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Este artículo es una publicación de la Corporación Viva la Ciudadanía

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Mirar para otro lado


En un país en que la impunidad ronda el 99%, como lo afirmó
el actual Fiscal General en su posesión y que uno de cada cuatro
investigados por delitos contra la administración pública paga
efectivamente penas que en promedio no superan los 2 años y
muchas veces terminan en detención domiciliaria, la solución a
la traba de la corrupción no parte sólo del aumento de penas,
hay que transformar imaginarios hacia la cultura de la legalidad
y la transparencia.

Ricardo Villa Sánchez


Abogado, Magíster en Desarrollo Social – Universidad del Norte

“La codicia corporativa y la corrupción han contribuido a repetidas crisis


financieras, económicas, sociales y ambientales”.
Jeffrey Sachs.

Alguna vez leí en las memorias de Gabriel García Márquez que para recuperar
el Río Magdalena era necesario sembrar sesenta millones de árboles en su
ladera, que en general son tierras de particulares que deberían renunciar a su
concentración de tierras y riquezas, por esta noble causa. Quizá su apreciación
era para descartar de tajo esta posibilidad. Quizá por esto, desde que muchos
tenemos uso de razón, en planes de desarrollo sucesivos, se ha hablado de la
aparente ilusión de la navegabilidad del río Magdalena.

Cualquier país del mundo desarrollado anhelaría contar con una arteria pluvial
de las características del Río Magdalena para el comercio, la logística, el
transporte de mercancías y pasajeros, el turismo, los servicios, en fin, para la
gobernanza del agua; sin embargo, para intervenir el río se habría concretado
un megaproyecto que ahora está en ascuas, al parecer porque acá en Colombia
los “ñoños” se creen los más astutos, si se tiene en cuenta que sumando los casi
85 mil millones reportados en coimas por la Fiscalía colombiana en el caso
Odebrecht, (llámese ruta del sol II y la navegabilidad del Río Magdalena) estas
obras estarían financiadas; sin desmeritar que esta transnacional de la
corrupción, también habría repartido, óigase bien, cerca de 790 millones de
dólares, en 11 países de Latinoamérica.

Antes decían que el problema de la corrupción lleva aparejado la pérdida de


inversión extranjera, ahora con estas redes internacionales mafiosas, como la
Operación Lezo, Odebrecht, Reficar, etc., pareciera que fuera una forma de
atraer capital golondrino, caldo de cultivo de elefantes blancos, depredación
ambiental, violación de derechos humanos, desigualdad, retraso y pobreza para
los países afectados y las mayorías, mientras muy pocos se benefician en su
franja de confort y privilegios.

Este sería el caso que estaría sonando en este momento, no obstante, si se


miran con detenimiento los últimos escándalos como las concesiones de
servicios públicos domiciliarios, las prestadoras de salud, las autopistas 4G sin
vías terciarias, el metro de Bogotá sin iniciar y el túnel de la línea sin terminar,
etc., uno podría determinar que en términos generales son proyectos
estratégicos para el desarrollo de la nación. La pregunta acá es: ¿Para qué, por
décadas, se ha frenado la realización de estos proyectos claves que posibilitarían
que Colombia entre a la modernidad?

¿Para mantener la economía excluyente extractivista, dependiente de los


escasos recursos naturales que nos quedan?; ¿para qué consumamos la comida
que otros no la quieren digerir, o comprar más onerosos los productos que en
otros lados desechan o prohíben?; ¿para usar las maquinarías y equipos que
allende determinan obsoletos?, ¿para impedir se le ceda el poder a gobiernos
alternativos? o ¿para que nosotros no tengamos un mercado interno con una
industrialización incipiente que permita la producción y la comercialización de
nuestros productos, el autoabastecimiento energético, de hidrocarburos, de
servicios, la soberanía alimentaria y el control territorial y de fronteras que
posibiliten instituciones incluyentes y mejores oportunidades para una
ciudadanía activa, productiva y con calidad de vida?; es decir, para obstaculizar
la profundización de nuestra democracia, nuestro desarrollo sostenible y para
que, en últimas, no seamos un estado-nación.

Cientistas sociales han argumentado que nuestro principal problema es la


anomia, que genera la autocomposición violenta y el atajo del dinero fácil a través
de la economía subterránea. Es así que la corrupción ha permeado a las
instituciones, los negocios y muchos aspectos de la cotidianidad. En un país en
que la impunidad ronda el 99%, como lo afirmó el actual Fiscal General en su
posesión y que uno de cada cuatro investigados por delitos contra la
administración pública paga efectivamente penas que en promedio no superan
los 2 años y muchas veces terminan en detención domiciliaria, la solución a la
traba de la corrupción no parte sólo del aumento de penas, hay que transformar
imaginarios hacia la cultura de la legalidad y la transparencia.

Carruseles de la contratación, burbujas y pirámides financieras, especulación,


sobornos, en un círculo vicioso que implica financiación de campañas electorales
para quienes eligen a los encargados de investigarlos y pago de coimas para
acceder a la ejecución de los recursos mediante contratación pública o alianzas
público-privadas, que al final de cuentas nos cuestan, según la Contraloría, cerca
de 50 billones de pesos al año y según diversos estudios económicos, se acerca
su impacto a un 4% del PIB Nacional. Eso hay que romperlo.

En esta coyuntura juega y son cruciales los efectos de los acuerdos de paz. Se
han hecho más visibles los males endémicos y estructurales de nuestras
instituciones entre la ciudadanía, y por tanto, también exigibles sus soluciones.
Asimismo se refleja que el modelo del capitalismo del desastre de entregarle el
manejo de los bienes y servicios públicos a los privados, no ha funcionado y
genera mayor desigualdad. No se puede mirar para otro lado. Hay que quebrar
esquemas e imaginarios, como esta tesis falsable que se ha acuñado y ha hecho
mella, de que para vencer a las guerrillas, se hizo un pacto con el clientelismo y
las mafias de la corrupción. Es necesario estar a la altura de esta coyuntura
crítica e histórica de nuestra nación, en la que son pertinentes sembrar nuevos
códigos morales para la construcción de la Paz y la reconciliación y para avanzar,
con libertad política, en nuestro desarrollo social y económico.

Edición 555 – Semana del 18 al 24 de Agosto de 2017

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