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CULTURA URBANA Y MEDIACIÓN COMUNITARIA

La ciudad se ha convertido en el escenario principal de la vida humana en los últimos


siglos, y al parecer su importancia seguirá creciendo cada vez más en las décadas por venir. La
ciudad aparece cuando la especie humana se hace sedentaria y construye un espacio estable
desde el cual organizar su actividad. También concentran, tarde o temprano, los símbolos y los
ritos de las distintas formas de poder. El gobernante y sus ejércitos, la riqueza y el saber, los
templos, los dioses y sus sacerdotes, tendrán como escenario privilegiado la ciudad.
De todo lo anterior se desprende la importancia de estudiar y comprender las
ciudades, tema por lo demás apasionante y hermoso. Lo primero que es importante advertir es el
hecho de que la ciudad caleidoscopio habitado por múltiples formas de pensar, posturas
morales, pasiones, ideologías y gustos, lo cual la hace altamente heterogénea. A diferencia de la
aldea y la vereda, donde tiende a por homogeneidad de creencias y valores, en la ciudad la
diversidad puede llegar a ser casi infinita.
Por eso se suele decir que la ciudad es, por excelencia, el escenario de las diferencias, y
por tanto un lugar poco propicio para identidades convivencia de esas enormes diferencias, las
ciudades han encontrado un potente motor para su desarrollo, y un detonante de su empuje y
vitalidad. En buena medida, es la diversidad lo que le permite a la ciudad desarrollar infinidad
de actividades de manera simultánea, y satisfacer una misma demanda o necesidad. Pero quizá
los más hermoso de las urbes es que brindan la posibilidad de construir la unidad en medio de la
diversidad, lo cual es una cultura urbana, los más hermoso de las urbes es que brindan la
posibilidad de construir la unidad en medio de la diversidad:
-Las normas que todos deben observar para usar los bienes colectivos que hay en la casa
común que es la ciudad.
-La valoración de elementos simbólicos que identifican colectivamente a los pobladores
y que se tornan en distintivos especiales de cada ciudad.
-El tipo de ciudad que se quiere construir, es decir, cuál es la casa común que se quiere
tener para el futuro
Lo más interesante es que coincidir en aspectos como los mencionados, no significa
dejar de ser distintos. Por el contrario, significa precisamente que siendo diferentes podemos
compartir unas valoraciones que cobijan diversas formas de ser. Es por eso que la cultura urbana
es la vivencia de la diferencia aceptada y positivamente valorada. Por el contrario, en la ciudad
se hace posible que cada cual pueda pensar y comportarse como quiera, sin violar los límites
que imponen unas normas básicas, y que nadie lo censure.
Breve reseña histórica y cultural de la ciudad colombiana

Aspectos como estos en los que se evidencia el uso de la piedra, los sistemas de
canalización de aguas para organizar el riego y evitar la erosión, la generosidad de los espacios
comunes, la articulación entre viviendas, las terrazas para el cultivo y la limpieza de los
caminos, nos hablan de un grado de desarrollo importante en estos poblados y sobre todo, de un
modelo propio de organización de la vida colectiva. Buena parte de las construcciones eran
habitadas solamente en épocas de cosecha, especialmente en los climas templado y
cálido, mientras que otras, preferencialmente las de clima frío, eran lugar de residencia más
permanente.
Las construcciones más
importantes se
localizaban en el lugar
de residencia del Zipa
en Bacatá , en torno a la
vivienda del Zaque en
Hunza y allí donde
pernoctaba el gran
sacerdote
Sugamuxi, heredero de
Bochica, en el Templo
del Sol localizado en el
sector Mochacá de la
actual ciudad de
Sogamoso. De hecho, la
primera fundación
española de la Ciudad de Santa Fe, se verificó en el lugar donde se levantaba una de las casa de
descanso del Zipa, sitio que años más tarde sería conocido como el Chorro del Padre
Quevedo. En particular, el respeto por la topografía y el entorno, deberían ser pautas a tener en
cuenta.
El proyecto urbano promovido por los españoles para la ciudad colonial en tierras
americanas, tenía cuatro características básicas:

1. El elemento ordenador y central de la ciudad era la Plaza Mayor, en la cual se ejercía


la justicia, se levantaban la cruz y la iglesia como símbolos de la fe cristiana y se construían los
edificios del poder político.

2. La Plaza Mayor era rectangular o cuadrada y a partir de ella se organizaban en línea


recta y ángulos de 90 grados

3. Las casas tenían a su interior huerto y solar y el centro de las viviendas estaba dado
por un patio igualmente rectangular, circundado por un corredor

4. La separación entre las razas de blancos españoles católicos, por un lado, e indios sin
alma, por el otro, debía ser estricta del todo, habitando unos y otros en espacios diferentes.

