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La crisis provocada por este infausto incidente, que ya tuvo antecedentes con la
muerte de varios militares por la agresión terrorista, abre las puertas a graves
amenazas para el país. No se trata únicamente de un tema de seguridad nacional,
sino de la convivencia social de todos los ecuatorianos y ecuatorianas. La violencia
impuesta por las transnacionales del narcotráfico atenta contra la supervivencia de las
instituciones democráticas de cualquier Estado.
Pero las respuestas no pueden provenir de la misma lógica violenta que se busca
combatir. Las zonas permeadas por el narcotráfico requieren de una política de
integración antes que de mayor presencia militar. El gobierno ecuatoriano debe
rechazar los discursos belicistas que pretenden resolver un problema estructural a
punta de bala. Se requiere superar las visiones inmediatistas y violentas que lejos de
lograr la paz alimentan la espiral de violencia.
Al mismo tiempo, el gobierno debe tender la mano a todos los sectores sociales,
gremiales y políticos que manifiesten su disposición a trabajar conjuntamente por una
estrategia de prevención y combate a la violencia estructural. Es urgente superar la
situación de marginación, explotación, exclusión y pobreza en las zonas fronterizas del
país, especialmente en la provincia de Esmeraldas. No olvidemos las causas
históricas, sociales y económicas del actual escenario. Solo así podremos enfrentar la
amenaza del narcotráfico.