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Es momento de plantear algunas cuestiones en torno a la lógica de construcción del Estado-

Nación argentino. Teniendo como objetivo plantear que el Estado argentino nace al calor de
una lógica racial que lleva a la exclusión, y el necesario exterminio, de una parte de la
población. Para llevar a cabo estas reflexiones, me basaré en los textos “Indios, ejército y
frontera”, de David Viñas, y “El Facundo: Civilización o Barbarie”, de Domingo Faustino
Sarmiento. Sin duda, ambas obras tienen propósitos diversos. De manera que intentaré
establecer que la construcción del Estado Nacional argentino se fundamenta sobre una matriz
etnocéntrica. Matriz etnocéntrica, y europeísta, ya que el hombre blanco caucásico se
considera portador de unos valores superiores con respecto a los pobladores originarios de
nuestro territorio. Al interior de esta matriz de Estado, vemos cómo se construye un orden de
dominación dentro del cual el sustrato racial aparece como más importante que la división
clasista de la sociedad. Dicho de otro modo: no existe la posibilidad de la movilidad social
para los descendientes de pueblos originarios, gauchos, negros y mulatos.

De allí que sea imperioso, desde esta mirada etno y eurocéntrica, el exterminio de las
poblaciones pre-hispánicas. Nótese que el concepto mismo de “desierto”, para designar todo
territorio donde habitaban los pueblos originarios, contiene toda una intencionalidad. Ya que
si existe un “desierto” debe ser conquistado y poblado. Sin embargo, Viñas señala sin
ambages que al sur del Río Colorado existían –y aún permanecen-, poblaciones originarias
con una cultura y forma de vida particulares.

Por un lado, Sarmiento se propone establecer la necesidad de la construcción de una identidad


Nacional que según su criterio, debe echar por tierra al gaucho y las poblaciones originarias,
al considerarlas exponentes de un atraso cultural sobre el cual no es posible plantear una vida
civilizada. Son conocidas frases del educador sanjuanino, donde expresa su desdén por los
gauchos: “no ahorre sangre de gaucho, es lo único que de humano tienen”.

En este sentido, el Facundo es un texto que expone a las claras el mecanismo de negación
de la otredad popular en el nacimiento de la identidad posible de nuestro país; allí vemos a
las claras el proyecto de Nación cimentado sobre el exterminio y la exclusión de las mayorías
populares. El sujeto gaucho, incapaz de desarrollar una vida pacífica y civilizada, sería luego
reemplazado por inmigrantes seleccionados cuidadosamente entre las poblaciones técnica y
culturalmente más avanzadas de Europa, como serían alemanes, escandinavos, ingleses, etc.
Pero lo que me interesa resaltar a este respecto, es que Sarmiento no tiene reparos en
argumentar en favor de la necesidad del exterminio, simple y llano, del sujeto popular que
constituían los gauchos hacia mediados del Siglo XIX. Las críticas que el futuro Presidente
le dirige a Rosas y su concepción política tienen que ver en buena medida, con el intento
rosista por integrar a los orilleros, los negros, mulatos y gauchos en un esquema de poder
proteccionista desde el punto de vista mercantil. Tal ejercicio del poder no hace más que
envilecer las conciencias y sumir al país en el atraso, en palabras del sanjuanino. La tarea de
Buenos Aires, ciudad culta que mira a Europa, será civilizar al resto del país, imponiéndole
sus ideas y su rostro de tez blanca. Por tanto, Sarmiento dice de Rivadavia: “Rivadavia era la
encarnación viva de este espíritu poético, grandioso, que dominaba la sociedad entera.
Rivadavia, pues, continuaba la obra de Las Heras en el ancho molde en que debía vaciarse
un grande estado americano, una República”1.

En síntesis, Sarmiento ve en Las Pampas argentinas: “… una lucha ingenua, franca y


primitiva entre los últimos progresos del espíritu humano y los rudimentos de la vida salvaje,
entre las ciudades populosas y los bosques sombríos”2, con lo cual se revela su mirada
etnocéntrica, al entender que los habitantes de la Pampa serían los “atrasados” o seres
inequívocamente primitivos, que deben ser exterminados para que el Progreso se instale en
el país. Así las cosas, Sarmiento no va a cejar en su tarea tanto teórico-intelectual cuanto
política, para llevar a cabo efectivamente la desaparición de gauchos y negros de nuestro
territorio, abonando a la construcción de una construcción donde el Estado se concibe como
el aparato privilegiado a la hora de imponer las diferencias étnicas y la discriminación de
clase en la historia política argentina.

