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Traducción de
Arqueologías del futuro
Cristina Piña Aldao
El deseo llamado utopía
y otras aproximaciones de ciencia ficción

Fredric Jameson

Reservados todos los derechos.


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del Código Penal, podrán ser castigados con penas
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fijada en cualquier tipo de soporte.

Título original: Archaeologies of the Future: The Desire Called Utopia and Other Science Fictions

© Fredric Jameson, 2005

Publicado originalmente en 2005 por Verso Books

© Ediciones Akal, S. A., 2009


para lengua española

Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España

Tel.: 918 061 996


Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-2483-5
Depósito legal: M-15.463-2009

Impreso en Lavel S. A.
Humanes (Madrid)

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A mis camaradas del partido de la Utopía:
Peter, Kim, Darko, Susan
PRIMERA PARTE
l deseo llamado utop a
Si la escarcha se apodera de tu choza
agradecerás que termine la noche
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Introducción
La utopía hoy

La utopía siempre ha sido una cuestión política, destino inusual para una forma
literaria: pero al igual que el valor literario de la forma está sometido a duda perma-
nente, tambi n su prestigio político es estructuralmente ambiguo. Las fluctuaciones
de su contexto histórico no ayudan nada a resolver esta variabilidad, que tampoco
es cuestión de gusto o de juicio individual.
Durante la Guerra Fría (y en Europa oriental inmediatamente despu s de su ter-
minación), la utopía se había convertido en sinónimo de estalinismo y había acaba-
do por designar un programa que descuidaba la fragilidad humana y el pecado ori-
ginal, y delataba la voluntad de uniformidad y la pureza ideal de un sistema perfecto
que siempre tenía que ser impuesto por la fuerza a sus s bditos imperfectos y rea-
cios. (En un desarrollo posterior, Boris Groys ha identificado este dominio de la for-
ma política sobre la materia con los imperativos de la modernidad est tica)1.
Tales análisis contrarrevolucionarios ya poco interesantes para la derecha desde
el hundimiento de los países socialistas fueron entonces adoptados por una iz-
quierda antiautoritaria cuya micropolítica abrazaba la diferencia como lema y reco-
nocía sus posiciones antiestatales en las tradicionales críticas anarquistas que tacha-
ban al marxismo de utópico precisamente en ese sentido centralizador y autoritario.
Paradójicamente, las tradiciones marxistas más antiguas, sacando lecciones
acríticas de los análisis históricos sobre el socialismo utópico realizados por
Marx y Engels en el anifiesto comunista2, y tambi n siguiendo el uso bolchevi-

1
Boris Groys, The Total Art of Stalinism Princeton, 1992.
2
V ase Karl Marx y Friedrich Engels, anifiesto comunista, capítulo III, Literatura socialista y
comunista , Madrid, Akal, 2004 y v ase tambi n F. Engels, Socialismo utópico y científico . Pero

