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HISTORIA DE LA IGLESIA
LECCIÓN 2
CONOCIMIENTOS PREVIOS
Indice
Objetivos de la lección
I. LA IGLESIA CATÓLICA Y EL MISTERIO DE DIOS
La Iglesia: convocación al misterio y amor de Dios desde esta vida
La Iglesia es católica
Primacía del Papa en la Iglesia Católica
II. CONCEPTOS GENERALES
Razón del estudio de la Historia de la Iglesia
Concepto de Historia de la Iglesia
La historia, manifestación de la Providencia
Protagonistas de la Historia de la Iglesia
Objetivos de la lección
En esta lección el alumno aprende a tomar en cuenta varios aspectos que no se
deben olvidar al estudiar la Historia de la Iglesia: la convocación que Dios nos hace a
compartir su Vida, para ello ha querido la Iglesia; esa convocación es universal
(católica) y para ello puso a Pedro al frente como roca firme que confirma la fe de
todos (ministerio que se conserva en sus sucesores).
Además el alumno debe aprender que no es posible ver la Historia de la Iglesia como
una mera suma de actores humanos, como si a Dios no le importara nada el hombre:
en suma como si todo dependiera del hombre; o ‐por el contrario‐ con una postura
tan optimista que pareciera que el hombre no cuenta y Dios lo va arreglar todo, como
por arte de magia, sin contar con la correspondencia nuestra.
I. LA IGLESIA CATÓLICA Y EL MISTERIO DE DIOS
La Iglesia: convocación al misterio y amor de Dios desde esta vida.
La Iglesia no es una mera reunión de hombres que se congregan para compartir,
para no sentirse solos, para hacer obras de beneficencia: es mucho más que eso. La
Iglesia Católica, fundada por Cristo, Dios y Hombre verdadero, es principalmente la
llamada de Dios a los hombres para que compartan la Vida y el Amor infinitos de
El mismo. Lo anterior se complementa con varias características que se aprenden en
este apartado.
Tal como dijimos en la introducción de este curso, la Iglesia es un misterio donde
Dios mismo se nos entrega y nos convoca a su amor; es tanto el Cuerpo místico de
Cristo (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 787‐785), el Pueblo de Dios (Cfr. Ibidem,
nn. 781‐786) así como una sociedad: es divina y humana a la vez.
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De modo que Iglesia es visible e invisible; divina, sin macha ni arruga, santa e
inmaculada; humana, compuesta por hombres débiles y pecadores que deben, como
manda Cristo, tender hacia la santidad: “Vosotros, pues, habéis de ser perfectos
como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). La Iglesia da a los hombres los
medios para alcanzar dicha santidad: sus sacramentos hacen arraigar en ellos la vida
divina, y la acrecientan; su efecto depende de la libre disposición de cada uno, de su
humildad, de su generosidad y de su amor; enseñanza que ilumina la inteligencia y
ejemplo que mueve la voluntad.
Decir que la Iglesia tiene la misión de enseñar, de santificar y de gobernar, significa
que orienta al hombre hacia la Salvación, según las circunstancias propias de cada
época histórica; que las distintas maneras de vivir, de pensar y actuar permanecen, a
través de todos los cambios históricos, conformes a la Fe, al destino sobrenatural de
los hombres. La Iglesia espera de sus hijos un asentimiento interior y exterior, una
colaboración libre, la disposición de amar y seguir la Voluntad de Dios.
Como una muestra de que estamos llamados a la unión con Dios y de los dones que
El derrama en algunas almas que han correspondido de manera heroica (que El
mismo da cuando quiere y como quiere) se encuentran los fenómenos místicos. La
mayor parte de la vida de los hombres transcurre por cauces ordinarios sin
manifestaciones de este tipo; sin embargo, como estamos llamados a la unión con
Dios, ya desde esta vida y definitivamente en el Cielo, como un anticipo, Dios –
insisto, ya en esta vida y a muy pocas personas‐ les concede esos fenómenos místicos,
como el de la transverberación de Santa Teresa de Jesús (representado por Bernini en
una bellísima obra; ver imagen).
ʺVeía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en
forma corporal... Veíale en las manos un dardo de
oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un
poco de fuego. Este me parecía meter por el
corazón algunas veces y que me llegaba a las
entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba
consigo, y me dejaba toda abrasada en amor
grande de Dios... Es un requiebro tan suave que
pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su
bondad lo dé a gustar a quien pensare que
mientoʺ. (Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida).
Transverberación de Santa Teresa de Jesús
Bernini
Iglesia de Santa María de la Victoria
Roma
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Además, tal como nos recuerda el Concilio Vaticano II en la Constitución Apostólica
Lumen Gentium (en el n. 41), todos estamos llamados a buscar la unión con Dios (la
santidad) en la vida ordinaria: “Y por su lado, los que viven entregados al duro
trabajo conviene que en ese mismo trabajo humano busquen su perfección, ayuden a
sus conciudadanos, traten de mejorar la sociedad entera y la creación, pero traten
también de imitar, en su laboriosa caridad, a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en el
trabajo manual, y que continúa trabajando por la salvación de todos en unión con el
Padre; gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros en llevar sus cargas, y
sirviéndose incluso del trabajo cotidiano para subir a una mayor santidad, también
apostólica.
» Sepan también que están unidos de una manera especial con Cristo en sus dolores
por la salvación del mundo todos los que se ven oprimidos por la pobreza, la
enfermedad, los achaques y otros muchos sufrimientos o padecen persecución por la
justicia: todos aquellos a quienes el Señor en su Evangelio llamó Bienaventurados, y
a quienes: ʺEl Señor... de toda gracia, que nos llamó a su eterna gloria en Cristo Jesús,
después de un poco de sufrimiento, nos perfeccionará El mismo, nos confirmará, nos
solidificaráʺ (1 Pe 5,10).
