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Robert Owen es estudiado hoy como por los historiadores del socialismo bajo la etiqueta de
“socialista utópico”. Esto hace que identifiquemos las fábricas de New Lannark con los
experimentos que llevó a cabo en su intento de establecer una nueva sociedad basada en el ideal
cooperativo, como New Harmony. Se trata de dos experiencias muy diferentes. New Harmony fue
un fracaso cuya explicación interesa a los historiadores del socialismo. En cambio, New Lannark
fue un hito en la organización racional del trabajo, precisamente por su éxito también desde el
punto de vista empresarial, y no solo filantrópico. La organización del trabajo puesta en práctica
por Owen debido a su experiencia empresarial, merece un estudio desde el punto de vista de la
historia empresarial, y la biografía de Owen hasta 1812 es la de un empresario destacado de la
Revolución Industrial.
Los socialistas utópicos defienden la cooperativa como instrumento de reforma moral y política,
debido a sus ideales socialistas basados en la perfectibilidad del ser humano mediante la
educación y la mejora de su entorno. Consideran que la cooperativa es la mejor forma de
organización de la unidad productiva, porque dentro de ella el incentivo para el trabajo es mayor
que el mero salario. Esta organización eficiente de la producción nos llevará a la abundancia, lo
que a su vez facilitará esa reforma moral que pretenden. Pero hasta que llegue esa abundancia,
son precisamente los socialistas utópicos, los que comprenden que lo más importante del sistema
económico y social que está surgiendo de la Revolución Industrial está en las relaciones laborales
dentro de la fábrica.
Otra historia destaca sobremanera la figura de Robert Owen por una razón fundamental: sus
propuestas "utópicas" venían de su experiencia como gestor de recursos humanos en las
empresas más grandes, tecnológicamente más avanzadas, y más rentables de su época, y que
eran las primeras "fábricas", pues hasta entonces existía una industria dispersa o a domicilio.
Que se hiciera rico de esta manera, que fuera un self-made-man, no es una simple faceta
atractiva de su biografía: es el fundamento del que extrajo sus propuestas, que tanto atrajeron a
la clase trabajadora de Inglaterra. Sus escritos políticos y su actividad pública comienzan después
de 1812, cuando creyó haber demostrado en la práctica que un trato más humanitario hacia los
trabajadores era un incentivo mucho más efectivo que el castigo o incluso que el mero aumento
de salario. Adelantemos ahora que, cuando Owen comienza su andadura política, es un industrial
bien establecido, socio de una empresa importante del sector textil, que desarrolla su actividad
con los últimos adelantos tecnológicos, con cerca de dos mil empleados, lo que significa que era el
establecimiento fabril más grande de su época en el sector; y que Owen, además de poseer la
novena parte del capital, era el único gestor y cobraba por su labor de dirección el impresionante
salario de 1.000 libras al año. En suma, era lo que hoy llamaríamos el ejecutivo mejor pagado y al
frente de la empresa más grande y más innovadora. Es de esta experiencia, y no de los libros, de
donde obtuvo sus ideas. Para analizarlas no podemos olvidarnos de sus escritos; pero es sobre
todo a sus hechos a donde hay que mirar. Y, especialmente, a sus hechos cuando actúa, piensa y
siente como un empresario de la Revolución Industrial.
hombres de negocios. Owen es, en la sociedad, el único director y el principal accionista. Logrará
comprar el establecimiento, en 114.100 libras.
En su Autobiografía, escrita al final de su vida, y con otro pensamiento, Owen dice que, para
entonces, estaba cansado de socios que sólo querían ganar dinero, que "estaban entrenados
meramente para comprar barato y vender caro". Los seis socios que busca y encuentra esta vez
son diferentes: gente muy distinguida que nunca había tenido contacto comercial con los negocios
ni con el propio Owen. John Walker de Arnos Grove, el más rico de ellos, tenía, por herencia, una
fortuna como para comprar New Lanark varias veces sin que su patrimonio lo notara. Los demás
eran filántropos y reformadores de inspiración religiosa; y el filósofo (también rico por herencia)
Jeremy Bentham, que nunca había tenido contacto con un negocio de verdad. Todos aceptaron
las condiciones de Owen: él sería el único director del negocio, sin interferencias; recibirían el 5%
de interés por el capital aportado, y los beneficios (que no cesaron) se dedicarían a la educación
de los niños y la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores. Como podía esperarse de
este tipo de socios, las exigencias que impusieron eran de otra índole: no se darían enseñanzas
contrarias a la religión cristiana, no se promovería el ateísmo, y los libros que pasaran a formar
parte de la biblioteca de la escuela habían de ser aprobados por todos los socios. Bien diferente a
las exigencias de los inversores normales en una empresa rentable. Precisamente de estas
condiciones iban a venir posteriormente las desavenencias: la educación como diversión, que
Owen intentaba implantar, y la insistencia de Owen en que el "prejuicio religioso" era el origen de
todos los males, tropezó con la visión convencional de la enseñanza que tenían sus socios y con
sus motivaciones religiosas. Robert Owen tenía ideas muy avanzadas para su época sobre la
educación. Creía que se debían enseñar a los niños de la clase obrera algo más que leer, escribir y
las reglas de la aritmética; que las ciencias naturales, la música, el baile, y los juegos eran muy
importantes. En la escuela de New Lanark introdujo nuevos métodos de enseñanza, con uso de
dibujos y mapas. Pensaba que la educación debía ser natural y espontánea, pero sobre todo
amena. Los visitantes, muchos de ellos ilustres, admiraban la escuela, pero los socios de Owen
rechazaban con fuerza esos métodos. Al final, la música y el baile desaparecieron, y se
introdujeron la educación religiosa formal y los viejos métodos de enseñanza. Pero esa es una
historia posterior, de la que se ocupan los historiadores del socialismo. A nosotros nos interesa el
Owen anterior a ese momento, que es sin duda un cambio importante en su vida y en su
actividad como industrial. Hasta entonces ni siquiera escribe, hace. Después escribe panfletos sin
cesar, se dedica de lleno a la reforma política y a la vida pública, para predicar la generalización
de la sociedad que él entendía había logrado formar con éxito en New Lanark.
Mencionemos solamente, antes de repasar hacia atrás los hechos que nos interesan (mezcla de
acontecimientos estelares de la Revolución Industrial y de la vida del propio Owen) que ni siquiera
el segundo Owen fue nunca un intelectual. No tenía mucha cultura. En la escuela aprendió, hasta
los 9 años, a leer, escribir y las reglas de la aritmética; y luego leyó bastante en su adolescencia,
pero la experiencia en los negocios valía para él más que todo lo que los libros pudieran enseñar.
Lo que más le preocupaba en ese terreno, desde su adolescencia, era el complejo que siente un
hombre rico, pero hecho a sí mismo, ante gente culta, de buenas maneras. Cuando descubrió que
su lenguaje directo, con ideas claras que iban directas al objetivo de la exposición, y con hechos y
datos relevantes para el tema en discusión, llegaba al auditorio de Manchester con más fuerza
que la retórica de Coleridge, se acabó su complejo de persona poco ilustrada. La propia mención
que hace en su Autobiografía del debate con Coleridge nos dice bien claro que no era un
romántico: no aparece ningún interés por la poesía de Coleridge y Worsworth (al contrario que
John Stuart Mill, al que la lectura de estos poetas ayudó a superar una profunda depresión), sólo
una preocupación de quien quiere ascender en la escala social.
Pero incluso después de este ascenso, cuando era un hombre rico y un triunfador en los negocios,
pero dedicado plenamente a la reforma política y moral de la sociedad, seguía siendo un hombre
práctico. La descripción que hace de la compra final, por parte del conjunto de socios filántropos,
es más una justificación, en términos empresariales, de su gestión anterior: si New Lanark valía
114.100 libras, debía haber sido una empresa bien gestionada desde que Owen y sus socios la
comprasen, en 1789, por 60.000 libras. Y el establecimiento textil siguió dando beneficios bajo la
dirección de Owen, con socios de cualquier tipo.
El socialismo de Owen se basaba en fundamentos puramente empresariales, digamos que era el
resultado de cálculos comerciales. Siempre mantuvo este carácter práctico. Así, en 1823, Owen
propuso remediar la miseria en Irlanda mediante la formación de colonias comunales, y llevó a
cabo una estimación completa de los costos de fundarlas, el gasto anual de las mismas, y el
rendimiento esperado. Y en su plan definitivo para el futuro, el desarrollo técnico de los detalles
está llevado con tal conocimiento práctico que, una vez que aceptaban el plan de Owen para la
reforma social, habría muy poco que decir, desde el punto de vista práctico, acerca de la
organización concreta de los detalles.
Para cualquiera que estudie la Revolución Industrial y la carrera empresarial del propio Owen, lo
verdaderamente chocante es que los historiadores del Socialismo hayan asociado, como Engels, la
figura de Owen, práctico y empresarial, con la de Fourier, soñador más bien loco. A ese carácter
práctico hay que añadir una visión industrialista, diríamos capitalista, de la producción moderna
que otros defensores de las cooperativas no compartían, bien por ideología o simplemente porque
la mayoría de quienes apoyaban el movimiento eran gente pobre. Aquí hay un elemento político
que irrita: Owen, además de poner su fortuna personal en sus experimentos, confiaba siempre en
convencer a los ricos y poderosos para que pusieran grandes cantidades de dinero en sus
proyectos, y así había ocurrido muchas veces. Pero hay un elemento empresarial que no debemos
pasar por alto: Owen tenía claro que la producción moderna requiere capital, y que cualquier
comunidad necesitaba arrancar con una inversión suficiente como para ser competitiva, no
constituirse en un pequeño mundo aparte.
Robert Owen nació en Newtown, en Gales, en 1771. Era un pueblo de unos mil habitantes,
centro de comercio de una comarca rural. Su padre tenía un negocio de ferretería. En la escuela
del pueblo aprendió lo básico, pero tenía acceso a las bibliotecas de la gente ilustrada del pueblo,
y solía leer una novela cada día. Con nueve años dejó la escuela, en la que destacaba tanto como
para que el maestro le tomase, desde los siete años, como ayudante para enseñar a leer, escribir y
la aritmética a los demás niños. Entró a trabajar de aprendiz en una de las tiendas importantes
del pueblo, trabajando todos los días, pero viviendo con sus padres. Pero nuestro chico quería ver
mundo, y con diez años sus padres le enviaron a Londres, donde uno de sus hermanos estaba
bien establecido en el mismo oficio que había aprendido de su padre. Con recomendaciones
familiares consiguió trabajo de aprendiz en Stamford, una "ciudad de provincias", ciento sesenta
kilómetros al norte de Londres en la ruta hacia Manchester y Escocia. En su Autobiografía, Owen
siempre da los detalles comerciales, técnicos, salarios, todo detallado de la manera que llama la
atención del intelectual, pero que no sorprendería a ninguno de sus colegas en los
negocios. (Resulta notable que los escritos políticos de Owen sean repetitivos y bien poco
atractivos, y sin embargo su Autobiografía, escrita como cualquier autobiografía de un hombre de
negocios triunfador y en un lenguaje nada grandilocuente y siempre llena de datos, sea el único
de sus libros atractivo y agradable de leer). Su contrato era por tres años; el primero sin paga, el
segundo con un salario anual de 8 libras, y 10 libras el tercero. Todo ello con alojamiento, comida
y lavado de ropa en la casa. ("Desde entonces, con diez años, nunca más necesité dinero de mis
padres", nos dice Owen). El empresario, James McGuffon, era un comerciante reputado, hecho a
sí mismo, que trató al chico como uno más de la familia, y su biblioteca permitió a Owen seguir
leyendo. Pero nos interesa lo que empieza a ser una formación empresarial práctica. "El señor
McGuffon me introdujo cuidadosamente en la rutina de los negocios, me enseñó sus detalles,
hasta acostumbrarme al orden y a la precisión. El negocio funcionaba de acuerdo a un sistema
bien diseñado, con resultados muy rentables". Era un comercio textil de importancia, sobre todo
de ropa de lujo para mujer, y muchos de los clientes eran de la más alta nobleza. Owen destaca
por igual dos cosas que aprendió: las maneras de aquella gente, y el trato cuidadoso con las
mercancías finas y delicadas.
Pasados los tres años, nuestro adolescente seguía queriendo ver mundo, y eso significaba
Londres, Londres, Londres. Con las recomendaciones de McGuffon entró a trabajar en una gran
tienda de tejidos de Londres, "Flint and Palmer", en London Bridge. Tenía comida y alojamiento en
la casa, "y un salario de 25 libras anuales, y se consideró a sí mismo rico e independiente". Pero
los clientes eran muy diferentes, muchos de clase inferior; y recibían un trato impersonal, sin
coba ni regateo en el precio. En la temporada de más actividad, la tienda permanecía abierta
desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche, los empleados tenían que madrugar
bastante más para llegar vestidos y peinados de forma impecable. Comían algo rápidamente y por
turnos, y luego se quedaban ordenando el género, ya sin los clientes en el establecimiento, hasta
las dos de la mañana. Demasiado, aunque fuera en Londres. Owen utilizó sus recomendaciones y
consiguió trabajo en un comercio importante de Manchester, con un salario, además del
alojamiento, de 40 libras anuales, que ya era dinero. Las condiciones de trabajo eran buenas, los
empleados solían ser de buena familia, y Owen trabajó allí hasta los 18 años.
Entonces, uno de los proveedores le habló de la nueva maquinaria que el industrial e inventor
Richard Arkwright estaba introduciendo en la fabricación de tejidos, y le propuso dedicarse
fabricar y vender esas máquinas. Owen pidió prestadas 100 libras a su hermano en Londres y se
embarcó en su primera aventura empresarial. Pronto tendrían cuarenta empleados, compraban a
crédito la madera y el hierro, y el negocio funcionó bien. Pero era él quien lo llevaba: su socio era
bueno en asuntos mecánicos, pero llevar las cuentas y dirigir al personal era tarea de Owen, que
no entendía de máquinas. Considerándose bastante mejor empresario que su socio, Owen, en
cuanto pudo, se estableció por su cuenta como empresario textil, utilizando tres de las máquinas
producidas por su antigua empresa y que recibió como recuperación del capital invertido.
La naturalidad con que hablamos de negocios, máquinas, trabajadores y tejidos nos hace olvidar
lo que es una cuestión fundamental: estamos en 1790, en los años de ebullición de inventos y
producciones de lo que hoy conocemos como Revolución Industrial, pero no era nada obvio para
los contemporáneos. Unas décadas más tarde la sociedad será plenamente consciente del
inmenso poder de multiplicación de la riqueza material proporcionado por la nueva industria, y de
las consecuencias sociales del cambio en la organización social. Es decir, a la vez de la miseria
colectiva y de las posibilidades de resolverla, ambas sin precedentes y ambas a la vista de
cualquier contemporáneo, sin necesidad de perspicacia o investigación. Pero esto no era así
cuando nuestro casi adolescente Owen está iniciando su espectacular carrera empresarial. Las
máquinas, el que los trabajadores estuvieran agrupados en las fábricas, los tejidos de calidad,
todo era tan nuevo como las computadoras serlo para nosotros hace veinte años, y todo ello
estaba empujado por su espectacular rentabilidad y el ingenio de mecánicos y capitalistas, no por
la ciencia de las universidades. El lenguaje es el que más claro nos lo muestra: escribiendo en
1857, todavía dice Owen de su primera empresa propia: "Alquilé un edificio grande de nueva
construcción, o fábrica (factory), como empezaba a llamarse a estos sitios". Comenzó a fabricar
tejidos de calidad, que nadie hacía entonces en Inglaterra. "Ganaba una media de seis libras de
beneficio cada semana, y consideraba que lo estaba haciendo bien para ser novato" (p. 36).
Entonces apareció en la prensa de Manchester un anuncio pidiendo un director para una gran
fábrica que estaba en proceso de instalación. Un capitalista importante de Manchester, Peter
Drinkwater, había construido una fábrica para producir tejidos finos, y cuando el edificio estaba
terminado y montándose en él la maquinaria, su director, un reputado ingeniero, se marchó a
otra empresa como socio. Owen, con 20 años, se presentó a la entrevista y pidió un salario de 300
libras, lo que sorprendió al capitalista aún más que su edad. Pero cuando le convenció,
mostrándole los libros de cuentas y el funcionamiento de su propio negocio, de que ese dinero era
lo que él estaba ganando en ese momento, consiguió el puesto. De un día para otro, se vio al
frente de una empresa de 500 empleados, dejada el día anterior por el ingeniero director, y sin
más ayuda para entender el funcionamiento de todo que los dibujos y los cálculos del anterior
director, la organización ya en funcionamiento y la propia capacidad de trabajo y de observación
del jovencísimo Owen. Durante seis semanas solo contestó sí o no a las preguntas sobre lo que
había que hacer, sin dar ninguna orden directa. Pero después de ese tiempo, no sólo era capaz de
conocer, dirigir y organizar el negocio, sino que producía el tejido de más calidad de
Inglaterra, que es como decir entonces del mundo, y se hizo una fama entre los empresarios y
profesionales del sector.
¿Qué tenía Owen para semejante hazaña? Hay mucho de estar al día en las continuas
innovaciones tecnológicas, en la calidad de los tejidos y en las posibilidades de las materias
primas, como el algodón de Estados Unidos. Pero sobre todo hay mucho de gestión de personal en
la fábrica, en una época en que la fábrica y la gestión de personal eran nuevas o inexistentes. Los
trabajadores de la fábrica se mostraban disciplinados, y a la vez satisfechos con las reglas y el
modo de dirección establecido por Owen. El propio Owen destaca la influencia que ejerce sobre los
trabajadores. Escribiendo en 1857, lo achaca a su conocimiento de la naturaleza humana,
adquirido al abandonar "los prejuicios religiosos"; no se le ocurre pensar que se deba a su
capacidad de motivar adecuadamente al personal, entendida como parte de sus habilidades
naturales y conocimientos técnicos de gestión. Después de seis meses de gestión, "yo tenía una
influencia completa sobre los trabajadores, y su orden y disciplina superaba a la de cualquier
fábrica de la zona. Eran un ejemplo de regularidad y sobriedad, y ganaban salarios más altos y
eran más independientes que nunca". Además, la fábrica estaba ordenada y limpia de forma que
estuviera siempre lista para ser inspeccionada.
El señor Drinkwater, el capitalista, apenas pisó la fábrica, pero sabía bien, ahora aun mejor que
cuando se había atrevido a contratar a un joven de veinte años para ese puesto, la estrella que
había fichado. Ofreció a Owen unas condiciones que le asegurasen sus servicios: 400 libras
anuales para el siguiente año, 500 para el tercero, y al cuarto año pasar a ser socio con una
cuarta parte del capital y de los beneficios. Pero cuando Owen debía entrar como socio, los planes
matrimoniales (y patrimoniales) para la hija de su patrón se interfirieron: el pretendiente era
Samuel Oldknow, uno de los más importantes industriales del sector, y en cuyos planes no
entraban socios como Owen. Así que nuestro ahora reputado director industrial se puso por su
cuenta, pero ya no como un novato. Con otros dos socios capitalistas pasivos, formó la "Chorlton
Twist Company", bajo su dirección, y para poner en funcionamiento nuevas fábricas, que
tardarían algo más de dos años en entrar en producción. Robert Owen era ahora un gestor
reputadísimo, con contactos capitalistas y comerciales en Manchester y Escocia, y en no escasa
medida, un hombre de negocios establecido.
En este momento se entrelaza la vida sentimental y la carrera industrial de Owen, que bien poco
tiene que ver con el futuro reformador que pretenderá abolir la familia y provocará tal rechazo
entre las clases acomodadas y bienpensantes que llegará a ser considerado el Anticristo. Dice el
propio Owen: "Ahora que estaba establecido con éxito como socio en una de las compañías más
respetables de Manchester, me sentí inclinado a buscar una esposa". Tanto en el casamiento de la
hija de su anterior patrón, como en el suyo propio, Owen explica sin mayor extrañeza la
negociación de las condiciones patrimoniales del contrato, la dote, la posible herencia, y los lazos
empresariales que se ponían en marcha entre las empresas de ambas familias. La esposa
pretendida por Owen era la hija de David Dale, uno de los industriales más respetados de
Escocia. También, como Owen, un self-made-man, hijo de un tendero, que después de tener éxito
como hombre de negocios se casó con la hija de un importante director del Royal Bank of
Scotland.
