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Reporte de lectura Cristian Diosdado

Lancelot ou le Chevalier de la charrette

El caballero de la carreta es un roman courtois (novela cortés o cortesana) compuesto de

6150 versos octosílabos pareados y escrito entre 1176 y 1181 por el autor francés Chrétien

de Troyes (1130–1185 aprox.), de quien se dice que es el primer novelista de Francia y uno

de los iniciadores de su literatura cortesana, durante una época en que surgieron diversas

ideas sobre quién o quiénes debían detentar el poder político. Por causas desconocidas, el

romance fue continuado a 7000 versos por su discípulo Godefroi de Leigni.

Un exordio, propio del estilo de Chrétien, lo presenta a sí mismo y dedica la obra a

“mi señora de Champaña”. Mientras que el relato, en una voz omnisciente que se adelanta a

los hechos (algún servidor de Galván: “mi señor Galván”), comienza durante la reunión en

la fiesta de la Ascensión, y tras la entrega de la reina Ginebra, narra las hazañas que llevará

a cabo el caballero Lanzarote en su busca, con el fin de demostrarle su sacrificio y

devoción. El héroe pasará del anonimato a una serie de aventuras, antes de encontrarse con

su amada y ser nombrado por ella. Finalmente, engañado, es hecho preso en una torre de

donde será rescatado para combatir y cobrar venganza contra el culpable de sus desgracias.

Los eventos tienen lugar durante un año y algunos días entre los reinos de Gorre y

Logres, presumiblemente en la misma época a finales del siglo XII cuando fue escrito.

A partir de que la reina es llevada por Keu a las manos de Meleagante son hechos

prisioneros. Galván, y el caballero que, a cambio de información sobre el paradero de la

reina, sacrificó su honor al subir a una carreta, símbolo de profundo deshonor, se

encuentran camino a su rescate; y aunque aúnan fuerzas el primer día, terminarán por

caminos separados: Lanzarote por el camino del puente de espada; Galván, por el camino

del puente hundido.

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En la travesía, usualmente medida en la hora nona y las noches, el caballero de la

carreta logra evitar la muerte, ya sea por una lanza con llamas, cumplir una profecía al

levantar una lápida del cementerio, vencer a caballeros orgullosos que le ponen cara para el

combate o cruzar el puente de la espada, sin temor a las bestias ilusorias que custodian el

otro lado.

Sean castillos o casas, el caballero de la carreta es siempre invitado a pernoctar en

algún lecho, que en rara ocasión sirve de descanso. Así, tras pasar la noche en el castillo del

rey Baudemagus, padre de Meleagante, Lanzarote vence a su enemigo, devolviéndole la

reina el nombre perdido y su honor.

Ya liberada, la reina se rehúsa a partir hasta saber de Galván, y los rumores de la

muerte de Lanzarote llegan tanto a Ginebra, como la de Ginebra a Lanzarote. Arrepentida

la reina del mal trato que le había prodigado a su héroe, al verlo con vida le procura mejor;

y es así como, entre bellas palabras, unos barrotes arrancados de raíz y un guardián

dormido, ambos consuman su amor.

La intriga de Meleagante lo enfrenta una vez más a Lanzarote, y aunque no hay un

vencedor, por interrupción de su padre, el rey Baudemagus, le es prometido enfrentarse de

nuevo después de un año, esta vez en la corte del rey Arturo. No obstante, mucho antes de

aquel día, Lanzarote es engañado por un enano y hecho prisionero.

Aquí termina el relato de Chrétien, e inicia un torneo por celebrarse en el reino de

Arturo al que la reina asistirá. Ante esto, Lanzarote desea y suplica ir, prometiendo regresar

como prisionero.

Después de un juego de la reina ordenándole a su héroe, ora perder, ora vencer,

Lanzarote es vencedor del torneo y cumple su palabra de regresar a su prisión, no sin

ocultar a todos su identidad durante la justa.