» Por consiguiente, todos los fieles cristianos, en cualquier condición de vida, de
oficio o de circunstancias, y precisamente por medio de todo eso, se podrán santificar
de día en día, con tal de recibirlo todo con fe de la mano del Padre Celestial, con tal
de cooperar con la voluntad divina, manifestando a todos, en el mismo servicio
temporal, la caridad con que Dios amó al mundo”.
La Iglesia es católica
“Católico” –en latín‐, o “ecuménico” –en griego–, significa: “universal”. Esta palabra
distingue a los cristianos: los bautizados, discípulos de Cristo, los que pertenecen a la
Iglesia cuyo jefe es el Papa, Vicario –representante– del Hijo de Dios sobre la tierra.
Ubi Christus, ibi catholica Ecclesia: “Donde está Cristo, allí se encuentra la Iglesia
católica”, escribía ya en el 107 d. C., San Ignacio, obispo de Antioquía, camino de
Roma hacia su martirio. La Iglesia es “católica”, dice San Cirilo de Jerusalén en el
siglo IV, “porque está esparcida por el mundo entero, de un extremo a otro de la
tierra; porque enseña universalmente y sin excepción todos los dogmas que deben
ser conocidos de todos los hombres; y porque el entero género humano –príncipes y
simples particulares, sabios e ignorantes– se somete a su verdadero culto”.
En la Iglesia Católica –a diferencia del protestantismo, y en consonancia con la
experiencia de la recta interpretación de cualquier texto–, la Sagrada Escritura, se
acompaña necesariamente también de la Tradición, que es el conjunto de verdades,
explícita o implícitamente contenidas en la Biblia, enseñadas por la autoridad de la
Iglesia a lo largo de los siglos. Por otra parte es evidente que Cristo sólo quiso
fundar una Iglesia (Cfr. Mt 16, 13‐20).
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Primacía del Papa en la Iglesia Católica
Ya desde el siglo I hay testimonios de la primacía de la Sede de Pedro (como es el
caso del Papa San Clemente Romano) y son múltiples en el siglo II, como lo atestigua
San Ireneo de Lyon al escribir que es en Roma donde la Iglesia tiene su sede “más
antigua y más importante, conocida de todos, fundada y establecida allí por los
gloriosos apóstoles Pedro y Pablo... Y es con esta Iglesia, en razón de su autoridad de
origen, con quien debe ponerse de acuerdo toda Iglesia, es decir, todos los fieles
venidos de todas partes; y es en ella en la que, por los mismos fieles, ha sido
conservada la Tradición que viene de los Apóstoles”.
¿Cómo ha cumplido la Iglesia el mandato de Cristo de ir y bautizar a todas las gentes
(Cfr. Mt 28, 19‐20) para que los hombres se salven? Al estudiar Historia de la Iglesia
se aprende precisamente eso, pero antes es necesario tener claros algunos conceptos
generales.
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II. CONCEPTOS GENERALES
En la Historia de la Iglesia se palpa la acción de Dios. Cristo nos animó a vigilar
siempre, a no desfallecer; nos enseña a saber confiar en El, a no preocuparnos por el
día de mañana y nos muestra el ejemplo de los pajarillos y de las flores del campo.
Esto mismo es lo que se vive en la Historia de la Iglesia: intervención de Dios con su
Providencia ordinaria y extraordinaria que se conjuga con la correspondencia
humana.
Razón del estudio de la Historia de la Iglesia
El estudio de la Historia de la Iglesia resulta de gran utilidad para comprender la
maravillosa acción de Dios en la historia y, por entender mejor la formulación de las
verdades dogmáticas.
Concepto de Historia de la Iglesia
Historia de la Iglesia es la parte de la historia general que estudia los hechos relativos
al origen y desarrollo de la sociedad perfecta fundada por Jesucristo y que llamamos
Iglesia.
Se estudia, por tanto, el periodo que abarca dos mil años aproximadamente, desde
Pentecostés hasta nuestros días.
La historia, manifestación de la Providencia
La historia no está sometida a fuerzas ciegas, a ciclos determinados ni es tampoco el
resultado del azar. La historia en general es manifestación de la Providencia y la
libertad humana.
Cualquier persona tiene deseos de conocer los antecedentes de su propia familia: de
dónde procede, quiénes fueron sus parientes y qué hicieron. Es lógico, por tanto, que
los cristianos tengamos el deseo de conocer la historia de nuestra Santa Madre la
Iglesia, que es interés por saber los dones y las providencias de Dios, y la manera
como los hombres correspondieron a esas gracias.
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Protagonistas de la Historia de la Iglesia
Quien quiera conocer bien la historia de la Iglesia debe tener presente que hay dos
elementos esenciales que la componen:
l°. El Espíritu Santo que la gobierna a lo
largo de los siglos;
2°. Los hombres con su libertad, que pueden
corresponder o no la acción del Espíritu
Santo.
El Espíritu Santo
Vidriera de la Cátedra de San Pedro
Bernini, 1656‐1666
Basílica de San Pedro, Roma
Llaman la atención los hechos admirables de santidad que encontramos en la Iglesia
a lo largo de la historia. Hay también, ciertamente, errores, miserias y flaquezas de
los hombres, consecuencia de la resistencia de algunos al amor de Dios. Sin embargo,
es importante señalar que estas deficiencias humanas, no sólo no empañan la faz de
la Iglesia, que es santa, sin mancha ni arruga, sino que muestran claramente que a
pesar de los pecados de los hombres y la acción del demonio, la Iglesia permanece a
lo largo de los siglos tal y como la quiso Cristo. Un motivo más para agradecer a Dios
y amar más y más a nuestra Santa Madre la Iglesia.