Dale era propietario de la fábrica de tejidos más grande de Gran Bretaña, en New Lanark, a unos
cincuenta kilómetros de Glasgow. Richard Arkwright había construido su primera fábrica, que
utilizaba un caballo como fuerza motriz, en 1772; once años después Arkwright tenía cerca de
cinco mil empleados en diversas fábricas. Buscaba socios que aportasen el capital mientras él
aportaba las (discutidas) patentes para usar sus máquinas. En 1782 Arkwright y Dale estudiaron
los saltos del río Clyde, celebrados por poetas y pintores, con la mente puesta en la utilización de
su energía para la industria del algodón, y formaron una sociedad para desarrollar el proyecto. En
1784, ya se habían construido varias fábricas y un pueblo entero; entonces Dale compró a
Arkwright su parte y se convirtió en el único propietario. David Dale era, además de un industrial
importante, un filántropo y líder religioso. New Lanark era ya un establecimiento modelo con él, a
pesar de la terrible descripción que hace Owen de las condiciones de los trabajadores cuando él
llegó. Un visitante de New Lanark escribía en 1796: "Es una verdad que debería grabarse en letras
de oro, para honrar eternamente al fundador de New Lanark, que de los casi tres mil niños que
han trabajado en estas fábricas en doce años, solo catorce han muerto y ninguno ha sufrido
condena criminal". Esta mención a las muertes por accidentes o malnutrición y a los castigos
serios no debe tomarse a broma. Los niños trabajaban en las fábricas hasta el agotamiento, y les
resultaba difícil mantener la velocidad que se les exigía en el trabajo. Los castigos físicos, a veces
brutales, eran frecuentes, por llegar tarde, por hablar con otros niños, por algún error real o
aparente. Si se escapaban de la fábrica podían ser enviados a prisión, y si se temía que se fugasen
se les ponía grilletes. El hecho de que sea el nieto de David Dale, escribiendo casi un siglo
después y sin duda con otros estándares de moral y de higiene y salud, el que destaque esto como
mérito nos dice bien claro cuál debía ser la situación más frecuente en otras fábricas
Si hemos de creer a Owen en su Autobiografía, se enamoró de Anne Caroline Dale y, puesto que
necesitaba la aprobación de su padre, lo mejor que se le ocurrió fue entrar en negociaciones para
comprar New Lanark. Finalmente, la "Chorlton Twist Company", de la que Owen era gestor y
propietario de la novena parte del capital, adquirió los establecimientos por 60.000 libras. Era el
verano de 1797, Owen tenía 28 años. Importantes amigos de Owen influyeron también sobre
David Dale para convencerlo de las virtudes de Owen como yerno, y el 30 de septiembre se acordó
el matrimonio de Robert Owen y la hija de David Dale. En enero del año 1.800, Owen se hizo
cargo de New Lanark, como socio propietario y único director. Margaret Cole nos dice, en su
biografía de Owen, juzgando por las cartas que ambos se escribieron, que Caroline estaba muy
enamorada cuando se casaron, y así siguió toda su vida; pero que "es dudoso si no eran las
fábricas tanto como la dama lo que atraía a Owen". Como hemos dicho antes, el tono de la
autobiografía, cuando habla de las condiciones de los matrimonios es el mismo que cuando se
refiere a las condiciones de los contratos mercantiles, y resulta difícil pensar que el Owen
industrial triunfador de 28 años diferenciase el amor del ascenso social.
mejoró las tiendas, lo que se tradujo, nos dice con su habitual precisión, en una mejora visible de
su salud y de su vestimenta: ahorraron el 25% de sus gastos y mejoró la calidad de la mercancía.
Pero la confianza de los trabajadores se la ganó Owen en una situación más dramática: en 1806
Estados Unidos suspendió sus exportaciones de algodón por una crisis diplomática. El precio de
la materia prima no hacía rentable la producción, y la mayoría de las fábricas pararon y dejaron
sin empleo a los trabajadores hasta que se solucionó la crisis, cuatro meses después. Pero Owen
paró la producción sin dejar de pagar a los obreros, 7.000 libras en total sin más contrapartida
que mantener la maquinaria limpia y en buenas condiciones. No se descontó ni un penique del
salario de nadie. "Este proceder ganó la confianza y el corazón los operarios y de toda la
población".
En esta medida vemos la conjunción de lo que resulta siempre mezclado en la gestión de Owen: el
establecimiento de un implícito pero cierto seguro de desempleo, que sin duda ha de tener efecto
sobre la motivación y el clima laboral en la empresa; y el paternalismo de una actuación que
todos los trabajadores atribuyen a un patrón con cara y nombre, al que amar y admirar. Owen
era completamente contrario a los castigos corporales, que eliminó de la educación de su
establecimiento; y creía en los estímulos positivos. No obstante, tenía que inventar procedimientos
para controlar los hurtos en la fábrica y para controlar el rendimiento. Lo primero lo hizo con un
sistema de control que hacía evidente en qué punto de la cadena se había echado en falta una
herramienta: en otras palabras, qué trabajador era el culpable del robo. Lo segundo lo hizo con
ayuda de lo que consideró el ingenio más eficiente para controlar la conducta poco diligente de los
trabajadores: el "vigilante silencioso" (silent monitor). Se trataba de una pieza de madera de forma
cúbica, que podía girar sobre un eje para mostrar una de las cuatro caras visibles, pintadas con
cuatro colores diferentes: negro, azul, amarillo y blanco. Había un cubo para cada empleado,
colgado en un sitio bien visible para todos, y el color decía cuál había sido el comportamiento del
trabajador el día anterior: negro si era malo, blanco si era excelente, azul y amarillo para el
comportamiento regular o bueno. Además, se llevaba registro diario esta conducta, en los libros
de registro que duraban toda la vida laboral del trabajador. El superintendente de cada
departamento ponía diariamente cada "vigilante silencioso" en la posición correspondiente, y el
jefe de fábrica ponía el del superintendente. Si alguien no estaba de acuerdo, tenía derecho a
quejarse a Owen, o al jefe de fábrica si Owen no estaba, antes de que la puntuación se registrase
en el libro; pero estas quejas se producían muy raramente. Esto tuvo un efecto de mejora que
superó cualquier expectativa. "Así yo podía ver de un vistazo, según pasaba por cada dependencia
de las fábricas, cómo se había comportado cada uno durante el día anterior". Los colores que
predominaban fueron pasando del negro al blanco. Pero de nuevo la pregunta: ¿A qué se debía
esta mejora del comportamiento? ¿A la mejor forma de organización y control que suponía el
registro de comportamiento, o a la figura paternal de Owen, que ejercía ya la influencia deseada
en los trabajadores? Margaret Cole (p. 58) nos dice que "Owen trataba a sus trabajadores como lo
hacía con los niños en la escuela. Los trabajadores que tenía no eran muy cualificados, y Owen
trataba a los niños de una forma bastante más racional que la mayoría de sus contemporáneos.
Así que ésta puede ser una de las razones de su éxito." Edmund Wilson es aún más claro,
interpretando la mirada de Owen con mucho más significado que el de un supervisor objetivo. En
su espléndido libro Hacia la estación Finlandia dice que, si alguien tenía el color negro, Owen no
le decía nada, "fijaba simplemente su mirada, según pasaba, en el trabajador culpable" y esto era
suficiente para avergonzarlo. La explicación del propio Owen pretende ser muy distinta de la de
Wilson, pero, juzgue el lector: "los obreros me observaban cuando miraba los silent monitor –
cuando el color era negro, me limitaba a mirar al empleado y luego al color –, pero nunca dije
ninguna palabra a ninguno de ellos a modo de reproche".
competitivos, así como la 'metódica disposición' de la fábrica, una atenta política de modernización técnica y
una cuidadosa selección y formación de los subdirectores. Es probable que su éxito se debiera en gran medida
a su capacidad de manejar las técnicas administrativas del sistema fabril, técnicas que, en aquella época,
eran totalmente ajenas a la experiencia de los hombres que estaban explotando esta nueva forma de
organización social. Cuando Owen llegó de Manchester para hacerse cargo de la dirección de las fábricas de
New Lanark, estaba dotado de un conocimiento de los procesos administrativos de la dirección de una fábrica
que tal vez fuera único en la época. Esto le permitió realizar la más fina de las hilazas, con la cual se
obtuvieron los grandes beneficios que sirvieron de base a sus proyectos filantrópicos".
Estas dos posibles interpretaciones del éxito de cada medida de Owen en la administración de
personal, la paternalista o la del conocedor de las técnicas de administración de personal (las dos
explicaciones no son necesariamente contradictorias) van a ser más importantes en la segunda
etapa de su vida, la que no analizamos aquí. Cuando se lanza a fundar comunidades que
extiendan los métodos humanitarios de New Lanark (aunque menos industriales, pues pretende
que sean autosuficientes), se repite una y otra vez la misma situación: las cosas no van mal al
principio, pero cuando Owen, que creía en los principios igualitarios de que hablaba, quería que
la comunidad siguiera funcionando sin él, con los directores que él había formado, entonces el
fracaso era absoluto. Wilson destaca los nobles ideales del patrón: "Owen había empezado su
labor en New Lanark con los seres menos prometedores que quepa imaginar. Y nunca se le
ocurrió pensar que su propio carácter era excepcionalmente elevado, y que a él y no a la bondad
natural se debía el que New Lanark fuera una comunidad modelo. No comprendió que New
Lanark era un mecanismo que él mismo había creado y que personalmente tenía que controlar y
mantener en funcionamiento. Owen era un genio, al que los capitalistas no dudaban en pagar
bien por su trabajo. Convertido en reformador social, filántropo y terco "hombre de una sola idea",
como le consideraron los intelectuales que primero se acercaron a él con toda la atracción,
simpatía y admiración, parece que se le olvidó que la capacidad para los negocios es un
conocimiento y una habilidad compleja, más importante cuanto más compleja es la economía en
la que se desarrollan los negocios. Debió pensar que las mil libras anuales que cobraba por dirigir
New Lanark eran absurdas, cualquiera podía hacer ese trabajo.
Owen realizó intentos de nuevas comunidades en Estados Unidos, Inglaterra e Irlanda, y perdió
en ellos toda su fortuna. No era solo que sus ataques a la religión y a la familia le convirtieran en
una mala compañía para la gente bienpensante; ahora ya no tenía ni el dinero de un industrial
acomodado ni la reputación de buen gestor, sino todo lo contrario: la de visionario utópico.
Además de sus ideas y su perseverancia, mezcla de nobleza y vanidad, seguía teniendo línea
directa con los trabajadores, llegaba a ellos plenamente con sus ideas, sus propuestas y su
carisma. Y desempeñó un papel político importante en Gran Bretaña, en el Movimiento
Cooperativista y en el Grand National Consolidated Trade Union, el gran sindicato de efímera
existencia. Al final de su vida creyó en el espiritismo y esperó la visita de las almas magnánimas
que había conocido. Regresó en 1858 para morir en la pequeña ciudad de Gales donde había
nacido. Pero esta es otra historia, otra época, una página importante en la historia del
socialismo, pero sin duda una página pasada. Sin embargo, la primera época, la del
administrador de recursos humanos en un período y un sector donde se están produciendo las
innovaciones tecnológicas y los cambios sociales más importantes, ese primer Owen no sólo es un
precursor de la que a principios de este siglo discutirán y aplicarán los seguidores de F. W. Taylor
y de Elton Mayo: es un genio de la administración que es capaz de enfrentarse a una situación
nueva y resolverla aplicando, con tosquedad expositiva pero con eficacia práctica, las mismas
ideas que todavía hoy discutimos y apenas conocemos. Los socialistas tienen perfecto derecho a
considerar a Owen un precursor, y discutir sus virtudes y sus defectos desde esta perspectiva.
Pero los que miramos dentro de cada empresa para entender el sistema adecuado de relaciones
laborales en cada momento, con cada tecnología y también, claro, cada sociedad, tenemos mucho
que estudiar de Robert Owen, y ninguna razón para considerarle "utópico".
escala" en al final del siglo XVIII; y New Lanark, su bandera, era probablemente el establecimiento
fabril más grande de su época, y un modelo que visitaban por igual filántropos y empresarios.
Owen no tuvo ninguna dificultad para encontrar socios que invirtieran en New Lanark confiando
el establecimiento a su dirección: era un reputado gestor y hombre de negocios, con un capital
respetable, un socio bien relacionado y de solvencia probada. Después vendrá la filantropía, el
querer dedicar todos los beneficios por encima del rendimiento fijo del capital a mejorar la
educación de los niños; pero todo eso llegará a su cabeza a través de pocos libros y mucha
actividad comercial, fabril, empresarial.
Después, convertido en un filósofo de poca monta, pero de mucha influencia por su propia fuerza
como líder político y antes como empresario, produjo numerosísimos escritos y también acción
política. Pero su papel político vino como consecuencia de su éxito como empresario y gestor de
personal. Owen había refutado las ideas tradicionales sobre los trabajadores en New Lanark, y
trató de hacer lo mismo en toda Inglaterra. Fue ese cambio de énfasis el que le convirtió en
portavoz de la clase trabajadora.
Primero estaba el magnífico gestor de recursos humanos, que llega a ser, con 28 años, el director
del mayor establecimiento textil de Gran Bretaña y uno de los accionistas principales. Owen
afirma que: "desde el comienzo de mi dirección, consideré a los trabajadores, junto con los
mecanismos y todas las otras partes del establecimiento, como un sistema compuesto por
muchos elementos. Era mi obligación y mi interés combinarlos para que cada trabajador, así
como cada resorte, cada palanca y cada rueda pudieran realmente cooperar con el fin de producir
el mayor beneficio pecuniario para los propietarios." Y continua con recomendaciones dirigidas
a los empresarios, no a su corazoncito filantrópico, sino a su tarea como negociantes: "si dedicar
el debido cuidado al estado de sus máquinas inanimadas puede producir resultados tan
beneficiosos, ¿qué no puede esperarse si dedican la misma atención a sus máquinas vitales que
están mucho más maravillosamente construidas? ... Por mi experiencia, que no puede
engañarme, me aventuro a asegurarles que su tiempo y su dinero aplicados de esta forma, si
están dirigidos por un verdadero conocimiento del tema, les rendirán no cinco, diez quince por
ciento de sus capitales invertidos sino con frecuencia cincuenta y en muchos casos el cien por
cien."
Y Owen no sólo sabía de lo que hablaba, sino que los empresarios del sector sabían a quién
escuchaban. El valor de las fábricas de New Lanark pasó de 60.000 libras en 1799, cuando lo
compraron Owen y sus socios, a 114.000 en 1813, cuando se subastó por desavenencias entre los
capitalistas; y los beneficios fueron, entre, 1809 y 1813, de 160.000 libras. Solo en los dos años
de 1820-21 rindió un beneficio de 15.000 libras. La filosofía y el razonamiento no eran el fuerte de
Owen, la economía Política, tampoco, pero en su negocio, como dice Marx de todos los capitalistas
burgueses, sabía muy bien lo que hacía, y así lo entendían los próceres de su época. Owen era un
hombre práctico, que si bien fuera del negocio no siempre considera a fondo lo que dice, sabe
siempre lo que hace dentro de él. Para Owen, antes de 1812, "lo que ocurre dentro de la empresa"
no es algo tan simple y tan político como la autoridad absoluta del capitalista, sino que "sabe muy
bien lo que hace dentro de ella.
La "autoridad absoluta del capitalista" puede ser una buena expresión para criticar las
pretensiones políticas del laiser-faire económico, pero dentro de la empresa las cosas son más
complicadas. Los estudios empíricos muestran que los factores psicológicos son importantes; las
unidades pequeñas son más productivas que las grandes; los grupos compuestos por amigos son
más productivos que los sin lazos de amistad; los grupos supervisados de forma general son más
productivos que los supervisados de cerca; los grupos que reciben más información sobre la
importancia de su trabajo son más productivos ("que la dirección preste especial atención a un
grupo de trabajadores puede incrementar la producción"). Desde Owen hasta Elton Mayo y las
ideas de las "Relaciones Humanas", pasando por el Taylorismo, de muy distinto signo, hay un
salto enorme que no pretendo ignorar. Pero los problemas con que Owen se enfrentó son del
mismo estilo que los que hoy se discuten en la administración de recursos humanos. El que lo
hiciera en un marco social y económico absolutamente nuevo engrandece su figura histórica; el
hecho de que podamos interpretarlo de dos maneras, una paternalista y otra puramente
organizativa, nos muestra que el análisis de sus logros y de sus fracasos puede traernos
enseñanzas útiles en la actualidad.
Lo que nos interesa destacar aquí es que Robert Owen el reformador social nunca dejó de ser
Owen el empresario modelo de la revolución industrial. Hablando y actuando en un período de
grandes cambios industriales y por tanto sociales, aparecen mezclados la defensa de la
humanidad con lo que hoy llamaríamos los incentivos a la productividad. En su testimonio ante el
Parlamento, en 1815, sobre las condiciones de trabajo en New Lanark, el lenguaje técnico casi nos
hace olvidar que lo que se está discutiendo es si los niños deben trabajar en las fábricas a la edad
de cinco o seis años durante trece, catorce o hasta dieciséis horas diarias (según cómo fuera de
duro el industrial), como era lo habitual entonces; o a los diez años, como Owen había establecido
en New Lanark; o a los doce, que es lo que Owen propone y que habría hecho hace tiempo, dice, si
las fábricas fueran suyas al cien por cien. (Owen comienza su testimonio afirmando que era el
propietario principal y el gerente: un pueblo-fábrica donde viven 2.300 personas de las cuales
trabajan directamente en la fábrica 1.700; la diferencia son las escasas personas que no
trabajaban en las fábricas: algunos niños, los ancianos, y algunas esposas). Afirma que no emplea
niños de menos de diez años porque sería a la vez perjudicial para los niños y nada beneficioso
para los empresarios. Describe las reformas emprendidas (la principal, el financiamiento a la
escuela), y considera el mejor logro la mejora moral de los obreros. Pero termina describiendo
"otras ventajas importantes, desde le punto de vista pecuniario." Como los trabajadores se dan
cuenta de que se presta atención a su mejora, están dispuestos a trabajar incluso a salarios más
bajo que los que se pagan en fábricas cercanas.
Casado (1998) considera que "entre 1850 y 1870 los casos de empresas de gran tamaño y de
elevado número de obreros: el caso de la gran fábrica textil dirigida por Robert Owen en New
Lanark (Escocia), que llegó a tener 1.600 obreros en 1817, o el de los complejos minero-
metalúrgicos de Cockeril en Bélgica, son extraordinarios". Lo que nos interesa de esta referencia
no es lo excepcional del tamaño de la fábrica de Owen, sino su cita en un texto de historia
empresarial nada teórico, como el empresario líder del sector, y precisamente del sector textil
algodonero organizado en torno a Manchester, en Inglaterra, y no como el pensador que estamos
acostumbrados a estudiar. Y, Casado destaca que, las empresas textiles de Manchester eran más
pequeñas y artesanas que las de Estados Unidos y, cabe pensar, que las de New Lanark. ¿Era
Owen un gestor capaz de dirigir una empresa "moderna", con su complejo mecanismo de gestión
de personal, en un mundo donde los capitalistas pensaban como Smith, en la atenta vigilancia del
negocio como clave de la rentabilidad, contrario a la extensión de la educación de la infancia?
Aquí hubiera venido bien la excepción, otra vez, de Owen: nacido en una humilde familia galesa,
con treinta años había hecho ya una fortuna, trabajando desde los diez años como aprendiz con
un hermano, y así aprendió el oficio, a la vez que ganó su subsistencia. Asumió la dirección de
New Lanark en 1800, poco después de su matrimonio con la hija del propietario, cuando ya era
un hombre rico hecho a sí mismo en la industria textil. (No olvidemos que tanto David Dale, su
suegro, como el señor McGuffon, su primer patrón, eran self-made-men. Crouzet está en lo cierto
si se refiere a que sus padres no eran en modo algunos trabajadores de las fábricas o campesinos;
pero "clases medias" significa entonces algo que sólo puede entenderse por contraposición a la
aristocracia y a los ricos comerciantes). Tampoco cuadra esta vida con lo que Casado considera la
formación normal entre los empresarios de la época: "En este buen nivel de enseñanza [los niveles
secundarios de la educación británica] es en el que se formaron gran parte de los directores de la
primera Revolución Industrial". Robert Owen se formó "en el tajo", en el sector puntero de la
revolución industrial, con su propia iniciativa.
Pero en definitiva, lo que Casado nos está contando es el paso de la empresa preindustrial,
pequeña, artesanal, sin grandes necesidades de capital, de conocimientos técnicos o de
organización e iniciativa empresarial, a la empresa industrial moderna en sus primeras fases. "Si
la aparición del sistema fabril produjo transformaciones en los medios de producción y en los
empresarios, otro tanto se puede decir en la población trabajadora. ... El factory system... supuso
que las formas centralizadas de organización fueran las imperantes y, progresivamente, las
mayoritarias. ... Si estas transformaciones afectaron a la mano de obra de la industria moderna,
estudiosos del modelo japonés de dirección de empresas: directivos y empleados de bajo nivel
conviven bien cerca dentro y fuera del horario de trabajo, y a la vez la jerarquía es tan fuerte que
no hace falta resaltarla con diferencias artificiales.
SÍNTESIS DE SU OBRA
Se sabe que, debido a la precaria situación económica de sus progenitores, Owen se vio en la
imperiosa necesidad de tener que trabajar desde los nueve años de edad. Es así, que para ayudar
a sus padres y aun siendo muy chico todavía, tuvo que trabajar, al igual que todos
los niños pobres de aquel entonces.