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que3, denunciaban que la competencia utópica de dicho socialismo carecía de cen concebir dichos sistemas alternativos la forma utópica es en sí una meditación
toda concepción de agencia o de estrategia política, y caracterizaban el utopismo representativa sobre la diferencia radical, la otredad radical, y sobre la naturaleza
como un idealismo profunda y estructuralmente opuesto a lo político propia- sist mica de la totalidad social, hasta el punto de que uno no puede imaginar nin-
mente dicho. La relación entre la utopía y lo político, así como las cuestiones so- g n cambio fundamental de nuestra existencia social que antes no haya arrojado vi-
bre el valor político práctico del pensamiento utópico y la identificación entre siones utópicas cual sendas chispas de un cometa.
socialismo y utopía, siguen siendo en gran medida temas no resueltos hoy, cuando La dinámica fundamental de cualquier política utópica (o de cualquier utopismo
la utopía parece haber recuperado su vitalidad como lema político y una pers- político) radicará siempre, por lo tanto, en la dial ctica entre la identidad y la dife-
pectiva políticamente energizante. rencia4, en la medida en la que dicha política tenga por objetivo imaginar, y a veces
De hecho, toda una nueva generación de la izquierda posglobalización que re - incluso hacer realidad, un sistema radicalmente distinto a ste. En esto podemos se-
ne los restos de la vieja y la nueva izquierda, junto con los de un ala radical de la guir a los viajeros del espacio-tiempo de laf Stapledon, que gradualmente acaban
socialdemocracia y de las minorías culturales del Primer Mundo, así como a los dándose cuenta de que su receptividad a las culturas ajenas y exóticas se rige por
campesinos proletarizados y las masas sin tierra o estructuralmente inempleables principios antropomórficos:
del Tercer Mundo está cada vez con más frecuencia dispuesta a adoptar este lema,
en una situación en la que el descr dito tanto de los partidos comunistas como de Al principio, cuando nuestra capacidad imaginativa estaba estrictamente limitada
los socialistas, y el escepticismo acerca de las concepciones tradicionales de la revo- por la experiencia de nuestros propios mundos, sólo podíamos establecer contacto con
lución han aclarado el terreno discursivo. Es de esperar que la consolidación del mundos estrechamente afines al nuestro. Además, en esta fase inicial de nuestro trabajo
mercado mundial emergente porque es esto lo que realmente está en juego en la llegábamos invariablemente a estos mundos cuando pasaban por la misma crisis espiri-
denominada globalización permita al fin que se desarrollen nuevas formas de tual que la que subyace hoy a las dificultades del omo sapiens. Parecía que, para que
agencia política. Mientras tanto, adaptando la famosa sentencia de Margaret That- entrásemos en cualquier mundo, tenía que haber en nosotros mismos y en nuestros anfi-
cher, no hay alternativa a la utopía, y el capitalismo tardío parece no tener enemigos triones una similitud o una identidad profundas5.
naturales (los fundamentalismos religiosos que se resisten al imperialismo esta-
dounidense y occidental no respaldan en absoluto las posturas anticapitalistas). Stapledon no es en sentido estrico un utópico, como veremos más tarde, pero
Pero no es sólo la invencible universalidad del capitalismo la que está en cuestión, ning n escritor utópico ha abordado tan directamente la gran máxima empirista de
deshaciendo incansablemente todos los avances sociales obtenidos desde el co- que en la mente no hay nada que no hubiera estado primero en los sentidos. Siendo
mienzo de los movimientos socialistas y comunistas, revocando todas las medidas así, este principio no sólo augura el fin de la utopía como forma, sino tambi n de la
de bienestar, la red de seguridad, el derecho de sindicación, las leyes reguladoras in- ciencia ficción en general, al afirmar que hasta nuestras imaginaciones más desata-
dustriales y ecológicas, y ofreciendo privatizar las pensiones y de hecho desmantelar das no son más que collages de experiencia, constructos compuestos de fragmentos
