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HISTORIA GENERAL DE LA CIENCIA II — CURSO 2011-2012 — PREGUNTAS DE EXAMEN

Química y Teoría Atómica


Introducción tema 21: la revolución química

De acuerdo con la historiografía tradicional, el siglo XVIII es el siglo de la Revolu-


ción Química. Tradicionalmente, se ha considerado que la transformación radical que
produjo tal revolución se dio dentro de la teoría de la combustión, donde Antoine-
Laurent de Lavoisier sustituyó el papel del flogisto por el del oxígeno. Y, siempre de
acuerdo con esta historiografía tradicional, se dice que el flogisto fue, de hecho, el res-
ponsable del retraso, respecto de otras disciplinas, con que la química adquirió la con-
figuración de una ciencia moderna.
Este punto de vista ha sido cuestionado en las últimas décadas. Por una parte, pa-
rece un poco difícil de aceptar que Lavoisier llevase a cabo esta transformación aislado
de sus contemporáneos; y por otra, también parece excesivo hacer surgir a la química
moderna de una cuestión relativamente limitada como lo era incluso entonces la teo-
ría de la combustión. Así que actualmente se tiende a insertar la obra de Lavoisier
dentro de un panorama más general de cambios que, a lo largo del siglo, habrían con-
ducido a la química, desde un conjunto más o menos disperso de prácticas y explica-
ciones, a una disciplina coherente y sistemática. De este modo, se ha destacado el es-
tudio detenido que se hizo de las llamadas «sales neutras» y también se ha señalado la
presencia de un amplio programa de indagación tendente a determinar la composición
de lo que hoy calificaríamos de «molécula química», la menor parte de una sustancia
capaz de retener sus propiedades (químicas). Y esto, naturalmente, sin excluir los te-
mas cuya exposición acompaña tradicionalmente a la obra lavoiseriana: la identifica-
ción del estado gaseoso y el subsiguiente estudio de la química de los gases, así como
la introducción de una nueva nomenclatura basada en la composición de las sustan-
cias. En relación con dicha composición se hallaba, por otra parte, el estudio de las
afinidades, de la mayor o menor capacidad de cada sustancia para combinarse quími-
camente con otras.
Por otra parte, otros factores coadyuvaron a la configuración de la química como
una disciplina científica autónoma. Convertir en una ciencia una actividad que tradi-
cionalmente había constituido un arte —en el sentido de que sus prácticas estaban
repartidas entre ensayadores metalúrgicos, artesanos, farmacéuticos y médicos— pa-
saba por transformar esta separación entre la teoría y la práctica en otra que marcaba
la distinción entre la química básica y la aplicada. La primera, aunando la teoría con
la indagación empírica, buscaba penetrar los misterios de la constitución y combina-
ciones de la materia; la segunda encontró su acomodo y su prestigio dentro de los va-
lores utilitarios que los ilustrados atribuían a la ciencia.

Introducción tema 26: el desarrollo de la química: átomos y moléculas

De acuerdo con la historiografía tradicional, la Revolución Química giró fundamen-


talmente en torno a Lavoisier y a su teoría de la combustión, en la que se venía a sus-
tituir el flogisto por el oxígeno. Pero si se adopta una perspectiva más amplia se ve que
los cambios efectuados en la última parte del siglo XVIII se extienden a las dos prime-
ras décadas del siglo XIX. El desarrollo de los métodos cuantitativos de análisis, tan
caros a Lavoisier, condujo a la formulación de importantes leyes cuantitativas de
combinación; y estas, a su vez, propiciaron la formulación de una teoría atómica que
constituyó lo que en ocasiones se ha calificado de una segunda, aunque menor, revo-
lución en la química.
El caso es que, finalizado este período de cambios, la química se enfrentó a nuevos
problemas. De entre ellos destacan el de la distinción entre átomos y moléculas, clave
para la unificación de las fórmulas de composición que se proponían para los com-
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puestos químicos, y el de la sistematización del nuevo campo de la química orgánica,


la química de los compuestos del carbono, frente a cuya abundancia y variedad se es-
trellarían los primeros intentos teóricos. Estos problemas comenzaron a resolverse a
partir de mediados del siglo con la aceptación de la hipótesis de Avogadro, que vendría
a resolver definitivamente la cuestión de los pesos moleculares, el creciente conoci-
miento empírico de las clases de compuestos orgánicos y la introducción de la teoría
de la valencia, tras lo cual se abrirá un fructífero período para la química orgánica con
la exploración de las estructuras moleculares. Por su parte, la química inorgánica en-
contrará una sistematización crucial, aunque todavía basada sobre fundamentos em-
píricos, con la introducción del sistema periódico de los elementos.
Hacia finales del siglo XIX coexisten, aunque de manera más o menos independien-
te, tres grandes áreas de trabajo: las químicas inorgánica y orgánica y la fisicoquími-
ca, disciplina esta que arranca a mediados del siglo XIX gracias en buena medida a la
aplicación de los conceptos y métodos de la recién surgida termodinámica al ámbito
de las transformaciones químicas. En este fin de siglo, el descubrimiento del electrón,
que abre la puerta a la indagación sobre la estructura atómica, da nueva orientación e
impulso a las químicas inorgánica y orgánica, vinculándolas estrechamente con la fi-
sicoquímica y acabando de salvar la separación entre la física y la química que se ha-
bía abierto a principios del siglo XIX. A partir de ahí, ambas ramas de la ciencia cola-
borarán en la aplicación de la teoría atómica —enriquecida con la aportación de las
ideas cuánticas desde el primer cuarto del siglo XX— a las diversas sustancias quími-
cas. Por otra parte, con la bioquímica, la química estrechará relaciones con el mundo
orgánico; aunque esto se verá en otro lugar.
En las páginas que siguen se presenta una breve exposición de estos desarrollos;
naturalmente, y como es inevitable en obras de tipo general como la presente, no al-
canza a hacer justicia a la riqueza y complejidad de las indagaciones de la química del
período.