Owen se hizo hombre trabajando desde los primeros días de su infancia y cuando grande,
muchas de las personas que tuvieron la fortuna de conocerlo, contaron que en él supieron
descubrir a un individuo gustoso de la lectura, al grado de habérsele visto siempre caminar con
un libro bajo del brazo.
Owen apenas joven hizo notar su profundo amor hacia los demás, especialmente hacia la clase
trabajadora, hacia los cuales sus sentimientos siempre estuvieron inclinados.
A lo largo de su existencia le tocó vivir los efectos de la revolución industrial y su nombre llegó a
tener notoriedad pública cuando Inglaterra, su patria, se había convertido ya en la gran y
mundial potencia industrial.
LA PERSONALIDAD DE OWEN
Owen se distinguió por ser una persona de carácter imperativo y paternalista, para la clase
trabajadora, pero fue su tremendo espíritu de superación, su aferrada dedicación estudiosa, su
extraordinaria vocación investigadora y su talentosa lucidez mental las que hicieron que a los
DIECINUEVE años de edad se encontrara desempeñando el cargo de GERENTE en la
empresa donde se encontraba trabajando, y que se dedicaba a la producción de hilados de
algodón, la misma que por su característica única y especializada llego a tener gran resonancia en
los medio mercantiles de la especialidad.
Mas adelante y debido al tacto directriz de sus facultades, Owen logro convertirse a sus VEINTIÚN
años de edad en Director –Propietario de una fábrica de hilados de algodón similar a la anterior en
la que pudo ensayar algunos pensamientos cooperativistas.
Es importante destacar, que Owen siendo gerente de la fabrica textil logró convencer a los dueños
de la empresa, que accedieran dar a sus trabajadores, un trato por lo menos igual al que se le
dispensaba a las máquinas de la fábrica. Owen aparte de luchar, abogó para que los propietarios
le brindasen a sus obreros, el máximo bienestar laboral económico y de seguridad social posible.
OWEN EN E.E.U.U.
En 1824 Owen viajó a los Estados Unidos y allí se encontró con un amigo que lo convenció a
comprar una pequeña extensión de terreno en la ciudad de Harmony, en el Estado de Indiana, en
donde fundó la colonia denominada " The New Harmony" (La Nueva Armonía), en el año 1825. En
dicha colonia organizó el trabajo bajo el principio del Beneficio Social y sobre la base de éste
fundamento, la Colonia "The New Harmony", alcanzó rápido éxito y gran repercusión en el mundo.
Es cuando distinguidos hombres de ciencias colocan sus miras en él y mediante correspondencias
solicitan un encuentro cumbre con Owen en dicha Colonia. Emocionado por dichas
preocupaciones decide invitar a estos señores a la Colonia, y con ellos emitir una resolución
económica y social.
La invitación es recibida por los hombres de ciencia de buen agrado y una vez reunidos en la
Colonia, éstos la estudian, la analizan minuciosamente en su formación y desarrollo. Al término
de esta observación detallada llevan a cabo una sesión presidida por Owen en la que se sancionó
el establecimiento de la "IGUALDAD PERFECTA".
Más el destino caprichoso le jugó otra mala pasada a Owen, y después de éste empinado éxito, la
Colonia "The new Harmony" decayó en fracaso total. Owen retornó a Inglaterra y promovió la
formación de la "Bolsa de Trabajo" y la experimentación de los "Bonos de Trabajo".
Owen retorna a su patria, edita allí una Revista Socio-Económica titulada "CRISIS" mediante la
cual hace manifestaciones de sus ideas cooperativas.
Al respecto podemos agregar que la Bolsa de Trabajo diseñadas por Owen fracasó por causas
ajenas al sistema, ya que los tasadores, burócratas y enfermos moralmente,
atribuían valores indebidos a los productos entregados por los trabajadores de la Bolsa. Estos
señores amorales valoraban a ciertos trabajos por encima de su valor real y otros por debajo,
entonces era de esperar que dentro del clima de injusticia se engendraran inconformismos,
desconfianzas e indisciplinas que a la postre degenerarían en disensiones internas y luego se
llegara al fracaso total.
En conclusiones, podemos decir que fue la inmadurez moral, la falta de educación y honradez en
los tasadores lo que hizo que el Sistema sucumbiera. Trabajadores mismos, que no supieron
responder con seriedad, lealtad y humildad a la confianza de sus compañeros que lo designaron
para el desempeño de tan alto cargo. A estos señores se les culpa de haber hecho fracasar una
experiencia que bien pudo ser una de las más grandes conquistas económicas y sociales de la
humanidad.
Según Owen, el Bono tendría la misión de eliminar al dinero como medida de valor del trabajo.
Owen pretendía eliminar el dinero por que lo consideraba como el único causante de todos los
males existentes dentro de la sociedad, motivo por el cual, quería reemplazarlo por otra medida de
valor: “el valor del trabajo”, el cuál resultaría una medida más justa y menos cruel.
El trabajador portador del bono, tenía derecho a retirar de la bolsa, por el importe nominal
indicado, las materias primas y lo artículos necesarios para producir nuevos bienes, así como
también retirar artículos de consumo requeridos para satisfacer sus necesidades personales y
familiares.
La propiedad privada;
La religión; y
La forma contemporánea del matrimonio.
Owen llegó a estas conclusiones, agotado, pero no vencido, cansado, pero no perdido. Sin
embargo, es bueno recordar que conocidas estas conclusiones Owen, es declarado enemigo de la
burguesía y tildado como peligroso comunista y defensor insobornable de la clase trabajadora.
Por último, Owen, acosado y perseguido por sus opositores ideológicos se encumbró a la eternidad
para siempre, dejando como regalo a la posteridad sus sabias enseñanzas.
Owen no creía que la nacionalización forzosa de los bienes de la burguesía fuera el camino más
apropiado para lograr la anhelada justicia económica y social. El consideraba que la Cooperación
en su carácter de doctrina socio-económica científica, poseía en sí, lo indispensable para crear
riquezas por medios propios. Convino que para cambiar al hombre, era necesario primero cambiar
el medio. Además, Owen es autor de la obra titulada: "Nuevos principios de la sociedad" que se
editó en 1812; y de la "Nueva moral del mundo". Owen es considerado por los doctrinados
del cooperativismo como precursor y padre de la cooperación.
SIGUIENDO LA HISTORIA….
La contribución de Robert Owen al progreso de la teoría y de la práctica de la educación es
ampliamente reconocida en los manuales de historia de la educación. Pero esta contribución, aun
siendo uno de sus principales logros, dista de ser la única. Con su curiosidad y avidez intelectual
y su energía desbordante, Robert Owen exploró otros aspectos de la sociedad que, a su juicio,
eran dignos de atención y estudio. En este contexto se insertan sus proyectos para establecer un
modelo ilustrado de organización industrial, con objeto de atenuar muchos de los problemas
causados por la revolución industrial, sus experimentos de organización comunitaria como base
de una regeneración internacional y sus planes para organizar un movimiento laboral británico,
con un gran sindicato nacional unificado. Muchas de sus ideas fueron adoptadas y transformadas
por partidarios, los “owenistas”, que creían que la estructura económica y social podía modificarse
de conformidad con las leyes de la ciencia social.
Influencias intelectuales
Owen participó en los debates de la Asociación de Instrucción y de Filosofía de Manchester y
presidió las reuniones organizadas por Joseph Lancaster sobre el sistema “lancasteriano” de
educación elemental a la que en una ocasión hizo un donativo de 1.000 libras. Junto con John
Dalton, creador de la teoría atómica, y otros, Owen fundó el Manchester College a comienzos del
decenio de 1790. En uno de los debates allí organizados tuvo un enfrentamiento con el entonces
joven Samuel Taylor Coleridge.
No es fácil determinar las fuentes de la filosofía intelectual de Owen. En su temprana juventud
perdió la fe cristiana y llegó a la conclusión, después de estudiar la historia de la humanidad, de
que el hombre es “el resultado necesario de su organización y de las condiciones en que le sitúan
la naturaleza y la sociedad”. Fue miembro activo del Consejo de Salud de Manchester, creado por
su amigo el Dr. Thomas Percival en 1796, ocupándose en particular de la mejora de la salud y de
las condiciones sanitarias de la población de aquella ciudad industrializada. Influido por Percival,
Owen estudió a los filósofos franceses de la Ilustración, como Voltaire, Diderot, Condorcet y
Rousseau. Su encuentro posterior con William Godwin reforzó sus ideas. Aún más importante fue
su traslado a Escocia. En su autobiografía, Owen menciona sus relaciones amistosas con muchos
profesores de las universidades escocesas de Edimburgo y Glasgow, uno de los cuales, George
Jardine, amigo de Helvétius y de d'Alembert, trataba de relacionar el estudio de la filosofía “con
los negocios de la vida activa”, y alentaba a sus alumnos a participar en la organización de sus
propios cursos (Stewart y McCann, 1967). En un plano más general, la tradición universitaria
escocesa se beneficiaba en aquella época del renacimiento intelectual de la filosofía moral que se
produjo durante la segunda mitad del siglo XVIII con los escritos de David Hume, Adam Smith y
Patrick Colquhoun. La fusión de las ideas de la Ilustración francesa y del Renacimiento escocés,
junto con sus propias experiencias en Manchester, sentaron las bases de las teorías educativas de
Owen.
sus primeros años, es una figura clave y ambos padres tienen que tratar a sus hijos con bondad y
dulzura.
Sin embargo, no bastaba con confiar a los empleadores y a los padres la tarea de educar a los
niños, con arreglo a los procedimientos descritos por Owen en su cuarto Ensayo. El deber más
importante de un Estado bien gobernado era establecer un sistema nacional de educación para
los pobres que fuera uniforme en todo el país. Aunque alababa los esfuerzos pioneros de Bell y
Lancaster en este campo, criticaba sus planteamientos pedagógicos. La lectura y la escritura no
eran más que instrumentos para impartir el conocimiento y eran de poco valor si no se enseñaba
a los niños a utilizarlos adecuadamente. “El modo en que se imparte la instrucción es una cosa y
la instrucción propiamente dicha es otra; y no hay dos cosas más diferentes entre sí”. Era
importante pues adoptar el procedimiento de instrucción que mejor permitiese al niño entender
los objetos y caracteres que le rodeaban.
Owen expresó su insatisfacción con el sistema educativo vigente en términos inequívocos:
“Entrad en cualquiera de las escuelas que se llaman nacionales y pedid al maestro que os muestre
lo que saben los niños. El maestro llamará a los niños y les hará preguntas teológicas a las que los
hombres más eruditos no pueden responder racionalmente; los niños, no obstante, responderán
enseguida del modo que se les ha enseñado previamente; porque en esta parodia de la educación la
memoria es el único requisito exigido. Así pues, el niño cuya facultad natural de comparar ideas o
cuyos poderes de raciocinio queden destruidos más deprisa, si al propio tiempo posee una memoria
suficiente para recordar cosas inconexas, será el primero de la clase; y las tres cuartas partes del
tiempo que debería dedicarse a impartir una instrucción útil, se habrá dedicado en realidad a
destruir la capacidad mental de los niños”.
Su visión de un sistema de educación para los pobres y las clases trabajadoras se basaba en la
doctrina de que “el Estado que posea el mejor sistema nacional de educación será el mejor
gobernado”. Con esta finalidad, Owen redactó el texto de un proyecto de ley para el Parlamento
con propuestas clarividentes y completas. Entre ellas figuraban la creación de un ministerio de
educación con una plantilla de personal capacitado; escuelas de formación de maestros (“en la
actualidad no hay ninguna persona en el Reino que haya sido formada para educar a las
generaciones futuras”); una planificación general de los métodos de enseñanza basada en la
comparación de diversas prácticas seguidas en la época; y el nombramiento por el Estado de
maestros preparados para las escuelas. Owen creía además que era necesario obtener
información precisa sobre el número de trabajadores en cada barrio, sus ocupaciones y las cifras
de desempleo.
Si bien algunas de sus ideas sobre educación son a veces subjetivas y excesivas, básicamente los
planteamientos de Owen eran acertados y previsores. Por ejemplo, en su segundo Ensayo explica
que los niños, sin excepción, son conjuntos pasivos y maravillosamente ideados, que mediante
una preparación adecuada y una atención constante, basada en un conocimiento correcto del
sujeto, pueden formarse colectivamente y adquirir una personalidad propia”.
Este pasaje muestra con claridad que Owen no creía simplemente en el medio como principal
determinante del carácter, sino que para él la formación, o sea la educación, era igualmente
importante. Por otra parte, como el carácter se forja antes del segundo año de vida, en general no
es posible reformarlo si no se han sentado las bases de un sistema de educación moral. Para
facilitar el equilibrio del niño, la escolarización no debería comenzar demasiado pronto y en sus
primeros tiempos habría de consistir sobre todo en actividades de esparcimiento y diversión. Por
este motivo, los niños de New Lanark no iban a la escuela hasta los cinco años de edad.
Como veremos más adelante, las opiniones de Owen sobre la comunidad condicionaron toda su
filosofía y su actividad social y económica. En su obra “Una nueva visión de la sociedad”, expuso
la opinión de que cada individuo no es únicamente un producto de su formación y su entorno,
sino que las sociedades, colectivamente, son el producto de la formación que imparten y del
entorno social en el que se educan sus miembros hasta llegar a la edad adulta. La sociedad en
conjunto puede suscitar en sus miembros la adopción de un fondo común de creencias morales.
Otra idea innovadora de Owen era que la educación tenía que ser un derecho de todos los niños,
aunque él defendiera sobre todo a los más pobres de la comunidad. Por este motivo, se negó a
emplear a niños de menos de diez años en sus fábricas y redujo el horario de trabajo de los niños
mayores para que pudieran asistir a clases nocturnas, que también organizó.
Owen no hacía caso omiso de los beneficios que podían derivarse de sus avanzadas ideas.
En su tercer Ensayo indica que uno de los resultados de sus actividades benéficas en New
Lanark, fue que “el tiempo y el dinero así invertidos, incluso antes de que se hubieran acabado de
introducir las mejoras y cuando sólo se había alcanzado la mitad aproximadamente de los
resultados previstos, habían producido un rendimiento de más del 50%, y en breve se esperaban
beneficios iguales al 100% del capital dedicado a estas mejoras”. Por otra parte, su insistencia en
el papel pasivo del hombre en la formación de su propio carácter era sin duda excesiva, y quizás
no concediera la suficiente importancia a la alimentación en el proceso educativo.
Con todo, “Una nueva visión de la sociedad” es una exhortación a reconsiderar la función y
consecuencias de la educación infantil. La importancia del fundamento moral de la educación es
ampliamente aceptada por las teorías pedagógicas actuales. Su explicación de la formación del
carácter es interesante, y la necesidad de prever actividades recreativas sanas durante los
primeros años de la enseñanza primaria, construyendo para ello los necesarios espacios de juego,
es un hecho aceptado desde hace tiempo.
cuando lo estimaran necesario y, sobre todo, se procuraba que fuesen felices. No había premios ni
castigos. Robert Dale Owen, hijo de Owen, nos dejó una descripción de la vida en la escuela de la
primera infancia: “Se les inculcaba los hábitos de orden y limpieza. Se les enseñaba a no pelearse
y a tratarse con amabilidad. Se les divertía con juegos infantiles y con cuentos adaptados a sus
facultades de comprensión. Se reservaron dos salas espaciosas y ventiladas, una para los
alumnos menores de cuatro años de edad y la otra para los que tenían entre cuatro y seis años.
Esta última aula fue decorada con pinturas, principalmente de animales, y con algunos mapas.
Asimismo, había en ella muestras de historia natural procedentes de las huertas, el campo y los
bosques que servían de tema de conversación y para breves charlas familiares; pero no había
nada formal, nada que aprender, ninguna lectura de libros.
Buchanan, que tenía grandes dotes pedagógicas, elaboró su propio método para distraer a sus
alumnos. Tocando la flauta, llevaba a los niños tras él hasta las orillas del río Clyde, donde se les
permitía jugar hasta que regresaban a la escuela. Se fomentaba el canto, la danza y la apreciación
de la naturaleza (Smith, 1931). Había ejercicios de gimnasia que se acompañaban batiendo
palmas y cantando en coro los números. Al contrario de Owen, Buchanan creía que los niños
debían tener algunos conocimientos religiosos. Los asociados de Owen y los padres de los niños
exigían que se les impartiera una instrucción religiosa. Así pues, se compraron libros de cánticos
y Biblias para la escuela. Desde hacía dos años, Owen visitaba frecuentemente la escuela y se
enorgullecía mucho de sus logros. Un testigo que presenció una de aquellas visitas a New Lanark
escribía lo siguiente: “Los pequeños corrían en grupos para tomar de la mano a su bienhechor o
para tirarle del abrigo, con la más inocente simplicidad”.
El plan de estudios moderno se componía de las tres asignaturas básicas (lectura, escritura y
aritmética), costura, historia antigua y moderna, geografía, botánica y geología. La historia
natural se consideraba importante y los alumnos recogían ejemplares de botánica y de geología
del campo circundante y los exponían en las aulas. Owen encargó a un maestro de Londres que
pintase grandes telas sobre temas de la historia natural y de la historia de las naciones, que se
montaban sobre rodillos. La música desempeñaba también un importante papel, junto con el
canto y la danza; se enseñaban canciones y danzas de diferentes países, y coros compuestos por
unos 150 niños interpretaban diversas melodías. Aunque no había muchos libros de texto, las
obras de María Edgeworth se consideraban aceptables por su elevado contenido moral.
El ejercicio físico consistía en desfiles y ejercicios en el terreno de juego. Esto no sólo estaba
encaminado a fortalecer la salud y el carácter de los muchachos: Owen estableció que, bajo la
supervisión de un instructor competente, se distribuyesen armas de fuego a los alumnos “de peso
y tamaño proporcionados a la edad y la fuerza de los muchachos, a los que quizás también
debería enseñárseles a practicar y entender maniobras militares más complejas”. Se utilizaban
interesantes métodos pedagógicos. Con pequeños bloques de madera los niños aprendían a sumar
y restar. Con tarjetas ilustradas se les enseñaba a leer, y se utilizaban letras de metal para el
aprendizaje del alfabeto. Los niños de mayor edad aprendían los elementos de la frase a los que se
asignaba grados militares, por ejemplo: General Sustantivo, Coronel Verbo, Cabo Adverbio etc. La
aritmética se enseñaba con la tabla de unidades de Pestalozzi y la teoría de las fracciones con la
tabla de los cuadrados, en la que cada cuadrado se divide en partes iguales. La mayoría de las
disciplinas literarias y científicas se enseñaban en la escuela superior mediante conferencias a
grupos numerosos. Además, se organizaban otras visitas que a veces no podían calificarse de
educativas.
Uno de los ejemplos más conocidos de los avanzados métodos de enseñanza de la escuela era el
de la geografía, que ocupaba un lugar importante en el programa de estudios. Su objetivo era
doble: mostrar la relación entre el entorno y el carácter (a comienzos del siglo XX, la disciplina se
enfocaba fundamentalmente de ese modo) y dar a los niños un sentido de la localización
geográfica. Los alumnos se sentaban en torno a un gran mapamundi con círculos en los lugares
correspondientes a las ciudades y capitales, cuyos nombres estaban borrados. Un niño señalaba
los círculos con el puntero y se desafiaba a los otros a responder. Owen contaba más tarde que
“uno de nuestros almirantes, que había dado la vuelta al mundo en barco, reconoció que no
habría podido responder a muchas de las preguntas a las que aquellos niños, que no llegaban a
los seis años, contestaban enseguida”. Las lecciones no duraban más de 45 minutos, y los niños
iban a clase cinco horas y media al día. En cuanto a la ropa, Owen estableció que era importante
que los niños tuvieran libertad de movimientos. Con esta finalidad iban vestidos con togas
blancas como los romanos, o con faldas escocesas.
Los alumnos, que dejaban la escuela a los 10 años, podían proseguir su educación en las clases
nocturnas, a las que asistía una media de 400 alumnos. El programa de estudios era similar al de
la escuela diurna. Los adultos podían asistir también a estas clases. Se impartían lecciones
semanales de química y mecánica y se organizaban sesiones de música y danza con fines
recreativos.
Dos años después de haber inaugurado la Institución para la Formación de Carácter en New
Lanark, Owen visitó Europa y conoció a varios de los principales especialistas en educación.
Owen, poco dado a la modestia, escribió: “Mis procedimientos educativos en este periodo (1817) se
consideraban adelantados a su época en varias decenas de años, y algunos decían que en siglos”.
