciente al clero secular, Memorias y obras pías, hermandades
y cofradías y a hospitales.
Los nobles eran propietarios de 563 parcelas, que sumaban 62,3 ha, es decir
del 17,9 por ciento del suelo urbano, a lo que debía sumarse 184 parcelas propiedad
de mayorazgos (2,7 por ciento más). La Corona poseía 73 parcelas (2, 5 por ciento)
y la Villa de Madrid 39 (2 por ciento del total). Así pues esos propietarios privados
y públicos poseían el 61 por ciento del suelo urbano. El resto, es decir 4.093 parcelas,
que sumaban 136 ha (39 por ciento del total) era de otros propietarios.
EL ANÁLISIS MORFOLÓGICO Y LOS ELEMENTOS DEL PLANO DE LA CIUDAD 79
Las calles
Con mucha frecuencia las calles iniciales de un poblamiento fueron los caminos
en relación con los cuales se constituyó el mismo. Muchas veces dichos caminos se
convirtieron en la calle por antonomasia, tal como refleja el substantivo que las
designa en diversos idiomas. Así en castellano vía, calzada, carrera y carral o en
catalán carrer (del latín carraria, de carrus) son expresiones cuyo origen es bien
manifiesto. Como lo es asimismo en francés rue o en castellano rúa (ambos del
latín ruga, camino) corriente en la Castilla de los siglos XII y siguientes y que sigue
siendo utilizado todavía hoy en muchos núcleos localizados en el Camino de
Santiago y en los que éste se convirtió en la calle principal (por ejemplo en León y
en otros muchos núcleos22). El término calle (del latín callis, sendero, especialmente
de ganado) tenía ya desde el siglo VII el actual significado castellano y se utiliza
normalmente con un sentido específicamente urbano a partir de los siglos X y XI.
La permanencia del trazado viario es verdadermanente asombrosa. Hay
caminos prehistóricos que se convirtieron en calles y se conservan así todavía; es el
caso de la rue Mouffetard en París, un antiguo camino prerromano que contorneaba
la montaña de Santa Genoveva; o la de Santa Maria del Coll en Barcelona, un
camino que sin duda era ya utilizado en época prerromana. De manera similar, en
América antiguos caminos prehispánicos pueden permanecer hoy convertidos en
calles; como en el caso de la carrera 7 en Bogotá, que comunicaba con Tunja. Encon-
tramos también calles romanas que se mantienen casi idénticas en el trazado actual,
aunque en ocasiones éste pueda situarse a uno o varios metros por encima del
80 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
nivel de 2.000 años atrás, como vimos anteriormente23. Son muchas las ciudades
cuya calle principal seguía en la edad media el cardus romano y así ha permanecido
hasta hoy. Los trazados medievales todavía vigentes son innumerables en las viejas
ciudades europeas. En todos esos casos los edificios pueden haberse destruido y
reedificado varias veces y las calles continúan. Las ciudades americanas fundadas
en los siglos XVI y XVII mantienen las calles fundacionales aunque los edificios hayan
sido reconstruidos varias veces, y elevados hasta alturas enormes24.
El desarrollo de la ciudad establece bien pronto una jerarquía de calles, que se
encuentran ya en las ciudades antiguas; por ejemplo aparece claramente en el
urbanismo romano, con calles principales más amplias que las secundarias, como
muestran las excavaciones realizadas en numerosas ciudades. En la Roma imperial,
se distinguía entre varios tipos: la via, que permitía que se cruzaran dos carros; el
actus, que permitía el paso de un carro; y los itinera, solo para peatones. Se daban
ya situaciones de congestión de tráfico, y existían también normas sobre circulación
de mercancías durante la noche, establecidas en época de Julio César y práctica-
mente vigentes durante todo el imperio romano.
También se han incorporado al entramado urbano en forma de calles gran
número de ramblas y barrancos. En muchas ocasiones ramblas, barrancos y ríos
constituyeron fosos naturales que suponían límites claros de carácter defensivo
para las poblaciones. Igualmente ha podido ocurrir con las acequias en las ciudades
de las huertas mediterráneas, como sucedió en el caso de Murcia25. Pero con la
extensión urbana, esos y otros cursos fluviales han ido integrándose al tejido urbano,
aunque todavía se recuerdan en el callejero con denominaciones alusivas a su
carácter originario26. Generalmente hasta el siglo XIX mantuvieron su carácter inicial,
convirtiéndose eventualmente en colectores de aguas sucias; por ello y por el peligro
de avenidas las casas se construían dando sus espaldas a esos cauces. Solo en época
contemporánea con el desvío o canalización de las corrientes y la construcción de
alcantarillado han podido urbanizarse y convertirse en verdaderas calles,
produciéndose entonces la construcción de edificios con fachadas a las mismas.
Pero generalmente se pueden reconocer en el plano y en el paisaje urbano tanto
por su trazado, a veces irregular o diagonal al trazado viario dominante, como por
la cota inferior a que discurre la calle, por la permanencia de viejas casas con la
disposición original, por los portales elevados, por el nombre, o por ciertos
topónimos conservados27. Eso sin contar con la existencia de muros laterales que a
veces tratan de proteger los márgenes cuando las calles todavía conservan la función
original y se convierten en cursos de agua con ocasión de lluvias torrenciales.
La disposición de las calles en relación con caminos antiguos, adaptados a la
topografía, y con otras características naturales, como las ramblas, explica el trazado
que generalmente poseen en los nucleos antiguos de crecimiento lento y
«espontáneo». La calle recta es un resultado de una ordenación consciente
introducida por el hombre por razones de ordenación espacial urbana y que aparece
ya desde las primeras culturas urbanas como forma de planeamiento28. En la Europa
medieval esta tipología se afirma, como veremos, en el siglo xv, en relación con los
ideales renacentistas y en oposicion consciente frente al trazado irregular anterior.
EL ANÁLISIS MORFOLÓGICO Y LOS ELEMENTOS DEL PLANO DE LA CIUDAD 81
La periodización
calles curvas que siguen el trazado de los muros; pero también se reconocen vías
de salida (como las calles de Alcalá o Toledo), plazas en encrucijadas o áreas de
mercado. Asimismo líneas de fijación que se mantienen inmutables como límites
a la expansión de la ciudad: los desniveles del oeste de Madrid reforzados por la
estructura de la propiedad y la reserva real, el río Manzanares y su red de afluentes;
o el palacio real y jardines del Buen Retiro, convertidos luego, a partir del XIX, en
un parque municipal. Los estudios históricos y geográficos permiten reconstruir
la evolución del plano y los diversos recintos amurallados, los arrabales, las sucesivas
expansiones38.
En lo que se refiere a las ciudades británicas se ha destacado la congestión de
los viejos centros durante la revolución industrial. El proceso de aumento de la
edificación y relleno de las parcelas medievales comenzó en Gran Bretaña en
diferentes momentos desde mediados del siglo XVIII a comienzos del XIX, según las
circunstancias locales. En algunas grandes ciudades se sobreimpuso a una congestión
de edificios anterior, de tipo tradicional. Llegó a un climax entre los años 1840 y la
primera guerra mundial y terminó con los diversos tipos de procesos modernos de
destrucción de vivienda marginal (slum clearence) o de renovación del centro39. De
manera semejante ocurrió en las ciudades españolas, donde en las dos décadas
finales del siglo XVIII Madrid y Barcelona iniciaron una transformación del caserío
antiguo en algunas calles centrales, elevando los edificios hasta cuatro y cinco plantas
y extendiéndose hacia atrás en las estrechas parcelas medievales, que a veces conocen
procesos de fusión para facilitar la construcción de los nuevos edificios.
Los estudios efectuados desde 1960 condujeron al análisis sistemático de las etapas
de evolución del plano urbano en relación con las de crecimiento o recesión
económica, cada una de las cuales tendría su correspondiente crecimiento o estanca-
miento demográfico y, consiguientemente, urbano. Siguiendo la línea abierta por
Conzen, otros autores profundizaron en esa idea a partir de unas primeras
investigaciones sobre la configuración de las áreas periféricas y sobre el papel de
los agentes privados y públicos que actúan en épocas de crisis, es decir cuando el
mercado está en recesión y se puede adquirir suelo más barato40; a ellas siguieron
otras investigaciones sobre los propietarios privados y los ciclos de edificación en
relación con la coyuntura económica41.
Desde los años 1980 las investigaciones de Whitehand y su grupo han puesto
énfasis en el crecimiento de la ciudad y la distinción entre las fases de expansión y
de estancamiento de la construcción de viviendas. En las segundas el precio del
suelo se abarata, en términos absolutos o relativos, especialmente en los márgenes
de la ciudad ya construida, lo cual facilita su adquisición por personas que desean
usarlo de forma extensiva. Por el contrario, en las fases de expansión –relacionadas
con el crecimiento de la actividad económica y aumento de la población– se produce
un auge de la construcción de viviendas; el precio del suelo aumenta y se edifica en
los terrenos antes adquiridos en la periferia, con lo que el proceso vuelve a iniciarse
84 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
en áreas marginales más alejadas. Aparecen así ciclos edificatorios que se relacionan
directamente con esas fases de expansión y retracción.
Las investigaciones han puesto énfasis en la influencia de los procesos cíclicos
de expansión urbana y su impacto en la morfología42. En períodos en que hay una
presión hacia la construcción de viviendas y altos valores del suelo, se produce una
elevada densidad de edificación. En las de estancamiento, por el contrario, dismi-
nuye el impulso edificatorio, y el crecimiento y la presión hacia afuera es menor, lo
que coincide con bajos valores del suelo y la creación de amplias parcelas para
usos públicos e institucionales. Según Whitehand la innovación constructiva es
más probable que se produzca en las fases de rápido crecimiento urbano.
Las alternancia entre ciclos de construcción intensiva y otros de estancamiento
da lugar a cambios de la inversión de capitales entre unos tipos de edificios u
otros: si no hay demanda de vivienda, los capitales que se dedican a la construcción
se invierten en sectores que sean rentables o que puedan contar con la financiación
pública; por ejemplo en infraestructuras, en equipamientos o en edificios oficiales.
En conjunto, durante el siglo XIX y la mayor parte del XX el crecimiento se
produce de forma anular debido a diversos factores tales como la atracción mutua
de usos del suelo similares, la disposición estrellada de los caminos, y el planea-
miento. Este último, sin embargo, influye sobre todo consolidando los usos ya
iniciados, y raramente introduce cambios radicales en un espacio cuando se ha
especializado en cierto uso, entre otras razones por las dificultades para hacerlo, y
las inversiones que se necesitarían.
En la segunda mitad del XX, y especialmente a partir de los años 1970, en EEUU,
y de los 80 y 90, en otros países, la ciudad ha ido adquiriendo nuevas formas de
crecimiento con la aparición de la ciudad difusa y multipolar, la creación de centros
comerciales en la periferia, y de nuevos espacios de ocio. Todo lo cual ha producido
importantes transformaciones en el paisaje urbano de las áreas metropolitanas
como tendremos ocasión de ver en otras partes de esta obra.
Limites y barreras
convertir una parte de esos espacios en zonas verdes, que son muy oportunas en
ciudades muy densificadas. Por último, puede significar un medio de transporte
colectivo barato, convirtiendo el trazado en vías para tranvías o metros.
Como resultado de la acción combinada de todos los procesos descritos,
frecuentemente el crecimiento de las ciudades se realiza «a saltos», tanto si consi-
deramos el conjunto de una gran aglomeración o área metropolitana como si
consideramos partes concretas de la misma. Ese crecimiento a saltos deriva también
de una estrategia de crecimiento que ocupa primero el suelo más alejado y barato
y luego revaloriza los espacios intermedios. Hay colonización y ocupación de ciertos
espacios y luego relleno de los intermedios. Se han dado ejemplos de este tipo de
crecimiento en muchas ciudades; por ejemplo en Madrid, y en municipios concre-
tos de su entorno, como Leganés47, Alcorcón48, y en otras más pequeñas como
Alicante49.
parte baja hay que tener cuidado con los entresuelos y las aperturas de sótanos. En
especial es importante la definición de subterráneos, plantas bajas y estudios. En
la parte alta es importante la distinción entre buhardillas y pisos de sotabanco.
Otro problema importante es que lo proyectado puede no ser lo realizado,
desde cambios exteriores o de la distribución interna a aumentos de los volúmenes
edificables.
Con la consolidación del régimen liberal, a mediados del siglo XIX se organiza
la administración municipal y se regula la concesión de licencias de obras. Con
ello se creó una nueva serie documental de gran interés para el estudio de la morfo-
logía urbana, que ha sido utilizada ya de forma muy fructífera en investigaciones
sobre las ciudades españolas61. En conjunto la documentación municipal es muy
rica y normalmente está muy bien clasificada. Además de otras series a las que
aludiremos posteriormente, vale la pena señalar que las decisiones del concejo se
recogen en las Actas municipales, en las que se encuentra los acuerdos sobre
urbanismo y edificación.
Otras fuentes
Ya hemos dicho antes que el estudio de la parcelación exige usar fuentes fiscales y
catastrales, más antiguas.
Una fuente especialmente importante es la que se refiere a la propiedad62.
Además de las informaciones que pueden obtenerse en la documentación catastral
(por ejemplo, el propio catastro de Ensenada, los amillaramientos del siglo XIX y
XX, y el catastro actual) son importantes otras dos series documentales. Una son
los archivos notariales, con series que a veces se mantienen con una gran continui-
dad desde la edad media hasta hoy y que contienen, entre otros de interés morfo-
lógico, documentos sobre paracelaciones acompañados muchas veces de planos o
esquemas63. La otra son los registros de la propiedad, que tienen su antecedente en
las Contadurías de Hipotecas, organizadas en todos los reinos de la Monarquía
Hispana durante el siglo XVIII64. Los registros de la propiedad, a pesar de la inexis-
tencia de representaciones gráficas, ofrece información sobre los cambios de
titularidad, datos de gran interés sobre las características morfológicas de las fincas
y edificios, así como los usos y sobre procesos de parcelación65.
En cuanto a los archivos generales, deben citarse los de la administración del
Estado (en España: Archivo de Simancas, Archivo de la Corona de Aragón, Archivo
Histórico Nacional, Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares
...) que conservan series de gran interés, para cuya consulta existen normalmente
excelentes catálogos de sus fondos. Son también de gran importancia los archivos
de los colegios profesionales (colegios de arquitectos, de ingenieros) así como los
de los centros de enseñanza (Escuelas de Arquitectura o de Ingeniería, por ejemplo).
La documentación gráfica sobre la arquitectura y el urbanismo es relativamente
abundante, pero se encuentra muy dispersa en archivos y bibliotecas. A partir del
siglo XVI estos materiales empiezan a ser abundantes, y aparecen como ilustración
de libros, o como materiales relacionados con la propiedad y la obra pública66.
92 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
EL CRECIMIENTO ESPONTÁNEO
La perspectiva antropológica
Los rasgos esenciales que pueden observarse en esos planos de los núcleos
más primitivos son –me parece– los siguientes: la existencia de un espacio central
reconocible; la presencia de ejes axiales y a veces alineaciones claras de viviendas
en torno al espacio central o a algo que pueden considerarse trayectos de comuni-
cación; una jerarquización del espacio y de las viviendas; una fuerte impronta de
lo sagrado (templos de los antepasados, de los orígenes de la aldea o del grupo, con
espacios preferentes asignados); existencia, además, de espacios de los muertos, o
prohibidos («templos infernales», en algunas aldeas indonesias); una relación clara
entre el núcleo aglomerado y el campo, a veces con una ordenación de los cultivos
al exterior de aquel; y una influencia de la estructura de clanes o familiar en la
organización del espacio.
El análisis diacrónico de los planos pone de manifiesto que bien pronto
aparecen también soluciones constructivas complejas en la edificación de las
viviendas. Concretamente, se observa la evolución desde el simple abrigo de los
grupos menos evolucionados, como, por ejemplo, los bosquimanos, a tipos de
cabañas cada vez más complejas. También puede comprobarse la aparición de
formas de trabajo colectivo para tareas de interés general, como la pavimentación
de las calles; y una preocupación por el almacenamiento de las cosechas y defensa
de éstas contra los roedores, lo que puede conducir a la formación de espacios
especializados de almacenamiento, en donde dominan dichas estructuras.
Finalmente, en sociedades evolucionadas y más complejas, se observa rápida-
mente la formación de un recinto sagrado y político, de residencia de los jefes y a
la vez espacio ceremonial (funciones todas que se presentan, por ejemplo, en los
palacios de las ciudades yoruba).
Así pues, puede afirmarse que desde las etapas más primitivas de la organización
de los núcleos de poblamiento se perciben formas de organización que luego se
desarrollarán de manera más rica y compleja en las ciudades.
El poblamiento rural
Los estudios geográficos de los núcleos rurales y de sus formas de crecimiento son
interesantes también desde la perspectiva de la evolución urbana.
Como ya hemos visto en otro capítulo, la trama rural preexistente, los caminos
y el crecimiento se han reconocido como factores importantes que afectan a la
evolución de las ciudades. Remontarse, pues, a esas formas agrícolas puede ser útil
para entender aspectos importantes de la evolución urbana.
Afortunadamente, los trabajos realizados por geógrafos e historiadores sobre
las estructuras y el paisaje rural nos facilitan una amplia serie de estudios para
conocer los principios de organización y jerarquía urbana.
Esos estudios han mostrado varios tipos fundamentales de poblamiento rural,
con algunas variantes4. Ante todo, el tipo más disperso, en nebulosa, a partir del
cual se realiza una compactación en el área cercana a la iglesia. Luego los tipos
lineales: Strassendorf (aldea caminera, village rue) y, en cierta manera, Angerdorf
(village en lisière); en definitiva una aldea– calle con una arteria central ampliada
102 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
pequeños núcleos rurales; y permite comprender las razones por las que la trama
callejera iregular se configura a partir de la intervención de dichos agentes, y las
dificultades que se encuentran cuando la administración municipal intenta
controlar y regularizar esos procesos, debido a las estrechas relaciones personales
entre los agentes urbanos y los miembros del concejo municipal7.
Fig. 3.1 Reconstrucción anaparástica, desde arriba, del castro de Coaña, en Asturias,
por Antonio García y Bellido. En la parte superior el núcleo inicial, convertido en
ciudadela amurallada. Se observa la mezcla de viviendas redondas, más primitivas,
y de otras en evolución hacia la estructura rectangular (A. García y Bellido, 1985).
étnico queda de manifiesto en el nombre que a veces lleva: Oretum, capital de los
oretanos, Basti, de los bastetanos, Edeta, de los edetanos, o Indika, de los indiketes,
entre otras13.
En todo caso, esas capitales eran también centros comerciales y tuvieron un
papel importante en la incorporación de las innovaciones que llegaban del
Mediterráneo oriental; como lo muestra el que en el caso de las regiones interiores,
sea en ellas, y en especial en las más grandes, en donde durante los siglos V-III a.C.
aparecen con mayor abundancia las cerámicas griegas, que son en cambio mucho
más raras en los núcleos de tamaño inferior. Tenían así un claro papel de mercado,
a lo que unían posiblemente funciones religiosas, incluso en algún caso con centros
especializados de ese carácter, como en el de Laccuris (Alarcos, Ciudad Real) que
posiblemente sea una verdadera ciudad-santurario por el número de exvotos
encontrados.
El trazado interior de estas ciudades es todavía poco conocido. Aunque frecuen-
temente tenían una trama irregular, se han encontrado también sin embargo tramas
regulares, con calles entrecruzadas geométricamente así como «casas en manzanas
a partir de calles que se cruzan en retícula no regular, a la que se adaptan las vivien-
106 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Es casi seguro que los núcleos que dieron origen a las primeras ciudades tenían
una trama irregular como las que acabamos de señalar.
En general las ciudades en Mesopotamia como en Egipto, debieron de tener,
por lo común calles estrechas y sinuosas y casas de barro o adobe15. Seguramente
ese sería el tipo más común de desarrollo, que luego puede haber desaparecido
por remodelaciones posteriores, como sabemos que ocurrió en Ur y, posiblemente,
en Babilonia. En ocasiones la evolución posterior de la ciudad ha podido ocultar
esas tramas primitivas, pero los trabajos arqueológicos han mostrado muchas veces
que eso se debe a la regularización de formas irregulares.
Existen de todas formas, dificultades para determinar solo a partir de la
regularidad del plano si una ciudad estaba planificada o no. Es, por ejemplo,
interesante el debate sobre el planeamiento urbano en Tell el Amarna –fundada
por Aknaton y que subsistió durante 40 años hasta 1356 a.C.16– que se refleja en la
separación clara de la ciudad monumental y de las residencias de los privilegiados
respecto a la ciudad de los obreros, al este. Sin duda la ciudad fue planificada de
alguna forma, pero no de manera geométrica regular.
Sea cual sea la evolución del núcleo inicial, sabemos también que bien pronto
esas ciudades fueron rodeadas por murallas, y que a partir de ese momento las
rutas que partían de las puertas de la misma se convertían en los ejes organizadores
del nuevo crecimiento de la ciudad17.
EL CRECIMIENTO NO REGLADO Y LOS PLANOS IRREGULARES 107
La ciudad islámica
Poco después de la Hégira (622) los árabes iniciaron una rápida expansión por el
Próximo Oriente (en 636 conquistan Siria) y el norte de África. Aunque eran
pueblos del desierto, pronto asimilaron la ciencia y muchos aspectos culturales
del mundo clásico. Sabemos que el urbanismo griego y romano, que todavía se
encontraba vivo en el Próximo Oriente y norte de África al iniciarse las conquistas
musulmanas, impresionó a los conquistadores y se tuvo ocasionalmente en cuenta
en el urbanismo islámico, especialmente en la primera fase de la expansión cuando
algunos campamentos militares trazados con los principios clásicos de la castra-
mentación se transformaron en ciudades34.
En Hispania los invasores musulmanes fueron pocos y –como antes habían
hecho los visigodos– ocuparon esencialmente las ciudades, algunas de las cuales se
sometieron por capitulación. Las ciudades conservaron la estructura urbana
preexistente al mismo tiempo que la mayor parte de su población.
Los historiadores musulmanes tenían el recuerdo histórico de muchas ciudades
en decadencia. Ibn Jaldún en la historia de los bereberes habla de este tema, y
especialmente de las norteafricanas35. La melancolía que inspiraban las ciudades
muertas es un sentimiento común en la literatura árabe también en Al Andalus;
como aparece, por ejemplo en El collar de la paloma de Ibn Hazm36. Tras casi tres
siglos de decadencia desde el fin del imperio romano y con las convulsiones de las
invasiones bárbaras, los árabes encontraron ya muchas ciudades muertas en el
norte de África y en España, y otras desaparecieron con la invasión musulmana.
Las gentes a veces se apartaban de ellas como ciudades malditas, con el recuerdo
de Sodoma y Gomorra37.
Las ciudades árabes se caracterizan por sus planos irregulares. Unas veces como
resultado de un crecimiento que siempre tuvo esas características. Otras como
consecuencia de un proceso de «irregularización», por la ocupación privada del
espacio público en ciudades clásicas diseñadas con un trazado regular38.
EL CRECIMIENTO NO REGLADO Y LOS PLANOS IRREGULARES 111
alto, escarpado y defendible (Almería, Baza, etc.), o en la orilla del río (Badajoz,
Mérida, Córdoba ...). La alcazaba estaba separada del resto de la ciudad por murallas
y dentro de ella se situaba el palacio del príncipe o gobernador42. Fue sobre todo
esencial en los primeros momentos, cuando las conquistas se hacían por capitu-
lación y la ciudad seguía estando poblada por los habitantes originarios,
recluyéndose los conquistadores en la fortaleza; menor luego con la islamización
general, pero de todas maneras, importante por las frecuentes revueltas y guerras
que se produjeron en el interior del islam.
La organización religiosa y teocéntrica otorgaba un papel fundamental a las
mezquitas, y en particular a la mezquita aljama o principal, orientada hacia la
Meca y próxima con frecuencia al palacio del príncipe o alcázar. El edificio podía
tener también funciones políticas cuando en ella se reunía la umma bajo la dirección
del imán, que dirigía la oración y la exposición sobre problemas de la comunidad
(jutba). Era también lugar de encuentro público y podía cumplir de hecho funciones
de ágora o plaza, e incluso lugar de mercado43, como la sinagoga en el mundo
judío (recuérdese el episodio de Cristo expulsando a los mercaderes del templo) o
las catedrales en el mundo cristiano.
La madrasa o edificio destinado a educación estaba también asociado a la
mezquita, ya que la educación elemental y superior se fundamentaban en la religión.
Junto al edificio de enseñanza había asimismo viviendas para profesores y alumnos.
Además de ocupar viejas urbes, los musulmanes también fundaron nuevas
ciudades, aunque esto fue excepcional. En España se tiene noticias de 23 ciudades
nuevamente fundadas44, aunque algunas (como Lérida, Medinaceli y Béjar) fueron
en realidad reconstrucciones. Otras se fundaron por razones militares, o como
ciudades cortesanas (Medina Azahara). Las de nueva fundación fueron: Calatayud,
Calatrava la Vieja, Quanat Amir, Ilbira, Uclés, Tudela, Murcia (831), Úbeda,
Talamanca, Madrid, Lérida, Badajoz, Medina al Fath, Medina al Zahra, Sektan,
Medinaceli (Medinat Salim), Almería (Al Mariyyat), Gibraltar, Aznalfarache,
Algecira la Nueva. Algunas de ellas tuvieron probablemente un plano regular, que
también aparece en grandes creaciones cortesanas en otros países islámicos45.
Con el tiempo, una nueva muralla se hace necesaria para defender todos esos
desarrollos exteriores, lo que se produce en momentos diferentes de los siglos XII al
XIV. Al exterior de ellas quedan los fosos, algunos hospitales, capillas, mesones y
hosterías, así como los ríos y sus puentes. A veces también calles divergentes que
muestran las puertas de la ciudad.
En España la Reconquista de los reinos cristianos en la Meseta norte había
supuesto la recuperación de ciudades arruinadas que fueron repobladas. Pero desde
la conquista de Toledo (1086) y el avance por la Meseta meridional se ocuparon ya
grandes ciudades, a veces con fuerte población mozárabe, como en la misma Toledo
(Figura 3.2), y otras con su caserío casi vacío, por haber huido o haber sido
expulsados los anteriores habitantes musulmanes, como ocurrió en Sevilla o
Fig. 3.2 La ciudad de Toledo a mediados del siglo XIX. Emplazada en un meandro del
Tajo, que le sirve de foso defensivo, es un ejemplo de plano irregular en el que se
percibe todavía la influencia del trazado de época musulmana, anterior a la
conquista cristiana de 1086 (Atlas de España y sus posesiones de ultramar, de
Francisco Coello, 2ª hoja del suplemento, 1852)
116 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Fig. 3.3 La ciudad de Ávila con las murallas medievales, los arrabales y
el puente sobre el Adaja. Obsérvese también la localización del
mercado de ganados ante una de las puertas de la muralla
(Atlas de España ..., de Francisco Coello, hoja de Ávila, 1864)
118 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Ha sido una forma normal de expansión durante toda la edad moderna, que a
veces aparece desdibujada en los manuales de historia urbana que dedican lógica-
mente mayor atención a los proyectos y nuevas propuestas de urbanización
realizadas por los agentes urbanos. Pero el examen de los planos de diversos
momentos en cualquier ciudad muestra que la expansión se ha ido realizando
según esa forma no reglada, como expansión espontánea de iniciativa individual.
120 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
A fines del siglo XIX con el triunfo del historicismo se produjo una nueva valoración
del plano irregular, típico del crecimiento histórico medieval. La obra de Camilo
Sitte contribuyó a la revalorización de esos conjuntos medievales que se habían
ido desarrollando lentamente y en los que el crecimiento «espontáneo» no deja de
ir acompañado de sutiles efectos de perspectiva, de plazas y edificios bellamente
diseñados y de una escala que permite el disfrute de los monumentos68.
Naturalmente, esas ideas sirvieron, sobre todo, para que surgiera un movi-
miento conservacionista que empezó a valorar las viejas ciudades y trató de prote-
gerlas. Pero en lo que se refiere a las expansiones urbanas era difícil construir esos
planos en la ciudad industrial, con las nuevas necesidades, con el ferrocarril, los
tranvías y el naciente automóvil. Algún tipo de regularidad y orden era necesario y
los trazados rectos se impusieron generalmente en el diseño urbano.
Pero la valoración del plano irregular llevó incluso a su diseño en circunstancias
excepcionales. Concretamente fueron una oportunidad para ello las exposiciones
internacionales, que pusieron de moda la construcción de pueblos típicos de cada
país. En las de Alemania y los países escandinavos (por ejemplo, Estocolmo 1904)
se construyeron pueblos germanos y escandinavos. De manera semejante, en la
Exposición Internacional de Barcelona de 1929 se edificó un Pueblo Español. Sus
callejas típicas reúnen un conjunto de edificios representativos de todas las regiones
españolas, organizados con un plano irregular que tiene la diferencia respecto a
los auténticos de que ha sido conscientemente construido.
Pero eso no quedaría ahí. Ese modelo del pueblo con el plano irregular ha
podido ser revalorizado por el urbanismo postmoderno y tener también eco en
las promociones turísticas. Frente al diseño racionalista o al de ciudad jardín,
algunas promotoras turísticas han construido también en los años 80 típicos
pueblos. La Pobla de Farnals, en Valencia, o el Roc de Sant Gaietá, junto a Creixell,
Tarragona, son ejemplos bien significativos de esa moda69.
Finalmente, no hay que olvidar que el crecimiento irregular ha podido ser
también el del barraquismo no planificado, como tendremos ocasión de ver en
otra parte de esta obra.
NOTAS AL CAPÍTULO 3
1 Morris (1974) 1992, págs. 20-21. 13 Para todo esto Fuentes Domínguez 1993,
2 Morris (1974) 1992, pág. 24. págs. 163-166.
3 Fraser 1968. 14 Fuentes Domínguez 1993, pág. 167.
4 La bibliogafía es amplísima, y puede 15 García y Bellido 1985, pág. 20.
encontrarse fácilmente a partir de obras 16 Morris 1992, pág. 26.
básicas como Demangeon 1963, «Geo- 17 Ej. en Morris 1992, fig. 1.11.
grafía del habitat rural», págs. 81-125; 18 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993, pág.
Sorre 1952 (cap. III «L’habitat rural. 16.
Théorie de l’habitat»); Otremba 1955, 19 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993, pág.
págs. 131-177; Schwartz 1961, cap. II 16.
(especialmente «Die Gestaltung der Flur 20 Morris 1992, cap. 2 «Ciudad griega» y
und die Zuordnung von Flur-und Mumford (caps. V al VIII). Puede
Ortsform (Siedlungsform)», págs. 149 ss) complementarse la lectura del capítulo de
y III, («Die Zwischen Land und Stadt Morris con diversos capítulos del libro de
stehenden Siedlungen»); Meynier, 1970; Mumford La ciudad en la historia, vol. I:
Lebeau 1979, págs. 30-35. El objetivo de cap. V («Surgimiento de la polis») págs.
estos estudios debía ser, como indica 150-196; cap. VI («Ciudadano versus
Sorre, pág. 117): reconocer los tipos ciudad ideal»), págs. 197-225; y cap. VII
actuales y situarlos «en las series evolu- («Absolutismo helenístico y urbanidad»),
tivas, buscando sus factores de fijación o págs. 226-251.
de evolución. Estos factores se encuen- 21 Mumford ed. 1968, I, 155.
tran en las tendencias individualistas y 22 Pausanias: Descripción de Grecia, ed.
comunitarias, en las condiciones econó- 1986.
micas y técnicas de la explotación agrí- 23 García y Bellido 1985, pág. 118
cola, en las presiones impuestas por el 24 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993, pág.
régimen económico y social»; en parti- 15.
cular se ha estudiado la relación de estas 25 Fuentes Domínguez 1993, pág. 172.
tipologías con los campos abiertos (open- 26 Fuentes Domínguez 1993, pág. 174.
field) y los campos cerrados (bocage). 27 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993, pág.
5 Ejemplos de análisis sobre pueblos 19 y ss.
españoles en López Gómez 1966 y Suárez 28 Sagunto mantendría su dinamismo
Japón 1982. durante un cierto tiempo, con el desa-
6 Duby (1962) 1999, pág. 17. rrollo de un buen número de villas sub-
7 Un buen ejemplo de estos procesos en urbanas en su fértil entorno, pero a partir
Moreno Jiménez 1985. del siglo v cayó en tal decadencia que
8 Jacobs (1969) 1971. incluso su nombre fue olvidado, cam-
9 García-Bellido 1999, cap. 10.3 «Evolución biado por el de Murviedro (murus vetus)
morfológica de la casa cuadrangular a la (Abad y Aranegui 1993). Una vista de la
casa-patio», págs. 857-872. ciudad a mediados del siglo XVI con los
10 García-Bellido 1999, cap. 10.2, «Evolu- restos del teatro todavía bien conser-
ción de las formas del coranema: de la vados, en Kagan (dir.) 1998, pág. 188.
casa redonda a la casa cuadrangular», 29 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993,
págs. 813 y ss., en especial 826-835. págs. 48-50.
11 García-Bellido 1999, págs. 836-856. 30 Martín-Bueno 1993, pág. 117.
12 Según Antonio García y Bellido (1980) 31 Ese espacio siguió siendo un lugar de
se trata de una forma de vivienda con máxima centralidad durante la época
difusión en áreas extensas del Medite- musulmana y cristiana, llegando con ese
rráneo y África. mismo carácter hasta hoy día (entre la
NOTAS AL CAPÍTULO 3 123
catedral y la iglesia del Salvador). Las Vázquez de Parga, J.M. Lacarra y J. Uría
últimas interpretaciones parecen esta- 1949; la edición de 1993 contiene una
blecer la existencia en la época romana puesta al día bibliográfica sobre el tema.
de una cierta bipolaridad en la centra- Véase también Camino 1994.
lidad, con un centro municipal y otro de 50 García de Valdeavellano 1960.
carácter más comercial (León Alonso y 51 Se trata de los strips plots de los núcleos
Rodríguez Oliva 1993, pág. 36). británicos, que se citan en las referencias
32 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993, pág. posteriores como burgages (Conzen
38. 1962) y de las parcelas góticas de la
33 Abad y Aranegui 1993, pág. 98. tradición hispana.
34 Los ejemplos han sido ampliamente 52 Philip Banks 1990 y 1992.
citados, y entre ellos se encuentran 53 Carter, An Introduction to Urban Histo-
Basrah (638), Al Kufa, luego El Cairo rical Geography 1983, «The medieval
(640), y otras ciudades en el norte de marchands of Europe», págs. 34-50 y pág.
África y Al Andalus; sobre ello Gabrielli 47.
1959, Torres Balbás 1971, Serjeant (ed.) 54 Conzen ha descrito ese proceso en el caso
1980, cap. 5 «La forma física» por Nikita de Alnwick, aludiendo a las áreas perifé-
Elisseeff. ricas de crecimiento urbano de los nú-
35 García y Bellido I, 36 ss. cleos medievales (fringe belts) que luego,
36 Torres Balbás 1971, pág. 38. cuando el crecimiento al exterior conti-
37 Torres Balbás 1971, pág. 39. núa, se convierten en inner fringe belts.
38 Ejemplos de ello en García-Bellido 1997, Estas zonas comienzan y se desarrollan
págs. 72-73; el mismo autor ha tratado como cinturones distintivos de utiliza-
más ampliamente de ello en su tesis ción periférica del suelo, asociado con la
doctoral, 1999, cap. 11 «Una interpre- outer back fence, back lane o muralla
tación generativa de la morfogénesis de medieval como una ‘línea de fijación’ que
la ciudad islámica (Aplicación del divide la zona intramural y extramural.
método coranómico)», págs. 921-1076. 55 Guirald, Teixidor de Otto 1982.
39 García-Bellido 1997 y 1999. 56 Nicholas 1997, vol. II, cap. III.
40 Referencias en Capel «Las transfor- 57 Ejemplos de ciudades castellanas y arago-
maciones de los núcleos urbanos», 1971 nesas: León (Martín Galindo 1957),
(1ª ed., La Tierra y sus límites). Burgos (González 1958), Salamanca
41 Diversos autores han hablado de ello: (Cabo 1968).
sobre todo Gardet 1967 y 1976, Serjeant 58 Sánchez Rubio 1993.
(ed.) 1980, Chalmeta 1994 (y en otros 59 Aguado González 1987.
trabajos suyos) y García-Bellido 1997 y 60 Una excelente colección de vistas de las
1999, cap. 11. ciudades españolas a mediados del siglo
42 Ver Grabar 1985. XVI es la que dibujó Antoon van den
43 Chalmeta 1982. Wijngaerde entre 1561 y 1571, repro-
44 Datos en Torres Balbás 1971, y en ducidas en Kagan 1998.
Chalmeta 1994. 61 Reps (1965) 1992, cap. 5 «New Towns in
45 Como algunas grandes ciudades del New England», y en especial pág. 120.
imperio musulmán de la India y otras 62 Capítulo 2.
regiones asiáticas. Respecto al caso de 63 Caniggia y Maffei 1995; hemos hablado
España, en Murcia, Flores Arroyuelo. de ello en el capítulo 1.
46 Ejemplos franceses en Pinon 1986. 64 Sobre Madrid y otras ciudades, A. Bonet
47 Duby (1962) ed. 1999, págs. 53-69. «Teoría de la calle mayor», en Morfología
48 Sobre León, Sánchez Albornoz (1965) y ciudad; y sobre Cartagena, Pérez Rojas
1982, y sobre Barcelona, Banks 1990 y 1986, pág. 105.
1992. 65 Alzola Minondo (1899) 1979, y García
49 Siguen siendo básicos los trabajos de Luis Ortega 1982.
124 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
66 A Coruña y otros núcleos gallegos, Daldá ideas en Estados Unidos véase Hegemann
Escudero 1991; sobre Andalucía, y Peets (1922) 1992, cap. I «Renacer
Valenzuela Montes 2000. moderno del arte civil. Las enseñanzas de
67 Cap. 12, y vol. II, capítulo agentes Camilo Sitte».
urbanos. 69 Véase también el capítulo 11, págs. 486-
68 Sitte (1889) 1980. Para el impacto de sus 87.
4. La influencia de la organización militar
en el desarrollo urbano
LAS MURALLAS
Las ciudades han tenido murallas desde las primeras civilizaciones hasta el siglo
XIX o comienzos del siglo XX. Una permamencia tan larga refleja, sin duda, las
funciones importantes atribuidas a esas defensas, y ha debido de tener conse-
cuencias importantes sobre el desarrollo urbano.
Murallas y emplazamiento
En la alta edad media algunas ciudades podían beneficiarse para su defensa de las
murallas romanas completas (caso de Barcelona) o de una parte de ellas (caso de
Tréveris). El poblamiento se apoyó también en fortificaciones, que formaban una
especie de ciudadela, y en iglesias y monasterios, en conjuntos aislados; se desa-
rrollaron también mercados abiertos junto a ellos, en torno a los cuales se situaron
nuevas viviendas20.
En los siglos X-XI las ciudades europeas eran muchas veces ciudades poli-
nucleares abiertas. Pero en los siglos XI y XII en la mayor parte de Europa se
construyen murallas y las ciudades se convierten en cerradas, unificando esas
diversas unidades, y más concretamente la fortaleza, el núcleo antiguo, el núcleo
eclesiástico o monástico y el mercado. La construcción de ese recinto amurallado
fue posible por el poder de los comerciantes, del concejo municipal o del rey, cuyo
apoyo era esencial en las operaciones más ambiciosas. Desde el punto de vista del
plano, significa el paso de la ciudad polinuclear o dispersa a la ciudad compacta.
130 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
triangular hacia el río Arno. La cuarta muralla fue construida en 1078 por la condesa
Matilde para defenderse del emperador Enrique IV, y seguía prácticamente el
trazado de la primera muralla romana más la extensión ya ganada en la muralla
carolingia. La quinta muralla es la muralla comunal, construida entre 1173-75;
defendía las nuevas expansiones de la ciudad, que alcanzó en este momento los
límites que había llegado a tener en el siglo II, y protegía asimismo también la
extensión de la ribera sur del Arno. En 1258 se construyó una sexta muralla que se
extendía ampliamente al otro lado del Arno, es decir lo que se denominó Oltrarno,
y fue construida con los materiales de las torres y palacios derribados a los gibelinos.
La séptima, en fin, es la nueva muralla comunal construida entre 1299 y 1333 y
ocupaba un amplio espacio que de hecho solo se rebasaría a mediados del siglo
XIX. Se trata de una muralla que con sus 8.500 m de perímetro (con 19 puertas)
encerraba 430 ha, quintuplicando así la superficie protegida por la muralla anterior.
Su construcción dejaba amplios espacios no edificados para la expansión posterior,
espacios que la crisis demográfica de la peste negra mantendría durante mucho
tiempo sin edificar, permitiendo de hecho englobar intramuros toda la expansión
demográfica hasta el XIX. En realidad la cifra de población de Florencia en 1300,
unos 100.000 habitantes, solo sería superada en el siglo XIX23.
En algunos casos existían también fosos junto a la muralla. A veces se aprove-
chaba un río o arroyo para ello, el cual en el caso de una ampliación de los muros
podía desviarse para constituir un nuevo foso. Es lo que ocurrió en Talavera, donde
el río fue desviado al construirse el Arrabal Mayor en el siglo XII. O en Florencia
donde el Mugnone, afluente del Arno, constituía el foso occidental de la ciudad
romana y lo fue nuevamente de la muralla de 1173, tras su desvío hacia occidente;
sería desviado de nuevo en 1284-1333 al edificarse la séptima muralla para
constituir un nuevo foso defensivo exterior24.
La construcción de una muralla era un proceso costoso y laborioso, y muchas
veces lento. En algunos casos la decisión de construir una nueva cerca amurallada
daba lugar primero a una empalizada provisional y solo más tarde a una verdadera
muralla. Así ocurrió en Florencia con la decidida en 1173.
La decisión de edificar una muralla podía dar lugar a la aparición de conflictos
entre distintos grupos sociales con intereses divergentes. Los más interesados podían
ser el concejo municipal, como representante de la colectividad, y los comerciantes,
para salvaguardar la actividad económica, sus riquezas y sus propiedades. Pero
como la construcción de unas murallas exigía elevados recursos, esa iniciativa podía
contar con la enemiga de la iglesia, protegida muchas veces por los muros poderosos
de sus conventos o iglesias; y, sorprendentemente, también de los elementos
militares, que podían sentirse igualmente seguros tras los muros de sus castillos y
palacios fortificados. Al mismo tiempo, con esas actitudes insolidarias trataban de
poner énfasis en el carácter de sociedades aparte que tenían como eclesiásticos y
caballeros. La oposición de los eclesiásticos y nobles se explica también porque sus
edificios y propiedades, situados muchas veces en la periferia de las ciudades,
quedaba frecuentemente afectadas por el levantamiento del perímetro defensivo.
Los casos de la construcción de las murallas de diversas ciudades castellanas y
132 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
arriba, concretamente las culebrinas y cañones propiamente dichos. Por eso los
baluartes, terraplenes y parapetos debían trazarse para resistir dicha artillería
gruesa34. Pero desde esos mismos años en que escribía el ingeniero español se
empezaron a usar ya baterías de cañones que disparaban proyectiles de 40 a 70
libras, cifra que se elevaría luego en el siglo XVII hasta 100 y más. En lo que se
refiere al alcance en ese mismo siglo se consiguieron ya distancias de 400 y más
metros, llegando excepcionalmente a los 1.000.
El desarrollo de la artillería se apoyó en los estudios sobre la trayectoria de los
proyectiles. La balística fue esencial en el nacimiento de la nueva ciencia, como
muestra el mismo título del libro fundamental de Niccolò Tartaglia, Nova scientia
(1537), completado poco después por sus Questi et inventioni diverse (1546), en
los que se establecen los fundamentos científicos de una práctica artillera hasta
entonces puramente empírica, la cual sería reforzada a principios del siglo siguiente
por los cálculos de Galileo sobre la trayectoria de los proyectiles35.
Durante el siglo XVI la mayor parte de las murallas que tenían las ciudades
habían sido construidas según la tradición medieval –e incluso algunas se constru-
yeron todavía así durante el quinientos. También eran de ese tipo tradicional cuando
el posible atacante estaba constituido por grupos con escasa tecnología; por ejemplo
en ciudades americanas del imperio hispano y, más tarde, también en las coloniza-
ciones francesas o inglesas de América, en las que algunas murallas son simples
empalizadas36. Pero durante la edad moderna, en relación con los numerosos
conflictos que se produjeron, la preocupación defensiva pasaría a ser muy fuerte
en Europa y en todo el mundo y tendría importantes consecuencias en el urba-
nismo, especialmente de aquellas ciudades que estaban situadas en lugares
fronterizos o amenazados, que fueron muchos durante la edad moderna.
Conviene recordar que durante los siglos XVI y XVII el continente europeo fue
el teatro de grandes contiendas entre los pequeños estados, primero, y entre las
potencias emergentes y expansivas, después. No hay más que recordar las guerras
en Italia por conflictos internos entre las ciudades y por las intervenciones de otras
potencias, principalmente España y Francia, durante el quinientos; las guerras de
religión que se mantienen a partir de la Reforma protestante y continúan en el
seiscientos con la guerra de los Treinta Años; o las numerososas guerras provocadas
por la independencia de los Países Bajos, por el imperialismo sueco, por la
aspiración de Francia a las llamadas «fronteras naturales», y por los conflictos en
el imperio germánico. Y junto a ello, en todo el Mediterráneo el peligro que supuso
la amenaza turca; y en la cuenca occidental de este mar, la presencia constante de
los piratas argelinos, ocasionalmente aliados con Francia (por ejemplo en tiempos
de Carlos V), lo que los hacía incluso estratégicamente peligrosos.
En relación con esos conflictos se modifica el sistema defensivo, y de la misma
manera lo hacen las murallas. La poliorcética experimenta una gran transfor-
mación. Un grupo de profesionales, los ingenieros militares, adquieren a partir de
ese momento un papel relevante en el arte de la guerra, en todo lo que se refiere al
ataque y defensa de plazas37.
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 135
A partir del quinientos las teorías de Vitrubio, adaptadas por Alberti, y los
sistemas de castramentación de Vegecio tuvieron que ser modificados. Se han de
rediseñar las fortificaciones y realizar nuevamente grandes esfuerzos defensivos.
Adquiere ahora importancia en la construcción de las defensas el trazado penta-
gonal y se desarrolla la fortificación abaluartada con el diseño de baluartes,
revellines, hornabeques, contraguardias, glacis y otros elementos de refuerzo.
La fortificación «a la moderna» se va difundiendo desde el siglo XVI; primero
en Italia, tanto en los principados independientes como, más tarde en los dominios
españoles, y luego en otros países, empezando por aquellos que intervenían en
Italia, como España. Los ingenieros italianos y flamencos adquieren un gran
protagonismo en todos los dominios de la monarquía hispana, incluyendo los reinos
de Indias.
Los fuertes abaluartados de la Florencia de Medicis, en los que intervinieron
Miguel Ángel y Sangallo el Joven, las murallas de Lucca, iniciadas en 1504, o la
fortaleza de L’Aquila en el límite de los dominios españoles de Nápoles son ejemplos
tempranos del nuevo sistema de fortificación. Más tarde los tratados de ingeniería
militar como el de Cristóbal de Rojas consolidaron dicho sistema; este ilustre militar
estimaba que el ingeniero que tratara de erigir una fortificación «si fuere ciudad la
rodeará con muchos baluartes, conformándose con el terreno»38.
Fortificaciones cada vez más amplias y complejas están presentes de forma
destacada y creciente en los diseños de ciudades ideales del Renacimiento; y se
construyen también en la realidad, como ocurrió en la fundación de Palma Nova,
levantada en 1593 para asegurar la defensa de Venecia39.
Para resistir la artillería desde comienzos de la edad moderna, una ciudad
debería tener un número de baluartes apropiado a su tamaño: de cinco o seis para
los pequeños núcleos fortificados, hasta siete, diez o más para las ciudades mayores.
Además de los baluartes y los lienzos de las murallas, el arte de la fortificación
consideraba ya a finales del XVI la necesidad de construir «cortinas, caballeros,
tenazas, tijeras, dientes, casamatas, puertas, terraplenes, estradas detrás de los
terraplenes, fosos grandes y refosos pequeños, estradas cubiertas fuera del foso y
campaña rasa en torno al foso»40. A ello podían unirse fuertes exteriores y otras
fortificaciones a cierta distancia, entre los cuales, en el caso de ciudades fluviales,
la cabeza de puente en la otra orilla. Junto a las murallas se construían a veces los
arsenales y polvorines, para el pronto abastecimiento de armas y pólvora para la
defensa. Como resultado de todo ello la anchura de este sistema fue creciendo
entre los siglos XVI y XVIII y llegó a ser considerable.
Las ciudades importantes y con amenazas de los enemigos se van fortificando
a lo largo del seiscientos siguiendo esas pautas. Dicha evolución alcanzará su
máximo desarrollo en el siglo XVIII, con las obras de las escuelas de ingenieros de la
Monarquía hispana –formados primero en las academias de Madrid, Milán y
Bruselas y, luego, sobre todo en Barcelona41–, y de ingenieros franceses, asociados
primeramente al magisterio de Vauban y luego a la escuela de Meziéres.
Fueron sobre todo las ciudades fronterizas las que se esforzaron en reforzar
sus murallas. En particular, aquellas que tenían posiciones estratégicas. Ante todo,
136 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
las situadas en fronteras afectadas por el expansionismo francés del seiscientos (en
Francia, Alemania, España), las de Portugal (Badajoz, Ciudad Rodrigo ...), las de
Italia42 (Figura 4.1).
En los reinos de las Indias Occidentales la Monarquía hispana tuvo igualmente
necesidad de defensas para protegerse de los ataques piratas y de otras potencias
ya desde la segunda mitad del siglo XVI. Los ingenieros militares de la Corona diseñan
un sistema defensivo completo, que se iría perfeccionando en los dos siglos
siguientes. En dicho sistema la fortificación de algunos puntos eran especialmente
Fig. 4.1 La ciudad de Badajoz con la fortificación abaluartada a mediados del siglo XIX.
El emplazamiento primitivo era el cerro del Castillo Viejo, controlando el Guadiana.
La muralla quedaba reforzada con los revellines y fuertes, entre ellos
el que aseguraba la defensa del puente al otro lado del río
(Atlas de España ..., de Francisco Coello, 4ª hoja del suplemento, 1854)
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 137
importantes, sobre todo en las vías de penetración hacia los núcleos fundamentales
del imperio americano, las capitales virreinales (El Callao, como puerta de Lima;
San Juan de Ulúa, para la defensa de Veracruz, la puerta de la capital de Nueva
España; Cartagena de Indias), las grandes ciudades comerciales, como La Habana,
y otros puntos de particular importancia. En el Flandes indiano, es decir en esas
regiones meridionales de Chile en donde los españoles tuvieron que enfrentarse a
la agresividad araucana, las fortificaciones fueron también una necesidad43. En
relación con ello se fue poniendo a punto todo una doctrina defensiva44, que no es
más que una variante de los sistemas europeos. En todo caso, es importante recordar
que en el desarrollo de dicho esfuerzo defensivo el énfasis fue pasando creciente-
mente desde la fortificación de puntos concretos al diseño de un verdadero sistema
defensivo territorial.
A lo largo de la edad moderna se produjo, en efecto, un importante cambio en
la defensa del territorio. Las plazas fuertes eran insuficientes. Desde el punto de
vista estratégico la construcción de vastos recintos defensivos en las ciudades
planteaba problemas delicados, ya que si eran tomadas por el enemigo se convertían
luego en inexpugnables. Se produjeron amplios debates sobre ello en el siglo XVII,
por ejemplo en la Nueva España con referencia a la defensa de Veracruz y la cons-
trucción del fuerte de Perote. Se pasa de esta forma a la organización de verdaderos
sistemas defensivos que tienen su centro en una plaza fuerte o un conjunto de
plazas. Las ciudades se integran así en una red de puntos neurálgicos para la defensa.
