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Las acusaciones contra los cristianos

Lo que se decía acerca de los cristianos puede clasificarse bajo dos categorías: los
rumores populares y las críticas por parte de gentes cultas. Los rumores populares se
basaban generalmente en algo que los paganos oían decir o veían hacer a los cristianos, y
entonces lo interpretaban erróneamente. Así, por ejemplo, los cristianos se reunían todas las
semanas para celebrar una comida a la que frecuentemente llamaban “fiesta de amor”. Esa
comida era celebrada en privado, y sólo eran admitidos quienes habían sido iniciados en la
fe, es decir, bautizados. Además, los cristianos se llamaban “hermanos” entre sí, y no
escaseaban los casos de hombres y mujeres que decían estar casados con sus “hermanos” y
“hermanas”. Sobre la base de estos hechos, se fueron tejiendo rumores cada vez más
exagerados, y muchos llegaron a creer que los cristianos se reunían para celebrar una orgía
en la que se daban uniones incestuosas.

Según se decía, los cristianos comían y bebían hasta emborracharse, y entonces


apagaban las luces y daban rienda suelta a sus pasiones. El resultado era que muchos se
unían sexualmente a sus parientes más cercanos. También sobre la base de la comunión
surgió otro rumor. Puesto que los cristianos hablaban de comer la carne de Cristo, y puesto
que también hablaban del niño que había nacido en un pesebre, algunos entre los paganos
llegaron a creer que lo que los cristianos hacían era que escondían un niño recién nacido
dentro de un pan, y lo colocaban ante una persona que deseaba hacerse cristiana. Los
cristianos entonces le ordenaban al neófito que cortara el pan, y luego devoraban el cuerpo
todavía palpitante del niño. El neófito, que se había hecho partícipe de tal crimen, quedaba
así comprometido a guardar el secreto.

Otra extraña opinión que algunos sostenían era que los cristianos adoraban a un
asno crucificado. Desde algún tiempo antes, se había dicho que los judíos adoraban a
un asno. Ahora comenzó a transferirse esa opinión a los cristianos, a quienes se hacía
entonces objeto de burla. Todas estas ideas —y otras muchas— que circulaban acerca de
los cristianos eran a todas luces falsas, y para refutarlas los cristianos no tenían más que
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señalar hacia su propia vida y conducta, cuyos principios eran mucho más estrictos
que los de los paganos.

Pero había otras acusaciones que se hacían contra los cristianos, no ya por el vulgo
mal informado, sino por personas cultas, muchas de las cuales conocían algo de las
doctrinas cristianas. Bajo diversas formas, todas estas acusaciones podían resumirse en una:
los cristianos eran gentes ignorantes cuyas doctrinas, predicadas bajo un barniz de
sabiduría, eran en realidad necias y contradictorias. Por lo general, ésta era la actitud que
adoptaban los paganos cultos y de buena posición social, para quienes los cristianos eran
una gentuza despreciable.

En época de Marco Aurelio, un autor erudito de quien sólo sabemos que se llamaba
Celso compuso contra los cristianos un tratado que llamó “La palabra verdadera”. Allí
Celso expresa el sentimiento de quienes, como él, se consideraban sabios y refinados:
En algunas casas privadas nos encontramos con gente que trabaja con lana y con trapos, y a
zapateros, es decir, a las gentes más incultas e ignorantes. Delante de los jefes de familia,
esta gente no se atreve a decir palabra. Pero tan pronto como logran apartarse con los niños
de la casa, o con algunas mujeres tan ignorantes como ellos, empiezan a decirles
maravillas. [...] Los que de veras quieran saber la verdad, que dejen a sus maestros y a sus
padres, y que vayan con las mujeres y los chiquillos a las habitaciones de las mujeres, o al
taller del zapatero, o a la talabartería, y allí aprenderán la vida perfecta. Es así como
estos cristianos encuentran quien les crea (Orígenes, Contra Celso, 3:55).

Por la misma época, Cornelio Frontón, que había sido maestro de Marco Aurelio,
compuso otro ataque contra los cristianos que desafortunadamente se ha perdido. Sin
embargo, es posible que el autor cristiano Minucio Félix esté citando la obra de Frontón al
poner en labios de un pagano las siguientes palabras: Si os queda un ápice de sabiduría o de
vergüenza, dejad de investigar lo que sucede en las regiones celestiales, y los destinos y
secretos del mundo. Basta con que miréis dónde ponéis los pies, sobre todo a gentes como
vosotros, sin educación ni cultura, sino rústicas y rudas (Octavio, 12).
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Luego, la enemistad contra los cristianos, que muchas veces pretendía basarse sólo
en cuestiones de religión y doctrinas, también tenía mucho que ver con prejuicios de clase.
Las personas supuestamente refinadas no podían ver con buenos ojos que esa gentezuela,
pobre e inculta, pretendiera conocer una verdad que ellas no conocían.