Después de visitar a diversas personalidades de Francia, Owen viajó a Suiza, donde dedicó algún
tiempo a observar tres famosas escuelas para pobres. Oberlin había establecido una escuela
católica en Friburgo que no tenía una sección para niños pequeños. En Yverdon visitó a
Pestalozzi, que le pareció “otro hombre bueno y benévolo”. Owen creía que “su teoría era buena,
pero sus medios y experiencias muy limitados, y sus principios, los del viejo sistema”, aunque
admitió que la escuela estaba más adelantada que otras. Sin embargo, como decíamos más
arriba, Owen adoptó después el método de Pestalozzi para la enseñanza de la aritmética en sus
escuelas. Su última visita, de tres días de duración, la hizo para conocer a De Fellenberg, en
Hofwyl. Owen quedó gratamente impresionado por De Fellenberg, a quien consideró “un hombre
fuera de lo común”, que regentaba su establecimiento con principios democráticos. A su vez, De
Fellenberg declaró su admiración por el sistema de New Lanark, aunque en su escuela no había
alumnos de menos de 10 años de edad. Owen quedó tan impresionado por De Fellenberg que
envió a dos de sus hijos mayores, Robert Dale y William, de 16 y 14 años respectivamente, a
completar su educación con él.
Después del éxito inicial de las escuelas, surgieron pronto dificultades. En 1819, dos de los
asociados cuáqueros de Owen, William Allen y Joseph Foster, visitaron New Lanark para
comprobar los rumores de que en la escuela se daba preferencia a la danza y a la música sobre la
religión. Uno de los métodos empleados para desacreditar a Owen tuvo su origen en un comité de
industriales creado cuando Owen estaba tratando de mejorar un proyecto de ley sobre las fábricas
que se había sometido al Parlamento. Se ordenó al pastor de New Lanark, el señor Menzies, que
mantuviera bajo vigilancia a Owen y que enviara un informe a los industriales a Londres; poco
después empezaron a circular rumores acerca de su irreligiosidad.
Si bien Owen no prestó atención a estas acusaciones, finalmente, en enero de 1824, se vio
obligado a firmar un acuerdo por el que ponía fin a sus vínculos con la escuela. Se instituyeron
lecturas semanales de las Santas Escrituras y se decidió que la danza sería solamente una
asignatura de pago. Se prohibió cantar y que los niños de más de seis años llevaran la falda
escocesa. Muchos maestros fueron destituidos y se nombró a un maestro formado según el
método lancasteriano. Un aspecto positivo fue la introducción por Allen de clases de química,
mecánica y otras disciplinas científicas en el programa de estudios. Poco después, Owen dimitió
de la dirección del centro, y así llegó a su fin aquel valioso experimento.
A pesar de estos fracasos, Owen fue una fuente de inspiración para otros, que siguieron sus
enseñanzas. Lord Brougham, favorablemente impresionado por los proyectos de Owen, estudió
con él, en diciembre de 1818, la posibilidad de crear una escuela para niños pequeños en
Westminster. Se formó un comité compuesto por Brougham, James Mill y Zachary Macaulay, el
padre del célebre historiador, y se recaudaron 1.000 libras. Se fundó pues una escuela en
Westminster y se encomendó la enseñanza a James Buchanan, el maestro nombrado por Owen
en New Lanark. Buchanan reanudó lo que había quedado interrumpido en New Lanark y
permaneció en la escuela de Westminster hasta 1822, año en que se trasladó a otra escuela.
Durante su estancia en Westminster, Buchanan fue presentado a Samuel Wilderspin, a quien se
había ofrecido la dirección de una segunda escuela infantil en Spitalfields, al este de Londres.
Esta escuela abrió sus puertas en 1820 y aplicó métodos similares a los de Owen, con el niño
como centro del proceso educativo. Wilderspin, que creó una red nacional de escuelas infantiles,
reconoció la contribución de Owen al desarrollo del sistema y la ayuda que le había aportado
personalmente; sin embargo, siendo partidario secreto de las doctrinas de Swedenborg, no estaba
de acuerdo con la filosofía de Owen. Con todo, sus ideas acerca del modo en que debía
organizarse una escuela para niños pequeños eran muy similares a los de Owen (McCarin y
Young, 1982). En Escocia, David Stow, joven hombre de negocios de Glasgow, inspirándose en el
ejemplo de Owen abrió una escuela para los niños pobres de esa ciudad en 1816 en la que empleó
el método de la “representación por la imagen” para captar el interés y la imaginación de sus
alumnos (Smith, 1931). Stow fue el primero en establecer la diferencia entre instrucción y
formación. Diez años después fundó la “Glasgow Infant Society” y empezó a formar a maestros de
las escuelas infantiles.
Si bien es cierto que la influencia de Owen en New Lanark, y la de sus discípulos Buchanan, Stow
y Wilderspin, crearon un clima adecuado para el fomento de la educación infantil, no había un
gran entusiasmo por introducir este sistema a nivel nacional. El impulso real vino de la
aceptación de las ideas de los reformadores europeos, en particular Pestalozzi y Fróbel, gracias a
la campaña que llevó a cabo el Dr. Charles Mayo a partir de los años 1820.
gasto. Consciente de las posibilidades que se ofrecían a él, en abril de 1825 Owen compró la aldea
y la tierra.
Owen pronunció un discurso en Washington, donde su fama le había precedido: entre el público
figuraba el Presidente de los Estados Unidos, John Quincy Adams, y varios miembros del
Congreso. La gente se precipitó a Harmony, llamada ahora New Harmony, desde todos los puntos
del país. En las primeras semanas llegaron unas 800 personas, no todas por razones altruistas.
Owen asumió personalmente la dirección de la comunidad. En enero de 1826, a su regreso de
una visita a Inglaterra, Owen, complacido por los progresos del experimento, redactó el texto de
un convenio titulado “La Comunidad Igualitaria de New Harmony”. Todos los miembros de la
comunidad debían considerarse pertenecientes a una misma familia, recibir alimentos, vestidos y
educación similares, y vivir en casas parecidas.
Uno de los acompañantes de Owen a su regreso era William Maclure, un escocés apasionado por
la educación popular. Maclure, que era muy rico, accedió a anticipar parte del capital necesario
para crear una escuela agrícola destinada a los hijos de los pobres, parecida a la escuela de De
Fellenberg. Owen había establecido ya una escuela en New Harmony para unos 130 niños, cuyos
gastos de vivienda, vestido y educación corrían a cargo del Estado.
Maclure tomó el mando de las operaciones. En adelante, las escuelas debían administrarse como
una empresa independiente, llamada Education Society. Con objeto de combatir la ociosidad de
los alumnos y contribuir a su subsistencia, Maclure compró a Owen 450 hectáreas de tierra para
que los alumnos la cultivasen. La escuela contó pronto con más de 400 alumnos, de los dos años
de edad en adelante. Los dos hijos de Owen trabajaban en ella como maestros.
Las escuelas –en las que regía la separación de sexos– eran pensionados. Una iglesia abandonada
servía de taller para los alumnos que quisieran aprender los oficios de carpintero o zapatero. Los
alumnos dormían en el altillo de la iglesia en camastros, en filas de a tres, muy cerca del lugar de
instrucción. Una ex alumna de la escuela escribió sus recuerdos de la vida en New Harmony:
“En verano las niñas llevaban vestidos de lino crudo, con un tartán escocés los domingos o en
ocasiones especiales. En invierno llevaban vestidos de lana gruesa. Al despertar, un grupo de niñas
iba a ordeñar las vacas y esta leche, junto con gachas hervidas en grandes cazos, constituía lo
esencial del desayuno, que los niños tenían que tomar en quince minutos. Comíamos pan un día a
la semana, el sábado. Yo pensaba que si alguna vez conseguía salir de allí, comería dulces y
pasteles hasta reventar. Después del desayuno íbamos desfilando hasta la casa comunitaria Nº 2.
Recuerdo las pizarras colgadas de una de las paredes del aula y los alambres con bolas
ensartadas que nos servían para los ejercicios de cálculo. Había clases de canto, que nos servían
para repasar las lecciones. A la hora del almuerzo nos solían dar sopa, y para la cena gachas de
nuevo y leche. A la puesta de sol nos íbamos a dormir en pequeñas literas colgadas del techo en
hileras... A intervalos regulares nos llevaban desfilando hasta la farmacia de la comunidad, donde
suministraban por igual a todos los alumnos una dosis de un producto que sabía a azufre. Los
niños internos no estaban autorizados a ver a sus padres excepto en raras ocasiones. Yo vi a mis
padres dos veces en dos años”.
Con arreglo a la Constitución de la Comunidad Igualitaria New Harmony, ésta se dividía en seis
departamentos: agricultura, manufactura, literatura, ciencia y educación, economía doméstica,
economía general y comercio. Cada departamento se subdividía en actividades.
Para cada actividad se elegía a un “intendente”, que a su vez elegía a cuatro “superintendentes”.
Las personas elegidas, junto con un secretario, constituían el consejo ejecutivo; la comunidad
poseía todos los bienes inmuebles. Como escribió Frank Podmore, el biógrafo de Owen, “La
Asociación pasó de pronto, como la crisálida, de la fase de un individualismo modificado, a la gloria
alada del comunismo puro”.
La nueva constitución dio lugar a disensiones. Un tal Capitán Macdonald se opuso al sistema de
gobierno representativo. La existencia de intendentes y superintendentes en una “comunidad
igualitaria” suponía desde luego una desigualdad manifiesta. Además, la comunidad era
demasiado grande y había en ella demasiadas diferencias de religión y de características
nacionales para conseguir la homogeneidad.
Así pues, dos grupos de colonos se instalaron por su cuenta en las lindes de la propiedad.
Ambos grupos asignaron el poder ejecutivo a un consejo de ancianos, compuesto por personas de
65 años de edad como mínimo en uno de los grupos, y de 55 años en el otro. En marzo de 1827,
se disolvió la comunidad originaria, reorganizándose en cuatro comunidades basadas en las
actividades que se realizaban en ellas, una de las cuales fue la asociación de la educación, que
seguía bajo la dirección de William Maclure. Owen advirtió a los miembros que si no ingresaban
en una de las comunidades creadas deberían asegurar su propia subsistencia, o irse de New
Harmony. Muchos optaron por esta segunda solución.
Las diez comunidades que Owen dejó en julio de 1827 no florecieron. A su regreso a Estados
Unidos, en abril de 1828, Owen admitió que el experimento había fracasado. Así se expresaba en
un discurso dirigido a los habitantes de New Harmony: “He ensayado aquí un nuevo rumbo, en la
esperanza de que cincuenta años de libertad política hubiesen preparado a la población
americana a gobernarse a sí misma. Proporcioné la tierra, las casas y gran parte del capital... pero
la experiencia ha demostrado que es prematuro tratar de unir a extraños que no han recibido
previamente una educación con tal objetivo, de manera que puedan practicar múltiples
actividades en su interés común y vivir juntos como si formaran parte de una misma familia”.
Owen se despidió de la comunidad en junio de 1828. Había perdido mucho dinero por culpa de
especuladores poco escrupulosos, y las comunidades filiales dejaron de existir a los pocos años.
Sus cuatro hijos permanecieron en New Harmony y se hicieron ciudadanos americanos, y lo
propio hizo William Maclure hasta que su salud empezó a resentirse. Maclure legó una suma para
la creación de un instituto de trabajadores y una biblioteca pública en el lugar.
Si bien como ejemplo de socialismo práctico el experimento fue un fracaso, durante más de una
generación New Harmony fue el centro de un gran interés social y educativo; otras comunidades
se establecieron con arreglo a principios similares. Owen no perdió nunca la fe en sus ideas: a su
regreso a Inglaterra propuso de inmediato una empresa similar a la República de México. Cuando
llegó a México, el país estaba en plena revolución y el gobierno le prometió un extenso territorio
para llevar a cabo su experimento. Owen impuso como condición que antes se aprobase una ley
de libertad de cultos, pero el Congreso mexicano se opuso y el proyecto no siguió adelante.
moral”, publicado en 1838, en el que afirmaba que en su mundo utópico no habría templos ni
ceremonias: la religión del futuro tenía que ser “La Religión de la Verdad” (Podmore, 1906).
Entre 1835 y 1845 se establecieron en el Reino Unido no menos de cinco comunidades owenistas.
El último intento de Owen de constituir una comunidad tuvo lugar en Queenswood y también fue
llamado “Harmony Hall”, una aldea modelo basada principalmente en la producción agrícola.
Construida a gran escala con espléndidos edificios e instalaciones, incluía una escuela para
residentes y para owenistas de todo el país. Todos los miembros de la comunidad iban a clase por
la mañana y por la tarde. Se daban clases de matemáticas, danza, retórica, música instrumental
y vocal, gramática, geografía, agricultura y botánica. Owen fue gobernador de Queenswood
durante tres años, pero se le destituyó en 1844. La comunidad se cerró el año siguiente, pero la
escuela siguió funcionando aún durante varios años con arreglo a sus ideas.
Owen tenía ya 74 años, y aunque muchos de sus discípulos le habían abandonado, seguía
pronunciando discursos en los que afirmaba su creencia en la importancia suprema de la
educación, desde el nacimiento hasta la vejez. En septiembre de 1858, Owen, que ya estaba
enfermo, decidió asistir a la reunión de la Asociación Nacional para la Promoción de la Ciencia
Social, en Liverpool, con objeto de enviar personalmente su último mensaje a la humanidad “Creo
que esta será, escribió a un amigo, mi última actividad pública, y quiero que represente la
culminación de mi vida”. Mientras estaba pronunciando su discurso, se desmayó y fue llevado a
su lecho, donde perdió el conocimiento. El 17 de noviembre de 1858 moría a los 87 años de
edad.
Las ideas de Owen sobre la educación se inspiraron en su lucha de toda la vida contra la pobreza
y la infelicidad. Su rechazo de la religión como panacea era debido a su creencia de que el
hombre, como ser racional, podía mejorarse a sí mismo. El papel que puede desempeñar la
formación del carácter en la mejora de la sociedad fue la base de su labor pionera en las escuelas
de New Lanark. Después de 1816 empezó a perder su influencia sobre las clases medias, y este
proceso se hizo aún más evidente al término del experimento de New Harmony.
Muchas de sus ideas eran oscuras, y sus argumentos incoherentes. Owen no tuvo en cuenta las
realidades del poder político, en la creencia de que el socialismo cooperativo acabaría desplazando
simplemente al capitalismo mediante el ejemplo y la educación.
No obstante, ejerció una poderosa influencia sobre las masas trabajadoras, y durante un breve
periodo fue su líder. El movimiento cooperativo le debe mucho. Aparte de su labor en relación con
las Bolsas del Trabajo y el sindicalismo, Owen, que expuso sus opiniones en no menos de 130
obras, inspiró a varios pensadores que formularon de manera más científica el socialismo
owenista. Las comunidades de Owen, basadas en la cooperación y la solidaridad humanas, con la
escuela en su centro, fueron imitadas en otras partes del mundo.
Los “cartistas”, que adoptaron un enfoque más abiertamente político que el de Owen, siguieron la
misma tradición en sus actividades educativas, sobre todo en lo relativo a la educación de
adultos. La influencia de Owen puede verse también en algunas de las escuelas de los primeros
partidarios de la educación progresiva, ya en el siglo actual. El mensaje de Owen, según el cual la
formación y la educación están íntimamente relacionadas, ha tenido eco en muchos de los
sistemas educativos de hoy. Como escribió Frank Podmore, situando a Owen en su contexto
histórico: “Vio cosas que estaban ocultas para sus contemporáneos, y que quizás nosotros no
hemos descubierto aún del todo. Cuando las generaciones futuras dicten un juicio imparcial sobre el
hombre y las fuerzas del progreso en el siglo XIX, habrá que reservar un lugar para Robert Owen
entre aquellos cuyos sueños han contribuido a reformar el mundo”.
Entre los inventores de sociedades perfectas del siglo XIX —una rama ideológica y política de la
ficción no menos fecunda que la literaria— no hay nadie comparable a Charles Fourier en su
desmesurada ambición de transformar de raíz la sociedad y el individuo, de crear un sistema que
por su flexibilidad y sutileza fuera capaz de integrar de manera armoniosa la casi infinita
diversidad humana y de diseñar un mundo en el que no sólo cesara la explotación, desapareciera
la pobreza y reinara la justicia, sino, sobre todo, en el que hombres y mujeres fueran felices y
pudieran gozar de la vida. Este solterón provinciano pasó buena parte de sus 65 años ejercitando
mediocres empleos de agente viajero, comisionista y cajero de establecimientos comerciales y
escribiendo voluminosos ensayos que poca gente leyó, que todavía menos entendió y que incluso
sus propios discípulos a menudo malinterpretaron y censuraron, espantados con las audaces
reformas que proponía. Todavía hoy, 171 años después de su muerte, es mucho lo que se ignora
de su vida y de su obra, pese a la edición de Obras completas de Anthropos de 1967/ 1968 (que
no lo son), así como de su correspondencia y el testimonio de sus contemporáneos. Esta
oscuridad no es casual: el pensamiento de Fourier, antiacadémico, torrencial, confuso a veces, y
de un inconformismo que lindaba en ciertos momentos con la extravagancia y la locura, es difícil
de sintetizar, y de asimilar a la corrección política, por lo que sigue encarnando, todavía en
nuestros días, ese écart absolue (apartamiento o distancia total) que se jactaba de representar.
Fue un hombre genial, un soñador desmesurado, en el que coexistían un intuitivo lúcido que vio,
antes que ningún otro utopista de su tiempo, que el problema de la infelicidad humana era más
importante y más vasto que la injusticia social y la falta de libertad (aunque aquél no se resolvería
sin que se resolvieran también éstos) y que su solución pasaba por la liberación del amor, el sexo
y las pasiones de las camisas de fuerza que les habían impuesto las religiones, la moral y la
hipocresía de los gobiernos, con un enloquecido forjador de nomenclaturas, esquemas, divisiones
y subdivisiones, laberínticas y artificiosas telas de araña en las que creyó, con seguridad pasmosa
e infantilismo patético, haber aprisionado todos los secretos del hombre, la sociedad, las
relaciones humanas, las instituciones, la cultura, y ser un nuevo Newton, que, como éste al
descubrir la ley de gravedad, había descubierto la ley primera y fundamental de la vida, a la que
llamó la ley de la Atracción o de las Series Apasionadas, piedra miliar de la recreación utópica de
la sociedad que lo ocupó todos los instantes que no estuvo obligado a dedicar en su vida a las
odiosas ocupaciones alimenticias en el campo del comercio.
Nunca ha sido tomado muy en serio por los filósofos, sociólogos, ideólogos y pensadores políticos,
más bien como una vistosa y excéntrica figura, una rareza antes que un pensador serio, salvo,
acaso, por André Breton, que le dedicó su más hermoso poema ("Oda a Charles Fourier"), pero,
¡ay!, el ser reivindicado y adoptado por los surrealistas ha contribuido tal vez al malentendido que
lo acompaña como su sombra, pues refuerza la idea de que había en Fourier más un soñador, un
poeta, un artista, que lo que él creía ser: un científico que, valiéndose de la observación y de
conocimientos matemáticos, llegó a desvelar con lujo de detalles y precisión algebraica el secreto
plan elaborado por el Creador para que la felicidad se entronizara por fin sobre la tierra y
alcanzara a todos los seres humanos sin excepción.
Si le hubieran preguntado cómo se definiría, Fourier hubiera dicho: inventor. O, en sus momentos
de modestia, que alternaban con otros de vanidad y egolatría, descubridor. Le gustaba
compararse con "esos juiciosos navegantes, Vasco de Gama y Colón, que comprendieron que,
para abrir nuevas vías y nuevos continentes, era preciso aventurarse por los mares donde nadie
había osado navegar".
Nunca fue ateo ni agnóstico —a diferencia de otros utopistas, como Owen o Marx— sino un
riguroso creyente en la existencia de un Ser Supremo, una divinidad que habría elaborado un
cuidadoso plan para hacer posible la dicha humana, pero que, hasta Fourier, los hombres habían
sido tan ciegos, estúpidos u ociosos para no descubrir y aplicar. Él fue el predestinado mortal a
quien cupo desvelar por fin el programa trascendente que haría de la tierra un paraíso. Esta
creencia estaba tan enraizada en Fourier que no vaciló en afirmar cosas como ésta:
Yo sólo he confundido veinte siglos de imbecilidad política, y a mí solo deberán las generaciones
presentes y futuras la iniciativa de su inmensa felicidad. Antes de mí, la Humanidad perdió
muchos miles de años en luchar locamente contra la Naturaleza; yo fui el primero en ceder ante
ella, estudiando la Atracción, órgano de sus decretos. Ella se dignó entonces sonreír al único
mortal que le había echado incienso. Y me libró todos sus tesoros. Poseedor del libro de los
destinos, yo vengo a disipar las tinieblas políticas y morales y sobre las ruinas de las ciencias
inciertas elevo la Teoría de la Armonía Universal.