Examenes con texto de François Venel y Macquer

1. Caracterice cada una de las dos formas de abordar la investigación en química


vigentes a principios del siglo XVIII, distinguiéndolas entre ellas (la que se podría
llamar química mecanicista y la basada en las ideas de Stalth = flogisto).

A manos del inglés Robert Boyle se había desarrollado una química mecanicista,
vigente a principios del siglo XVIII. Dentro de la filosofía mecánica, la química se redu-
cía a la física, pues el cambio químico no se consideraba más que el resultado de in-
teracciones mecánicas entre partículas de una materia homogénea y universal, dota-
das de diverso tamaño y figura. Siendo tales partículas inaccesibles a la observación,
dichas configuraciones e interacciones tenían necesariamente un carácter conjetural,
algo de lo que eran bien conscientes sus proponentes. Las configuraciones de las par-
tículas se inducían a partir de las correspondientes propiedades macroscópicas de las
distintas sustancias, y las explicaciones de los cambios químicos eran siempre a pos-
teriori, careciendo de valor predictivo.
Frente a esta conceptualización, estéril a la hora de sugerir nuevos progresos, la
doctrina de Stahl supuso el retorno a la consideración de diversas especies de mate-
ria, distintas desde el punto de vista químico. No se trataba tanto de un rechazo fron-
tal al atomismo, pues los elementos se consideraban formados por partículas indivisi-
bles, cuanto de una especie de cambio de escala: tales partículas nunca se podían en-
contrar aisladas, sino unidas a otras en combinaciones a un nivel químicamente signi-
ficativo o, lo que vendría a ser lo mismo, empíricamente significativo: tales combina-
ciones, y no sus impalpables constituyentes elementales, serían el objeto de indaga-
ción. De ahí, como se ha subrayado en alguna ocasión, el carácter composicional de la

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gran mayoría de definiciones de química en el siglo XVIII. Así, las principales operacio-
nes del químico residirán en el método del análisis y de la síntesis: analizar un com-
puesto resolviéndolo en sus partes, y partir de dichas partes para constituir el com-
puesto (cuadro 21.1).

En esta línea, en la última parte del siglo, Lavoisier definirá al elemento químico
como el último resultado del análisis químico. Como se ha visto en otras áreas del sa-
ber, el análisis constituirá el método de descubrimiento; el de síntesis, el de prueba.
Pero aunque se pudiera decir que la química comparte la metodología de otras disci-
plinas que han alcanzado un alto grado de abstracción, por otra parte se halla entre
aquellas otras más jóvenes que se integran en la física experimental del momento.
Como sucede en estas, hay que recoger y organizar los datos de la experiencia antes
de formar sistemas, hay que determinar qué medir antes de aplicar los métodos cuan-
titativos. No es una simple coincidencia el que Lavoisier introdujese escritos pondera-
bles en el momento en que la física experimental se tornaba cuantitativa —
matemática—.
El método de Lavoisier fue, básicamente, el de la física experimental, consistente
en repetir los experimentos para, probablemente, obtener resultados diferentes, siendo
estas diferencias en los resultados una de las dificultades de la filosofía experimental.

2. Caracterice el flogisto y explique lo que sucedía según esta teoría cuando se


producía un proceso de combustión (en otras palabras, la combustión según
Stahl).

Al mismo tiempo que la escuela inglesa de química declinaba hacia finales del siglo
XVII, la escuela iatroquímica alemana revivía, produciendo la teoría del flogisto. Los
iatroquímicos habían supuesto que las sustancias químicas contenían tres esencias o
principios: azufre, el principio de la inflamabilidad, mercurio, el principio de la fluidez
y volatilidad, y sal, el principio de la fijeza e inercia. Joachim Becher, profesor de me-
dicina en Mainz, modificó un tanto la doctrina iatroquímica, sugiriendo en 1669 que
las sustancias térreas sólidas contenían en general tres constituyentes; en primer lu-
gar, una térra lapida, una tierra fija presente en todos los sólidos, correspondiente al
principio de la sal de los primeros iatroquímicos; en segundo lugar, una térra pinguis,
una tierra oleácea —sulfurosa y oleosa— presente en todos los cuerpos combustibles,
correspondiente al azufre; y en tercer lugar, una térra mercurialis, una tierra fluida
correspondiente al principio del mercurio. Becher sostenía que todos los cuerpos que
eran susceptibles de sufrir una combustión contenían la sulfurosa [azugre => princi-
pio de inflamabilidad] y oleosa térra pinguis que se desprendía de su combinación con
las otras tierras durante el proceso de combustión.
Así pues, el proceso de combustión y calcinación entrañaba la descomposición del
cuerpo compuesto en sus partes constituyentes, a saber, la sulfúrea térra pinguis y la
fija térra lapida en los casos más simples. En teoría los cuerpos simples no podían su-
frir la combustión —no tenía terra pinguis—, dado que las sustancias que contenían
térra pinguis y otra tierra eran necesariamente compuestos. En 1703, Georg Ernst