En dichos sistemas se incluyen: a) ciudades y fuertes próximos (por ejemplo en
Seu d´Urgell o en Figueres, en Veracruz, en Cartagena de Indias, en Barcelona con
la Ciudadela y al exterior el Fuerte Pío, todas ellas con distintos fuertes exteriores
que defienden los caminos de acceso o las eminencias desde las que se podía atacar
la población); b) conjuntos de ciudades próximas fortificadas para apoyarse
mutuamente (en Plymouth, con Devonport y Stonehouse; en Portsmouth con
Portsmouth y Gosport45; c) rutas fortificadas (de donde el papel del fuerte de Perote
en la ruta de Veracruz a México).
fueron fuertemente afectados los suburbios. Ello podía ir unido a la expansión del
caserío existente, ya que las nuevas murallas dejaban frecuentemente espacio para
el crecimiento intramuros del caserío. O a veces, tras la caída en manos de un
nuevo ocupante, suponían la expulsión de la población y la formación de un arrabal
extramuros, con un proceso de suburbialización, como ocurrió en Rosas tras las
diversas caídas en manos francesas durante la segunda mitad del siglo XVII48. Aunque
siempre esos arrabales eran controlados luego por estrictas reglamentaciones para
regular su diseño y la altura de las construcciones, con el fin de que no afectaran a
la defensa de la plaza.
Por razones militares o porque la construcción de una muralla urbana es, ya
lo hemos visto, algo muy costoso, en algunas ocasiones se optó por un sistema de
ciudadelas y fortificaciones defensivas. Es el caso de La Habana, donde ya desde el
siglo XVI se acometió la construcción del castillo de La Fuerza Vieja, con un espacio
despejado circundante que afectó al desarrollo urbano de la ciudad que se había
de defender, sustituida luego por el castillo de la Fuerza, situado en la plaza de la
iglesia, es decir, dentro de la población, para defender el puerto de la ciudad49. Este
cambio supuso expropiar casas y realojar a sus habitantes, y asignar otro espacio a
la plaza mayor de la ciudad. La creciente importancia del puerto de La Habana
exigió la construcción de nuevas fortalezas periféricas en puntos topográficos y
defensivos apropiados (El Morro y La Punta y otras fortalezas menores). Los
primeros proyectos para construir una muralla de La Habana son de 1567 y 1603,
aunque la construcción tardó en materializarse por el coste de la obra. Finalmente
estas se iniciaron en 1654 y continuarían durante todo el siglo siguiente, conclu-
yéndose por último en 1794.
Las murallas y las zonas polémicas supusieron para las ciudades un corsé que
limitaba su expansión, y dieron lugar con frecuencia a la densificación intramuros
y a la elevación de los edificios durante el XVIII. Algunas pudieron construirse sobre
instalaciones militares (arsenales, fundiciones ...) trasladadas al exterior (caso de
La Habana en el XVIII, con el traslado al exterior del Arsenal en 1734)50. Pero
generalmente eso no fue posible y obligó a elevar las viviendas intramuros, como
ocurrió en Barcelona y en tantas otras ciudades durante el siglo XVIII.
Algunas ciudades situadas en el interior de los territorios metropolitanos o de
las extensas regiones del imperio hispano no necesitaban defensas. El Madrid de
los Austrias, en el centro de la península ibérica, nunca las tuvo durante la edad
moderna, ni tampoco la ciudad de México, capital del virreinato de la Nueva España.
Pero podían disponer de una cerca de carácter fiscal, jurídico o económico. A veces
la muralla se construye también con otros objetivos, como la que se edificó en la
parte oeste de Berlín en 1732-34 para evitar deserciones.
Por otra parte, la no existencia de murallas pudo permitir una más fácil
expansión suburbana y la creación de tradiciones de casa con jardín en la periferia
de la ciudad. Es lo que ocurrió en Gran Bretaña donde, como hemos dicho ya, la
mayor parte de las ciudades no tuvieron murallas durante la edad moderna.
La construcción de las fortificaciones afecta al desarrollo de la actividad
económica. Construir una muralla exigía fuertes inversiones. En algún caso la
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 139
Las puertas
Las murallas eran verdaderas barreras con solo algunos accesos, las puertas, que
normalmente se cerraban durante la noche. En las vías principales podían ser
compuestas, con arcos para el paso de carros y caballerías y portillos para peatones.
La puerta era también el punto de cobro de impuestos y el límite jurisdiccional de
la ciudad; éste, sin embargo podía prolongarse eventualmente en algún núcleo
más alejado que recibía el calificativo jurídico de «calle de la ciudad», como sucedía
en la Barcelona medieval con algún pequeño núcleo extramuros.
La importancia de las puertas era grande como únicos pasos hacia el exterior.
Dirigían toda la red viaria, convergente y divergente desde ellas. Se construían
normalmente en relación con las vías antiguas existentes que conducían hacia las
ciudades próximas o con las nuevas construidas para conectar con las fortalezas
exteriores del sistema defensivo.
El número de puertas de la cerca estaba en relación con la importancia de la
ciudad. También con los caminos y la topografía: ciudades con murallas que
protegían 100 ha podían tener solo cinco puertas (caso de Soria), mientras que
otras más pequeñas tenían el doble. En las ciudades fluviales la puerta del río
conducía al puente que, en ocasiones, fue durante mucho tiempo el único paso del
mismo; algunas se han mantenido desde época romana o medieval (por ejemplo,
la puerta de las Palmas en Badajoz).
La puerta como elemento fundamental de la muralla tenía sus propias
exigencias defensivas: codos o patios abiertos, puente levadizo sobre el foso, ratrillo,
gruesas puertas. Pero también sus exigencias de grandeza y monumentalidad
retórica. La puerta en las murallas de algunas grandes ciudades se convierte no
solo en la entrada de la ciudad, sino en el anuncio y presentación de su grandeza:
desde las puertas de las murallas de Babilonia o de las ciudades hititas y micénicas,
a los propileos y arcos de algunas ciudades romanas o a las grandes puertas
monumentales de las ciudades españolas medievales o renacentistas (como la puerta
de Quart en Valencia o la puerta de Bisagra en Toledo). Recibieron por ello una
gran atención en la arquitectura de todas las épocas y se construyeron con piedras
de sillería y elementos ornamentales de carácter simbólico. En la edad media se
decoraban con símbolos municipales o con las imágenes de los símbolos religiosos,
los santos que sustituyen a los dioses de la antiguedad. En las ciudades de realengo
desde la edad media, y luego prácticamente en todas durante la moderna,
incorporan también los símbolos de la monarquía.
Los tratadistas renacentistas, desde Alberti (1485), prestaron gran atención a
su diseño, y fueron muchas las que se construyeron con los modelos clasicistas de
Serlio y Vignola, que tendrían gran influencia en los arquitectos militares y civiles
de toda la edad moderna.
Siguieron construyéndose en el siglo XVIII cuando habían perdido ya su función
militar, pero la tenían administrativa y fiscal o sanitaria, cuando a través de ellas
podían controlarse o impedir la entrada de forasteros en caso de epidemia. Se
edificaron macizas y exentas, aunque alineadas a la muralla, como especie de arco
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 141
ciudad podía convertirse en un punto de ataque protegido para expugnar las mura-
llas. Se establecieron así limitaciones a la construcción en el espacio periurbano. El
impacto de estas medidas en el desarrollo urbano ha sido así considerable.
En las ciudades romanas fortificadas existía en torno a la muralla o al foso
defensivo una franja de terreno que era dejado inculto por razones a la vez militares
y religiosas, el pomerium. La expansión de dichas ciudades en la época del imperio
condujo a ocupar y rebasar el pomerium en muchos casos (por ejemplo en la
Florencia del siglo I y II), con la fundación de burgos extra moenia, en los que se
instalaban los forasteros (peregrini).
También en la edad media y en la edad moderna más allá de las murallas se
extendía la zona polémica, cuyo valor jurídico estaba regulado en las ordenanzas
militares, y a veces también en las municipales. Un aspecto esencial del arte de la
defensa era que el terreno circundante a la muralla había de estar despejado, para
impedir la fortificación de los enemigos, y facilitar la defensa por los cañones de la
ciudad.
La amplitud de esa zona despejada va ampliándose según se alarga el alcance
de los cañones. A comienzos del siglo XVII el ingeniero militar Cristóbal de Rojas
advertía que «ha de haber desde el foso hacia la campiña mil pasos de campiña
rasa, y cuando menos serán ochocientos, en los cuales no ha de haber jardines, ni
huertos, arboledas, casas, vallados, barrancos, ni arroyos donde se pueda esconder
el enemigo, sino que todo esté de tal manera que un pájaro que venga por el suelo
sea visto desde la muralla, todo lo cual es tan necesario como los miembros de la
fortificación. Les favorece el que el enemigo no tenga abrigo ni comodidad alguna,
sino fuere el suelo limpio y ese se les pueda sembrar en secreto de abrojos para
clavar la caballería»58. Se prohibía todo tipo de construcción permanente, y afectaba
incluso a la agricultura, ya que podía impedirse la existencia de árboles y, por
tanto, la arboricultura. Finalmente en la edad moderna la extensión de esta zona
desde la muralla se fijó entre 1 y 1,5 km.
En realidad existían varios círculos. En el primero la prohibición de edificación
era absoluta. En la segunda banda solo edificaciones precarias; apoyándose en ello
en algunas ciudades se pudieron organizar durante el XIX espacios para atracciones,
aunque siempre en precario (como los Campos Elíseos en Barcelona). Con
frecuencia más allá del límite de la zona polémica se formaba un arrabal y podían
localizarse hostales y tabernas. Es lo que ocurrió en Barcelona, con la formación
de El Clot, de Hostrafrancs y con el crecimiento de Gràcia; o en Ciudad Rodrigo
con la formación del arrabal de San Francisco59 (Figura 4.2). A veces ese crecimiento
suburbano se desarrolla más que la ciudad principal, encorsetada por las poderosas
murallas de protección; es el caso de Portsmouth y el Common60.
Pero las situaciones pudieron ser diferentes. En Londres, en el reinado de Isabel
I el gobierno inglés trató de imponer una legislación que impidiera nuevas
construcciones fuera de los límites de la ciudad medieval. Pero se enfrentó con
antiguos derechos que permitían a los ocupantes permanecer en casas que habían
construido ellos mismos y los nobles propietarios del suelo no tenían interés en
impedir esa constumbre ya que obtenían rentas de dicha ocupación del suelo,
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 143
especialmente cuando quienes construían las casas eran artesanos industriales que
no podían instalarse en la ciudad, por ejemplo, trabajadores del metal. El plan de
John Nash para Regents Park dio lugar a bulevares y un parque que facilitaba un
claro límite verde a la ciudad61.
Fig. 4.2 Ciudad Rodrigo, a mediados del siglo XIX, mostrando claramente
las fortificaciones y los efectos urbanos de la zona polémica
(Atlas de España ..., de Francisco Coello, hoja de Salamanca, 1867)
144 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Las ciudadelas
Las murallas no solo eran externas o de defensa de la ciudad. Servían también para
el aislamiento interno de determinados barrios, o bien de las áreas de poder político
(como especie de ciudadelas) o religioso: monasterios o conventos (como Pedralbes
en Barcelona) podían tenerlas. Pero también podían servir para aislar barrios de
grupos sometidos o marginales, como las juderías o morerías.
Han sido muchas las ciudades con murallas interiores. Normalmente se citan
en este sentido las que existían en las ciudades chinas, de las que aquí no hablaremos,
y las murallas interiores en las ciudades musulmanas.
Característica destacada de la ciudad islámica era a veces la fragmentación,
muy acusada en comparación con la ciudad romana, y el aislamiento de sus diversas
partes: alcazaba, medina y arrabales formaban núcleos independientes con vida
propia, y cada uno de ellos podía dividirse en múltipes barrios, cerrados por puertas.
La cerca era un elemento esencial de unión, y protección contra el enemigo exterior,
cerrándose durante la noche70.
La medina era el recinto murado, donde se encontraba la mezquita mayor, la
alcaicería y el comercio principal repartido en calles y zocos, en torno estaban los
arrabales (arbad, en singular rabad) relativamente autónomos y apenas coordinados
con la medina y protegidos en ocasiones por una cerca independendiente de la de
ésta. Rabad significa lo que hoy en castellano, pero a veces tambien barrio (para
barrio era más frecuente la expresión harat). Había también mozarabías hasta la
segunda mitad del siglo XI en las ciudades islámicas de Al Andalus.
En ocasiones estas mozarabías periféricas cambiaron de contenido social y se
convirtieron en morerías tras la conquista cristiana. Así como ocurrió en Madrid
y en alguna otra ciudad, esas morerías estuvieron muchas veces rodeadas por mura-
llas, con función de aislamento, tal como sucedio en Talavera y en otras ciudades.
Idéntica función de aislamiento y segregación tuvieron las que rodeaban los
guetos judíos. Las murallas de estos barrios se fueron estableciendo según aumen-
taba la animosidad contra dicha minoría. La judería de Barcelona, el Call, fue
mandada construir por Jaime I en 1243; se trataba de murallas protectoras que no
pudieron evitar los progroms o saqueos y asesinatos violentos, como los de Barcelona
de 1348 y 1391. En Venecia, la judería estaba bien definida, con puertas que se
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 147
cerraban al mismo tiempo por fuera y por dentro, y es tan característico que fue
ahí donde se empezó a utilizar el término ghetto (gueto). El de Florencia fue creado
por Cosimo y Francesco de Medicis en 1571, readaptando el sector de la prostitución
y estableciendo un límite que solo tenía dos entradas71.
Pero podía haber murallas interiores sin esa función de segregación social. En
Barcelona, en la muralla de la Rambla, que todavía permanecía en el siglo XVI, el
permiso para la construcción solo se dio en 1704, empezando entonces a configu-
rarse una calle en dicho sector, en la parte de la puerta de la Boquería. Ya antes,
desde la baja edad media, la parte del Raval había quedado defendida por la segunda
muralla, y en los siglos XVI y XVII se habían ido construyendo gran cantidad de
conventos en ese sector. Solo en 1755 se derribaron los muros entre las puertas de
Ollers (frente a la calle Escudellers) y Drassanes, y a finales del siglo XVIII se urbanizó
la calle, arbolándola y convirtiéndose en un concurrido paseo. Pero únicamente
en una fecha tan tardía como entre 1849 y 1856 se acabarían de destruir todos los
restos de la antigua fortificación (en los grabados de la Rambla antes y después de
su reforma de principios del XIX todavía aparecen los restos de la fortificación en la
parte del mar). La puerta de Isabel II se abrió solamente en 1847, cuando se derribó
el cuartel establecido por Felipe V sobre el antiguo Estudio General.
En La Habana, la antigua muralla situada en medio de la ciudad, entre la parte
antigua y la nueva, se mantuvo todavía en el siglo XIX «como elemento represor»:
la muralla dividía a la ciudad en dos partes y en caso de una revuelta podía permitir
el aislamiento de los sublevados72.
Todavía podían existir otros elementos defensivos en el interior de la ciudad.
Si en la edad moderna el afianzamiento de las monarquías absolutas condujo al
desmochamiento de las torres nobiliarias, pudieron existir torres vigías urbanas
para vigilar el mar, por la importancia de los intereses comerciales o de defensa.
Como la del Palacio Mayor Real en Barcelona, atribuida a Martín el Humano,
pero en realidad del siglo XVI. En muchas ciudades marítimas estas torres se elevaron
ya sin funciones defensivas sobre las viviendas particulares de burgueses o comer-
ciantes interesados en el comercio marítimo, como es el caso de Barcelona y Cádiz.
del siglo XIX y que conduce finalmente a la destrucción de los cinturones defensivos
de las ciudades.
Durante el siglo XIX algunas fortificaciones y murallas ya en decadencia y
afectadas por las destrucciones de la guerra de la independencia se convirtieron en
canteras de las que los vecinos obtenían piedras para sus nuevas viviendas74, lo que
podía ir unido a la construcción de nuevas puertas para controlar las mercancías
que entraban en la ciudad. Luego, en España, pasadas las guerras carlistas y con el
aumento de la presión para la expansión urbana, la hacienda militar por iniciativa
propia o a petición de los concejos municipales vende o cede espacio de las murallas
para que se derriben y se edifiquen o conviertan en calles el espacio de la fortifi-
cación (por ejemplo, en Burgos a partir de 1848).
Aun así, en el siglo XIX algunas circunstancias pudieron suponer un aumento
de las fortificaciones. Y ello tanto por amenazas exteriores como interiores.
Como ejemplo del mantenimiento e incluso reforzamiento de las murallas
por la amenaza exterior puede citarse el caso de París, al que vale la pena dedicar
alguna atención. La invasión de tropas extranjeras en 1814 y 1815 tras la derrota
de Napoleón condujo a la decisión de construir nuevas fortificaciones que defen-
dieran la capital. Éstas se construyeron entre 1841 y 1845 y tuvieron grandes
consecuencias urbanísticas en la capital francesa75. En total se edificaron 39 km de
fortificaciones, 94 bastiones, 18 fuertes y 9 construcciones avanzadas. Había 17
puertas sobre las rutas nacionales, 23 barreras sobre las rutas departamentales y
12 poternas, es decir, en total 52 pasos sobre 35 km. Además, las servidumbres non
aedificandi se extendían a una banda de 216 m de ancho que se añadían a los 34 m
del glacis.
Esas construcciones parisienses supusieron fuertes inversiones, el empleo de
una elevada mano de obra, y la aparición de conflictos con los propietarios expro-
piados. El recinto ocupó 11 municipios enteros y cortó en dos a otros 13. Era
inevitable una anexión de esos municipios a París, que sin embargo se demoró
todavía veinte años por muchas razones, entre las cuales el temor al aumento del
coste de la vida.
En conjunto, según los datos proporcionados por Jean Bastié, las fortificaciones,
los fuertes, y las zonas non aedificandi sustraían a la expansión urbana una
importante superficie: 440 ha de fortificaciones de la muralla, 778 de la zona
polémica, 425 de obras de la segunda línea y 600 más de su zona polémica. El total
de 2.250 ha suponía un cuarto de la superficie de París. Mientras se construían las
murallas y se producía la anexión de los municipios próximos, la corona
comprendida entre los límites de París y las fortificaciones se pobló rápidamente
con una población pobre, ya que el crecimiento demográfico superaba las
posibilidades de absorción del casco. En 1859 se produjo la anexión de municipios
a París, lo que añadió 5.100 ha a las 3.402 de París.
Con el tiempo esas defensas quedaron obsoletas. Desde 1882 se discutía sobre
el papel de las fortificaciones de París y la posibilidad de desmilitarizarlas. Pero el
problema estaba todavía planteado en 1919 cuando se empezaron los estudios
para la ordenación y control de la extensión de la aglomeración parisiense. La ley
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 149
Con la creación de los ejércitos regulares en el siglo XVIII la zona abierta exterior
a la muralla se convierte cada vez más en un lugar de paradas militares, denominado
a veces el campo de Marte. Pero con el aumento del poder de la artillería la función
militar de la zona polémica pierde significado. La prueba es que durante el siglo
XIX la misma autoridad militar fue dando autorizaciones para que se ocupara,
aunque siempre con construcciones temporales y someras. Primeramente fue
ocupada por paseos y alamedas extramuros, a veces de iniciativa real y a las que las
autoridades militares no podían oponerse. Luego se construyen sobre ellas
equipamientos diversos, de ocio, mercados, jardines botánicos, elementos accesorios
de actividades agrícolas (cabañas, balsas ...). Al mismo tiempo se produjeron desde
comienzos del siglo XIX ocupaciones ilegales que la autoridad militar no podía o
no quería reprimir81.
La desaparición de la zona polémica no dejó de plantear problemas al ejército.
Cuando se necesitaran campos de maniobras tendría que adquirir esos espacios
en el área suburbana, lo que pudo plantear dificultades. Las ordenanzas militares a
partir del siglo XVIII fueron estableciendo de forma rigurosa las prácticas que era
preciso realizar82. La adquisición por el Estado de las tierras necesarias para dichas
prácticas o para los equipamientos militares pudo ser a veces difícil, por la actitud
de los propietarios, o por la fragmentación de las propiedades y de las fincas. Es lo
que ocurrió en Madrid cuando en 1861 el Estado mayor del Ejército quiso adquirir
terreno para las prácticas militares en las afueras de la capital, lo que resultó muy
difícil ya que la propiedad estaba muy dividida, y hubo por ello que optar por
adquirir en arriendo 328 fanegas al conde de Polentinos en Moratalaz83.
El derribo de las murallas fue impulsado también por el debate higienista y por las
necesidades de la expansión urbana. Desde comienzos del siglo XIX el debate
higienista va adquiriendo gran relieve. El agravamiento de las condiciones de salu-
bridad en unas ciudades cada vez más pobladas y congestionadas llevó a los médicos
a preocuparse de la mejora de esa situación y a reivindicar la destrucción de las
murallas para facilitar la aireación de la ciudad. El escrito del médico Pedro Felipe
Monlau titulado ¡Abajo las murallas! (1841) es bien significativo de esa actitud, y
tuvo una influencia grande en la creación de un estado de opinión en Barcelona.
Al mismo tiempo, las necesidades de la expansión urbana encontraban en las
murallas un obstáculo para ella y para la valorización del terreno inmediato.
El cambio de percepción de la muralla fue entonces evidente. Si en las guías
urbanas de comienzos de siglo eran consideradas con imágenes elogiosas, del tipo
«un collar de perlas que adorna el cuello de la ciudad», veinte años más tarde son
percibidas ya como un dogal que asfixia e impide su desarrollo84.
Las presiones fueron tan fuertes y diversas a lo largo del siglo XIX que los
diferentes gobiernos hubieron de autorizar los derribos. Los cuales se van realizando
durante el siglo XIX, con avances y retrocesos relacionados con las oscilaciones
políticas y las coyunturas expansivas.
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 151
una organización circular para la misma, aunque estime también que ese proyecto
«jamás podrá toparse con unas condiciones tales que todo se realice al pie de la
letra»6.
La ciudad circular aparece incluso ocasionalmente en la cultura islámica. La
más famosa fue la Bagdad fundada por el califa Al Mansur en 872 a orillas del
Tigris, con un diámetro de 2,6 km. Aunque pronto se transformó por los mismos
habitantes y luego fue destruida por la inundación del 942 y la invasión de los
mogoles en el 1258, sabemos que estaba formada por diversos anillos y varias
murallas concéntricas, con un espacio central en el que se situaba el alcazar, la
mezquita aljama y los servidores más inmediatos del califa7.
La valoración del círculo reaparece en el Renacimiento y barroco, con diversos
ejemplos teóricos y diferentes estructuras internas (desde la Sforzinda de Filarete
a la Ciudad del Sol y otras)8. El ideal renacentista de la ciudad circular tiene que
ver, como en la antigüedad, con el hecho de que el círculo era considerado la figura
geométrica más perfecta. Alberti señaló que «una ciudad trazada en plano circular
será más capaz de todo» (Alberti, 1452, libro VI). El mismo autor valora las calles
curvas «como las que presenta un río en su recorrido de un lugar a otro. Así la calle
parecerá más larga y se tendrá la impresión de que la ciudad es más grande»; y,
además, al avanzar por ella se descubrirán nuevas perspectivas de los edificios.
El ideal de la polis platónica inspiró, al parecer, la refundación en 1500 de San
Cristobal de La Laguna, en Canarias9. Pero curiosamente, a pesar de esa organi-
zación general, la ciudad misma fue organizada de acuerdo con un plano
aproximadamente ortogonal.
Se ha señalado que el círculo es más fácil de trazar que otras figuras geométricas,
pero plantea numerosos problemas para la subdivisión, y dificultades en las
intersecciones y uniones, y en el aprovechamiento del espacio. La ciudad circular
es más eficiente que la ortogonal, siempre que conserve su unidad formal y
funcional10, incluyendo un centro estable y vías radiales de circulación, lo que
difícilmente sucede y no siempre es conveniente.
Seguramente por ello, a pesar de la antigüedad del uso de estructuras circulares
en la vivienda y del modelo teórico de la ciudad circular, lo cierto es que el círculo
no se utilizó para la construcción de ciudades, con algunas excepciones11.
El problema del origen y difusión del plano ortogonal se ha planteado desde hace
tiempo. El sistema ortogonal no es de creación tan inmediata y evidente como
muchos creen, tal como destacó el geógrafo D. Stanislawski hace ya más de medio
162 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
siglo: el plano radial, por ejemplo presenta mayor accesibilidad al centro que el
ortogonal.
Con frecuencia la topografía, con sus desniveles, hace difícil el trazado orto-
gonal, aunque a pesar de todo pueda emplearse superponiéndolo a las condiciones
del relieve. En todo caso, el sistema presenta grandes ventajas para la distribución
del suelo.
A pesar de que, como ya hemos dicho, el plano más antiguo y más común de
las ciudades de las primeras culturas fue el irregular, hay numerosos ejemplos de
la existencia de tempranos trazados formales, y de planos ortogonales en lo que
Gordon Childe llamó el Creciente Fértil y en el norte de la India.
El plano ortogonal aparece ya plenamente formado y usado en la primera
mitad del milenio III a.C. en las ciudades de Mohenjo Daro y Harappa, en el lugar
donde, a orillas del Indo, se sabe de la existencia de dos poblados desde el eneolítico,
situados en acrópolis y con testimonios del uso de los metales. Las excavaciones
arqueológicas han revelado un sorprendente grado de urbanización en esas dos
ciudades cuyo nombre real se desconoce (los nombres son actuales y el de una de
ellas significa «ciudad de los muertos»). El plano de la primera se trazó de acuerdo
con un diseño preconcebido, ortogonal, de orientación N-S y con la ciudad
dominada por una acrópolis. Todo parece indicar que se trata de un plano
sobreimpuesto por unos conquistadores a una ciudad preexistente. Tal vez como
resultado de una imposición por un pueblo invasor indoeuropeo17 que construye
un imperio y funda o refunda las ciudades. En ese caso, el hecho de que las
ciudadelas estuvieran separadas sería una garantía de seguridad para el grupo
conquistador. Mohenjo Daro se vio afectada, al parecer, con una inundación
generalizada a partir de elevaciones en la desembocadura del río y la formación de
una gran zona lacustre; los habitantes lucharon durante varios siglos contra dicha
inundación levantando diques, algunos de los cuales se conservan, y construyendo
casas sobre las ruinas inferiores18.
El plano ortogonal también aparece en las ciudades sumerias, asirias y
babilónicas. Se trata de urbes que desarrollaron una cultura y ciencia muy refinada,
con profundo conocimiento de las matemáticas y la astronomía19, las cuales se
reflejan en la organización urbana. Se conservan planos de la época muy exactos,
que coinciden con lo que las excavaciones arqueológicas han permitido conocer.
Así el plano de la ciudad de Nippur representado en una tablilla de arcilla cocida
de h. 1500 a.C., que identifica en caracteres cuneiformes el templo principal, el
Eúfrates y otros lugares de la ciudad20; o el plano dibujado en la escultura del
patesi Gudea, con el diseño de las murallas. Eran capitales con funciones religiosas
y políticas, que se reflejan en el papel esencial del templo en la organización urbana
(caso de Ur), en la existencia de palacios reales y edificios cortesanos, estancias
con patios y restos arquitectónicos, y que disponían de archivos muy ricos: 30.000
tablillas en el archivo real de Ebbla, h. 2500 a.C.
Se conocen también casos de fundaciones reales de ciudades nuevas, con plano
ortogonal y ciudadela, como Khorsabad. Luego el modelo aparece en Asiria, cuando
Sargón construyó su nueva capital Dur-Sarginu. También en Babilonia, excavada
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 163
Pero no se trata solo de ciudades que en su conjunto sean de una u otra clase. En
realidad también en la misma ciudad, y ya en las fases iniciales del desarrollo,
puede haber coexistencia o yuxtaposición de los dos tipos de plano, el irregular y
el regular. A ello se llega a partir de dos situaciones: una, ciudades nuevas con un
diseño ortogonal y cuyo crecimiento se realiza luego en forma irregular; otra, muy
diferente, la de ciudades con plano irregular a las que se añade una nueva expansión
de trazado ortogonal.
164 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
viejas ciudades de crecimiento orgánico; de lo que pueden ser ejemplo los casos de
Nancy, que en 1645 añadió un ensanche ortogonal junto a la ciudad medieval, o
Berlín29.
Especial interés tienen en el siglo XVIII los casos de Barcelona y Edimburgo. En
Barcelona la construcción en 1753 de la «nueva población de la Barceloneta» (una
segunda neapolis o vilanova, tras la del siglo XI) supuso la aparición junto al puerto
de un trazado ortogonal de manzanas estrechas y alargadas, que permiten algunas
plazas mediante un giro perpendicular respecto al trazado dominante30. En
Edimburgo la new town de Craigh constituye una ampliación de más ambición31,
como lo serían también los ensanches del siglo XIX, de los que hablaremos en otro
capítulo de esta obra32.
La colonización griega
Norbanus Flaccus que fundaría Norba Caesarina entre 36 y 34 a.C. Todas esas
fundaciones trataron de asentar a veteranos y se convirtieron, como en otros casos,
en núcleos de control militar y de romanización. Al mismo tiempo se obligaba a
los indígenas a abandonar sus poblados en acrópolis (a los que Livio denominó
como castella) y a descender hacia el llano, a la vez que se les daba nombres y,
eventualmente, derechos latinos. Un proceso de romanización de asentamientos
indígenas que culminaría en la época flavia41.
Las guerras cántabras, que provocaron la venida de Augusto en dos ocasiones,
supusieron una nueva fase de actividad militar y de romanización de la Península.
Por un lado, nuevas fundaciones militares; por otro, ciudades para asegurar la
retaguardia y que actuaran como potentes focos de organización administrativa y
de romanización. Entre éstas de forma importante la Colonia Augusta Emerita,
fundada 25 a.C. al final de una fase de las guerras cántabras y para asegurar la ruta
de unión desde la Bética hacia el norte por lo que luego sería el «camino de la
plata».
La monumentalización de la ciudad trataba de proyectar una imagen de la
nueva colonia que fuera speculum populi romani, especialmente con la construcción
de grandes obras monumentales, como el foro, el teatro, el circo, etc. En relación
con la política de sometimiento impulsada por las guerras cántabras, y coincidiendo
con la segunda visita de Augusto a Hispania, en 16-14 a.C. se decidió la fundación
de nuevas ciudades en el marco de la reorganización administrativa general42.
Dentro de esa política, en 19 a.C. se funda la Colonia Immnunis Cesaraugusta en
el centro del valle del Ebro, sobre un antiguo emplazamiento indígena de Salduie
o Salduba. La creación de Cesaraugusta (Zaragoza) dio lugar, en palabras de Manuel
Martín-Bueno a «una auténtica vorágine edilicia» que transformaría profunda-
mente el territorio. Fue diseñada por Agripa, el yerno de Augusto, con el fin de dar
tierras a los veteranos, controlando militarmente todo el territorio del valle del
Ebro y actuando como potente foco de romanización. Efectivamente en este caso,
como en otros, a través de la inversión en obras públicas y monumentales en algunas
ciudades de su imperio los romanos trataron de conseguir «un urbanismo grandi-
elocuente y políticamente efectista, en el que las obras públicas propagaran a los
cuatro vientos la nueva Roma», consituyendo en definitiva «un escaparate de roma-
nidad». Se trataba, pues, de «la manipulación del efecto urbano como medio para
la promoción social de algunos de sus habitantes, que serán utilizados y a su vez
utilizarán»43.
Son muchos los ejemplos magníficos de ciudades ortogonales resultantes de
este ambicioso proceso, algunas arruinadas y olvidadas, o recuperadas por las
excavaciones arqueológicas como Baelo Claudia junto al estrecho de Gibraltar,
con importantes restos industriales ligados a la pesca, y otras todavía vivas dos
milenios después. Como Barcino44, Asturica Augusta (Astorga), Emerita Augusta
(Mérida) y tantas otras. O como Écija, donde los dos ejes principales, el cardus y el
decumanus se mantuvieron vivos durante la época medieval: el eje N-S conectaba
la puerta de Palma con la de Osuna, y el eje E-O la puerta del Río con la Cerrada;
estas dos calles servirían tras la reconquista como ejes esenciales para el reparti-
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 171
miento de 1262, cuando «el reparto de las casas fue precedido de la división del
recinto urbano en cuatro sectores diferentes, correspondiente cada uno a las diversas
parroquias constituidas inicialmente en Écija45.
El caso de Écija que acabamos de citar nos recuerda que el poblamiento de muchas
ciudades antiguas ha seguido sin solución de continuidad hasta hoy. En el caso de
las ciudades de fundación romana la persistencia se extiende incluso al trazado de
las calles, que a veces mantienen una estructura ortogonal muy cercana a la de la
urbe de hace 2.000 años. En ocasiones eso se refleja en un trazado casi coincidente
con la estructura reticular romana, aunque el nivel de las calzadas primitivas está
a veces entre uno y varios metros por debajo del nivel actual, debido a la sedimen-
tación y a la acumulación de las ruinas de los edificios sucesivos, correspondiendo
las cifras máximas a las ciudades situadas junto a cursos fluviales de régimen
irregular y grandes avenidas. Algunos datos pueden añadirse a los que hemos dado
anteriormente46: en Florencia la ciudad medieval se construía ya a un nivel de 1,20
a 3 m por encima del romano47; en Barcelona los restos romanos se encuentran
entre 1 y 1,50 por debajo del suelo y pueden recorrerse en el Museo de Historia de
la Ciudad; en Mérida puede verse el decumanus a 1 m en la calle Santa Eulalia y
muy cerca el templo de Augusto, cuya base está a unos 2 m por debajo del nivel
actual; y en Sevilla, donde la sedimentación ha sido muy intensa debido a las
avenidas del Guadalquivir, la ciudad romana se situaba hasta 8 m por debajo de la
actual.
La construcción medieval en ciudades modeladas por el urbanismo romano
continuó muchas veces el trazado de la época, con los nuevos edificios utilizando
incluso los cimientos y elementos arquitectónicos romanos; aunque también
conocemos ejemplos de desorganización del mismo trazado y creación de una
nueva trama viaria irregular e independiente de la antigua, como hemos señalado
en el capítulo anterior. Téngase en cuenta que algunas ciudades que habían
alcanzado mas de 20.000 o 30.000 habitantes en época romana disminuyeron luego
en el período altomedieval hasta 1.000 o 2.000, con la consiguiente ruina de gran
parte del patrimonio antes edificado.
Hasta el siglo III la pax romana había dado una gran seguridad a las ciudades
del imperio. Pero las primeras invasiones bárbaras producidas en dicho siglo
generaron un período de inseguridad y confusión, con grandes destrucciones en
Galia e Hispania. Muchas redujeron su extensión, y aprovecharon materiales nobles
en las murallas, como Barcino, Corduba o Conimbriga (Coimbra).
La conquista de Roma en 411 por Alarico dio paso a un período de confusión
y decadencia de ciudades, con la fragmentación del imperio en reinos bárbaros:
lombardos, visigodos, francos. Las ciudades romanas continuaron siendo sede del
poder político, a veces favorecidas por las murallas existentes, como en el caso de
Barcino, y por el poder episcopal. «Casi todas las ciudades gloriosas de la edad
media temprana fueron ciudades episcopales romanas», se ha podido escribir48, y
172 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
en ellas el espíritu romano persistió claramente hasta el siglo VIII, sobre todo en las
ciudades italianas y en otras de la Galia (como Burdeos o Toulouse), Hispania
(Sevilla, Mérida, Barcino, Toledo capital del reino visigodo) o Germania (Tréveris,
Colonia).
La superficie intramuros de las ciudades galorromanas se fue reduciendo, de
todas formas, durante la desorganización del imperio. Los datos de la decadencia
son espectaculares y bien conocidos: Tréveris, que fue momentáneamente una de
las capitales imperiales durante el siglo IV, ocupaba 285 ha, y la línea de sus murallas
medía 6.418 m, Lyon 137 ha, Toulouse unas 100, Colonia 97, etc.; casi todas
redujeron su superficie de forma drástica, incluso hasta una décima parte, e incluso
menos, de la que tenían en los momentos de máxima extensión49.
Tras las invasiones bárbaras el control del poder político estuvo en manos de
grupos sociales reducidos, en proceso de romanización. En el caso de Hispania
ésta se acentuó después de la conversión al cristianismo y la unificación romano-
visigoda. Cartagena, Mérida, Sevilla continuaron como grandes centros urbanos,
y el modelo romano estuvo siempre presente: en 483 el duque Salla «imitando y
aún superando la obra antigua» reparó unos arcos caídos del largo puente de Mérida
sobre el Guadiana y Wamba realizó importantes obras de embellecimiento en
Toledo con el mismo modelo50. Incluso es posible que la estabilidad del reino
visigodo permitiera la recuperación de muchas ciudades arruinadas en el siglo III,
como sabemos que ocurrió con Corduba.
Aún así, la decadencia urbana de la mayoría de las ciudades y la lenta recupe-
ración demográfica y económica en los siglos IX o X al XII podía no necesitar de las
amplias estructuras urbanas (calles, termas, foros, ...) del período anterior. Además
de ello, las alianzas entre familias poderosas y las herencias podían conducir a
recomposiciones del tejido urbano, con fusiones o fragmentaciones de propiedades
que conducían a la ocupación de las antiguas calles, convertidas en propiedad
privada51. Pero, de todas maneras, los indicios de la trama romana con su cuidadoso
empedrado estaban todavía visibles o muy próximos y, en todo caso, estaban
presentes en el recuerdo y muchas veces también constituyeron un modelo a imitar
y recuperar en el momento en que, a partir del siglo XI, las ciudades europeas
emprenden nuevamente su desarrollo, como ya vimos en otro capítulo.
Conviene recordar que las persistencia romana en la trama actual no se limita
simplemente al trazado de las calles y del foro. Circos, anfiteatros o teatros pudieron
ser ocupados durante la edad media aprovechando sus poderosos muros o
cimientos, dando lugar a trazados viarios que todavía hoy recuerdan el antiguo
del edificio. Así ocurre en Florencia con las calles que se adaptan al anfiteatro, en
Nápoles, o en Tarragona, donde la estructura del circo ha influido en el trazado
viario de la parte antigua52.
En la época romana se construyeron algunas veces murallas que rebasaron
ampliamente el espacio edificado. Las razones de ello eran dobles. Ante todo, la
construcción de una muralla era costosa y no podía repetirse muchas veces, por lo
que era preciso prever espacios intramuros libres para permitir la expansión
posterior de la ciudad. Además esos espacios libres podían dedicarse a cultivos y a
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 173
teniendo en cuenta las grandes líneas del relieve o de la hidrografía, con una
disposición paralela a la costa o al río principal.
Esas situaciones son especialmente interesantes desde el punto de vista de la
historia urbana, ya que permiten explicar algunos rasgos de la disposición de las
calles fuera del perímetro urbano romano. Los casos de Florentia (Florencia) o de
Barcino (Barcelona) son especialmente interesantes en este sentido, y les dedica-
remos alguna atención para mostrar con dos ejemplos concretos la incidencia de
las antiguas centuriaciones de hace 2.000 años en el trazado urbano posterior.
En la Florentia romana la centuriación agraria se realizó paralela al Arno y en
relación con la disposición general de la llanura. El cardo de esta centuriación tiene
una orientación NE-SO, con un ángulo de casi 45º respecto al cardo de la ciudad.
Esa orientación, y la de los caminos rurales que servían las explotaciones agrarias
tuvo luego su influencia en el trazado de la expansión medieval de la ciudad. En
efecto, si hasta ese momento las sucesivas murallas habían mantenido en sus grandes
rasgos la disposición cuadrangular de la primitiva romana, en el siglo XI el creci-
miento siguiendo los caminos que salían de las cuatro puertas principales había
dado lugar a líneas de desarrollo perpendiculares a los muros. Por eso la
construcción en 1173 de una nueva muralla, adoptó, como acabamos de decir, un
giro de 45º respecto a la anterior, lo que hizo coincidir el nuevo trazado viario con
la orientación general de la centuriación romana. Tanto el trazado de las murallas
como el de algunas vías se adaptaron a las grandes líneas de la centuriación agraria.
La actual calle Borgo Pinti corresponde al cardo minor de dicha centuriación rural
y ya en el momento del trazado de la muralla de 1173 dio lugar a un portillo de
acceso. Por esa razón dicha centuriación se refleja todavía en el plano de Florencia,
con una disposición sensiblemente diferente en la vieja ciudad romana y medieval
y en la expansión bajo medieval y renacentista59. Calles fundamentales de dicha
expansión se adaptaron a la orientación general de la centuriación; en lo que se
refiere a los cardines: las calles Ginori-San Gallo-Faentina, que siguen el antiguo
cardo máximo de la centuriación y otras (como la via di Pinti); respecto a los
decumani: la via della Spada que corresponde al decumanus máximo, que se cruzaba
con el cardo de la centuriación en la porta occidentalis, donde se encontraba el
umbilicus coloniae, y otras corresponden a decumani minores, como la constituida
por la alineación Afani-Guelfa-Cassia-Maragliano60, y al convertirse en ejes para
el trazado de otras calles paralelas dieron a toda esta trama un orientación que
recuerda la parcelación agraria romana.
Algo semejante sucedió en la antigua Barcino y se refleja todavía en el plano
de la Barcelona actual (Figura 5.2). Como es sabido, la fundación augústea de la
Colonia Iulia Pia Faventia Augusta Barcino se localizó en la colina litoral llamada
Mons Taber y se adaptó a la disposición de la misma, por lo que el cardo tiene un
trazado de orientación NE-SO, Aunque el nivel de la ciudad romana se sitúa, como
hemos visto, entre 1 y 2 m por debajo del actual, el trazado de los cardines y decumani
de la ciudad romana se refleja todavía hoy en la trama viaria. El cardo maximus
correspondería a las actuales calles Call y Llibretería, y el decumanus maximus a las
calles Ciutat y Bisbe. Las calles Gegants, Pas de l’Ensenyança y Sant Domènec del
Equidistancia de las curvas: 40 m
176
LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Call, entre otras, siguen el trazado de algunos de los decumani minores de la ciudad;
mientras que la Baixada de Sant Miquel y Bisbe Caçador, entre otros corresponden
a cardines minores. También es conocida la correspondencia entre las antiguas vías
que desde las puertas del cardo se dirigían hacia el norte (la vía Francisca medieval,
actuales calles Boria, Carders, Portal Nou y continuación por la antigua carretera
de Ribas en el Clot y Sant Andreu) y hacia el sur (por la calle Hospital hacia la
carretera de La Bordeta en Sants)61.
Pero lo que hoy sabemos gracias a investigaciones metrológicas realizadas es
que, además de esas vías, también el trazado de otras calles barcelonesas tiene que
ver con la implantación romana, y concretamente con la centuriación realizada en
el llano de Barcelona en época augústea. Dicha centuriación se realizó con una
orientación general que corresponde a la línea general de la costa, y desviada 6º50’
respecto a la orientación de la ciudad.
Los ejes de comunicación medievales cuyas huellas se reflejan en la cartografía
antigua y en la trama urbana actual muestran a veces una estructura ortogonal,
que es muy clara en Sarriá y Sant Gervasi, y en ella se perciben dos grandes ejes
transversales paralelos a la costa (especialmente la Travessera de Gràcia) y diversos
itinerarios longitudinales equidistantes. El análisis metrológico realizado por J.M.
Palet muestra que se trata de una estructura centuriada, cuyo eje más visible es la
Travessera, que era el eje director del llano o cardo maximus de la centuriación, y
que corresponde a la centuriación realizada en el mismo momento de la fundación
de Barcino. Dicho autor ha podido establecer un módulo de 15 x 15 actus, que
configura una centuria de 112,5 iugera, con un malla teórica de cuadrados de 532
m de lado. Dicho modulo de 15 actus es el que aparece también en la mayor parte
de las centuriaciones augústeas del Lacio y la Campania, así como en la del ager de
la ciudad de Cesaraugusta (Zaragoza)62, también de época augústea.
Otros cardines menores (como la Travessera de la Creu Coberta) se distinguen
asimismo en la red de caminos, convertida más tarde en calles. Los cardines más
próximos a la ciudad romana seguramente fueron utilizados ya en época medieval
para el trazado de algunas calles; ese parece ser el caso de las de Sant Pere més Alt,
Comtal, Santa Anna, Bon Succés y Elisabets, a un lado y otro de la actual Rambla.
Asimismo se perciben claramente diversos decumani del ager, entre los que destaca
la calle Torrent de l’Olla, un limes de la centuriación. Algunas calles, como Major
de Gràcia, parecen un poco desplazadas respecto al decumanus correspondiente
en aquel sector, lo que no parece que se deba a una nueva centuriación sino más
bien resultado de «una limitatio basada en un módulo de 15 x 15 actus, modificada
en la zona más cercana a la ciudad para crear centuriae mayores de 15 x 20 actus»63.
Así pues, caminos antiguos y medievales siguieron algunos de los límites de la
centuriación romana64, fosilizándola y dando lugar a una organización ortogonal
de algunas estructuras territoriales. Tras la conversión de estos caminos en calles
de la ciudad su trazado ha podido servir para guiar el de otras calles diseñadas de
forma paralela a ellas. Cuando en el siglo XIX Ildefonso Cerdá trazara su Ensanche
de Barcelona respetó alguno de aquellos antiguos ejes y acabó de dar al plano una
orientación general que coincide con la de la centuriación romana.
178 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Pero los dos citados no son los únicos casos. Las estructuras rurales romanas
de las centuriaciones pudieron servir durante la edad media de ejes para la
organización de los repartimientos cristianos. Así ocurrió en Écija, donde –como
hemos visto antes– en el repartimiento de 1262, realizado unos veinte años después
de la conquista por Fernando III, la comisión de medidores y repartidores
nombrada por Alfonso X utilizó para sus operaciones como ejes fundamentales
los romanos del cardus y el decumanus, mantenidos durante la época islámica y
todavía en el callejero actual.
Conviene advertir que las centuriaciones romanas no han sido los únicos ejemplos
de división ortogonal del espacio agrario.
Mencius, que vivió en el siglo IV a.C. en las bajas llanuras de Huang Ho, habla
del sistema Tsing-t’iem, que era cuadriculado, y se aplicaba en las áreas rurales. Se
sabe que se utilizó durante el siglo III a.C. Los campos se planeaban a partir de dos
carreteras que se cortaban en ángulo recto: la N-S (o T’sien) y la E-O (o Mê). El
campo se dividía en cuadrículas paralelas a estos ejes65. Durante la dinastía Wei
(siglo V d.C.) volvió a utilizarse el sistema Tsing-t’iem, aunque ampliándolo un
poco. El sistema, llamado ahora Chun-t’iem, se utilizó hasta el siglo VIII. La capital
de los T’ang, llamada Chang’an (hoy Si-an) a la orilla del Wei, tenía alrededor
campos trazados con aguja magnética, que pueden verse todavía hoy en la foto
aérea.
También en el delta del Yangtsé se ven restos de divisiones de la tierra en
cuadrícula. Estos sistemas se extendieron por toda Asia.
Se encuentra igualmente muy extendido en Corea. Por ejemplo en Pyongyang.
En Japón fue introducido en el siglo VII durante la reforma Taia. Es el llamado
sistema Jori con vías N-S (Naka Gaido, o avenida central) y E-O (Yoko Oji, o gran
avenida cruzada). Las unidades básicas de división eran los ri (un ri = 640 m2).
Cada ri estaba dividido en 6 cho. La numeración de los ri se hacía utilizando las
dos avenidas principales como ejes de coordenadas.
El Jori fue un sistema utilizado no solo para la división de la tierra, sino también
para canales de riego y pueblos. También se hicieron grandes ciudades con este
método. Así, la ciudad capital de Nara tenía una avenida de 80 m de ancho, Naka
Gaido (N-S) que partía del palacio imperial y otras que se cruzaban. También fue
usado en Kyoto.
En China a partir del siglo X el sistema de cuadrícula fue usado, aunque no de
forma general sino solo en proyectos gubernamentales. Por ejemplo, en la
colonización de las tierras pantanosas del delta del Yang Tsé. También en la división
de las tierras en torno a Pekín, elegida como capital por los Yuan (dinastía mogol).
La dinastía Ch’ing o manchú realizó varias obras con este sistema en Manchuria
durante la edad moderna.
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 179
en la que existen numerosas reminiscencias clásicas, entre ellas las que se refieren
al tipo de organización del plano. Así aparece en el franciscano valenciano Francesc
Eiximenis (1340-1409), cuya obra Lo crestiá (1381-1386)73 propone un modelo de
ciudad ortogonal; o así también en la Suma de la política (1454) de Rodrigo Sánchez
de Arévalo, entre otros autores. En la obra de Eiximenis la ciudad ha de ser bella,
noble y bien ordenada, y las gentes de la misma profesión vivirán agrupadas en el
mismo barrio, habrá leyes que ordenen las edificaciones. La plaza pasa a ser el
lugar cívico para reuniones y espectáculos. Eiximenis dice que su ciudad ideal
habría de tener una gran plaza en el centro, en la que no se permitiría la instalación
del mercado.
En lugares fríos sean las calles anchas, y en las calientes angostas; y si hubieren caballos,
convendrá que para defenderse en las ocasiones sean anchas, y se dilaten en la forma
susodicha, procurando que no lleguen a dar en algún inconveniente que sean causa de
afear lo reedificado y perjudique su defensa y comodidad.
determinó fundar una ciudad a las orillas del río Savannah, en un lugar saludable
a unas 10 millas del mar. A fines de 1733 se pudieron empezar a repartir las parcelas.
Al igual que en el caso anterior, el plan diseñado no se refería solo a la ciudad, sino
también a las parcelas agrícolas, y puede considerarse, en cierta manera, un plan
integrado regional. A partir de la ciudad situada junto al río, se dispusieron parcelas
hortícolas (garden) de 5 acres, y luego otras de 44 acres; a continuación 30 cuadrados
boscosos de 1 milla de lado aproximadamente, donde se situarían las parcelas
reservadas para aquellos que emigraran a su propia costa y estuvieran decididos a
realizar la roturación y el cultivo. Entre la ciudad y los campos existía un common
o área comunal, que estaba destinado a la expansión futura de la ciudad, y no para
ser un área abierta permanente. La tesis de Reps es que el modelo de organización
general de Savannah continúa en definitiva el de las primeras aldeas de Nueva
Inglaterra o el de Pennsylvania; solo que en Savannah la división irregular de los
campos se ha convertido en una distribución geométrica.
En cuanto a la ciudad de Savannah propiamente, la unidad básica eran barrios
o distritos (wards) cada uno con 40 parcelas para casas, de 60 x 90 pies. A cada lado
de esos wards había parcelas para iglesias, almacenes, lugares de reunión y otros
usos públicos o semipúblicos97.
188 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Igualmente hicieron los ingleses y holandeses: en África del Sur, Pretoria (1855)
y Johanesburgo tienen plano ortogonal. O los belgas en las fundaciones del Congo
(las antiguas Leopoldville, Elisabetville, Uvira ...). Aunque en la segunda mitad del
siglo XX cada vez más se les añaden diagonales, por influencia del urbanismo de
Beaux Arts, lo cual se observa bien comparando las ciudades de Port Said (1865) y
la de Port Fuad (1914)111. Asimismo en Sudán tras la toma de Omdurman (1898)
la ciudad fue reconstuida con un plano reticular con muchas diagonales, y
formando un nuevo sistema ortogonal superpuesto al anterior de la ciudad de
Mehemet Alí (que había sido fundada en 1822-23)
En Asia, los franceses diseñaron también con plano ortogonal Saigón (1865),
al lado del viejo fuerte construido a fines del XVIII, y la parte nueva de Hanoi.
Igualmente se aplicó en Noumea (1854) en Nueva Caledonia, como los holandeses
hicieron asimismo en Batavia. En Australia se fundaron gran número de ciudades
en el XIX: Brisbane (1824), la colonia penitenciaria de Melbourne (1836), Adelaide
(1837) y otras. El caso de Adelaide es especialmente importante, ya que fue el
modelo de los llamados «parkland towns», constituidas por un pequeño centro
urbano, un cinturón de tierras libres para parques, y un espacio para residencias
suburbanas, todo con un trazado ortogonal; más de dos centenares de pequeñas
ciudades y aldeas se construyeron por iniciativa gubernamental en Australia del
sur sobre todo entre 1865 y 1869112.
