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Paciente masculino de 79 años de edad, con diabetes mellitus tipo 2, ingresa con un
cuadro de 2 años de evolución, que inició con disnea, tos y dificultad respiratoria , motivo
por el cual fue hospitalizado y dado de alta con tratamiento, al cual respondió con
mejoría. Un año después el paciente vuelve a presentar el mismo cuadro de disnea, tos y
dificultad respiratoria, a lo que es hospitalizado en tres ocasiones seguidas, por
agravamiento del mismo padecimiento. En su última hospitalización, un mes previo a su
ingreso, se le trasfundieron 3 paquetes globulares y fue dado de alta. El paciente
posteriormente logra estabilizarse, a lo que decide realizar una caminata desde el
municipio de Tepic hasta el poblado de talpa, y durante el trayecto comienza con
dificultad respiratoria, mareos, fosfenos y confusión, a lo que es atendido por medico
particular, y es llevado al servicio de urgencias un día después, por no presentar mejoría.
Al ingreso el paciente se mantiene con disnea de pequeño esfuerzo y alteración del estado
de alerta.
Datos pivote
Disnea
Presíncope
Fosfenos
Alteración del estado de alerta
Expectoración con hemoptisis
Disuria
Oliguria
Área cardiaca no rítmica
Dolor torácico que se irradia a espalda
Congestión de pectoral izquierdo
Diarreas liquidas
Hipoventilación bibasal
Estertores bilaterales en tercio medio
Tos con expectoración
Dificultad respiratoria
Índice tabáquico de 40
Edema de miembros inferiores
EPOC
Química sanguínea: evaluar los niveles de urea, BUN, y creatinina, puesto que el paciente
presenta las principales comorbilidades causante s de insuficiencia renal crónica, diabetes
e hipertensión. La lesión renal aguda o una agudización de la insuficiencia renal crónica es
uno de los principales diagnósticos diferenciales de la insuficiencia cardiaca.
Cada uno de los resultados encontrados, son tomados en cuenta dentro del análisis, en
donde se les da un sentido diagnóstico.
Biometría hemática
Hablar de insuficiencia cardiaca en este paciente, supone un alto riesgo ya que se trata de
un paciente de edad avanzada, y se sabe que aproximadamente un 10% de los pacientes
mayores de 65 años presenta IC, además la presencia de comorbilidades como las de este
paciente (diabetes, hipertensión) suponen también un gran riesgo. Las guías actuales de
la American College of Cardiology Foundation (ACCF) y la American Heart Association
(AHA) definen a la IC como un síndrome clínico complejo resultado de alteración
estructural o funcional del llenado ventricular o de la expulsión de sangre, lo que a su vez
ocasiona síntomas clínicos cardinales de disnea, fatiga y signos de IC como edema y
estertores. (Jameson, 2016)
EPOC
La causa más común de EPOC es el tabaquismo, según lo evidencia el hecho de que del
80% al 85% de las personas con EPOC tiene antecedentes de tabaquismo, destacando el
índice tabáquico de 40, al cual le corresponde a un riesgo intenso para EPOC.
Desafortunadamente, los hallazgos clínicos casi siempre están ausentes durante las
primeras etapas de EPOC y alrededor del 50% de los fumadores podría no tener un
diagnóstico de EPOC. Las manifestaciones clínicas de EPOC suelen tener un inicio
insidioso. De modo característico, las personas buscan atención médica en la quinta o
sexta décadas de vida, con manifestaciones como fatiga, intolerancia al ejercicio, tos,
producción de esputo o disnea. Por lo general, la tos productiva tiene lugar en la mañana
y la disnea se agrava conforme la enfermedad avanza. (Grossman S., 2014)
En los pacientes con EPOC, asociada o no a IC, a menudo es difícil realizar el diagnóstico
diferencial de la disnea. Los síntomas y los signos físicos de ambas enfermedades pueden
coexistir entre sí y muchas veces no se correlacionan con el estado hemodinámico del
paciente, sin embargo la EPOC constituye el motivo más frecuente de diagnóstico erróneo
de IC, en estos casos las concentraciones de péptido natriurético cerebral BNP y los
resultados de la ecocardiografía son útiles en tales situaciones. El diagnóstico de
insuficiencia cardíaca puede ser directo en un paciente con disnea, signos de congestión y
valores de BNP elevados. (Goldman, 2016)
La disfunción renal es una de las comorbilidades más importantes en los pacientes con IC
crónica y se acentúa o se hace más evidente durante los episodios de insuficiencia
cardiaca aguda (ICA). La asociación entre el corazón y el riñón en los pacientes con ICA es
compleja, y no se ha esclarecido por completo esta interacción bidireccional. En el
contexto de la ICA, el empeoramiento de la función renal (EFR) es un trastorno prevalente
que se da en un 10-40% de los pacientes. A pesar de su alta prevalencia, el EFR continúa