Frases así parecen las jactancias de un alocado megalómano; pero ellas no deben ser aisladas del
resto de una vida entregada con admirable constancia, y casi siempre en soledad y rodeada de
incomprensión y fracasos, a desarrollar un sistema social, moral, económico y amoroso, que
acabara con la desdicha humana en todas sus formas y pusiera al alcance de todos la particular
clase de dicha que ambicionaban. No hay otro utopista, en la vasta tradición de inventores y
visionarios de sociedades perfectas, que se esforzara tanto como Fourier en concebir un modelo de
convivencia que permitiera coexistir sin represiones ni exclusiones todas las innumerables
variedades de tipos y psicologías, sueños, deseos, manías y anomalías que caracterizan la fauna
humana.
La monotonía, rutina y mediocridad de la vida de ese oscuro agente viajero, comisionista de
paños, cajero y pasante comercial que vivió siempre a tres dobles y un repique, ofrece un notable
contraste con el lujo y la frondosa riqueza de su pensamiento, que se proyecta, animado por una
curiosidad universal que recuerda la de los grandes humanistas del Renacimiento, por todos los
dominios y disciplinas del quehacer humano, a los que, según su Teoría, vinculaba en un todo
unitario la secreta ley de la Atracción. Esta Teoría lo abarca todo: la arquitectura, la gastronomía,
la agricultura, la educación, la música, la logística militar, la astronomía, la matemática, la
analogía, todas las pasiones humanas, el sexo y el amor, disciplinas sobre las que Fourier meditó,
escribió, en las que creyó encontrar vetas secretas y afinidades que las emparentaban y sobre las
que legisló, a veces de manera disparatada y absurda, y, a veces, como en el caso del sexo, con
una penetración y lucidez que anticipan en más de medio siglo los revolucionarios
descubrimientos de Freud.
La sociedad perfecta de Fourier debía irse erigiendo gradualmente y de manera voluntaria y
pacífica —odiaba la violencia por encima de todas las cosas, tal vez porque había visto de cerca y
padecido en carne propia los estragos jacobinos del Terror en 1793— mediante la constitución
progresiva de Falansterios —que llamó, también, Falanges, Remolinos o Tribus—, pequeñas
unidades de trescientas a cuatrocientas familias (unas mil ochocientas personas) que
reemplazarían a la familia como la institución básica de la organización social. El Falansterio no
obedecía a un patrón único, que se reproduciría sin término. Todo lo contrario: serían funcionales
y diversos, en razón de las afinidades y denominadores comunes de las psicologías, idiosincrasias,
vocaciones y aptitudes de sus miembros —las Series de Grupos según su nomenclatura—, de
manera que cada falansteriano se sentiría en su Falansterio en un medio ambiente estimulante,
grato, afín, por la comunidad de intereses, rasgos y ambiciones con los otros miembros, lo que
convertiría el trabajo en una diversión y un placer, y dueño siempre de su libertad, pues el
ingreso o retiro del Falansterio estarían siempre librados a su soberana libertad. ¿Hubiera sido
posible una organización social tan libérrima? Fourier no consiguió nunca, pese a sus denodados
esfuerzos, que se estableciera un Falansterio piloto —nunca consiguió el mecenas que se lo
financiara—, pero los intentos que llevaron a cabo sus discípulos (rebajando mucho las ideas de
Fourier para no escandalizar demasiado al establishment) fracasaron de manera tan dramática
que no es arbitrario suponer que, llevada a la práctica, la "revolución societaria o falansteriana"
en vez de lograr el orden pacífico y dichoso que él soñó se hubiera desintegrado en la anarquía, o
degenerado en un sistema represor, el único que hubiera evitado su disolución.
Fourier nació el 7 de abril de 1772 en Besançon, en un medio católico y tradicional. Su padre era
un acomodado comerciante de tejidos. Fue el último de los cuatro hijos de Charles Fourier y de
María Muguet; sus tres hermanas, Marie, Lubine y Sophie (esta última se casaría con Anthelme
Brillat-Savarin, el célebre autor de la Fisiología del gusto). Hizo estudios clásicos en el colegio de
Besançon, como un estudiante muy brillante, que destacó en música, matemáticas y latín,
aunque de una personalidad bastante singular. Por ejemplo, a los siete años, temeroso de pecar
por omisión, se confesó ante el cura de todos los pecados imaginables, incluso de la Lujuria
(palabra que no sabía qué quería decir). Su padre murió en 1781, cuando Charles tenía apenas
nueve años. En el testamento, aquél especificó que el niño sólo recibiría la parte de la herencia
que le correspondía si dedicaba su vida a continuar con el trabajo familiar. Esta disposición
tendría el efecto de un vaticinio trágico pues, pese a sus esfuerzos, Fourier no consiguió liberarse
nunca del comercio, al que de un modo u otro estuvo esclavizado todo el resto de su vida. Según
su biógrafo Lehuck, niño todavía juró odio eterno al comercio. Y, en su Teoría, lo consideró un
quehacer "parasitario", despreciable, pues no creaba riqueza ni contribuía a aumentar la
producción, sino a encarecerla, especulando con ella al trasladarla de los productores a los
consumidores.
La muerte del padre frustró su sueño de seguir estudios superiores (quería entrar a la escuela de
ingenieros militares de Méziers). Por eso, fue un autodidacta, con sólo un paso fugaz por la
Universidad de París, en 1800, donde siguió un curso de matemáticas. Nunca se casó, y aunque
Lehuck asegura que tuvo amantes, éstas fueron muy esporádicas o discretas o no existieron, pues
la verdad es que en las escasas e insuficientes biografías escritas sobre él no aparece una
sola liaison femenina que parezca haber ejercido alguna influencia, o haber tenido una mínima
estabilidad, en la vida de Fourier.
Esta vida transcurrió, sobre todo, unida a establecimientos comerciales diversos, en Besançon,
Burdeos, Rouan, Marsella, Lyon, y en París, como contador, pasante de libros, agente vendedor,
corretista o cajero, y también como representante viajero, lo que le permitió, desde joven, recorrer
muchas ciudades de Francia y de Europa.
En 1789, cuando la Gran Revolución conmovió todos los cimientos de Europa, tenía diecisiete
años. En un primer momento, no parece haber afectado su vida, absorbida por sus ocupaciones
en el mundo de los negocios, y sus lecturas copiosas sobre todas las materias —su curiosidad era
oceánica— a las que dedicaba todos sus momentos libres. Desde muy joven tuvo fama de huraño
y solitario, de vida algo hosca y secreta, aunque en una época, frecuentó, en Besançon, Le Vieux
Coin, una taberna donde hacía tertulia con un grupo de amigos, algunos de los cuales se
convertirían luego en promotores de sus ideas y lo ayudarían con la publicación de sus libros.
Con el régimen del Terror, en 1793, sufrió una experiencia traumática, acaso la más dura de toda
su existencia, un hecho que tendría efecto sobre sus teorías sociales, a las que trató de vacunar
contra toda forma de violencia. Este episodio originó su pacifismo, o lo reforzó, pues fue leal a él a
lo largo de toda su vida. Nunca admitió la idea de que la reforma de la sociedad debía hacerse
mediante la violencia, ni, tampoco, que el individuo fuera forzado por el Estado a actuar de
determinada manera para lograr la felicidad. La revolución de Fourier debía ser gradual, pacífica,
impulsada por el ejemplo o la persuasión o el contagio y en ella el ciudadano —hombre o mujer—
debía gozar de la más estricta libertad para aceptar o rechazar las reformas en marcha. Este
aspecto no coercitivo, no violento, es uno de los rasgos más propios y simpáticos del espíritu
libertario de Fourier.
¿Cuál fue el episodio de 1793? La ciudad de Lyon, declarada rebelde por el Comité de Salud
Pública, quedó sitiada por las tropas de la Convención. Fourier, de veintiún años, fue enrolado en
las fuerzas militares lionesas en rebeldía. Luego de dos meses, las tropas convencionales entraron
en Lyon el 9 de octubre de 1793, practicando feroces represalias contra los insumisos. Fourier se
libró de milagro de ser guillotinado, pero todos sus bienes —hacía poco había invertido su parte
de la herencia paterna comprando productos procedentes de las colonias francesas— fueron
confiscados y quedó arruinado. Esta experiencia —por la que pasó brevemente por la cárcel—
marcó su visión crítica de la Gran Revolución y su rechazo de Robespierre, del jacobinismo y de
toda acción violenta. Su adhesión al pacifismo fue tan intensa que lo llevó, en su visión de la
futura sociedad, a concebir barrocos y complicados sistemas para garantizar un espacio en el que
todas las fantasías, manías y extravagancias humanas tuvieran cabida y no fueran rechazadas ni
perseguidas.
En el año 1797 elaboró un plan de modernización de la defensa nacional y viajó a París a
presentarlo al Directorio; pero éste, agradeciéndole el esfuerzo, le dio con la puerta en las narices.
Fue el primero de una larga cadena de fracasos en sus empeños para servir a su sociedad y hacer
aceptar sus innumerables planes de reforma social.
En 1799, en Marsella, fue testigo y protagonista involuntario de un hecho que lo horrorizó. Por
orden de los jefes de la firma en la que trabajaba, debió participar en la destrucción de un
cargamento de arroz que sus patrones habían dejado pudrirse, para impedir que cayeran los
precios. Que por razones especulativas se procediera así, en un mundo donde millares de familias
se morían de hambre, afectó profundamente el espíritu de este hombre sensible y atizó su
búsqueda de fórmulas para crear una sociedad diferente, no envilecida por el espíritu de lucro.
Este mismo año, 1799, fue, según el propio Fourier, el del gran descubrimiento, el punto de
partida de su teoría de "la unidad universal", es decir de la tupida red de afinidades secretas que,
en la aún no descubierta trama del Creador, unía los seres y las cosas para forjar un mundo
coherente donde fuera posible la felicidad para todos los seres humanos.
Sus primeros escritos publicados son de 1803 y 1804, una serie de artículos que aparecieron en
un boletín de Lyon, sobre la "Armonía universal" —el primer esbozo de la doctrina societaria— y
unos comentarios de política internacional.
Su primer libro, la Teoría de los cuatro movimientos, sólo apareció cuatro años más tarde, en
1808. Por razones misteriosas, fue publicado de manera anónima y con una indicación de origen
falsa (Leipzig en vez de Lyon). Pese a los esfuerzos del grupo de amigos de Le Vieux Coin para que
el libro fuera comentado y leído, la obra pasó totalmente inadvertida, lo que parece haber causado
una gran frustración a su autor. Sólo publicaría su siguiente libro catorce años más tarde. Pero
eso no significa que en el intervalo no siguiera leyendo, investigando y escribiendo sin tregua,
espoleado por su curiosidad infinita y su voluntad reformadora de todas las instituciones y en
todos los órdenes.
En 1812 murió su madre, que le dejó una pequeña renta vitalicia. Al parecer, durante el
brevísimo retorno de Napoleón, luego de su fuga de la isla de Elba en 1815 (los Cien Días que
terminaron con la derrota de Waterloo) tuvo un cargo relativamente importante en la alcaldía de
Lyon. Entre 1816 y 1820, Fourier vive retirado, en el campo, en la pequeña localidad de Talissien,
pueblo de Bergey donde su familia poseía tierras. En esos años comienza la redacción de sus
manuscritos, entre ellos el Tratado de la asociación doméstico-agrícola, el segundo de sus libros,
que sólo aparecerá en 1822.
Pero, acaso, lo más importante que le ocurre en esos años oscuros, en el Bergey, mientras vivía
entre Talissien y Belley, son las curiosas y misteriosas relaciones con sus sobrinas, dos hijas de
una de sus hermanas, Marie, a las que por lo visto sorprendió entregadas a la licencia y a los
excesos sexuales (por ejemplo, compartiendo las caricias de un mismo galán). Lo que conocemos
de esta relación es muy vago, algo que debe ser reconstruido a base de muy breves testimonios
que sobrevivieron a la censura de familiares y discípulos de Fourier, que no vacilaron en suprimir,
censurar y sin duda destruir muchos documentos que consideraban excesivamente osados en
materia amorosa.
Lo importante es que de aquellas experiencias con las dos audaces y libérrimas sobrinas —las
que, según confesión del propio Fourier, se burlaban de él por no participar en sus fiestas
sexuales— nació acaso el aspecto más original, audaz y vigente del pensamiento de Fourier: el
relativo a la libertad sexual, su diseño de un modelo de sociedad en la que el amor pudiera
ejercitarse sin ningún género de cortapisas para producir la felicidad general. El libro donde
Fourier expuso esta teoría, Le nouveau monde amoureux (El nuevo mundo amoroso) permaneció
oculto, pues el discípulo que heredó el manuscrito, Victor Considérant, no se atrevió a publicarlo
(sin duda, hubiera sido censurado por la moral puritana reinante tanto bajo el reinado de Louis
Philippe como en el de Louis Bonaparte) y sólo apareció más de un siglo después, ¡en 1967.
Pese a la escasa, para no decir nula, repercusión de sus libros, Fourier no perdió nunca la
esperanza de que sus ideas reformadoras acabaran por imponerse. Enemigo de toda acción
violenta, su idea de la "revolución societaria" era la siguiente: un hombre con recursos
económicos o poder político, seducido por sus ideas, financiaría el primer Falansterio piloto. El
éxito de esta pequeña sociedad perfecta, la convertiría en una semilla de la que irían germinando,
por contagio, otros Falansterios, que irían extendiendo la revolución societaria al conjunto de la
sociedad. De acuerdo a este plan, desde 1822 más o menos, Fourier empezó a buscar al
"candidato", es decir el mecenas ilustrado que, seducido por la filosofía societaria, invertiría lo
necesario en la creación del primer Falansterio. Esta búsqueda lo llevó a enviar cartas y
propuestas a la más heterogénea colección de personas, empezando por el propio Louis Philippe, o
el Doctor Francia, el tirano de Paraguay, y siguiendo por Lady Byron o el empresario y reformador
utópico escocés Robert Owen, a quien ofreció trabajar a sus órdenes en la colonia de New Lanark
si aceptaba sus teorías. Otros candidatos en los que pensó fueron: Bolívar, Chateaubriand,
George Sand, el presidente Boyer de Santo Domingo y el príncipe Boyardo Scheremetou. Según
un testimonio de Béranger, que lo conoció y lo admiraba, once años antes de morir, es decir en
1826 o 1827, Fourier publicó en la prensa de París un aviso anunciando que todos los días
estaría en su casa de Saint-Pierre, en Montmartre, al mediodía, para recibir y dar todas las
explicaciones del caso al hombre ilustrado dispuesto a invertir un millón de francos en la creación
del primer Falansterio. Y Béranger añade que la fe en la buena entraña del ser humano que
alentaba Fourier era tan grande, que los once últimos años de su vida nunca dejó de remontar la
colina de Montmartre, rumbo a su modesta casita de la rue Saint-Pierre, para esperar a aquel
mecenas que nunca llegó.
El trabajo debería ser en sí mismo agradable y atractivo además de beneficioso desde el punto de
vista económico. Para ello, sostenía la tesis de que todo trabajador debería realizar más de una
tarea a los efectos de evitar la rutina en el trabajo. En las pequeñas comunidades (falansterios) de
Fourier, de hecho, cada trabajador tenía derecho a elegir el trabajo que quisiera de acuerdo a sus
necesidades. Las comunidades, para ello, debían cumplir con una serie de requisitos: un número
ideal de 1600 personas, con una determinada cantidad de tierra para explotar, un sistema de
educación que permitiera que los niños siguieran naturalmente sus inclinaciones, vida tan en
común como las familias quisieran (lo que habilitaba la propiedad privada),se dirigirían
democráticamente y se formarían en base a la voluntariedad y la armonía de las diferentes clases
sociales; el salario seria reemplazado por el trabajo asociado con una idílica división de este
último, el crédito agrícola y las tiendas comunales serían el paso previo para su constitución etc.
Sin embargo, en vida, Fourier nunca recibió apoyo económico para fundar estas comunidades De
hecho, los primeros falansterios se desarrollaron en Norteamérica, a influjo de Albert Brisbane
(1809-1890), quien logra fundar junto a otros discípulos de Fourier algunos de éstos sin mayores
éxitos, salvo en los casos en que se basaron más en los lineamientos cooperativos propiamente
dichos.
Fourier fue fundador de la escuela de economistas reformadores, llamada Societaria o
Falansteriana, nació en Besanzon el 7 de abril de 1772, murió en París en 1837. Atrajo las
críticas de Engels que lo clasificó, junto con Owen y Saint-Simón, entre los "socialistas utópicos".
Propone que la sociedad se organice a partir de unas células básicas llamadas falansterios, en las
que vivirían falanges formadas por 1.620 hombres. Los falansterios consistirían en un edificio
común rodeado por tierras de labor. La propiedad de los falansterios tendría la forma de sociedad
anónima. Las rentas se repartirían entre el capital (4/12), el trabajo (5/12) y la dirección
científico-técnica (3/12).
Era hijo de un comerciante de paños, y estuvo empleado en varias casas de comercio hasta la
edad de 60 años. Se entregó muy joven a la vida solitaria y a investigaciones especulativas sobre
la organización de la sociedad.
Publicó sus ideas por primera vez en 1808 bajo el título de «Teoría de los cuatro movimientos». Se
proponía en ella fundar un orden social en que todas las pasiones humanas, buenas o malas,
encontrasen un lugar legítimo y una satisfacción que redundase en provecho general, en que
todas las capacidades fuesen aplicadas y donde fuese un derecho y un atractivo para todos, y no
una obligación penosa acudir al bienestar universal; y para este fin, quería asociar a los hombres
en capital, trabajo y talento por grupos, series, después falanges, por medio de la «atracción
apasionada,» que, según él, es la ley de la humanidad.
A pesar del poco éxito que tuvieron sus teorías, continuó desarrollándolas en el «Tratado de la
asociación doméstica agrícola» (1822), en el «Nuevo Mundo industrial» (1829), y en «La falsa
industria» (1835); creó en 1832, ayudado por algunos discípulos, el diario el Falansterio que vio la
luz dos años seguidos, y que después de esta interrupción volvió a publicarse en 1836, bajo el
título de la «Falange o diario de la ciencia social,» cuya publicación no ha cesado después. Su
doctrina poco fácil de comprender en sus obras, ha sido resumida y aclarada por M. V.
Considerant, uno de sus discípulos, en un libro intitulado «Destino Social.» Madama Gatti de
Gamond publicó en 1838 «Fourier y su sistema;» pero esta obra, no ofrece según los
falansterianos, sino una exposición defectuosa.
PENSAMIENTO DE FOURIER
Fourier por sus pensamientos está reconocido como un nato Utopista, gran Idealista Socialista
Asociacionista, excepcional Economista y distinguido Pensador Cooperativista.
Se dice que Fourier fue tan sólo un GENIAL TEORICO porque sus grandes ideales jamás pudo
llevarlos en práctica por carecer de medios económicos indispensables para poderlos realizar. Sin
embargo, es loable destacar que Fourier a lo largo de su existencia perdió todo menos la
esperanza de llegar algún día a ver cristalizados sus pensamientos reformativos de la sociedad. La
esperanza de Fourier para el logro de sus objetivos estaba basada en la llegada de él, de una
ayuda filantrópica que lo dotaría de capital, para llevar a la práctica sus pensamientos. Fourier a
este capital prestado le pagaría intereses por sus trabajos, con una parte de los excedentes
obtenidos.
Fourier creía ciegamente en cualquier momento de su vida llegaría, esta persona de buena
voluntad quien le prestaría el dinero necesario para poder llevar a la práctica sus pensamientos
de Reestructuración Social, que consistía en la división de la sociedad en las Colonias
Comunitarias que él llamaba FALANSTERIO. En realidad la Falange era
una Comunidad Cooperativa en la que se desarrollaban actividades agrícolas, industriales
y servicios. Para Fourier la esencia de la asociación radicaba en la unión de intereses, para lo cual
proponía que la problemática social debía resolverse mediante la formación de grupos organizados
dentro de una vida comunitaria, denominada Falange. Fourier fue un gran economista y
Estadista. El consideraba que el mercantilismo no era otra cosa que una Economía de Robo
Sistematizado, organizado y amparado en la legalidad.
Las Comunidades Cooperativas de Fourier o Cooperativas Comunitarias, estarían organizadas en
Federaciones de diversos grados o niveles, anteponiendo el interés social al individual (este último
debería de desaparecer del sistema).
Ambas estarías rodeadas de bosques, colinas y ríos, abarcarían una legua de extensión y estarían
habitadas por unas 300 familias que harían un total máximo de unas 2,000 personas. El numero
de personas que él consideraba ideal era de 1,620. Fourier estableció esta cantidad especial
porque esta podía en su conjunto satisfacer las pasiones exigidas por los sentimientos humanos.
Los integrantes de los falansterios podían habitar en uno o varios edificios, los que a su vez
estarían provistos de tiendas comunales al servicio exclusivo de los falangistas, además tendrían
en sus interiores talleres sociales en donde su actividad productiva industrial y artesanal, amén
de tener comedores en donde la falange se alimentaría.
En la zona rural los falangistas se encargarían de producir todo lo necesario para que sus
integrantes de modo general pudieran satisfacer sus necesidades de consumo personal y familiar.