No solo a las ciudades se aplicó el diseño ortogonal. Tal como había sucedido
en la antigüedad con las centuriaciones, también se utilizó este diseño en la
colonización de las vastas llanuras norteamericanas, en lo que hoy es EEUU y
Canadá. Tras la independencia de Estados Unidos el Congreso Continental tuvo
que plantearse el problema de la distribución de la tierra de dominio público y en
1785 se promulgó la Land Ordnance que dividía esa tierra en forma de townships
cuadrados de 6 x 6 millas, es decir de 36 millas cuadradas, susceptibles de dividirse
en 36 secciones de 1 milla113. A partir de esta malla ortogonal se realizó la distribu-
ción de tierras a los colonos, excepto algunos lotes que se dedicaron a equipamientos
públicos114. La tierra podía ser adquirida al precio de 1 dolar por acre, más los
gastos de delimitación. La parcelación se hizo de forma amplia, y se extendió a
todo el territorio norteamericano, excepto los lugares en los que topográficamente
no era posible: como ha señalado Reps, Estados Unidos fueron cubiertos por una
gigantesca retícula sobreimpuesta al paisaje natural, y visible físicamente desde el
avión, (así como, desde luego, en el mapa). Los autores anglosajones afirman que
eso sería el reflejo espacial del igualitarismo, aunque también se dividió igual la
tierra agrícola en el imperio romano. Los colonos construyeron sus viviendas en
los campos, y a partir de ahí se constituyó un poblamiento disperso.
Lo mismo ocurrió en la Pampa, donde en muchas áreas se implantó una
cuadrícula que es perfectamente visible al circular en avión sobre esa extensa región
argentina.
192 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
La valoración positiva
Son muchos los autores que valoran positivamente el diseño ortogonal. Los ideales
renacentistas magnificaron, como hemos dicho, la línea recta y el diseño ortogonal,
lo que tuvo repercusiones en diversos campos del pensamiento y en las valoraciones
estéticas de ese diseño. La ciudad de Amaurota y todas las de Utopía estaban
diseñadas con ese trazado, «tan semejantes son unas a otras en cuanto lo consiente
la naturaleza de cada lugar». Situada en el suave declive de una montaña, tenía
forma casi cuadrada y calles rectas de 20 pies de ancho, con manzanas con edificios
que forman «dos líneas continuas de casas enfrentadas por las fachadas a lo largo
de cada calle»115. Filósofos como Descartes consideraron que este diseño ortogonal
era la forma racional por excelencia de organizar una ciudad, reflejando bien el
prestigio de esta forma como la expresión máxima de la racionalidad, ya que la
razón solo puede producir formas ordenadas y simétricas. Los ilustrados apreciaron
este plano por las mismas razones, tal como aparece en las obras de Benito Bails116
y otros.
También los utópicos del siglo XIX pensaron frecuentemente en esta disposición
ortogonal para sus propuestas socio-espaciales. Lo cual seguramente muestra no
solo la fuerza del modelo sino también la dificultad de separarse de lo que existe y
se conoce. Robert Owen imaginaba el plano de sus creaciones en conjuntos de
cuadrados formados por edificios: «cada cuadrado puede recibir 1.200 personas y
está rodeado de 1.000 a 15.000 acres de terreno. En el interior de los cuadrados se
encuentran los edificios públicos que los dividen en paralelogramos. El edificio
central contiene una cocina pública, unos refectorios, y todo lo que puede contribuir
a una alimentacion económica y agradable»117. Y también tenía calles que se
cortaban perpendicularmente la ciudad «casi circular» de Cabet, Icaria, en donde,
además, todas las casas eran iguales, lo que daba la apreciable «ventaja de que
todas las puertas, las ventanas, etc., serían iguales y de que todas las piezas que
forman una casa, una granja, un pueblo y una ciudad podrían prepararse en grandes
cantidades»118.
El éxito del plano ortogonal durante el siglo XIX va unido frecuentemente,
como es lógico, a su valoración positiva por parte de autores muy diversos. Filósofos,
novelistas y ensayistas lo incorporaron a sus especulaciones sobre la ciudad.
En su novela Los 500 millones de la Begún (1879) el Dr. Sarrasin propone una
ciudad inspirada claramente en las ideas de Richardson sobre Higieia, y en donde
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 193
La valoración negativa
nacion, para la que se eligió un diseño barroco, con perspectivas que destacaran y
dieran significado a los edificios gubernamentales y simbólicos: el Capitolio, la
casa del presidente, las oficinas de la administración, los monumentos de especial
significado patriótico.
La valoración negativa del trazado ortogonal aparece otra vez de forma clara
en los autores neorrománticos de fines del siglo XIX.
Los viajeros que visitaban los nuevos países independientes de Hispanoamérica
tenían diversa opinión sobre las viejas y nuevas ciudades que visitaron. Los más
numerosos «maravillados por la regularidad, mientras los restantes confesaban su
desasosiego por la monotonía». La interpretación que da P.H. Randle a esas diferen-
cias incluye una dimensión cultural y psicológica: «los primeros representan segura-
mente a los espíritus prácticos que llegaban a América sin mayor nostalgia de su
tierra y dominados por el entusiasmo de emprender alguna empresa; los últimos,
espíritus más sensibles, no podían ocultar que la geometría rigurosa no hacía sino
resaltar la chatura física y cultural de aquella pequeña ciudad o gran aldea»124.
Hacia finales del siglo aumentaron manifiestamente los críticos. Por ejemplo,
en la obra de John Ruskin (1818-1900). En sus Lectures on Architecture and Painting
(1853)125, Ruskin retoma otra vez las críticas al urbanismo de la nueva Edimburgo,
que ya habíamos visto a comienzos del XIX:
Tras describir las formas aparentemente simétricas de las hojas de árboles pero
en realidad asimétricas, Ruskin estima que la naturaleza «a esta asimetría debe
toda su gracia, todo su encanto». El modelo para él es el de las calles medievales,
irregulares y pintorescas. En cambio: «echen un vistazo a los monumentos de
Edimburgo y verán qué encuentran en ellos. Nada más que dameros y más dameros.
Las casas tienen aspectos de prisiones, y realmente lo son (...) Esos dameros no
son prisiones para el cuerpo, sino sepulturas para el alma (...) La raza ha degenerado.
Son ustedes los que han esclavizado a esos hombres (...) Renacerían a la vida con
un alma nueva si liberasen sus corazones del peso abrumador de esos muros»126.
Un sentimiento similar puede encontrarse en William Morris (1834-1896).
Valora la ciudad medieval y rechaza la moderna, construida con rapidez, con
uniformidad y sin gusto.
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 195
Debemos considerar, ante todo, los rasgos de tipo morfológico, relacionados con
la estructura general del plano y los diferentes elementos que lo constituyen: calles,
manzanas, parcelas y edificios. Hablaremos, ante todo, del primero.
Aunque el plano ortogonal parece al principio como algo rígido, en realidad
permite muchas posibilidades, por lo que paradójicamente se ha podido decir de
él que «es la forma del plano que, más que cualquier otra, es condición de libertad
para la construcción de la arquitectura»131. Y ello sin contar que el diseño del plano
es solo –como se ha escrito con referencia a la ciudad hispanoamericana– la primera
idea general de lo que la ciudad va a ser, el punto de partida que «admite sobre la
pauta original, lograda y en equilibrio, toda clase de variantes, sea como aberración
de esta forma o como nuevos puntos de partida para concepciones urbanísticas
más adecuadas»132.
Aparentemente es un espacio isotrópico, en el que no existe una centralidad
clara ni lugares bien definidos para situar los equipamientos, y en donde la
movilidad se da igual en todas las direcciones.
Pero, en realidad, eso ocurre solo al principio, en el diseño sobre el papel. Una
vez que la retícula se ha construido y se han decidido las centralidades esenciales
(ágora, foro o plaza mayor; pretorio, ayuntamiento o edificios gubernamentales;
templos, etc.) el espacio se modifica de forma esencial. De hecho, a partir del
momento en que se sitúa algo en dicho espacio todo el resto del mismo se modifica,
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 199
las actividades productivas tales como molinos, tenerías, hornos de cal, ladrillos y
tejas, mataderos.
Si la ciudad hispanoamericana tiene un centro claramente definido por la plaza
mayor, en la norteamericana ese elemento urbano no existe de la misma forma. El
sociólogo Richard Sennett ha interpretado que en las Leyes de Indias, con sus
normas sobre la plaza mayor, y en la ciudad hispanoamericana resultante, pueden
verse aspectos muy positivos e incluso la única posibilidad para la construcción de
la ciudad. Frente a ello en la ciudad norteamericana y en la megalópoli moderna
sería más apropiado hablar de «nudos» urbanos en lugar de centros y suburbios.
La vaguedad de la palabra «nudo» indicaría que ya no es posible designar un valor
ambiental, mientras que «el ‘centro’ está cargado de significados históricos y visuales,
por lo que el ‘nudo’ es algo amorfo»137. En esas ciudades norteamericanas la
centralidad se organizaría en relación con actividades económicas.
Efectivamente, el examen de cualquier colección de planos de ciudades
norteamericanas, tanto de la época colonial británica como del XIX, muestra gran
número de casos de cuadrículas en las que no queda ningún espacio libre para
plaza pública138, y otras muchas en las que los espacios públicos son muy limitados.
Como ejemplo que se acostumbra a citar, los planos de Chicago de 1833 y de San
Francisco de 1849 y 1856, con millares de bloques de edificios proyectados, solo
contaban con unos pocos y reducidos espacios públicos139. Pero en Estados Unidos
también existían otros modelos que se reflejan en planos con plazas públicas, a
veces en posición central destacada140 y durante el siglo XIX empiezan a aumentar
los ejemplos de planos en los que se diseñan ya public squares, church squares o
market squares. Aun así, en conjunto es cierto que muchas veces las plazas no
parecen haber desempeñado ningún papel en el desarrollo inicial del núcleo
(incluso en Filadelfia) y que en ningún caso parecen tener la misma función organi-
zadora y estructuradora que posee la plaza mayor en la ciudad hispanoamericana.
El desarrollo de la urbanización se realiza frecuentemente en relación con las
centralidades establecidas en el diseño inicial o, en ocasiones, con las que se generan
por la misma dinámica urbana. En general es más temprano en determinados
puntos: cerca del centro impuesto por la plaza mayor; cerca del puerto, aunque
éste se encuentre alejado de dicha plaza pública; en relación con la urbanización
de las calles o con la construcción de los equipamientos; cerca de la ciudad antigua
en el caso de los ensanches. Con mucha frecuencia se deja sentir la influencia de la
estructura de la propiedad y las estrategias constructivas de los propietarios.
Lo fundamental es que cuando la retícula inicial se extiende, el valor del suelo
de las partes previamente construidas se modifica, aumentando. Se generan así
plusvalías crecientes en las partes centrales. Es lo que ya preveía William Penn
cuando escribió en 1685 que «la mejora de un lugar se mide mejor por el avance
del valor sobre cada parcela individual (...) la peor parcela de la ciudad, sin ninguna
mejora en ella, valdrá cuatro veces más que cuando fue proyectada, y la mejor
cuarenta veces»141.
El plano ortogonal puede concebirse como limitado o ilimitado. La primera
es la situación normal en el caso de que existan murallas o haya obstáculos adminis-
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 201
Aranjuez Atenas
en los siglos XVII y XVIII a nuevos diseños ortogonales en los que las plazas tenían
disposiciones nuevas e imaginativas. Así se trazaron mallas ortogonales con dos
plazas relacionadas por una calle, como aparece en la fundación de Richelieu y en
la nueva población de Nancy con sus plazas relacionadas, un diseño que influyó
luego en el plano de Edimburgo de Craig, aunque el suyo es mas simétrico y rígido.
En todo caso, la idea de situar diversas plazas en un plano y relacionarlas entre sí se
había ido afirmando en la segunda mitad del siglo XVII y pasó a ser común en el
XVIII157. En los proyectos para la reconstrucción de Londres tas el incendio de 1666
se propusieron diseños con una plaza central principal y otras secundarias, los
cuales no fueron aceptados pero pudieron tener influencia en el diseño de Filadelfia
por William Penn en 1682, y en el de Savannah y otros núcleos de Georgia en las
primeras décadas del setecientos.
En la Barceloneta, donde las manzanas son muy estrechas y alargadas, la plaza
se define con un diseño imaginativo, girando perpendicularmente dos manzanas
para definir el espacio central.
Según el tipo de edificios que les rodea las plazas pueden ser con edificios
civiles (como la plaza mayor española, de carácter esencialmente municipal), civiles
y religiosos (como en la plaza mayor de las ciudades hispanoamericanas), residen-
ciales (como en las plazas londinenses y de muchas ciudades norteamericanas),
con edificios comerciales y mercados (que pueden ser también construidos en el
centro), militares (en el caso de plazas con cuarteles) y mixtas. Las funciones de las
plazas también pueden ser diversas, para espectáculos, para actividades comerciales,
para ocio.
En relación con todo ello el espacio interior de la plaza puede estar más o
menos definido con el uso de verjas, setos, columnas, y tener en su interior estatuas
o fuentes. Lo que ha cambiado a lo largo del tiempo.
El ideal ilustrado, todavía vigente a mediados del XIX era bien claro. Manuel
Fornés y Gurrea en su Álbum de proyectos originales de arquitectura (1846) dedica
amplia atención a las plazas mayores, a las que relaciona explícitamente con los
foros romanos y las plazas españolas. Su exposición ofrece un buen panorama de
los ideales neoclásicos.
Según Fornés en España estas plazas están «destinadas también o a mercados
o a sitios donde se reúne el pueblo en sus solemnidades y fiestas, prestando el
desahogo necesario para millares de personas. En ellas pueden estar los edificios
públicos de uso común, como son casas de ayuntamientos, bolsas, lonjas, tribunales
de repeso, guardia principal y salidas a otras plazas más pequeñas o calles más
principales. En su centro será muy conveniente, siendo el sitio a propósito, poner
una fuente que recuerde continuamente la perfección del arte, y otras en las demás
plazas, para la limpieza y uso común de los vecinos»158.
El diseño de la plaza, según el mismo autor, ha de ser cuidado y noble: «la
plaza será un pórtico corrido por sus cuatro caras, con magníficas puertas para la
entrada a las calles contiguas o de salidas, donde podrán estar todas las tiendas,
quincallas y cuanto de lujo pueda contener, prestando los pórticos la gran como-
didad de estar al abrigo de las lluvias, sol y otras incomodidades». Fornés recomien-
208 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Pero también puede haber parcelaciones distintas en relación con usos del
suelo diferentes. Así, por ejemplo, parcelas más pequeñas para tiendas, mayores
para viviendas unifamiliares y extensas para la industria, como se ve en muchos
planos de ciudades norteamericanas diseñadas en el siglo XIX165.
La existencia de una parcelación irregular en el interior de manzanas de un
plano ortogonal se relaciona con la estructura rural preexistente. Es lo que sucedió
en los ensanches de ciudades españolas durante el siglo XIX. En ese caso puede ser
necesario realizar adaptaciones para compensar a los propietarios afectados por el
trazado de viales (Figura 12.2, pág. 452).
Las oposiciones al ensanche de Cerdá en Barcelona muestran las dificultades
de superponer un plano geométrico sobre un trazado de propiedad privada con
límites irregulares, procedentes de la evolución histórica. Cerdá reconocía que «el
plano de una ciudad en proyecto considerado con relación a la propiedad territorial
puede estar concebido de manera que las alineaciones y longitudes de las calles se
hallen subordinadas estrictamente a los límites perimetrales de las propiedades»,
pero que «el resultado sería un trazado anárquico y laberíntico como el de la
propiedad». Frente a ello podía imponerse un trazado de acuerdo con lo que «el
bien general exija y la sana razón aconseje», tal como él hizo en su proyecto166.
En este caso, naturalmente, la configuración de las parcelas preexistentes y su
persistencia o desaparición al construir el nuevo plano –en el caso de que
sobrevivan, total o parcialmente– los mecanismos de reparcelación, si se usaron,
la realización de pequeñas adaptaciones en la forma o tamaño de las manzanas
para adaptarlas a determinadas estructuras preexistentes de la propiedad o de la
construcción previa, todo ello puede afectar al diseño final que se realiza; por
ejemplo, en el caso del ensanche de Barcelona no todas las manzanas son
exactamente del mismo tamaño, como se observa si se examina con atención la
parte central del mismo (Figura 12.3, pág. 453).
Conviene tener en cuenta asimismo que el diseño teórico de la parcelación del
plano inicial no siempre se respeta, ya que desde el momento en que se realiza
hasta que se construye puede haber transferencias de propiedad, con divisiones o
agrupaciones de parcelas. Sabemos que así ocurrió en muchos ensanches durante
el siglo XIX.
Finalmente, y de manera general, es también importante la proporción de
espacios públicos y espacio privado que se prevé en el plano.
La edificación
manzana, y solo más tarde se dio una subdivisión progresiva. Como es sabido, en
el caso del Ensanche de Barcelona planeado por Cerdá, la manzana no estaba
edificada en todo su perímetro, lo que solo ocurrió por las presiones de los
propietarios. Igual ocurrió durante el siglo XIX en numerosas ciudades americanas,
cuyos planos muestran progresivamente el paso de edificios aislados a frentes
continuos de edificación.
En algunos casos, pueden darse también procesos de compactación del interior
de la manzana, con accesos a través de pasillos, callejones o servidumbres de paso
de los edificios que dan a la calle. Algo que es fácil de observar en los ensanches de
las ciudades españolas.
El tipo de edificios depende, ante todo, del grupo social a que se dirige la
urbanización. En algunos planos ortogonales de la antigüedad que nos han sido
reconstruidos por los arqueólogos existen viviendas minúsculas. Se trata, por
ejemplo en el antiguo Egipto, de poblados para obreros que construían una pirá-
mide o de barrios para artesanos o grupos populares en general. Pero también
conocemos planos de ciudades griegas y romanas con manzanas divididas en
grandes parcelas para viviendas unifamiliares de personas ricas, cada una de las
cuales posee diferentes patios y habitaciones.
En la ciudad romana o en la hispanoamericana la vivienda alojaba a la familia
extensa, núcleos básicos y secundarios de parentesco, compadres, criados y esclavos.
Podía haber también actividad comercial en algunas habitaciones hacia la calle, y
tareas artesanales en locales de criados y esclavos. Como es sabido, en la ciudad
preindustrial la actividad residencial y económica estaban generalmente unidas.
Ello se refleja no solo en la existencia de la la llamada «casa artesana», que era a la
vez vivienda y taller, sino también en el hecho de que bastantes casonas y palacios
de la burguesía podían dedicar algunas habitaciones al negocio, o incluso alquilarlas
a artesanos, como sabemos que ocurría ya en la Roma clásica.
Las viviendas de las clases altas se situaban en la parte central de la ciudad, con
sus fachadas decoradas, y a veces con edificios «de altos». Durante mucho tiempo
se usaron sistemas constructivos simples para la casa, utilizando los materiales
disponibles. Uso de tapial, adobe, ladrillo, y también madera y entramado de pajas
y ramas. Hay así una evolución en los elementos constructivos, desde los iniciales,
casi efímeros, hasta los edificios de cantería mas tarde. En muchas ciudades –por
ejemplo, en las ciudades americanas durante la edad moderna– ocurrió lo que
Tomás Moro nos cuenta que sucedió en Amaurota y en otras ciudades de la isla de
Utopía: «las habitaciones eran en los primeros tiempos humildes y hechas a modo
de cabañas y chozas, construidas de cualquier modo con maderas y de paredes
revocadas de barro y techos en punta, cubiertos de haces de paja»; solo más tarde
pasaron a tener «tres pisos de techo plano, las paredes exteriores son de piedra, de
yeso o de ladrillo»167. Las tejas van dominando desde el siglo XVII, por el temor al
fuego, a la vez que va aumentando el uso de balcones y ventanas con rejas. En ese
contexto las grandes operaciones urbanísticas de fundación unitaria de una ciudad
con edificios en piedra o ladrillo (caso de San Petersburgo o la new town de
Edimburgo en el siglo XVIII) debe ser valorado como algo de gran importancia,
212 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
aunque iba unida normalmente a una jerarquización del espacio y de las viviendas,
según las clases sociales a que se destinaban.
En la época contemporánea esas diferencias sociales en las viviendas de planos
ortogonales son similares, con el añadido de que la altura de los edificios que se
construyen se fija en relación con la anchura de las calles. De todas maneras ha
podido haber cambios en esa normativa o en la permisividad respecto a los propie-
tarios y a su deseo de obtener el máximo beneficio elevando la altura de los edificios.
Si en las cuadrículas de las ciudades antiguas y modernas hasta el siglo XVIII
dominaban los edificios de casas bajas, desde ese siglo empiezan ya a aparecer los
de cuatro y cinco plantas y desde la segunda mitad del siglo XIX también pueden
construirse rascacielos –cuya aparición, por cierto, ya se había insinuado en la
Roma clásica con edificios de hasta 30 m de altura168.
La aparición del rascacielos constituye una importante novedad. Sennett ha
señalado que mientras «en el siglo XIX la cuadrícula se aplica en sentido horizontal;
en siglo XX en el vertical». Algo parecido observó Le Corbusier, cuando se refiere
elogiosamente a la «actitud ortogonal del plan de hormigón» del edificio moderno,
con sus pilares horizontales y sus vigas verticales, con su pureza y su rectitud169.
Esa valoración de la línea recta y la ortogonalidad de los edificios en altura, común
a otros arquitectos racionalistas, se refleja en las propuestas de rascacielos y, en el
caso de Le Corbusier en sus inmeubles-villas (de 1922) con bloques que poseen
diversas posibilidades de ordenación, en forma de ficha de dominó (tipología a la
que llamó Domino).
45 Para ello, según González Jiménez (1987, 58 Álvarez Martínez 1993, pág. 135.
pág. 697) se trazó una cruz imaginaria, 59 Figs. de Fanelli 2, 4 y 133; cap. I y págs.
cuyos puntos extremos serían las iglesias 14 y 36.
de Santa Cruz (cabecera), San Juan 60 Sobre todo ello Lopes Pegna, M. Firenze
(brazo derecho), Santa María (brazo dalle origine all Medioevo, 1962, cit. por
izquierdo) y Santa Bárbara (pie). Fanelli 1997, p. 4-5, 251-252, 14-17, 63-
46 Capítulo 1, pág. 21. 64.
47 Fanelli 1997, pag 16. 61 Vale la pena recordar que otras estructu-
48 Braunfels (1976) 1983, págs. 19-39. ras romanas tuvieron también influencia
49 Algunos datos sobre ciudades galas, en la configuración de la red de caminos
germanas o hispanas en Torres Balbás s.f., medieval, convertidos luego en calles. Se
I, 27. trata, además de las vías ya señaladas del
50 Torres Balbás s.f., vol. I, pág. 18. camino de Barcino a Baetulo (Badalona),
51 Es lo que ocurrió en Florencia con la el camino a Octavianum (Sant Cugat del
actividad de las sociedades nobiliarias Vallés) o hacia donde hoy se encuentra
que construyeron torres (Fanelli 1997, Horta, siguiendo un camino ya existente
págs. 20-21). por el Coll.
52 Ejemplos gráficos en Fanelli 1997, pág. 62 Estudiada por E. Ariño 1991.
4, Caniggia y Maffei 1995, Seta, 1986. 63 Palet 1997, pág. 12.
53 Lopes Pegna, M. Firenze dalle origine all 64 Significativamente, en latín el sustantivo
Medioevo, Firenze, 1962. Cit por Fanelli limes –itis es a la vez límite y sendero o
1997, p. 5. senda entre dos campos.
54 La unidad de longitud para las medidas 65 Para todo lo correspondiente a este
agrarias de longitud era la pertica, que apartado se sigue fielmente el trabajo de
tenía 10 pies y el actus vorsus equivalente Yonekura 1959.
a 12 perticae, o sea 120 pies. En las 66 Duby ed. 1999, una útil síntesis reciente
medidas de superficie la unidad era el pes en Asenjo González 1996.
quadratus (equivalente a 0’0874 m); el 67 Es el período de las sauvetés, ver Lavedan
actus tenía 14.400 pies, el iugerum y Hugueney 1974, pág. 61 ss.
(yugada) 28.800 pies, el heredium 2 iugera 68 Datos y planos en Dickinson 1953 y
(50’364 áreas) y la centuria, como hemos Gutkind 1964 (vol. 1 Urban Development
dicho, 100 heredia o 200 yugadas (50’364 in Central Europe).
hectáreas). En algunas regiones, y según 69 Dickinson 1953, pág. 167 ss.; Carter 1983,
las épocas estas equivalencias podían pág. 46 y ss.
experimentar cambios, como veremos 70 Según Conzen 1968 y 1988.
más adelante. Sobre los geómetras y 71 Lacarra 1959.
agrimensores romanos Chouquer & 72 Como Grañón y Redecilla del Camino,
Favory 1992. cerca de Santo Domingo de la Calzada,
55 Ver Bradford 1975, Clevel-Lévêque 1983, estudiados por Passini 1986.
Camaiora 1983-84, Chouquer y otros 73 Maravall (1969) 1983.
1987, Misurare 1983-89; algunas figuras 74 Sambricio 1991.
de centuriaciones en la región de Emilia 75 Como en Rusia, donde se usa en Odessa,
en Benevolo (1975) 1977, vol. II, págs. 1794; véase Lavedan 1952.
225-227. 76 Capel y Tatjer 1975.
56 Estudios 1974; la obra fue coordinada por 77 Youngson (1966) 1975.
Antonio López Gómez y Vicente Roselló 78 Lapresa Molina 1979, Barea Ferrer 1992.
Verger, y se inicia con un excelente 79 En Solano 1980.
estudio de este último sobre «El catastro 80 La Leyes de Indias toman a veces casi
romano en la España del este y del sur». literalmente las ideas de la obra de santo
57 Ariño, cit. por Martín-Bueno 1993, pág. Tomás, Guarda (1965). La obra de Tomás
114. de Aquino fue traducida al castellano en
218 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
1624 por Alfonso Ordóñez de Seijas. 95 Por ejemplo la excelente obra de John W.
Sobre la elaboración de este cuerpo legal Reps (1965) 1992, caps. 4 a 8.
y su dimensión urbanística Guarda 1965 96 Reeps (1965) 1992, pág. 185.
y Solano 1987. 97 Reps (1965) 1992, cap. 7 («Colonial
81 Influencia estudiada por Hardoy 1975. towns of Carolina and Georgia»).
82 Tovar y Teresa 1987; en esta obra se repro- 98 Capítulo 12, págs. 448 y ss.
duce la edición de Alberti publicada en 99 Canales Martínez 1995 (en particular, el
Paris en 1512 y los testimonios autógrafos cap. III, «Ciudad y territorio»).
que muestran que «este libro es del virrey 100 Lavedan (1952), vol. III.
D. Antonio de Mendoza» (al comienzo) 101 Reps (1965) 1992, caps. 9 a 17.
y «se leyó en el mes de junio de 1539», 102 Hernández Gurruchaga, Olave Faría y
así como varias páginas subrayadas por Reyes Coca 1992.
el virrey con normas que habían de 103 Paula 1987.
aplicarse en la construcción de la nueva 104 Randle 1977.
capital de México. 105 Randle 1977, pág. 49 y 50.
83 Sobre todo ello, Antonio Bonet Correa 106 Aprile-Gniset 1992, vol. II.
1993, y Antonio Bonet Correa (dir.), 107 Salgueiro 1997, pág. 166 y, en lo que se
Bibliografía de Arquitectura, Ingeniería y refiere a la obra de Aarão Reis, todo el
Urbanismo en España, 1498-1880. capítulo 5.
84 Solano, Francisco de: «Proceso funda- 108 J.N.L. Durand 1802-1905, ed. 1981.
cional y perfiles de las ciudades hispano- 109 Salgueiro 1997, cap. 5, y anexo 3, oficio
americanas», en Solano 1990, págs. 17- de 23.III.1895 presentando al gobierno
34. Datos por ciudades y audiencias en las plantas de Belo Horizonte, por Aarão
Solano 1990, pág. 51-57. Reis.
85 Sobre estas reacomodaciones forzosas de 110 Lavedan 1952, vol. III.
indígenas, Solano 1976, Borah 1978, 111 Lavedan 1952.
Zamora Acosta 1989. 112 Williams 1966 y 1990.
86 Menegus Bornemann 1989. 113 El proceso ha sido contado por Reps
87 Ver Capel 1989 («Ideología y ciencia en (1965) 1992, págs. 214-217 («The conti-
los debates sobre la población ameri- nental checkboard of the Continental
cana»). Congress»); y por Thrower 1972.
88 Como lo ha denominado George A. 114 Meynier 1970, págs. 42-43; Reps (1965)
Kubler, en Solano (Coord.) 1985. 1992; otros ejemplos en Schwartz 1961,
89 Leyes de Indias, libro IV, título V, ley X. págs. 158 ss.
90 Véase Sala Catalá, Prólogo de H. Capel 115 Tomás Moro, Utopía, libro II, cap. 2 («De
(reproducido en Scripta Vetera, http:// las ciudades de Utopía y especialmente
www.ub.es/geocritica/sala.htm) de Amaurota»).
91 Sobre la ciudad hispanoamericana puede 116 En los Elementos de matemáticas, t. IX,
verse Hardoy 1978, Guarda 1978 y 1991, Arquitectura civil y arquitectura hidráulica
Bonet 1985, Alomar 1987, Ortiz de la (Madrid 1783).
Tabla 1989, Solano 1990. 117 En el Raport au comité de l’Association
92 Ejemplo, Corrientes, en Argentina: pour le soulagement des classes défavorisées
Muscar, Iglesias y Foschiatti 1992. employées dans l’industrie, 1817; en
93 Eulalia Ribera 1998. Choay 1970, págs. 114-117.
94 Para Quebec, Reps (1965), ed. 1992, 118 Etienne Cabet, Voyage et aventures de lord
figuras 37 y 39, y todo el capítulo 3 («The William Carisdall en Icarie, París, 1840;
towns or New France»). En la misma obra en Choay 1970, págs. 152-64.
hay datos y figuras de esos tipos de adap- 119 Choay 1970, págs. 178-183.
taciones en las ciudades norteamericanas 120 Choay 1970, pág. 182.
citadas; por ejemplo, New Orleans (fig. 121 Textos en Choay 1970, págs. 284-303.
56, pág. 85) o Pittsburg (fig. 122). 122 Testimonios en Tatjer 1988, págs. 23-24.
NOTAS AL CAPÍTULO 5 219
123 Morris (1974) 1992, pág. 314; y Youngson será el punto de referencia de la
(1966) 1975. generación de nuevos espacios urbanos».
124 Randle 1977, pág. 48. 140 Eden 1736, Charlestown 1742, Williams-
125 Utilizo la traducción de F. Choay en 1970, burg 1782, New Haven 1748, New
págs. 195-205. Ebenezer, Columbia 1817, Cleveland
126 En Choay 1970, págs. 197-201. 1796, Jeffersonville 1817, planos en Reps
127 Der Städtebau, 1889; Textos en Choay (1965) 1992.
1970, págs. 315-338. 141 Still 1974; cit. por Carter 1983, pág. 121.
128 Como ha observado Gerhard Fehl «Carl 142 Benevolo 1994.
Heinrici, 1842-1923. Per un urbanisme 143 También era extenso el ensanche pro-
alemany», en Dethier & Guiheux 1994, yectado por Carlos María Castro para
p. 136. Madrid, capaz de absorber el crecimiento
129 Josep Puig i Cadafalch: «Barcelona d’anys de la población durante cien años,
a venir», La Veu de Catalunya, 29.XII. aunque el mismo autor preveía que la
1900-22.I.1901. Reproducido en Torres ocupación se haría muy lentamente, ya
Capell y otros 1985, págs. 87-89. que las construcciones solo podrán ser
130 Sennett 1990, pág. 298. Seguramente progresivas y a medida que el interés
Marc Augé no dudaría en considerar eso particular y las necesidades públicas lo
como el primer ejempo de «no lugar». reclamen», Castro 1860, págs. 98-99.
131 Monestiroli 1982, cursivas en el original. 144 Pinon 1986, págs. 34-35.
132 Randle 1977, pág. 44. 145 Vitrubio, I, cap. VI; en ed. 1970, pág. 28.
133 Como hizo Nystuen (1963), con el 146 Por ejemplo, en el plan de Ensanche de
famoso ejemplo del patio de la mezquita, Madrid elaborado por José María de
un espacio isotrópico que se ve afectado Castro, se procura dirigir las calles que
por la presencia de un predicador. se proyectan «resguardadas de los vientos
134 França 1977. NE y SO en un sentido y de los del NO y
135 Ricart 1947, Bonet 1977 y 1979, Solano SE en el normal a aquél, que como hemos
1981 y 1982. visto en la parte estadística son los
136 Rojas-Mix 1978 (cit. por Eulalia Ribera). predominantes y de peores condiciones
137 Sennett 1990, pág. 284. en Madrid», y dirigiendo por tanto las
138 Como los de Marborough 1691, Toppa- calles en el sentido cardinal (Castro 1860,
hannock 1706, Fredericksburg 1721, pág. 137).
Alexandria 1749, Edenton, 1769, Naassh 147 Puede verse claramente en el plano de
1787, Zanesville 1815, New Babylon, Pedro Pico (1846), en Plan Montevideo
Oklahoma City 1889, y numerosas 1998, pág. 69.
ciudades diseñadas por compañías de 148 Randle 1977, pág. 44.
ferrocarriles; planos en Reps (1965) 1992. 149 Soares 2001.
139 Con referencia a esos planos Richard 150 Y ha explicado de forma excelente el
Sennett (1990) ha escrito que «aun arquitecto Enric Serra Riera en su tesis
cuando se manifestaba el deseo de contar doctoral (1992) luego publicada.
con un centro, no era fácil deducir dónde 151 Como se observa en cualquier plano
se establecerían los lugares públicos y de actual o, mejor aún en el Plano de
qué modo funcionarían en ciudades Montevideo de Casimiro Pfäffly 1893, y
concebidas como un mapa de infinitos el Plano de P. Joanicó 1910, y en el Plano
rectángulos de suelo». También señala de alturas incluido en el Plan Montevideo
que «con la llegada de los ferrocarriles y 1998, pág 199-233, y en especial en págs.
la inversión de cuantiosos capitales, en las 217, 219 y 225.
ciudades norteamericanas de influencia 152 Por ello es discutible la tesis del autor,
hispánica quedan sin vigor los principios resumida en estas palabras: «Es ejemplar
enunciados en las Leyes de Indias. El la libertad y espontaneidad con que se
cuadrado deja de tener un centro y ya no inicia y se desarrolla el proceso durante
220 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
El paraíso en la Tierra
Fig. 6.1 Representación del jardín de un alto dignatario egipcio (Ippolito Rosellini,
Monumenti del Egipto e della Nubia, 1834; en Germain Bazin, 1988).
del paraíso como lugar a donde irán los elegidos, los santos y los piadosos, en las
cuales la asociación con el jardín está siempre presente: Jardín de la Eternidad,
Jardines del Edén, Jardín del Retiro, Jardines de las Delicias y el mismo libro sagrado
ha facilitado descripciones de ese jardín situado en el séptimo cielo8. El paraíso
musulmán es el lugar a donde van a residir los justos, es un jardín surcado de
arroyos, con bosques y frutales siempre verdes. En El Corán se repite una y otra vez
que los creyentes que obren con rectitud serán llevados por Alá a «un jardín
recorrido por arroyos con el fin de que permanezcan allí eternamente y para
siempre». Los orígenes persas y judíos de esa descripción son bien conocidos, con
los cuatro ríos que también aparecían en la descripción del Génesis y otros
elementos ligados a la tradición del Próximo Oriente9.
En el occidente cristiano el paraíso terrestre pronto se identificó con el locus
amoenus de los antiguos, la Arcadia de Teócrito y Virgilio, el paisaje bucólico, el
paisaje de la edad de oro, todo lo que las églogas de Garcilaso describen como
paisaje ideal. Fue Alanus de Lille el que, en el siglo XII, cristianizó el locus amoenus
clásico y lo convirtió en el paraíso dando lugar a la imagen del paraíso terrestre10.
En Petrarca ese paraíso es la naturaleza en la que el poeta se interna para la
contemplación y el goce solitario; pero en los tratadistas del XVI y en los propietarios
y arquitectos que crearon los jardines europeos será ya el jardín construido por el
hombre, gozado socialmente y ligado muchas veces (como en las villas mediceas o
en las venecianas) a la actividad productiva de la agricultura.
La idea del jardín como paraíso, mantenida a través de los siglos, tuvo gran
influencia durante el Renacimiento. También, lógicamente, en España. Nos
limitaremos a citar solo un ejemplo.
Cuando Felipe II acometió a partir de 1564 la reforma de los jardines de
Aranjuez se trataba de recrear con ello una especie de paraíso en la tierra, tal como
cantó Gómez de Tapia en una égloga compuesta sobre ese delicioso lugar11:
La égloga canta la verde hiedra y los nogales de la huerta, las rosas, las parras,
las fuentes que derraman dulcemente sus caños en vasos de marmol «ojos y oidos
regalando» y los arroyuelos que van bañando lirios, azuzenas y claveles. Por ello,
concluye el cantor:
La idea del paraíso terrenal es una aspiración, una búsqueda de ese mundo
ideal perdido con el pecado de Adán. A través de la agricultura refinada del jardín
–la que Dios dejó a Adán tras la expulsión– se reconstruía en cieta manera el paraíso
en la Tierra y el hombre hallaba «recreo y reparo a sus aflicciones»12. Algo que
repetirán luego otros muchos tratadistas y que sería la aspiración profunda de los
jardineros. Como decía el autor de unas octavas en loor de Gregorio de los Ríos,
autor del primer tratado español de jardinería, la naturaleza estaba en obligación
con el jardinero, aumentando su belleza:
El jardín musulmán
La tradición del jardín islámico tuvo algún eco en Francia a través de la Sicilia
normanda28. Pero sobre todo tuvo, como hemos dicho, una fuerte presencia en
España, y se mantuvo viva en este país después de la Reconquista. Así lo muestran
los jardines hispano-musulmanes de los Reales Alcázares de Sevilla o los mismos
de la Alhambra, así como otras realizaciones del siglo XVI. También perduró de
forma muy importante en los jardines populares y se recuperará más tarde a fines
del siglo XIX, en plena revalorización del mudéjar, alcanzando gran importancia
con el estilo andaluz29.
230 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Desde la segunda mitad del siglo XV y luego durante el XVI los ideales humanistas
en los que el jardín trata de imitar y exaltar la naturaleza y la serenidad del campo
frente al trajín de la ciudad, van evolucionando hacia el arte y el artificio35. Cómo
se produjo esa evolución es un tema que ha atraído la atención de varios
investigadores36. Si los jardines del protorrenacimiento son –como hemos dicho–
ordenados, pero simples, con el ideal de pureza que los humanistas asociaban a la
vida campesina y a la simplicidad rústica, los que le siguen van introduciendo
crecientemente el artificio y la complejidad.
Grecia y Roma facilitaban también modelos para ello. De Roma el arte topiaria,
expresión ahora asociada al modelado de figuras sobre soporte vegetal, y la
integración de jardinería y arquitectura; de Grecia –o de la idea de Grecia– los
artificios más refinados, desde las grutas a los autómatas.
Alberti fue uno de los difusores de la topiaria romana, que había sido citada,
como vimos, por Plinio el Joven. En Los diez libros de arquitectura (1485), al tratar
de los jardines, además de aludir a los arroyuelos y a las fuentes que debe poseer, se
refiere también a los cipreses con hiedra en los troncos, a los árboles (laureles,
limoneros o enebros) cuyas ramas estarían «curvadas y entrelazadas», formando
círculos y medias lunas «y todas aquellas figuras que gusta ver en los pavimentos
de los edificios». Imágenes atrevidas de estas figuras aparecen, como es sabido,
también en otros tratadistas renacentistas, como por ejemplo en El sueño de Polifilo
de Colonna37, constituyendo una forma que no falta en los jardines renacentistas38.
Por ejemplo, los jardines construidos por el duque de Alba en su finca
extremeña de la Abadía a mediados del siglo XVI tenían, según un testimonio de la
época, las calles de jardinería, con murta, arrayán y naranjos, y estaban «tan
delicadamente hechas que las mismas yerbas parecían producir los personajes y
bultos que de ellas estaban hechos de muchas maneras, como mochuelos, gavilanes,
chuecas, ruiseñores, osos, tigres, leones, unicornios, caballos, damas, ninfas, armas,
escudos, ballestas y otras mil maneras de invenciones apacibles y deleitosas a la
vista»39.
232 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Fig. 6.3 Los jardines renacentistas de Frascati, antigua Tusculo, en los alrededores de
Roma, en el que se observa la disposición escenográfica de la villa Aldobrandini
(A. Kircher, Latium id est, Nova et Parallela Latii tum Veteris
tum Novi Descriptio. Ámsterdam, 1671)
236 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
con el que al mismo tiempo existía en la ciencia de la época por el mundo subte-
rráneo y las cavidades naturales, y que aparece en obras como el Mundus
subterraneus de Athanasius Kircher o en Gaffarel: este último al clasificar las grutas
no deja de citar entre ellas precisamente las artificiales de los jardines48.
Finalmente, en esa progresiva exhibición de prodigios, no podía faltar la
incorporación del arte y del artificio, es decir las maravillas mecánicas, los autómatas
al servicio de la ostentación y de la sorpresa. Al aire libre o en grutas, como las que
había diseñado Pitágoras en Samos y había descrito el filósofo griego Porfirio49, se
instalaron pájaros que cantaban mediante mecanismos neumáticos inspirados en
los que había construido Herón de Alejandría, autómatas, órganos hidráulicos,
fuentes canoras y juegos o teatros de agua que sorprendían a los visitantes y hacían
las delicias de los propietarios. Y en definitiva, todo un conjunto de elementos
mecánicos, que aparecen ya bien representados en la Villa Medicea de Pratolino50
y que irán aumentando con el manierismo en efectos de teatralidad crecientes que
consagran el triunfo del arte y del artificio sobre la naturaleza, el olvido de la anterior
ilusión de rusticidad, que es paralelo al aumento de riqueza y poder y al consiguiente
deseo de ostentación y magnificencia.
Así se hizo luego en otros jardines europeos. Los construidos por el duque de
Alba en Extremadura, edificados a mediados del siglo XVI, tenían fuentes de mármol
y bronce, cenadores de mármol, elementos arquitectónicos de mármol, piedra y
estuco y órganos hidráulicos junto al río51. Los que Felipe II hizo construir en
Aranjuez donde situó una gran cantidad de fuentes y estatuas de mármol y bronce,
edificios reales o en forma de decorado, tales como «una fortaleza o más bien un
frontispicio, también de madera, con columnas y chapiteles, que tenía muchas
pajaritas con máquina que hacían música»52. O los que aparecen plenamente
desarrollados, en una dimensión que es ya casi barroca, en la Villa Aldobrandini
en Frascati, iniciada en los años finales del quinientos y finalizada en los primeros
del siglo siguiente. Unos modelos que se difundirán a través de tratados de jardinería
como el de Salomon de Caus, Les Raisons des forces mouvantes, avec diverses Machines
tant utiles que plaisantes ausquelles sont adjoints plusieurs desseings de Grotes et
Fontaines, publicado en 1615.
En la tradición renacentista que se elabora con los jardines italianos del
quinientos el jardín se configura, además, como un programa iconológico, que
utiliza ampliamente los elementos clásicos. Hércules era el emblema de la casa de
Este, como lo era, sobre todo, del Imperio y, desde Carlos V, de la monarquía hispa-
na. El jardín se configuraba como un espacio precodificado que el visitante culto,
conocedor de las obras clásicas, podía interpretar adecuadamente. No era algo
específico de los jardines. Un programa iconológico semejante se utilizaba también
en la arquitectura, incluso en la religiosa, como muestra la fachada de la iglesia del
Salvador de Úbeda. Lo que el jardinero hace es distribuir espacialmente ese progra-
ma iconológico, a través de la localización de estatuas, fuentes y parterres con ele-
mentos simbólicos o heráldicos. Tal como había señalado Alberti, se podía escribir
asimismo el nombre del dueño en la superficie del césped, con boj o plantas aromá-
ticas y representar los emblemas del propietario con flores de distintos colores.
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 237
Desde el punto de vista del diseño urbano eso tendrá también consecuencias.
Ayuda a imaginar el espacio urbano como espacio con sentidos, y de esa forma,
cuando con el barroco se impongan las perspectivas en relación con edificios
destacados o cuando se sitúen estatuas y monumentos se estará configurando la
ciudad como un sistema simbólico que puede ser decodificado, tanto en la lectura
del plano (como muestra, de forma clara el plano de Josep Fontseré para el concurso
del Ensanche de Barcelona de 1859, en donde las manzanas dibujan el escudo de la
ciudad. Figura 6.4), como en el recorrido por las calles de la ciudad, en donde
sucesivamente se van percibiendo esos símbolos del municipio o del Estado que
son la torre del ayuntamiento, la casa de los gremios, la iglesia, la estatua del rey, o
el monumento al presidente. La ciudad se convertirá también desde el punto de
vista simbólico en un sistema codificado, que habrá que saber interpretar.
En algunos de esos jardines aparece asimismo un aspecto interesante de destacar
ahora: la distinción entre el espacio plenamente ordenado, y otro que supone una
especie de jardín-bosque, en donde la actuación del hombre es más reducida, y
que da paso a la naturaleza pura, en estado silvestre. Así ocurre en la villa Lante en
Bagnaia construida a partir de 1566 y atribuida a Vignola. En esa combinación de
lo artificial y lo natural podemos partir de cualquiera de los dos elementos contra-
puestos para apreciar el otro: el jardín ordenado permite apreciar la naturaleza
silvestre; o partiendo de ésta podemos valorar la acción del hombre como ordenador
de la naturaleza. A su vez, el jardín con sus diversas gradaciones se sitúa en el lugar
intermedio entre la arquitectura y el espacio en el que está más presente la acción
del hombre, por un lado, y la naturaleza agreste libre –o supuestamente libre– de
la acción humana, por otro.
La unidad formal entre la arquitectura y el diseño del jardin aparece en las
vistas de los dos primeros libros en los que se presentan sistemáticamente los
jardines europeos del quinientos y seiscientos, el de Jacques Androuet de Cerceau
Les plus excellents bastiments de France (1576-1579)53 y el de Johan Vredeman de
Vries Hortorum viridiorumque elegantes et multiplicis formae, ad architectonicae
artis normam affabre delineatae (1583)54, los cuales influyeron posteriormente en
el diseño de otros jardines proporcionando modelos que podían ser imitados
fácilmente.
La íntima relación entre jardinería y urbanismo y el carácter de experimen-
tación previa que a veces tenía el diseño del jardín quizás en ningún otro se ve con
mayor claridad que en la vinculación entre el jardín de la Villa Montalto y el plan
de Sixto V para la remodelación de Roma en 1585. Cuando todavía era cardenal
encargó a Domenico Fontana la realización del jardín de Villa Montalto, y en ella
el arquitecto realizó lo que ha sido denominado como «un resumen anticipado»
de la reordenación urbana que inmediatamente acometería en la ciudad. Es aquí
donde tal vez por primera vez se ensayan los principios de la perspectiva que se
aplicarían luego a la red de vías que conectan las distintas iglesias romanas y los
obeliscos, al tiempo que se diseña en el eje principal del palacio el famoso tridente
viario que luego se construiría desde la entrada septentrional de Roma, en la plaza
del Popolo. Según ha escrito W. Hansmann, «el principio barroco de la organización
238
LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Fig. 6.4 El diseño de una ciudad como el diseño de un jardín. Plano del proyecto de Ensanche para Barcelona realizado por el maestro
de obras Josep Fonseré Mestres, y que obtuvo el tercer premio del concurso convocado por el Ayuntamiento de la ciudad en 1859.
Algunas manzanas dibujan el escudo de Cataluña y el de Barcelona
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 239
Jardines e innovación
De esta forma los jardines se fueron convirtiendo cada vez más en lugares de
experimentación de técnicas agrícolas. En los jardines renacentistas la preocupación
por obtener y cultivar especies raras y curiosas fue convirtiendo a los jardineros en
expertos en botánica, a la vez que se incorporan las riquezas y obras peregrinas de
la naturaleza, transformando las Wunderkammern y Raritatenkamern en verdaderos
museos de historia natural. Desde mediados del siglo XVI las universidades europeas
añaden jardines botánicos como lugares especializados para la obtención de hierbas
medicinales y la observación y estudio de especímenes botánicos, convirtiéndose
en centros de estudio y experimentación72.
En la edad moderna conocemos muy bien el papel de esos jardines botánicos
y de los jardines reales y aristocráticos en el desarrollo de la botánica. Desde Carolus
Clusius hasta los grandes botánicos del XVIII toda una serie de grandes figuras de
esa ciencia realizaron sus estudios y sus experimentos en jardines reales o aristo-
cráticos. El simple mantenimiento de jardines que podían tener hasta más de 62.000
plantas y el interés por especies nuevas y exóticas obligaban a un cuidado intenso
y generó, además del ya citado intercambio de especies raras y el esfuerzo de
clasificación y descripción, la realización de catálogos impresos, el reclutamiento
de jardineros y botánicos, y el diseño de parterres de forma funcional a las clasifi-
caciones73. Los trabajos de Linneo en el jardín holandés de George Cliford y luego
en el jardín real de Upsala74 o los de Buffon en el Jardin du Roy de París son los
ejemplos más insignes de esa vinculación entre jardines y desarrollo de la botánica
durante la edad moderna, y que tiene su paralelo en España con la actividad
científica de la dinastía de los Boutelou, al servicio de los jardines reales desde la
llegada de Felipe V y al mismo tiempo con aportaciones importantes a la botánica
y a la agricultura75, o en el desarrollo del jardín botánico de Madrid76. Una situación
que pudo continuar durante el siglo XIX como lo demuestra el desarrollo de la
palinología que se inició en un jardín, el jardín Real de Kew, donde a comienzos
del siglo XIX Bauer dibujó los granos de polen de gran número de especies vegetales77.
Hidráulica e higienismo
que todo forma un aire muy grueso y pegajoso; y de aquí procede que se experimente
tan achacoso a calenturas intermitentes o tercianas, principalmente en el verano, efecto de
lo mal que se hace la transpiración insensible, como es propio de todo país húmedo y
lagunoso, observándose aquí lo que dice Mr. Presavin en su Higiene o arte de conservar la
salud y prolongar la vida, que se distinguen mucho los que habitan en lugares baxos donde
se estancan las aguas por falta de curso, y forman lagunas, porque de estas se exhala,
particularmente en los tiempos de calor, cantidad de aire inflamable, engendrado continua-
mente por la pudrición de sustancias vegetales, como animales, y mas si estos parajes están
cubiertos de montañas hacia el norte o mediodía83.
Como las personas reales o nobles para las que se construían esos espacios no
podían estar a merced de la malaria, era preciso realizar esfuerzos para combatirla,
idear soluciones para disminuir los peligros mejorando las condiciones higénicas.
Todo lo cual obligaba a tomar medidas tanto sanitarias, como de control del medio
natural, lo que influía, a su vez, en la misma configuración del jardín y en la disposi-
ción de las masas arbóreas. Es lo que se discutía a fines del XVIII en Aranjuez, donde,
según su cronista «se podría mejorar su temperamento tomando algunas precau-
ciones más, y arrancando los árboles de las faldas de los cerros del lado del mediodía,
porque de esta suerte los aires serían más puros, y circularían con más libertad»84.
De esta forma, el diseño de parques, al tener que plantear problemas higiénicos,
obligó a suscitar y debatir esas cuestiones por parte de los arquitectos, jardineros y
médicos más prestigiosos como eran, por definición, los médicos de la Corte y de
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 245
las familias nobiliarias, y a discurrir soluciones que luego serían de utilidad también
en las ciudades durante el siglo XIX.