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Stahl midió a la térra pinguis de Becher el nuevo nombre de «flogisto», siendo éste «el
movimiento del calor» o «el movimiento del fuego», no menos que «el principio sulfúreo»
y «el principio oleoso». Un metal era un compuesto de una cal y flogisto, y cuando el
calor liberaba el flogisto, dejaba la cal. En general, el flogisto era el elemento esencial
de todos los cuerpos combustibles, aceites, grasas, madera, carbón y otros combusti-
bles que contenían cantidades de flogisto especialmente grandes. El flogisto escapaba
de esos cuerpos cuando se quemaban, pasando sea a la atmósfera, sea a una sustan-
cia capaz de combinarse con él, como la cal que formaba un metal. Por tanto, la im-
portancia del flogisto radicaba en sus operaciones: la calcinación y la combustión re-
sultaban ser descomposiciones con pérdida de flogisto, mientras que el proceso inver-
so de reducción suponía una restauración de flogisto. También explicaba la reducción
y la formación artificial del azufre: al quemarse, este producía ácido y flogisto. Así,
Stahl pensaba que el azufre era un mixto que constaba de los principios de la acidez y
de la combustibilidad. Estas explicaciones constituían tanto una teoría como un pro-
grama a seguir con otros principios, como los de acidez o la causticidad. De ahí la in-
fluencia del flogisto y su papel racionalizador en las operaciones químicas.
Dicha teoría de la calcinación y la combustión contenía una buena dosis de las
doctrinas de los primitivos iatroquímicos y de los alquimistas anteriores a ellos, según
las cuales las sustancias en general se componían de materia y espíritu que podían
separarse por procedimientos pirotécnicos, escapándose el espíritu de la materia
cuando la sustancia se sometía al calor. A lo largo del siglo XVI se había puesto de ma-
nifiesto en muchos casos, especialmente en la calcinación de los metales, que los resi-
duos de materia o «cuerpos muertos», como se los denominaba, eran más pesados que
las sustancias originales. El fenómeno se explicaba suponiendo que los espíritus de
las sustancias carecían de peso o incluso que poseían una ligereza positiva, de modo
que las sustancias se tornaban más pesadas cuando perdían su parte volátil o espiri-
tuosa.

3. Explique los fundamentos de la llamada “teoría de las afinidades” de la com-


binación química.

Newton dedicó mucho tiempo a investigaciones alquímicas y químicas, pero esta


tarea se reflejó muy poco en su obra. En la famosa Cuestión 31 de la segunda edición
inglesa de la Óptica (16 ) considera la existencia de fuerzas atractivas y repulsivas de
corto alcance que explicarían las reacciones químicas. Las reacciones de sustitución
se explican por la diferente fuerza de atracción que opera entre las distintas sustan-
cias (cuadro 21.5).