Los falangistas campestres por sus producciones entregadas al Falansterio tendrían derecho a
obtener préstamos de dinero a bajos intereses con la única condición que dichos préstamos
fueran invertidos totalmente con fines productivos.
EL ASOMBRO DE FOURIER
Fourier quedó terriblemente impresionado por el descubrimiento de NEWTON, respeto a la
Atracción Física de la tierra. Se dice que fue tan grande el impacto que sufrió que llegó a
proclamar, que así como existía una Ley de ATRACCIÓN FÍSICA de la tierra, existía igualmente
una ley de ATRACCIÓN SOCIAL, aplicable a la sociedad.
CONCLUSIONES DE FOURIER
Fourier después de una profunda reflexión llegó a la conclusión, que para alcanzar la ansiada
Reforma en la vida familiar de PROHIBIRSE LA MONOGAMIA. Fourier era un convencido que todo
progreso social estaba ligado directamente al avance de la Mujer hacía la libertad. El consideraba,
que la cooperación podía llevarse a cabo con o sin la ayuda exterior, es decir , con capital
aportado por la filantropía, por el Estado o con el aporte de sus integrantes .
Su crítica frontal la hizo contra la Sociedad Burguesa, contra la Explotación Parasitaria del
Hombre por el Hombre; estuvo en contra de la Libre concurrencia y la Economía Liberal; contra
ANÉCDOTA DE FOURIER
Fourier murió en 1837, con el apodo del "LOCO", porque se pasó toda su vida esperando a un
hombre de buena voluntad que le prestara dinero suficiente para poder llevar adelante sus
pensamientos reformistas de la sociedad.
Cuentan que Fourier en su residencia ordenaba todos los días que sobre la mesa le pusieran
cubiertos para él otro hombre de buena voluntad que esperaba y que nunca llegó.
Charles Gide le llamó a Fourier el "GENIAL CHIFLADO" porque a medida que ya pasando el
tiempo sus pensamientos se acercan cada vez mas a la realidad. Incluso alguien dijo que Fourier
tenía algo de Dios. Federico Engel, el compañero de trabajo de Carlos Marx, al referirse a Charles
Fourier dijo: Es sencillamente "UN GENIO"
Fourier aceptaba que el Capital Social de una Cooperativa fuera formada con el aporte o no de los
asociados. Fourier al igual que Robert Owen, propuso un sistema de "Bolsas de Trabajo", y a
pesar de que nunca se conocieron en vida el destino los designo Padres de un mismo hijo,
el COOPERATIVISMO.
SU OBRA
La juventud de Charles Fourier transcurriría en una Francia terriblemente convulsionada por el
macro movimiento revolucionario que cimentaría las bases de un nuevo orden y, paralelamente,
se convertiría en la tumba de un régimen oprobioso.
Su inexperiencia en el terreno comercial le conllevaría a perder toda la fortuna heredada de su
padre cuando, sin prever que los tiempos que vivía (1793) no eran propicios para cierto tipo de
inversiones, decidió realizar una alocada inversión poniendo en juego todo su capital, mismo que,
para su desgracia, terminaría perdiendo.
No obstante lo traumático que para él habrá sido aquella experiencia, dada su juventud, puesto
que en aquellos momentos tan sólo contaba con diecinueve años, Charles Fourier no se amilanó y
buscó afanosamente abrirse su propio camino en la vida.
Le tocó enfrentar la triste realidad social de una Francia sumida en una muy severa crisis
económica, ante la fortísima presencia de los intentos contrarrevolucionarios que
desesperadamente buscaban la reinstauración del antiguo régimen.
Todo ese marco social que cotidianamente enfrentaba, fue convirtiéndose en su materia de
inspiración, y así, para 1804, publicaría sus primeros artículos en el Boletín de Lyon, auto-
presentándose como el descubridor de un infalible método de reorganización social, por medio del
cual podría implantarse la felicidad común.
Para 1808 publicaría su primer libro, La teoría de los cuatro movimientos, libro que pasaría por
completo desapercibido. Catorce años más tarde, en 1822, publicaría su “Tratado de la asociación
agrícola doméstica” o Teoría de la unidad universal, en la cual desarrollaría la institución que
devendría en la idea central de su pensamiento: El falansterio.
Posteriormente, en 1829, publicaría un nuevo libro con el título, El nuevo mundo industrial y
societario, y para 1831, daría a conocer sus lacerantes opiniones sobre sus utópicos competidores
Saint-Simon y Robert Owen. Fourier escribió hasta un año antes de morir (1836).
Moriría a los sesenta y cinco años de edad, el 10 de octubre de 1837. La obra que aquí
publicamos, El falansterio, constituye uno de los ensayos que más influencia tuvieron, dentro del
conjunto de textos de la corriente conocida como, de los SOCIALISTAS UTÓPICOS. Ciertamente,
el estilo y las concepciones de Charles Fourier, no son, que digamos, accesibles para cualquier
tipo de lector, sino que más bien el estilo rebuscado, aunado a una concepción algo complicada y
confusa, terminológicamente hablando, hacen poco accesible al común de los lectores, los
conceptos del “armonismo social” pregonados por este filósofo de Besançon. Mas no obstante lo
señalado, la importancia de las ideas fourierianas, en lo particular las relativas al Falansterio, es
algo que está fuera de toda discusión.
Las tesis de Fourier expresadas a través del Falansterio, permearon por completo al mundo
occidental de la primera mitad del siglo XIX, no obstante que, curiosamente, en su momento
constituyó la manera en como ciertos sectores del catolicismo social militante, buscó enfrentar la
profusión del protestantismo social militante representado en las tesis cooperativistas divulgadas
por el británico Robert Owen. En efecto, aunque parezca cosa de risa, una de las causas de la
amplia difusión del ideario falansteriano, tuvo su base, precisamente, en competencias ideológico-
religiosas entre católicos y protestantes. En la obra que aquí publicamos queda palpable ese
choque de trenes entre las tesis del armonismo de Fourier y las de la cooperación de Owen,
puesto que el primero arremete con todo en contra del británico.
Ahora bien, mucho más allá de los celos debidos a indigestas rivalidades de interpretación
religiosa, encontramos en esta obra de Fourier datos sumamente importantes, que marcarán
definitivamente su huella en el devenir histórico de la cultura europea. Nos estamos refiriendo,
por ejemplo, al realce que otorga Fourier al derecho al trabajo. Sin duda la reivindicación del
derecho al trabajo es de hechura fourieriana, ya que fue precisamente este filósofo quien más
empeño mostró en divulgar la enorme importancia que, para el desarrollo de sociedades
armónicas, tiene el estricto cumplimiento del más sagrado de todos los derechos: el derecho al
trabajo. También no está de más el señalar, la gran trascendencia que en opinión de esta
corriente social filosófica, tiene, para el desarrollo armónico tanto del individuo como de la
comunidad, el mantener una gran diversidad de actividades, esto es, no estar dedicado
únicamente a un solo tipo de trabajo.
Esta idea, que claramente hoy la podríamos circunscribir dentro del campo de la psicología
laboral u ocupacional, dio, en su momento, un gran sello de originalidad a las tesis armonicistas
de esta escuela. Hoy, a casi dos siglos de que fueron divulgadas, mucho se avanzaría si empresas,
sindicatos e instituciones gubernamentales, releyeran las tesis de Charles Fourier sobre tópicos
como éste, máxime si tomamos en cuenta toda la cantaleta que se traen en relación a la mil veces
mentada pero, a la par, no entendida, productividad.
Puntos anecdóticos, más no por ello sin importancia son, por ejemplo, los horarios de actividad
diaria expuestos por Fourier en esta obra, en donde señala, entre otras cosas, el levantarse a las
tres de la mañana, afirmando, no quedando claro si lo hace en broma o en serio, que si se
siguiera ese tipo de horarios y actividades, todos seríamos mucho más felices. Igualmente, cuando
aborda el punto de las por él consideradas, pequeñas hordas, llama poderosamente la atención el
papel que les otorga en cuanto vigilantes de los ordenamientos protectores de los animales,
enfatizando que el infractor de los mismos debería comparecer ante los tribunales de las
pequeñas hordas, esto es, los tribunales infantiles, ya que éstos sí serían capaces de corregir la
negativa conducta de los infractores, lo que jamás lograrán hacer tribunales comunes, puesto que
la sensibilidad infantil es, en temas como éste, mucho más juiciosa y sabia. ¡Ni duda cabe que en
esto, tiene plenamente la razón! Se espera que el presente material ayude un poco a conocer la
corriente del socialismo utópico, corriente sobre la cual, en la actualidad, mucho nos beneficiaría
conocer.
DE LA ASOCIACIÓN
Se ha sentado vagamente como principio, que los hombres han sido creados para la sociedad, sin
observarse que la sociedad puede ser de dos clases: fragmentaria y combinada, es decir, el estado
anti-socialista y el estado socialista. La diferencia entre uno y otro es la que hay entre la verdad y
el error, de la riqueza a la miseria, de las cumbres a la planicie, de las mariposas a los gusanos.
El siglo, en sus presentimientos sobre la Asociación, ha seguido una marcha vacilante; ha temido
fiarse de sus inspiraciones que le hacían esperar un gran descubrimiento, ha soñado con el
vínculo socialista, y no se ha atrevido a proceder a la investigación de los medios, sin pensar ni
reflexionar jamás acerca de la alternativa siguiente: sólo pueden existir dos métodos para el
ejercicio de la industria; a saber:
el estado fragmentario o cultivo por familias aisladas, tal como hoy existe, o
el estado socialista.
Dios no puede optar para el ejercicio de los trabajos humanos, sino entre grupos e individuos;
entre la acción socialista y combinada y la acción incoherente y fragmentaria. Es un principio que
debe recordarse sin cesar. Como discreto distribuidor no ha podido especular acerca del empleo
de las parejas aisladas que obran sin unidad por el método civilizado; porque la acción
individualista lleva en sí siete gérmenes de desorganización de los cuales cada uno basta por sí
solo para engendrar multitud de desórdenes. Vamos, por la enumeración simple de esos vicios, a
juzgar si Dios pudo titubear un instante en proscribir el trabajo fraccionado que los engendra.
Vicios de la acción individual en la industria. Trabajo asalariado; servidumbre indirecta:
¿Dios hubiera adoptado todos estos vicios como base del sistema social si se hubiera fijado en el
método filosófico que sostiene el trabajo fraccionado? ¿Se puede atribuir al Creador tamaña
sinrazón? Concedamos algunas líneas al examen de cada uno de esos caracteres, paralelamente a
los efectos del socialismo.
1° La muerte.- Viene a detener las más útiles empresas de un hombre en circunstancias en que
nadie, alrededor de él, posee la intención de continuarlas o tiene el talento y capitales necesarios
para proseguirlas.
Las series pasionales no mueren nunca; reemplazan cada año por nuevos neófitos los asociados
que les arrebata la muerte.
2° La inconstancia.- Se apodera del individuo y le hace descuidar o cambiar las disposiciones,
oponiéndose a que la obra alcance la perfección y la estabilidad.
Las series no están sujetas a la inconstancia; no podría ésta causar ni suspensión temporal ni
versatilidad en sus trabajos. Si arrebata anualmente algunos asociados, otros aspirantes los
reemplazan pronto y restablecen el equilibrio, el cual puede también mantenerse haciendo un
llamamiento a los ancianos que son cuerpos auxiliares en caso de urgencia.
3° El contraste del carácter del padre y el hijo y del donante y el heredero; contraste que hace
abandonar o desnaturalizar por uno los trabajos comenzados por otro.
Las series están exentas de ese vicio porque se constituyen por afinidad de inclinación y no por
vínculos consanguíneos, que es prenda de disparidad de inclinaciones.
4° La ausencia de economía mecánica; ventaja rehusada a la acción individual: se necesita masas
numerosas para mecanizar todo trabajo, sea de menaje, sea de cultivo.
Las series por el doble recurso de las masas numerosas y del concurso social, elevan por
necesidad al más alto grado el mecanismo.
5° El fraude y el latrocinio, vicios inherentes a toda empresa en que los agentes no están
cointeresados por el reparto proporcional a las tres facultades: capital, trabajo, inteligencia.
El mecanismo serial, plenamente al abrigo del fraude y latrocinio, está dispensado de tomar las
precauciones ruinosas que exigen estos dos riesgos.
6° Intermitencia de la industria, por falta de trabajo, de tierras, de máquinas, de instrumentos, de
talleres y otras que, a cada instante, suspenden y paralizan la industria civilizada.
Las series ignoran estas trabas en el régimen socialista, constante y copiosamente provisto de
todo lo necesario para la perfección y la integridad de los trabajos.
7° El conflicto de las empresas. - Las rivalidades civilizadas son malévolas y no emulativas. Un
fabricante trata de hundir a su competidor. Los industriales son legión de enemigos entre si.
En las series no existe este espíritu insociable, pues cada una está interesada en el éxito de las
otras y la masa no emprende más que labores agrícolas y fabriles, cuyo éxito está garantido.
8° Los intereses individuales y colectivos en pugna. - Véase el asolamiento de los bosques, la
gradual extinción de la caza, la pesca, y la perturbación climatérica.
En las series existe un concierto general para el mantenimiento de las fuentes de riqueza y la
restauración climatérica de manera integral y compuesta.
9° En fin: el trabajo asalariado o servidumbre indirecta, prenda de infortunio, de persecución, de
desesperación para el industrial civilizado y bárbaro.
Contraste sorprendente con la suerte del industrial socialista, que goza plenamente de los nueve
derechos naturales definidos.
Después de la lectura de ese cuadro cada cual puede inferir como conclusión que habiendo
podido Dios elegir entre esos dos mecanismos, entre un océano de absurdos y un océano de
perfecciones, no ha podido ni titubear en la elección. Toda vacilación resultaría contradictoria con
sus propiedades, y en especial con la de la economía de los resortes que contravendría al optar
por el estado fraccionado, contra la Asociación, que opera economías de todas clases; ahorra
contracción, salud, tiempo, fastidio, estancamiento, incertidumbres, engaños, mano de obra,
máquinas, derroteros, preservativos, desperdicio; y duplica la acción.
El descubrimiento de una teoría de asociación industrial ha sido presentido hace tiempo por
Inglaterra, que hace investigaciones activas y ensayos dispendiosos para organizar la asociación
doméstica. Los ingleses, confusos de ver entre ellos cómo por todas partes crece la miseria del
pueblo en razón de la riqueza nacional y del progreso de la industria, han debido pensar que se
necesitaba algún medio nuevo para salir de ese dédalo. Han presumido con razón, que la
industria socialista ofrecería recursos para mejorar la suerte de las clases inferiores, pero sus
ensayos no han sido felices. No deben sorprenderse. La Asociación era tierra virgen; un nuevo
mundo científico, y no es extraño que se extraviaran cuando para guiarse, carecen aún de brújula
y de teorías.
En vista de los detalles que han facilitado los periodistas acerca de los establecimientos ingleses
confiados a la dirección de R. Owen, parece que se han cometido tres faltas capitales, cada una de
las que, aisladamente, basta para producir el fracaso de la empresa. Analicemos esas faltas:
las civilizadas podrían subsistir. Su dogma comunista es un manjar recalentado de las cocinas de
Esparta y Roma; el del amor libre es un plagio, asimismo, de diversos pueblos y de la época tribal.
En resumen, todos nuestros reformadores sienten y proclaman la necesidad de reunir en masas o
falanges socialistas a las clases obreras; pero no quieren confesar que el procedimiento socialista
constituye una ciencia de que no tienen noción alguna los economistas, y de la cual sólo yo he
dado una teoría regular, completa, abordando y resolviendo todos los problemas, planteando
atrevidamente aquellos ante los cuales han retrocedido todos los economistas, como el equilibrio
de la población, la industria atractiva y garantía de las buenas costumbres del pueblo.
LA BOLSA COMUNAL
Los comerciantes no se ocupan sino de hundirse mutuamente; tal es el fruto de la libre
competencia. Era preciso que la Agricultura, agobiada por sus intrigas, usase de la libertad de
comercio y los hundiese a su turno por una operación que denominaré Bolsa comunal, casa de
comercio y de mantenimiento agrícola, que ejercerá de Banco, adelantando fondos al
consignatario; y de depósito, admitiendo productos para su custodia. Dicha Bolsa, con sucursales
para cada 1.500 habitantes a lo menos, estará compuesta de jardín, granero, bodega, cocina, y a
lo menos dos manufacturas comunales.
¿Cuál debería ser la organización de esos establecimientos? No trataré de ello en este capítulo, en
el que sólo quiero indicar las principales ventajas de la Bolsa comunal, que, serán entre otras, las
siguientes:
ganan en valor porque se les reúne a una cantidad de cereal de la misma clase, a un mar de vino
de igual calidad. Puede también ahorrarse los gastos de tendería y hasta vender la uva según las
valoraciones de costumbre.
El trabajo para defender el grano de roedores y aves y conservar enorme cantidad de caldos, no se
eleva sino al décimo de lo que costaría en una multitud de casas particulares, empleando la Bolsa
a mucha gente, accidentalmente para el cuidado y conservación de sus graneros, bodegas,
jardines y en los talleres. No les puede faltar la ocupación en ningún tiempo, y resulta para ellos
un beneficio tanto mayor cuanto que consignando en la Bolsa sus frutos, tienen mucho tiempo
vacante por ahorro de cuidado de aquellos y del de la cocina. En efecto, cuando consiguen
comestibles obtendrán bonos para la cocina común.
La Bolsa se provee de todos los artículos de seguro consumo; telas comunes, artículos de primera
necesidad y drogas de empleo habitual. Adquiriéndolas en las fuentes, puede darlas a los
consignatarios con muy exiguos beneficios, enseñándoles las cuentas de compra y gastos. Esas
ventajas son otros tantos atractivos para la consignación; si la Bolsa está bien organizada, debe,
en menos de tres años, metamorfosear todo el sistema agrícola en semi-asociación, siendo
buscada por el pobre y por el rico. Este buscará la ventaja de ser accionista con voto; y el pequeño
consignatario no accionista, tendrá en las Asambleas de la Bolsa voz consultiva respecto a las
ventas. El accionista opinará sobre las ventajas y las compras.
Nada más agradable para el campesino que las Asambleas comerciales. Es un encanto del cual
gozará todas las semanas en la Bolsa comunal, en asamblea donde se dará cuenta de la
correspondencia mercantil, y se debatirá acerca de las conveniencias de compras y ventas. El
campesino, aunque poco inclinado a forjarse ilusiones, aceptará muy pronto el título de accionista
para deliberar sobre compras y ventas de la Bolsa, o a lo menos la categoría de consignatario, esa
voz consultiva en la cuestión ventas. Los lugareños tienen ya cada domingo un bolsín, antes o
después de Misa Mayor, en la plaza o en la taberna, procurándose informaciones sobre el alza y la
baja de los comestibles. Entonces tendrían en la Comunal una verdadera Bolsa y se apresurarían
para figurar en ella a hacerse accionistas o consignatarios.
La iniciativa de esta fundación hubiera convenido mucho a los lugares que tienen un monasterio
deshabitado, pues hubieran podido fácilmente adaptarlo a las necesidades de la Bolsa comunal;
tanto más cuanto que los religiosos construían con sumo cuidado los graneros y bodegas, tenían
grandes jardines, cosa necesaria a dicho establecimiento y vastas salas muy convenientes para
las reuniones y la instalación de las tres manufacturas que debe tener la Bolsa, a fin de facilitar,
en verano como en invierno, ocupaciones a la clase pobre, no disgustarla con el trabajo por la
uniformidad que reina en nuestros talleres públicos y particulares, monotonía completamente
opuesta al voto de la naturaleza, que quiere variedad lo mismo en la industria que en lo demás.
La Bolsa Comunal en su organización se aproximaría lo posible a los procedimientos armónicos;
podría tener por su cuenta cultivos y rebaños según sus recursos, y daría siempre a sus agentes,
aún a los más pobres, una parte de interés sobre algunos productos especiales, como lanas,
frutos, legumbres, a fin de despertar en ellos esa actividad, esa solicitud industrial que nace de la
participación social; y con objeto de preservarse de las deficiencias que produce el sistema
civilizado de los asalariados.
Tal es el primer problema que hubiera debido preocupar a las sociedades formadas para fomentar
la industria agrícola. La más notable de las ventajas sería la supresión del comercio. Todas las
granjas-asilo se concertarían por intermedio del ministro y de los gobernadores para prescindir de
los negociantes y hacer sus compras-ventas entre si y directamente unas a otras; tendrían
abundancia de comestible en venta, porque serían depositarias del pequeño cultivador o
propietario que, careciendo de buenos graneros, buenas bodegas y numerosos sirvientes,
depositaría de buen grado en las granjas mediante módica retribución por depósito y venta. Por
otra parte el propietario, recurriendo al depósito, podría obtener adelantos pecuniarios con
pequeño interés, lo que le dispensaría de las ventas prematuras que malean los alimentos.