Los espacios naturales que rodean la ciudad, al estar por fuera del control de las recién
instaladas autoridades, son considerados como escenarios del pecado. Lo incontrolable y lo
desconocido que estaba en el río y el monte se aproxima al infierno, mientras que lo controlado
y conocido dentro del ámbito cuadriculado y militarizado de la ciudad, merece todas las
bendiciones del cielo.
A pesar de lo anterior, o precisamente por ello, desde los primeros años de la colonia se
hacen repetitivas las ordenanzas del cabildo, llamando a los ciudadanos para que impidan la
vagancia de sus cerdos y mulas por calles y plazas, limpien las acequias de los acueductos y
observen comportamientos más pulcros en el espacio público. Estos llamados al civismo, fueron
sistemáticamente incumplidos, tornándose de esa manera en monótono sonido que llovía inútil
sobre las recogidas e indolentes conciencias. En el período colonial la iglesia y la cruz serían de
tal importancia simbólica, que todo desarrollo urbano las tendría como punto de referencia
indispensable.
Para mantener la separación de nativos y españoles, se estableció que los primeros
deberían quedar recluidos en los Pueblos de Indios en los que aprenderán la doctrina cristiana,
mientas que los segundos, como hidalgos y buenos cristianos, habitarían en las Muy Nobles y
Leales Ciudades de Españoles.
Al comparar la organización general de las ciudades nobles de españoles (Popayán,
Pasto, Bogotá) , con la de las villas de vecinos libres (Sabanalarga, Barranquilla, Sincelejo), y
los pueblos de indios (de “doctrina” o “reducción”), observamos que:

1. La cuadrícula o damero español se repite incansable en las Ciudades Nobles,


conservando dimensiones

2. En las Villas de Libres, la retícula ortogonal se rompe de forma abrupta, muy


condicionada por accidentes geográficos

3. En los Pueblos de Indios la totalidad de la escenografía urbana está dominada por la


Capilla Doctrinera, que es el elemento ordenador.

Si en los tres siglos anteriores, la lógica imperante era la de concentrar la población y


limitar sus desplazamientos, ahora se promovía la desconcentración de las personas y su libertad
de circulación. Las redes de caminos se ensancharon y al iniciar el siglo XX se comenzó a
afianzar la red ferroviaria y la utilización de los vehículos automotores.

Es en este período que aparecen centros urbanos como


Manizales, Pereira, Armenia,Caicedonia, Sevilla, Salamina, Aranzazu, Salento y Calarcá, entre
otros. Las antiguas Villas de Libres y las Ciudades de Españoles que se llegan a articular a las
nuevas redes de producción y comercialización van a asistir a un rápido crecimiento, mientras
que aquellas que por una u otra razón quedan al margen de tales redes, resultarán como
detenidas en el tiempo y sumergidas en un lacerante olvido.
Probablemente el testimonio más elocuente que ha sobrevivido de este tipo de
situaciones, sea la ciudad de Mompox. Ahora bien, desde el punto de vista de la traza
urbana, esta se expande en las renovadas ciudades sin mayores ejercicios previos de
planificación global, sino más bien de conformidad a las decisiones y posibilidades de inversión
privada que se van materializando principalmente en proyectos de barrio, sin que exista un
proyecto urbano que se proponga dar continuidad al damero español o ser alternativo al
mismo, que era, al fin y al cabo, el único proyecto coherente y general de ciudad que había
existido hasta la fecha en estas tierras.
Guarecidos bajo el cobertizo feliz del «desarrollo y el progreso» que llegaba del
venerado extranjero, no se alcanzaban a vislumbrar las consecuencias que traería la instauración
del desorden urbano. A pesar de lo anterior y bajo la influencia del paradigma que representaban
ciudades como Londres y París, se efectuaron algunos desarrollos amables y
bellos, especialmente en materia de parques y avenidas y se difundió la construcción de
antejardines para las viviendas.
Desafortunadamente, todo lo anterior estará acompañado de un desprecio o al menos
una torpe indiferencia, por la arquitectura colonial de residencias y edificios públicos, y ni que
decir de la ignorancia total con respecto a las formas constructivas de los aborígenes. A la
carencia de norte urbano para pensar el mañana, se suma la falta de reflexión sobre el pasado.
Lo único que se podía producir era un presente huérfano y atontado, alegre de su
contacto con el extranjero al que, en un rasgo de clara inmadurez, pretendía asemejarse mientras
se mantenía ignorante de su propia condición. Entre nosotros, la aniquilación del patrimonio
físico y cultural, siglo tras siglo, no ha conocido límites, lo que nos convierte en una rara
especie de tribu que se canibaliza su memoria, es decir, a sí misma.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la planeación urbana se ha movido, en líneas
gruesas, entre dos polos de atracción conceptual. Históricos como elemento referencial de la
ciudad, al rescate del espacio público para el peatón y al reencuentro de la urbe con la
naturaleza a través de espacios públicos metropolitanos, zonales y barriales.
Ciertamente, una ciudad no puede pensarse como una sumatoria de predios, es decir,
como un agregado de intereses y soluciones individuales, como si cada lote, cada casa o cada
barrio, pudiera ser analizado en su particularidad, desligados del resto de la urbe que los
contiene. Es decir, el urbanismo debe supeditar lo privado a lo público, en el marco de un
proyecto de ciudad.
Con respecto a la llamada ciudad contemporánea, la cual comienza a esbozarse en
nuestra Colombia urbana a comienzos del siglo XX, se ha dado una larga discusión acerca de si
entre nosotros existe o no la ciudad moderna, en tanto ésta entraña una cultura de la tolerancia y
el respeto por la diferencia, razón por la cual algunos estiman que en el país no hay cultura
urbana, ni ciudad en ese sentido.
Todos estos rasgos del desarrollo histórico y cultural de la ciudad colombiana, tan
rápidamente enunciados, dibujan contextos que determinan los contenidos y las intensidades de
muchos de los conflictos que se han sucedido entre los pobladores a propósito del uso cotidiano
de la casa común que es la urbe. Esos contextos establecen valores y formas de comportamiento
que determinan un deber ser y unos límites o prohibiciones, que operan en el alma colectiva
independientemente de si se encuentran o no plasmados en leyes.