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Si una sustancia compuesta con otra se ve más atraída por una tercera, entonces
se disociará de la anterior y se combinará con ella. Por otra parte, Newton estableció
una jerarquía de partículas con diversos niveles de composición. Las partículas míni-
mas se unirían formando otras de «primera composición»; estas, a su vez, formarían
otras de «segunda composición», y así sucesivamente.
Para los newtonianos se justificaba así el vago concepto de afinidad en términos de
interacciones a distancia de corto alcance. Pero estas fuerzas debían explicar el carác-
ter selectivo —a diferencia de la gravedad, que era uniforme— de las combinaciones
químicas, carácter que no era aparente en la actuación uniforme de la gravedad. Hubo
quienes, como el conde de Buffon, en su Historia natural (1765), pensaban que la
atracción química seguía la misma ley que la gravedad, siendo modificada por la di-
versa forma de las partículas que intervenían en la reacción. Boscovich también de-
fendió la existencia de una ley de fuerzas universal, en este caso con alternancias de
atracción y repulsión a distancias cortas, alternancias que suponían la existencia de
«puntos neutros» donde no se producía atracción ni repulsión, que daban cuenta así
de la estabilidad de las combinaciones químicas. Las afinidades químicas las intentó
explicar considerando que, al unirse los átomos para formar partículas de diverso ni-
vel de composición, estas, por su disposición geométrica, presentarían una polaridad
que haría que se combinasen en configuraciones determinadas. Freind hizo intervenir
la «textura» y densidad de las partículas, apuntando hacia una especifidad de orden
químico de las fuerzas de atracción de corto alcance, que a la postre acabaron en
buena medida por identificarse con las de afinidad: ambas expresaban la tendencia de
las sustancias a combinarse.
A partir de mediados del siglo XVIII se publicaron diversas tablas de afinidad que
modificaban y ampliaban un tanto la de Geoffroy a la luz de la nueva información ad-
quirida desde entonces. Según Geoffroy, cada vez que dos sustancias tenían alguna
propensión a combinarse químicamente, lo hacían; y si una tercera sustancia tenía
más relación con una de ellas, entonces se unía con ella, desplazando a la anterior. La
tabla que vendría a constituirse en estándar en sustitución de la de Geoffroy fue la
confeccionada por Torbern Bergman en 1783. Esta tabla, que respondía a la ambición
de Bergman de estudiar todas las reacciones químicas que fuera posible y que se be-
neficiaba del aumento en el número de sustancias químicas conocidas desde el tiempo
de Geoffroy, tenía 49 columnas —frente a las 16 de la tabla de Geoffroy—, en las que
se distinguían por primera vez las reacciones efectuadas por la llamada «vía húmeda»
—en las que intervenían soluciones— y por la «vía seca» —por medio de la adición de
calor—. Pues se había encontrado que las afinidades cambiaban con la temperatura,
además de con otros factores entonces mal conocidos, como la concentración o la so-
lubilidad. Esto provocaba que la aparente regularidad de las tablas presentase no po-
cas excepciones. De todos modos, las tablas fueron apreciadas tanto por constituir un
resumen de las reacciones conocidas que las presentaba dentro de un esquema más o
menos regular como por su capacidad de sugerir nuevas reacciones a investigar. Tam-
bién sustentaban la esperanza de encontrar leyes generales. En este sentido, los quí-
micos de inspiración más newtoniana no perdieron la esperanza de cuantificar las afi-
nidades y sujetarlas a tratamiento algebraico, al igual que se había hecho en el caso
de la atracción gravitatoria en astronomía.
El llamado a veces «sueño newtoniano de las afinidades» tuvo su fin en los prime-
ros años del siglo XIX, coincidiendo con la formulación de la teoría atómica de Dalton.
Berthollet concluyó que el sentido de las reacciones químicas no tenía un carácter ab-
soluto, determinado por la afinidad. Argumentó que, junto a las afinidades, había que
considerar también las cantidades de los reactivos —reactivo es una sustancia em-
pleada para descubrir y valorar la presencia de otra, con la que reacciona de formape-
culiar—, que dependían de la solubilidad y concentración, y con ellas de la temperatu-
ra. Esto le llevó a defender que las reacciones químicas son incompletas; en ellas se
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alcanza finalmente un equilibrio —de ahí el nombre de su obra, «estática química»—


entre reactivos y productos, equilibrio dependiente, como se ha dicho, no solo de las
afinidades, sino también de las masas reactivas. Esto condenaba los esfuerzos previos
por cuantificar las afinidades y abría un panorama mucho más complejo en donde ta-
les determinaciones se revelaban prácticamente imposibles. Como consecuencia de lo
anterior, Berthollet pensó que la composición de los compuestos era variable, es decir,
que los reactivos que formaban un compuesto no entraban en él en proporciones fijas,
sino que dichas proporciones variaban entre ciertos límites. A esta idea se opuso
Proust, quien por entonces trabajaba en Madrid al servicio de la Corona española, en-
tablándose entre ambos una polémica que perduró varios años, sin zanjarse definiti-
vamente. A la postre, prevaleció la posición de Proust en defensa de las proporciones
definidas.

4. Describa qué es lo que sucedía en la calcinación de los metales y la explica-


ción que dieron Lavoisier y Stahl. ¿Cuál sería la interpretación actual de este
proceso?

[La calcinación consiste en someter al calor cuerpos de cualquier clase para elimi-
nar las sustancias volátiles]
Stahl => teoría del flogisto.
En Francia Antoine Lavoisier criticaba sistemáticamente las teorías químicas tra-
dicionales. Los primeros trabajos químicos de Lavoisier datan de 1769, cuando mostró
que el agua no se convertía en tierra, frente a lo que creían Van Helmont y algunos
otros de sus predecesores. La creencia se había basado en el hecho de que en los re-
cipientes de vidrio utilizados para hervir agua se depositaba un sedimento terroso. La-
voisier demostró que el vidrio del frasco perdía peso cuando se hervía agua en él,
siendo la pérdida de peso igual al peso del sedimento producido. De este modo, el se-
dimento terroso procedía del vidrio y no del agua. Más tarde, en 1772, Lavoisier mos-
tró que los no metales, como el fósforo, y los metales, como el estaño, aumentaban de
peso cuando se quemaban al aire. A Lavoisier le daba la impresión de que el aumento
de peso podría deberse a la absorción de aire. Leyó con detalle y revisó la obra de sus
predecesores que trataba de experimentos que entrañasen la absorción o liberación de
gases y se dio cuenta de que diferentes autores daban a menudo distintas explicacio-
nes del mismo conjunto de hechos —este era uno de los inconvenientes de la física
experimental—, llegando a la conclusión de que era ya hora de repetir críticamente
muchos experimentos anteriores a fin de decidir entre las diversas explicaciones o
bien sustituirlas por una teoría completamente nueva —en esto consistía precisamen-
te el método de Lavoisier que, como se ha dicho, era en esencia el de la física experi-
mental—.
Lavoisier había mostrado ya que Helmont se equivocaba al creer que el agua podía
transformarse en tierra. Ahora, en 1773-1774, se propuso refutar la pretensión de Bo-
yle en el sentido de que el aumento de peso de los metales en la calcinación se debía a
la absorción de partículas de fuego. Repitió el experimento en el que Boyle había ca-
lentado estaño en un recipiente, habiendo pesado antes y después del calentamiento
dicho recipiente. Sin embargo, Lavoisier selló el recipiente antes del experimento, y
halló que no había ningún cambio de peso tras calentar el conjunto, por más que el
estaño se hubiese calcinado. Así pues, el proceso de calcinación no podía consistir en
la absorción de partículas imponderables de fuego, tal y como había supuesto Boyle.
Al abrir el recipiente, Lavoisier descubrió que el aire se precipitaba a su interior, pe-
sando entonces más el recipiente junto con su contenido. El aumento de peso debido
a la entrada del aire en el recipiente era igual al aumento de peso del estaño tras la
calcinación, por lo que parecía que la cal era una combinación del metal con el aire.

