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Paul Rosero Contreras

Galería NoMínimo

Quienes consideren que estamos muy lejanos de los supuestos que conformaban la filosofía platónica, podrían estar equivocados. ¿Los
confundidos serán los que confían en que pronunciarse desde el ámbito de una galería sobre los rizomas de la percepción conlleva a algún
resultado efectivo? ¿Será acaso que los pifiados somos los que continuamos esta lucha sediciosa por esperar siempre lo contundente en torno a
lo que se proyecta desde el arte? Tal vez la construcción de galimatías que replanteen aquellas consideraciones sobre el “mundo inteligible” y el
“mundo sensible”, en la antigua sociedad griega, conlleven a volvernos a encontrar en el ágora; al menos para tomarnos de la mano, caminar,
reflexionar, acciones a las que ya casi nadie dedica espacio. Según el principio del bucle recursivo: nos auto-re-organizamos cuestionando
nuestros errores o manquedades, para aspirar a un acoplamiento que induzca a un nuevo ciclo, generador de otras posibilidades.

Y es que las consideraciones ineludibles hoy día para el ser –desde cualquier ámbito- serían aquellas que configuren zonas de interactividad,
donde lo político pueda resentirse porque somos conscientes de su fragilidad para guarecernos. Un artista como Paul Rosero Contreras (Ecuador,
1982), quien ha emprendido una trayectoria interdisciplinar que acierta en desplazarse entre la biología y la filosofía, como quien aspira a
construir un ente en Dasein, abocado a presentir, -como planteaba el pensador alemán-, tiene claras las reglas del juego: la necesidad de
desocultar.

Asomarse a la galería NoMínimo por estos días en Guayaquil permitió hallar un oasis que pretendía hacía años, pero no se vislumbraba. La
muestra personal del artista quiteño Paul Rosero Contreras El lugar donde se pesca con red hace alusión al topónimo Daule que, según el
historiador Emilio Estrada, proviene de las voces cayapas: da, red, y li, pez, por lo tanto Daule significa "lugar donde se pesca con red". A partir de
la etimología articula un abanico de cuestionamientos en torno a la ontología del ser-costeño, acaso del ser-ecuatoriano (con guión para
rememorar a Heidegger) y que, además contextualizados en este ambiente chic y aquiescente de Plaza Lagos Town Center, -donde se ubica la
galería-, coloca en solfa los acercamientos que pueden suscitarse hacia y desde el arte, en una ciudad donde prima la levedad del puerto como
espacio que acoge con desenfreno.

La muestra introduce lecturas sobre lo que entendemos por “real” y/o “imaginario”, partiendo del chivo expiatorio Daule, región de la costa
ecuatoriana donde viven personas montuvias (del campo), y en la que cayó un meteorito en el 2008. La reflexión se me antoja también sobre los
intersticios que se configuran entre los sistemas, el imaginario y los medios. Grosso modo, el suceso mencionado se convirtió en material de
estudio para el comando de Operaciones Aéreas y de Defensa ecuatoriano, que se encargó de investigar el material, y declarar para la televisión
nacional que estaban en presencia de un meteorito.

Rosero apuesta por estructurar tres relatos: uno construido por él, en el que realiza un levantamiento del lugar, donde supuestamente se
encuentra una de las piedras, mediante la intervención de una fotografía de archivo. El meteorito había quedado dividido en tres al entrar en la
atmósfera. Con él apunta a la supuesta certeza sobre el “fenómeno del cielo”. Muestra también evidencias de la venta de una de las piedras vía
online en eBay, que es la historia contada desde la perspectiva de los pobladores del lugar, amenazados por los militares para que entregaran el
aerolito, bajo el pretexto de que podía provocarles cáncer. Y una tercera, disponible además en internet, donde aparece el alegato de Michael
Farmer, un norteamericano coleccionista de meteoritos, exponiendo que se había enterado del hallazgo y envió a un colega para que comprara
la piedra. Ésta había sido escondida por uno de los montuvios para más tarde venderla al colega de Farmer.

Como jardín de senderos que se bifurcan nos introduce el artista en esta trama curatorial. No interesa si alguna de las historias es real o si
todas son ficticias; el caso es que con ellas podemos estructurar una clase sobre pensamiento complejo atendiendo a las nociones de no
linealidad, fluctuación, bifurcación y autoorganización, planteadas por un Prigogine. Este caos nos remonta a la necesidad de autoconocimiento,
a desasirnos de la operatividad lógica, de lo cognitivo, para quedar arrojados al mundo. La desocultación heideggeriana, donde se establecen
tensiones entre lo desfigurado y lo que se manifiesta forman parte de su discurso.

“El lugar donde se pesca con red” recrea un universo donde no importa el orden (curatorial) sino la imantación de un itinerario aleatorio
donde afloran unas piezas que se antojan mapas, horizontes (lugares habitables), instrumentos de trabajo como el trípode (ente como objeto
dominante), textos (habla o lenguaje como potencia del ente) que nos conducen a un segundo nivel (piso de la galería) donde mundo y tierra nos
entregan un diálogo. El artista ha construido un bosque con un cultivo del hongo melena de león, un plástico biodegradable y sal, que guarda la
posibilidad de mutar temporalmente. Lo ha denominado Anticipación a una ausencia, y a ambos lados ha colocado sendas serigrafías sobre papel
orgánico. Al lado derecho del bosque (desde el ángulo de la escalera) aparecen una serie de especies extinguidas de la flora. Al frente, un mapa
donde aparece el territorio ecuatoriano y una proyección ampliada de una de las zonas del Parque Nacional Yasuní, que será intervenida en un
futuro cercano por empresas extractoras de petróleo. Toda esta región, dicho sea de paso, alberga a uno de los ecosistemas de mayor
biodiversidad en el mundo.

Al final del recorrido se asoma un pedestal blanco que pareciera anunciar su soberana postura museable; en cambio, cuando nos acercamos
advertimos la ausencia de ciertas pretensiones museográficas (no aparece ficha técnica alguna). En él nos habla un supuesto fragmento de
meteorito desde la significatividad de la forma que recrea: el territorio ecuatoriano. ¿Acaso una reflexión sobre las irreconciliables relaciones
entre el mundo y la tierra en tanto universales? ¿Qué índole de existenciarios están definiendo nuestro lugar en relación con la naturaleza en
Ecuador? ¿Cómo podemos hablar de conceptos como identidad, historia, arte, ecosistema, buen vivir, si los antagonismos regionales, políticos,
étnicos, casi nadie se atreve a desocultarlos? Esas ambivalencias son el caldo de cultivo de la propuesta de Rosero, quien consciente de las
limitaciones de todo mortal, pierde el miedo a desocultar la esencia de cualquier concepto, por caro que nos resulte a nuestra existencia.

Amalina Bomnin

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