Como igualmente lo serían otras novedades que en ellos se probaron por
primera vez, y cada vez con mayor atrevimiento: máquinas escénicas, fuegos de
artificio, música para fuegos artificiales, iluminaciones. Por ejemplo la gran
iluminación que Carlos III organizó en el jardín del Príncipe de Aranjuez. Vale la
pena escuchar al cronista:
Se iluminó con faroles de todos colores y morteretes la línea del jardín del Príncipe
(...) por lo interior los árboles y cuadros del mismo jardín, y por lo exterior con variedad
de adornos, invenciones y dibujos de capricho, arcos, pirámides, soles, estrellas
transparentes, ruedas, cintas y penachos de muchos brillos, glasés de oro y plata y de diversos
colores. ¿Quién podrá decir los millones de luces que allí había? Ni los mismos que lo
inventaron, dirigieron y manejaron. ¿Ni quién podrá pintar la vistosa, agradable y hermosa
perspectiva que formaba desde la orilla opuesta, y a mayor distancia? Baste decir que lo
interior estaba más claro que en medio del día, sin embargo de los intervalos y sombras de
los árboles; y no había ojos tan despejados que pudiesen tener fija la vista un mediano
espacio sin ofenderse con la excesiva claridad85.
Jardines y agricultura
El cambio de escala que se produce a partir del siglo XVI en el diseño urbano tiene
su primera expresión en el arte de la jardinería y se extiende luego al urbanismo.
Un historiador de la arquitectura ha insistido acertadamente en que el cambio en
el mundo de la ciencia, resumido por A. Koyré en el título de su libro Del mundo
cerrado al universo infinito, se refleja también en la modificación profunda del
diseño urbano95. Concretamente se traduce en «el intento de representar físicamente
el infinito con los medios tradicionales, en el campo todavía inexplorado de las
grandes dimensiones, y el de aumentar la representación de la perspectiva hasta la
máxima medida posible». Y añade: «Este intento –por las dificultades políticas y
económicas propias del mundo europeo en los siglos XVII y XVIII– afecta a la
proyectación de jardines más que a la de ciudades y a la del territorio, y solo
posteriormente influye en la proyectacción urbana, cuando las dificultades ceden,
aunque el sentido originario del intento esté olvidado».
Es conocida la relación estrecha entre ciencia y arte en el Renacimiento, y el
interés de los artistas de la época por la perspectiva. Los estudios sobre este tema
no solo permiten representar el espacio físico sino que, apunta Benevolo, permiten
dominarlo y, más adelante, modificarlo. Este autor considera que las grandes
composiciones urbanísticas del mundo antiguo, medieval y renacentista están
sujetas a una limitación de dimensiones. Pero a finales del quinientos se acometen
ya proyectos más ambiciosos. Si las calles rectilíneas ideadas antes de mediados del
XVI (por ejemplo, la vía Toledo de Nápoles) no superan en general la longitud de 1
km, en la segunda mitad del siglo XVI encontramos, en cambio, ordenaciones que
rebasan ampliamente dicho límite, y se extienden a 3 y más kilómetros96.
Esa ampliación de las posibilidades de intervención espacial encontraría nuevas
posibilidades durante el siglo XVII con el triunfo de la Revolución científica, que
proporciona nuevas posibilidades constructivas y con la consolidación de las
monarquías absolutas, todo lo cual permiten superar todavía más los límites
tradicionales de la perspectiva.
Sin duda el arte de la jardinería tiene que ver también con la conservación y
mejora de la naturaleza. La preocupación por estas cuestiones aparece ya claramente
en Felipe II cuando ordena personalmente a Diego de Covarrubias que velara por
248 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
en una gran ciudad nueva, para cuya fundación carece de recursos, lo realiza en el
parque de Versalles, donde la naturaleza puede ser transformada y donde la
imaginación se puede desplegar libremente, debido a la mayor flexibilidad de la
vegetación para ser moldeada.
De manera semejante, cuando, tras el levantamiento del sitio de Viena por los
turcos, Leopoldo II encarga a Johann Bernhard Fischer von Erlach el diseño de
una venerie imperial con jardín de placer y de fieras, y el emperador se ve obligado
a rechazar, por razones económicas, la más ambiciosa propuesta urbanístico
palaciega jamás imaginada en la edad moderna104, el diseño de un imponente jardín
sustituirá a la grandiosa trasformación arquitectónica de colinas y llanuras que no
podía realizarse.
El desarrollo de la jardinería a partir del siglo XVI y XVII tendría todavía otras
consecuencias trascendentes en el desarrollo de la ciudad. Si en un primer momento
se trataba de la construcción de enormes jardines reales o nobiliarios, de disfrute
cortesano o del grupo social privilegiado, a partir del setecientos los jardines
empiezan a estar presentes en la misma ciudad para el disfrute público. Y, además,
el diseño de los jardines se convertirá en un aspecto esencial del diseño urbano e
incluso en un modelo para el mismo. Aludiré ahora a estos aspectos.
campo, hizo surgir la moda del paseo para mirar los alrededores y tonificar el
cuerpo.
Los paseos se construyeron, en primer lugar en el límite de la ciudad, definiendo
y reorganizando dicho límite. También en los caminos que partían de la ciudad; y
finalmente en la misma trama urbana.
En los límites de las ciudades se construyeron paseos arbolados, jardines y
«salones» abiertos, como una de las más importantes actuaciones de la política
ilustrada en las ciudades. Por iniciativa de la Corona o de sus funcionarios, capitanes
generales, intendentes o corregidores se instalaron frecuentemente en el límite de
la ciudad, que era donde se disponía de espacio suficiente para ello. En muchas
ocasiones estas operaciones supusieron un estímulo para la expansión urbana,
más allá del límite tradicional de la cerca o muralla, que entonces empezaba a
perder, en algunos casos, su funcionalidad.
La ordenación de los Champs Elysées en París constituyó un modelo pronto
seguido en otras ciudades106. A imitación de París numerosas ciudades francesas,
europeas y americanas construirían espacios semejantes.
Los «salones» eran paseos alargados bien delimitados por elementos
ornamentales y acabando generalmente en forma de semicírculo, en los que podía
haber fuentes, y con filas de árboles que definían calles. Se trata de un espacio de
mayor sociabilidad que la alameda, siendo, dice Francisco Quirós, «un correlato, a
mayor escala y al aire libre, de los salones de las viviendas aristocráticas o burguesas,
sin más que sustituir el espacio de baile por el de paseo»107.
El Salón del Prado en Madrid tuvo su origen en los proyectos que desde 1763
existieron para ordenar el frente oriental de la capital, en el sector situado entre la
puerta de Alcalá y el convento de Atocha. Desde 1768 existe ya una política de
compras y plantíos para crear un gran paseo, que acabaría convirtiéndose en el
citado salón108, que además de paseo era también un lugar de exhibición de los
madrileños. Como escribía un viajero inglés que visitó el Prado de Madrid en
1787, «la ropa de las damas, las libreas de sus criados, las pelucas de los cocheros y
la pintura de los coches era tan perfectamente parisina que creí que me hallaba en
los Boulevards»109. El Prado se convirtió también en un lugar prestigioso para que
la aristocracia construyera sus palacios y desde 1780 en la localización preferente
para nuevas instituciones de cultura tales como el Gabinete de Historia Natural o
el Jardín Botánico.
En España el Prado constituyó el modelo con el que se construyeron otros en
diferentes ciudades (Málaga, Alameda de Cádiz, Salón de Bilbao, etc.). Igualmente
se construyeron alamedas en ciudades pequeñas. Así el inglés Townsend a su paso
por Lorca quedaría encantado de los paseos públicos que «se parecen a los de
Oxford, pero tienen un plano más extenso y más hermoso, porque los campos de
trigo que encierran están bien regados»110.
También se construyeron estos paseos y alamedas en los caminos que partían
de la ciudad. Arboledas que daban frondosidad y prestancia al camino se cons-
truyeron, en primer lugar, en los que unían las residencias reales; por ejemplo, en
Madrid los que se dirigían hacia Aranjuez, el Pardo o la Granja. Bien pronto también
252 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Los que no están acostumbrados a semejantes adornos [lo que muestra que no estaban
todavía muy extendidos] tendrán acaso por extravagantes mis ideas, pero yo les ruego que
consideren que los árboles no solo contribuyen a la hermosura, sino también a la riqueza
de los pueblos; que hacen abundar en ellos la leña y la madera de construcción; que los
libran de las inclemencias del sol y de los vientos; que purifican, templan y refrescan los
aires destemplados del invierno, y finalmente, que dan una idea a quien los ve de que el
orden y la buena policía reinan en los pueblos donde abundan. Este es el modo de pensar
de todas las personas de buen gusto, y cuando no estuviese confirmado con el ejemplo de
todos los pueblos cultos de Europa, bastaría para autorizarle la inclinación del rey nuestro
señor a los plantíos, pues puede asegurarse que desde que entró al gobierno de esta
monarquía se han plantado de su orden muchísimos millones de árboles para adorno de
su Corte y Sitios reales113.
Jardinería y urbanismo
(Figura 6.6), Riofrío y, sobre todo, la Granja de San Ildefonso, con una sabia
organización del terreno, incluyendo un hábil escalonamiento y perspectivas que
se prolongan sobre los montes circundantes y que en algunas direcciones permiten
pasar suavemente desde el jardín al bosque natural.
Pero la influencia es general. En Suecia (en el jardín real de Estocolomo), en la
Austria imperial (y especialmente en Viena, como hemos dicho), en los reinos y
principados alemanes (Ludwgsburg en Sttugart; Nymphenburg en Munich, Bruhl
en Colonia y, sobre todo, en el gran conjunto encargado por el landgrave de Hesse
en Kassel) en el pujante reino de Prusia (Charlotemburg y Postdam en Berlín), en
los Países Bajos (Hememstede en Utrecht, Het Loo en Apeldoorn), en el reino de
Saboya (el parque Stupinigi en Turín) o en el reino de Nápoles (el jardín del palacio
de Caserta). E incluso en Gran Bretaña (Hampton Court en Londres, Bandmington
en el condado de Gloucester), lo que no deja de ser digno de destacar por lo que
diremos en el capítulo siguiente.
El jardín barroco y neoclásico a la francesa se forma a partir de la ortogonalidad
de los jardines renacentistas, aunque la transforma con la introducción de diago-
nales. En él domina de forma clara la línea recta. Ésta domina de manera absoluta
en las calles y avenidas. Son las grandes líneas rectas de las avenidas ortogonales,
las paralelas, y las diagonales. Y también en el diseño de los canales y de los lagos y
estanques. La curva solo aparece levemente en los círculos de confluencia de diversas
avenidas o en la forma de algunos parterres o estanques. En ese jardín, como en la
Castilla de Ortega y Gasset, podría decirse que «no hay curvas».
Tres aspectos son de destacar en estos diseños. En primer lugar las dimensiones
verdaderamente amplias: ejes de hasta más de una docena de kilómetros y pers-
pectivas todavía más amplias suponen –como hemos visto– una nueva escala en el
diseño urbanístico del territorio. Sin duda ahí se van forjando las prácticas y los
instrumentos que permiten más adelante emprender proyectos de diseño propia-
mente urbano de dimensiones nunca hasta entonces imaginadas. En ese sentido
se entiende que la tarea de los constructores de jardines se haya comparado a la de
los ingenieros militares127 por la amplitud de los trabajos y la necesidad de geometría
y medida para los diseños y conducciones hidráulicas.
En segundo lugar, las diagonales. Lo que más impresiona en estos diseños y lo
verdaderamente nuevo por la cantidad de veces que se dibujan y la escala que se
utiliza es el manejo de las diagonales, que aparecen de forma destacada en todos
los planos.
Y finalmente, la sabia y hábil utilización de los efectos de la perspectiva,
utilizando para ello recursos diversos. Ante todo las construcciones arquitectónicas,
los palacios, que aparecen como cortinas o escenografías que dan sentido y orden
a todo el conjunto. También el hábil recurso de las vistas desde la misma puerta de
entrada, pues como afirmó un tratadista del XIX, la situación de ésta había de ser
«la más conforme a la distribución interior del jardín, siendo muy conveniente
que puedan verse desde ella sus principales calles y más notables juegos»128. Y por
último la sabia disposición de fuentes, avenidas de árboles y accidentes del relieve
que permiten crear sorprendentes efectos: colinas en las que se sitúan las cons-
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO
257
Fig. 6.6 Los jardines y la ciudad de Aranjuez, con el palacio real como eje de toda la composición
(Plano general del pueblo y jardines, Alejandro Estrada, 1929)
258 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Al igual que ocurrió con el jardín renacentista, la influencia del jardín formal,
codificado en los grandes jardines de fines del XVII y XVIII, se dejó sentir en el urba-
nismo europeo y americano. Podrían citarse decenas de proyectos urbanos en los
que se ponen en práctica diseños ensayados antes en la construcción de jardines.
La comparación del plano de la ciudad con el de un jardín o parque se convierte
en común durante el siglo XVIII. Así aparece, por ejemplo, en el Essai sur l’architecture
(París, 1753) de M.A. Laugier, para el cual «una ciudad debe ser considerada de la
misma forma que un bosque. Las calles de la primera son los senderos del segundo;
deben ser trazados de la misma forma. La belleza esencial del parque radica en la
multiplicidad de los caminos, su tamaño y ordenación; pero eso no es todo, los
planos deben ser diseñados por un Le Nôtre (...) Apliquemos este concepto y veamos
el diseño de nuestros parques servir como un plano para nuestras ciudades»129.
La interrelación entre diseño de jardín y diseño urbano aparece durante la
Ilustración en múltiples textos. La misma sorpresa que desde el Renacimiento
intentaban provocar los arquitectos en el visitante de un jardín, a través de espacios
diferentemente dispuestos, máquinas hidráulicas y musicales, grutas, o laberinos,
se intenta ahora generar en el visitante de la ciudad. Antonio Ponz lo expresó muy
bien, como hombre de su época, cuando tras criticar en su Viaje de España (vol. IV,
1774) la fealdad de las ciudades españolas, realiza propuestas de las reformas que
debían introducirse en ellas y efectúa una defensa de la ciudad construida con
orden, regularidad y armonía.
Propone Ponz que la ciudad se organice con cuatro o seis calles principales
que debían dirigirse al centro, introduciendo con ello un sistema que ya era habitual
en los jardines; que se multiplicaran las plazas, en forma variada cuyo origen se
encuentra también en el diseño de éstos: «unas rectángulas, otras esféricas, elípticas
otras, algunas de tres, seis y ocho ángulos», las cuales «causarían siempre deleite y
novedad aun a los ojos de los moradores y mucha admiración a los forasteros». En
esas plazas «los pórticos dan a las plazas comodidad y de las fachadas de templos o
palacios que a ellas correspondan resulta una grandiosidad notable en tales sitios»
– como se había venido haciendo en el diseño de jardines. Además las fachadas de
las casas deberían estar situadas en calles rectas, de forma que se divisaran de lejos
y actuara el efecto de la perspectiva. Finalmente, «una ciudad –decía– se ha de
distribuir de suerte que la magnificencia total de ella resulte de muchas bellezas
diferentes, de modo que no encuentre objetos parecidos quien la camine por todos
sus cuarteles». Por si faltara algo, Ponz también señala los objetos que para el
embellecimiento de la ciudad deberían construirse: «estatuas sobre magníficos
pedestales, situadas en las entradas de las plazas, en los parajes espaciosos», algún
arco triunfal, fuentes, es decir todos los elementos cuya localización se había ido
ensayando en los jardines130.
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 259
Durante el siglo XVIII y XIX el diseño de jardín formal sufrió la competencia de otro
modelo, el jardín paisajista, del que hablaremos en el capítulo siguiente. Pero a
finales del ochocientos el diseño clásico francés experimenta una nueva valoración,
tanto en jardinería como en urbanismo. Se trata del urbanismo y la arquitectura
ligada a la École des Beaux Arts de París, que pone de nuevo énfasis en los principios
del urbanismo barroco.
Tendremos ocasión de ver que durante el siglo XIX el modelo del jardín formal
no desapareció nunca totalmente137. Las formas geométricas estaban presentes
siempre en los diseños ortogonales, en los jardines formales que –como veremos–
se siguieron construyendo en las ciudades. El clasicismo fue una constante soterrada
o explícita durante todo el ochocientos, y podía alegar en ese siglo el precedente
inmediato de los modelos clásicos formales durante la Revolución francesa. Por
todo ello no es extraño que la influencia del estilo formal y clasicista en jardinería
se mantenga durante el siglo XIX, sostenido en las actitudes eclécticas que dominan
durante la mayor parte del siglo.
Pero lo que se produce a finales del XIX es un nueva oleada de valoración de
este estilo, que coincide curiosamente con una difusión del neorromanticismo, al
que parece oponerse.
La clave que permite entender esa aparente contradicción está, en efecto, en el
carácter historicista de ese movimiento Beaux Arts, que le hacía aceptable en el
contexto finisecular en el que probablemente se produce el último gran influjo del
historicismo, antes de la gran ruptura que poco después supondría el Movimiento
Moderno –y antes de que un nuevo neoromanticismo y posmodernismo parezcan
revitalizar otra vez el historicismo, en una vuelta del péndulo no por esperada
menos soprendente.
Naturalmente, como cabía esperar, todo ello se refleja específicamente también
en el diseño de los jardines urbanos, aspecto al que dedicaremos atención en un
capítulo posterior.
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 261
El urbanismo ortogonal en damero, que había sido tan importante durante todo
el siglo XIX empieza a mostrar signos de agotamiento a finales de dicho siglo, a la
vez que aparecen otras alternativas. Pero cuando los ideales de organización
geométrica y regular siguen estando presentes, será nuevamente la tradición clásica
de jardinería la que permitirá encontrar nuevas soluciones a la organización del
espacio urbano.
Con el urbanismo de Beaux Arts el conjunto de la ciudad se trata nuevamente
como si fuera un jardín o un parque, asignando espacios monumentales, para
peatones, para plazas, caminos principales axiales o con perspectiva, otros
secundarios, bosquetes secundarios y un gran centro que es el equivalente al palacio
en el jardín clásico. Están en él presente las preocupaciones por la perspectiva y el
empleo de las diagonales.
En Francia tras la derrota de 1870 se quiso volver a las esencias de lo francés,
no solo frente a la victoriosa Alemania, sino también frente a otras contaminaciones
extranjeras. En jardinería eso significaba rechazar el estilo inglés informal y buscar
de nuevo el jardín clásico geométrico, el jardín de la inteligencia, propio del genio
francés. Los jardines de Versalles serían el exponente máximo de dicho genio
nacional, y a ese modelo y a Le Nôtre volverían algunos jardineros en la década de
1870. Entre ellos Henri Duchêne y su hijo Aquiles que le sucedió a su muerte en
1907. En total realizaron casi 400 obras de creación o restauración en diversos
continentes, empezando casi simbólicamente por la de los jardines de Vaux-le-
Vicomte, y siguiendo por un gran número, entre ellos la creación de grandes jardines
en estilo clásico para millonarios norteamericanos138.
Todo ello coincide con el éxito de la École de Beaux Arts y la difusión europea
y americana de ese estilo. Por ello, esa nueva jardinería clasicista francesa ha podido
ser denominada como «el jardín de Beaux Arts»139, que corresponde a la arquitectura
y urbanismo en el que fue muy influyente la enseñanza de la École des Beaux Arts
de París. En efecto, en esos jardines encontramos otra vez, como en el jardín francés
clásico, la naturaleza transformada por el hombre, la construcción arquitectónica
del jardín, y la relación entre jardín y edificio con la preocupación por los juegos
de perspectiva. Las características de ese estilo en jardinería serían, según lo ha
caracterizado el citado autor, «una composición con un sentido de equilibrio, la
mezcla y yuxtaposición de espacios naturales, la imitación de la naturaleza en su
estado prístino, junto con intervenciones jerárquicas, geométricas y perspectivas»140.
El jardinero de Beaux Arts es ecléctico, como lo fueron la mayor parte de los
del XIX, y puede incorporar eventualmente sectores en la tradición paisajista, pero
valora especialmente los jardines clásicos y, sobre todo, los jardines franceses del
XVII y XVIII.
Obras representativas de esa tendencia pueden ser, en Francia, la de Edouard
André Le traité général de la composition des parcs et jardins (1879)141; y en Estados
Unidos la de Werner Hegemann y Elbert Peets The American Vitrubius (1922),
cuyo capítulo dedicado a «El arte de la jardinería como arte civil» está lleno de
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 263
obradas de ora de oro azul y sus alizares sencillez y distinción de puro gusto
labrados de azulejos. Y este cerro (...) era español, tan distante de las galas
cercado de unas cavas muy hondas que renacentistas italianas como de la
eran llenas de agua, que todavía cae en fastuosidad y ampulosidad francesa»
ellas un gran caño de agua (...) dos (pág. 50). Según ese autor también era
puentes (...) Y en esta huerta andaban allí típico de la reminiscencia morisca el
ciervos que el señor hizo echar a mano, y hecho de que el espacio conservara la
muchos faisanes; y de esta huerta entran significación agrícola, yuxtaponiendo el
a una gran viña, que era otrosí cercada jardín y la huerta. La tradición de la
de tapia, y era tan grande como la huerta; jardinería popular hispana de origen
y junto con las tapias era cercada en musulmán sería recuperada a finales del
derredor toda de unos árboles altos que XIX y comienzos del XX por grandes
parecían muy hermosos». Existían otros jardineros como J.N.C. Forestier.
grandes jardines en la ciudad de Quex, 30 Comito 1991, pág. 37; un testimonio
con «muchos árboles de sombra y árboles concreto, del sobrino de Pico de la
frutales de muchas maneras; y en ellos Mirandola en Gombrich 1983, pág. 187.
había muchas albercas de agua y prados 31 Fanelli 1997, pág. 16.
puestos a mano» (pág. 164); y en 32 Fanelli 1997, pág. 65.
Samarcanda, págs. 172 y ss. 33 En Hansmann 1989, pág. 19.
23 Micoulina & Tochtahojaeva 1993. 34 En muchas ciudades se llegaba al campo
24 Jardins 1982, pág. 20 ss.; véase también en 15 o 20 minutos, Hoskins 174, pág.
Hansmann 1989, pág. 15-16. 147.
25 Jardins 1982, pág. 229. 35 Esta parte del capítulo se ha publicado
26 Una ilustración en Benévolo 1994, pág. previamente con el título «Los jardines y
71. el diseño urbano: el jardín formal
27 Faghih 1982, pág. 26. renacentista y barroco» (Capel 2000).
28 Descripción del jardín cerrado medieval 36 Battisti 1972, Puppi 1991.
en el Roman de la rose, en Mariage pág. 37 Reproducciones en Hansmann 1989, pág.
63. 22. Existen varias ediciones facsímiles de
29 La descripción que hizo el padre Sigüenza la Hypnerotomachia Poliphili de Fran-
de los jardines de El Escorial indica que cesco Colonna, entre ellas la publicada
tenía plantas euopeas y americanas, doce por la librería Yedra de Murcia. Sobre el
fuentes y «cuatro cuadros de flores Sueño de Polifilo y el nacimiento del
haciendo artificiosos y galanos comparti- jardín arcádico, Lauxerois 1995.
mentos. Mirados desde lo alto de las 38 Diversos ejemplos en Puppi 1991, pág.
ventanas, como dejan por una y otra 49.
banda paseaderos anchos, y ellos tienen 39 En Winthuysen 1930, pág. 34. También
sembrados por la verdura tan variados había numerosos ejemplos del arte
colores de flores blancas, azules, colo- topiaria en los jardines del erudito
radas, amarillas, encarnadas y de otras Vicencio Juan de Lastanosa en Huesca,
agradables mezclas están tan bien com- construidos a partir de 1628, Morte 1998.
pertidos, parecen alfombras finas traídas 40 Fernández Pérez y González Tascón
de Turquía, del Cairo o Damasco» (en (eds.) 1991.
Winthuysen, 1930, pág. 499). Winthuysen 41 Cit. por Álvarez de Quindós 1804, pág.
considera que el hecho de que los cuadros 42 Puede verse una descripción y dibujo en
encerraran flores diferentes y mezcladas Hansmann 1989, pág. 23.
es un «estilo genuino español y que 43 Conviene recordar asimismo que en la
hallamos también en las descripciones de Mecánica (847a 13) Aristóteles había
Oriente: setos encerrando flores no escrito que «en muchos casos la Natura-
ordenadas ... lo esencial de su estructura leza actúa contra nosotros (...) Cuando
constituye un carácter de intimidad, sea necesario hacer algo contra la Natura-
NOTAS AL CAPÍTULO 6 267
leza (...) entonces necesitamos el Arte», 63 Roland Michel 1991. Las escenografías
cit. por Dorfles 1996. representaban a veces espacios ajardi-
44 Utilizo la traducción de Agustín Blázquez nados como teatro de la acción; véase
en Vitrubio ed. 1970, págs. 140-141. sobre ello Maravall 1986, figuras pág. 75.
45 Estudio e ilustraciones sobre este jardín 64 Por ejemplo, la de Oldenburger &
en Hansmann 1989, págs. 26 y ss. Heniger 1993.
46 Gombrich 1983. 65 Zangheri 1991, pág. 64 y nota 18.
47 Sobre el jardín botánico como lugar de 66 Texto en Mariages 1990, pág. 69.
la memoria, Lamarche-Vadel 1995. 67 Por ejemplo, en el jardín de Leiden en la
48 Capel 1980, Serra Valentí 1981. Un jardín segunda década del siglo XVIII había unas
en el que estaban ampliamente presentes 6.000 plantas, aunque en la obra de
las grutas, y que era a la vez un verdadero horticultura utilizada para la identifi-
museo de los tres reinos de la naturaleza cación solo es posible reconocer unas
fue el que construyó junto a su palacio 1.500 (Oldenburger, C.S. and Heniger, J.
de Huesca el noble erudito Vicencio Juan 1993, págs. 112-113). Pero se trataba de
de Lastanosa, lector del jesuita Kircher y un jardín especial, en el apogeo de su
amigo del también jesuita Baltasar fama europea. Lo normal era una mayor
Gracián, que alude al mismo en El selección y cifras más reducidas.
Criticón; véase el excelente trabajo de 68 Nieto 1993. Una relación de las plantas
Morte 1998. incluidas en la Agricultura de jardines de
49 Zangheri 1991. Gregorio de los Ríos (1592), y existentes,
50 Zangheri 1991. probablemente, en los de la Casa de
51 Wyntuysen 1934. Campo de Madrid, en Armada Díez de
52 Álvarez de Quindós 1804, pág. 284. Los Rivera y Porras Castillo 1991.
jardines de Aranjuez fueron ampliados 69 Marta Nieto 1993; véase también la nota
luego por Felipe III, y por su hijo Felipe 29 supra.
IV, el cual en 1637 «mandó a un organista 70 En la que destacan numerosos esfuerzos,
que pusiese música a las fuentes de este que tenían un objetivo mucho más
jardín», además de construir en 1666 un amplio; desde Monardes (1565-1574, ed.
laberinto de árboles. También había de López Piñero 1989) hasta la gran
estanques con peces y con faisanes, expedición americana de Francisco
garzas, patos, gansos, cisnes y otras aves. Hernández, que ha recibido reciente-
53 Boudon 1991. mente valiosos estudios de J.M. López
54 Mehrtens 1991. Piñero, J. Pardo Tomás y R. Álvarez.
55 Hansmann 1989, pág. 39. 71 Micoulina & Tochthojaeva 1993, pág. 79.
56 Documento en Iñíguez Almech 1952, 72 Tongiorgio Tomasi 1991.
pág. 134. Sobre los jardines renacentistas 73 Schnapper 1991.
en España, además de los diversos 74 Blunt 1982, en especial cap. IX-XI.
trabajos de Carmen Añón, Winthuysen 75 Sobre la actividad de esta familia, Casals
1930, edición facsímil 1990; Rabanal Yus Costa 1996, págs. 18 y ss («Silvicultores y
1989. jardineros»).
57 Díez Borque 1986. 76 Puerto Sarmiento 1988 y 1992.
58 Fanelli 1997, cap. 8. 77 Menéndez Amor 1993, pág. 88.
59 Bonet Correa «Arquitecturas efímeras» 78 Fornés y Gurrea 1857, pág. 68.
1986, pág. 49. 79 Zangheri 1991 (b).
60 Véase, el capítulo dedicado a edificios 80 Puppi 1991, pág. 54.
públicos en el vol. II de esta misma obra. 81 Como en Pratolino, Zangheri 1991, pág.
61 Sobre las representaciones teatrales en los 59 (a); o en Villa Lante de Bagnaia,
jardines del Buen Retiro, Brown y Elliot Adorni 1991.
1981. 82 Gargano 1991, que cita en apoyo de su
62 Roland Michel 1991, pág. 244. tesis la obra de C. d’Onofrio 1977.
268 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
del diseño barroco. Propone también un 148 Ejemplos en Reps (1965) ed. 1992, y
gran número de parques públicos para Lavedan 1926-1952.
complementar los que ya existían 149 Casals 1996.
(Common and Public Garden).
147 Hall 1996 (cap. 6 «La ciudad de los
monumentos»).
7. El jardín como espacio natural
o el hombre imita la naturaleza
Junto a la tradición del jardín formal, ordenado y geométrico, existe también otra,
la del jardín informal, como un espacio natural no modelado por el hombre. Una
dicotomía que parece tentador relacionar con la contraposición tradicional entre
lo apolíneo (el jardín ordenado y sometido a medida y razón) y lo dionisíaco (aquel
en el que las fuerzas de la naturaleza se dejan obrar libremente), y que quizás existe
desde el mismo momento del nacimiento de los jardines. Se trata de dos concep-
ciones que aparecen tempranamente: si ya hemos visto anteriormente el origen
del arte de la jardinería asociado a diseños ordenados y formales, tal vez podríamos
relacionar ahora esta otra tradición con la existencia de los bosques sagrados, que
expresarían la valoración de la naturaleza como fuerza natural.
En cualquier caso, en lo que se refiere a la edad moderna los orígenes intelec-
tuales y sociales de este tipo de jardín son bien conocidos. En este capítulo tratare-
mos de las características del jardín informal o natural y de su difusión en Europa
durante el siglo XVIII y comienzos del XIX, dejando para los dos capítulos siguientes
el análisis de la difusión de jardines y parques en las ciudades durante la época
contemporánea –con la valoración alternativa o simultánea de los dos modelos, el
formal y el informal– (capítulo 8) y, finalmente, el impacto del jardín natural en el
urbanismo contemporáneo (capítulo 9).
Los antecedentes lejanos del jardín informal tal vez deban buscarse muy tempra-
namente en los bosques sagrados, que posiblemente puedan asociarse ya en la
antigüedad a una especie de parque o jardín natural. Pero, además de esos remotos
precedentes, en la edad moderna esta concepción paisajista tiene antecedentes muy
precisos, que permiten entender algunos rasgos fundamentales de ese tipo de
jardinería.
Pero el jardín paisajista informal de la edad moderna tiene raíces más precisas,
que han sido ampliamente señaladas.
Una de ellas es la temprana elaboración del mito del buen salvaje, de tan amplias
resonancias durante la Ilustración, y que fue primeramente formulado por los
humanistas –que contrapusieron la dignidad de los bárbaros a la corrupción de
EL JARDÍN COMO ESPACIO NATURAL O EL HOMBRE IMITA LA NATURALEZA 273
Pero fue en Gran Bretaña donde los rasgos esenciales del jardín informal paisajista
se codificaron de forma fundamental. En los años finales del seiscientos el jardín
inglés se va definiendo con características específicas. Además de sus raíces intelec-
tuales, algunos autores han aludido también a las condicionantes sociales que
pudieron influir en su génesis.
Desde la Revolución de Cromwell lo sociedad inglesa era menos autoritaria
que las monarquías absolutas continentales, más democrática y liberal. Es posible
que ello se refleje en una actitud menos dominadora ante la naturaleza, más
respetuosa con ella. Y que al mismo tiempo, el rígido orden, la jeraquización y la
disciplina que tenía el jardín clásico francés provocara un sentimiento de rechazo
y condujeran a una valoración del paisaje natural. Así al menos lo interpretaron
algunos autores ingleses ya en el mismo siglo XVIII. También desde muy pronto esa
valoracion inglesa del paisaje natural se puso en relación con el pragmatismo y el
empirismo de la ciencia británica en oposición al sistematismo cartesiano13 –aunque
ello suponga olvidar una obra tan inglesa como la de Newton que tiene mucho de
sistema y que era percibida en ese sentido durante el XVIII14.
Sea como sea, es claro que los rasgos fundamentales del jardín paisajista inglés
se codifican durante las dos últimas décadas del XVII y la primera mitad del siglo
XVIII.
Además de la obra de Milton, se citan también en este sentido las pintorescas
descripciones de Spencer, un famoso artículo publicado por Joseph Addison en
The Spectator (1712), y las colaboraciones de Alexander Pope en The Guardian,
todos los cuales prepararon el ambiente intelectual en el que luego triunfarían y se
aplicarían la nuevas ideas.
Hay escritores de jardinería, como Hogarth, que defienden ya a principios del
XVIII que las curvas y líneas onduladas daban apariencia de mayor naturalidad15.
En 1728 Batty Langley afirma que «nada hay más ridículo y repulsivo que un jardín
regular, que en lugar de entretener los ojos con nuevos objetos, después de haber
visto una cuarta parte del mismo solo vuelves a ver exactamente lo mismo repetido
una y otra vez, sin ninguna variedad»; y frente a ello propone un nuevo estilo de
jardinería con una forma «más rural»16. Se critica la línea recta en el paisaje, porque
no estaba en la naturaleza, y se valora la curva, que parece más natural, y fruto de
la casualidad y el azar; esta última es una palabra significativa, que nos remite al
espíritu libertino, tan importante en la configuración de un pensamiento más libre
en la Inglaterra de la crisis de la conciencia europea, entre 1680 y 171517.
A principios del siglo XVIII parece que está ya bien asentado ese sentimiento en
Gran Bretaña, donde encontramos descripciones naturalistas y críticas de los
jardines formales18. A través de William Kent (1685-1748), en efecto, las caracte-
rísticas del paisajismo inglés van avanzando en el sentido de un cada vez mayor
peso de lo natural. Aunque la más acabada y típica expresión de esa tendencia se
alcanzaría a mediados de siglo en la obra de su discípulo Lancelot (o Capability)
Brown (1715-1783), entre mediados del siglo y la fecha de su muerte.
EL JARDÍN COMO ESPACIO NATURAL O EL HOMBRE IMITA LA NATURALEZA 277
Lo que ellos construyen son jardines que no están ordenados, que pretenden
ser silvestres o naturales, aunque eso no significa ni mucho menos que estén
desordenados. Para llegar a ello se tuvo que recorrer un largo viaje que parte del
jardín «pintoresco», que pasa por la eliminación de estatuas y edificios y otros
elementos culturales o humanos y que, finalmente, conduce al jardín paisajista
panorámico, codificado de forma coherente por Brown. Este autor utiliza algunos
elementos que considera típicos y de valor paisajístico y, en especial, están muy
presentes los lagos, los terrenos ondulados y el bosque; domina en él una actitud
de respeto ante la naturaleza, una naturaleza sublimada.
Aunque algunos autores estiman que la contraposición entre el jardín inglés y
el francés no resiste un análisis en profundidad19, la realidad es que esas diferencias
son bastante nítidas. Es cierto que ni uno ni otro modelos son uniformes y que
tienen numerosos matices de diferenciación, pero hay unos principios básicos
subyacentes que son muy claros y distintos.
Las características principales del jardín paisajista inglés han sido destacadas
en varias ocasiones, y pueden ser fácilmente resumidas en sus rasgos principales20,
siempre que se tenga presente que dichos rasgos solo se dan puros en los años
centrales del setecientos.
Ante todo, se trata de un espacio que parece ser natural. Desde luego, no es la
naturaleza tal cual aparece en realidad sino una selección o idealización de la misma;
lo que todavía puede significar cosas diferentes: desde la eliminación de lo humano
o cultural hasta la supresión de las imperfecciones y «fealdades», lo que implica un
concepto de belleza y una representación de la naturaleza ideal. Sería Brown el que
llevaría a su máxima expresión la idea de recuperar y conservar el genius of the
place (el genius loci), y de eliminar todo lo artificial21, rechazando principios que
habían sido importantes en años anteriores y que estaban ligados al pintoresquismo,
a la valoración de lo picturesque, todavía muy presente en Kent.
En todo caso, durante el siglo XVIII la naturalidad del paisaje no significa
realmente el paisaje tal como se encuentra. Los grandes creadores de jardines del
setecientos de hecho «paisajizaron»22 a gran escala. Y para ello no dudaron en
construir lagos artificiales y en realizar plantaciones de árboles creando bosques.
Se trata, pues, de un paisaje natural modelado por la acción humana (Figura 7.2).
En segundo lugar, hay una clara preferencia por el paisaje rural, que se considera
típicamente inglés, excepto en los casos en los que aparecen elementos neoclásicos.
Se ha recordado que la fuente tradicional de poder de la nobleza y de la burguesía
británica fue el campo, especialmente tras la Reforma del siglo XVI que permitió
adquirir las propiedades de las órdenes religiosas disueltas. Esas medidas dieron
lugar a un verdadero florecimiento de la Inglaterra rural, con la construcción de
gran cantidad de casas rurales, continuado con la llegada al poder económico de
nuevos grupos sociales, los cuales, aunque hubieran hecho su fortuna con
actividades urbanas, como el comercio, adquirieron también fincas en el campo23.
Esas casas rurales iban normalmente acompañadas de un parc o park, una
palabra que originalmente alude a un trozo de terreno, generalmente bosque,
cerrado con vistas a la protección del ganado, de las bestias de labor y de la caza24.
278 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Fig. 7.3 Plano de un jardín paisajista diseñado en la segunda mitad del siglo XIX
(L.E. Audot, Traité de la composition et de l’ornement des jardins, 1859)
EL JARDÍN COMO ESPACIO NATURAL O EL HOMBRE IMITA LA NATURALEZA 281
Hunt, «las pinturas eran modelos para la organización de jardines porque daban a
un arte relativamente nuevo del diseño de jardines el imprimatur de una hermana
más establecida y distinguida». Para esos diseñadores, «el decoro y la invención
con la que los pintores y poetas trataban determinados temas debía ser por extensión
lo que los diseñadores de jardines tenían también que dominar»29.
Las relaciones entre la pintura y la jardinería han sido muy debatidas. Para
Hunt, podría ser válida la frase «ut pictura hortus»30, es decir, como en la pintura el
jardín. Los primeros teóricos del jardín inglés paisajista (Addison, Pope,
Shaftesbury) –señala ese autor– parece que compartieron el interés por un jardín
paisajista en el que el sentido estaba cuidadosamente codificado. El paisaje era un
fondo o un panorama en el que se desarrollaba alguna acción. La acción humana
estaba presente en el paisaje. Es decir, lo que se transfería de la pintura al jardín
paisajista no era solo el paisaje, sino también la acción o, mejor, el tema. A la
pregunta sobre qué tema o acción se desarrolla en el jardín, la respuesta de Hunt
es ésta: «primero el mismo escenario comienza a tomar la responsabilidad de la
acción; segundo, a los visitantes del jardín, en esos refinados jardines ingleses
paladianos o augústeos, se les requiere para que se conviertan en actores tanto
como en espectadores»31. El visitante había de saber leer textos codificados que
estaban presentes en el jardín, y componer o enmarcar las vistas, y leer el paisaje,
las ruinas, los restos o vestigios del pasado. Al mismo tiempo, como ha escrito
Moser, era un jardín donde los alegres visionarios eran capaces de realizar sus más
finas fantasías32.
Desde luego, la evolución de la tradición paisajista no dejaba a mediados del
XVIII lugar para espacios con estatuas y símbolos codificados en los parterres, frente
a lo que se hacía en la tradición renacentista y barroca. Pero, como hemos dicho,
podía haber significados de otro tipo, a una escala diferente, paisajista. Se entiende
así que cuando los duques de Marlboroug encargaran a Capability Brown el diseño
del parque de su mansión, Blenheim Palace en Oxfordshire (1715-22), éste
dispusiera los árboles en grupos de tal manera que formaban el plan de la batalla
de Blenheim, estando representado cada batallón de soldados por una plantación
separada33.
El modelo del jardín inglés influyó también en los países que habían adoptado con
gran fuerza la moda del jardín francés. Desde la misma Francia a Alemania, Austria
o España. Incluso jardines construidos con el modelo formal se remodelan ahora
de acuerdo con el nuevo estilo. Y con ello seguramente los arquitectos aprenden y
practican algo de gran interés para el urbanismo futuro: aprenden a remodelar el
espacio y también la ciudad.
282 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Eran muchas los factores que podían impulsar la valoración del bosque. Y no solo
entre la aristocracia, sino especialmente entre una burguesía ascendente. Conviene
recordar que, como se ha dicho respecto a Italia, ya en el siglo XVI las propiedades
rurales se podían haber convertido, y no solo en Gran Bretaña «en el ‘principado’
del noble o el gran burgués urbano, y la construcción de villas en su distintivo de
clase, el ligero sombrero de caza en su ‘corona de burgués’», y el fresco que representa
sus villas o propiedades en el retrato de su éxito»34. La caza y la pesca podían aparecer
como las actividades del dueño y como una aspiración a asumir esos antiguos
privilegios de los señores feudales; de ahí la importancia del bosque y los ríos en la
finca del señor.
Otros rasgos también tienen precedentes claros. Así la importancia del sitio
elevado para la villa. Contemplar el paisaje de la región desde lo alto da un goce
sublime ya desde la antigüedad (Plinio el Joven V, 6) y también impresionaba al
que llegaba al jardín de una villa o palacio y debía ascender por las avenidas centrales
del mismo. Las construcciones elevadas permiten dominar y se ven de forma
destacada, por lo que poseen dignidad. Para los grandes propietarios agrarios de
la Terraferma veneciana que construyeron sus villas en el XVI éstas sustituían de
alguna forma al castillo feudal, aunque ahora podían justificarse por razones
estéticas e higiénicas35. Y ya hemos dicho que en el siglo XVII la construcción del
jardín barroco incorpora el paisaje en su horizonte.
Pero a ello debemos añadir otras líneas de evolución en el setecientos. En
Francia es muy posible que –como hemos dicho– el jardín rococó preparara ya el
terreno para la difusión del jardín inglés. En todo caso, la nueva concepción inglesa,
tan diferente a la que había triunfado en el mundo cortesano francés, no dejó de
ser conocida, e incluso reconocida como inglesa (por ejemplo en la obra de De
Lille Les jardins, 1782)36.
La importancia de las condiciones políticas y sociales en el origen y difusión
del jardín inglés queda tal vez de manifiesto en el hecho de que aunque desde 1714
el elector de Hannover se había convertido en el rey de la Gran Bretaña, mante-
niendo sus relaciones con Alemania, el jardín inglés no se difundió en estos terri-
torios hasta muy tardíamente37. Los príncipes de los 700 principados y soberanías
de Alemania siguieron prefiriendo, en general, el jardín francés con su magnificencia
y simbolismo.
De todas maneras, el modelo paisajista se fue difundiendo lentamente, constru-
yéndose en toda Europa jardines ingleses a fines del siglo XVIII. Por ejemplo en
Munich donde en esa época se construyó el más antiguo abierto al público en
Alemania (364 ha).
En Austria el modelo francés clásico y ordenado es reemplazado por el estilo
inglés más libre, el nuevo jardín de la libertad adoptado por los intelectuales de la
ilustración y miembros de la clase burguesa ascendente38. A partir de 1770 con el
impacto de las ideas ilustradas y sus asociadas de libertad, el jardín francés se asimiló
a los principios del gobierno absolutista y el inglés con los ideales de mayor libertad.
EL JARDÍN COMO ESPACIO NATURAL O EL HOMBRE IMITA LA NATURALEZA 283
Pero todos esos excesos no se hicieron sin debate, y en todo caso, pronto provocaron
una reacción contraria.
En el último tercio del siglo XVIII en realidad existía un agrio debate sobre el
papel de las fabriques en el paisaje. Seguían existiendo autores, y entre ellos
Alexander Cozens (The Principles of Beauty, 1778), que eran partidarios del paisaje
natural puro, sin introducción de elementos ajenos a lo natural, es decir sin adita-
mentos tipo fabriques67. En los últimos años del XVIII y comienzos del ochocientos
se configura un Picturesque Movement que tuvo como líderes a Richard Payne
Knight (1751-1824) y Udevale Price (1747-1829), los cuales condenaron la manía
de incorporar fábricas, en especial la moda de templos griegos y de pagodas chinas
tan ajenos al paisaje inglés.
Lo que nunca se modificó fue la pasión por los árboles, que se mantuvo intensa
durante todo el siglo XVIII y particularmente intensa a fines del siglo. Es conocida
la pasión de Knight por los árboles en sus Essays on the Picturesque, 181068. Se
plantaban por millones en las grandes fincas, de la misma manera que hemos
visto que lo eran en Francia o en la España de fines del setecientos69. Hubo un
EL JARDÍN COMO ESPACIO NATURAL O EL HOMBRE IMITA LA NATURALEZA 289
culto al árbol, que aparece también en los poemas (por ejemplo, en los de Manuel
José Quintana). Seguramente puede relacionarse con la necesidad de repoblar, con
los plantíos y la aparición de un pensamiento conservacionista70.
También en Alemania se observa una reacción del mismo tipo, ya que, como
ha escrito un autor, hacia el cambio de siglo «se liberó el paisaje de esta coquetería
sentimental con la naturaleza, y alcanzó su apogeo en parques extensos donde los
árboles, los meandros, prados y ríos constituían casi los únicos elementos de la
composición»71.
Todo ese debate y la nueva revalorización de la naturaleza no dejaba de plantear
problemas. En particular los que se refieren a la concepción de lo sublime en el
arte y los que tienen que ver con los límites a la imitación de la naturaleza.
El paisaje se valora ahora como sublime, aunque también se desee que sea
bello. Las fabriques en el jardín buscan, tal vez que sea bello. Pero a la vez, y creciente-
mente según se extiende el romanticismo, se valora el sentimiento de lo sublime.
Estamos en el momento en que diversos autores en Europa discuten sobre la
distinción entre lo bello y lo sublime. En su conocido estudio titulado A
philosophical inquiry into the origins of our ideas of the sublime and beautiful,
publicado en 1757 Edmund Burke había argumentado que la emoción de lo sublime
va mezclada con cierta pena deleitosa y que todo aquello que puede excitar ideas
de peligro, lo que infunde terror o asombro es fuente de sublimidad: la obscuridad,
el vacío, la soledad, el silencio, el misterio, pero también la fuerza y el poder, en
tanto que poder temible y fuerzas destructoras72. Poco después en sus Observaciones
sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime (1764) Kant teorizaría asimismo sobre
ello y destacaría el sentimiento subjetivo de infinito que puede provocar la visión
de la fuerza de la naturaleza: «altas encinas y sombrías soledades en el bosque
sagrado son sublimes; platabandas de flores, setos y árboles recortados en figuras
son bellos»73. Y en La crítica del juicio (1790), en donde aborda la fundamentación
de la teoría del gusto, matiza y profundiza más sus ideas:
Si la naturaleza ha de ser juzgada por nosotros dinámicante como sublime, tiene que
ser representada como provocando el temor (aunque no, recíprocamente, todo objeto que
provoque temor es, en nuestro juicio estético, tenido por sublime) (…) Rocas audazmente
colgadas y, por decirlo así, amenazadoras, nubes de tormenta que se amontonan en el cielo
y se adelantan con rayos y truenos, volcanes en todo su poder devastador, huracanes que
van dejando tras sí la desolación, el oceáno sin límites rugiendo de ira, una cascada profunda
en un río poderoso, etc., ... reducen nuestra facultad de resistir a una insignificante pequeñez,
comparada con la fuerza. Pero su aspecto es tanto más atractivo cuanto más temible, con
tal de que nos encontremos nosotros en lugar seguro, y llamamos gustosos sublimes esos
objetos porque elevan las facultades del alma por encima de su término medio ordinario y
nos hacen descubrir en nosotros una facultad de resistencia de una especie totalmente
distinta, que nos dan valor para poder medirnos con el todo-poder aparente de la naturaleza
(...) De ese modo la naturaleza en nuestro juicio estético no es juzgada como sublime
porque provoque temor, sino porque excita en nosotros nuestra fuerza (que no es
naturaleza) para que consideremos como pequeño aquello que nos preocupa (bienes, salud,
vida); y así no consideramos la fuerza de aquella (a la cual, en lo que toca a esas cosas
estamos sometidos), para nosotros y nuestra personalidad, como un poder ante el cual
tendríamos que inclinarnos si se tratase de nuestros más elevados principios y de su
afirmación o abandono. Así pues, la naturaleza se llama aquí sublime porque eleva la
imaginación a la exposición de aquellos casos en los cuales el espíritu puede hacerse sensible
la propia sublimidad de su determinación, incluso por encima de la naturaleza74.
En esos años finales del siglo XVIII, cuando Kant escribía su ensayo, el
sentimiento de lo sublime se imponía en el arte de la jardinería paisajista inglesa, y
se valoraba todo lo que pudiera provocar terror súbito, oscuridad, alarma, misterio,
precisamente los sentimientos que intentaban provocar los diseñadores de jardines
ingleses de los años 1780 y 179075.
Unas veces lo hacían destacando con construcciones fabricadas los aspectos
misteriosos, ocultos, exóticos, generalmente de pequeñas dimensiones, lo que no
excluye, en los más ricos y extravagantes, gigantescas construcciones de tipo turco,
griego o moscovita. Y otras poniendo el acento en la naturaleza salvaje, vasta y
poderosa. En todo caso, como ha escrito Monique Mosser en un magnífico trabajo
que he citado ampliamente en estas páginas, «decicidamente los entusiastas de los
jardines fueron una extraña hermandad, enteramente dedicada a crear lo imposible
... Quizás lo absurdo es, después de todo, uno de los aspectos de lo sublime»76.
Que los jardines y parques debieran imitar la naturaleza no resolvía todos los
problemas. En particular, cabía preguntarse si había que imitar también los aspectos
extraños, feos o menos atractivos de la naturaleza, o selecionar solamente los bellos.
En seguida se observa que plantearse la pregunta conduce a una contestación
negativa, es decir que la naturaleza se imita de forma sesgada, idealizándola. O que
a veces se imita en lo que tiene de pintoresca, ya que desde la obra de Uvedale Price
An Essay on the Picturesque, as Compared with the Sublime and the Beautiful (1794)
podía defenderse que los paisajes no solo son bellos y sublimes sino también
pintorescos, es decir con formas rústicas e incluso humildes que podían convertirse
en objeto de la pintura.
EL JARDÍN COMO ESPACIO NATURAL O EL HOMBRE IMITA LA NATURALEZA 291
sensible. Poco después Bernardino de Saint Pierre daría un paso más «arrojándose
a escribir el primer libro de física estética que aparece en la historia de la ciencia.
Los estudios sobre la Naturaleza y las armonías, que forman la segunda parte,
constituyen, cualquiera que sea su valor científico, una verdadera estética del
sentimiento de la naturaleza, completamente olvidada hasta entonces en los libros
de teoría del arte»82. Lector entusiasta de Bernardino de Saint Pierre a la vez que
científico ilustrado, Alexander von Humboldt recorrería el territorio americano
examinando atentamente su naturaleza pero percibiéndola ya con un sentimiento
romántico que valora el paisaje natural por su influencia tranquila que «endulza
el olor y calma las pasiones cuando el alma se siente íntimamente agitada», pero
que al mismo tiempo hace surgir «el presentimiento del orden y de las leyes de la
naturaleza»83.
En los años iniciales del XIX el arte de la jardinería como imitación de la
naturaleza se encuentra en una posición ambigua. Por un lado, a través del jardín
puede intentarse la imitación y la reproducción, lo que supone un intento de recons-
truir la naturaleza cerca del hombre, y en ese sentido constituir un empeño válido.
Por otro, a la vez, ese intento puede ser juzgado negativamente, al representar un
mal sucedáneo de la naturaleza en sí misma, la cual en realidad no puede ser imitada.
Con todo ello, parece que la popularidad de las fabriques decae y se vuelve al
ideal del jardín natural puro. Aunque, paradójicamente es posible, al mismo tiempo,
que como reacción a ello algunos valoraran de nuevo el jardín formal en el que la
huella del hombre está claramente presente. Así lo hicieron algunos italianos– como
Pindemonte, 1792– en los últimos años del XVIII y comienzos del XIX84. O también
en Gran Bretaña donde algunos emprenden entonces la restauración de jardines
clásicos barrocos85, impulsados por el movimiento anticuario86.