todo lo que se interponga en el camino del libre mercado en todo el mundo. Lo de- y trozos del aquí y el ahora: cuando Homero se formó la idea de la uimera, no
vastador no es la presencia de un enemigo sino la creencia universal no sólo de que hizo más que unir en un solo animal partes correspondientes a distintos animales:
esta tendencia es irreversible, sino de que las alternativas históricas al capitalismo se cabeza de león, cuerpo de cabra y rabo de serpiente 6. En el plano social, esto sig-
han demostrado inviables e imposibles, y que ning n otro sistema socioeconómico
es concebible, y mucho menos disponible en la práctica. Los utópicos no sólo ofre- 4
V ase G. . F. Hegel, nc clopedia ogia Libro Segundo, Essence , xford, 1975.
5
laf Stapledon, The ast and First en Star a er Nueva ork, 1968, p. 299 ed. cast.: a pri
mera ltima humanidad y acedor de estrellas, Barcelona, Minotauro, 2003 . El novelista ingl s laf
tanto Lenin como Marx escribieron utopías: ste en a guerra ci il en Francia 1871 y aqu l en l s Stapledon (1886-1950), cuyas dos obras más importantes, aquí citadas, se estudiarán en el capítulo 9
tado la re oluci n 1917 . de este libro, deriva de lo que podría denominarse la tradición artística europea de los romances cientí-
3
La denominada teoría de los límites y teoría de los objetivos más cercanos ( teoriya blizh- ficos o la novela especulativa de H. G. ells, y no de las revistas populares en las que surgió la cien-
nego pritsela ) v ase Darko Suvin, atamorphoses of Science Fiction Ne Haven, 1979, pp. 264-265 cia ficción estadounidense.
6
ed. cast.: etamorfosis de la ciencia ficci n so re la po tica la historia de un g nero literario M xico, Alexander Gerard, ssa on enius, citado en M. H. Abrams, The irror and the amp x-
FCE, 1984 . ford, 1953, p. 161 ed. cast.: l espe o la lámpara Buenos Aires, Nova, 1962 .
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nifica que nuestra imaginación es reh n de nuestro modo de producción (y quizá de abiertamente utópicos (como a rueda celeste de Le Guin), tambi n haremos refe-
todos los restos del pasado que dicho modo de producción conserva). Sugiere que, rencia a obras que, como en el capítulo I , delatan el funcionamiento del impulso
en el mejor de los casos, la utopía puede servir al fin negativo de hacernos más cons- utópico. En todo caso, El deseo llamado utopía , a diferencia de los artículos re-
cientes de nuestro aprisionamiento mental e ideológico (algo que yo mismo he afir- copilados en la Segunda parte, trata principalmente de esos aspectos de la ciencia
mado en alguna ocasión)7, y que por lo tanto las mejores utopías son aquellas que ficción relevantes para la dial ctica más propiamente utópica entre la identidad y la
más ampliamente fracasan. diferencia9.
Es una propuesta que tiene el m rito de centrar el estudio de la utopía en la re- Todas estas cuestiones formales y representativas nos conducen de nuevo a la
presentación en sí y no en el contenido. Estos textos se consideran tan a menudo expre- cuestión política con la que empezamos: pero ahora sta se ha agudizado para con-
sión de la opinión política o de la ideología que hay algo que decir para restablecer el vertirse en el dilema formal de cómo obras que plantean el fin de la historia pueden
equilibrio de un modo resueltamente formalista (los lectores de Hegel o de Hjelmslev ofrecer impulsos históricos utilizables cómo obras que pretenden resolver todas las
sabrán que la forma siempre es, en cualquier caso, la forma de un contenido específi- diferencias políticas pueden seguir siendo políticas en el más pleno sentido cómo
co). Desde esta perspectiva, no son sólo las materias primas sociales e históricas del textos pensados para superar las necesidades del cuerpo pueden seguir siendo ma-
constructo utópico las que interesan, sino tambi n las relaciones de representación es- terialistas y cómo visiones de la poca de descanso (Morris) pueden darnos ener-
tablecidas entre ellas: como el cierre, el relato y la exclusión o la inversión. Aquí como gía e instarnos a la acción.