Estructura física y sociocultural de la ciudad

La estructura física de la ciudad está determinada, entre otros elementos, por los usos
del suelo, las centralidades, los símbolos, y los ejes. La forma como se distribuyen y relacionan
esos usos en cada sector de la ciudad, y en la ciudad en general, influyen notablemente en los
niveles de orden y desorden ciudadanos, y en el tipo de conflictos que se desarrollan entre los
habitantes. Por ejemplo, cuando un uso residencial se ve agredido por usos comerciales que
alteran la tranquilidad, el medio ambiente urbano, y las circulaciones por el espacio público, se
generan fuertes conflictos.
Las centralidades
son áreas de la ciudad en
las cuales se concentran
de forma notable las
ofertas de bienes y
servicios comerciales,
culturales, educativos,
recreacionales, etc. A las
centralidades acuden
masivamente los
habitantes para acceder a
esos bienes y servicios,
dándose así una alta
presencia de población
flotante.
Los ejes son los
corredores viales,
peatonales, ciclísticos, o
ambientales, que existen para desplazarnos por la ciudad o disfrutar de ella. Ninguna ciudad
puede vivir y progresar, sin los cuatro elementos mencionados. Cuando los usos del suelo están
distribuidos de forma ordenada, las centralidades bien organizadas, los símbolos preservados y
exaltados, y los ejes bien construidos y localizados para que sirvan de conectores entre usos,
centralidades, y símbolos, decimos que tenemos una ciudad físicamente bien estructurada.
Cuando se dan situaciones contrarias, decimos que tenemos una ciudad físicamente
desestructurada. La estructuración física de la ciudad contribuye, sin ser el único factor, al
desarrollo de relaciones sociales constructivas. Y la estructura de las relaciones socioculturales
está determinada, en primer lugar, por las valoraciones compartidas que los habitantes tengan
con respecto a los componentes de la estructura física, y en segundo lugar, por la protección,
distribución y acceso democráticos que los habitantes tengan a los bienes públicos que
conforman la urbe.

Los bienes públicos son los siguientes:

En particular resultan de especial importancia las valoraciones que compartan los


ciudadanos a partir de lo que significan para ellos los símbolos y los bienes públicos que han
logrado habitar sus corazones, ya sea a nivel de barrio, de zona , de ciudad , de región , o de país
. Identificar tales valoraciones compartidas resulta fundamental para tramitar constructivamente
conflictos, ya que nos brindan puntos de partida no discutibles entre las partes sobre el deber ser
y los límites.
WEBGRAFIA

 https://laoriginalidadesvolveralorigen.files.wordpress.com/201
5/07/servicios_publicos.jpg
 http://1.bp.blogspot.com/-
ImPYOXdW0a8/UPlzoDOrUXI/AAAAAAAAgN8/Pt_yMkU
pHnA/s400/Carnaval,+collage.jpg
 http://hablemosdeculturas.com/wp-
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 http://2.bp.blogspot.com/-
RjbbeTNLyUg/USaXOKq1XYI/AAAAAAAAABI/vRbtkzqtJ
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