En todo este debate se mezcla, en algún momento, la valoración utilitarista de
la naturaleza y la concepción del jardín; y, además, los valores educativos del
contacto con la naturaleza, y en especial la práctica agrícola, y la apreciación de los
conocimientos botánicos. Todo lo cual nos obliga a introducir otra perspectiva, la
de la pedagogía y la educación, a la que aludiremos en los dos capítulos siguientes.
NOTAS AL CAPÍTULO 7
1 Fuentes Domínguez 1993, pág. 167. 6 Capel 1993 (reed. 1994).
2 Álvarez Martínez 1993, pág. 135. 7 Brown y Elliot 1981, pág. 128 y ss.
3 Grimal 1969. 8 Capel, La física sagrada 1985 (caps. 5 «La
4 Reproducido por Morris 1992, pág. 64; Tierra en decadencia»).
un plano de la Domus Aurea de Nerón, 9 Hill 1980, pág. 309; sobre el milenarismo
con su bosque y lago artificial en Bene- véase también Cohn 1981.
volo (1975) 1977, vol. II, pág. 147. 10 Jacques 1993, pág. 267.
5 Por ejemplo en La natividad de Buti- 11 Resumen de la obra en Hansmann 1989,
none, de 1493 (colección Thyssen del cap. V («Antoine Joseph Dezallier d’Ar-
monasterio de Pedralbes de Barcelona), genville: teoría y práctica del arte de la
con dos villas o palacios en el fondo, junto jardinería»).
a los cuales se ve un bosque. 12 Hansmann 1989, cap. VI («Jardines
NOTAS AL CAPÍTULO 7 293
Hasta el siglo XVIII los jardines eran, de hecho, paraísos privados, construidos por
la realeza o la aristocracia y, más tarde, la burguesía, para su uso particular. De
todas maneras, como el objetivo de su construcción era frecuentemente también
la ostentación, en ocasiones, los propietarios, además de recibir en ellos a las
personas de su círculo, permitían a veces su visita a forasteros y personas de calidad
de la ciudad. Así se anunciaba en la misma entrada de la Villa Borghese de Roma,
construida a principios del XVII1. Pero naturalmente era un privilegio que se concedía
por razones de alarde y exhibición y que era facultad privativa del dueño.
Muchas veces los jardines podían ser una especie de retiro de la vida pública.
Tal vez un lugar al que los propietarios se apartaban derrotados de la actividad
social y donde podían dar suelta a las fantasías que no habían podido realizar en la
realidad.
Así puede interpretarse la vuelta al jardín o al huerto por parte de algunos
hombres ilustres, cuando las heridas de la vida les llevan a huir de ella. Seguramente
nadie ha expresado mejor que fray Luis de León ese sentimiento de huida al jardín,
en este caso el Huerto de la Flecha de los agustinos, cerca de Salamanca:
¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
sus espléndidos jardines en torno a Roma. Su respuesta es que «se trata de una
fuga, de un verdadero y consciente suicidio político, de desesperada reacción a la
censura de la Contrarreforma en el momento en que se daban cuenta de que toda
la cultura propia era destruida por la sociedad, de conciencia dramática del
hundimiento de los ideales humanísticos; en otras palabras, una especie de
testamento»2. Ello puede conducir a obras excelsas, pero también a la traducción
en el jardín de todos los montruos de la mente, los que no se han podido vencer en
la realidad. Así lo dice expresamente Battisti con referencia al jardín de Bomarzo
construido por el viejo Orsini: los monstruos de piedra, por lo mismo que son
símbolos de resignación y de confusión psicológica –y así el jardín construido
para imitar una Arcadia artificial– son más dañosos que los mostruos verdaderos
y que la realidad verdadera3.
Lugar de retiro y, en ese caso, tal vez también lugar de sufrimiento. «Infierno y
paraíso están aquí», reza una enigmática inscripción en el jardín de Villa Barbarigo
en Valsanzibio, Padua. Aunque se presta a muchas interpretaciones4, es posible
que pueda relacionarse con desengaños y sufrimientos de su propietario, Antonio
Barbarigo, de agitada vida política en Venecia.
Pero se trata siempre de casos excepcionales. Lo normal era el jardín para el
retiro deleitoso, para la alegría privada y el juego amistoso, para la ostentación y el
reposo. Y será ese precisamente el paraíso que en el siglo XIX se hará accesible para
todos. El «paraíso cerrado para muchos y jardín abierto para pocos» de Pedro
Soto de Rojas se irá convirtiendo en el jardín para todos, en el parque municipal.
El proceso tiene desde luego sus antecedentes, que se relacionan, en primer
lugar, con la política de apertura de parques reales al público de las grandes ciudades.
En Gran Bretaña ya en 1635 la corona había abierto el Hyde Park a la población, (y
luego el Saint James Park, en la época de Carlos II, aunque, de hecho, solo fueran
utilizados por la alta sociedad5. También en París, los jardines de las Tullerías fueron
abiertos durante el XVIII. En España Carlos III permitió a partir de 1767 que el
parque real del Buen Retiro fuese visitado por los madrileños durante el verano y
el otoño.
La tendencia se vio intensificada por la Revolución francesa, primero, y la
implantación de los Estados liberales, después, que dieron lugar a expropiaciones
o a nuevas cesiones reales e hicieron aparecer la noción de jardín público. El parque
o jardín ya no es solo de disfrute del soberano o de los propietarios nobles, sino de
carácter público, y sirve al ocio, a la relación social y a la exhibición de la burguesía
y de las clases medias urbanas.
La apertura de parques y jardines reales al disfrute público se fue haciendo
frecuente tras las guerras napoleónicas. En Francia en 1828 el rey cedió a la ciudad
el espacio de los Campos Elíseos y el de la futura plaza de la Concordia. En España
tras la guerra de la Independencia Fernando VII cedió al pueblo de Madrid la
mayor parte de los jardines del Buen Retiro, que pasarían íntegramente a ser
propiedad del municipio con la Revolución de 18686.
Por otro lado, la política de construcción de paseos y alamedas que se había
iniciado en la época final del Antiguo Régimen conducía también hacia la aparición
PARAÍSO ABIERTO PARA TODOS 297
culminará en el siglo XIX y que lleva a la difusión de los jardines y parques públicos
en las ciudades.
Naturalmente la tendencia a la construcción de parques urbanos pasó pronto
a los tratadistas de jardinería. En el volumen V de su Theorie der Gartenkunst (Teoría
del arte del jardín, 1785) el tratadista alemán Hirschfeld formuló ya un programa
ideal para los Volksgärten o jardines públicos, y cinco años más tarde el elector de
Baviera Karl Theodor ordenó a Friedrich Ludwig von Sckell el diseño de un «jardín
inglés», que pasa por ser el primer gran parque público del continente16.
Esa construcción de parques y jardines coincide con el acceso de nuevos grupos
sociales a la riqueza y al poder y a una amplia demanda para la construcción de
jardines privados.
En Gran Bretaña los años finales del siglo XVIII y el triunfo en las guerras
napoléonicas supusieron un estallido de prosperidad económica y orgullo nacional.
Los grupos sociales enriquecidos con el comercio y con la guerra adquirieron tierras
en la periferia de las ciudades y emprendieron una carrera para la construcción de
villas con jardines. En 1810 el gran tratadista Humprhey Repton en sus escritos
fragmentarios sobre el arte de los jardines escribió que «en las proximidades de
cada ciudad y población industrial nuevas casas y villas están creciendo y éstas,
junto con sus pocos acres de terreno, exigen todas las facilidades (...) que tienen
las grandes fincas campestres»; y señalaba que eran precisamente dichas villas
periféricas las que estaban atrayendo en ese momento su atención17.
Ese cambio social no dejaría de tener sus consecuencias en el arte de la
jardinería. Desde principios del siglo XIX los conceptos de bello, sublime y pinto-
resco, a los que necesariamente se aludía en los debates sobre el arte de la jardinería
y los modelos de jardines a finales del siglo XVIII18 dejan paso al concepto de utilidad.
En relación con la famosa y citada polémica entre Repton, por un lado –y con él
no solo la tradición de Brown sino también los jardineros profesionales–, y Knight
y Price por otro –y con ellos, de alguna manera, los que escribían sobre jardinería
simplemente como aficionados y conocedores–, a propósito de la falta de carácter
pintoresco de los jardines que realizaba y su consiguiente monotonía, el primero
esgrimió argumentos que aludían a la utilidad de los jardines y al hecho de que
éstos se construían para el uso y disfrute de la gente y en especial de la gente
civilizada. Ese cambio de énfasis19 desde lo pintoresco, o desde el espíritu del lugar,
a lo civilizado, o lo que es lo mismo a lo urbano, es un síntoma de las transfor-
maciones que se estaban produciendo; y en primer lugar en Gran Bretaña, por ser
el país más tempranamente afectado por la Revolución industrial.
Durante el siglo XIX se acelera el ritmo de crecimiento de las ciudades europeas,
empezando por las de los países que primeramente se ven afectadas por la
Revolución industrial. Londres primero (que ve pasar su población de 960.000 en
1800 a 1,5 millones hacia 1830 y a 2,5 en 1851) y otras ciudades británicas, Berlín
y las ciudades alemanas ven incrementar su población a un ritmo creciente20, con
suburbios que se expandían de forma rápida y difícil de controlar. Si, como ya
hemos dicho, en el siglo XVIII el campo va quedando lejos de la ciudad, más lo
estará todavía a partir del XIX.
PARAÍSO ABIERTO PARA TODOS 299
y poco después, a mediados del siglo XIX, al menos unas 80 plazas de ciudades
españolas estaban dotadas de alamedas o glorietas36. En ocasiones las obras de
ingeniería que se hacían en las ciudades –tales como malecones, espolones o
explanadas– podían estar también arboladas y convertidas en paseos.
Lo apretado del caserío urbano de las ciudades españolas hacía difícil situar
estos paseos arbolados en su interior. Por ello con mucha frecuencia se localizaban
en las afueras del casco urbano. Unas veces bordeando las murallas, especialmente
a partir de las puertas principales37 o en la prolongación de las calles importantes
que se dirigían al exterior. También se trazaron plazas o jardines sobre antiguos
conventos, como el parque Castelar creado en Badajoz a finales del XIX sobre el
huerto del antiguo convento de dominicos, desaparecido en 1822.
Los datos reunidos por Francisco Quirós muestran que los paseos de las
ciudades españolas no eran muy amplios. De 33 de los que se poseen datos, solo
siete superan los 500 m de longitud, y su anchura raramente rebasa los 50 m,
siendo normalmente inferiores a 3038. Se siguieron levantando «salones» y «óvalos»,
en la tradición del setecientos. Cuando los jardines tenían cierta extensión la trama
ortogonal se rompía con el trazado de diagonales, en cuyos puntos de encuentro
se levantaban glorietas o kioscos. En las alamedas o parques podía existir una
diferencia de elevación entre las vías para carrozas y las de los peatones, estando
las de éstos más elevadas «andenes»). El paseo tenía el piso llano y sin polvo, para
hacer fácil y agradable el caminar. Generalmente enarenado, aunque a veces
embaldosado, siendo este pavimento menos estimado por la fatiga al andar.
Había paseos para ricos (burguesía y clases medias qe se exhibian y mostraban
con sus galas en ellos) y otros para grupos populares. Algunos para todos, «sin
distinción de clases».
Quirós ha señalado también la escasez de jardineros y los escasos recursos
dedicados por los ayuntamientos a jardines39. Pero el estudio detallado de la
evolución de los jardines de las ciudades españolas –sobre las fechas concretas de
su construcción, sus diseñadores, las plantas que se utilizaron, la creación de los
cuerpos de jardineros especializados, los presupuestos municipales destinados a
su creación y mantenimiento– está todavía por realizar. En principio hay que
suponer que, como ocurre en otros casos, la innovación se produce primero en las
grandes capitales y se difunde a través de la jerarquía urbana: primero en Madrid
y Barcelona y luego en las otras ciudades españolas. Pero también en este sentido
faltan investigaciones sistemáticas.
En unas ciudades que podían tener condiciones insalubres y donde los hedores
podían estar bastante generalizados era importante el papel de los jardines y paseos
de plantas olorosas que embalsamaban el aire y hacían el ambiente más agradable.
Un arquitecto del momento escribía que «los jardines son los sitios más deliciosos
que se conocen, porque a un mismo tiempo proporcionan salud con sus perfumes
y saludables emanaciones, y recrean el espíritu con las sensaciones que producen»40.
Los árboles de estos jardines españoles fueron cambiando lentamente durante
el siglo XIX. Hasta finales del siglo XVIII dominaban álamos, olmos y moreras.
Jovellanos hablaba, como hemos visto41, sobre todo de pinos para las nuevas planta-
PARAÍSO ABIERTO PARA TODOS 303
ciones. A mediados del siglo XIX álamos, olmos, moreras y pinos eran los que
dominaban todavía en los jardines y paseos de las ciudades españolas. Los árboles
exóticos aparecerán más tarde. Las aclimataciones realizadas en los jardines botá-
nicos y en algunos jardines reales y aristocráticos no habían tenido una gran difusión
fuera de ellos. A partir de ese momento y sobre todo cuando llegue la moda del
jardín paisajista, se comenzarán a introducir otras especies de carácter mediterráneo
(cipreses, castaños), árboles americanos (araucarias, ombús, castaños de Indias)
así como árboles y arbustos chinos o japoneses42.
En España la idea de que los jardines y parques urbanos constituyen una
necesidad en las ciudades está ya plenamente aceptada a mediados del siglo. Una
excelente prueba de ello lo facilitan los proyectos de ensanche que se realizaron,
empezando por el de Barcelona elaborado por Cerdá y que se convirtió en una
referencia inevitable en todos los que le siguieron.
Los ensanches de las ciudades españolas previeron siempre espacios para
jardines y parques, siguiendo en especial el modelo de Cerdá y lo que se hacía en
otros países. Como es sabido, las manzanas diseñadas por Cerdá preveían la
construcción de edificios solamente en dos frentes, dejando el resto sin edificar y
el interior dedicado a jardines; también las calles aparecían arboladas con dobles
hileras de árboles, y un árbol cada 8 metros, con un total de 100.000 árboles para
la ciudad43. Pero además de ello, en el Proyecto de Reforma Interior y Ensanche de
Barcelona elaborado por Cerdá en 1859 se prevén diversos jardines en el Ensanche
y un gran parque al exterior del espacio urbanizado, el Parque del Besós, que debía
ser regado por el Rec Comtal.
En los proyectos de Cerdá los árboles, jardines y parques tenían a la vez
funciones ornamentales e higiénicas. De hecho existe en su proyecto toda una
jerarquía de espacios verdes, desde las manzanas y calles hasta el gran parque urbano
del Besós. Dicha jerarquización aparece desarrollada teóricamente en su Teoría de
la viabilidad urbana, escrita para el proyecto de ensanche de Madrid (1860) donde
establece una jerarquía de espacios vegetales que constituyen el complemento
indispensable de la viabilidad y la habitabilidad. Se trata de una ordenación que
cubre cuatro tipos de espacios, empezando con los más reducidos: «jardines
peculiares a cada manzana», dispuestos en las viviendas unifamiliares y que
constituyen «la esfera de acción de las relaciones de la familia; en este jardín aprende
la familia a sentir la armonía de la creación y a enlazar el arte con sus producciones
espontáneas». Cerdá considera que el jardín «es tan necesario a la familia que al
constituirse el hombre en sociedad y al venir a formar su casa parte integrante de
la ciudad no por eso puede desprenderse de él y descartarlo del número de las
superficies indispensables al hombre, sino que entonces viene a ser todavía de más
urgente necesidad que cuando la casa se halla en estado natural».
La tipología continúa con los «squares» o «jardinillos plantados de hierba
menuda a manera de prado, de flores y de plantas odoríferas», sin árboles que
estorben la perspectiva de los edificios; los «parques» en los que «la alta vegetación
alterna con la de los squares y los jardines, las estatuas, los monumentos y las fuentes»
y en donde sus paseos y calles permiten el paso de peatones y de carruajes; y,
304 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
finalmente, los «bosques», que son especialmente necesarios para los grupos
populares en los días de asueto:
los ricos se van a sus cármenes, torres o casas de campo donde tienen todo el espacio
de jardines o campos que necesitan para su recreo, pero los pobres y aun la clase media que
sienten la misma necesidad de expansión y que carecen de este recurso, salen también al
campo y se deja entender que desde el momento que se separan de los caminos, de las
barrancadas o demás sitios del dominio público, han de esparramarse por los campos
cometiendo una invasión de propiedad que solo se tolera en el día por la falta de sitios
baldíos de dominio municipal destinados a este objeto (...) Estas consideraciones deben
decidir a consagrar para tal objeto uno o más bosques, que habrán de situarse a orilla del
mar o los ríos y en general en los sitios de donde vengan los vientos más insalubres44.
Fig. 8.1 Además del gran parque del Besós, al noreste de la ciudad y junto a la
desembocadura de ese río, Ildefonso Cerdá previó la existencia de jardines interiores
en las manzanas o intevías. La figuras muestra una de las formas de organización de
esos jardines interiores, según un folleto divulgativo de la Sociedad El Fomento del
Ensanche de Barcelona, de la que el mismo Cerdá fue director facultativo
entre 1863 y 1866 (Cerdá. Urbs i Territori, 1994)
306 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
En Estados Unidos a principios del siglo XIX se difundió por influencia inglesa un
cierto clasicismo, que tiene que ver con los debates que se produjeron en Gran
Bretaña y a los que ya hemos aludido en el capítulo anterior. Pero frente a ello
hacia 1830 empiezan a imponerse conceptos estéticos de clara filiación romántica,
en los que se valora la informalidad, el naturalismo y lo pintoresco. En ese momento
se reafirman plenamente los conceptos del jardín inglés, con calles o caminos
curvos, paisajes pintorescos o informales, puertas rústicas, estanques irregulares,
puentes típicos, grutas o cenadores50, al tiempo que en arquitectura pasaron a
dominar el gótico, las casas de campo inglesas, los chalets suizos y otros estilos
rústicos.
Los urbanistas norteamericanos adoptaron en ese sentido los principios que
se habían desarrollado anteriormente en Inglaterra y en otros países europeos:
«que eso ocurriera durante un período de intenso nacionalismo y orgullo local
–ha escrito John W. Reps51– demuestra la continuada influencia de la tradición y
la cultura europea en EEUU».
Los conceptos del paisajismo inglés se aplicaron en las fincas privadas y, sobre
todo, en los cementerios. Tendremos que hablar de ello más adelante. Bastará ahora
con señalar que el éxito de éstos hizo que se aplicaran luego en los parques urbanos.
A fines de la década de 1840 se inicia un debate sobre la necesidad de parques
públicos en las ciudades de EEUU y sobre las posibilidades de financiación: terrenos
dados por la generosidad de gentes ricas, o pagados por los ciudadanos. El fuerte
crecimiento de las ciudades hacía necesaria la provisión de estos espacios verdes
públicos, especialmente en las ciudades portuarias del Este. El crecimiento
demográfico exigía la ampliación de las ciudades, y en muchas de ellas se empezaron
a diseñar esos espacios abiertos de uso público. Dichos espacios aparecen en los
desarrollos de ciudades como New York o Filadelfia.
No es difícil relacionar el movimiento de creación de parques urbanos en
Estados Unidos a partir de mediados del siglo XIX, y la valoración de la naturaleza
que representa, con el movimiento (en el que también influye G. Perkins Marsh,
sin duda) de conservación de la naturaleza, que culminará en la creación del primer
parque nacional, para el uso público, el de Yosemite Valley (Lincoln, 1864)52.
En New York el debate sobre la necesidad de parques iniciado a mediados de la
década de 1840 se convirtió en poco más de un lustro en un importante tema
político en la ciudad. En 1851 la cámara del Estado de New York aprobó finalmente
una ley sobre la construcción de parques para el disfrute público. Dos años más
tarde se iniciaron los trabajos para adquirir suelo para un gran parque central,
proceso que daría lugar al Central Park (Figura 8.2). En 1856 se nombró una
comisión consultora, presidida por Washington Irving –el conocido autor de los
Cuentos de la Alhambra–, y Egbert Viele como ingeniero jefe y que tenía como
PARAÍSO ABIERTO PARA TODOS 307
EL ECLECTICISMO EN JARDINERÍA
La difusión de modelos
Hemos visto que desde finales del siglo XVIII el estilo del jardín paisajista se iba
introduciendo en Europa. En Francia, si la Restauración que siguió a las guerras
napoleónicas trajo momentáneamente de nuevo la moda del jardín clásico formal,
bien pronto las cosas cambiaron y volvió nuevamente el prestigio del jardín inglés.
De todas maneras, a lo largo del XIX el hecho más destacado es el carácter ecléctico
del diseño de estos espacios. Un eclecticismo difundido sobre todo por revistas y
tratados y que supone una aceptación de diversos estilos tanto en arquitectura
como en jardinería. Dedicaremos ahora atención a esa actitud y a las razones de su
difusión.
Desde comienzos del siglo XIX se introduce decididamente en el arte de la
jardinería la preocupación por lo funcional y lo práctico. Se trata, ya lo hemos
visto, de la presencia masiva de grupos burgueses en la ciudad, no solo de la alta
burguesía que podía fácilmente asimilarse por su riqueza y gustos a la aristocracia,
310 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
sino de una burguesía media que tiene menores recursos pero que actúa mimética-
mente respecto a los grupos superiores. Que desea tener un jardín pero no puede
pagarse un gran jardín y mucho menos un parque paisajista.
Es en ese momento cuando jardineros que conciben ya su arte de una forma
profesional ofrecen al mercado de la jardinería tipos nuevos, más reducidos,
cercanos a la vivienda y, sobre todo, con una variedad de formas que tiene en
cuenta sus funciones, sus destinatarios, y que pueden ser sublimes o bellos, grandes
o pequeños, formales o informales. Con ello, lógicamente, nace el eclecticismo en
jardinería, que constituirá una característica importante del XIX, apoyada también,
como veremos, en actitudes intelectuales.
En toda Europa desde los años 1820 se observan los primeros signos de
eclecticismo. En Gran Bretaña triunfaría plenamente tanto en arquitectura como
en jardinería durante el reinado de la reina Victoria. En Francia tras la muerte de
Luis XVIII, bajo el reinado de Luis Felipe se consolidó igualmente una posición
ecléctica, al igual que en España durante la época isabelina.
Las fluctuaciones políticas del siglo XIX, con las oscilaciones entre períodos
represivos y liberales tendría también sus consecuencias en el diseño de los jardines,
y acabarían consolidando las posiciones eclécticas. Así en Austria tras las guerras
napoleónicas, la restauración del Antiguo Régimen y la política represiva de
Metternich apartó a la clase media del gobierno del Estado y llevó a esos grupos
sociales desde la vida pública a la vivienda y a los jardines cerrados, es decir hacia
un espacio privado libre de la vigilancia policíaca. Se constituye de esa forma, en el
llamado periodo Bidermeier, lo que un autor ha llamado el «jardín de la
domesticidad», un jardín privado y ecléctico, en el que se reconoce la influencia de
una variedad de estilos y en donde se traduce la riqueza de esa clase ascendente, la
actitud antiaristocrática y las nuevas formas de sensualidad, expresadas, sobre todo,
a través de elementos de la ornamentación rococó62. Cuando tras la revolución de
1848 los liberales recuperen su papel en la vida pública, las nuevas formas de libertad
política se traducen en la aparición de lo que R. Rotenberg ha llamado el «jardín
de placer», en el que las formas del paisajismo inglés triunfan plenamente,
imponiéndose en el trazado de parques públicos y privados las formas curvas e
irregulares típicas de este modelo. Obras de jardinería de gran difusión popular
como la de Rudolf Siebeck, facilitaron a partir de 1851 los modelos que servían de
guía a esos jardines privados63.
Desde la década de 1820 libros como el de L.E. Audot Traité de la composition
et de l’ornement des jardins64 o el de Gabriel Thouin Plans raisonnés de toutes les
espèces de jardins, ofrecía ya modelos diversos a la elección del público que deseaba
construir su jardín. Pero eso se vería apoyado no solo por la consolidación del
cambio social, con el crecimiento de la población urbana, de la revolución liberal
y las clases medias, sino también por la difusión general y vulgarización del
romanticismo, y por la influencia de los métodos de producción industrial y
acomodación al mercado. Aludiremos sucesivamente a estos dos aspectos.
PARAÍSO ABIERTO PARA TODOS 311
Romanticismo y eclecticismo
Ese subjetivismo romántico se aúna a mediados del siglo XIX con las necesidades
de la producción industrial masiva, que conduce a tener en cuenta las necesidades
del mercado y, por consiguiente a valorar el gusto individual de los consumidores,
312 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Figs. 8.3 El eclecticismo de la jardinería del siglo XIX, en una lámina del tratado
de L. Rigalt Atlas enciclopédico-pintoresco de los industriales, 1857
PARAÍSO ABIERTO PARA TODOS 315
como símbolo del antiguo régimen y expresión del decoro71, los segundos utilizaron
en algún momento el gótico y el diseño del jardín inglés para expresar las virtudes
cívicas y la libertad de uso de los parques públicos, incluyendo la posibilidad de
utilizar libremente el césped de los jardines para sentarse en ellos.
El eclecticismo podía emplearse de forma consciente para producir efectos
determinados, con una lógica que conduce a la utilización de diseños diversos
según el tipo de intervención. En esos casos, la utilización de los diferentes tipos
de diseño se realiza en función del edificio con el que se relacionan, para dar
determinadas imágenes retóricas o para establecer una relación específica entre el
edificio y el entorno.
Existen en toda Europa del siglo XIX, y especialmente en Alemania ejemplos de
esa utilización retórica del jardín para dar una determinada imagen de sí mismo, o
transmitir una concepción del orden social. Al mismo tiempo que triunfaba el
«jardín de placer», antes citado, entre los príncipes alemanes pudo persistir el gusto
por el jardín diseñado con el modelo formal, asociado a la idea de la monarquía
absoluta.
Así como el estilo del edificio debía acomodarse a sus funciones, de la misma
manera el jardín tenía que acomodarse a aquél y a éstas, estableciendo una relación
entre el edificio y el entorno. Esto se observa de forma clara en las intervenciones
que diseñó Schinkel en 1828 entre el nuevo Museo de Antigüedades y el palacio
real en el centro de Berlín. Los distintos elementos arquitectónicos (la catedral,
además de los citados) tienen cada uno diferentes diseños de jardines y diferentes
tipos de vegetación (tanto de árboles como de arbustos).
Los tratadistas de jardinería aceptaron y difundieron esa actitud de adaptación
al ambiente. Así lo hizo en Alemania uno de los más importantes e influyentes
autores, Hermann Jäger en su Lehrbuch der Gartenkunst (Manual de arte del jardín),
1877, cuando afirma que tanto el estilo regular (o francés) como el irregular (o
inglés) son igualmente importantes y que deben usarse según el carácter y la función
de cada lugar, en el bien entendido de que los de carácter más formal deberían
emplearse en los lugares de representación y decoro72. Ese eclecticismo se integraba
frecuentemente en el mismo diseño de un jardín concreto durante la segunda mitad
del siglo XIX, en el que se construían realmente partes formales e informales o
irregulares yuxtapuestas mediante soluciones más o menos imaginativas73, en
concordancia con lo que, como hemos visto, se hacía en los tratados de la época.
En todo caso, conviene tener presente que el eclecticismo no significaba mezcla
desordenada y aleatoria de estilos formales e informales. Desde luego podían
combinarse libremente, como cuando se realizaban diseños generales geométricos,
con rectas ortogonales y diagonales sobrepuestas a un diseño paisajista informal;
o bien integrarse en diseños cuidadosamente elaborados en los que cada estilo
tiene su función específica que cumplir (por ejemplo, el gótico en la capilla y el
árabe en el salón de baile).
Junto a todo esto hay que señalar que en el momento en que se popularizan
los jardines, las razones de economía podían pesar también con gran fuerza en el
diseño. Y ello tanto en el diseño privado como en el público.
316 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
con los de carácter inglés; éstos sobre todo eran de utilidad en los «criaderos» o
viveros; como, probablemente ocurrió en los jardines de ese nombre en el paseo
de Gràcia de Barcelona (1845), y, sin duda, en el proyecto que presentó el arquitecto
José Oriol Mestres (1851) para el jardín de los Campos Elíseos, donde «en la parte
inferior y más hacia la ciudad se ha distribuido un criadero con caminales y senderos
que lo hagan ameno y atraigan a la concurrencia»78. Los jardines de los Campos
Elíseos de Barcelona se transformaron cada vez más en un jardín inglés, con
elementos rústicos, entre los cuales cabañas suizas. Sin duda tenían también un
diseño inglés los Campos Elíseos que se proyectaron en 1860 al este de Madrid en
la Fuente del Berro, y que desaparecerían quince años más tarde con la expansión
del barrio de Salamanca79.
A veces existieron dudas y oscilaciones sobre qué diseño utilizar. Pero el uso
exclusivo del diseño paisajista inglés en los años finales de 1850 aparece en algunos
proyectos urbanos. Como en el de Ildefonso Cerdá, Proyecto de Reforma Interior y
Ensanche de Barcelona, 1859, donde el gran Parque del Besós tiene un diseño
informal de reminiscencias inglesas, mientras que en otro plano elaborado el mismo
año el citado parque aparece dividido en varias partes con un diseño general muy
ecléctico80.
De todas maneras, a lo largo del siglo XIX el estilo inglés se iría afianzando en
España y, sin desterrar del todo al jardín formal, se difundió durante la década de
1860, coincidiendo con el final del reinado de Isabel II y el período revolucionario.
Es probable que el ya citado Album enciclopédico-pintoresco de Luis Rigalt
contribuyera a dar respetabilidad al estilo paisajístico y romántico. Su penetración
se refleja en artículos que defienden ese nuevo estilo y en realizaciones concretas.
En lo que se refiere a estas realizaciones puede ser significativa la remodelación
que se hizo del Jardín Botánico de Madrid. En efecto, si en el momento de su
construcción en 1780 el arquitecto Juan de Villanueva diseñó el jardín según un
modelo neoclásico en el que dominaba una clara ortogonalidad, de tal forma que
era en realidad, un jardín renacentista81, en cambio en 1872 el jardín había
modificado profundamente su dibujo, adquiriendo un marcado carácter romántico
(Figura 8.4).
El jardín inglés triunfó en España en la época isabelina, y así –como hemos
dicho– se diseña en los planes de ensanche que se aprueban en esos años y luego
hasta finales del siglo82. En las tres décadas finales del siglo el paisajismo inglés se
convierte en un modelo de referencia para la mayor parte de los jardines que se
realizan en España, tanto públicos como privados, aunque en muchos casos con
un talante ecléctico que no excluye el empleo del diseño formal. Así ocurre en el
parque de la Ciudadela de Barcelona83, construido por Fontseré y donde unos
parterres de diseño formal encierran un espacio diseñado según el modelo inglés,
como si los impulsos románticos estuvieran encerrados y contenidos en la forma-
lidad exterior típica de la burguesía.
318 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Figs. 8.4 El Jardín Botánico de Madrid, diseñado por Juan de Villanueva a fines del
XVIII, fue remodelado en estilo inglés a mediados del XIX. La figura de la izquierda
corresponde al plano de Madrid de Francisco Coello en el Atlas de España..., 1849,
y la de la derecha al plano parcelario de Madrid del Instituto Geográfico
y Estadístico, 1872-74 (en Añón, 1983)
Por todo ello se va extendiendo entre las clases dirigentes la idea de que los
parques públicos servían para educar refinar y civilizar a la gentes, como se decía
ya en la Gran Bretaña de mediados del XIX97. En las propuestas que se hace está
presente también la idea citada de que los parques son para todas las clases sociales
y que tienen efectos beneficiosos sobre el comportamiento de las clases trabajadoras,
que en el contacto con otras tratarían de emularlas, incluyendo el deseo de estar
debidamente vestidos.
Por todo ello a los parques públicos se les van asignando funciones educativas,
que inciden en el diseño.
Se produce, en primer lugar, una asociación entre entre parques como jardines
botánicos y educación popular, y entre pedagogía y horticultura.
Los parques convertidos también en jardines botánicos se convierten ahora al
mismo tiempo en lugares a través de los cuales se podía llegar a la formación moral
y salud de las clases medias y obreras.
El interés por los jardines botánicos se extendió durante el siglo XVIII y XIX a
todas las clases sociales. En toda Europa la construcción de dichos jardines, de
origen renacentista, aumenta de forma importante durante el setecientos98. En
Francia durante la época napoleónica la pasión por la botánica se refleja en el
acondicionamiento de algunos jardines, como el de la Malmaison a comienzos del
XIX99.
Esa atención a la botánica incide en el interés por las especies exóticas en
Europa, lo que se traduce en el cultivo de especímenes raros aislados o en pequeños
grupos, frente a los árboles comunes en plantaciones. De todas maneras, el interés
por los árboles exóticos es más complejo: podía ser una forma de mostrar –como
hizo Loudon en respuesta a las ideas de Quatremere de Quincy– que la jardinería
no era un arte de imitación de la naturaleza y que lo que lo que el artista jardinero
creaba no podía confundirse con ella100.
A través del jardín botánico abierto a la población el jardín o parque público
municipal adquiría una función educativa, la cual se conseguía a veces ordenando
la plantación según la clasificación botánica, como se hacía en los jardines especia-
lizados, con carteles identificadores (nombre botánico y popular, lugar de origen,
etc.). También se empezaron a publicar guías botánicas del parque.
Esos parques fueron asimismo lugar de exhibición de los resultados botánicos
obtenidos en la última gran fase de las expediciones científicas que se inicia tras la
paz de París de 1761 (Bougainville, Cook, Malaspina, Humboldt…). El éxito de
dichas expediciones contribuía a una demanda popular en ese sentido, y a la vez
los parques contribuían a su difusión.
Para albergar y proteger a las plantas exóticas se necesitaban invernaderos o,
en climas más cálidos, umbráculos. En unos y otros la incoporación de innovaciones
técnicas permitió conseguir nuevos espacios y nuevos diseños. Los invernaderos,
que ya habíamos visto aparecer en los palacios reales y aristocráticos desde el
setecientos, se difundieron en los parques urbanos a comienzos del siglo XIX para
conservar plantas de climas cálidos. Los avances en la arquitectura e ingeniería,
con la utilización de nuevos materiales, permitieron construir nuevas formas
PARAÍSO ABIERTO PARA TODOS 323
atrevidas y elegantes, con uso del hierro y del vidrio, lo que hizo posible disponer
de espacios más amplios y, mediante la aplicación de nuevas tecnologías, refinados
sistemas de calentamiento y aireación101.
El parque era también una alternativa al peligro de la taberna y al vicio. Es
cierto que el tiempo de ocio de los obreros era reducido, ya que las jornadas de
trabajo eran largas y agotadoras, pero el que había era preciso canalizarlo y con-
trolarlo. Coros102, clubes, horticultura, educación profesional y otras actividades,
además del cumplimiento religioso, si podía lograrse, eran formas de canalizar ese
tiempo de ocio popular.
Hacia mediados del ochocientos el tiempo de ocio iba a empezar a ampliarse,
ya que se fue aceptando la novedad de la tarde del sábado libre, con lo que los
obreros ganaban unas horas suplementarias de asueto, como válvula de escape a
las condiciones del trabajo103.
Pero más tiempo de ocio implicaba la necesidad de canalizar, regularizar y
organizar el descanso. Para eso podían servir también los deportes. Y el parque se
convierte naturalmente en un lugar para ello.
La educación de los nobles había incorporado siempre el ejercicio como forma
de preparación para la guerra y una manera de distracción de la mente104. En el
siglo XVI el ejercicio se considera «conservación de la vida humana, y depertador
del calor natural quando duerme, muerte de las enfermedades, que las sana aquellas
que con solo exercicio se suelen curar, ganancia de la juventud, deuda de la senectud,
gozo de la salud, enemigo de los hogazanes y dice Fulgentius (en De bonitate
exercitii) que solo aquel que no quiere estar alegre se escusa de exercicio», como
escribía Luis Lobera de Ávila en El vanquete de nobles cavalleros e modo de bivir
desde que se levantan hasta que se acuestan publicado en 1530 en la ciudad de
Augsburgo, a donde el autor había llegado como parte del séquito del emperador
Carlos V105.
Esta valoración positiva del ejercicio explica que el deporte se convierta en
una seña de identidad de la clase privilegiada y que desde el siglo XVI se pondere
también su realización en las villas, frente al «espíritu cansado de la agitación urbana
–tal como escribió en 1570 Palladio (II, 12) al teorizar sobre su arquitectura.
También desde entonces se estiman las ventajas de la vida en el campo frente a la
ciudad: a la serenidad que produce se une la mayor alegría, y la posibilidad de
practicar el ejercicio, tan bueno para la salud; al mismo tiempo, en el campo se
desarrollan impulsos naturales frente a otros menos nobles en la ciudad. La
contraposición del campo a la ciudad malsana se hizo habitual en los tratadistas
del XVI que escriben sobre las villas (Palladio, Scamozzi, etc.)106.
Esa tradición se mantiene hasta el siglo XVIII –y continúa todavía hoy para
algunos deportes de elite, como el polo–. Pero desde el siglo XIX el deporte –una
expresión que ahora recuperan los ingleses a partir de la francesa deport, equivalente
a la antigua expresión española deporte107– se difunde también entre las clases
populares.
La demanda de ejercicio físico para las clases trabajadoras había empezado a
dejarse oír a partir de los años 1840. Y fue creciente, según se incrementaba la
324 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
De este gran paseo partirán otros varios rectilíneos unos y curvilíneos la mayoría, los
que entrecruzándose producirán plazoletas y puntos singulares de excelente perspectiva.
En los puntos más característicos y bellos podrán disponerse también monumentos
alegóricos a la Religión o a la Patria, etc., así como a grandes hombres españoles en general
y especialmente hijos de Extremadura y Cáceres. Las especies arbóreas que proponemos
son las vistosas palmeras, los robustos pinos, altísimos cedros, elegantes castaños del país,
tilos y en una palabra los ejemplares más hermosos de cuantos se desarrollan espléndida-
mente en tan excelente clima, combinados con árboles de flor como castaños de Indias,
árbol de Judea, acacia y tantos otros qe contemplamos en los parques nacionales. Será este
un parque jardín excelente. En algunas plazoletas se dispondrán locales para juegos de
balompié, tenis, golf, etc., y también habrá juego de pelota y todos cuantos sirvan para
atraer a ese sitio de recreo a la juventud.
Este tipo de parque es distinto al anterior: aquí se tratará de sacar partido de la natura-
leza, aprovechando las rocas que asoman sobre el terreno y en las laderas del mismo; las
especies que se emplean aquí serán selváticas y menos cuidadas que las del anterior porque
así lo requiere lo abrupto del terreno, cambiando la excelencia de este parque, más que a
afectos de jardinería a las hermosas, vastas perspectivas del dilatado horizonte, masas de
vegetación y a la accidentación misma de las laderas (...) En ambos parques se dispondrán
escuelas del bosque o al aire libre pues sabido es cuán provechosas son para la alimentación
del alma y del cuerpo las lecciones oportunamente dadas al sol, ambiente y entre masas de
verdor.
En las dos últimas décadas del siglo XIX coinciden en los países europeos y en muchos
americanos el impacto de la transición demográfica, que hace crecer fuertemente
la población, la mecanización y modernización de la agricultura, que hará
innecesaria una parte de la mano de obra agrícola, y la generalización del fenómeno
330 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Las tendencias que ya se habían dejado sentir en la jardinería europea del siglo XIX
culminan en la jardinería doméstica de la buguesía y de las clases medias a
comienzos del siglo XX.
El jardín se convierte en un complemento de la vivienda y ambos se integran
y se interpenetran, como había ocurrido en las casas patricias de la época romana,
cuando, como ha escrito un historiador, había «una fluida transición entre interiores
PARAÍSO ABIERTO PARA TODOS 331
y más íntimo». Y por si faltara algo: «ni el gran y pomposo jardín francés ni el
parque romántico encajan bien, las más de las veces, con nuestras viviendas, con
nuestras condiciones de vida. El jardín moderno retorna a una composición
geométrica de gran claridad, pero sin caer en el rigor simétrico y en la amplitud de
formas» del siglo XVII136.
Cuando los usuarios de estos jardines a veces no tienen tanto dinero como los
príncipes renacentistas, lo que es el caso de las clases medias o incluso de la burguesía
que a veces se los construyen, se simplifican los diseños, los cuales solo alcanzan
una gran magnitud en manos de millonarios o en parques y jardines públicos. Por
eso es más renacentista en los diseños realizados para clases medias en Europa
central137 y más amplios y ambiciosos en los de otros comitentes138.
Los árboles mediterráneos están presentes en gran medida, siempre que lo
permita el clima, con una marcada predilección por árboles altos y delgados, es
decir, cipreses o palmeras, junto a árboles indígenas, si no era posible cultivar esos
que requerían determinadas condiciones climáticas mediterráneas; con filas de
arbustos bordeando los caminos, señalando las entradas y reutilización moderada
de la topiaria, con arbustos modelados con figuras geométricas simples, especial-
mente paralelepípedos, conos y esferas.
Esta evolución se produce en prácticamente todos los países europeos y tiene
su difusión en Estados Unidos. Da lugar a lo que podríamos denominar el jardín
novecentista (o noucentista en Cataluña).
En Alemania y Austria ese jardín se empieza a difundir cuando todavía estaba
en su apogeo el Jugendstil, por lo que algún autor ha podido asociarlo a este
movimiento modernista139; pero su calificación de «jardín arquitectónico» no ofrece
lugar a dudas. En todo caso, fue utilizado ampliamente en urbanizaciones
periféricas urbanas ya en los años 1900 en diversas ciudades alemanas, a la vez que
se empleó también en jardines públicos, especialmente de plazas, por ejemplo en
la plaza de Viktoria-Luise Platz en Berlin-Schöneberg y en Hamburg Winterhude140.
También los británicos redescubrieron el jardín renacentista mediterráneo al
que incorporan elementos andaluces a finales del XIX, como reacción al estilo propio
de la jardinería inglesa. Según algún autor141, fueron los ingleses los que transpor-
taron ese estilo a la Costa Azul, especialmente gracias a la labor del arquitecto
Harold Peto, que trabajó en esa región entre 1893 y 1910.
En Francia sería un estilo ampliamente utilizado y que se difundió de forma
especial en la Costa Azul. En la primera fase a fines del siglo XIX, con incorporación
de diversos tipos de palmeras, como árbol exótico, y una combinación con el estilo
morisco-andaluz (que era en sí mismo una recreación renacentista); y luego a
partir de comienzos del XX con árboles mediterráneos: olivos, algarrobos, cipreses142.
En Francia tuvo importancia la figura de Ferdinand Bac, con jardines que mezclan
lo clásico y la inspiración morisca (por ejemplo, en Vila Croisset, en Grasse). Sin
duda la Costa Azul fue un foco de diseminación internacional, ya que en esa región
y en su área de influencia trabajaron gran número de arquitectos reputados que
realizaron importantes obras clásicas a sus ricos clientes internacionales, y luego a
través de ellos y de los millonarios que visitaban la región se difundían a otros
PARAÍSO ABIERTO PARA TODOS 333
países. A partir de ese foco, y del prestigio internacional que adquirió este tipo de
jardín, se difundió también en Estados Unidos, donde el estilo hispano tuvo una
gran aceptación a principios del siglo XX143.
En España la jardinería de comienzos del siglo XX reviste diversas formas, que
podemos agrupar bajo el nombre de novecentismo, y que incluye desde el
noucentisme catalán al renacimiento andaluz.
Según Winthuysen144 la tradición clásica de la jardinería española se había
mantenido en Andalucía, y fue ella la que dio lugar a principios del siglo al llamado
jardín andaluz, que luego conoció difusión mundial gracias a la obra de Forestier
y a los paisajistas norteamericanos que realizaron obras en California y Florida.
La actuación de Forestier en España fue rica e influyente. En el parque de
María Luisa de Sevilla y en otros trabajos, recogió también la tradición andaluza
de acuerdo con las tendencias neoislámicas que influían en la arquitectura del
momento, y que pudo estudiar también durante su estancia en Marruecos. Aunque
se ha dicho que en él se combinan la tradición de la jardinería francesa y el arte
morisco andaluz145, en realidad creo que es más adecuado hablar del redescubri-
miento del jardín renacentista, por las razones que antes hemos apuntado. Sin
olvidar que en una obra tan vasta como la de este autor, extendida por tres
continentes, pudieron incorporarse también otras influencias, según el momento
concreto en que diseñó los parques y jardines, y su carácter privado o público.
Entre las dos guerras mundiales el desarrollo de la jardinería formal, experi-
menta algunas transformaciones por influencia de los movimientos artísticos del
momento, fauvismo, cubismo, y art déco. Era fácil la conexión con los movimientos
artísticos contemporáneos, el influjo de la pintura, lo que se produjo especialmente
después de la primera guerra mundial.
En primer lugar, era posible pasar de las formas geométricas del jardín neorena-
centista a las formas geométricas variadas y a las abstracciones cubistas e incluso
abstractas. El art déco, con su insistencia en la pureza de líneas y el uso de formas
geométricas podía enlazar fácilmente con todo este movimiento de recuperación
del jardín geométrico. La aparición de un jardín art déco aparece ya como una
propuesta explícita por Gabriel Guévrékian en la Exposition des Arts Décoratifs
de 1925, combinando formas cuadradas y triangulares146.
También era posible pasar de esa geometría simétrica del jardín clásico a formas
geométricas asimétricas, y llegar así al jardín abstracto, como efectivamente se
hizo en los años 1920. Igualmente, era posible aplicar teorías modernas del color
usadas en la pintura contemporánea a la disposición de las flores, buscando el
contraste entre colores violentos, de una forma fauvista o expresionista147, y
diseñando parterres de colores vivos en fuerte contraste expresionista.
Si el historicismo y eclecticismo domina en la jardinería europea hasta
mediados de los años 1920, en los años entre la primera y la segunda guerras
mundiales el eco en la jardinería de los nuevos movimientos artísticos que se habían
dejado sentir en otras ramas de las artes, desde la pintura y escultura a la arquitectura
dio lugar a imaginativas propuestas que, sin embargo, solo en pocos casos se
convirtieron en realizaciones concretas. A partir de los años 1930 la difusión de las
334 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
ideas del nuevo urbanismo racionalista, con sus esfuerzos por situar los edificios
en un marco higiénico con abundancia de espacios verdes, pudo hacer renacer de
nuevo el interés por el jardín paisajista inglés.
La evolución de Rubió y Tudurí, que ha sido calificado como el Forestier
español148, refleja bien esos cambios generales. Rubió, que trabajó efectivamente
con Forestier y se formó con él durante la estancia de éste en Barcelona para diseñar
el parque de Montjuïc y otros jardines, sigue claramente al maestro hasta 1925.
Pero a partir de esos años se distancia de esas posiciones y adopta otra cada vez
más inclinada hacia el pasajismo, con una actitud de creciente respeto a la natura-
leza. Un respeto que adopta también tintes nacionalistas cuando valora esa natu-
raleza como el bien supremo que, además, es la cuna originaria de la identidad
nacional de Cataluña. A partir de ahí se entiende su nueva actitud de respeto a la
naturaleza, su deseo de hacerla visible en los jardines, y de procurar que se ofrezca
en ellos con las menores modificaciones, como lugar de goce respetuoso y tranquilo,
en armonía con ella.
A partir de esos años para Rubió y Tudurí la intervención del jardinero en la
naturaleza debe ser limitada y respetuosa. Como escribió en El jardí obra d’art:
el creador del jardín maneja humanamente la vida de las plantas. Porque el acorde
humano-vegetal, base de nuestro arte, ha de ser obra del hombre (...) El artista ha de ser y
es el hombre-jardinero elaborando una vida vegetal que ha de seguir viviendo (...) Esto
implica una suma simplicidad en la obra del jardín. El diálogo con las plantas ha de ser
natural. La acumulación de detalles artificiosos es contraproducente (...) Cierta economía
de medios expresivos aviva la imaginación del creador, limpia espiritualmente la obra y
confiere al jardín aquel aire primaveral que ha de tener –un aire que llamaré ‘evangélico’–
sin el cual no podría vivir verdaderamente149.
Ese jardín paisajista que Rubió y Tudurí había descubierto era el que había
dado lugar al nacimiento de la ciuda jardín, y se imponía paralelamente en las
urbanizaciones periféricas y en algunos parques que por los años 1930 se
construyeron. A ello dedicaremos el capítulo siguiente.
NOTAS AL CAPÍTULO 8
1 Hansmann 1989, pág. 45. 30 Suttclife 1973. Según Joest 1991, pág. 397
2 Battisti 1993, pág. 176. las plazas inglesas estaban reservadas al
3 Battisti 1993, pág. 178. uso de los residentes y la creación de
4 Puppi 1991 (b). plazas por Napoleón III para todas las
5 Véase Rasmussen 1960, p. 87-91. clases sociales es una idea novedosa; otros
6 Brown y Elliot 1981, págs. 254-256. autores sitúan en fechas diferentes la
7 Capítulo 6, pág. 250 y ss. apertura de los parques a todas las clases
8 Borsay, P. The rise of the promenade: the sociales (véase nota 15).
social and cultural use of space in te English 31 André 1879, pág. 88. Planos del Bois de
provincial town c. 1660-1800. Unpu- Boulogne antes y después de la remodela-
blished paper presented to the Urban ción, en Newton 1971.
Group Colloquium on Urban Space an 32 Choay 1975, Joest 1991, pág. 390.
Building Form. London, 21.IX.1984 (cit. 33 Véase Cars & Pinon 1991.
por Whitehand 1992, pág. 88). 34 Véase capítulo 4.
9 Sambricio 1991. 35 La expresión es de Bentmann & Müller
10 Mariano (Filho) 1943. 1975, pág. 100.
11 Por ejemplo, en México la Alameda, 36 Quirós 1991, págs. 81 y 94.
remodelada a fines de la década de 1770 37 Así en Badajoz la Alameda Vieja, creada
(José María de la Bastida. Plano igno- después de la guerra de la Independencia
gráfico de la Alameda de la nobilíssima y que hasta 1867, en que se destruyó para
Ciudad de México echo el año de 1778). construir una carretera de circunvala-
Agradezco a Héctor Méndoza esta ción, fue un lugar muy concurrido por
información. los pacenses; Lozano Bertolozzi, y Cruz
12 Suárez Garmendia 1987, págs. 35 y 50. Villalón 1995, pág. 42.
13 Morris ed. 1992, pág. 296. 38 Quirós 1991, pág 84.
14 Morris, ed. 1992, págs. 305-309. 39 Datos sobre el número de árboles que se
15 Morris, ed. 1992, págs. 300 y ss. Chadwick tenían en algunos paseos en Quirós 1991,
cap. sobre los parques de Londres, pag. pág. 91; por ejemplo, en el paseo de
111-136. Según Brent Elliot (1986, pág. Gràcia: 1.918 árboles.
52) el Regent’s Park no fue totalmente 40 Fornés y Gurrea, 1846, pág. 97.
abierto al público más que en 1841. 41 Capítulo 6.
16 Hennebo 1995, pág. 213. 42 Relación de los árboles que se fueron
17 Cit. por Hennebo 1993, pág. 213. introduciendo en los jardines de las
18 Véase el capítulo 7, pág. 285. ciudades españolas desde el siglo XIX, en
19 Teyssot 1991. Negrillo, García y Fernández 1990.
20 Datos en Adna Weber. 43 En el Atlas del Anteproyecto de Ensanche
21 Mumford ed. 1966, vol. II, cap. XV. de Barcelona aparecen ya los dibujos de
22 Ponte 1991, pág. 373. esas manzanas con jardines arbolados en
23 Ponte 1991. su interior (Cerdá. Urbs i Territori, págs.
24 Elliot 1986, págs. 52 y ss; Ponte 1991, pág. 72-73), y con jardines formales (idem,
375, que cita la obra de Chadwick 1961. figura página 74). El mismo Cerdá a
25 Bailey 1978, cap. 2 («Rational recreation: través de la sociedad El Fomento del
voices of improvement»); véase también Ensanche previó jardines sobre las
Rasmussen 1960, p. 87-91. manzanas que promovía (idem, pág. 102
26 Simo 1988, cap. 11. y 171); sobre calles arboladas, idem, pág.
27 Whitehand 1992, pág. 89. 75.
28 Conway 1985 (cit. por Ponte 1991). 44 Cerdá, Teoría de la viabilidad urbana,
29 Joest 1991, págs. 387-388. 1860, ed. 1992, II, pág. 161 ss.
336 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
ciudades. Así, por ejemplo en Cuenca si futuro Madrid, ed. de A. Bonet Correa.
bien se pierde la Glorieta en 1890, poco 127 Hernández, F; Tatjer, M. y Vidal, M. Passat
después, entre 1900 y 1930, la ciudad se i present de Barcelona (III), 1991, págs.
dota de varios parques y jardines urbanos 109-115. Figura del cementerio en I.M.H.
de iniciativa municipal (Troitiño 1984). 128 Hall 1996, cap. 2.