Entonces los comerciantes, las legiones mercantiles, perecerían como las arañas faltas de moscas
que se enreden en las telas. Y su caída sería efecto de la libre concurrencia a cuya sombra
medran ahora, porque no se les impediría traficar, pero nadie tendría confianza en ellos, pues las
granjas-asilo o Bolsas comunales y sus agencias presentarían suficientes garantías de verdad.
Construyendo sobre esta base, se podría ya levantar un edificio de semi-dicha o garantía que es el
período medio entre el estado civilizado y el estado socialista. La semi-asociación es colectiva sin
ser individual, sin reunir ni tierras, ni hogares, en gestión combinada. Admite el trabajo
fraccionado de las familias; pero establece entre ellas solidaridad o seguros cooperativos,
extendidos a la masa entera, a fin de que individuo alguno sea exento del beneficio de las
garantías.
Dicha Bolsa tendría también una farmacia, con la cual lucraría honradamente mientras presta
verdaderos servicios preciosos a los aldeanos. Lo mismo sucedería con mil otros beneficios
sociales, que seria perder tiempo el soñar; sólo pueden nacer de los procedimientos socialistas y
no del trabajo fraccionado. Luego para el primero, el más pequeño germen de Asociación agrícola
es la Bolsa Comunal, principio principal del vínculo socialista, el más recto camino para entrar en
la Garantía o 6° periodo. Esta es, pues, la tarea de los sabios que tienen la pretensión de esperar
en las garantías sociales sin salir del régimen del trabajo fraccionado y de los hogares divididos; o
encontrar sabios que quieran consagrar sus vigilias a invenciones útiles cuando es tan fácil
ilustrarse por el sofisma.
EL FALANSTERIO
Confieso que es anuncio muy inverosímil el de un procedimiento para asociar trescientas familias
desiguales en fortuna y retribuir a cada persona, hombre, mujer, niño, según las tres facultades:
capital, trabajo, talento. Más de un lector se creerá muy gracioso, diciendo: Que pruebe el autor a
asociar tan sólo tres familias, de conciliar en un mismo departamento tres hogares en reunión
socialista, en combinación de compras y gastos, y en perfecta armonía de pasiones, de caracteres
y de autoridad; cuando haya logrado conciliar tres dueñas de casa asociadas, creeremos que
puede lograrlo de treinta y de trescientas.
Reproduciré, porque es bueno repetir ciertas cosas, la respuesta que en otro lugar di a ese
argumento: He observado que las economías no pueden surgir sino de las grandes reuniones.
Dios ha debido de componer una teoría social aplicable a masas numerosas y no a tres o cuatro
familias. Una objeción más sensata en apariencia, y que será preciso más de una vez refutar, es la
de las discordias sociales. ¿Cómo conciliar las pasiones, los conflictos producidos por el interés,
los caracteres incompatibles, en fin, los disparates innumerables que engendran tantas
discordias?
Se ha podido ver que hago uso de una balanza completamente desconocida y de cuyas
propiedades no puede juzgarse hasta que no las haya explicado. La serie pasional contrastada no
se alimenta sino de esos disparates que desorientan a la política civilizada; obra como el labrador
que, de un montón de estiércol, saca gérmenes de riqueza; el detritus, el fango, el excremento y
las materias inmundas que sólo servirán para ensuciar e infectar nuestras casas se convierten
para él en fuentes de fortuna.
Si las pruebas socialistas han fracasado, es porque la fatalidad ha impulsado a todos los
especuladores a operar con masas de gentes pobres a quienes se somete a una disciplina
monástico-industrial, obstáculo principal para el juego de las series. En esta, como en toda
cuestión, la sencillez extravía a los civilizados que, abortados sus ensayos de asociación pobre, no
pueden concebir el éxito bueno de una asociación de ricos. Son verdaderos “ratas viajeras” que
prefieren ahogarse en un estanque, antes que desviarse en su camino, de la línea adoptada.
Se necesita para una Asociación de 1.500 a 1.600 personas un terreno de una legua cuadrada
(5Km2), es decir, una superficie de seis millones de toesas cuadradas (1.949 metros es igual a
una toesa). Que el país esté provisto de una buena corriente de agua, cortado por colinas y propio
para cultivos variados, cercano a un bosque y poco alejado de una gran ciudad, aunque lo
bastante para evitar importunos.
La Falange de ensayo, estando sola y sin apoyo de falanges vecinas tendrá, por consecuencia de
tal aislamiento, tantas lagunas de atracción, tantas calmas pasionales que temer en sus
maniobras, que será necesario proporcionarle cuidadosamente el recurso de un buen local
apropiado a las variedades de las funciones. Un país llano como Amberes, Leipzig, Orleans, sería
del todo inconveniente y haría abortar muchas series, con igual superficie de terreno. Será
preciso, pues, buscar un país quebrado como los alrededores de Lausana o a lo menos un
hermoso parque de agua corriente y bosque, como el que se extiende entre Bruselas y Halle. Un
hermoso sitio cerca de París sería el terreno situado entre Poissy y Conflans o entre Poissy y
Menlan.
Se reunirán mil quinientas o mil seiscientas personas de desiguales fortunas, edades, caracteres y
conocimientos teóricos y prácticos, graduando la desigualdad; se cuidará de que exista la mayor
variedad posible, pues cuanta mayor variedad exista en las pasiones y facultades de los
asociados, más fácil será armonizarlos en poco tiempo. Se deben, pues, reunir en ese cantón de
ensayo, todos los trabajos de cultivo practicables, incluso los de jardinería natural y de estufa;
añádanse para los ejercicios de invierno y de los días lluviosos a lo menos tres manufacturas
accesorias y además diversas ramas de práctica en ciencias y artes, independientemente de las
escuelas.
Se deberá, ante todo, legislar sobre la avaluación de los capitales entregados accionariamente;
tierras, materiales, rebaños, instrumentos, etc. Este detalle es uno de los primeros de que hay que
ocuparse, creo, con objeto de su reembolso. Limitémonos a decir que se acreditarán todas esas
entregas con acciones y cupones de acciones transferibles. Una gran dificultad que superar en la
Falange de ensayo, será la de llegar a formar los vínculos de alta mecánica o colectivos de las
series, antes de que termine el estío. Será preciso, antes de que vuelva el invierno, llegar a ligar
pasionalmente la masa de los asociados, conducirlos a la abnegación colectiva e individual para el
sostenimiento de la Falange, y sobre todo para el acuerdo perfecto en el reparto de los beneficios
en razón a las tres facultades: Capital, Trabajo, Talento.
Esta dificultad será mayor en los países del Norte que en los del Mediodía, por la diferencia del
tiempo que dura el ejercicio agrícola; de cinco a ocho meses. Una Falange de ensayo, como no
puede principiar sino con los trabajos agrícolas, no entrará en ejercicio hasta el mes de mayo (en
un clima a los 50 grados), como los alrededores de Londres o París; puesto que necesita, antes de
que cesen esas faenas, antes de octubre, llegar a formar los vínculos generales, los nudos
armónicos de las series, y sólo tendrá unos cinco meses de pleno ejercicio en las regiones a 50
grados, lo que obliga a efectuar tal operación en muy corto plazo.
La prueba será, pues, mucho más cómoda en los países templados, como Florencia, Nápoles,
Valencia, Lisboa en los que pueden contarse ocho o nueve meses de pleno cultivo; y resulta tanta
mayor facilidad para consolidar esos vínculos, cuanto que sólo se necesitan franquear tres o
cuatro meses de calma pasional para que llegue la segunda primavera, época en la cual, al
reanudar la Falange sus faenas agrícolas, re-estrechará sus vínculos con mucha mayor actividad,
dándoles un grado de intensidad muy superior al del primer año; entrará entonces en el período
de consolidación y será bastante fuerte para evitar las calmas pasionales en el segundo invierno.
Se verá en el capítulo de las lagunas de atracción, que la primer Falange por causa de su soledad
social y otras trabas inherentes al cantón de ensayo, tendrá que salvar doce obstáculos
especiales, los cuales no existirán ya para las subsiguientes falanges. Por eso importaría mucho,
en ese cantón de ensayo, contar con el auxilio de los cultivos prolongados, de ocho a nueve
meses, como en Nápoles, Valencia o Lisboa. En cuanto a la elección entre los pretendientes ricos y
pobres, deberá hacerse, fijándose para ella en ciertas cualidades que la civilización considera
viciosas o inútiles. Tales son:
Dada la necesidad de la educación unitaria y la fusión de las clases con los niños, recomendé y
reiteré como consejo, que se elijan para la Falange de ensayo familias cultas y educadas, sobre
todo en las clases inferiores, ya que será preciso en los trabajos mezclar esta clase con la rica, y
hacerles encontrar en tal amalgama un encanto, que dependerá en mucho de la cortesía de los
inferiores. Por eso, y salvo mejor elección, sería muy conveniente para el ensayo, los pueblos de
los alrededores de París, Blois y Tours.
Continuemos con los detalles del ayuntamiento. Deberá tener, a lo menos, las siete octavas partes
de sus miembros entre agricultores y manufactureros; el octavo se compondrá de capitalistas,
sabios y artistas.
La Falange estaría mal graduada, y sería difícil de equilibrar, si entre los capitalistas se hallasen
varios ricos de 100.000 francos y varios de 50.000, sin fortunas intermedias. En tal caso, habría
que procurarse capitalistas intermedios de 60, 70, 80 y 90 mil francos. La Falange mejor
graduada en todo sentido, eleva la armonía social y los beneficios al más alto grado.
El edificio que habita una Falange no tiene ninguna semejanza con nuestras construcciones de la
ciudad y campiña; y para fundar una gran armonía de mil seiscientas personas, no se podrá
hacer uso de ninguno de nuestros edificios, ni aún de un gran palacio como el de Versalles, ni de
un tan gran monasterio como el de El Escorial. Solamente podría aprovecharse uno u otro
fundando una Armonía mínima de 200 o 300 y todo lo más 400 personas.
Los alojamientos, plantaciones y establos de una sociedad que opera por series de grupos, deben
diferir prodigiosamente de nuestras ciudades y pueblos poblados por familias que no tienen
ninguna relación socialista y que obran contradictoriamente: en vez de ese caos de casetas que
rivalizan en suciedad y deformidad de nuestros pueblos una Falange; se construye un edificio tan
regular como lo permita el terreno. He aquí un esquicio de su distribución:
El centro del palacio o falansterio, debe dedicarse a las funciones apacibles, comedores, Bolsa,
biblioteca, salas de reunión y de estudio, etc. En ese centro estará el templo, la torre del vigía, el
telégrafo, las palomas mensajeras, el observatorio, la campana de ceremonias y el patio de
invierno, adornado con plantas resinosas y situado al respaldo del patio principal.
Una de las alas debe reunir todos los talleres ruidosos, como carpintería, herrería, etc., y todas
las reuniones infantiles que son tan bulliciosas en industria como en música. Se evitará con esta
reunión uno de los más molestos inconvenientes de nuestras ciudades civilizadas, donde se
encuentran en cada calle obreros de martillo, forjas o aprendices de clarinete, que rompen el
tímpano de cincuenta vecinos. La otra ala debe contener el hospedaje para viajeros, con salas de
baile y de reunión de extranjeros a fin de que no asalten el centro del palacio, ni molesten la vida
doméstica de la Falange.
El falansterio, o edificio de la Falange de ensayo, deberá constituirse con materiales de poco valor:
maderas, hierro; porque, repito, que será imposible, en la primera prueba, determinar
exactamente las dimensiones necesarias, sea para las series, bien para cada taller, almacén,
establo, etc. Un indicio del espíritu erróneo y de la impericia que reinan a este respecto, es que ley
alguna no ha estipulado las obligaciones relativas sobre salubridad y embellecimiento.
Por ejemplo, que un municipio compre y derribe una manzana de casas ruinosas; ciertamente, las
casas de los cuatro lados adyacentes ganarán en valor, porque el aire circulará sin estorbo y
tendrán enfrente, en vez de ruinosas y sucias fachadas, una hermosa plaza con árboles y fuentes;
habrán, pues, ganado considerablemente con esa demolición, y subido los alquileres respectivos
en proporción. En buena justicia, deberían dar a la municipalidad una parte de sus beneficios,
pues que les ha proporcionado un aumento de riqueza y de atractivo, esa transición del mal al
bien.
Sin embargo, ley alguna les obliga a indemnizar con la mitad siquiera de ese beneficio obtenido.
Lejos de ello, el propietario favorecido con esa mejora, no legará un óbolo a la municipalidad que
lo enriqueció, y si aquélla le pide alguna subvención, alguna parte del beneficio, aunque sólo sea
la cuarta, contestará irónicamente: Yo no he solicitado el derribo de esas casas que quitaban luz y
aire a las mías; yo no debo indemnizar a la municipalidad por esos gastos de embellecimiento.
Jamás se ha soñado en la civilización con perfeccionar esa porción del vestido que se llama
atmósfera, y con la cual estamos en continuo contacto. No basta modificarla en los salones de
algunos ociosos, quienes, no por ello, al salir de ese hotel, dejarán de coger reumas y pulmonías.
Es preciso modificar la atmósfera en sentido general, adaptado a todas las funciones del género
humano; y esta reforma debe ser compuesta, llevada sobre lo esencial, o sea la gradación general
de los climas, y sobre lo accesorio o gradación local, aún no conocida en nuestras capitales; pero
se ve en París un bazar abierto titulado Palace Royal, cuyas cubiertas galerías no son ni
calentadas en invierno ni refrescadas en verano. Es el superlativo de la pobreza en relación con el
sistema socialista, en el cual, el más pobre de los hombres, tendrá calentadores y ventiladores,
comunicaciones y tiendas al abrigo del calor y del frío, para todas las funciones, salvo algunas,
como el correo, que es preciso hacer a pleno aire, cualquiera que sea la temperatura que reine;
pero, sobre que la excepción confirma la regla, estas funciones se encargarán a individuos cuyos
temperamentos se acomodarán a ellas y harán de ellas un juego por el gran beneficio que les
proporcionarán.
Un armónico de los más miserables, sin un céntimo ahorrado, montará en carruaje en un pórtico
templado y cerrado; se comunicará desde el Palacio a los establos por subterráneos bien
pavimentados y cómodos; irá de su alojamiento a las salas públicas y a los talleres por calles
abovedadas que serán calentadas en invierno y ventiladas en verano. Se pueden recorrer el mes
de enero en la Armonía los talleres, establos, almacenes, salas de baile, de banquetes, de
asambleas, Iglesia, etc., sin conocer si hace calor o frío, sin saber si llueve, nieva o ventisca: y los
detalles que voy a dar sobre este particular me autorizan para decir, que si los civilizados en mi!
años de estudios no han aprendido aún a alojarse, es poco sorprendente que no hayan llegado a
saber dirigir y armonizar sus pasiones. Cuando fallan los más pequeños cálculos materiales
pueden fallar mejor los grandes cálculos pasionales. Esta comunicación abrigada, es tanto más
necesaria en la Armonía, cuanto que los traslados son muy frecuentes, pues las sesiones de los
grupos duran sólo una o dos horas. Si hubiera necesidad, en esos traslados, de una sala a otra,
del establo al taller, salir a pleno aire, sucedería que en una semana de crudo invierno, los
armónicos serían agobiados por reumas, fluxiones y pleuresía, cualquiera que fuese su vigor. Un
estado de cosas que obliga a tan frecuentes traslaciones, exige imperiosamente comunicaciones
abrigadas y esta es una razón para que sea difícil organizar en un monasterio la menor de las
armonías, la del grado mínimo K, y eso que ésta sólo emplea gente de la clase más baja, ya
bastante curtida contra las inclemencias del aire.
La calle-galería o Peristilo continuo está colocada en el primer piso. No puede adaptarse al piso
bajo, el cual es preciso penetrar en diversos puntos con arcadas de carruaje. Los que han visto la
galería del Louvre o Museo de París, pueden considerarla modelo de una calle-galería de la
Armonía que será casi igual y colocada en el primer piso, pero con diferencia de luces y de altura.
Se debe adoptar la proporción de engranaje por medio de la cual, un hombre o mujer que habite
en el centro, puede ser inferior en fortuna a otro que habita en las alas, puesto que las principales
habitaciones de las alas pagarán 650 francos, mientras las últimas del centro, sólo pagarán 550.
Este engranaje de los valores de locación progresivos, da relieve a las series extremas de las alas o
alones y previene las distinciones de la escala sencilla, que serían muchas veces ofensivas para el
amor propio, germen de discordia que no se podría evitar por completo. Toda Falange agrícola
establece en sus distribuciones de comestibles siete clases, que son:
No hay que decir que los platos de la clase tercera, destinados al alimento del pueblo, superarán
en delicadeza a los que hoy día deleitan tanto a nuestros gastrónomos. En cuanto a la variedad,
no se la puede estimar en menos de 30 o 40 platos renovados por terceras partes todos los días,
con una docena de bebidas diferentes y variadas a cada comida.
Se ve ya en nuestras ciudades un germen de hogar progresivo: los Círculos o Casinos de hombres
y mujeres; los cuales hacen ya que se deserte de las insípidas veladas de familia, proporcionando
a los asociados, por una insignificante cuota, bailes, conciertos, juegos, gacetas y comodidades
que costarían cien veces más en cada casa particular. Cada placer, resulta allí económico de
dinero y de fatiga; porque cuidan de los preparativos, socios oficiosos como en el menaje
progresivo. Pero los Círculos o Casinos están sujetos a una igualdad, que impide el desarrollo de
la ambición, mientras que el hogar progresivo, subdividido en grupos rivales y desiguales, abre un
vasto horizonte a las tres intrigas ambiciosas de protector, protegido e independiente.
Maravilla pensar en los enormes beneficios que proporcionaría la reunión de trescientos hogares
en un solo edificio, en el cual encontrarían habitaciones de diversos precios, comunicaciones
abrigadas, mesas de varias clases, funciones distintas y, en fin, todo cuanto puede abreviar,
facilitar y hacer amable los trabajos.
Abordemos los detalles. Examino las ventajas del granero y bodega comunes en primer término.
Los 300 graneros, que emplean hoy 300 familias de aldeanos (1.500 a 1.600 personas), serán
reemplazados por un granero vasto e higiénico, dividido en compartimentos especiales para cada
artículo y hasta para cada variedad de artículo. Se podrían reunir en él todas las ventajas de
ventilación, sequedad, calor, exposición de los productos y otras con que no puede soñar el
labrador lugareño, porque, a veces, hasta su choza se encuentra mal situada y en malas
condiciones para conservar los comestibles. Una Falange, en cambio, escoge el local más
favorable y conveniente, tanto para el conjunto como para los detalles: graneros, bodegas, etc.
Los gastos de ese vasto granero, paredes, techos, carpintería, puertas, poleas, vigilancia de
incendio, garantía contra insectos y roedores, etc., serían apenas la décima parte de lo que
cuestan esos 300 graneros particulares, limitados a un solo piso, cuando se podrían hacer tres
bajo el mismo techo. El granero socialista no emplearía más de diez puertas en vez de las 300
necesarias a los de los lugareños. Y así lo demás. Sobre todo en las precauciones contra
incendios, contra la epizootia y las pérdidas, es donde el beneficio resultaría colosal. Toda medida
de seguridad general es impracticable entre trescientas familias civilizadas, las unas pobres, otras
mal intencionadas o malévolas. Así se ve cada año, la imprudencia de un vecino incendiar toda
una manzana, o infectar por el contagio todo el ganado del país.
Las precauciones contra los insectos y animales dañinos resultan también ilusorias en nuestros
pueblos, porque la masa general no coopera con su esfuerzo al bien común; así las batidas a los
lobos, no impiden que esos animales funcionen. Si a fuerza de cuidados destruís las ratas de
vuestros graneros, los asaltarán muy pronto las de los vecinos, y de los campos no purgados con
medidas generales y enérgicas, que son imposibles en la civilización, donde no se puede ni aún
efectuar el hormiguicidio ordenado por los alcaldes todos los años, y nunca ejecutado. En las
regiones cultivadas socialmente no habrá hormigas. Este insecto desaparecerá al cabo de tres
años de explotación combinada.
La gestión combinada produce una multitud de economías sobre los derroteros que hoy creemos
más productivos. Por ejemplo: trescientas familias de una aldea agrícola, envían a las Lonjas y a
los mercados, no una vez, sino veinte veces, en el transcurso de cada año. Al campesino le agrada
holgar en ferias y tabernas; aunque sólo tenga que vender una fanega de habas, va a pasar un día
en la ciudad; lo que resulta para las trescientas familias una pérdida anual de 6.000 jornales, sin
contar los gastos de carruaje, veinte veces mayores que los de la Asociación. Esta vende sus
artículos en grandes partidas, pues en el orden socialista no se adquiere más que para falanges
de mil quinientas personas aproximadamente.