en otras partes del análisis narrativo lo más revelador no es lo que se dice, sino lo que Hay buenas razones para pensar que todas estas cuestiones son indecidibles, lo
no puede decirse, lo que no se registra en el aparato narrativo. cual no es necesariamente malo siempre que sigamos intentando decidirlas. De he-
Es importante completar este formalismo utópico con lo que yo dudo en llamar cho, en el caso de los textos utópicos, la comprobación política más fiable no radica
una psicología de la producción utópica: un estudio, por el contrario, de los meca- tanto en un juicio sobre la obra individual en cuestión como en su capacidad para
nismos de la fantasía utópica, el cual evite la biografía individual para fijarse en el generar otras obras, visiones utópicas que incluyan las del pasado y que las modifi-
cumplimiento de deseos históricos y colectivos. Tal enfoque ilustrará necesariamente quen o corrijan.
las condiciones de posibilidad histórica de la fantasía utópica, porque hoy cierta- Pero esta imposibilidad de decidir no es política, sino que en realidad pertenece
mente es de gran inter s para nosotros comprender por qu las utopías han floreci- a la estructura profunda y explica por qu tantos comentaristas de la utopía (como
do en un periodo y se han agostado en otro. sta es claramente una cuestión que los propios Marx y Engels, a pesar de toda su admiración por Fourier)10 pudieron
debe ampliarse para incluir tambi n la ciencia ficción si, como yo, seguimos a Dar-
ko Suvin8 en la opinión de que la utopía es un subg nero socioeconómico de esa 9
El repudio convencional de la ciencia ficción por parte de la alta cultura su estigmatización de
forma literaria más amplia. El principio de extrañamiento cognitivo establecido lo puramente formulista (que refleja el pecado original de su descendencia de las revistas de relatos
por Suvin una est tica que, basada en la idea formalista rusa de hacer extraño y populares), sus quejas ante la ausencia de personajes complejos y psicológicamente interesantes
en el brechtiano erfremdungsffe t, caracteriza a la ciencia ficción como una fun- (una postura que no parece haber seguido el ritmo de la crisis poscontemporánea del sujeto centra-
ción esencialmente epistemológica (excluyendo así las huidas más oníricas de la fan- do ), su nostalgia por los estilos literarios originales que pasa por alto la variedad estilística de la cien-
cia ficción actual (como la desfamiliarización del estadounidense hablado por parte de Philip K.
tasía gen rica) plantea así un subconjunto específico de esta categoría gen rica de-
Dick) probablemente no sea cuestión de gusto personal, y tampoco debería abordarse mediante ar-
dicada particularmente a imaginar formas sociales y económicas alternativas. En gumentos puramente est ticos, como el intento de asimilar las obras selectas de la ciencia ficción al ca-
este libro, sin embargo, nuestro análisis se complicará por la existencia, junto al g - non establecido. Debemos aquí identificar un tipo de revulsión gen rica, en la que esta forma y este
nero o texto utópico propiamente dicho, de un impulso utópico que infunde mu- discurso narrativo son objeto de resistencia psíquica en general y objetivo de una especie de principio
cho más, tanto en la vida diaria como en sus textos (v ase el capítulo I). Esta distin- de realidad literario. Para dichos lectores, en otras palabras, racionalizaciones como las de Bourdieu,
ción tambi n complicará el propio análisis selectivo de la ciencia ficción que aquí se que rescatan las formas literarias elevadas de las asociaciones culpables de improductividad y mera di-
versión y que las dotan de justificación socialmente reconocida, están aquí ausentes. Es cierto que sta
efect a, dado que, junto con los textos de ciencia ficción que despliegan temas
es tambi n una respuesta que los lectores de fantasía bien pudieran dirigir a los lectores de ciencia fic-
ción (v ase el capítulo V).
7 10
V ase Segunda parte, artículo IV. K. Marx y F. Engels, Selected Correspondence, Mosc , 1975 por ejemplo, 9 de octubre de 1866
8
D. Suvin, etamorphoses of Science Fiction cit., p. 61. (a Kugelmann) tachando a Proudhon de utópico pequeñoburgu s mientras que en las utopías de un