117 Cranz 1991. 129 Véase más adelante el capítulo 10.
118 En Sevilla: San Sebastián, 1827; San 130 Por ejemplo, se observan en Vacherot
Fernando, 1847 (Suárez Garmendia 1987, 1908 y en Triggs 1913.
pág. 160) 131 Véase capítulo 6.
119 Quirós 1991, págs. 132-143; figuras en 132 Hansmann 1989, pág. 14.
pág. 135. 133 Fernández Vega 1999, capítulo 8.
120 Fornés y Gurrea (1846) ed. 1982, págs. 134 Forestier (1920) ed. 1991, pág. 15.
107-108 «Cementerio para una capital». 135 Por ejemplo, por Wahmann 1991.
121 Hoyles 1991. El St. James Cemetery de 136 Forestier (1920) ed. 1991, págs. 17-18.
Liverpool, construido en 1829, era ya 137 Por ejemplo los de Jugendstil alemanes o
paisjista, y a él siguieron otros en Londres austríacos, Wahmann 1991.
(como el Kensal Green Cemetery, 138 P. ej. los que se encargan a Duchêne.
construido por una compañía privada) 139 Ejemplos en Wahmann 1991.
y otras ciudades (pág. 134). 140 Figuras en Wahmann 1991.
122 En el bien entendido de que en ese lugar 141 Racine 1991.
se establecería también un jardín experi- 142 Ver Racine 1991.
mental, lo que no se hizo. Sobre este 143 Pueden verse realizaciones concretas en
cementerio y su influencia en Estados la obra de Hegemann y Peets (1922) ed.
Unidos, Reps (1965) 1992, fig. pág. 193. 1992.
123 Laurie ed. 1983, págs. 98-99; y Reps 144 Autobiografía, en Carmen Añón y Jose
(1965) 1992, pág. 194. Luis Sancho 1990.
124 Según datos que ha reunido Reps 1992, 145 Bosch (Coord.) 1989.
entre abril y diciembre de 1848 casi 146 Royer 1991; dibujo en pág. 459.
30.000 personas visitaron el de Lauren 147 Royer 1991.
Hill en Filadelfia; incluso venían gentes 148 Casals 1992; y Josep Bosch (coord.) 1989.
de lugares distantes a visitar las bellas 149 Barcelona, 1960, pág. 16-18. Esas ideas se
tumbas y los jardines. Llegaron a ser tan reflejan en las obras que realizó Rubió en
atractivos que aparecieron guías para esa línea durante los años 1950 y 60 (en
dirigir la visita (recordaban que estaba Bosch, 1989, págs. 143 ss.), entre ellas las
prohibido llevar meriendas y disparar de Cap sa Sal, en Bagur, con naturaleza
armas de fuego, lo que muestra que un poco controlada por el hombre. Otra
servían como lugar de merienda y cita signficativa de esa nueva actitud: «El
prácticas de tiro). ser humano realiza un rito de compensa-
125 Ver también Wilbur Zelinsky 1976, ción, un acto de reparación en honor del
págs.171-195. reino vegetal, cuando decide plantar un
126 Fernández de los Rios, Guía de Madrid, jardín, como altar expiatorio de sus viejos
manual del madrileño y del forastero, pecados contra los paisajes naturales»
Madrid, 1876, 813 págs., pág. 626, cit. por (Rubió i Tudurí, Las raíces del arte del
Quirós, 1991, pág. 138. Ver también El jardín, 1978, cit. en Bosch 1989).
9. El jardín paisajista y su influencia
en el diseño urbano:
el camino hacia la ciudad jardín
A partir de la segunda mitad del siglo XIX fueron varias las iniciativas que conducían
a asociar vivienda y naturaleza, tanto en Europa como en América. Todas ellas
supusieron, además, la elaboración de nuevos diseños de tramas urbanas.
Desde el mismo siglo XVIII los jardines y parques constituyen escenarios prestigiosos
que valoran el espacio y le dan estimabilidad, aumentando su precio y atrayendo
la construcción de viviendas de calidad. Existen testimonios que muestran que en
Londres la posibilidad de divisar desde la propia casa un espacio natural no urbani-
zado podía aumentar el valor del suelo en el West End, y que incluso aparecieron
movimientos de protesta cuando hacia los años 1730 se construyó la cuarta fachada
de Queens Square, eliminando las vistas sobre las colinas verdes de Hampstead y
Highgate1.
Por otra parte, los modelos de Regent’s Park, en Londres, y del Crescent en
Bath –de los que hablamos en el capítulo anterior– no podían dejar de actuar y de
ser imitados en Gran Bretaña. Lo esencial en todos esos casos es que cada casa
tenía su vista individual e independiente al parque, lo cual creaba la ilusión de que
éste pertenecía a la vivienda. Fueron operaciones de éxito financiero, ya que la
cercanía a la zona verde les daba un gran prestigio y valor a los solares. Y como es
340 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
En las dos décadas finales del siglo XIX fueron surgiendo en diversos lugares
iniciativas para realizar nuevas tramas urbanas, en la mayor parte de los casos
asociadas a un abundante espacio ajardinado y a una baja densidad de viviendas.
En ello influyeron numerosos factores, entre los cuales, en primer lugar, el
movimiento higienista, así como diversas corrientes de tipo intelectual y social.
En el impulso hacia la construcción de parques y jardines urbanos y hacia el
acercamiento entre urbanización y ruralidad o naturaleza tuvo también una gran
influencia el movimiento higienista. Con su preocupación por la mejora de las
condiciones de salubridad de la ciudad, dicho movimiento pondría énfasis en la
importancia de los jardines y de los parques urbanos. Las ciudades se habían
convertido en espacios malsanos, y a finales de siglo la tuberculosis, en especial,
constituía un temido azote. Las masas forestales fueron valoradas como un factor
fundamental para el mantenimiento de condiciones saludables en las ciudades, y
en particular para evitar el aire contaminado de hollín y sustancias industriales (el
aire del «soot» en las ciudades británicas), que aparentemente traía la tuberculososis;
surgió así un movimiento a caballo entre la ciencia forestal, el urbanismo y el
paisajismo que propugnaba la creación de estas áreas arboladas en todas las grandes
ciudades, a través de jardines, parques y plantaciones de árboles en las calles.
EL JARDÍN PAISAJISTA Y SU INFLUENCIA EN EL DISEÑO URBANO 343
Muchos higienistas del XIX (como Pedro Felipe Monlau en España) insistieron
en la necesidad de mejorar la higiene urbana e incorporar árboles y vegetación en
la ciudad. Hacia mediados de siglo los ingenieros y arquitectos habían pasado a
aceptar plenamente esas ideas higienistas, que se incorporan en los planes de
reforma y ensanches de poblaciones, tal como hemos visto en el capítulo anterior.
Así aparece, por ejemplo, en el plan de ensanche de Madrid elaborado por Carlos
María de Castro, el cual previó una serie de jardines y parques en la capital por el
papel que los árboles tenían en la salubridad:
En las dos últimas décadas del siglo XIX, coincidiendo con la difusión del
neorromanticismo, se renueva el interés por la jardinería paisajista e informal –lo
que puede ir unido a un interés también por la tradición formal del jardín francés
que influye al mismo tiempo en el urbanismo de Beaux Arts, como vimos en el
capítulo 6.
El sentimiento de aprecio simultáneo por la naturaleza y por la irregularidad
de la ciudad aparece en esos años finales del siglo en numerosos autores. Es el caso
del arquitecto austríaco Camilo Sitte (1843-1903), al que ya aludimos anterior-
mente, en cuya obra fundamental Die Städtebau nach seinen küntslerischen Gründ-
sätzen, 1889 (La construcción de ciudades según principios artísticos) realizó
propuestas para una reforma de las ciudades con el modelo de las ciudades
medievales, con mayor respeto para la dimensión humana y defendiendo las calles
estrechas y curvas frente a las anchas que se construyen por necesidades de tráfico14.
Algunas de sus propuestas muestran una actitud que tiene algo que ver con el
diseño de jardines. Como cuando afirma que «el plano de una ciudad que debería
producir un efecto artístico, es también una obra de arte y no un simple conjunto
de construcciones y de vías»15. Su ciudad es una ciudad con abundancia de jardines
públicos «a igual distancia unos de otros y, en la medida de lo posible, apartados
de las calles populares y ruidosas»; de hecho, serían «vastos espacios verdes» y
estarían ampliamente diseminados por la ciudad, y rodeados en todos los casos de
fachadas de edificios.
Su concepción del jardín es la del jardín inglés, con respeto a la naturaleza,
con la mínima intervención de la mano del hombre. Se pregunta: «¿porqué suprimir
a toda costa las irregularidades, por qué destruir los caminos existentes e, incluso,
desviar el curso de las aguas para obtener una vulgar simetría? Valdría más, por el
contrario, conservarlos con alegría, a fin de producir roturas en las arterias y
mantener otras irregularidades (...) Sin ellas las más hermosas creaciones conservan
siempre una cierta rigidez y afectación que produce un efecto molesto»16. Esa
concepción es la que le lleva a valorar igualmente la irregularidad de la ciudad
antigua, frente a la homogeneidad y monotonía de la moderna. No extraña que
Lewis Mumford haya alabado a Sitte como «uno de los promotores de una visión
estética de la ciudad»17.
En Estados Unidos, algunas grandes empresas industriales ensayaron nuevos
diseños urbanos en ciudades para los obreros de sus fábricas, en las cuales puede
verse el eco lejano de iniciativas como las que antes hemos reseñado.
Entre ellas la compañía de vagones de ferrocarril Pullmann, que creó la ciudad
de ese nombre. Su construcción se inició en 1881 y aunque se realizó con un diseño
geométrico, en la tradición de los proyectos europeos de paternalismo ilustrado,
en ella adquirían una gran importancia los jardines familiares y los parques públicos
en algunas plazas. En otra iniciativa de este tipo, la ciudad de Barberton, en Ohio,
fundada por Ohio Barber en 1891 para su fábrica de la Diamond Match Company,
toda la ciudad se dispone en torno a un gran lago central, y un gran espacio abierto
junto a él. Más interesante es por la novedad de su diseño el núcleo de Vandergrift,
en Pennsylvania, creado por la Apollo Iron and Steel Co. en 1894, y cuyo plano fue
EL JARDÍN PAISAJISTA Y SU INFLUENCIA EN EL DISEÑO URBANO 345
Los jardines están muy presentes en las utopías urbanas, desde la primera de Tomás
Moro a las del ochocientos. En Utopía la ciudad de Amauroto estaba rodeada de
jardines cuyo cuidado era objeto de competiciones entre los ciudadanos de las
distintas calles:
346 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Fig. 9.2. La Ciudad Lineal de Arturo Soria y Mata, 1882. Disposición general al NO de
la ciudad de Madrid, y proyecto de urbanización. Folleto publicitario de la Compañía
Madrileña de Urbanización, 1913-1926 (Carlos Sambricio, Visions Urbanes, 1994)
EL JARDÍN PAISAJISTA Y SU INFLUENCIA EN EL DISEÑO URBANO 347
Los utópicos ocúpanse mucho en sus jardines, y en ellos tienen vides, árboles frutales,
plantas y flores, con tanta hermosura y cuidado que nunca vi otros que dieran mejor
rendimiento ni que fueran más bellos. Su afán por tales cultivos no proviene solo de la
satisfacción, sino de los concursos que celebran entre calles para ver lo cultivado que está
cada jardín. Difícil sería encontrar en toda la ciudad algo que mejor respondiera a las
necesidades y a la diversión de todos22.
Desde finales del siglo XVIII y primeros años del XIX algunos filántropos piensan
en realizar también jardines para obreros, donde pudieran bailar y recrearse; así,
entre otras, en la de La Rochefoucault23.
Luego desde los años 1830 se empiezan a proponer jardines en las factorías
industriales. Aparecen explícitamente en L’Art de creer les jardins de Vergnaud, el
cual estimaba que los jardines podían ser bellos entre las factorías. La idea de crear
parques en torno a fábricas muestra, ha escrito un autor, hasta qué punto «el jardín
era considerado por los filántropos y reformadores sociales como el medio más
eficiente para introducir mejoras morales y sanitarias»24.
No extraña por ello que en las utopías del siglo XIX los jardines estén siempre
muy presentes, cumpliendo a la vez funciones higiénicas, estéticas y morales.
En el pensamiento de Robert Owen, el fundador de New Harmony, los jardines
están presentes con funciones de separación de actividades y protección de los
espacios residenciales. En el Raport au Comité de l’Association pour le soulagement
des classes défavorisées employées dans l’industrie (1817) Owen señala que «en el
exterior, detrás de las casas y alrededor de estos cuadrados (de las áreas residenciales)
se encuentran los jardines, rodeados por las carreteras. Inmediatamente detrás de
los jardines se sitúan a un lado los edificios consagrados a las actividades mecánicas
e industriales. El matadero, los establos, etc. están igualmente separados del
establecimiento colectivo por medio de plantaciones»25. Las ideas de Owen
posiblemente influyeron en el diseño de Adelaide (1837) y en la concepción de las
«parkland towns» en Australia, con un espacio central rodeado por un cinturón de
espacio verde para uso público26.
Durante el siglo XIX muchos reformadores sociales difundieron ampliamente
la idea de la integración ciudad-campo. Con ellos hay que asociar, sin duda, a
Ildefonso Cerdá, uno de los primeros urbanistas que defendió explícitamente esa
integración con su ya citada consigna «Urbanizar el campo y ruralizar la ciudad».
Pero fueron muchos, desde posiciones ideológicas muy diversas. Kropotkin, por
ejemplo, estimaba que «si se quiere proyectar algún día el futuro comunista, hará
falta un territorio bastante grande, que comprenda ciudad y campo, y no una sola
ciudad o un solo pueblo»27.
También tuvieron amplios jardines las ciudades utópicas diseñadas en el Nuevo
Mundo durante el siglo XIX, incluyendo las ciudades religiosas. Estados Unidos fue
el lugar de llegada de numerosos disidentes y de grupos sociales con ideales de
reforma social. Fundaron ciudades e intentaron reflejar en ellas sus creencias. Entre
las numerosas iniciativas que se tomaron puede citarse a George Rapp y sus ciudades
de Harmony y Economy, cuya fundación fue decidida en 1814 y para cuya
348 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
estudiosas de nuestra época viven en ellas, y se encuentra una gran variedad de ideas y de
costumbres que hacen brillante aquella sociedad.
La campiña estaba por ello muy poblada; en realidad, «la población viene a ser
la misma que a fines del siglo XIX, sólo que la hemos esparcido, y eso es todo.
También hemos poblado otras campiñas a medida que lo hemos necesitado».
Los jardines, finalmente, respetaban selvas y pantanos. En palabras de Morris:
nos agradan estos trozos de naturaleza salvaje, y cuando los tenemos los dejamos;
aparte de que los bosques nos dan la madera que necesitamos, y que necesitarán nuestros
hijos y los hijos de nuestros hijos. Cuanto a la campiña convertida en jardín, he oído decir
que antes en los jardines se fingían bosquecillos y rocas, y aun cuando a mí no me gusta lo
artificial, os aseguro que nuestros jardines merecen ser vistos. Id al norte este verano y
observad el Cumberland y Westmoreland y encontraréis dehesas que no os parecerán feas
como decís, tan feas como aquella tierra a la que se obliga a dar fruto fuera de la estación.
Mirad, mirad los prados de Ingleborough y Pen-y-gwent y decidme después si derrochamos
totalmente la tierra, porque no la cubrimos de fábricas y de cosas que no servirían a nadie,
como ocurría en el siglo diecinueve29.
con el paisaje. Se olvidaba con ello de que las casas campesinas eran en realidad
incómodas, con estructuras envejecidas, sucias e incluso inmundas, poco higiénicas,
llenas de gente, carentes de privacidad y de hecho casi inhabitables. Hasta tal punto
que desde las Poor Laws y la Settlement Act de fines del setecientos y comienzos
del ochocientos se había instado repetidamente la demolición de las más insalubres
y que a lo largo del XIX se intentó en varias ocasiones elaborar y propagar a través
de las revistas de agricultura nuevos modelos de casas campesinas (model cottages).
Por ejemplo, en 1842 el Sanitary Report de E. Chadwick alabó especialmente el
Agricultural Model Cottage diseñado por J.C. Loudon, y en los años 1840 y 1850
el Journal de la Royal Agricultural Society dedicó numerosos artículos al tema de
la vivienda rural, con detallados planos y cálculo de costes, presentando diferentes
propuestas en las que siempre estaba presente un huerto-jardín38. Ese modelo del
huerto-jardín familiar, diseñado en el estilo ‘pintoresco’ y romántico y propagado
en publicaciones que circulaban ampliamente en la ciudad, traía a los ciudadanos
la imagen del jardín urbano medieval y moderno en donde flores y hortalizas
crecían juntas, a la vez que se plantaban algunos árboles frutales. Difundido por
revistas y manuales, ese jardín informal que era un huerto podía ser al mismo
tiempo –según se ha dicho de forma sugestiva– una metáfora de la división de
tareas en el matrimonio: los hombres cultivaban los frutales y hortalizas y la mujer,
más débil, las hierbas y las flores.
Este tipo de jardín sería defendido también por grupos de inclinación
izquierdista y por filántropos como forma de hacer frente a la enajenación de tierras
comunales por procesos de desamortización o a la expulsión de los pequeños
campesinos arrendatarios por los grandes propietarios. Al mismo tiempo era
también una forma de asegurar la independencia de las clases trabajadoras urbanas
garantizándoles una pequeña parcela de cultivo para su alimentación.
Esa larga tradición explica que en los años 1880 dos industriales británicos
idearan la construcción de colonias industriales que incorporan espacios verdes.
Se trata de Bournville, construida por el cuáquero George Cadbury para su fábrica
de chocolate, con más de 500 casas, construidas entre 1889 y 1895; y de Port
Sunlight, construida por H.W. Lever para su fábrica de jabón y con 890 casas. Por
su carácter novedoso estas colonias industriales se convirtieron en ejemplos
valorados de viviendas obreras, muy citados en Europa y América del Norte.
Importancia grande tuvo asimismo para impulsar la idea de ciudad jardín el
movimiento educativo del pedagogo homeópata Daniel Moritz Schreber, fundado
en Leipzig hacia mediados del siglo XIX y difundido posteriormente a toda Alemania
y Austria. En el contexto de los problemas higiénicos de las ciudades de la época,
ese movimiento trataba de mejorar la educación y la salud de los jóvenes y luego
de la gente en general estimulando el deporte y la vida al aire libre. Los intentos del
Dr. Schreber de conseguir de las autoridades municipales espacio para juegos y
deportes en las ciudades se convirtieron más tarde en un movimiento para la
creación de jardines como medio de educación de los niños, y poco después para
la creación de jardines o huertos familiares para las familias populares, los llamados
Schrebergärten (jardines de Schreber)39.
352 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
La ciudad jardín
Además de ello, vale la pena recordar que Ebenezer Howard (1850-1928) había
visitado los Estados Unidos, y había tenido ocasión de conocer la colonización
agrícola del frente pionero norteamericano y la ciudad de Chicago, que era
designada en aquel entonces como la «ciudad jardín». También conocía sin duda
los escritos de William Morris y las propuestas de los utopistas, especialmente las
de Kropotkin, así como las ideas de los filósofos Th. Spence y Heribert Spencer.
Sabemos, además, que a Howard le causó una gran impresión la lectura de
Progress and Poverty (1881) de Henry George, y Looking Backward (1889) de E.
Bellamy, los trabajos de los fabianos, y los del economista A. Marshall, que estaba
inmerso en el ambiente social e intelectual londinense finisecular en el que la bús-
queda de soluciones a la pobreza se reflejaba en iniciativas como el Toynbee Hall.
Todo ese contexto permite entender el carácter amplio que adopta la propuesta
de Howard sobre la ciudad jardín y que no fuera solamente un diseño con amplia
abundancia de jardines, como a veces hoy se piensa, sino, ante todo, un nuevo
modelo de organización urbana.
Lo primero que vale la pena destacar es que la propuesta de Howard lleva el
significativo nombre de «ciudad-jardín» y no la de «ciudad-campo», aunque estas
dos, la ciudad y el campo, eran los imanes que, según Howard atraían a la poblacion
y se intentaban reconciliar con su propuesta: «ni el imán-ciudad ni el imán-campo
realizan completamente el ideal de una vida verdaderamente conforme con la
naturaleza. El hombre debe disfrutar a la vez de la sociedad y de las bellezas de la
naturaleza. Es preciso que los dos imanes se conviertan en uno solo»43.
El camino quedaba claro: en palabras de Howard: «la ciudad y el campo deben
esposarse, y de esta feliz unión surgirá una nueva esperanza, una nueva vida, una
nueva civilización»44. Y la solución debía venir a través de las «ciudades-jardín, en
las que esta naturaleza amaestrada desempeñaría el papel del campo en la ciudad.
Sus propuestas se realizaron en una obra que tuvo dos versiones: la primera
Tomorrow. A Paceful Path to Real Reform (1898) y más tarde Garden-Cities of
Tomorrow (1903)45. También dieron lugar a un esfuerzo de difusión de sus ideas y
de construcción física de la nueva ciudad, realizadas a través de la Asociación de
las Ciudades Jardín, y concretada en la fundación de la primera ciudad jardín, la
de Letchworth, y posteriormente en la de Welwyn (1919).
La propuesta se refiere a la creación de núcleos urbanos para unos 30.000
habitantes en la misma ciudad y otros 2.000 en la zona agrícola, viviendo en 5.500
parcelas edificables con un espacio mínimo de 6,5 x 33 m y una superficie media
de 6,5 x 44 m. La ciudad se edificaría en 400 ha, y estaría situada en el centro de un
territorio que ocupaba en total 2.400 ha. Algunos de los grupos de casas que se
edificaran se organizarían en régimen cooperativo o colectivista, con cocinas y
jardines comunes, mientras que otras serían viviendas de uso estrictamente
individual.
La ciudad no sería un simple lugar de residencia, sino de implantación indus-
trial. Gracias a las buenas comunicaciones ferroviarias, y la utilización de la electri-
cidad conseguiría que en ella apenas existiera el humo, la lacra de las ciudades
industriales por su carácter tan perjudicial para la salud humana.
354 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
vez mayores para el uso de amplios grupos de población que hasta entonces habían
estado apartados de su disfrute; por otro, libertad de movimiento y posibilidad de
uso de ese espacio para juegos y deportes.
Se trató de un movimiento que era a la vez conservacionista y regenerador de
la naturaleza y, en especial, de los bosques, a cuyo estudio y cuidado se dedicaron
los ingenieros de montes, verdaderos precursores del pensamiento ecologista, como
ha mostrado Vicente Casals49.
La creación de la Fiesta del Árbol supuso una institucionalización de ese
impulso y su difusión a la enseñanza básica y a la ciudadanía en general. A partir
de todo ello se afianzaría la creación de parques urbanos no solo en grandes
ciudades, sino también en otras más pequeñas50. La repoblación forestal se convierte
en una política aceptada por los gobiernos y encuentra en los ingenieros de montes
(o ingenieros forestales en otros países) los técnicos adecuados para aplicarla de
forma sistemática y rigurosa. En España el movimiento regeneracionista conside-
raría la falta de árboles como uno de los males de la patria51.
Los congresos de higiene urbana contribuyeron asimismo a la difusión de esas
ideas y a la demanda de parques urbanos. En el que se celebró en París con ocasión
de la Exposición Universal de 1900 se recomendó que las ciudades tuvieran como
mínimo un 15 por ciento de su espacio libre destinado a parques y jardines. El
congreso de higiene urbana celebrado en Berlín en 1907 incidiría en esa misma
línea y propuso establecer en todas las grandes ciudades zonas protectoras forestales
en la periferia, en un contorno no menor de 10 km52.
Las recomendaciones de los congresos de higiene urbana de París y Berlín
incidieron también en el desarrollo de las ideas sobre la relación entre jardinería y
urbanismo. Como resultado de ellas, en diversos planes de urbanismo se incorporan
también las masas forestales periféricas que se habían ido contruyendo por razones
higiénicas y de protección del medio natural. Eso ocurre de forma bien temprana
en el plan de México de Quevedo53 al igual que en otros muchos europeos.
Con todo ello se iba definiendo la necesidad de los parques urbanos y la jerar-
quía de los mismos. Los estudios que se fueron realizando a principios del siglo XX
acabaron por establcer la necesidad de una gradación de espacios verdes en la
ciudad, desde la escala del barrio a la del conjunto de la aglomeración.
Esa visión global de la ciudad, que como hemos visto tenía Ildefonso Cerda, se
empezó a imponer desde las reformas de París realizadas para Napoleón III por el
prefecto Haussman, en las que los parques adquieren una función bien definida
de servir como pulmón de la ciudad, lugar de encuentro de los grupos sociales y
escenario de prestigio que muestra las realizaciones imperiales54. A partir de aquellos
años se empezó a definir una jerarquía de jardines y parques, desde los más
reducidos que incluirían las avenidas arboladas con pequeños parterres y los
jardines construidos en las encrucijadas de algunas avenidas o calles importantes,
a los más extensos en la periferia de la ciudad (como el Bois de Boulogne y el Bois
de Vincennes en París).
La preocupación de políticos y urbanistas por la extensión de los espacios
libres en las grandes metrópolis se acentúa en la primera década del siglo XX y da
358 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
lugar a obras de gran ambición. En 1903-06 Eugène Hénard en su obra Etudes sur
les transformations de Paris, consciente de los problemas higiénicos y sanitarios de
la ciudad, que tenía cifras verdaderamente alarmantes de tuberculosis, trata también
de establecer criterios para la creación de parques y espacios verdes. Al estudiar
Les grandes espaces libres: les parcs et jardins de Paris et de Londres (1903-1909)
aborda la tarea de inventariar y cartografíar los espacios verdes de estas ciudades55.
La línea de reflexión sobre la jerarquización de parques fue retomada por Fores-
tier, el cual en su obra de 1906 Grandes villes et systèmes de parcs (París, 1906) pro-
puso un sistema en torno a París, el cual, convertido en tema de debate en 1908 por
el Musée Social –que creó en ese año la Section d’Hygiène Rurale et Urbaine–, se
convertiría en la base de un informe para la extensión de la capital francesa en
1913.
En una sociedad fuertemente clasista, se consideró que esos equipamientos
debían adaptarse a las condiciones y exigencias diferentes de las distintas clases
sociales. La introdución de árboles y arbustos en las calles de la ciudad tenía
propósitos funcionales higiénicos y ornamentales, que podían ir unidos a otros de
legitimación política y jerarquización social. En Austria, por ejemplo, en la Rings-
trasse vienesa el número de árboles y su altura servía para subrayar la importancia
relativa y el estatus de los edificios y las instituciones56. Al mismo tiempo, los parques
destinados a la aristocracia, buguesía y clases medias tenían una concepción y diseño
diferente a la de los que estaban destinados a los obreros, los cuales no eran utili-
zados más que los domingos y días de fiesta.
Los Congresos de arquitectura y urbanismo que empiezan a organizarse a fines
del XIX se preocuparon asimismo de estos nuevos equipamientos de la ciudad, en
relación sobre todo con la higiene y el ocio de la población. Tras una etapa en la
que se fueron realizando congresos nacionales (como el de Barcelona de 1888), en
1910 se celebró el primer congreso mundial de urbanismo, organizado por el Royal
Institute of British Architects. Poco después se creó una Liga Urbana para impulsar
la creación de espacios verdes en las ciudades, asociación que tenía un alcance
internacional, con representantes en diversos países (en México M.A. de Quevedo,
al que ya nos hemos referido). En 1911 se creó la Sociedad Francesa de Urbanismo.
En muchos países de Europa y América este movimiento se tradujo en un
interés por la creación de instituciones oficiales y privadas para la conservación y
regeneración de los bosques. En México fue importante en este sentido el papel
desempeñado por el ingeniero Miguel Ángel de Quevedo, impulsor de la Junta
Central de Montes y Arbolados de México (1904)57.
A comienzos del siglo XX, en Estados Unidos la popularidad de los parques y el
interés municipal por crearlos había hecho surgir un interesante debate sobre sus
tipologías, características y dimensiones. Hacia los años 1920 se había aceptado ya
que la ciudad debería tener un «sistema de parques», con dos tipos bien definidos:
el parque local (o vecinal en el caso de grandes ciudades) para uso frecuente, y el
parque rural para uso más infrecuente, durante los fines de semana o vacaciones,
a la vez que se aceptaba que esos parques serían cada vez mayores con la lejanía de
la ciudad58.
EL JARDÍN PAISAJISTA Y SU INFLUENCIA EN EL DISEÑO URBANO 359
Lacal, que no llegó a construirse, hasta algunas de las que surgirían más adelante
tras la Ley de Casas Baratas de 1911 realizadas por sociedades inmobiliarias como
Compañía Metropolitana, Previsores de la Construcción, Sociedad Urbana de
Edificación, Sociedad de Casas Baratas, Fomento de la Propiedad, etc.79.
En Barcelona empezaron a aparecer esas promociones a finales de siglo, para
las viviendas de clases acomodadadas, y poco después para las de clase media y
populares. Especial importancia tuvo en este sentido el Park Güell de Barcelona
(1900-14), diseñado en una colina para 60 parcelas con un mercado, que
posteriormente, al no tener éxito, sería adquirido por la ciudad como parque
urbano80.
En la difusión en España de las ideas de la ciudad jardín fue importante la
figura de Cebrià de Montoliu (1873-1923), que quedó profundamente impactado
por la publicación de la obra de Howard y que por medio de la Societat Cívica La
Ciutat-Jardí, constituida en 191281 y apoyada por el Museo Social de Barcelona y a
través de la revista Civitas82 trató de impulsar la construcción de ese tipo de urbani-
zaciones en Barcelona para alcanzar algunos de los ideales que también Howard y
otros intelectuales británicos y europeos de fines del XIX estaban tratando de lograr:
descentralización urbana, trabajo humano en contacto con la naturaleza, protección
del paisaje y cooperación83.
Más adelante surgirían otros muchos proyectos, como la Ciudad Jardín Sivatte
(en Barcelona y Montcada), la Ciudad-Jardín Pedralbes, en Sarriá, para la que se
constituyó una Sociedad Inmobiliaria de San Pedro Mártir, y otros. Proyectos de
ciudad jardín fueron difundidos a veces por compañías de electricidad que
intervienen en la creación de líneas de tranvías. Eso había ocurrido bien pronto en
Gran Bretaña y Estados Unidos, y sucedió también en Madrid y Barcelona. Desde
finales del XIX el tranvía hacia el Tibidabo permitió la urbanización de las laderas
de esta montaña (urbanización de Sarriá, la avenida del Dr. Andreu) y desde 1911,
tras la constitución de Riegos y Fuerza del Ebro y la llegada de la electricidad del
Pirineo, el ferrocarril de Sarriá y Terrassa permitió la creación de barrios de ciudad
jardín al otro lado de Collserola (Las Planas, Valldoreix), siguiendo el modelo que
había aplicado en São Paulo la Light, dependiente del mismo grupo financiero84.
En el sector de Sarriá la Catalonian Land abordaría asimismo la urbanización del
sector de la avenida Pearson.
Pero la ideología de la ciudad jardín se aplicó también a los grupos populares.
El lema de «la casita y el huerto» (en Cataluña, donde conoció un gran éxito la
caseta i l’hortet), mostraba ese ideal que dio lugar a gran número de iniciativas en
las grandes ciudades. Ese ideal se aplicó incluso a los ensanches. Así el Plan de
Ensanche de la Ciudad de Lérida elaborado por J. Bergós en 1921 preveía dentro
del ensanche de la ciudad un sector de casas aisladas con huerto-jardín, al que
consideraba «ciudad jardín humilde»85. Otras muchas ciudades españolas vieron
también aparecer esa tipología de ciudad jardín, pero de ello hablaremos más
adelante en otro capítulo de esta obra86.
364 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Por otra parte, podemos añadir, la difusión de la ciudad jardín afectó al sentido
de los parques públicos. Si cada casa tenía su jardín, el parque público podía ser
innecesario, o en todo caso había que repensar su función. No podía ser una simple
extensión sino más bien un complemento del jardín doméstico, el cual era un
espacio para el recreo, el ejercicio, el juego de los niños y, eventualmente el pequeño
huerto familiar.
EL JARDÍN PAISAJISTA Y SU INFLUENCIA EN EL DISEÑO URBANO 367
Desde comienzos del siglo la reflexión sobre la nueva ciudad industrial experimenta
un cambio esencial en la obra de algunos urbanistas.
Entre ellos Toni Garnier (1869-1948), autor de una serie de láminas y de un
estudio que elaboró en los primeros años del siglo y se publicó finalmente en 1917
con el título Une cité industrielle. Etude pour la construction des villes99. En esa obra
se exponen principios que luego serán muy influyentes, sobre la zonificación,
localización de la industria y vivienda. En ella los espacios verdes tienen también
un papel importante, separando unas áreas o funciones de otras.
Ideas semejantes se fueron afirmando en los años siguientes. Aparecen, por
ejemplo, en los arquitectos de la Bauhaus y de la Carta de Atenas. Así Walter Gropius,
recogiendo ideas anteriores, escribía en 1943:
Desde hace más de una generación se protesta contra la congestión de las ciudades y
se reclaman ciudades más espaciosas y más verdes. Estos deseos tienen como corolario la
descongestión de la red de calles y la puesta en práctica de un sistema de transporte
adecuado. La ciudad de mañana llevará sus fronteras mucho más lejos de lo que hoy están
(...) Las unidades de viviendas más de acuerdo con la escala humana «estarán repartidas a
gran escala por regiones enteras. Esas ciudades verdes y espaciosas –ciudades verdes
diseminadas en un campo urbanizado– cumplirán una misión histórica, necesaria desde
hace mucho tiempo: la reconciliación de la ciudad con el campo»100.
Pero con esos planteamientos no era solo la necesidad del verde lo que se
aceptaba. Era todo un planteamiento nuevo el que surgía en el diseño urbano.
Dedicaremos a ello la cuarta parte de esta obra que trata de la aparición de un
nuevo urbanismo.
NOTAS AL CAPÍTULO 9
1 Morris ed. 1992, págs. 299-300. ideas de Cerdá sobre el tema de los
2 Datos en Chadwick 1961. parques en el capítulo 8, pág. 303.
3 Teyssot 1991, págs. 377-378. La 13 Castro 1860, págs. 104-105.
aportación de Paxton a la jardinería 14 Las citas que hacemos proceden de la
inglesa ha sido estudiada por G.F. antología de Choay 1970, págs. 315-338.
Chadwick 1961. Debe verse también la edición en
4 Sobre ello Chadwick 1961 y 1966. castellano de esta obra realizada en 1926
5 Capítulo 8, pág. 300. y reeditada en 1980.
6 Capítulo 8, págs. 327-28. 15 Choay 1970, pág. 335.
7 Reps 1992, págs. 339-348 («Romantic 16 Choay 1970, pág. 337.
planning in the American Suburb»). 17 Lewis Mumford: «Landscape and
8 En ese sentido es interesante comparar Townscape», Landscape, 1960, incluido
la figura 200 de Reps 1992, con las 8.19 y en Mumford: The Highway and the City,
8.20 de Morris 1992. London, Secker & Warburg, 1964.
9 Omstead había visitado en 1852 el Traducción parcial en Choay 1970, págs.
Birkenhead Park de Liverpool, diseñado 439-449.
por Paxton y había quedado impresio- 18 Sobre todo ello, Reps 1992, págs. 421-427,
nado por esa iniciativa en la que –como figs. 250-252.
vimos (cap. 8)– el diseño del parque se 19 Calligaris 1989; Alonso Pereira 1998.
asociaba a la construcción de viviendas; 20 Sambricio 1992.
véase sobre ello Laurie 1983, pág. 98, y 21 Bonet Correa 1991.
Fein 1968. 22 Moro, Utopía, libro II, cap. 2.; utilizo la
10 Sobre todo ello Reps 1992, figs 202 a 206. traducción de Espasa Calpe (colección
11 Castro 1860, pág. 152. Austral nº 1153), Buenos Aires 1952.
12 Ildefonso Cerdá Teoría general de la 23 En Teyssot 1991, pág. 368.
urbanización. Hemos indicado ya algunas 24 Teyssot 1991, pág. 368.
NOTAS AL CAPÍTULO 9 369
En los años 1920 y 1930 con el urbanismo racionalista surge una nueva forma de
concebir la ciudad, lo que tendrá una gran repercusión en la evolución de ésta
durante el resto del siglo XX. El cambio no se produce repentinamente sino que
viene preparado desde las dos últimas décadas del ochocientos por toda una serie
de transformaciones económicas, sociales, urbanas, técnicas, intelectuales y
artísticas.
Ante todo hemos de recordar las profundas transformaciones de la ciudad
durante el siglo XIX, con un fuerte crecimiento y el impacto de la industrialización.
Especial importancia tuvieron los debates higienistas en la evolución de las ideas
urbanísticas, con la difusión de nociones sobre la necesidad de aireación y sol en
las viviendas; dichos debates condujeron asimismo a la demanda de mayor espacio
libre en la ciudad y a la aparición del concepto de ciudad jardín. Hemos hablado
de esas cuestiones en los capítulos anteriores y no debemos insistir aquí nuevamente
en ello.
Es preciso mencionar asimismo la necesidad de organizar las ciudades
industriales en rápido crecimiento y de prever la localización de nuevos equipa-
mientos, así como el problema de la pobreza urbana, más visible por el miedo a los
estallidos sociales a que podía dar lugar, sobre todo tras las experiencias de la
Comuna de París y del Sexenio Revolucionario en España. La emergencia pública
de ese problema dio lugar a estudios sobre la situación de las clases populares y a
iniciativas para resolver su situación, primero de carácter filantrópico, como el
Toynbee Hall en Londres (a comienzos de la década de 1880), y luego de tipo
público.
Al mismo tiempo, hay que recordar que las dos primeras décadas del siglo XX
fueron años de efervescencia intelectual y en el campo científico. Son también
años de gran dinamismo desde el punto de vista artístico, con la sucesión de estilos
en pintura (impresionismo, puntillismo, fauvismo, expresionismo, cubismo,
surrealismo ...), en arquitectura (art nouveau, art déco), con la intensa interacción
entre todas las artes y, de especial interés para este capítulo, entre las ciencias, la
literatura y la arquitectura. Todo ello permite entender la intensa eclosión de debates
en el campo del urbanismo.
374 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
El urbanismo de la segunda mitad del siglo XIX estuvo marcado por los problemas
de la expansión y la ordenación del crecimiento de las ciudades, por el impacto de
los debates sobre el higienismo y por la reforma interior de los viejos cascos urbanos,
los tres profundamente imbricados. Si el crecimiento urbano dio lugar a la aparición
de nuevos barrios (lo que en España se denomina «ensanche»), que debían cumplir
ciertas exigencias higiénicas y de adaptación a las nuevas condiciones de transporte,
la reforma de los cascos antiguos venía también impulsada por las necesidades de
conexión con las nuevas expansiones, la adaptación a las condiciones técnicas y
las exigencias de salubridad. En lo que se refiere a la reforma interior fue importante
la repercusión de los trabajos de Haussmann en París, un modelo de intervención
que sería seguido por muchas otras grandes ciudades, primero en Francia y luego
en toda Europa y América1. Se trata de reformas autoritarias que significaban la
remodelación del viejo centro para nuevas necesidades y, muchas veces también,
el intento de expulsión de los grupos populares.
En el último tercio del siglo XIX y hasta la primera guerra mundial hay un
fuerte crecimiento económico, modulado por las coyunturas internas de cada país.
La década de 1880 fue en Gran Bretaña, en Francia y otros países europeos una
década de crisis, marcada por la aparición de Alemania como potencia industrial;
pero fue al mismo tiempo de gran dinamismo y prosperidad en otros, como Estados
Unidos, que se van convirtiendo en una potencia industrial, o en los países ibero-
americanos, que conocen entonces la madurez del nuevo orden económico que
les había convertido en abastecedores de alimentos y materias primas para el mundo
industrial y que experimentaban, en relación con ello, un fuerte crecimiento
demográfico. El panorama de desarrollo general, de fuerte cambio tecnológico y
de expansión y transformación de las ciudades afectó necesariamente al debate
urbanístico.
En ese contexto de crecimiento urbano se hizo necesaria una intervención
pública en la ciudad, con el establecimiento de normas sobre zonificación urbana
y la búsqueda de nuevas formas de construcción de viviendas y de organización
del espacio urbano.
El siglo XIX había visto cómo los estados se organizaban en Europa y América bajo
los principios liberales, con la exaltación de la propiedad como fundamento
indiscutible, y con la doctrina del «laissez faire», que reservaba al Estado un papel
limitado y puramente subsidiario. Sin embargo la misma evolución social obligó a
una creciente intervención pública, de la que hablaremos más detenidamente en
un capítulo posterior2.
La libre intervención de los agentes privados en la construcción de la ciudad
había dado lugar durante el siglo XIX a la aparición de problemas que llevaron a
LOS PRINCIPIOS DEL URBANISMO RACIONALISTA 375
Una parte esencial de la expansión urbana del siglo XIX se hizo por la iniciativa
privada. Su papel fue no solo fundamental sino casi exclusivo en la construcción
de viviendas, aunque naturalmente se centró en los grupos de demanda solvente.
De ahí derivan las graves carencias de los grupos populares, que constituían una
demanda no solvente desde el punto de vista económico, lo que generó graves
problemas, a los que aludiremos más ampliamente en otro capítulo.
Los problemas de la pobreza y la necesidad de vivienda se dejan sentir en las
ciudades de fines del siglo XIX en rápido crecimiento. Durante una parte del ocho-
cientos numerosas asociaciones benéficas y filantrópicas trataron de facilitar
viviendas decentes a un alquiler razonable para los más desfavorecidos. Pero al ser
insuficientes o no llegar a ponerse en práctica, pronto se fueron desvaneciendo las
esperanzas puestas en estas medidas.
Las malas condiciones de vida de los grupos populares se hicieron cada vez
más evidentes. La situación de la vivienda urbana se iba agravando con la conti-
376 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
suelo urbano definido como espacio público y organizado para acomodar los
equipamientos para el bien común de sus habitantes»35. Aunque el elogio resulta
un tanto excesivo, sí que sirve para mostrar una línea de reflexión que enlaza con
la de los urbanistas del Movimiento Moderno, que tanta trascendencia tendría
luego para el diseño urbano.
En los dos últimos decenios del siglo XIX Estados Unidos se convirtió en una potencia
industrial y conoció un espectacular crecimiento económico, con una intensa
inmigración y un gran desarrollo urbano. Desde finales del siglo XIX, y especialmente
tras la Exposición de Chicago de 1893 con los viajes de arquitectos europeos a
aquel país, la arquitectura norteamericana se conoce y estudia en Europa. Bien
pronto, desde la primera década dichas realizaciones se empiezan a examinar como
una alternativa al eclecticismo y a la recargada retórica de la escuela de Beaux Arts.
Desde 1900 las revistas técnicas de construcción europea dedican amplia
atención a las innovaciones constructivas que se producen en Estados Unidos, en
particular en el campo de las estructuras metálicas y del cemento armado58.
Especialmente importante es la influencia del modelo norteamericano de los
rascacielos. En Estados Unidos la carrera hacia la construcción de edificios cada
vez más altos se inicia en los años 1880 y culmina con la construcción del Empire
State Building (1931) o el Chrysler Building, que suponen el resultado de una
nueva competición por la altura en las ciudades norteamericanas, que es seguida
pronto por las de Canadá y pasará más tarde a otros países59.
En Europa la influencia del modelo norteamericano es fuerte a partir de
comienzos del siglo XIX y, sobre todo, tras la victoria aliada de la primera guerra
mundial. A partir de ese momento la arquitectura norteamericana y los rascacielos
se introducen decididamente en los proyectos de muchos arquitectos y urbanistas.
Los años de entreguerra suponen una floración de proyectos de reestructuración
de las grandes capitales y, a veces, de reconstrucción de las dañadas por la contienda.
Se produce en esa coyuntura una fuerte presión por parte de las empresas promo-
toras y de los arquitectos para eliminar las limitaciones de altura, presiones que
son grandes en la década de 1920 y tendrán significativas consecuencias en la década
siguiente y, sobre todo, tras la segunda guerra mundial.
El proyecto presentado en 1921 por Mies van der Rohe para la Friedrichstrasse
al concurso de la Turmhaus Aktien Gesellschaft, de veinte pisos con armazón de
acero y paredes exteriores de vidrio supone un hito importante en la vía de difusión
de la idea del rascacielos en Europa, seguido en 1923 por otro proyecto del mismo
autor para la Grosse Berliner Kunstausstellung y que, en lo que se refiere a la
simplicidad de líneas, tendrá influencia posteriormente en el diseño de la
arquitectura norteamericana, especialmente a partir de la propuesta de Walter
Gropius y Adolf Meyer para el concurso del rascacielos de la nueva sede del Chicago
Tribune (1922)60.
También en Francia, con las propuestas de Auguste Perret sobre «ciudades-
torres» (1922) y de Le Corbusier sobre la ciudad contemporánea (1922) y el
proyecto para el Plan Voisin (1925) suponen la consolidación y reelaboración de
386 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
En los años de la primera postguerra mundial (las décadas de 1920 y 1930) los
arquitectos comienzan a estudiar la relación entre vivienda y servicios, así como
entre el espacio construido y las funciones asociadas a la vida de los ciudadanos
(residencia, trabajo, tiempo libre, comunicaciones). El arquitecto se ve obligado a
pensar y a tomar decisiones sobre la localización de los edificios en el espacio
urbano y a convertirse también en urbanista. Seguramente las historias corporativas
de la arquitectura podrán defender que en realidad ya lo habían hecho desde la
antigüedad, lo que seguramente es cierto; pero ahora lo han de hacer de forma
más decidida e intensa.
LOS PRINCIPIOS DEL URBANISMO RACIONALISTA 387
La agregación de viviendas
El debate sobre el tipo de vivienda iba unido a las críticas de las tipologías de la
vivienda unifamiliar en urbanización extensiva, del tipo ciudad jardín y de los
suburbios anglosajones. Esa crítica no se refería, lógicamente, a la calidad de esa
vivienda, que cumplía todos los estándares deseables desde el punto de vista
higiénico y de confort, sino al carácter extensivo y al coste de los servicios así como
a los problemas de desplazamiento que planteaba (hacia el trabajo y hacia los
equipamientos centrales). Frente a ello se propuso una vivienda que cumpliera los
requerimientos higiénicos y de privacidad señalados pero que fuera más densa. El
bloque de viviendas en vertical aparece así como una solución adecuada, con tal
de que se encuentren espaciados y permitan la aireación y el soleamiento.
A estas cuestiones dedicó W. Gropius su comunicación al III Congreso del
CIAM (Bruselas, 1930) con el título «¿Casas unifamiliares, edificios medios o
bloques altos?» El autor tenía ya experiencia en una y otra tipología pues en 1926-
28 había construido en Dassau un barrio residencial con 316 casas con jardines
muy pequeños. Pero ahora opta claramente por los bloques con argumentos bien
explícitos.
Las exigencias higiénicas, las críticas a los bloques de viviendas tradicionales y
la difusión que ya habían alcanzado las ideas de ciudad jardín darían lugar a una
transformación de gran trascencencia en la disposición de los bloques de las
viviendas. La calle, y la alineación con ella, deja de ser el condicionante esencial
para disponer la vivienda. Es lo que expresó rotundamente Le Corbusier en uno
de los paneles sobre La Ville Radieuse, presentados al III Congreso de los CIAM:
«abandon du binome maison-rue». Los bloques pueden disponerse en medio de
espacios libres, independientemente de las alineaciones de las calles, a una distancia
variable, según la altura del edificio. El espacio libre pasa a predominar sobre los
bloques, es decir el orden abierto, el open planning. El bloque no orientado a la
calle permite su mejor orientación en busca de un mayor aprovechamiento de la
luz y del sol.
Igualmente se produce en estos años una fuerte crítica a las formas tradicionales
de propiedad que habían contribuido a perpetuar las parcelas viculadas a ese
392 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
las oficinas o los que se estaban diseñando para los trasatlánticos, con el empleo de
nuevos materiales, incluyendo materiales metálicos y atención a los objetos y
aparatos de la cocina.
Todo ello inicia lo que algunos consideran como una ‘ciencia de la casa’, el
‘domismo’ de Le Corbusier, y conduce finalmente a la ‘domótica’ de nuestros días.
Los edificios públicos tienen un tratamiento aparte, especial, de carácter
retórico y singular. También existen estudios de estos mismos arquitectos sobre
otros tipos de edificios comerciales, terciarios e industriales.
Había también una decidida actitud de rechazo de las arquitecturas historicistas
y de los pastiches. La posición respecto al pasado se refleja también en esta
declaración: «respetamos la buena arquitectura del pasado», como Santa María
del Mar, pero, «por esta razón precisamente no tratamos de resucitarla como algo
arqueológico»87.
La preocupación por la industrialización de la construcción se convierte en
una cuestión esencial. De la misma manera que la producción industrial se había
visto transformada con el desarrollo de la organización científica del trabajo
(taylorización) y las cadenas de montaje (fordismo), también la arquitectura
aspirará, y precisamente por influencia de esas transformaciones, a la organización
científica de la construcción y a la producción en serie. Una aspiración que podía
verse facilitada por el hecho de que el mismo Taylor había aplicado sus reflexiones
a la construcción en cemento88. Esa aspiración a la taylorización de la industria de
la construcción aparece ya a fines de los años 1920 y en los 30 entre arquitectos
europeos, incluyendo los soviéticos. Le Corbusier intentó que los industriales
franceses del automóvil «transporten a sus talleres, donde reina la organización
industrial más perfecta, la fabricación de un producto que es de consumo ilimitado,
la vivienda; y que la vivienda se fabrique no de cemento y piedras, sino de hierro y
madera»89. Se trataba de aplicar los principios del fordismo, que permitían construir
automóviles cada vez más baratos a la construcción de viviendas, abaratándolas
con la utilización de materiales como el metal y la madera. Asimismo de utilizar
elementos prefabricados a gran escala, componentes como puertas, ventanas y
mobiliario interior. Y finalmente, de aplicar los principios de la organización del
trabajo para establecer científicamente las tareas domésticas y la distribución del
espacio interior.
definición de las funciones vitales básicas y la expresión espacial de las mismas, tal
como hicieron los geógrafos alemanes F. Ruppert y K. Schaefer97.
Los principios de la ciudad funcional eran ya discutidos desde comienzos de
los años 1930. Por ejemplo a comienzos de 1932 el CIRPAC (Comité Internacional
para la Realización de los problemas de la Arquitectura Contemporánea) decidió
celebrar su IV Congreso en Moscú (el que finalmente se celebraría en Atenas) y al
proponer estudiar los principios básicos de la ciudad funcional estableció ya la
división que luego se haría clásica, en una declaración en la que están muy claras
las raíces organicistas del concepto:
La ciudad moderna debe de ser, como ente dotado de vida, un conjunto de órganos
ordenados según su función.
Las zonas de habitación, producción, reposo, con la circulación como elemento de
enlace, son las determinantes de las formas de aglomeración urbana. Las funciones de
estas zonas deben quedar perfectamente definidas.
La zona de habitación ha de ofrecer las máximas garantías de salubridad, situando al
individuo en viviendas rodeadas de vegetación, sol y aire puro.
En la zona de produccion y de trabajo, las manufacturas, la gran industria, el comercio,
se desarrollarán utilizando racionalmente los adelantos de la técnica moderna, evitando
siempre el agotamiento físico del individuo: previsión, higiene y seguridad regularán el
cumplimiento de su función.