comportando un verdadero reto para el diagnóstico, el pronóstico y el tratamiento (Núñez
J, 2015)
En la química sanguínea que se le realizo al paciente, se encontró alteración en los niveles
de ácido úrico, BUN y creatinina sérica. La relación BUN/Creatinina con un valor de 5.51, lo
que significa que se trata de un problema a nivel renal y no posrenal. Los altos niveles de
BUN (94.16 mg/dl) y de urea (201.5 mg/dl) evidencian una disminución de la tasa de
filtrado glomerular, la cual es de 2.34 mL/min/1.73 m2. Los resultados evidencian un daño
a nivel renal, que habla de la cronicidad de padecimiento. Son dos las enfermedades que
provocan mas del 70% de los casos de insuficiencia renal crónica (IRC), la diabetes, con el
44% y la hipertensión, con el 28%, siendo que el paciente es diabético e hipertenso desde
ya hace 30 años. La hipertensión crónica se asocia a menudo a daño isquémico de los
glomérulos e incluso puede provocar glomeruloesclerosis. Además, el grado de
hipertensión de los pacientes con IRC es directamente proporcional a la velocidad de
deterioro de la función renal. Experimentalmente se puede provocar un daño glomerular
progresivo relacionado con la angiotensina II debido a que esta constriñe
preferentemente la arteriola eferente glomerular en mayor medida que la arteriola
aferente. Este desequilibrio aumenta la presión intracapilar y tiende a aumentar la
filtración glomerular, poniendo en marcha el mecanismo de hiperfiltración, aunque la
contrapartida del aumento de la FG es el deterioro de los capilares glomerulares. Puesto
que la angiotensina II es la mediadora de la constricción preferente de la arteriola
eferente, los inhibidores de la ECA y los ARA se emplean para prevenir la hiperfiltración y
el daño renal. (Goldman, 2016)
Los inhibidores de la ECA y los ARA no solo reducen la presión arterial, sino que también
bloquean las propiedades de factor de crecimiento de la angiotensina II y su capacidad de
activar el factor de crecimiento transformante B, el inhibidor del activador de
plasminógeno de tipo 1 y otras citocinas que pueden contribuir al desarrollo de la lesión
intersticial en el riñón. (Goldman, 2016)
La gravedad de la IRC se clasifica según la filtración glomerular (FG); Una FG por debajo de
60 mL/min/1.73 m2 de forma persistente ayuda a identificar a los pacientes que
probablemente van a desarrollar manifestaciones clínicas consecuentes de la pérdida
progresiva de la función renal, en este caso el paciente se encuentra en un estadio 5,
descrito como insuficiencia renal. A diferencia de la lesión renal aguda, que puede
corregirse con la consiguiente mejoría de la función renal, el deterioro renal no se suele
corregir en la IRC, por lo que persiste el deterioro de la función. (Goldman, 2016)
Lamentablemente, la pérdida progresiva de función renal no produce signos o síntomas
clínicos evidentes. Algunas manifestaciones que pueden hacer sospechar la posibilidad de
una IRC son la hipertensión, alteraciones urinarias, como la hematuria o infecciones del
tracto urinario recidivantes, y los edemas. Corresponde con el edema en miembros
inferiores del paciente, así como también con la oliguria y disuria que presentada, se
pudieran atribuir a un proceso infeccioso, del tracto urinario relacionado con la elevación
de los neutrófilos (neutropenia) que se corroboro a partir del estudio de sangre realizado,
sería necesario hacer un examen general de orina, y confirmar el proceso infeccioso, con
la presencia de bacterias en la muestra. (Goldman, 2016)
En la biometría hemática se evidencia una anemia de carácter normocítica normocromíca,
lo cual es casi universal en pacientes con IRC, debido sobre todo a la alteración de la
producción de eritropoyetina por las células intersticiales del riñón dañado. Otros factores
que contribuyen a la anemia en los pacientes con IRC son la menor vida media de los
eritrocitos, la hemorragia digestiva y las insuficiencias de vitaminas y hierro.
En la IRC hay una perdida urinaria de antitrombina III, que puede provocar trombosis,
sobre todo cuando la inflamación aumenta las concentraciones de proteínas reactantes de
fase aguda, entre las que se encuentra el fibrinógeno, el cual se encuentra elevado en este
paciente. Además la fibrinogenemia tiene gran importancia en el proceso de patogenia de
la aterosclerosis, con efectos subsecuentes en enfermedades cardiovasculares,
considerando la descompensación cardiaca que el paciente evidentemente presenta, pero
como ya se dijo faltan estudios que confirmen una disfunción ventricular izquierda,
recordando que es la cardiopatía isquémica junto con la hipertensión arterial, la principal
causa de IC. (Goldman, 2016)