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En 1772, Priestley había descubierto que, con la calcinación, los metales absor-
bían a lo sumo un quinto del volumen del aire en que se hallaban encerrados. De ma-
nera similar, Lavoisier halló que tan sólo se tomaba una parte del aire en la calcina-
ción de metales, suponiendo que dicha parte poseía propiedades distintas de las de la
fracción que no se absorbía. El único gas que conocía entonces Lavoisier, distinto del
aire en volumen, absorbido por los compuestos químicos, era el «aire fijado» de Black o
dióxido de carbono. Lavoisier descubrió que cuando se calentaba el plomo, absorbía
parte del aire para producir litargirio, y que al calentar el litargirio con carbón se con-
vertía de nuevo en plomo, emitiendo un gas que según demostró era «aire fijado». Su-
puso que el gas emitido por el litargirio era el mismo que absorbía el plomo, de mane-
ra que la parte activa de la atmósfera que permitía la combustión era el «aire fijado».
Sin embargo, Lavoisier halló que el fósforo no ardía en «aire fijado», así como que dicho
gas no permitía en general la combustión. Consiguientemente, hubo de abandonar la
hipótesis de que el «aire fijado» era la parte de la atmósfera responsable de la combus-
tión y calcinación. Lavoisier no avanzó más allá por sí mismo, aunque permanecía en
pie el problema de qué función desempeñaba la atmósfera en la combustión.
El problema no se resolvió con el método inicial de Lavoisier de limitarse a repetir
los viejos experimentos con mayores refinamientos: fue necesaria la aportación de
nuevos descubrimientos realizados por Cavendish, Priestley y Scheele. Priestley puso
a Lavoisier al corriente de su descubrimiento de un nuevo gas, el «aire desflogistizado»,
como lo denominaba Priestley, obtenido mediante el calentamiento —calcinación— de
óxido de mercurio. El «aire desflogistizado» u oxígeno, como lo llamamos hoy día, era el
constituyente activo de la atmósfera que Lavoisier había estado buscando. En el oxí-
geno, las velas ardían con mayor brillo y los animales vivían más tiempo que en el aire
ordinario. En la calcinación, los metales absorbían todo el volumen de oxígeno, siendo
así que sólo absorbían una fracción del volumen de aire. Inicialmente, en 1775, Lavoi-
sier pensó que el oxígeno era el elemento puro del mismo aire, libre de las impurezas
que normalmente contaminan la atmósfera. Con todo, en 1777 Scheele mostró que el
aire constaba de dos gases, el oxígeno —aire fuego—, que permitía la combustión, y el
nitrógeno —aire impuro—, que era inerte. Lavoisier aceptó el punto de vista de
Scheele, sugiriendo en 1780 que la atmósfera se componía de un cuarto de oxígeno y
tres cuartos de nitrógeno por volumen. Priestley, sirviéndose de sus experimentos so-
bre la fracción de un volumen dado de aire que era absorbido por los metales durante
la calcinación, dio la proporción más exacta de un quinto de oxígeno y cuatro quintos
de nitrógeno.
Finalmente, en 1783, Lavoisier anunció la renovación de la teoría química que ha-
bía planeado una década antes. Lavoisier defendía que la combustión y la calcinación
entrañaban en todos los casos la combinación química de la sustancia combustible
con el oxígeno, dado que el peso de los productos formados equivalía invariablemente
al peso de los materiales de partida. Los procesos de combustión y oxidación no po-
dían atribuirse a la huida del llamado flogisto, dado que la teoría requería que el flo-
gisto tuviese peso en algunos casos, fuese imponderable en otros y tuviese una li-
gereza positiva en los restantes. La luz y el calor, que se habían tenido por manifesta-
ciones del escape del flogisto, se liberaban en ocasiones durante el proceso de com-
bustión y calcinación; con todo, su emisión era externa a la química del proceso, tal y
como mostraban los cambios de peso durante las reacciones, dado que la luz y el calor
eran imponderables. El cambio de peso de una sustancia que sufriese un proceso de
combustión o calcinación se debía por entero a su reacción con el oxígeno.
La revolución química de Lavoisier no fue totalmente completa porque, a la manera
de los iatroquímicos, elevó al oxígeno a la posición de un «principio» explicativo gene-
ral, atribuyéndole propiedades no respaldadas experimentalmente.