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emitir evaluaciones contradictorias sobre el tema. tro visionario utópico, Herbert Esto no nos deja exactamente en nuestro comienzo, en el que los estereotipos
Marcuse seguramente el utópico más influyente de la d cada de 1960 , ofrece una ideológicos rivales pretendían trasladar uno u otro juicio político absoluto a la uto-
explicación de esta ambivalencia en un argumento anterior cuyo tema oficial es la pía. Porque aunque ya no podamos adherirnos con conciencia inequívoca a esta
cultura y no la utopía propiamente dicha11. El problema, sin embargo, es el mismo: forma variable, podemos recurrir ahora a ese ingenioso lema político que Sartre in-
puede la cultura ser política, es decir, crítica e incluso subversiva, o es necesaria- ventó para encontrar su camino entre un comunismo imperfecto y un anticomunis-
mente reapropiada y absorbida por el sistema social del que forma parte Marcuse mo aun más inaceptable. uizá algo similar puede propon rseles a los partidarios
sostiene que es la mismísima separación entre el arte y la cultura por un lado, y lo de la propia utopía: de hecho, para aquellos demasiado recelosos de los motivos de
social por otro una separación que inaugura y define la cultura como ámbito por sus críticos, pero no menos conscientes de las ambig edades estructurales de la uto-
derecho propio , la que constituye la fuente de la ambig edad incorregible del arte. pía, para aquellos conscientes de la función política tan real que la idea y el progra-
Porque esa misma distancia respecto a su contexto social, que permite a la cultura ma utópicos tienen en nuestro tiempo, el lema del anti-anti-utopismo bien podría
servir de crítica y recusación a dicho contexto, tambi n condena sus intervenciones ofrecer la mejor estrategia de trabajo.
a la inutilidad y relega el arte y la cultura a un espacio frívolo y trivializado en el que
dichas intersecciones se neutralizan de antemano. Esta dial ctica explica asimismo,
incluso de manera más convincente, las ambivalencias del texto utópico: porque
con cuanta más seguridad una utopía dada reafirme su diferencia radical respecto a
lo que hoy existe, en mayor medida se convertirá no sólo en algo irrealizable sino
tambi n, lo que es peor, inimaginable12.
Fourier, un en, etc., encontramos la anticipación y la expresión imaginativa de un mundo nuevo
(p. 172). v ase tambi n F. Engels: el socialismo teórico alemán nunca olvidará que descansa sobre
los hombros de Saint-Simon, Fourier y en, tres hombres que a pesar de sus fantasías y de su uto-
pismo deben considerarse entre las mentes más significativas de todos los tiempos, porque anticiparon
con ingenio incontables cuestiones cuya precisión demostramos ahora científicamente , citado en
Frank y Fritzie Manuel, Utopian Thought in the estern orld Cambridge, 1979, p. 702 ed. cast.: l
pensamiento ut pico en el mundo occidental Madrid, Taurus, 1984 . Benjamin era tambi n un gran ad-
mirador de Fourier: l attendait la li ration totale de l a nement du eu uni ersalis au sens de Fou
rier pur lequel il a ait une admiration sans orne e ne sache pas d homme qui de nos hours ait cu
aussi intimement dans le aris saint simonien et fouri riste en Pierre Klosso ski, Lettre sur alter
Benjamin , Ta leau i ants París, Gallimard, 2001, p. 87. Barthes era otro lector apasionado (v a-
se capítulo I, nota 5).
11
V ase Herbert Marcuse, n the Affirmative Character of Culture , en egations Boston, 1968.
12
Desde otro punto de vista, este análisis de la realidad ambigua de la cultura (es decir, en nuestro
contexto, de la cultura en sí) es ontológico. Se presume que la utopía, que se ocupa del futuro o del no
ser, sólo existe en el presente, donde conduce la vida relativamente d bil del deseo y la fantasía. Pero
esto sirve para calcular sin la anfibiedad y la temporalidad del ser, respecto al cual la utopía es filosófi-
camente análoga al vestigio, sólo que desde el otro extremo del tiempo. La aporía del vestigio es la de
pertenecer al pasado y al presente al mismo tiempo, y así constituir una mezcla de ser y no ser muy di-
ferente a la categoría tradicional de devenir y, por lo tanto, ligeramente escandalosa para la razón ana-
lítica. La utopía, que combina el todavía no ser del futuro con la existencia textual en el presente, no
es menos digna de las arqueologías que estamos dispuestos a conceder al vestigio. Respecto a un aná-
lisis filosófico de ste, v ase Paul Ricoeur, Time and arrati e volumen III, Chicago, 1988, pp. 119-120
ed. cast.: Tiempo narraci n M xico, Siglo I, 1995 .
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