Las zonas de reposo, anexo indispensable a las zonas de habitación, harán factible la
recuperación de fuerzas y su conservación, siempre en íntimo contacto con la naturaleza.
El tráfico realizando la unión de los elementos espaciales de la ciudad, es un fin para
sus fines orgánicos.
Evitar las concentraciones circulatorias en el núcleo, regular las parcelaciones, prevenir
la extensión de la ciudad, llevarán al estudio del Plan Regional en el cual el tráfico será
elemento primordial98.
también con la afirmación del arquitecto al considerar que «la historia se halla
inscrita en los trazados y en la arquitectura de las ciudades».
El desarrollo de la industrializacion y las transformaciones de los medios de
comunicación habían supuesto cambios importantes en el desarrollo urbano. Le
Corbusier establece por ello que «las razones que presiden el desarrollo de las
ciudades están sometidas a cambios continuos» (punto 7), y en particular que «el
advenimiento de la era del maquinismo ha provocado inmensas perturbaciones
en el comportamiento de los hombres y en sus actividades mismas; movimiento
irrefrenado de concentración en las ciudades al amparo de las velocidades
mecánicas; evolución brutal y universal sin precedentes en la historia. El caos ha
hecho su entrada en las ciudades» (punto 8). Ese caos al que aludía se refiere a la
deterioración de las condiciones de vida provocada por las nuevas condiciones de
producción y el empleo de la máquina «que ha transformado por completo las
condiciones de trabajo», por el «ritmo furioso (de la producción) unido a una
desalentadora precariedad», lo cual «desorganiza las condiciones de vida al oponerse
a la conformidad de las necesidades fundamentales». Las consecuencias de ello
estaban a la vista: «las viviendas abrigan mal a las familias, corrompen su vida
íntima; y el desconocimiento de las necesidades vitales, tanto físicas como morales,
da fruto envenenado: enfermedad, decadencia, rebelión. El mal es universal; se
expresa, en las ciudades, por un hacinamiento que las hace presa del desorden, y
en el campo, por el abandono de numerosas tierras».
había hecho posible elevar las alturas de los edificios, con lo que había aumentado
la densidad, y se habían convertido algunos barrios en zonas de tugurios,
caracterizados por «1, insuficiencia de la superficie habitable por persona; 2,
mediocridad de las aberturas al exterior; 3, falta de sol (orientacion al norte o
consecuencias de la sombra que cae en la calle o patio); 4, vetustez y presencia
permanente de gérmenes mórbidos (tuberculosos); 5, ausencia o insuficiencia de
instalaciones sanitarias; 6, promiscuidad debida a la disposición interior de la
vivienda, a la mala ordenación del inmueble o a la presencia de vecindades
molestas». La consecuencia de todo ello es que «las grandes densidades de población
significan el malestar y la enfermedad permanente».
Otros puntos establecen una correlación entre congestión urbana y bajos niveles
de vida, con fuerte mortalidad (punto 10). Lo que va unido a una crítica rigurosa
sobre la especulación del suelo y de la vivienda urbana, que permite la degradación
de los edificios de viviendas, a pesar de que «los gastos empleados en una cons-
trucción erigida hace siglos han sido amortizados desde hace mucho tiempo; sin
embargo sigue tolerándose que quien la explota pueda considerarla aún, en forma
de vivienda, como una mercancía negociable». Una crítica de gran calado que sigue
siendo válida todavía medio siglo más tarde.
El crecimiento de la ciudad supone pérdida de espacios verdes, alejamiento de
las «condiciones naturales, y disminución de las condiciones higiénicas» (punto
11). Al mismo tiempo las viviendas se distribuyen sin atender a las exigencias de
salubridad; «el primer deber del urbanismo es –escribe– adecuarse a las necesidades
fundamentales de los hombres»; y en esa dirección el IV Congreso del CIAM, el de
Atenas, había establecido que «el sol, la vegetación y el espacio son las tres materias
primas del urbanismo» (punto 12).
También observa Le Corbusier que los barrios más densos se hallan en las
zonas más desfavorecidas, mientras que los de los grupos acomodados se sitúan
en las zonas favorecidas; se hacía preciso, por tanto, establecer una legislación que
señalara las condiciones de la vivienda moderna (13 y 14). Los principios de esa
distribución son bien claros:
la zonificación es la operación que se realiza sobre un plano urbano con el fin de
asignar a cada función y a cada individuo su lugar adecuado. Tiene como base la necesaria
discriminación de las diversas actividades humanas, que exigen cada una su espacio
particular: locales de vivienda, centros industriales o comerciales, salas o terrenos destinados
al esparcimiento. Pero si la fuerza de las cosas diferencia la vivienda rica de la vivienda
modesta, ningún derecho hay para violar una reglas que deberían ser sagradas reservando
solamente a los favorecidos por la fortuna el beneficio de las condiciones necesarias para
una vida sana y ordenada. Es urgente y necesario modificar determinados usos. Hay que
hacer accesible a cada uno, fuera de toda cuestión de dinero, un cierto grado de bienestar
mediante una legislación implacable. Hay que prohibir para siempre, por medio de una
estricta reglamentación urbana, que familias enteras se vean privadas de luz, aire y espacio
(15).
Los puntos siguientes establecen que las construcciones situadas junto a las
vías de comunicación no son adecuadas para la vivienda (16); que «el tradicional
LOS PRINCIPIOS DEL URBANISMO RACIONALISTA 401
Una crítica tan rigurosa a la ciudad tradicional no dejaba de tener peligros –como
los tuvo– para la herencia urbanística recibida. Los arquitectos de la Carta de Atenas
eran conscientes de ese peligro, y personas cultas como eran, dedicaron atención
al mismo, en unos puntos (65 a 70) de gran interés. Como no podía ser menos en
autores que habían aceptado principios historicistas sobre la constitución del alma
de la ciudad a través de la evolución histórica, de entrada se afirma que «los valores
arquitectónicos deben ser salvaguardados», tanto si se refieren a edificios aislados
como a conjuntos urbanos. Pero a continuación se introducen varias reservas bien
significativas. Una (66): «los testimonios del pasado serán salvaguardados si son
expresión de una cultura anterior y si responden a un interés general», lo que
significa que algunos pueden destruirse, ya que «la muerte, que no perdona a ser
vivo alguno, alcanza también a las obras de los hombres». Las consideraciones que
se hacen no dejan de ser significativas, y tendrán consecuencias graves en el futuro:
Entre los testimonios del pasado hay que saber reconocer y discriminar los que siguen
aún con plena vida. No todo el pasado tiene derecho a ser perenne por definición; hay que
escoger sabiamente lo que se debe respetar. Si los intereses de la ciudad resultan lesionados
por la persistencia de alguna presencia insigne, majestuosa, de una era que ya ha tocado a
su fin, se buscará la solución capaz de conciliar dos puntos de vista opuestos: cuando se
trate de construcciones repetidas en numerosos ejemplares, se conservarán algunos a título
documental, derribándose los demás; en otros casos, podrá aislarse solamente la parte que
constituya un recuerdo o un valor real, modificándose el resto de manera útil. Por último,
en ciertos casos excepcionales, podrá considerarse el traslado total de elementos que causan
dificultades por su emplazamiento pero que merecen ser conservados por su elevada
significación estética o histórica.
404 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Otra reserva: los testimonios del pasado serán conservados «si su conservación
no implica el sacrificio de poblaciones mantenidas en condiciones malsanas»,
porque «el culto por lo pintoresco y por la historia no debe tener en ningún caso la
primacía sobre la salubridad de las viviendas, de la que tan estrechamente depende
el bienestar y la salud moral del individuo». A estos principios se unen otros tres
también significativos. Uno, «si es posible (se deberá) remediar el perjuicio de su
presencia con medidas radicales: por ejemplo, la desviación de elementos de
circulación vitales, o incluso el desplazamiento de centros considerados hasta ahora
como inmutables», es decir, «en vez de suprimir el obstáculo opuesto a la circulación
se desviará la circulación misma». Otro, «la destrucción de tugurios en los
alrededores de los monumentos históricos dará ocasión a la creación de superficies
verdes», con lo que «los vestigios del pasado se bañarán con ello en un ambiente
nuevo, acaso inesperado, pero ciertamente tolerable; y por último: «la utilización
de los estilos del pasado, con pretextos estéticos en las nuevas construcciones alzadas
en las zonas históricas tiene consecuencias nefastas. El mantenimiento de seme-
jantes usos o la introducción de tales iniciativas no será tolerado en forma alguna».
Finalmente, la Carta de Atenas acaba con unas conclusiones. Veinticuatro
puntos (71 a 95) de gran fuerza e influencia. Algunas son repeticiones programáticas
de ideas ya esbozadas anteriormente, pero otras aparecen ahora formuladas con
gran vigor.
71. La mayoría de las ciudades estudiadas [y habían sido, como hemos dicho antes, un
total de 33] presentan hoy una imagen caótica. Estas ciudades no responden en modo
alguno a su destino, que debiera consistir en satisfacer las necesidades primordiales,
biológicas y psicológicas de su población.
72. Esta situación revela, desde el comienzo de la era de las máquinas, la superposición de
los intereses privados», lo que quiere decir, en otras palabras que «el predominio de la
iniciativa privada, insperada por el interés personal y el hambre de la ganancia, se halla
en la base de este lamentable estado de cosas»; «hoy el mal está hecho (...) Las ciudades
son inhumanas, y de la ferocidad de unos cuantos intereses privados ha nacido la
desdicha de innumerables personas.
73. La violencia de los intereses privados provoca una desastrosa ruptura de equilibrio
entre el empuje de las fuerzas económicas, por una parte, y la debilidad del control
administrativo y la impotencia de la solidaridad social, por otra.
74. Aunque las ciudades se hallen en estado de permanente transformación, su desarrollo
se dirige sin precisión ni control, y sin que se tengan en cuenta los principios del
urbanismo contemporáneo, elaborados en los medios técnicos cualificados» [es decir,
por ellos, los arquitectos del CIAM]. Su actitud es pedagógica: Es necesario que la
autoridad aprenda, y a continuación que actúe.
75. La ciudad debe garantizar, en los planos espiritual y material, la libertad individual y el
beneficio de la acción colectiva.
76. La operación de dar dimensiones a todas las cosas en el dispositivo urbano únicamente
puede regirse por la escala del hombre.
LOS PRINCIPIOS DEL URBANISMO RACIONALISTA 405
78. Los planes determinarán la estructura de cada uno de los sectores asignados a las cuatro
funciones claves, y señalarán su emplazamiento respectivo al conjunto.
79. El ciclo de las funciones cotidianas, habitar, trabajar y recrearse (recuperación) será
regulado por el urbanismo dentro de la más estricta economía de tiempo. La vivienda
será considerada como el centro mismo de las preocupaciones urbanísticas y como el
punto de unión de todas las medidas.
80. Las nuevas velocidades mecánicas han transformado el medio urbano al introducir en
el un peligro permanente, al provocar el embotellamiento y la parálisis de las
comunicaciones y al comprometer la higiene.
81. Hay que revisar el principio de la circulación urbana y suburbana. hay que efectuar
una clasificación de las velocidades disponibles. La reforma de la zonificación que
armonice las funciones claves de la ciudad creará entre éstas vínculos naturales para
cuyo afianzamiento se preverá una red racional de grandes arterias.
82. El urbanismo es una ciencia de tres dimensiones, y no solamente de dos. Con la
intervención del elemento altura se dará solución a la circulación moderna y al
esparcimiento mediante la explotación de los espacios libres así creados.
83. La ciudad debe ser estudiada dentro del conjunto de su región de influencia. El simple
plan municipal será reemplazado por un plan regional. El límite de la aglomeración
será función del radio de su acción económica.
84. La ciudad, definida en lo sucesivo como una unidad funcional, deberá crecer
armoniosamente en cada una de sus partes, disponiendo de los espacios y de las
vinculaciones en los que podrán inscribirse, equilibradamente, las etapas de su
desarrollo.
86. Es de la más imperiosa necesidad que cada ciudad establezca su programa, promulgando
leyes que permitan su realización». Y aún, «el azar cederá ante la previsión; a la
improvisación cederá el programa.
86. El programa debe elaborarse a partir de análisis rigurosos hechos por especialistas.
Debe prever las etapas en el espacio y en el tiempo. Debe unir en una fecunda
concordancia los recursos naturales del lugar, la topografía del conjunto, los datos
económicos, las necesidades sociológicas y los valores espirituales [Eso sería luego,
más o menos, el esquema del plan urbanístico].
87. Para el arquitecto, ocupado aquí en tareas de urbanismo, el instrumento de medida
será la escala humana». Es decir, que «la arquitectura, tras el desastre de estos cien
años, debe ser puesta de nuevo al servicio del hombre.
88. El núcleo inicial del urbanismo es una célula de habitación (una vivienda) y su inserción
en un grupo que forme una unidad de habitación de tamaño eficaz.
89. A partir de esta unidad vivienda se establecerán en el espacio urbano las relaciones
entre la vivienda, los lugares de trabajo y las instalaciones consagradas a las horas libres.
90. Para resolver esta gran tarea es indispensable utilizar los recursos de la técnica moderna.
Esta, con el concurso de sus especialidades, respaldará el arte de construir con todas las
seguridades de la ciencia y lo enriquecerá con las invenciones y los recursos de la época.
92. Y no es aquí donde intervendrá en última instancia la arquitectura.
93. La escala de los trabajos a emprender urgentemente para la ordenación de las ciudades
y, por otra parte, el estado infinitamente fragmentado de la propiedad del suelo, son
dos realidades antagónicas.
94. La peligrosa contradicción observada aquí plantea una de las cuestiones más peligrosas
de nuestra época: la urgencia de regular, a través de un medio legal, la disposición de
todo suelo útil pra equilibrar las necesidades vitales del individuo en plena armonía
con las necesidades colectivas.
95. El interés privado se subordinará al interés colectivo.
406 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
1992, Corominas 1990 y 1992, García 1920. 584 p.) y La extensión general de
Espuche & Guardia Bassols 1985, Nadal Madrid desde los puntos de vista técnico,
1998 y Montaner 1998 y 2000. económico, administrativo y legal
44 Tatjer 1972, Urteaga y Nadal 1994, (Madrid: Imprenta Municipal, 1922. 584
Sánchez de Juan 2000. p.); sobre ello Gavira 1996.
45 Sobre la historia de la zonificación Folin 55 Artículo de A. Florensa en la Revista de
1976, Mancuso 1980. la Vida Municipal, Barcelona 1923-24, cit.
46 Gerhard Fehl («Carl Henrici, 1842-1927. en Llop, Carles, 1995, p. 84; en el citado
Per un urbanisme alemán»), en Detyhier artículo se dice explícitamente que es «el
& Guiheux 1994. primero y más serio intento hecho en las
47 Piccinato 1973. tierras catalanas».
48 Sobre todo ello A. Sutcliffe («Naixement 56 Bassols Coma 1973, y Terán 1982.
d’una disciplina») en Dethier & Guiheux 57 Petti Pinheiro 1998, características, pág.
1994, p. 121-128, y toda la sección 226.
siguiente correspondiente al urbanismo 58 Cohen, 1996, pág. 45.
europeo de los años 1870-1918. 59 Una excelente historia e intepretación del
49 Véase Torres Capell y otros 1985 «El pla impulso hacia la construcción de rasca-
d’Enllaços. Consolidació i contradiccions cielos en la cultura norteamericana, en
de la gestió urbanística municipal», y en Leeuwen 1986.
particular págs. 94 y ss.; reproducción del 60 Cohen 1996, págs. 107 y 110.
plano en pág. 214; Torres Capell 1987. 61 Cohen 1995, págs. 123-131; Quilici 1978,
50 Dieter Frick: «El concurs del Gran Berlin, caps. 4 («El período de transición: la
1910», en Dethier & Guhieux 1994, págs. ciudad socialista») y 5 («La ciudad del
140-143. La influencia de esta concepción productivismo histórico»).
de la Gran Ciudad se dejó sentir en años 62 Pérez Rojas 1990, cap.VII «Arquitecturas
siguientes en otras ciudades europeas metropolitanas».
como Praga (Peter Krajci: «La Gran Praga 63 Cohen 1996, págs. 59 ss., y Dethier &
ideal de Max Urban, 1915-18», en Dethier Guiheux 1994, en particular Marco de
& Guiheux 1994, págs. 152), Paris –en Micheli («Sant’Elia i Europa 1888-1916»)
donde un concurso convocado en 1919 y Enrico Crispolti («Virgilio Marchi,
fue ganado por L. Jaussely y R. Expert 1895-1960»).
(Folin 1972; Nicole Toutcheff «Léon 64 Véase sobre ello Cohen 1996, «Los
Jaussely, 1875-1932, Els inicis de l’urba- avances de los años 30» (págs. 135 ss) y
nisme científic a França»), Madrid (don- «Los años 40» (págs. 159 ss).
de el mismo Stübben fue consultado por 65 Véase el artículo de Theo van Doesburg
el Ayuntamiento para encargarle un «The strijd om de Nieuwe Stijl» (La lucha
boceto del plan para la ciudad, Sambricio por un nuevo estilo), en De Stijl, 1983, p.
1984 y Gavira 1996) y Barcelona 17-33, y sobre la colaboración entre Van
(Francesc Roca 1977 y 1979; y Casals Doesburg y Van Eestern el artículo de
1992, sobre el proyecto de Rubió y Tudurí Umberto Barbiery «The city has style»,
de 1929). También fue influyente el en la misma obra, págs. 128-135; también
modelo del concurso, aplicado, por Banham 1983. La visita de la casa
ejemplo, para la construcción de construida en 1924 por G.T. Rietveld para
Canberra, la nueva capital federal de T. Schröder-Schräder en Utrecht (y que
Australia (John W. Reps, en Dethier & forma hoy parte del Centraal Museum de
Guiheux 1994, págs. 166-168). esa ciudad) permite tener una excelente
51 Hellinga 1983. visión de los resultados de ese movi-
52 Mancuso 1980. miento.
53 Burnett 2ª ed. 1986, pág. 255. 66 Walter Gropius: «Programm des Staat-
54 El problema de la urbanización del liche Bauhauses in Weimar», April 1919.
extrarradio (Madrid: Imprenta Municipal Este texto y otros documentos bási-cos
NOTAS AL CAPÍTULO 10 409
del establecimiento en sus distintas sedes 79 Una buena presentación de dicha evolu-
de Weimar, Dassau, Berlín y –desde ción en Monteys 1996, cap. 3 «Un urba-
1937– Chicago, en Wingler 1968. nismo en tres dimensiones». Compa-
67 Sobre ello Kopp 1967, y Quilici 1978. ración de los tres tipos en la figura de
68 Pasdermadjian 1960. página 141.
69 Capel, H. (dir.) Las tres chimeneas, 1994, 80 Benevolo, Melograni y Longo 1978, pág.
vol. II («El triunfo de la hidroelectricidad 17.
y la expansión de La Candadiense») y vol. 81 Groenendijk & Vollaard 1996, pág. 40.
III («Conclusiones»), se dan datos sobre 82 Por ejemplo en Le Corbusier; ideas sobre
el avance de este proceso en Barcelona y el tema en Ville Radieuse, en Monteys
en Cataluña; de manera más general, 1996.
Rybzynski 1992. 83 AC nº 19, 1935, pág. 20.
70 La publicación de los documentos 84 Cohen 1996, pág. 42 ss.
oficiales de los Congresos hasta 1939 ha 85 Cohen 1996, págs. 56-59.
sido realizada por Steinmann 1979. 86 Benevolo, Melograni y Longo, ed. 1978,
71 Déclaration de La Sarraz, 6-28.VI.1928, pág. 101.
en Steinmann 1979, págs. 30-31, y 87 AC nº 2, 1931, pág. 22.
también págs. 12-16; entre los firmantes 88 Frederick W. Taylor et Sanford E. Thomp-
del documento estaba el arquitecto son. Concrete Plain and Reinforced (New
español García Mercadal. York: Wiley and Sons, 1906).
72 En realidad, la organización fue más 89 Le Corbusier 1934, cit. por Cohen 1996,
compleja, ya que había reuniones prepa- pág. 75.
ratorias, plenarias y de comisiones, por 90 Y fueron difundidas incluso en pequeñas
lo que cada congreso pudo tener varias capitales de provincias; en Lugo La Van-
sedes. La relación oficial de los diez Con- guardia Gallega publicó en 1931 La Ciu-
gresos Internacionales de Arquitectura dad Futura de Le Corbusier en forma de
Moderna es ésta: 1º, 1928-29: La Sarraz, folletón, Bonet Correa, 2000, pág. 52.
Basilea, Frankfurt; 2º, 1929-30: Frankfurt, 91 AC nº 11, 3º trimestre 1933, pág. 13. Las
París, Frankfurt; 3º, 1930-33: Bruselas, reuniones preparatorias de este congreso
Zurich, Berlín, Barcelona, Moscú, París; se celebraron en Berlín y en Barcelona,
4ª, 1933-37: Atenas, Londres, Amster- esta última organizada por el GATEPAC.
dam; 5º, 1937-39: París, Bruselas, Zurich, La relación de ciudades y de los planos e
New York; 6º, 1947: Bridgwater; 7º, 1949: infomaciones reunidas puede verse en AC
Bérgamo; 8º, 1951: Hoddesdon y 1952: nº 12, 1933, págs. 12 y ss.
Sigtuna; 9º, 1953: Aix-en-Provence; 10º, 92 La publicación completa de las conclu-
1956: Dubrovnik; según Steinmann 1979. siones puede verse en AC, Barcelona, nº
73 En el vol. II de esta obra, en el capítulo 12, 1933, págs. 12-42. Fueron elaboradas
dedicado a la edificación. tras un borrador inicial, «Die erste Ent-
74 Klein 1979. wurf für die Resolution des 4 Kongres-
75 Victor Bourgeois: «Le programme de ses», en Steinmann 1979, págs. 146-159.
l’habitation minimum», en Seteinmann 93 Programa de trabajo del V Congreso en
1979, págs. 50-55. AC nº 20, 4º trimestre 1935, págs. 15-18
76 Incluida en Aymonino, C. y otros 1973; y 40. En ese número se publica también
véase también Benevolo, Melograni y el estudio sobre «Varsovia, ciudad
Giura Longo, Tommaso 1978, lección 1ª funcional».
«La investigacion de los mínimos 94 AC nº 20, 4º trimestre 1935, pág. 19.
elementos funcionales». 95 Le Corbusier: «Rapport nº 1. Solutions
77 AC nº 6, 1932, pág. 21. de principe», en Steinmann 1979, págs.
78 Tatjer («Propiedad inmobiliaria y espacio 182-191; J.L. Sert: «Rapport nº 2. Cas
urbano. Aproximación a su estudio») d’aplication: villes», en Steinman 1979,
1979. págs. 190-195; Szymon Syrkus: «Rapport
410 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Santiago vio nacer un amplio grupo de polígonos17. Tan significativo como ello es
que los principios de la arquitectura moderna formulados por la Carta de Atenas
tuvieron aplicación en el planeamiento general de grandes ciudades, como Cidade
dos Motores, Brasil (1945-47), Lima y Chimbote (1947-48); Bogotá y Cali (1949-
53), Puerto Ordaz (1956), La Habana (1953)18; y en la construcción de toda una
serie de nuevas ciudades (Brasilia, un paradigma del nuevo urbanismo, Ciudad
Guayana y otras en Venezuela19). La voluntad de modernización de esos países
encontraba una expresión contundente en la nueva arquitectura moderna.
También en ciudades de otros continentes se difundieron ampliamente el
urbanismo y la arquitectura de los CIAM.
En la India la construcción de la nueva capital de Nueva Delhi en 1912 se
había realizado según un plano radiconcéntrico, en la tradición de Washington y
el urbanismo de Beaux Arts. El plano de Lutyens está inspirado en el de la capital
norteamericana y en el urbanismo de París20 y posee una estructura «constituida
por un triángulo equilátero cuyos vértices son a su vez encrucijadas». Pero ese
urbanismo cambia más tarde. La construcción de Chandigarh, en la India, es
seguramente el mejor ejemplo de aplicación de las ideas de Le Corbusier21. De la
misma manera también Islamabad, construida para unos 100.000 habitantes. Al
mismo tiempo, desde los años 1960 los planes generales de ordenación urbana de
las capitales y ciudades importantes empiezan a realizarse de acuerdo con los
estrictos principios de zonificación de la Carta de Atenas; como se hizo en el Plan
de Bangkok 2533, elaborado por arquitectos norteamericanos22.
En África, Lagos, Dakar, y otras ciudades conocieron igualmente la aplicación
de esos principios. En muchos países africanos afectados por guerras de indepen-
dencia, guerras civiles y crisis económicas la construcción de polígonos de viviendas
fue más tardía que en otros continentes. En las ciudades argelinas la creación de
grandes conjuntos residenciales y urbanización acelerada de núcleos nuevos se
produce en las décadas de 1980 y 199023.
El número de viviendas construidas de acuerdo con estos principios fue muy
elevado, aunque resulte difícil cuantificarlo con exactitud. No todas fueron un
éxito y algunos dieron lugar bien pronto a actitudes de rechazo por parte de la
población residente, como veremos en seguida.
El caso español
Como hemos dicho, los diversos planes que se pusieron a punto en toda Europa a
partir de 1945 tuvieron en cuenta los principios de la Carta de Atenas y, en ocasiones,
dieron un papel decisivo a arquitectos formados en las ideas de los CIAM.
Un hecho común es que en todos los proyectos se realizaron amplios estudios
previos elaborados por equipos interdisciplinarios de urbanismo, con análisis
cuidadosos de las necesidades en equipamientos. Estos trabajos supusieron la puesta
a punto de grupos de técnicos ligados a municipios y oficinas de planeamiento
público; y también una gran actividad y ganancias para equipos privados de
arquitectos e ingenieros, con la colaboración de otros científicos sociales.
Un aspecto esencial de todos los proyectos puestos en marcha era la zonificación
y segregación de actividades y usos. En las new towns británicas de la primera
generación existieron ya normas sobre superficie, densidad y zonas verdes, con
separación de residencia, industria y servicios, relaciones con redes de circulación
viaria y ferroviaria.
En los primeros proyectos se intentó crear zonas residenciales variadas, para
clases sociales diversas, desde obreros a técnicos y directivos empresariales. Se
organizaron en unidades vecinales (neighbourhood units, en la terminología
británica) de dimensión variable, pero que oscilaban normalmente entre 5.000 y
12.000 habitantes, a las que se asocian unos servicios primarios de carácter
comercial, escolar y recreativo. La agrupación de unidades vecinales permitía
organizar el tejido urbano, la red jerárquica de comunicaciones y los centros de
servicios del nivel superior, que todavía pueden jerarquizarse en dos niveles en los
casos de grandes operaciones como eran las ciudades nuevas de 100.000 y más
habitantes: uno para la agrupación de varias unidades vecinales primarias y otro
para el conjunto de la ciudad.
Las densidades fueron variables. En Gran Bretaña en los años 1950 se preveía
en esas operaciones unas 40 ha para cada 10.000 habitantes, con unas densidades
APLICACIÓN Y CRÍTICA DE LOS PRINCIPIOS DEL URBANISMO RACIONALISTA 421
medias de 200 hab/km2 en las zonas de vecindad. En las de los países escandinavos
las densidades totales en las ciudades nuevas iban desde unos 65 hab/ha en las de
Finlandia (Tapiola, con un 20 por ciento de viviendas unifamiliares) hasta 80 hab/
ha en las de Suecia, e incluso en algún caso hasta 100 (de 50 a 120 hab/ha en las
áreas residenciales solamente). Pero en Alberslund, en la periferia de Copenhague
la importancia de las áreas unifamiliares permitió una densidad de 45 hab/ha (58
hab/ha en los barrios residenciales, densidad relativamente alta teniendo en cuenta
que casi el 80 por ciento de las viviendas eran unifamiliares).
La incorporación de viviendas unifamiliares con una baja densidad constituyó
un tema de debate importante. En las ciudades nuevas británicas algunas de las
densidades previstas en el plan de 1946 no se alcanzaron por el rechazo de los
habitantes hacia los bloques, y en las escandinavas este tipo de viviendas estuvo
bien presente desde el comienzo, como hemos visto. Desde los años 1950 esa
cuestión dio ocasión a diversas propuestas que trataron de proporcionar variedad
a los polígonos, con una cierta presencia de viviendas bajas con pequeño patio o
jardín31 y que culminaron en el diseño de la new town de Milton Keynes y Runcorn,
con amplios sectores de unidades de habitación unifamiliares bajas, y en otras
muchas construcciones en donde bloques y viviendas alternaban en proximidad,
con diversas posibilidades de combinación, que incluyen la recuperación de algunos
elementos de la trama tradicional (calles principales y calles interiores, casas en
hilera). Con ello se intentaba también conseguir otro objetivo, a saber: el de facilitar
una variedad de viviendas y ambientes, así como de posibilidades de elección. Si
esa posibilidad de elección había de hacerse a la escala de la unidad vecinal primaria
o a la del conjunto de la ciudad –con espacios diferenciados de alta y baja densidad–
fue también motivo de debate entre los arquitectos.
No existió, por todo ello, homogeneidad en las características ni en las densi-
dades. En las regiones escandinavas, donde, como hemos visto, se incorporaron
con frecuencia áreas de viviendas unifamiliares, además de los bloques, las
densidades residenciales fueron más bajas que en otros países. Las viviendas
unifamiliares podían representar un 35 por ciento del total en operaciones
urbanísticas escandinavas, especialmente al principio. Más adelante se trató de
aumentar la densidad de 85 hab/ha para el total de la ciudad, a 150 personas por
hectárea para los nuevos barrios.
En la Unión Soviética en los años 60 la agrupación de bloques en unidades
vecinales de 15-18.000 habitantes (los microraion, denominación que en época
estalinista se daba a los superbloques), agrupados en módulos de 50.000 habitantes
(raion)32. Las alturas de los bloques fueron aumentando al tiempo que mejoraban
las condiciones técnicas, y el desarrollo de verdaderas «cadenas de montaje»: si en
los años 1950 dominaban los bloques paralepipédicos de 3-4 plantas, en los años
1960 se pasa a los 6-8 plantas y a más de 9 a comienzos de los 70, con previsiones
en seguida de bloques de hasta más de 16 plantas. En los años 60 se fijaron los
estándares llamados «sanitarios» o higiénicos, de 9 m2 habitables por persona,
previéndose que dicho estándar iría aumentando en el futuro según las posibi-
lidades33.
422 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
edificios de oficinas tenían una presencia reducida, y desde luego solo en los centros
principales. Habría que esperar a fines de los 60 para que empezara a hablarse de
«centros direccionales» y de «centralidades periféricas», en relación con los cambios
que se experimentaron en la configuración de las áreas metropolitanas. En lo que
se refiere a superficies centrales de carácter comercial y consumo en general, en
Vällingsby (Suecia) se previó un espacio de 6,8 ha para una población de 60.000
habitantes, 8 ha en Farsta y 16 en Skärholme con una zona de influencia directa e
indirecta que se calculó en 16 ha. En cuanto a los centros de vecindad, esas
dimensiones eran de 1 a 2 ha.
El problema de la localización del nivel superior de los equipamientos a la
escala de la «ciudad nueva» fue también resuelto de diferente manera. En general
se tendió a darle una posición central, por razones de accesibilidad y para recordar
el centro de la ciudad tradicional.
Las zonas industriales se localizaron en general claramente separadas de las
residenciales por vías de circulación rápidas o por áreas verdes, especialmente en
los países escandinavos.
Siguiendo las recomendaciones de la Carta de Atenas y los trabajos posteriores
de diversos urbanistas, entre los cuales Le Corbusier con su propuesta de las 7V36,
se introdujo una jerarquía de vías de circulación, desde las más rápidas hasta las
vías peatonales que enlazaban las viviendas con la escuela o el centro comercial37.
Se procuró que las estaciones de ferrocarril o metro se situaran en el centro principal
y en los secundarios. Desde los años 1950, y ya de forma general en los 60, se
incorporó la previsión de aparcamientos de automóviles en la áreas centrales, en
superficie o en altura, ligados muchas veces a las superficies o sectores comerciales
(Figura 11.1).
A pesar de que en los años 1920 y 30 algunos arquitectos habían adoptado las
tramas ortogonales38, pronto aparecieron críticas explícitas a la rigidez de dichas
tramas, como poco apropiadas o contrarias para las necesidades existentes39. En
su lugar se propusieron diseños más o menos imaginativos con redes lineales y
paralelas de organización del espacio urbano, y amplio uso de transportes públicos,
que incluyen nuevos sistemas de monorail para el metro.
Las zonas verdes estaban ya generalmente presentes desde los años 1950 en la
construcción de los polígonos de viviendas y ciudades nuevas escandinavas. Existió
también a veces una preocupación por la preservación del paisaje, creando incluso,
cuando el espacio era llano y monótono, paisajes artificiales con colinas (general-
mente sobre depósitos de basuras) y lagos (sobre sectores bajos o fácilmente inun-
dables), como ocurre en el Randstat holandés o en las cercanías de Copenhague.
Pero en otros muchos casos, especialmente en las operaciones de construcción de
vivienda popular, esos equipamientos estuvieron ausentes o, si aparecían, se
degradaron muy pronto por la ausencia de recursos para su mantenimiento,
convirtiéndose en espacios que eran percibidos como peligrosos por la población
residente.
Un problema que se planteó bien pronto fue el del crecimiento y la remode-
lación de los polígonos y ciudades nuevas. La trama era generalmente geométrica
APLICACIÓN Y CRÍTICA DE LOS PRINCIPIOS DEL URBANISMO RACIONALISTA 425
y uniforme40, y con un trazado que prescinde por completo de las estructuras rurales
preexistentes. Su diseño era elaborado en todas sus fases (desde la preparación del
suelo a la construcción de las viviendas y los generalmente escasos equipamientos)
por el organismo o empresa promotora antes de la llegada de los vecinos. La
estabilidad de la trama es muy grande, ya que por el mismo carácter de la operación
no pueden realizarse remodelaciones parciales, sino que éstas, caso de efectuarse,
deberían afectar al conjunto de la trama. No siempre se asignaron áreas para la
expansión posterior, lo que la hizo imposible, lo cual estabilizaba la población
para siempre. La remodelación resulta imposible en algo tan planificado –y además
era innecesaria porque, como en el universo leibniziano, si había sido planificado
por los mejores equipos era la mejor de las organizaciones posibles.
El impacto morfológico y urbanistíco de todas estas construcciones resulta
indudable. Realizadas de forma masiva, en poco tiempo y de acuerdo con los
426 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
mismos principios, contribuyen hoy a modelar una parte esencial del paisaje urbano
de las ciudades de muchos países de la Tierra. Los proyectos son en detalle diferentes,
pero todos responden a los mismos principios: bloques más o menos altos y
aislados, desaparición de la calle, condiciones higiénicas, jerarquía de vías de comu-
nicaciones, áreas comerciales concentradas. Las diferencias entre unos y otros
grupos proceden, como hemos dicho, del origen público o privado de las opera-
ciones, con mayores espacios públicos en los primeros, y de la población a que se
dedicaban, con menor calidad en los polígonos destinados a grupos populares.
Con frecuencia la construcción de polígonos en la periferia dejó entre ellos y
la ciudad consolidada espacios sin edificar que se han ido colmatando
posteriormente sin una tipología clara, al azar de las intervenciones de propietarios
del suelo y de promotores, así como del trazado de las vías de circulación existentes.
A partir de los años 1960 empiezan a realizarse diversas críticas a este urbanismo,
que serán crecientes en la década siguiente. En ella, además, la crisis económica de
1973 provocaría una paralización brusca de muchos de los proyectos planteados.
La evolución de los polígonos que se construyeron ha sido diversa. Los que habían
estado bien construidos y habían recibido a su debido tiempo los equipamientos
previstos se mantuvieron muy bien en los años siguientes. Pero en muchos casos
existieron problemas de degradación, que contribuyeron a ampliar las críticas a
ese urbanismo, críticas realizadas ahora en un contexto nuevo de impugnación
creciente del urbanismo racionalista.
No eran responsabilidad del urbanismo las deficiencias de la construcción
debidas a que las empresas constructoras privadas trataran de obtener beneficios
desmesurados en detrimento de la calidad; o a que empresas públicas en sistemas
políticos corruptos fueran incapaces de asegurar los controles de calidad.
Tampoco era responsabilidad de los principios del urbanismo racionalista el
que los pisos se dedicaran sobre todo a familias de bajas rentas, que algunos
habitantes de esos barrios quedaran en paro y no pudieran pagar las cantidades
pactadas, que las familias que recibían las viviendas tuvieran una alta proporción
de cabezas de familia monoparentales. Ni que las mujeres quedaran solas todo el
día con sus hijos pequeños porque los maridos tuvieran que irse a trabajar lejos.
Ni tampoco la falta de mantenimiento que condujo rápidamente a muchos de
estos polígonos a un estado lamentable. Ni que los equipamientos comerciales o
sociales previstos en el diseño tardaran en llegar o simplemente no llegaran: la
construcción de estos barrios suponía inversiones cuantiosas que se podían ver
afectadas por la inflación, con lo que quedaban a veces cortas durante el mismo
proceso de la construcción, lo que afectaba muchas veces a la calidad de los
equipamientos.
Pero sí que lo era el no haber previsto escalas humanas en las áreas de relación
social; o el haber diseñado tantos espacios comunes sin que existieran hábitos ni
mecanismos para cuidarlos. Y sobre todo, era responsabilidad de arquitectos
–actuando a veces servilmente al servicio de promotores privados sin escrúpulos–
el haber aceptado realizar obras que no reunían las condiciones necesarias desde
el punto de vista constructivo.
En muchas ciudades se produjeron bien pronto actitudes de rechazo por parte
de la población, que pudieron aumentar luego de forma intensa. Polígonos de
viviendas construidos por iniciativa oficial para alojar a la población expulsada de
las áreas centrales de la ciudad se situaban en las afueras y con ello aumentaba el
tiempo y el coste del transporte al trabajo, ya que la mayor parte de los residentes
mantuvieron los empleos que tenían; la separación entre los bloques daba lugar a
la aparición de un relativo aislamiento que aumentaba la segregación, incluso en
el interior del mismo barrio, con sectores mejores y peores; a todo ello se pudo
unir bien pronto la aparición de problemas de delincuencia y falta de seguridad
ciudadana49.
En todo caso, la manifestación pública de esos problemas en los años 1970 y
80 condujo a la realización de gran número de estudios sobre la situación de estos
polígonos, tanto desde el punto de vista constructivo como social; la expresión
430 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
valium belt, usada en Estados Unidos para designar a muchos de estos conjuntos,
en los que había un amplio consumo de tranquilizantes, es bien significativa de los
problemas de depresión que sufrían sus habitantes.
El resultado de todo ello fue la rápida degradación de algunos de esos barrios,
y la aparición de un amplio debate sobre las medidas a adoptar y el coste y finan-
ciación de las mismas.
En algunos casos la degradación fue tan fuerte que condujo a adoptar medidas
drásticas, como las que ya se habían tomado en 1972 para el polígono de Pruitt-
Igoe en St. Louis. En España, algunos casos fueron especialmente visibles, como el
del barrio de San Cosme, en la aglomeración barcelonesa. Pero también en otros
países europeos se presentaron problemas similares, como muestra, entre otros, el
caso de Les Choquettes, en Lyon, destruido de forma pública y espectacular en
1986; pero no se trata de un caso aislado ya que en Francia se previó destruir
20.000 viviendas de polígonos de viviendas durante el 2000, y 150.000 en los años
siguientes50. La justificación de estas destrucciones, que supone la desaparición de
un capital inmobiliario de 1.000 a 2.000 millones de francos cada año, se hace
aludiendo a la lucha contra la degradación por defectos técnicos, y a la idea de que
es mejor destruir que invertir en la mejora, lo que no siempre se puede justificar
con argumentos técnicos. También se dan razones sobre la necesidad de disminuir
la densidad, así como de diversificar y mezclar la población que habita en dichos
barrios, lo que finalmente se convierte muchas veces en una estrategia para
disminuir selectivamente la densidad, alejando a las familias que se consideran
indeseables. Todo lo cual ha llevado a algunos autores a preguntarse por la razón
última de esas destrucciones espectaculares; la respuesta que se ha dado es que tal
vez haya motivaciones simbólicas, de manera similar a como sucede con las
ejecuciones capitales, un sacrificio que castiga lo que ha sido mal hecho y que, en
este caso, transmite a los ciudadanos la esperanza en la mejora de la ciudad51.
En otros muchos otros casos la decisión fue la de intervenir en esos polígonos
para mejorarlos, lo cual se ha hecho a costa de una fortísima inversión a fondo
perdido por parte de las administraciones públicas. En España las comunidades
autónomas, que han ido recibiendo las transferencias urbanísticas desde los años
1980 en adelante, han ido realizando un importante esfuerzo en ese sentido,
canalizado en el caso de Cataluña a través de la actuación de Adigsa52.
universidad de Oregón63. La idea de que solo la gente que forma parte de una
comunidad conoce sus necesidades y pueden señalar la variedad y el orden necesario
a un diseño fue defendido también por otros arquitectos que intentaron aplicar
ese principio al diseño de nuevas viviendas o a la remodelación de polígonos de
viviendas64. A partir de ahí se han ido proponiendo nuevos caminos, entre los
cuales el «community design» y el «advocacy planning»65.
Esas críticas al urbanismo racionalista eran también la expresión de un
cuestionamiento de las pretensiones desmedidas de los arquitectos de actuar sobre
el medio social a través del diseño del espacio físico arquitectónico. Una impug-
nación que aparecía incluso en trabajos de geógrafos. Es significativo que en la
conclusión de la gran Histoire de la France urbaine dirigida por G. Duby un geógrafo,
Marcel Roncayolo, haya podido escribir en 1985 que en Francia «el sueño orgulloso
y totalitario de tratar la sociedad a través de formas espaciales fracasa. La gran
mutación de los años 1970 es la conciencia de este límite, el fin de la representación
proyectada»66. Esa misma actitud crítica aparece también ampliamente en la obra
de otro geógrafo, Peter Hall, en el que además se traslucen las reticencias propias
de la tradición inglesa frente al urbanismo impuesto67.
Se plantearon también cuestiones de comprensión de los problemas técnicos
involucrados por el urbanismo, no siempre suficientemente considerados68. Al
mismo tiempo, los técnicos tomaban conciencia de la complejidad social del
urbanismo, de sus dimensiones humanas. Lo cual hizo percibir la diversidad de
los factores a considerar (económicos, sociales, culturales, incluso psicológicos).
Esa diversidad de factores y la dificultad de integrarlos les hizo a veces especializar
su campo de actuación, limitándose al diseño o a las infraestructuras, desconfiando
de los modelos ambiciosos que habían dominado hasta entonces. Frente a las
pretensiones universalistas del Movimiento Moderno se reclama ahora una actitud
más flexible y plural y más atenta a la historia69.
La crítica del urbanismo racionalista se dirigía igualmente a la construcción
estandarizada que, por ello mismo, homogeneiza y uniformiza, que pretende
realizar las construcciones sobre un espacio considerado neutral, sin tener el sentido
del paisaje local, del lugar concreto con toda su especificidad y complejidad (el
genius loci).
No es difícil poner también en relación esos cambios con las modificaciones
que se habían producido en el ambiente intelectual y en la evolución de las ciencias
sociales. Toda esa crítica del urbanismo racionalista puede fácilmente relacionarse
con el debate del positivismo y la aparición del movimiento postmoderno, aspecto
al que ya hemos hecho referencia en el capítulo primero de esta obra, y del que
volveremos a hablar en el siguiente. Coincide con el cuestionamiento de la
abstracción, de la generalidad, de la falta de atención al lugar concreto, a los
significados y a la complejidad de las situaciones. Con un nuevo romanticismo
–en realidad un neo-neo-romanticismo que recuerda al de finales del XIX y más
lejanamente al de fines del XVIII y comienzos del ochocientos–, que rechaza el
uniformismo y valora lo peculiar y característico, la evolución histórica. Es decir
lo mismo que hacían las críticas antipositivistas que se han ido difundiendo desde
434 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
los años 1970. Nuevamente percibimos con claridad la íntima relación entre las
diferentes dimensiones de la evolución intelectual y del desarrollo de la arquitectura
y el urbanismo. Volveremos a hablar de estas cuestiones en el capítulo siguiente y
en otros de esta misma obra.
Pero los últimos años parecen anunciar la llegada de nuevos tiempos, al menos
en lo que se refiere al planeamiento. Se ha comprobado que la desregulación, la
falta de plan agrava los problemas urbanos, contribuye a difundir de forma irres-
ponsable la ocupación de suelo, sin equipamientos e infraestructuras adecuadas,
que deben ser luego resueltas por la administración pública, agrede y degrada de
forma irreversible el medio ambiente y los valores paisajísticos. El «retorno del
plan» y la recuperación del planeamiento territorial, así como la extensión de éste
a la región metropolitana resolviendo los problemas de coordinación son hoy
aspiraciones que se escuchan a los urbanistas más responsables70. Cabe ahora
preguntarse por los tejidos urbanos que se están configurando y de qué forma los
nuevos desarrollos afectarán a los tejidos tradicionales que pueden reconocerse en
la ciudad. Aludiremos también a ello en el último capítulo de este volumen.
NOTAS AL CAPÍTULO 11
Garden, en torno a Londres; Cwmbran, española en esos años está siendo estu-
cerca de Cardiff; Redditch, Dawley y diada por Martín Checa (1999 y otros en
Corby en relación con Birmingham y publicación).
Leicester; Skelmerdsdale y Runcorn, cerca 30 Ciudad y Territorio, 1973, nº 4, pág. 107.
de Liverpool; Newton Aycliffe, Washing- He reutilizado en estas páginas los datos
ton y Peterlee cerca de Newcastle; y Cum- que elaboré para la obra Capitalismo y
bernauld, East Kilbride, Glenrothes y morfología urbana en España (1975).
Livingston, al sur de Escocia, y en relación 31 En España se puede ver esa opción en el
con Glasgow y Edimburgo. La construc- polígono del Sudoeste del Besós, en
ción de la mayor parte de ellas se inició Barcelona.
entre 1947 y 1950. Cumbernauld (para 32 Quilici 1978, pág. 282, y capítulo «La
70.000 habitantes) fue proyectada en novedad de la década de 1960».
1956, y a ella se añadió Hook en 1961, 33 Quilici 1978, pág. 297, 306, 311, 313, y
por el London County Council, para en general, los capítulos «Moscú, ciudad
100.000 habitantes, que luego no se modelo» y «Las perspectivas del neopro-
realizó. ductivismo».
8 Datos en Merlin 1969, cap. I. 34 Según declaraciones del Ministerio de la
9 Merlin 1969, pág. 251. Vivienda (Gerencia de Urbanismo 1959-
10 Datos en Merlin 1969, cap. VIII. 1964, Madrid, 1965).
11 George 1960. 35 Datos sobre las carácterísticas de los
12 Groenendijk & Vollaard 1996; Battista & polígonos de vivienda españoles en Terán
Migsch 1998. 1982, Ferrer Aixalá 1982.
13 Ferreira, Dias y otros 1987. 36 Véase capítulo 10, pág. 403.
14 Quilici 1978, pág. 280; de esta fuente, y 37 Véase supra, capítulo 10; y Monteys 1996,
en particular de los capítulos 8, 9 y 10, pág. 55.
proceden los otros datos que se dan en 38 Véase supra, cap. 10.
estas líneas. 39 Es el caso en Gran Bretaña, por ejemplo
15 Sobre las ciudades nuevas de estos países en el estudio de Colin Buchanan & Ass.
Merlin 1969, caps. V y VI. sobre la ciudad nueva de South Hamp-
16 Merlin 1969, cap. IV cita y analiza las de shire, 1966.
Reston, Foster City, Redwood Shores y 40 Pueden verse una serie de planos de estas
Valencia. ciudades en Merlin 1969 y en Terán 1982;
17 Hidalgo 1999. la revista Ciudad y Territorio publicó en
18 Segre 1997. los años 1970 un buen número de planos
19 Rodwin 1967; Turner & Smulian 1974. de proyectos.
20 Lavedan dixit, 1952, III. 41 Jacobs (1962), 1973.
21 Sobre ello véase Hall 1996, cap. 7. 42 Gans 1961, 1962.
22 Sternstein 1974. 43 La historia ha sido narrada por Hall 1996,
23 Prenant 1995. págs. 246 y ss.
24 Sambricio 1983 (incluye varios artículos 44 Fourcaut 2000, pág. 104 y nota 28.
del autor, entre otros «La arquitectura es- 45 Sert 1951, pág. 14.
pañola 1936-45. La alternativa falan- 46 Por ejemplo de Leger y Sert, véase las
gista»). declaraciones de este último en Peter
25 G.R. 1997. 1994 y Costa i Hatray 1997, J.L. Sert, F.
26 Así aparece por ejemplo en el proyecto Lèger, Sigfred Gideon «Nine points on
de urbanización de la zona NO de León, monumentality», pág. 14-15.
elaborado en 1954, y estudiado por 47 Referencias en Hall 1996.
Cortizo 1987. 48 Datos de Benevolo, Melograni y Longo
27 Ferrer Aixalá 1974, 1982 y 1992. 1978, pág. 227.
28 Bayó 1994 y Checa 1998. 49 En Rio de Janeiro Vila Alianza, según
29 La actividad inmobiliaria de la Iglesia algún estudio, fue eso lo que ocurrió, lo
436 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
que, como en tantos otros casos, mostra- Otras críticas al Movimiento Moderno
ría la ineficacia de las intervenciones por parte de escritores y arquitectos desde
oficiales en la producción de viviendas los años 1970 en Ellin 1995, cap. 2.
(Larangeira 1995, 3ª parte). 57 Campos Venuttti 1996, págs. 26-27.
50 Paris Match, 18.VI.2000, págs. 116-117. 58 Como puede verse en dos ediciones de
51 Mesnar et Plassarde 2000. una misma obra.
52 Los polígonos rehabilitados por Adigsa 59 Sobre la influencia de las ideas de desre-
han sido objeto de una serie de estudios, gulación en la elaboración de planes
de valor desigual, que proporcionan, en urbanísticos de Italia y Francia véanse,
todo caso, una amplia información sobre respectivamente, Olive 2000 y Renard
la construcción y la evolución de los mis- 2000.
mos, así como sobre las inversiones reali- 60 Como muestra el trabajo de Christian
zadas para su mejora: Colección «Els Beringuier en Urbanismo y práctica
barris d’Adigsa», Barcelona, Departa- política, 1974; también Jean-Pierre
ment de Benestar Social de la Generalitat Garnier en diversos artículos y libros.
de Catalunya, 53 vols.; véanse en particu- 61 Como muestra el volúmen editado por
lar los volúmenes dedicados a los polígo- Ramón López de Lucio 1998.
nos de la Urbanización Meridiana y de 62 López Trigal 1989.
Trinitat Nova por M. Tatjer 1995 (vols. 63 Alexander 1976, «Principio de participa-
30 y 52). ción, y principio del orden orgánico»,
53 Lefebvre, La revolución urbana 1972, pág. 12, y cap. 2 «Participación».
págs. 25-26. 64 Ejemplos franceses y belgas, desde la
54 Ejemplo de esta reivindicación en década de 1970, en Ellin 1995, págs. 34 y
Campos Venutti 1996, pág. 28. ss.
55 Véase, por ejemplo la tesis doctoral de 65 En Pacione 1990, y Ellin 1995, 157-58,
José Rosas Vera (1986) dirigida por 213 y ss.
Manuel de Solá-Morales. 66 Marcel Roncayolo: Conclusión en G.
56 Como hizo J.P. Le Dantec. Enfin Duby, Histoire de la France urbaine, París,
l’architecture? París: Autremont, 1984 Le Seuil, t. V, 1985.
(pág. 58), cit. por Ellin 1995, pág. 28. 67 Hall 1996, cap. 7.
Quinta parte
La morfología como reflejo de la
complejidad histórica y funcional
438 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
En el examen de los tejidos urbanos aparecen de forma bien identificable los cascos
antiguos. Son resultado de una evolución histórica compleja por lo que pueden
presentar diferencias notables entre ellos y matices importantes en el interior.
Los tejidos antiguos pueden haberse formado: por evolución a partir de los
caminos rurales; y por planeamiento del conjunto o de determinados sectores.