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5. Describa los progresos que se hicieron a lo largo de siglo en la llamada “quími-


ca pneumática”.

Durante la segunda mitad del siglo XVIII, los químicos británicos aceptaron en ge-
neral la teoría del flogisto; especialmente Joseph Black, Henry Cavendish y Joseph
Priestley, si bien desarrollaron el trabajo experimental destinado a arrumbar dicha
teoría junto con la doctrina griega de que las sustancias naturales estaban compues-
tas de cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. La tierra ya no se consideraba
siempre como un elemento, ya que se habían reconocido diversos tipos de «tierra» —
teoría del flogisto: terra lapida, pinguis y mercurialis—. Sin embargo, el agua, el aire y
el fuego seguían considerándose en general como elementos; en realidad, el flogisto se
tenía a veces por el elemento del fuego o, más en general, como el agente activador del
fuego. Anteriormente, en el siglo XVII, Helmont había concebido a los gases como sus-
tancias elementales distintas del aire, pero sus sucesores los tomaron por meras for-
mas del aire elemental, «aires artificiales», como los denominaba Boyle. Ahora, a me-
diados del siglo XVIII, Black demostró la existencia de una sustancia gaseosa, el dióxi-
do de carbono, o «aire fijado», como lo denominó, que difería del aire en sus propieda-
des químicas. Mostró que el carbonato de magnesio perdía peso y una considerable
cantidad de gas cuando se calentaba, así como que se perdía el mismo peso de ese
mismo gas si se disolvía una cantidad igual de carbonato de magnesio en un ácido —
que además genera agua—. Black demostró que el residuo que quedaba tras calentar
óxido de magnesio producía las mismas sales que el carbonato de magnesio con áci-
dos, si bien, frente a lo que ocurría con el carbonato, no producía ningún gas —por lo
que tenía en la botella agua + gas—. Así pues, parecía que el carbonato de magnesio y
los carbonatos en general eran compuestos de una base como el óxido de magnesio,
con el gas ponderable «aire fijado». Al calentarse, los carbonatos no perdían el impon-
deral e intangible flogisto, sino una sustancia química bien definida, el «aire fijado»,
que tenía peso y que se podía aislar y estudiar. Al examinar las propiedades del «aire
fijado», Black halló que era absorbido por álcalis cáusticos, mientras que el aire no era
absorbido, así como que no permitía la combustión y la respiración, cosa que sí hacía
el aire. En resumen, lo que Black comprobó es que:

Los trabajos de Black sirvieron para llamar la atención de otros químicos británi-
cos hacia el problema de la naturaleza química de los gases. En 1766, Henry Caven-
dish publicó una memoria sobre la preparación del hidrógeno o «aire inflamable», co-
mo él lo llamaba, mediante la acción de ácidos diluidos sobre metales, así como de
«vapores sulfurosos» y «vapores nitrosos» por la acción de ácidos fuertes, sulfúrico y
nítrico respectivamente, sobre los metales. A fin de aislar dichos gases, Cavendish me-
joró la cubeta neumática que ya antes habían introducido otros, especialmente Hales.
Llenaba una botella de agua, la introducía invertida en una cubeta de agua y hacía
que las burbujas de gas penetrasen en la botella de manera que el gas desplazase el
agua y llenase la botella, que se podía entonces sellar. Cuando el gas era soluble en
agua, Cavendish utilizaba mercurio como líquido con que llenar la botella y la cubeta,
técnica que fue notablemente desarrollada por su contemporáneo Joseph Priestley. En
la década de 1770, Priestley descubrió varios gases, aislándolos mediante la cubeta
neumática; a saber, amoníaco, ácido hidroclórico gaseoso, óxido nitroso, óxido nítrico,
dióxido de nitrógeno, oxígeno, nitrógeno, monóxido de carbono y dióxido de azufre.
Simultánea e independientemente, el boticario sueco Cari Scheele trabajaba en la

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misma dirección, descubriendo el gas oxígeno un poco antes que Priestley. Scheele fue
uno de los primeros que reconoció la importancia del descubrimiento. Señaló que el
aire no podía ser una sustancia elemental, ya que estaba compuesto por dos gases,
«aire fuego» u oxígeno y «aire impuro» o nitrógeno, en la proporción de una a tres par-
tes por volumen, según sus estimaciones —Priestley: 1/5 de oxígeno y 4/5 de nitró-
geno—. Con todo, Scheele se mantuvo fiel a la teoría del flogisto eliminado por las sus-
tancias que se quemaban. La cantidad que se podía absorber de este modo era limita-
da, de manera que cuando el oxígeno de un espacio cerrado se saturaba con el flogisto
ya no podía seguir sosteniendo la combustión.

