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Gabriela Galindo
Dhotsua fue un gran héroe cherokee que fue asesinado en 1923 en una batalla por
defender su tierra frente a las grandes empresas petroleras de Oklahoma. Cuando
Dhotsua murió, sus últimas palabras fueron: "Estoy muy orgulloso de nosotros" y su
primo que estaba con él le preguntó "¿Te refieres a la sociedad guerrera o a nosotros los
cherokees?. Y él le respondió: "No, quiero decir a nosotros los mamíferos".
Esta es una de las tantas historias con las que podemos toparnos en uno de sus libros más
recientes de Jimmie Durham, la traducción al español de la original edición editada en
1998, Entre el mueble y el inmueble (Entre una roca y un lugar sólido) y presentado hace
algunas semanas en el bar Covadonga. Disertaciones aparentemente deshiladas destilan
un cúmulo de argumentaciones en una no-estructura de pensamientos agudos y plagados
de un sentido del humor trágico para los que piensan con los sentidos y sabroso para los
que piensan con la razón.
Jimmie Durham es bien conocido por sus esculturas de carácter antropozoomórfico, sus
intrincadas instalaciones y su activismo político como miembro del American Indian
Movement en los años 70; sin embargo, su poesía y ensayística es tan intensa como su
obra plástica. De ascendencia Cherokee, Durham ha encontrado el modo de
confrontarnos desde la ironía a los estereotipos y prejuicios de las culturas colonizadoras
de occidente.
El calvario de los sentimientos al que nos lleva Durham en este ensayo (por cierto mal
traducido al español) comienza con la compra de unos cuantos diccionarios, las palabras
formadas por letras que acomodadas de una u otra forma crean un viacruxis de
reflexiones. "Una vez que usted comienza a poner una palabra detrás de otra, a menudo
descubre que, sin haberse dado cuenta, ha confesado algo" (p. 89). Un breve fárrago de
información como reza el título de su primer capítulo; sí, un revoltijo, un caos, una
mezcla confusa de datos que nos llevan por entuertos lingüísticos, breves relatos, análisis
contundentes y llanas confusiones, pero que en todo momento nos revelan la importancia
de lo trivial y retuerce los convencionalismos políticos a carcajada abierta.
El diccionario, como diría Georges Perec, es una simple lista que nos sobrepasa y no es
posible agotarlo, y por ende se convierte en material de referencia. Se trata de un
enlistado de convenciones aparentemente aleatorias. El reto estriba en las relaciones que
uno es capaz de hacer entre una y otra palabra. Las canas de Jimmie Durham dibujan un
juego de complejas relaciones semánticas entre palabras y lenguas (inglés, alemán,
francés) hasta convencernos de cosas que parecerían totalmente absurdas (si no
hubiésemos pasado por una breve y contundente disertación lingüística) tales como: que
las sillas nos han convencido de que las necesitamos como intermediarios y son
esenciales para nuestra vida sexual y para colmo, ¡son espías del Estado! Para llegar a
esta conclusión, tuvimos que sacar de la memoria la célebre escena del cruzado de
piernas de Sharon Stone (Basic Instict), para imaginarla en circunstancias como un
escenario en Japón --ella vistiendo un Kimono y arrodillada en un tapetito—o como
pigmea en la estepa africana y acuclillada en la tierra.
Durham arroja piedras sobre las etimologías y provoca risas. Su laberinto discursivo nos
revela las trampas que se esconden tras el lenguaje: "Aparte del Dolor, que es el único
'presente' que conocemos, está el inmediato pasado; es decir el lenguaje" (p.46). Todo lo
que decimos, desde el momento de pronunciarlo se convierte en pasado. El único terreno
baldío para la reconstrucción del mundo efímero de la vida es el relato. Historias como la
del indio Leonard Peltier acusado de matar a dos agentes del FBI o su versión de lo
sucedido cuando conoció a Gilgamesh son narraciones/ficciones que se van imbricando
dentro del ensayo que revelan la crueldad del poder, el mundo de la obediencia
confrontado con el mundo de la subversión, el efecto destructor de la Historia y la
inevitable sustancia de dominio que se concentra en la llamada "civilización occidental".
Trapecista del arte, cocinero y activista en receso, Durham muestra a través de este
anecdotario personal, articulado sobretodo por el arte de la ocurrencia, un modo de de
entender la cultura dominante partiendo de lo hallado en la memoria. El aparato del poder
es tan prodigioso que ha creado toda una serie de artilugios para conservar su dominio
sobre el lenguaje (o como decía Benjamín: lo único que no soporta la burguesía, es que la
cambien la sintaxis). Tal es el caso de la arquitectura, otra invención del Estado creada
para conveniencia de sí mismo. La arquitectura se nos presenta como una estructura
fuerte y suprema que se sostiene gracias a su fundamento esencial: La piedra. la piedra es
la base de toda estructura y se encuentra oprimida por ello: "La piedra sufre por el peso
arquitectónico, el peso de la metáfora y el peso de la historia" (p.60). Como en una
fábula, podríamos situar a la piedra como la representación de la identidad de los pueblos
que han sido tragados y digeridos por la colonización.
Entre el mueble y el inmueble es una obra francamente inclasificable, nos hace pasar sin
sobresaltos de un breve relato a una receta para hacer bollos o narrar jugosas
observaciones al margen, como aquella en la que Jimmie nos relata una conversación con
un amigo suizo: "Los cherokees tienen que matar para comer. Igual que todo el mundo,
pero un buitre no, así que es más puro, más elevado, más moral que el resto de nosotros.
Eso le estaba diciendo a un amigo suizo cuando se enojó mucho y dijo: 'No, los buitres
son espantosos, hacen que otros hagan la matanza en su lugar'. Y yo dije: 'No, no, ésos
son los suizos, estás cometiendo un error'".(p.38)
El ensayo está salpicado de breves narraciones como la de la pequeña araña que se instaló
en el retoño de un cocotero y Durham decidió tomarla a su cuidado Se encargó de que el
pequeño arácnido tuviera comida colocando pedazos de fruta podrida alrededor de la
maceta para que se juntaran moscas y mosquitos. El problema surgió cuando la planta
murió (cosa que era de esperarse, Jimmie vivía en Berlín y todos sabemos que un
cocotero no puede sobrevivir con tan tremendo clima) pero, contrario a lo que podría
esperarse, la araña no murió… simplemente se quedó en estado letárgico "Tal parece que
está 'jubilada'. No tiene telaraña, no come, no se mueve. Pero tampoco muere". (p.32)
Pensaríamos que una araña no puede vivir fuera de su telaraña, fuera de su "hogar", pero
he aquí lo que Durham nos revela. El hogar es un invento, una mentira, en realidad lo que
necesitamos es un espacio para contener nuestras posesiones, ellas son las que nos
permiten conservar el sentido del yo. Nuevamente nos lleva a la reflexión sobre la
identidad, la individualidad y el sentido que éstas adquieren dentro de cada cultura. Se
trata del sentimiento de identidad con el que una persona se reconoce a sí misma; tal clase
de identidad queda constituida por la memoria. Esto me hace recordar una de sus más
exquisitas esculturas realizada en 1987 y titulada Autorretrato, esta pieza es un
monumento a la identidad, se trata de una figura humana recortada en piel de tamaño
natural con una máscara figurando su rostro y sobre la que ha pintado por todo el cuerpo
una serie de estatutos reveladores sobre su persona, tales como:
Jimmie Durham. Entre el mueble y el inmueble (Entre una roca y un lugar sólido).
Ediciones Alias, México. 2007