El crecimiento de las ciudades se realizó durante varios siglos en lo que hoy se
LOS TEJIDOS URBANOS 441
Fig. 12.1 El tejido urbano del casco antiguo de Madrid a mediados del siglo XIX
permite identificar las fases de su espansión. Desde el emplazamiento inicial, donde
luego estuvo el Alcazar y hoy el Palacio Real, se organizó la medina musulmana con
el primer recinto amurallado, la muralla califal del siglo X. Desde la puerta de Santa
María (en el plano Plazuela de los Consejos, partían dos caminos hacia el este (calle
de la Almudena y Platerías) y hacia el sureste (calle del Sacramento). El segundo
recinto amurallado (siglo XIII) queda reflejado en las calles de Don Pedro, Cava Baja
y Cava Alta. La Puerta del Sol se situaba en la cerca del siglo XV, que protegía el
arrabal bajomedieval (Atlas de España ..., de Francisco Coello, 1849).
444 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
En las tramas de casco antiguo las calles principales son las que organizaron el
crecimiento de la ciudad, especialmente aquellas que constituyen ejes básicos de
comunicación o unen polaridades destacadas: caminos prehistóricos, romanos,
medievales o de la edad moderna9. Se reconocen todavía con cierta facilidad en el
callejero actual. Otras de trazado más corto constituyen muchas veces ejes trans-
versales, pero en todo caso la calle es el elemento inicial organizador del tejido
urbano ya que, como han recordado oportunamente Gaian Franco Caniggia y
Gial Luca Maffei, «antes de construir un edificio tiene que haber una estructura
apropiada para llegar al lugar donde surgirá, hay que llegar a un lugar»10.
El viario conserva muchas veces el parcelario y los caminos rurales preexistentes.
En los núcleos de los antiguos municipios anexionados a una ciudad adquieren
gran importancia las calles que se dirigían a ella, a veces una carretera convertida
en calle mayor, y también se conserva generalmente la trama irregular adaptada al
parcelario rural inicial y a los caminos.
Las calles se adaptan a la topografía del terreno; unas veces siguen las curvas
de nivel y otras son perpendiculares a ellas y tienen pendientes más o menos fuertes.
Se configura con todo ello una trama viaria poco regular debido al crecimiento
lento y adaptado a la topografía y a las estructuras rurales preurbanas. En algunos
casos esa irregularidad alcanza la expresión máxima, concretamente en las tramas
de origen musulmán, que presentan un callejero retorcido con callejones sin salida,
reflejado todavía en los cascos antiguos de muchas ciudades españolas (Toledo,
Madrid, Córdoba ...), y que está presente con gran fuerza en las viejas medinas de
todas las ciudades islámicas. Pero ya hemos mostrado que la organización de dicha
trama viaria responde a principios organizadores que pueden asimilarse a los que
actuaron también en las ciudades cristianas11.
De todas maneras pese al dominio de las tramas viarias irregulares los cascos
antiguos presentan también a veces trazados rectos, resultado de actuaciones
medievales tales como vilanovas, de parcelaciones de la edad moderna, de calles
abiertas tras la desamortización del siglo XIX, o de la reforma interior del ochocientos
y novecientos. Como resultado de una trama viaria en general poco regular las
manzanas, determinadas por dicho trazado, tienden a ser también irregulares, y
de tamaño variable.
Es igualmente irregular y de dimensiones diversas el parcelario, reflejo de una
antigua y larga evolución, con formas que originariamente pueden proceder de
las explotaciones rurales preurbanas y de procesos de reparcelación diversos y
complejos. Abundan las parcelas estrechas y alargadas (una tipología designada a
veces como parcela gótica), de 4,5 a 5,5 m de anchura. Incialmente se ocupaba
solamente la parte cercana a la calle, pero desde el siglo XVIII o XIX ha habido una
ocupación progresiva de toda la parcela, generalmente con un pequeño patio de
luces interior, y otras sin él. Las parcelas más amplias proceden muchas veces de
procesos de anexión de parcelas próximas y tienen que ver con instituciones
religiosas, organismos públicos o casonas señoriales12.
En los arrabales exteriores abundan también las manzanas pequeñas y las
parcelas asimismo reducidas, con fuerte presencia de las de escaso frente y amplio
LOS TEJIDOS URBANOS 445
viario, con la aparición de nuevas calles y plazas. Lo cual se refleja en ciertos sectores
con plazas regulares (como la plaza Vicent Martorell, tras el antiguo convento del
Bonsuccés en Barcelona ...). A partir de la Ley de 1956 la elaboración de planes
parciales fue normalmente el mecanismo para la renovación interior, aunque en
ocasiones pudieran preferirse otros más flexibles para los intereses privados18.
Los centros históricos y los arrabales desarrollados extramuros en la época
preindustrial se degradaron durante el siglo XX al recibir fuerte inmigración y
alcanzaron en España su máxima densidad en la década de 1960. Pero cuando
desde mediados de los 1950 se empiecen a construir polígonos de viviendas se
irán vaciando. En el caso de los arrabales más recientes ha podido existir una fuerte
degradación, incluso mayor que en el casco histórico intramuros, por no tener
edificios históricos tan emblemáticos.
Las áreas de casco antiguo han podido acentuar su proceso de envejecimiento
del caserío paralelamente a la huida de los grupos burgueses y su conversión en
barrios populares, o dar lugar a procesos de renovación reciente (con intervenciones
muni-cipales de renovación, construcción de viviendas tipo loft, gentrificación,
etc.) a los que nos referimos en otro lugar. Pero, en general, los procesos de
gentrificación han sido bastante limitados y se ven afectados por el aumento reciente
de población inmigrante en los cascos antiguos.
En el caso de los arrabales más recientes en las últimas décadas se ha producido
una fuerte sustitución del caserío tradicional al iniciarse procesos de renovación
urbana por la centralidad que han ido adquiriendo estos espacios. Pero también
se encuentran todavía arrabales históricos fuertemente degradados19.
Los núcleos rurales anexionados a fines del siglo XIX o comienzos del XX –e
incluso más tarde, como en Madrid– pueden conservar áreas colmatadas con
tipologías edificatorias del tipo vivienda tradicional de los núcleos rurales. Cuando
eran todavía municipios independientes en ellos pudieron realizarse a veces amplia-
ciones durante el siglo XIX, las cuales pueden ser consideradas como ensanches
menores, de los que hablaremos luego. En esas áreas ha existido también una fuerte
presión al cambio y procesos de renovación en estado diferente de avance, según
factores diversos (carácter más o menos popular del núcleo, distancia a la ciudad
principal, llegada o no de la red de metro ...).
A partir de la difusión del estilo internacional es en los cascos antiguos –más o
menos conservados– y en los ensanches donde principalmente se encuentran las
especificidades constructivas. En los centros históricos de las ciudades españolas
es donde podemos reconocer las de la historia del arte español y la dimensión
hispanoamericana de los estilos. La ciudad histórica es la parte antigua en las viejas
urbes, y casi toda la ciudad a veces en las pequeñas ciudades. Hemos de lamentar,
sin embargo, las grandes destrucciones que se realizaron durante los años 1950 y
60. Aunque actualmente hay una mayor conciencia del valor de estos espacios, sin
embargo se siguen deteriorando, a pesar de las inversiones públicas que se han
hecho con apoyo de la UE. Los procesos de gentrificación son muy leves y la
deterioración continúa hoy día como resultado de la creciente inmigración. Los
problemas para la rehabilitación son numerosos y tienen que ver con el envejeci-
448 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
LOS ENSANCHES
construcción entre 1784 y 1790 y otro después de l806. Edificios públicos y viviendas
se construyeron en estilo neoclásico y con gran monumentalidad, convirtiendo a
Edimburgo en la Atenas del norte.
Fig. 12.3 El Ensanche de Barcelona en su parte central, en torno al paseo de Gràcia. Dominan parcelas amplias, para edificios de la burgue-
sía. Los pasajes interiores de algunas manzanas trata de conseguir mayor edificabilidad y se destinan a viviendas unifamiliares burguesas
453
454 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Figura 12.4 El plano del Ensanche de Barcelona todavía en construcción en 1970 en el sector del Poble Nou, cerca del antiguo eje de Sant Joan
de Malta. El pasaje del Marqués de Santa Isabel agrupa viviendas obreras para trabajadores de la fábrica de tejidos Ricart, cuya estructura
rectangular y los diversos edificios interiores todavía se percibe. El sector se ha visto afectado por la terminación de la avenida Diagonal
455
456 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
setecientos, con calles más anchas y un buen número de plazas y parques, especial-
mente en las colinas que se consideraban inapropiadas para la construcción. La
ciudad no tenía murallas pero a pesar de ello se trazó un cinturón exterior de ron-
das, semejantes a las avenidas que habían sustituido a las fortificaciones en Viena,
Copenhaguen, Gotemburgo y otras ciudades europeas. Los debates sobre el plan
de Estocolmo dieron lugar al decreto real de 1866 antes citado y a la elaboración
de nuevas ordenanzas de construcción redactadas por el municipio, que pasa a
tener el control del planeamiento, bajo la supervisión especial del Comité de Finan-
zas. Las discusiones fueron muy vivas, y como resultado de ellas la anchura de las
calles del plan de Lindhagen fue recortada, en algunos casos con una votación
calle a calle, al igual que las plazas y parques y los túneles previstos. El plan sería
finalmente aprobado en 1879, y el resultado es, pues, un compromiso entre los
deseos de los técnicos más ilustrados del ayuntamiento y los intereses de los
propietarios.
Durante el siglo XIX los diseños de las expansiones urbanas preveían el trazado
de las calles y de algunas infraestructuras básicas, dejando a los propietarios la
decisión sobre el edificio a construir. En la mayor parte de las ciudades, sin embargo,
existieron ordenanzas que daban al ayuntamiento la facultad de conceder el permiso
de obra, con especial atención a la altura y a la fachada. El resultado del proceso de
construcción fue la configuración de ensanches con manzanas cerradas por la
edificación, y con fachadas a la calle. A principios del siglo XX algunos arquitectos
dibujaron planes de expansión en los que se diseñan también las manzanas como
estructuras arquitectónicas completas, como manzanas cerradas rectangulares que
dejan en su interior un patio central49.
El diseño de un plan de expansión urbana de trazado geométrico se superponía
prescindiendo del dibujo de la trama parcelaria rural preexistente, lo cual iba contra
los intereses de los propietarios; éstos, aunque se veían beneficiados de las plusvalías
generadas por la expansión, procuraron siempre disminuir el espacio público (calles
y plazas) y adaptar el trazado a sus propiedades. En muchos casos sus estrategias
dieron resultado, y lograron modificar los diseños originales elaborados por los
técnicos. Por ello en bastantes ocasiones los planes de expansión de las ciudades
europeas se hicieron respetando los caminos rurales existentes y los límites de las
propiedades, que permitían delimitar parcelas económicamente rentables para los
propietarios. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en el diseño del plan de expansión de
Munich realizado por Theodor Fisher en 1893. En esos años el ambiente historicista
que se había ido imponiendo podía ser un buen aliado de los propietarios. Porque
podían alegar, al igual que hacía el arquitecto Fisher, que «los siglos han grabado
en nuestro suelo marcas y arrugas de todo tipo que conviene respetar»50.
En el caso de las ciudades española la tipología de los ensanches es, en todo caso,
muy clara. Un trazado ortogonal con calles jerarquizadas de anchura variable (en
Barcelona al menos 20 m; en Madrid calles de 15 y 30 m, aunque a veces de 20 y 40
458 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
recuerdan las corralas, con viviendas en torno a un patio central53. Hay una mayor
ocupación interior en algunos ensanches como el de Madrid, mientras que en
otros los patios de manzanas son mayores. Cuando el edificio ha sido contruido por
un propietario que reside en él, acostumbra a existir una clara segregación en altura,
ya que el piso principal posee una presencia destacada en la fachada y en el plano.
Sin que esté totalmente ausente en los sectores más burgueses (que pueden
tener, por ejemplo, imprentas importantes, como en Barcelona la de Montaner y
Simón o la imprenta Thomas) hay una mayor presencia de la industria y de usos
de almacenaje en las áreas populares54, y especialmente en sectores periféricos próxi-
mos al ferrocarril o a estructuras que provocan rechazo, como mataderos o cárceles.
En los años 1950 la mayor parte de los cascos históricos y ensanches estaban
ya colmatados y descendió en ellos la oferta inmobiliaria para grupos de clase
media o alta. Eso supuso una presión hacia la expansión periférica, en sectores
que se habían configurado como áreas con tipologías de vivienda unifamiliar y
baja densidad, y que empieza entonces a ser sustituida por bloques de viviendas.
En los ensanches se han producido, también, reconversiones hacia usos terciarios,
y gran número de oficinas en los pisos.
La avaricia de los constructores y la permisividad de las normas legales hizo
posible construir en España a partir de los años 1960 –en el momento en que se
inicia la fase de intenso desarrollo económico– espacios muy densos, de alturas
desmedidas en relación con la anchura de la calle, sin apenas espacios libres entre
ellos. Los ensanches y las nuevas áreas de expansión urbana se densificaron así
hasta extremos inaceptables. Las tipologías edificatorias de los bloques de viviendas
generalizaron la existencia de patios de luces interiores, a veces minúsculos e insanos
patinejos a los que dan las cocinas y habitaciones interiores. Un rasgo que en otras
ciudades europeas puede estar mucho menos presente.
En general los ensanches han sido calificados como áreas de edificación
intensiva cerrada, con edficios entre medianeras, aunque en los años 1960 también
pudo desarrollarse en ellos la edificación abierta, con bloques aislados, en opera-
ciones que afectaban a grandes parcelas o manzanas completas, y generalmente
sobre el suelo antes ocupado por fábricas y almacenes.
De nuevos ensanches se pueden calificar los barrios que se construyeron en
algunas ciudades españolas durante los años 1950 y 60 por la iniciativa privada.
Por ejemplo los que construyeron en Madrid en ese período las urbanizadoras
Urbis y Banús (La Concepción, Estrella, Niño Jesús, Pilar, Moratalaz, Ampliación
de la Concepción), con tipología de bloques alineados a las calles, y con fuertes
densidades55, que recuerdan a veces algunos proyectos elaborados en ciudades
europeas durante los años 1915, a los que ya nos hemos referido.
También edificación de lujo en grandes avenidas que atraviesan el Ensanche,
como es el caso del Paseo de la Castellana de Madrid o la Diagonal de Barcelona.
Edificios que se elevan a la altura máxima permitida por las ordenanzas, dispuestos
en manzana cerrada (en las partes más centrales) o como edificación abierta
rodeada de zonas ajardinadas (en las partes más alejadas del centro). En estos casos
se construyen viviendas amplias y con todas las dotaciones.
460 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Puede citarse como ejemplo, por estar bien estudiado, el caso del ensanche de
Gràcia, y de otros municipios del llano de Barcelona, en los que la acción de diversos
propietarios parcelando sus fincas con el permiso del ayuntamiento ha podido
dar lugar a planos aparentemente unitarios.
Respecto a Gràcia ya hace tiempo se señaló que la urbanización que realizaron
diversos propietarios particulares en este municipio durante el siglo XIX se hizo a
través de yuxtaposición de parcelaciones, con plazas centrales, y que eso «consiguió
en pocos años una unidad conjunta como si de un trazado unitario se tratara»58.
Más recientemente se ha insistido en esa misma idea, considerando que el
crecimiento de Gràcia en el siglo XIX permite comprobar que «con muy poco hay
bastante para que un proceso espontáneo encuentre su aliento y una firme cohesión
interna»59. Claro está que eso puede decirse en un momento en que se cuestiona el
planeamiento, y dominan las ideas «contra el plan» y es difícil escapar al ambiente
neoliberal de finales de los ochenta y la primera mitad de los noventa del siglo XX.
En realidad el proceso es más complejo y menos exitoso de lo que se dice, y el
resultado difícilmente puede considerarse aceptable. Es cierto que en esas parcela-
ciones no se produce una situación de anarquía, porque eso hubiera impedido
valorizar los terrenos. Pero también lo es que el resultado no es brillante: las calles
podían ser más anchas y el trazado más refinado en lugar de una simple yuxta-
posición de calles rectas con plazitas incorporadas para valorar ciertos espacios.
El estudio de Eliseo Toscas sobre Sarrià nos muestra que esas parcelaciones se
han realizado por propietarios que pudieron obtener permiso para ello por ayunta-
mientos complacientes gracias a alianzas políticas o favores de algún tipo, y que
no era el bien público lo que se buscaba sino esencialmente la valorización de los
terrenos y la obtención de beneficios económicos, además, a veces, de la creación
de vínculos de lealtad política cuando se concedían contratos privilegiados a algunos
compradores60.
En las parcelaciones de iniciativa privada existe una primera e importante
división entre las que se realizan con permiso legal del municipio, a las que ahora
nos referimos, y las que se hacen fuera de normativa, a las que aludiremos más
adelante. Pero entre las primeras, existe a su vez otra distinción importante entre
los que venden solamente parcelas que luego se construyen –y que es la situación
más general, especialmente entre los propietarios que parcelan sus propias fincas–
y los que parcelan y construyen las viviendas para la venta, convirtiéndose así en
verdaderos promotores. Naturalmente el paisaje resultante es diferente, más variado
en el primer caso y más homogéneo en el segundo.
Si la primera situación es la que se da en las mayores operaciones de parcelación
durante el siglo XIX y primer tercio del XX, la segunda se traduce en pequeñas
operaciones de construcciones de casitas individuales, de planta baja o dos plantas.
La variedad de esas promociones es muy grande y aparecen identificadas en el
plano parcelario como unidades reducidas que dan lugar a la creación de unas
pocas calles, y a veces incluso de una sola o de un simple pasaje (Figura 12.6).
En Barcelona encontramos numerosos ejemplos de esta parcelación sobre todo
a partir de la Ley de Casas Baratas de 1911, empezando por la primera de todas en
462 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Fig.12.5 El núcleo antiguo de Les Corts, Barcelona. Se trata de un pequeño núcleo de campesinos en torno a la calle de Les Corts
(a la izquierda), completado en la segunda mitad del xix con parcelaciones particulares, con plazas en donde
se ubicaron el antiguo ayuntamiento (Plaza Comas) y la iglesia (Plaza de la Concordia)
463
464 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
parcial o totalmente ilegal. Lo cual nos lleva hacia las tramas de crecimiento
marginal, de autoconstrucción y barraquismo.
AUTOCONSTRUCCIÓN Y BARRAQUISMO
A partir del siglo XIX la población de muchas ciudades creció siempre más
rápidamente que los alojamientos. El problema de la vivienda se convierte así en
una cuestión fundamental.
Como ya hemos visto65, la escasez de viviendas en muchas ciudades españolas
–y europeas o americanas en general– dio lugar a la proliferación de alojamientos
insalubres. Los barrios antiguos de la ciudad se fueron convirtiendo, como también
se ha dicho, en áreas populares, al ir siendo abandonadas por sus antiguos mora-
dores acomodados. Muchos edificios del casco antiguo comenzaron un proceso
de subdivisión y se convierten en vivienda de grupos populares, especialmente
inmigrantes recién llegados a la ciudad.
Cuando esos alojamientos del casco antiguo resultaban insuficientes, empe-
zaron a aparecer viviendas para grupos populares situadas fuera de todo control
en los sectores extramuros, a veces fuera de las zonas polémicas, si se trataba de
ciudad amurallada. Frecuentemente las tierras que se han podido ocupar han sido
tierras públicas, incluyendo algunos ejidos que quedaron residuales después de la
última desamortización; también los lugares insalubres y poco valorados, incluso
el lecho mayor inundable de un río, y las áreas alejadas del casco urbano y mal
comunicadas con él.
La morfología de las ocupaciones marginales es bien conocida, y en su nivel
inferior está constituida por los barrios de barracas o de chabolas (en otros países
favelas, bidonvilles, barrios de lata y otras denominaciones). Se trata de una
morfología específica, en la que domina la desorganización, las calles estrechas sin
asfaltar, la vivienda somera, a veces construida con materiales de desecho (chapa,
cartón, bidones ...), la suciedad, la insalubridad y la carencia de equipamientos.
Todo el mundo puede fácilmente identificar esas imágenes como las imágenes de
la pobreza, del subdesarrollo. Las parcelas son pequeñas o minúsculas, desiguales,
con una disposición desorganizada, si se trata de asentamientos espontáneos; y
homogéneas cuando son resultado de una parcelación dirigida a grupos de muy
escasos recursos. Cuando se pueden consolidar las viviendas, los edificios son
generalmente de una sola planta, de reducidas dimensiones, a veces de menos de
30 m2, estructura muy sencilla, y frecuentemente de autoconstrucción, con una
elemental división en habitaciones y a veces con un patio interior. Las dotaciones
infraestructurales son mínimas o inexistentes, con carencia de agua corriente e
incluso a veces de retrete.
Las descripciones son abundantes y muestran la existencia de estas tipologías
de vivienda en ciudades muy diversas, desde la antigüedad hasta hoy. Pero los
testimonios de la existencia de esas viviendas modestas, pobres, someras, se hacen
mucho más numerosos desde finales del siglo XIX, y aparecen tanto en las obras de
LOS TEJIDOS URBANOS
Fig. 12.6 Pasajes para vivienda popular, y tramas viarias, antiguos torrentes y acequias (el Rec Comtal, de origen medieval),
junto a parcelas industriales y equipamientos ferroviarios, en el barrio de Sant Andreu, Barcelona
465
466 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Se trata, como hemos dicho, de una situación muy corriente cuando los propie-
tarios del suelo rústico parcelan y convierten en suelo urbano fincas situadas en
áreas donde legalmente no puede edificarse. Por ejemplo, en áreas que según la
legislación española tras la Ley del Suelo de 1956 se consideran no urbanizables.
Una parte del crecimiento de las ciudades españolas de los años 1960 se realizó
en ese tipo de urbanizaciones ilegales. Algo que no ha de entenderse como resultado
del azar, sino como consecuencia de estrategias conscientes de los propietarios del
suelo rústico, que de esa manera consiguieron urbanizar suelo fuera de toda
normativa.
468 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
En todo caso, en los años 1960 y 70 algunos autores defendieron las ventajas
de la autoconstrucción como factor de integración y para elevar el nivel de vida de
las poblaciones93. También se pudo resaltar la libertad para construir y sobrevalorar
los conocimientos técnicos constructivos y la creatividad de las clases populares.
Pero también desde la dimensión urbanística se ha podido valorar esa forma
de ocupación del suelo y de vivienda. Sobre todo por su flexibilidad, como hicieron
los miembros del Laboratorio de Urbanismo de Barcelona. Se destaca su flexibilidad
y su capacidad para la «invención de formas y tipos urbanos»94.
La amplitud del problema de estos alojamientos y la necesidad de viviendas
hizo que en los años 1970 y 80 no se planteran ya procesos masivos de destrucción
de barrios de autoconstrucción y barraquismo, sino solo de los peores, lo que en
España vino facilitado desde la transición política por una actitud del poder público
de mayor diálogo con la población. A partir de la experiencia en algunas ciudades
iberoamericanas, en los años 1975 y 1980 al plantearse el tipo de intervención en
los asentamientos ilegales o espontáneos, frente a las políticas tradicionales
tendentes a la destrucción se trató ahora de completar las dotaciones, de regularizar
las parcelaciones irregulares y clandestinas, y de integrarlas en el tejido urbano.
Por los mismos años en Brasil el pacto político de no expulsión de las favelas
garantizó que los habitantes no serían desplazados de ellas. Se regularon las
parcelaciones irregulares y clandestinas, como una forma de reprimir la actividad
especulativa y el incumplimiento de las normativas urbanísticas, pero a la vez
estimula la localización residencial periférica y desarticulada. Se apoyaron también
los sistemas de autoconstrucción con participación de los vecinos y ayuda mutua
y se dejó la rehabilitación de las viviendas a la iniciativa individual95.
En Bogotá y otras grandes ciudades de países iberoamericanos el Banco
Mundial ha apoyado la creación de barrios de autoconstrucción preparando áreas
con parcelas e infraestructuras básicas que se conceden a las familias para que
éstas, con asesoramiento técnico, puedan construir la vivienda, y tengan luego la
posibilidad de mejorarla en el futuro. Se trata de una política que podría servir en
situaciones de emergencia y de fuerte inmigración de población de origen rural,
siempre que las dimensiones de las parcelas no fueran tan diminutas como
acostumbra a ser en algunas de las experiencias que conozco.
De todas maneras, algún autor piensa que el énfasis en la autoayuda fue en
realidad una cobertura para justificar la escasa actuación por parte de los gober-
nantes en cuestiones básicas sobre la reforma urbana, los impuestos progresivos y
la especulación del suelo96. En todo caso, la experiencia ha mostrado que las áreas
de autoconstrucción con propiedad del suelo pueden modificarse si existe una
inversión a largo plazo y autoconstrucción con mejora. Los ejemplos de muchos
barrios de autoconstrucción que se habían constituido en las ciudades españolas
en los años 1950 y 60 pueden servir de estímulo para otras muchas de las ciudades
en rápida expansión en países iberoamericanos y de otros continentes: una política
de inversiones de los ayuntamientos de izquierda han permitido la mejora de estos
barrios y la erradicación de los graves problemas que tuvieron en el momento de
su construcción.
474 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Son numerosas las urbanizaciones concebidas como de ciudad jardín y que han
mantenido ese carácter, defendidas por la normativa legal o por acuerdos tácitos o
explícitos entre los propietarios. Pero también se han dado dos tipos de evoluciones.
Una, más temprana, hacia la deterioración y la conversión en áreas de urbanización
marginal. Otra hacia la construcción de bloques de viviendas y la densificación. La
primera se produjo en aquellas urbanizaciones que no tuvieron éxito.
Conviene recordar que el negocio del suelo es a veces arriesgado. En ocasiones
propietarios y promotores realizan una parcelación prevista para clases adineradas
y las previsiones no se cumplen, por lo que acaba dedicándose a clases populares.
Las razones pueden ser diversas. Ante todo, la expansión de la ciudad no se
realiza a veces de acuerdo con las tendencias anteriores y hay cambio en la dirección
de la misma o en la tendencia de los grupos dominantes. Ejemplo de esas modifica-
ciones puede ser, en el caso de Barcelona, la plaza de las Glorias y los sectores
próximos, convertidos en residencia de clases populares a pesar de las previsiones
del planeamiento del Ensanche de Cerdá y en el plan de Jaussely.
LOS TEJIDOS URBANOS 479
Por otro lado, influye también la moda, que puede hacer que los grupos
adinerados descubran de pronto el interés de las localizaciones litorales, como
sucedió a partir de de los años 1880 para pasar el veraneo, y a partir de los años
1920 o 30 para residencia permanente debido a la valoración del sol y la playa.
Hay que tener en cuenta asimismo otros factores, tales como la tardanza en
llegar los servicios y las infraestructuras públicas o privadas; la distancia excesiva
al centro urbano; la construcción de viviendas populares (por el Estado, el muncipio
o particulares) cerca del sector previsto para clases adineradas; la coyuntura
económica negativa que afecta a las clases adineradas.
Esa situación se ha producido, especialmente en el caso de urbanizaciones
tipo ciudad jardín para clases ricas diseñadas en los años 1920 y que quedaron sin
ocupar por la caida de ventas producida por la crisis del 29, y por la guerra civil en
España o por la guerra mundial y la postguerra. No se vendieron en un primer
momento, y luego se convirtieron en áreas de vivienda popular en los años de la
gran inmigración de las décadas de 1940 y 1950.
Es el caso de muchas urbanizaciones de ciudad jardín promovidas en torno a
Barcelona desde alguna de las más lujosas, como la del Park Güell que había
diseñado Gaudí y que se salvó por su conversión en parque público municipal, a
las de carácter más popular como las de Torre Baró o alguna de Santa Coloma de
Gramenet.
Ejemplos semejantes pueden citarse en otros lugares. Así en la ciudad de Natal,
Bahia, el de la urbanización Loteamento Reforma, en una buena posición al borde
de la carretera principal de conexión de Natal con el interior del Estado bordeando
el río Potengui. La parcelación de 14 millones de m2 y un total de 506 manzanas en
distribución ortogonal con calles anchas, de hasta 20 m se registró en 1964 y
constaba de 8.782 solares. Los cambios de tendencia en la expansión de Natal y el
prestigio que alcanzaron las localizaciones de borde del mar hizo que quedara sin
ocupar durante varios años, y a partir de 1968, tras un acuerdo con el ayuntamiento
que permitió el cambio del plan y la subdivisión de las parcelas, se destinó a inmi-
grantes recientes que lo convirtieron en un sector de autoconstrucción y, eventual-
mente, en parcelas de agricultura a tiempo parcial, dando lugar a los barrios de
Felipe Camarão y Guarapes119.
La segunda evolución antes citada, hacia la construcción de bloques de
viviendas y la densificación, se produjo a partir de los años 1960, cuando esos
sectores antes alejados se integran en el tejido urbano expansivo y existe la posibi-
lidad de reconvertirlos en espacios de alta densidad. Y por el hecho de estar situados
esos barrios en entornos agradables la estimabilidad aumenta y, con ello, el precio
también.
En las ciudades españolas el proceso de transformación de las ciuades jardín
burguesas que pasan a estar integradas en el casco, se inicia a partir de los años
1960, cuando empezaron a experimentar una fuerte presión con el crecimiento de
la población urbana y disminución de la oferta inmobiliaria en el casco urbano
consolidado.
480 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
La urbanización abierta
A partir de los años 1930 los principios del urbanismo racionalista dieron origen
a un nuevo tipo de urbanización en el que, como hemos visto, se cuestiona el
binomio fachada-calle128. Se introduce una nueva tipología de tejidos urbanos con
bloques en edificación abierta, lo que en la bibliografía anglosajona se conoció
como open planning, con desparición de la calle tradicional. Cuando a partir de
los años 1950 se empiecen a construir masivamente polígonos de viviendas éstos
adoptarán en su inmensa mayoría los principios de la Carta de Atenas y las
tipologías abiertas.
Es el tejido de los grands ensembles, las new towns del planeamiento británico,
las villes nouvelles, los polígonos de viviendas. Ya hemos hablado suficientemente
de ellas antes129 y resulta ahora innecesario insistir en sus características.
Nos limitaremos a señalar que en los tejidos de edificación abierta los bloques
de viviendas se pueden disponer de muchas formas diferentes, según el trazado de
las vías de circulación automóvil y de las vías de acceso y peatonales, así como los
espacios verdes, las necesidades de vistas, aunque siempre con una separación que
está en relación con la altura y las necesidades de insolación. Los bloques podían
construirse de forma aislada o a veces en combinación con tipologías de viviendas
adosadas bajas, de una o dos plantas. En conjunto la arquitectura racionalista fue
mucho más que un estilo internacional, como a veces se la denomina, verdadera-
mente un estilo mundial, con la que se han implantado en todo el mundo estruc-
turas arquitectónicas semejantes, prescindiendo de las especificidades locales. En
el campo de la morfología urbana, el racionalismo arquitectónico ha conducido a
una homogeneización de los tipos a escala mundial.
En España, dejando aparte algunas iniciativas del GATEPAC, entre las cuales
la «casa bloque» de Sert, fue en los años 1950 cuando realmente se iniciaron intentos
para superar la manzana cerrada de los ensanches. Uno de los primeros fue el del
grupo de viviendas de la calle Escorial de Barcelona, de Alemany, Bohigas y otros,
1955; en ese como en algunos otros que le siguieron la aplicación a las manzanas
de los ensanches de la arquitectura de los polígonos se refleja en la preocupación
para que todos los pisos sean exteriores y soledados, en la elevación de los bloques
y alta densidad que se compensa con espacios libres.
Existe toda una variada tipología de tejidos de polígonos, en relación con la
época de construcción y, sobre todo, con los grupos sociales a que se destinan. El
caso de España es bien característico. Cuando en la segunda mitad de los años
1950 se puso en marcha una política de construcción masiva para resolver el grave
problema de la vivienda, los polígonos que se construyeron fueron muy variados
(Figura 12.8).
LOS TEJIDOS URBANOS
Fig 12.8 La antigua iglesia de Sant Martí de Provençals es el núcleo inicial del municipio de ese nombre, anexionado a Barcelona en
1897. Junto a ella se mantenían todavía en 1970 parcelas agrícolas y masías medievales. Sobre el malecón de la vía del tren se había ido
desarrollando un importante conjunto de barracas ocupadas principalmente por gitanos. Y en las inmediaciones aparecen bloques de
viviendas con diseños típicos del urbanismo racionalista
483
484 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
características del open planning convenientes para el negocio: torres aisladas, fuerte
densidad, trazados con desconocimiento del parcelario original, unido a un
aprovechamiento de la máxima edificabilidad posible, de lo que son bien significa-
tivos los ejemplos de Valladolid o Valencia132.
Además de los polígonos, en las nuevas expansiones se han utilizado formas
tradicionales; y formas relativamente nuevas entre las que destacan los chalets
adosados que van adquiriendo una amplia presencia en las áreas suburbanas.
Los proyectos más ambiciosos de expansión urbana parecen mezclar todas las
tipologías de edificios y de tejidos urbanos. Así ocurre en el proyecto de expansión
de Madrid hacia el norte, que prevén la urbanización de un total de 1.400 ha y la
construcción de casi 50.000 viviendas133. Se trata de las llamadas Operación Cha-
martín, Monte Carmelo, Sanchinarro y Las Tablas. Si en la primera, construida en
buena parte sobre terrenos recalificados de Renfe, debido a su posición central en
la prolongación de la Castellana, se van a localizar viviendas y edificios de oficinas,
en las otras dominarán las viviendas con zonas verdes y equipamientos comerciales,
con tramas urbanas que derivan lejanamente de los trazados de ciudad jardín.
Las áreas turísticas se han ido configurando como espacios específicos, con
tipologías diversas, entre las que hay que incluir las tipologías constructivas tradicio-
nales. La evolución se inició ya en los años 1970 cuando, coincidiendo con el cuestio-
namiento de la arquitectura racionalista y el nuevo interés por los núcleos históricos,
por las tipologías y las técnicas tradicionales de construcción134, algunos arquitectos
volvieron a ese modelo no solo para diseñar edificios sino también núcleos residen-
ciales. Es entonces cuando determinadas promociones turísticas dejan de ser dise-
ñadas con la tipologías hasta entonces dominantes (de ciudad jardín o de bloques)
y adoptan la forma de aldeas tradicionales. Uno de los primeros ejempos fue Port
Grimaud, cerca de Saint Tropez, diseñado como un pueblo de pescadores135, aunque
en los años 1970 y 80 se fueron difundiendo por todas las áreas turísticas (como,
por ejemplo, en España el Roc de Sant Gaietá en Tarragona, Zahara de los Atunes
en Tarifa y otros) tratando de recrear un ambiente que recuerde el encanto y el
carácter tradicional y pintoresco de las aldeas rurales y los pequeños pueblos.
En las ciudades han aparecido también, aunque de forma todavía insuficiente,
viviendas para nuevos núcleos sociales de convivencia (familias más pequeñas,
jóvenes, separados, jubilados).
A todo ello podemos añadir las nuevas estructuras relacionadas con la cons-
trucción de equipamientos comerciales y de ocio. Entre ellos podemos citar los
cambios en la morfología de las ciudades marítimas: los frentes marítimos afectados
por el crecimiento y el desplazamiento del nuevo puerto y por la obsolescencia y
modificación de las viejas áreas portuarias.
El debate entre la expansión en viviendas unifamiliares o en bloques compactos
vuelve hoy a plantearse, como en los años 1930. El futuro parece anunciar el desa-
rrollo de barrios cerrados y de torres elevadas para viviendas, es decir, la valoración
de la vivienda en rascacielos. Parece haberse abierto la carrera hacia los gigantescos
rascacielos capaces de alojar a miles de personas y a multitud de servicios. La
tendencia parece ser imparable y se extiende a muchas ciudades. En julio de 1999
LOS TEJIDOS URBANOS 487
extranjeros que vivían en la ciudad, como 89 El primero, situado sobre una cañada
Ramón Casas (por ejemplo en «Le Sacre real, que es suelo público, poseía ya en
Coeur, Montmartre», 1891). aquel momento 700 viviendas y crecía a
69 Citados en Terán, 1976; Brandis 1983, razón de 10 chabolas nuevas e ilegales por
págs. 139 y ss. mes; estaba habitado, sobre todo, por
70 Según la expresión de un grupo de inmigrantes marroquíes que habían
higienistas (E. Mira, Salvador Navarro, llegado a pagar hasta 1 millón de pesetas
Jaime Aiguadé y Francisco Munta) que por una casa ilegal. El País, 24.IX.1999,
criticaron esas viviendas a través del Madrid, págs. 1 y 3.
semanario socialista Justicia Social (en los 90 300 rumanos de Madrid trasladados al
ocho números publicados desde el primer campamento para nómadas. La
24.XI.1923 al 23.VIII.1924). También policía sacó de sus chabolas a los inmi-
dedicó atención al tema la ponencia que grantes de madrugada». Fueron traslada-
presentaron el Dr. Pons y el arquitecto dos a 80 tiendas de campaña en un nuevo
José María Martino al Congreso Nacional campamento para nómadas de la Cañada
de Higiene de la Habitación celebrado en de los Canteros, a 1,5 km de la parada
Barcelona en octubre de 1922; sobre ello, del autobús más cercano, aunque con
García Castro de la Peña 1974. duchas, letrinas, cocinas luz y una escuela
71 Datos sobre todos ellos en Lozano Berto- infantil; El País, 9.VI.2000, pág. 28.
lozzi y Cruz Villalón 1995, págs. 47 ss. 91 AC, Barcelona, nº 18, 2º trimestre 1935,
72 Especial importancia tuvo la celebración pág. 15
de La Semana del Suburbio en 1957, una 92 Hall 1996, cap. 8.
bibliografía general sobre el tema en 93 Lewis 1972.
Capel 1967. 94 Solá-Morales 1991; en su Teoría de la
73 Sobre Madrid, Leira-Gago y Solana, 1976. urbanización marginal este autor alude en
74 Muntañola 1971. algún caso a la casa-cáscara o casa-piel.
75 Lub 1972, M. de Solá-Morales et al. 1975, 95 Larangeira 1996.
Busquets 1974 y 1975 y 1992. 96 Gilbert & Gunler 1982, pág. 105.
76 García Herrera y Pulido Mañes 1982. 97 Diccionario de la lengua española, de la
77 Mas Hernández 1991. RAEL, sub voce, 2.
78 Mas Hernández 1991. 98 Helma Hellinga 1983, y Kemme 1987.
79 Ward 1985 (cit. por Mas Hernández 99 Capítulo 9.
1991). Véase también Bataillon 1971. 100 Alvargonzález Rodríguez 1986.
80 Clichevsky 1975 y 1982. 101 Sendín García 1988, p. 185.
81 Clichevsy, Prevot y Schneier 1990. 102 Miguel Martínez Ginesta. «Las construc-
82 Hidalgo 2000. Una valoración positiva de ciones de Madrid». Madrid Moderno,
esos movimientos de pobladores, que enero 1881, pág. 202. Cit. por Brandis
serían duramente reprimidos durante la 1983, pág. 107.
dictudura de Pinochet, en Castells 1973 103 La urbanización de «estilo inglés» en
(cap. 5 «De la prise de la ville à la prise torno al paseo de la Castellana con
du pouvoir: lutte urbaine et lutte révolu- palacetes rodeadados de jardines consti-
tionnaire dans le mouvement des pobla- tuyó un modelo para urbanizaciones
dores au Chili»). periféricas de Ciudad Jardín en otras
83 Larangeira 1995, pág. 243, con cifras de ciudades, como hemos dicho (capítulo 9)
crecimiento, desde 138.000 en 1940. que ocurrió en la Ciudad Jardín La
84 Larangeira 1995, pág. 257. Castellana de Burgos, diseñada en los
85 Larangeira 1995. años 1920 (Andrés López 2000, pág. 122).
86 Ferreira, Angela de Araujo 1996 y 1999. 104 En Brandis 1983, pág. 113.
87 Respecto a Brasil, Villaça 1986, en 105 Soria y Puig 1968; Terán 1968; Brandis y
Ferreira 1996 pág. 40. Mas Hernández 1981; Maure Rubio 1991;
88 Lora Tamayo 1993. Díez de Baldeón 1993; Porfiriou 1996.
494 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
106 Se trata de la Colonia Metropolitano por de uso; la revista La Veu del Carrer de la
la Compañía Urbanizadora Metropo- Federación de Asociaciones de Vecinos de
litana (1920) entre la Glorieta de Cuatro Barcelona ha venido denunciado también
Caminos y la Moncloa, el Parque numerosas irregularidades producidas en
Residencial (1930-1933) en la segunda los últimos diez años.
zona del Ensanche, para cuya construc- 124 Sendín García 1988, pág. 186.
ción se formó la Cooperativa de Casas 125 Datos de Sendín, 1988, pág. 187; es intere-
Económicas Residencia y en la que la sante también el caso de los intentos de
mayor parte de los chalets fueron cons- densificación de la Ciudad Jardín La
truidos por arquitectos de la generación Castellana en Burgos, estudiados por G.
del 25; y la colonia de Los Previsores de Andrés López 2000, págs. 148 y ss y 174
la Construcción S.A., de casas baratas al ss.
este del Retiro, interrumpida por la 126 Sobre ello Daldá, tesis doctoral, págs.
llegada de la guerra civil; Brandis 1983, 109-112. Con referencia a Galicia, pero
pág. 169-70. con validez general, este autor ha escrito
107 Tatjer 1993. que «el arrastre estructural de las obras
108 Ainsa et al. 1998, y Tatjer 1993. en caminos no puede ocultarse: imple-
109 Bascoechea 1995. mentadas en ausencia de programas
110 Arriola Aguirre 1984. municipales y sin un marco de ordena-
111 Miralles Matos 1995. ción urbanística, continúan suponiendo
112 Iniciativa del arquitecto Juan Moya e una acción directa de urbanización
Irigoyen en 1918 (Moya 1919); el proyec- extensiva del territorio y el apoyo más
to no prosperó por la imposibilidad de explícito y eficaz al proceso de disper-
encontrar terrenos municipales para sión» (pág. 114).
construir viviendas baratas con destino 127 Respecto al área metropolitana de
a la población desalojada; sobre ello Barcelona, véase el estudio de Vilanova
Andrés López 2000. 1997 y Font, Llop y Vilanova 1999.
113 Gutiérrez Lázaro 1925. 128 Capítulo 10, pág. 391.
114 Ruiz García 1990-91. 129 Capítulo 11, pág. 412.
115 Como ocurrió en el ensanche de Córdoba 130 Brandis 1983, pág. 300.
de 1917, García Verdugo 1986, pág. 162 131 López de Lucio 1999 y 2000. En las
ss. páginas que siguen utilizo parte de un
116 Por ejemplo, en Burgos, Andrés López texto que escribi para el curso «Cidade e
2000, p. 110 ss. urbanismo na Peninsula Ibérica» cele-
117 Conflicto muy bien estudiado en lo que brado en la universidad de Lisboa (julio
se refiere a la Ciudad Jardín La Castellana 2000) y cuya publicación es insegura.
de Burgos por Andrés López 2000, págs 132 Sobre la primera ciudad García Cuesta
140 ss y 174 ss. 2000, y sobre la segunda Gaja 2000.
118 Brandis 1983, pág. 210. 133 El País, 25.II.2001, pág. 27.
119 Ferreira 1996, cap. 9. 134 De lo que hemos hablado en el capítulo
120 Entre 1946 y 1954 el precio de la zona 1 y en el 11.
del Bibio en Oviedo se multiplicó por 135 Ellin 1995, pág. 30 y ss.
144, lo que preparaba la transformación 136 El País, 7.III.1999, pág. 38.
que enseguida se produjo, Sendín García 137 El País, 4.VI.2000, Negocios, pág. 12.
1988. 138 Como el Atlas nacional de España
121 Volumen II, capítulo sobre agentes (Madrid: Ministerio de Obras Públicas y
urbanos. Transportes/Dirección General de
122 En Gran Bretaña, por Whitehand 1992, Instituto Geográfico Nacional, 1991.
págs. 138 ss. Sección IV, grupo 14b, «Potenciales
123 En el libro La Barcelona de Porcioles se demográficos», dirigido por José Luis
dan numerosos ejemplos de esos cambios Calvo Palacios); o el que han elaborado
NOTAS AL CAPÍTULO 12 495
Pedro Requés Velasco y Vicente Rodrí- de la ciudad dispersa véase también los
guez Rodríguez 1998. diferentes trabajos incluidos en Monclús
139 Por ejemplo, por Pedro Requés Velasco y (ed.) 1998.
Vicente Rodríguez Rodríguez Atlas de la 145 Como se ha hecho en un excelente estu-
población española, «Mapas «Cambio dio de la morfogénesis del area metro-
demográfico municipal», 1979-81, 1981- politana de Barcelona, en el que además
91 y 1991-96. de los ambientes urbanos tradicionales
140 López de Lucio 1999. (aglomerados urbanos, extensiones y
141 Tamames 1966. filamentos) y de las tipologías de baja
142 Trullén 2000. Véase El País 8.VI.2000, densidad (urbanizaciones secundarias
Cataluña, pág. 8; y La Vanguardia 8.VI. desagegadas y asentamientos dispersos
2000, Vivir en Barcelona, pág. 6. que resultan de la ocupación individua-
143 Como declaró Josep María Grau, director lizada del territorio rústico) se consi-
general de la inmobiliaria Incosa, de La deran los escenarios en red, los espacios
Caixa, La Vanguardia, 19.XII.1999, Vivir de articulación entre las escalas local y
en Barcelona, págs. 1 y 3. metropolitana y los espacios inciertos de
144 Francesc Peremiquel, departamento de gran potencialidad de cambio por su
Urbanismo de la Escuela de Arquitectura obsolescencia o marginalidad; Vilanova
de Barcelona, UPC, en un estudio que 1997 y Font, Llop y Vilanova 1999.
analiza la evolución de la vivienda en el 146 Sobre dicha política en Gran Bretaña,
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Colección «La estrella polar»
1. Huellas en la playa de Rodas. Naturaleza y cultura en el pensamiento occidental
Clarence J. Glacken
2. Geografía, estadística y catastro en España: 1856-1870
J.I. Muro, F. Nadal y L. Urteaga
3. La industria del gas en Barcelona: 1841-1933
Innovación tecnológica, territorio urbano y conflicto de intereses
Mercedes Arroyo
4. Los ingenieros de montes en la España contemporánea: 1848-1936
Vicente Casals
5. Ciudades del mañana. Historia del urbanismo en el siglo XX
Peter Hall
6. Democracias desiguales. Cultura política y paridad en la Unión Europea
María José Aubet
7. La geografía en la vida cotidiana. De los mapas cognitivos al prejuicio regional
Constancio de Castro
8. Historia de la filosofía I: la antigüedad
Juan Carlos García-Borrón
9. Historia de la filosofía II: edad media, renacimiento y barroco
Juan Carlos García-Borrón
10. Historia de la filosofía III: siglos XVIII, XIX y XX
Juan Carlos García-Borrón
11. Didáctica de la geografía. Problemas sociales y conocimiento del medio (2ª ed.)
Xosé M. Souto González
12. ¿Qué es la filosofía?
Jean-Pierre Faye
13. El siglo de las ideologías
Jean-Pierre Faye
14. El tabaco que fumaba Plinio. Escenas de la traducción
en España y América: relatos, leyes y reflexiones sobre los otros
Nora Catelli y Marietta Gargatagli
15. El descubrimiento de la evolución
David Young
16. Nombrar la materia
Una introducción histórica a la terminología química
Antonio García Belmar y José R. Bertomeu Sánchez
17. El arte de la modernidad. Estructura y dinámica de su evolución; de Goya a Beuys
Sandro Bocola
18. La ciudad y otros ensayos de ecología urbana
Robert Ezra Park
19. El espectro de Demócrito. Atomismo, disidencia
y libertad de pensar en los orígenes de la ciencia moderna
Pedro de la Llosa
20. Forma y dimensiones de la Tierra. Sintésis y evolución histórica
Mario Ruiz Morales y Mónica Ruiz Bustos
21. Raza, identidad y ética
Eduardo Teillet Roldán
22. Metodología y práctica de la Biogeografía
Guillermo Meaza (coord.)
23. Materialismo y religión: ciencias de la vida en la Europa ilustrada
Javier Moscoso
24. El amor en la adolescencia
Hablando de sexualidad y de relaciones personales en la escuela
Erik Centerwall
25. Los océanos. Medio ambiente, recursos y políticas marinas
Juan Luis Suárez de Vivero (coord.)
26. Una Historia Natural de Filipinas. Juan de Cuéllar, 1739?-1801
María Belén Bañas Llanos
27. Filosofía política I. Luces y sombras de la ciudad
J.M. Bermudo
28. Filosofía política II. Los jalones de la libertad
J.M. Bermudo
29. Filosofía política III. Asaltos a la razón
J.M. Bermudo
30. Conferencias y artículos (3ª ed.)
Martin Heidegger
31. Sociedades y territorios en riesgo
Francisco Calvo García-Tornel
32. El fin del siglo posmoderno
Juan Carlos F. Naveiro
33. El hombre como problema.
Filosofía, ciencia y subversión en la antropología del siglo XIX
Jerónimo Bouza Vila
34. Serenidad (4ª ed.)
Martin Heidegger
35. Crítica de la razón sexual
Ignacio Castro
36. Mapas y civilización. Historia de la cartografía en su contexto cultural y social
Norman J.W. Thrower
37. La morfología de las ciudades. I. Sociedad, cultura y paisaje urbano
Horacio Capel
Colección Arquitectura/estudios críticos
1. León Batista Alberti
Josep M. Rovira, y M. Dezzi Bardeschi, E. Garin,
R. Romano, J.M. Rovira, A. Tenenti, M. Tafuri
2. Adolf Loos
Antonio Pizza, y S. Anderson, M. Cacciari, J. Lubbock,
A. Melchiorre, S. von Moos, A. Rossi, Y. Safran, E. Sibour
3. Erik Gunnar Asplund
José Manuel López Peláez, y A. Fant, L. Lerup, B. Linn, J. Martelius,
G. Milelli, D. Porphyrios, C. St. John Wilson, M. Treib, S. Wrede
4. Frank Lloyd Wright
José Ángel Sanz Esquide, y H. Allen Brooks, H.-R. Hitchcock,
N. Levine, C. Rowe, V. Scully
5. Antoni Gaudí
Salvador Tarragó, y E. Casanelles, G.R. Collins, J.-E. Cirlot,
F. Chueca Goitia, F. Folguera, R. Pane, J. Rubió i Bellver, J.M. Sostres
6. Aldo Rossi
Alberto Ferlanga, y E. Bonfanti, F. Dal Co, P. Eisenman, A. Ferlenga, J.J. Lahuerta,
D. Libeskind, R. Moneo, M. Narpozzi, P. Portoghesi, V. Savi, V. Scully, D. Vitale
7. Constructivismo ruso.
Sobre la arquitectura de las vanguardias ruso-soviéticas hacia 1917
Ton Salvadó, y J-L. Cohen, C. Cooke, A.A. Strigalev, M. Tafuri
8. Louis I. Kahn
Maurizio Sabini, y Ch. Devillers, N. Dostoglu, K. Frampton, M. Frascari,
J. Gubler, J. Lucan, A. Malo, P. McCleary, E. Vivoni, J. Wickersham
9. Giuseppe Terragni. Arte y arquitectura en Italia durante los años treinta
Antonio Pizza, y C. Belli, F. Benzi, M. Bontempelli, L. Caramel,
G. Ciucci, M. Labò, E. Pontiggia, Th. Schumacher, M. Tafuri
10. Alvar Aalto
A. Armesto, V. Brossa, A. Colquhoun, A. Duany, N.C. Finne,
G.K. Koenig, K. Mikkola, L. Mosso, D. Porphyrios, S. Wrede
Colección Arquitectura/teoría
1. Las variaciones de la identidad. Ensayo sobre el tipo en arquitectura
Carlos Martí Arís
2. La arquitectura de la realidad
Antonio Monestiroli
3. 1923. La construcción funcional moderna
Adolf Behne
4. La gran máquina. La ciudad en Le Corbusier
Xavier Monteys
5. El templo del siglo XX
Paloma Gil
6. Dibujar el mundo. Borges, la ciudad y la geografía del siglo XXI
Horacio Capel