6. Cuál es la postura de Lavoisier respecto a la idea de elemento químico.

Lavoisier había estado intentando dar con un ácido que se formase, según su teo-
ría, mediante la unión del hidrógeno, un no metal, con el oxígeno. No encontró seme-
jante ácido, pero el ayudante de Cavendish, Bladgen, informó a Lavoisier de que el
químico inglés había obtenido agua del hidrógeno y el oxígeno. Lavoisier realizó un
experimento aproximado confirmando el resultado fundamental del trabajo desarro-
llado por Cavendish y Priestley sobre la composición del agua. Lavoisier no demostró
que el peso de los gases que se combinaban fuese igual al peso del agua producida,
señalando que «puesto que no es menos cierto en física que en geometría que el todo
es igual a sus partes, pienso que estamos autorizados a concluir que el peso de esta
agua es igual al de los dos aires que sirvieron para formarla».
De su experimento, Lavoisier extrajo la conclusión moderna de que el agua no era
un elemento, sino un compuesto de hidrógeno y oxígeno. Ahora Lavoisier fue capaz de
enfrentarse a una seria objeción con la que se había topado su teoría desde sus co-
mienzos. Un metal, como el estaño o el hierro, se disolvía en un ácido liberando hidró-
geno y formando una sal. La cal del metal se disolvía en el ácido formando la misma
sal sin liberar ningún gas. Era una opinión muy extendida que, por consiguiente, el
hidrógeno era flogisto o quizá flogisto combinado con agua. El ácido liberaba flogisto
del metal, pero no de la cal, ya que se suponía que el metal se componía de la cal y el
flogisto. Lavoisier no podía explicar estos fenómenos inicialmente a base de su nueva
teoría, mas tan pronto como se vio que el agua se componía de hidrógeno y oxígeno,
suministró una alternativa a la explicación de la teoría del flogisto. Al disolverse en un
ácido diluido, el metal toma el oxígeno del agua presente para formar su cal u óxido,
que, unido al ácido, da una sal, mientras que el hidrógeno del agua se libera.
En este momento, la teoría de Lavoisier cubría los hechos conocidos de la química
de manera mucho más satisfactoria que la teoría del flogisto, con lo que esta última
perdió terreno rápidamente. La tierra, el agua, el aire y el fuego ya no se consideraban
como elementos, dado que había muchos tipos de tierras y el fuego se resolvía en ca-
lor, luz y humo, mientras que el aire había demostrado estar compuesto de oxígeno y
nitrógeno, y el agua, de hidrógeno y oxígeno. En lugar del punto de vista tradicional,
Lavoisier definió el elemento químico de manera más precisa que Boyle como «el tér-
mino efectivo a que ha llegado el análisis químico». En sus Elementos de química
(1789), el primero de los libros de texto de química modernos, Lavoisier enumeró sobre
esta base unas veintitrés sustancias auténticamente elementales. Con todo, incluyó
también una sustancia, denominada «calórico», la supuesta materia imponderable del
calor, entre los elementos del mundo inorgánico.

7. Explique cómo caracterizó Lavoisier la teoría del calórico y la función que


desempeña éste en su nueva química (ver también la pregunta siguiente, la nº8).

[Antes de responder a esta pregunta, hay que mencionar las dos teorías que se te-
nían en la época sobre la naturaleza del calor: la teoría sustancialista y la teoría ciné-

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tica. Hales y Desaguliers, fieles a Newton, se mostraron partidarios de una concepción


estrictamente cinética del calor, que consistiría en un movimiento vibratorio de las
partículas de los cuerpos. Pero la idea de que el calor era el responsable de los cam-
bios de estado también se mantenía desde posiciones eclécticas o sustancialistas. La
idea de que, en principio, cualquier sustancia, alcanzadas las temperaturas necesa-
rias, podía pasar por los tres estados de sólido, líquido y gas fue expuesta por Turgot
en la Enciclopedia de Diderot. La expansibilidad, nombre que dio Turgot a la propie-
dad elástica de las sustancias aeriformes de expandirse sin límites, era una caracterís-
tica de cualquier sustancia en estado de vapor, y era causada por el fuego unido a
ella. Su teoría no daba cuenta de la evaporación a temperatura ambiente, por lo que
optó por distinguir este último proceso del de ebullición, explicándolo mediante la teo-
ría de la disolución en el aire —la cual no podía explicar la evaporación en el vacío—].

El término «calórico», empleado en los círculos lavoiserianos para designar a la ma-