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En menos de cincuenta y siete días fue construida una torre para evitar que escape

Lanzarote, y Meleagante acude al reino de Arturo para reclamar la pelea prometida.

Lanzarote aparece, para sorpresa de su carcelero, y en combate, el héroe le da muerte

finalmente; cumpliendo en el agregado de Godefroi de Leigni la venganza del caballero.

Del rey Arturo, cuya figura parece meramente simbólica, su función es la de mostrar

su pena o conceder permisos; no así los personajes incidentales quienes provocan algo en el

relato, como el monje del cementerio que revela la profecía o la doncella mensajera de

Ginebra con función de alcahueta en el torneo, el heraldo en tipo escudero y ambos enanos,

estereotipos de “asqueroso engendro”.

Los personajes secundarios son Keu, el antihéroe (quien quiere, pero no puede);

Galván, el caballero guerrero; el rey Baudemagus, como el arquetipo de Príamo que pide

por la vida de su hijo; Ginebra, ‘El manipulador’; y la doncella que pide la cabeza del

caballero orgulloso, revelándose al final del relato como la hermana de Meleagante, y atrae

la función de ayudante del héroe.

En cuanto al protagonista, Lancelot, le fuerzan las promesas y el honor, “…rehúsa

el diálogo. Le gusta meditar; hablar le enoja”; mientras que el rey Baudemagus se expresa

así de él: “Nunca vi caballero de carácter tan complaciente… acoge con idéntico semblante

honra y deshonra, bien y mal… una criatura tan perfecta, tan hermosa y valiente, tan

mesurada”. Mientras que el antagonista, Meleagante, pertenece simplemente al tipo de

caballero felón.

Entre las estrategias discursivas utilizadas, el mito y la vida cotidiana se mezclan en

la narración. Las principales aportaciones del Chrétien de Troyes son el monólogo, como el

relatado entre la razón y el amor, o el buen hacer del caballero durante la violación de la

doncella en el castillo; también está el de ser generoso o piadoso con la vida del caballero
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orgulloso, o sufrir buscando la razón del enfado de Ginebra, así como su propia desgracia

encerrado en la torre.

En aspectos de la narración, hace cambios de distancia temporal “(habéis de saber

que sus heridas se habían abierto de nuevo durante la noche)”, de punto de vista “-os estoy

diciendo la verdad-” y de focalización “De hecho, no sabía nada, pero creía saberlo”.

Incluso acota una relación metatextual “Sabed bien que era la doncella de la que os hablé

más arriba”.

También es un relato rico en figuras retóricas clásicas, entre las que se encuentran la

metáfora: “Más de una vez la ha servido y rendido vasallaje... [por “ponerlo de rodillas ante

la torre”]; la negación: “No negaré que no le guardo la menor gratitud”; los epítetos, que

muchas veces caracterizan y sintetizan la función del personaje, “el de los rápidos y

potentes caballos”; la supresión (¡No hay nombres para muchos personajes!); la elipsis,

para pasar de un momento del día a otro “Van cabalgando por el camino recto a medida que

el día pasa y declina, y después de la hora nona, al anochecer llegan al Puente de la

Espada.”; la écfrasis en los escudos del torneo “¿Y aquellos dos junto a él, sobre caballos

tordos, y leones grises en el escudo de oro?”; y, finalmente, preguntas retóricas “¿A dónde

irá que no sepan la noticia de su deshonor, por haber estado en la carreta?”.

El ritmo de la aventura se sucede con el del amor y la quest. El estilo es bello y

romántico: “Cuando le retiré mi palabra, cuido que en ese instante le arranqué la vida con el

corazón”; así como pudoroso: “Pero nada diré al respecto: mi relato debe guardar silencio”.

Ficha bibliográfica

Troyes, Chrétien de, El caballero de la carreta, Barcelona, Las ediciones liberales:

Editorial Labor, 1976.


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