1
Sarmiento, Domingo Faustino; “El Facundo: Civilización o Barbarie”; página 111
2
Íbid, página 10.
Por otro lado, desde una mirada diametralmente opuesta a la sarmientina, en el siglo XX
David Viñas planteará un libro de ensayo en el cual se propone dar cuenta del modo cómo la
conformación del Estado-Nación argentino se realizó expandiendo fronteras, mediante
guerras de exterminio. Dichas guerras, en verdad debieran ser considerados verdaderos
genocidios, ya que en la óptica propia de Viñas no existen sujetos “atrasados” o “Menos
civilizados” en una escala progresista. Por el contrario, el genocidio no hace más que poner
a las claras la necesidad de incorporar tierras a los grandes latifundios controlados por la
Oligarquía unida a los grandes centros del poder financiero internacional. Por tanto, el autor
de la revista Contorno da cuenta del modo cómo el Estado-Nación argentino completó la
conquista iniciada desde 1492 con el genocidio ibérico sobre las poblaciones amerindias.
Esto no es inocente, ya que formaba parte de una lógica de poder perfectamente organizada,
con el objetivo concreto de establecer el monocultivo del maíz, el trigo y la economía de la
carne, haciendo de la Argentina uno de los principales países exportadores de materias primas
hacia los países metropolitanos del capitalismo internacional. Así, Viñas penetra dentro de la
psicología de los dominadores, en su afán crítico por desentrañar los dispositivos que
permitieron el Genocidio de la mal llamada “Conquista al Desierto”: “Los indios… Ellos son
los diferentes, y “los imposibles de asimilar”, los que oponen su opacidad esencial a la fluidez
indispensable para que el espacio nacional3resulte moderno y eficiente”3

Por su parte, Sarmiento lleva a cabo una tarea intelectual con miras a justificar el genocidio
étnico, como paso necesario para crear una nación civilizada desde el punto de vista socio-
político y próspero en lo económicamente hablando. Lo cual no podría establecerse de contar
con el gaucho como principal sujeto social. Ya desde el título de su trabajo vemos cómo la
oposición se plantea claramente, el país se debate entre civilización o barbarie, y las fuerzas
“civilizadas” del futuro orden que se busca instaurar tras la caída de Rosas no deben escatimar
cualquier medio violento en su afán de mejorar las costumbres y pacificar la vida interna.
Lógica de exclusión que lleva a la guerra, y en la guerra, como sabemos, el mejor adversario
es el adversario muerto. Si atendemos a esta manera de concebir lo político, Facundo
(Quiroga) es utilizado en el texto sarmientino como ejemplo del caudillo al cual siguen de

3
Viñas, David; “Indios, ejército y frontera”; Buenos Aires, Santiago Arcos Editor, 2003, página 59.
forma irracional las montoneras federales del interior. Modelo que debe ser reemplazado por
el club y los mitines de discusión de ideales puros, reflexivos.

Sin embargo, los medios utilizados para exterminar a los sujetos indeseables no parecen
hablar de fuerzas “civilizadas”, por el contrario, Sarmiento mismo habla de “atacar la
violencia bárbara de modo bárbaro”. Esto es lo que critican voces de izquierda como lo hace
David Viñas, al comprender que esas poblaciones originarias, gauchas, etc, no constituían
sujetos atrasados social y culturalmente, y que su exterminio fue llevado a cabo como un
proyecto político con el objetivo claro y concreto de establecer estructuras productivas que
mantuvieran a nuestro país en la dependencia del centro capitalista de los países nórdicos.

Por tanto, es momento de regresar al origen de estas líneas. Siguiendo a David Viñas,
entendemos que el Estado ha sigo, en nuestro país, construido a partir de una lógica racial
que lleva directamente aparejada la discriminación de una alteridad. Lo cual significa
estigmatizar y en un futuro plantear el exterminio de distintos sectores populares. Si en el
siglo XIX, los gauchos y los pueblos originarios fueron despojados de sus territorios, esto no
constituye un momento aislado en nuestra historia política. Por el contrario, la historia de
exclusiones se continúa en el siglo XX, donde serán los inmigrantes combativos (anarquistas
y sindicalistas revolucionarios), así como más tarde el sujeto perseguido será el obrero
industrial, en especial el obrero surgido a raíz de la industrialización forjada por el peronismo.

El concepto de “desaparición” de personas, que fuera establecido a partir del último Proceso
de Reorganización Nacional (1976-83), debe ser entendido como el último eslabón, y quizás
el más refinado, de esta larga cadena de persecución hacia los sectores populares. Se trata de
una figura en la cual confluye la posibilidad que tiene el Estado de negar la identidad de
cualquiera de sus ciudadanos, sustrayéndolo del seno de la comunidad, hasta el punto que se
considera al desaparecido como carente de historia personal. En ese sentido, la utilización
del Terror sistemático, es el recurso privilegiado del que echa mano un Estado racista a la
hora de rubricar el poder de clase en la Argentina, que viene atravesado por la necesidad de
los civilizados de aniquilar a la barbarie. Es decir, a diferencia de los países europeos, en
nuestra América, la cuestión clasista no puede ser entendida sino de manera concomitante
con el concepto de “raza”. Y el Ejército (es la tesis del trabajo de Viñas), ha sido el agente
utilizado por las Oligarquías provinciales cuando se trató de crear las condiciones para su
supremacía tanto clasista cuanto étnica. Dominación que es a su vez económica, pero también
cultural y sociológica, puesto que se asienta sobre un imaginario donde los pueblos
originarios se corresponden, como quería Sarmiento, con un estadio atrasado del desarrollo
humano. Incluso en la obra de David no se escatiman críticas a los exponentes de la literatura
de la conquista. Éstos serían los que justificaron la necesidad de la campaña roquista al
“Desierto”. “Vista en esa perspectiva, la literatura de frontera no es otra cosa que el párrafo
final en el largo discurso de la conquista”4

4
Viñas, David; “Indios, ejército y frontera”; Buenos Aires, Santiago Arcos Editor, 2003, página 61.

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