teria del calor, fue presentado públicamente en 1787, cuando Lavoisier y sus colegas
propusieron una nueva nomenclatura química. Con ello el calor adoptaba el rango de
una sustancia química, pero sus características, que debían dar cuenta de los distin-
tos fenómenos, distaban de estar claras. Lavoisier era sustancialista; creía que la «ma-
teria del fuego» era un fluido sutil y elástico, capaz de permear los poros de todos los
cuerpos y que tendía a repartirse entre ellos, aunque no los penetraba con la misma
facilidad; una concepción bastante similar a la de Cleghorn. Este fuego podía hallarse
libre, o bien hallarse «fijo» en los cuerpos, en cuyo caso perdía su elasticidad. Los flui-
dos aeriformes consistían en la combinación química de una «base» con la materia del
fuego, de modo que el estado de una sustancia dependía de la cantidad de fuego com-
binada con ella. En los procesos de combustión, calcinación y respiración, el oxígeno,
la base del «gas oxígeno», se combinaba con el combustible, acidificándolo, y liberán-
dose la materia del fuego. Por su parte, el aire fijo resultaba de la combinación de «ma-
teria carbonosa» con el oxígeno.
En 1772 Lavoisier había emprendido una serie de investigaciones con Laplace. En
una primera etapa, Lavoisier y Laplace introdujeron diversos fluidos en la máquina
neumática, anotando las presiones a las que entraban en ebullición a diversas tempe-
raturas. De estas experiencias concluyeron que el peso de la atmósfera se oponía a la
vaporización, y que esta se realizaba con absorción de fuego de los cuerpos circundan-
tes. Afirmaron que la conservación del calor era común tanto a la teoría sustancialista
como a la cinética. A continuación discutieron el método de las mezclas para la deter-
minación de calores específicos, mostrando sus limitaciones: pérdidas de calor en los
recipientes y en la atmósfera, dificultad en mezclar sustancias de pesos específicos
muy diferentes, problemas a la hora de trabajar con sustancias que reaccionan quími-
camente. En su lugar propusieron un instrumento, el calorímetro de hielo, ideado por
Laplace. Su fundamento era sencillo: si se imagina una esfera hueca de hielo a 0 °C, lo
bastante gruesa como para que el calor del exterior no penetre en ella, y se sitúa en su
interior un cuerpo a determinada temperatura, cuando dicha temperatura descienda
hasta 0 °C la cantidad de agua fundida en la cavidad interior será proporcional a la
cantidad de calor cedida por el cuerpo. De este modo se pueden determinar los calores
específicos de diversas sustancias, empleando como unidad el calor específico del
agua.

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8. ¿Qué es un fluido elástico? (Examen del texto de Dalton)

[Hay que explicar la teoría atómica para entender algo].

Dalton hablaba de los gases como fluidos elásticos.


La teoría atómica se modificó para atender a las necesidades de la química gracias
a los trabajos del científico cuáquero John Dalton, que la explicó plenamente en su
Nuevo sistema de filosofía química, publicado en 1808. Dalton partió de la concepción
newtoniana según la cual los gases estaban compuestos por átomos que se repelían
entre sí con una fuerza que caía con la distancia. Dalton y otros pensaban que esta
fuerza repulsiva era el calor, o calórico, como se denominaba, ya que en 1801 había
hallado que la presión de un gas aumentaba directamente con la temperatura cuando
se calentaba. Gay-Lussac observó en Francia el mismo fenómeno en 1802, descu-
briendo más tarde que él y Dalton habían sido anticipados en 1787 por el francés
Charles, con cuyo nombre se conoce hoy día la ley de la expansión de los gases con la
temperatura. Dalton estaba muy interesado en problemas meteorológicos, especial-
mente en el problema de la naturaleza de la atmósfera que a principios del XIX se sabía
compuesta de diversos constituyentes, especialmente oxígeno, nitrógeno y vapor de
agua. La atmósfera era homogénea, pero a Dalton le daba la impresión de que, si los
átomos de los gases se repelían entre sí, los diversos constituyentes del aire habrían
de separarse. Para superar esta dificultad, Dalton sugirió que los átomos de diversas
sustancias químicas no eran idénticos, sino que formaban diversas especies, de mane-
ra que los átomos de una sustancia química se repelen entre sí pero no a los átomos
de otra sustancia. Así, escribió en 1802: «cuando dos fluidos elásticos denotados por A
y B se mezclan, no hay repulsión mutua entre sus partículas; las partículas de A no
repelen a las de B como hacen entre sí. Consiguientemente, la presión o peso total so-
bre cualquiera de las partículas se debe exclusivamente a las de su propia especie».
De este modo, Dalton llegó a su ley de las presiones parciales, según la cual la
presión total de una mezcla de gases es la suma de las presiones de cada uno de los
gases separadamente considerados. En otras palabras, los diferentes gases de una
mezcla no tienen efectos los unos sobre los otros. Como decía el amigo de Dalton,
Henry, «cada gas es un vacío para los demás gases».
La importancia que para los químicos tenía la doctrina de Dalton reside en que
ahora se veía que existían diferentes especies de átomos, siendo similares los átomos
de un elemento, con sus propias características específicas, mientras que los de los
diversos elementos diferían en tamaño, peso y número por unidad de volumen, de
modo que cuando dos elementos se combinaban para formar un compuesto, cada
átomo del primer elemento se unía con uno o con un pequeño número entero de áto-
mos del segundo elemento. Estableció este último postulado porque descubrió que
cuando se unían dos elementos para formar más de un compuesto, los pesos del ele-
mento A que se combinan con cantidades fijas del elemento B mantenían siempre una
razón numérica simple los unos con los otros. Ésta es la ley de Dalton de las propor-
ciones múltiples, publicada en 1804 y que confirió plausibilidad a la teoría atómica.
También indicaba que el átomo de un elemento no siempre se combinaba con un solo
átomo de otro, sino que en ocasiones se combinaba con dos, tres, cuatro, etc.

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