En todo caso, las gentes cultas atacaban al cristianismo diciendo ante todo que era
una religión de bárbaros. Buena parte de lo que los cristianos enseñaban no había sido
descubierto por los griegos ni por los romanos, sino por el inculto pueblo judío, cuyos
supuestos sabios nunca se elevaron a la altura de los filósofos griegos. Y lo poco de bueno
que pueda encontrarse en las Escrituras de los judíos se debe probablemente a que fue
copiado de los griegos. Además —siguen diciendo las gentes como Celso, Frontón y
otros— el Dios de los judíos y cristianos es un Dios ridículo. Por una parte dicen que es
omnipotente, y que es el ser supremo que se encuentra por encima de todo. Pero por otra
parte le describen como un ser curioso, que se inmiscuye en todos los asuntos
humanos, que está en todas las casas viendo lo que se dice y hasta lo que se cocina. Ese
modo de concebir la divinidad es una sinrazón. O bien se trata de un ser omnipotente, por
encima de todos los otros seres, y por tanto apartado de este mundo; o bien se trata de un
ser curioso y entremetido, para quien las nimiedades humanas resultan interesantes. En todo
caso, sea cual fuere este Dios de los cristianos, el hecho es que su culto destruye la fibra
misma de la sociedad, pues hace que quienes lo siguen se abstengan de toda clase de
actividades sociales, so pretexto de que participar en ellas sería adorar a dioses que no
existen. Pero, si en verdad tales dioses no existen, ¿por qué temerles? ¿Por qué no participar
de su culto junto a la gente sensata, aun cuando uno no crea en ellos? El hecho parece ser
que los cristianos, que dicen que los dioses paganos son falsos, sin embargo siguen
temiendo a esos dioses.

En cuanto a Jesús, basta recordar que fue un malhechor condenado por las
autoridades romanas. Celso llega hasta a decir que era hijo ilegítimo de María con un
soldado romano. Si de veras era Dios o Hijo de Dios, ¿por qué permitió que le crucificaran?
¿Por qué no hizo que cayeran muertos sus enemigos? ¿Por qué no desapareció cuando iban
a clavarle al madero? Y suponiendo que de hecho Dios vino a la tierra en Jesús, pregunta
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Celso: ¿De qué puede servir tal visita de Dios a la tierra? ¿Será quizá para averiguar lo que
pasa entre los seres humanos? ¿No lo sabe él todo? ¿O será que lo sabe, pero no puede
corregirlo si no viene él en persona a hacerlo? (Contra Celso, 4 2).

Por último, estos cristianos andan predicando y creyendo que han de resucitar. Es
sobre la base de esa fe que se enfrentan al martirio con una obstinación casi increíble. Pero
no es cosa de gentes sensatas dejar esta vida, que es cosa segura, por otra vida
supuestamente superior, que en el mejor de los casos es cosa dudosa. Y eso de la
resurrección es el colmo de las necedades cristianas. ¿Cómo han de resucitar aquéllos cuyos
cuerpos han sido destruidos por fuego, o devorados por los peces o las fieras? ¿Irá Dios por
todo el mundo recogiendo y uniendo los pedazos de cada cuerpo? ¿Cómo se las arreglará
Dios, en el caso de aquellas porciones de materia que han pertenecido primero a un cuerpo,
y después a otro? ¿Se las adjudicará a su primer dueño? En tal caso, ¿quedará un hueco en
el cuerpo resucitado del dueño posterior? Como vemos, todas estas observaciones,
comentarios y preguntas se dirigían al corazón mismo de la fe cristiana. No se trataba ya de
rumores infundados acerca de orgías incestuosas, ni de prácticas de canibalismo, sino que
se trataba más bien de las doctrinas mismas del cristianismo. A tales burlas y
ataques no se podía responder con una mera negación. Era necesario más bien ofrecer
argumentos sólidos que respondiesen a las objeciones que se planteaban. Tal fue la obra de
los apologistas.

Ejercicio. Después de haber realizado la lectura por favor:

1. Resuma las acusaciones que se hacían contra los cristianos en esa época.
2. ¿Cómo respondería usted ante cada una de estas acusaciones? Sustente su respuesta,
en lo posible con textos bíblicos.

Por favor enviar un documento al correo averbel@unisbc.edu.co, no superior a dos páginas


con sus respuestas. Este ejercicio corresponde a la primera nota del curso, debe ser enviado
antes de la próxima clase.

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