Ahorrando la complicación de venta, el abuso de enviar trescientas personas al mercado en vez de
una sola, y hacer trescientas negociaciones en vez de una sola, ahorra del mismo tiro la
complicación de empleados. Si un cantón vende 3.000 quintales de cereales a otros tres cantones,
los cuidados de transporte y depósito no se extenderán a las novecientas familias, sino a tres
solas. Así, después de haber ahorrado en la venta el 99 por 100 del trabajo distributivo, se
renovará el ahorro en el empleo y gestión del consumidor. Será, pues, una economía dos veces
repetida de 99 por 100. ¡Cuántas como éstas han de realizarse...! Observemos a este respecto que
las economías socialistas son casi siempre de índole compuesta, como ésta que, al ahorro de los
gastos del vendedor, añade el de los gastos del comprador o consumidor.
Pasemos de los granos a los líquidos. Los trescientos hogares aldeanos tienen trescientas bodegas
con sus correspondientes cubas y toneles, cuidados ordinariamente con tan poca destreza como
conocimiento. La lástima es mucho mayor en las bodegas que en los graneros, pues la
conservación del líquido es más delicada y peligrosa que la del sólido.
Una Falange, bien para sus vinos, bien para sus aceites y leches, sólo tiene un depósito. En
cuanto a los envases, bastará una treintena de grandes pipas, en vez del millar de toneles que
emplean las trescientas familias civilizadas. Habría, pues, además de la economía del 90 por 100,
sobre el edificio, una economía de diecinueve vigésimos sobre el tonelaje o envases, objetos muy
costosos y doblemente ruinosos para nuestros cultivadores; que a menudo, con grandes gastos,
no saben mantener la salubridad en sus bodegas y exponen el líquido a la corrupción por mil
faltas que evitará la gestión socialista.
La enología es, de todas las ramas de la industria agrícola, la que menos conocen los civilizados.
Es imposible a los campesinos, y aun a los buenos propietarios, dar al vino los cuidados
convenientes. En el otoño de 1819, el establecimiento en que yo me hospedaba perdió más de diez
mil toneles de vino, que se avinagraron porque sus cualidades especiales requerían tres clases de
cuidados que es imposible darles en la civilización:
Buenas bodegas situadas en local oportuno, sea sobre rocas, bien sobre terreno agotado, y bien
expuestas al Norte. ¿Puede realizar esto el labriego? Ni aún el propietario, pues usa su bodega tal
como el azar se la dio.
Refrescamiento diario de las bodegas y envases. No se toman en pueblo alguno, tales
precauciones, pues el campesino carece para ello de tiempo, de talento y de medios. Sólo una
serie pasional de bodegueros puede emprender semejantes trabajos.
Encabezado de los vinos flojos con cualidades fuertes que les den fuerza. Ni el labriego, ni el
colono pueden soñar en procurarse vinos fuertes en Portugal, España, Calabria, Chipre, etc. Una
Falange que trata para mil quinientas personas, tiene correspondencia con todos los países, y se
procura fácilmente, por el modo comercial verídico, todos los comestibles necesarios y de la
calidad que los desea.
Todos estos contratiempos que paralizan la agricultura civilizada, no existen entre los armónicos.
Por otra parte, las cosechas son hechas gradualmente, y cuando se evita el mezclar lo verde, lo
maduro y lo pesado, se deja mucho menor resquicio a los gérmenes corruptores; en todo caso,
una Falange los previene y los evita, aplicando a cada trabajo grupos especiales y entusiastas,
ahorrando los desperdicios que nuestros estadistas olvidan de tomar en cuenta.
No hay economía reconocida como más urgente que la del combustible; ésta resulta enorme en el
estado socialista; una Falange no tiene más que cinco cocinas en vez de trescientas, a saber:
Su unión hace que puedan subsistir con tres grandes hogares, en vez de los trescientos hornillos
de las cocinas de una aldea, resultando una economía de nueve décimas de combustible. No es
menos enorme la economía en el calórico. Al tratar de las series pasionales veremos que sus
grupos, sea en la relación industrial, ya en la de placer, bailes, etc., se ejercitan siempre en
reuniones numerosas y en salas comunes que se caldean por medio de vapor a la temperatura
necesaria. Por eso los fuegos particulares son muy raros. Como nadie entra en su habitación sino
para acostarse, únicamente en el rigor del invierno se enciende un pequeño brasero que dura muy
poco rato.
Por otra parte, el frío es insensible en el interior del Falansterio donde, tanto en salas y talleres
como en las galerías cubiertas, reina una agradable temperatura, estando todo el interior del
edificio al abrigo del aire. Acabo de pasar revista a algunos de los ahorros socialistas; su examen
sucesivo da siempre una disminución de tres cuartos, nueve décimos y hasta el 99 por 100. Se
ha visto hace poco, a propósito de los mercados, compras y ventas de comestibles y hasta de
pequeños objetos, que hoy no se dignan tener en cuenta los civilizados y que resulta de gran
importancia cuando la economía resulta de 99 por 100 o aunque sólo sea de 49 por 50 como en
las lecherías. Si una villa es vecina de la ciudad, veremos a las trescientas familias enviar cien
vendedoras con cien cántaros de leche cuya venta y viaje hacen perder cien mañanas a esas
mujeres. He observado que se las puede reemplazar por un carro conducido por un macho y
guiado por una mujer, lo que da un beneficio de 49 por 50. El ahorro resulta doble si se considera
que esa mujer distribuyendo la leche en dos o tres talleres (llamados hogares progresivos que
constituirán el régimen socialista de las ciudades), podrá estar de vuelta en la mitad menos del
tiempo que emplearían las cien lecheras; es un beneficio de 99 por 100 sobre el tiempo y los
agentes.
Las economías que acabo de citar son todas relativas a trabajos conocidos y practicados ya;
podría enumerar una multitud de otros que versarán sobre trabajos evitados; yo las denominaría
economías negativas, en oposición a las precedentes que son positivas o trabajo abreviado sin
supresión de servicios. Definamos algún trabajo evitado o economía negativa de la asociación; hay
una inmensa, que es la de las precauciones contra el latrocinio. El riesgo del robo obliga a las
trescientas familias de una aldea, o a lo menos a las cien familias más acomodadas, a un gasto
improductivo de cien tapias de cerco, cerraduras, barras de hierro para atrancar las puertas,
perros, vigilantes diurnos y nocturnos, y otros medios de defensa contra el ladrón. Ese inútil y
dispendioso gasto sería suprimido por la asociación, que tiene la propiedad de prevenir toda
ratería y dispensar de toda precaución contra ese peligro, como se verá más adelante.
En las relaciones socialistas será imposible al ladrón sacar partido del objeto robado, si éste no es
dinero; y en ese caso, un pueblo que vive cómodamente y está imbuido de sentimientos honrados,
no forma propósitos de robo. Se demostrará que los niños, tan esencialmente ladrones de fruta,
no tomarán, en el socialismo, una manzana del árbol.
Analicemos, en cuanto a la fruta solamente, las molestias del robo. Cada uno ha podido ver en las
ciudades populosas, los mercados atestados de fruta verde. Si se pregunta a los campesinos la
razón, reprochándoles ese asesinato vegetal, responden: ¡Si espero a que estén maduras, me las
robarán...! Hemos visto que ese robo vicia las cualidades de los vinos por efecto de la cosecha
íntegra y simultánea. Eso perjudica también a los demás frutos, obligando la cosecha prematura.
Por causa de no hacer la cosecha en tiempo oportuno para evitar la mezcla de lo verde, maduro y
pasado, se hace difícil y aún imposible, conservar las frutas. Este defecto concurre, con la falta de
buenos frutales y procedimientos científicos, a reducir a un vigésimo la cantidad de los frutos
conservados, y en la misma proporción su cultivo.
Notas
(1) Se ha propagado que yo hice un ensayo en Condé, y que no había resultado. Es una calumnia.
Nada hice en Condé porque el arquitecto que allí dominaba no quiso admitir nada de mi plan. Era
un espíritu de contradicción, que rechazaba todo cuanto de él no procedía; un anglómano a
machamartillo, que no quería sino lo que había visto en Inglaterra, o mejor, sus fantasías
mudables de la noche a la mañana. En vano le observé que él no pudo haber visto en Inglaterra
edificios distribuidos para la industria ejercida por series de grupos, pues que no existe en parte
alguna; no tomó en cuenta mis observaciones y tras de cambiar veinte veces de plan y de estilo
comenzó a construir una gran rapsodia provisional en un terreno fangoso y más bajo del nivel de
las aguas. No podía yo adherirme a ese pastel arquitectónico que de nada hubiera servido, sino
para disgustar a los visitantes, impedir sus adhesiones y hacer fracasar la obra, y abandoné la
partida, no mezclándome ya en nada para no comprometerme, pareciendo cooperar a la
organización de ese ensayo, pues la descabellada construcción carecía de toda utilidad para el
mecanismo socialista. (Nota de C. Fourier).
(2) Había prometido un artículo muy detallado sobre las aproximaciones del mecanismo socialista;
compañías poco afortunadas podrán desear fundarlo en pequeño; es la manera favorita de los
franceses: vacilar, tantear. La mayoría opinará por un ensayo reducido a la mitad: 900 personas;
o al tercio: 600. Les observo que reduciendo un mecanismo se falsea el sistema, si no se
conservan todas las piezas. Sabemos reducir un inmenso reloj de torre a un relojito de una
pulgada de diámetro, pero este reloj contiene todas las piezas del grande. Luego el sistema,
aunque reducido, no cambia. No sucede lo mismo con un mecanismo de pasiones; para reducirlas
en la proporción de un reloj de catedral a uno de bolsillo, serían precisos hombres en miniatura,
liliputienses de medio pie de altura y vegetales y animales en proporción; pero no menor número
de piezas. (Nota de C. Fourier).
(3) La creación da a cada parte del mundo un hogar o sede central del gobierno unitario. El
nuestro es Constantinopla, ciudad favorecida con todas las perfecciones: Embocadura de un
soberbio e inmenso río salado, que permite la navegación de los mayores buques; y que no forma
ni aluviones ni deltas. 1° Puerto gigantesco tan cómodo como magnífico. 2° Riachuelo de aguas
purísimas, en la cima del puerto y que basta para las necesidades. 3° Exclusas que permiten
limpiar el puerto y elevar las aguas. 4° Situación central. 5° Situación al alcance de los productos
de todas las zonas. 6° Cruzado por toda clase de comunicaciones marítimas y terrestres. 7°
Belleza suprema en puntos de vista y horizontes. Clima el más propio y agradable, una vez
corregida la temperatura por el cultivo general y la transformación de los vientos perjudiciales del
Mar Negro, producidos por el estado inculto del E. y N. Dotado de tantas ventajas, ese local será el
elegido para capital del Globo desde la tercera generación de la Armonía, una vez reconstruida la
ciudad y distribuida en falanges urbanas, que no querrán nuestras malsanas habitaciones. (Nota
de C. Fourier).
(4) El principio de propiedad simple es el derecho de molestar arbitrariamente los intereses
generales para satisfacer fantasías individuales. Así se ha concedido plena licencia a los vándalos
que, por seguir su fantasía, comprometen la salud y el embellecimiento públicos con
construcciones grotescas, caricaturas más costosas a veces que un hermoso y buen edificio.
Frecuentemente, esos vándalos, por avaricia asesina, construyen casas malsanas y desprovistas
de aire, o amontonan económicamente hormigueros de populacho; ¡y se decora todavía con el
nombre de libertad esas indignas y matadoras especulaciones...! Tanto valdría autorizar los
charlatanes que abusan de la credulidad del vulgo ejerciendo la medicina sin conocimiento
alguno. Pueden decir también que hacen valer su industria, que hacen uso de los derechos
imprescriptibles. (Nota de C. Fourier).
(5) Un padre de familia dice al leer esto: Mi mayor gusto es el de comer con mi mujer y mis hijos, y
suceda lo que quiera, conservaré esta costumbre que me agrada. Es un error; le agrada hoy
porque no tiene cosa mejor, pero cuando haya gozado por dos días las costumbres de la Armonía
y haya mordido el anzuelo de los atractivos e intrigas de las series, querrá comer con sus
compañeros y dejará de hacerlo con su mujer y sus hijos, quienes, por su parte, no pedirán cosa
más agradable para ellos que librarse de las tediosas comidas de familia. (Nota de C. Fourier).
Dicha sucesión de influencia corresponde a la de capullo, flor, fruto, grano, las cuatro edades de
la vegetación. Este cuadro no necesita comentario. No se podría comprobar que el amor no
predomina en la adolescencia, así como la amistad en la infancia y la ambición en la madurez; de
igual modo la vejez, aislada del mundo, se reconcentra en los afectos de la familia, por
inhabilitación de las otras tres; aún de la amistad, ya que frecuentemente se reprocha a los
ancianos civilizados de desconfianza para entregarse a la amistad, por predominar en ellos el
egoísmo que es contrario a aquélla (1). Hay grupos armónicos y subversivos.
El armónico es una reunión completamente libre y ligada por uno o varios afectos comunes a los
diversos individuos de que se compone el grupo. Si es armónico, la dominante o pasión real es
conforme a la tónica o pasión ostensible.
El grupo es subversivo cuando la dominante es distinta de la tónica. Ejemplo: nada más común
que las reuniones de pretendidos amigos, petrificados por el egoísmo, no teniendo de la amistad
más que una máscara, ni otro móvil real que el interés. Tales son las reuniones de etiqueta donde
no se alcanza a ver ni la sombra del desinterés que se afecta. Cada uno concurre con miras
particulares de ambición, de galantería, de glotonería, proclamando alto que es la amistad más
pura su único móvil.
Estos grupos tienen una dominante en contradicción con la tónica. En efecto: su tónica o pasión
ostensible es la amistad, y su dominante o resorte real es el interés personal. En tónica una
asamblea de políticos pretende no amar sino a la patria, la fraternidad y la salud del pueblo
soberano. En dominante no son movidos sino por el deseo de enriquecerse y de monopolizar las
funciones administrativas. La contradicción entre la tónica y la dominante, constituye el grupo
subversivo que es el general en la mecánica civilizada. Los cuatro grupos son comúnmente
subversivos y casi nunca armónicos o movidos por pasiones que sean a la vez dominantes y
tónicas.
Los grupos regulares o armónicos, los que tienen la dominante conforme a la tónica, deben llenar
los tres requisitos siguientes:
Asociación espontánea sin vínculo obligado y sin otro compromiso que el de las
conveniencias.
Pasión ardiente y ciega por una función industrial o de placer común a todos los
congregados.
Abnegación sin límites a los intereses del grupo; disposición a sacrificarse para el
sostenimiento de la pasión común. Esta abnegación debe reinar hasta en el grupo familiar;
el único de los cuatro que tiene el vínculo inmutable materialmente; será preciso en la
Armonía que este vínculo forzoso de la sangre, sea conducido por afecto a la
espontaneidad; que sea apasionado entre los consanguíneos como entre los adoptivos.
Dediquemos ahora una página a las nociones elementales del resorte de la Asociación en lo
referente a la serie de grupos o pasional. Es una liga de diversos grupos de los cuales cada uno
ejerce alguna especie en una pasión de género. Veinte grupos cultivan veinte clases distintas de
rosas, formando una serie de rosistas en cuanto al género y de rosistas blancos, rosistas
amarillos, rosistas rojos, etc., en cuanto a las especies. Es la única palanca que se emplea en la
Asociación.
En toda asociación numerosa se necesita clasificar a los trabajadores por grupos homogéneos en
gustos y afiliarlos en series ascendentes y descendentes, a fin de desarrollar las indicaciones de
cada uno, y que surja la acumulación metódica de los contrastes. La acumulación, el
perfeccionamiento industrial y, por consecuencia, los beneficios, aumentan en razón de la
exactitud que se ponga en escalonar los grados de las inclinaciones y formar de cada grado tantos
grupos como los de que se componga la serie.
Una serie apasionada es una liga de tantos grupos, escalonados en orden ascendente y
descendente, reunidos apasionadamente por identidad de gusto para alguna función, como el
cultivo de la fruta, y afectando un grupo especial a cada variedad de trabajo que contenga el
objeto a que se dedica. Si cultivan los jacintos o las patatas, se deben formar tantos grupos como
variedades de jacintos o patatas sean cultivables en aquel terreno. Estas distribuciones deben
estar reguladas por la atracción; cada grupo sólo debe componerse de sectarios, comprometidos
por pasión, sin recurrir a los vehículos de necesidad, razón, moral, deber y obligación. Nada
menos fraternal y menos igual, que los grupos de una serie apasionada. Para su equilibrio, se
necesita que reúna y asocie extremos en fortuna, en inteligencia, en carácter, etc.; como el
millonario y el hombre sin patrimonio, el fogoso y el pacífico, el sabio y el ignorante, el anciano y
el adolescente; de esta amalgama resulta nada menos que la igualdad.
Otra condición es que los grupos de cada serie estén en irreconciliable rivalidad. Que se critiquen
o censuren sin piedad los menores detalles de su industria, que sus pretensiones sean
incompatibles y contrarias a la menor fraternidad; que organicen, por el contrario, escisiones,
envidias e intrigas de todo género. Un régimen tal; estaría tan lejos de la fraternidad, como de la
igualdad, y sin embargo, de ese mecanismo surgirá la libertad sobre-compuesta que está en plena
oposición con las doctrinas filosóficas. Estas ordenan el desprecio de las riquezas pérfidas y el
fomento del tráfico arbitrario o libre mentira; el orden socialista o libertad sobre-compuesta exige,
por el contrario, el amor a las riquezas y al lujo, la extirpación de la mentira comercial y la
garantía de verdad en las transacciones. El estado filosófico o civilizado conduce a la riqueza por
la práctica de la mentira y a la ruina por la práctica de la verdad; el estado socialista conduce a la
riqueza por la práctica de la verdad y a la ruina por el uso de la mentira.
La filosofía quiere, en el régimen doméstico e industrial, la reunión menor posible, limitado a un
hombre y una mujer; el socialismo quiere, en el régimen doméstico, la reunión mayor posible, que
alcance a 1.500 personas, las que, en vez de tedio conyugal, las monotonías civilizadas y la
fraternidad republicana, deben obrar por:
Intrigas celosas y rivalidades patentes, según las leyes de la décima pasión, llamada
intrigante o disidente;
Variedad frecuente y habitual de las funciones, según la undécima pasión: Voluble o
alternante;
Fogosidad industrial, entusiasmo general, según la duodécima pasión denominada
compuesta o coincidente.
Si la escala de gustos está bien establecida, cada uno de los grupos está en escisión con sus
contiguos, sea en la serie de doce grupos: A, B, C, D, E, F, G, H, I, J, L, M, N. El grupo G está en
desacuerdo con los grupos F y H, cuyos gustos juzga muy defectuosos, y en semi-desacuerdo con
los sub-contiguos E, I, no comienza a entrar en afinidad sino con D, J, C, L, E, M, que resúltenle
un tercio, un cuarto y un quinto simpáticos; pero los grupos vecinos en la escala, son antipáticos
en la industria, celosos, se disputan la fama. Es la imagen de las escalas musicales, una nota no
acuerda con las contiguas.
Sólo a este precio se hacen nacer los sublimes acuerdos descriptos y cuya propiedad es absorber
el egoísmo y las discordias individuales en los acuerdos de las masas; propiedad cuyos usos
especiales, en el régimen socialista, he explicado con frecuencia. Para obtener un éxito pasional o
mecanismo apasionado hace falta poner en juego una masa de series lo menos de 50 y lo más de
500, y abreviar de tal modo las sesiones, que cada asociado pueda figurar en un gran número de
series, 50 o 100 si se puede; y engranarlas entre sí: es la condición sine qua non. Para cumplirla,
se necesita especular con el número. Si tal trabajo cuesta cincuenta horas a un jardinero, poned
cincuenta hombres y lo realizarán en una hora; así, cada uno de ellos podrá en las cincuenta
horas ocuparse en cincuenta funciones y no en una. Sobre este engranaje o variedad de
funciones, reposa todo el mecanismo de las series apasionadas y de sus brillantes propiedades.
¿Qué hay de asustador en esta doctrina, si es la del placer? He ahí la doctrina de las series que
los alarmistas creen tan asustadora. Se limita a observar cómo tres pasiones ponen en acuerdo y
en discordia aprovechándose de ello, a una veintena de grupos. Se han perdido tres mil años en
buscar el medio de acabar con las discordias y fraternizar al género humano; ¿no se podrá
conceder tres horas al arte de utilizar esas discordias puesto que está visto que no se pueden
destruir? Dios no las habría creado si no las hubiese juzgado necesarias como alimento de la
décima pasión.
Se admite toda manía inocente en la categoría de impulso loable y armónico, siempre que los
maníacos puedan reunir un núcleo de series compuesto de nueve personas a lo menos y
distribuido en grupo regular como los demás. Por ridícula que sea una fantasía, obtiene patente
de pasión útil y respetable, si puede contar con esa reunión corporativa; tiene derecho de bandera
en sus reuniones, derecho de distintivo entre sus sectarios y lugar honorable en el ceremonial de
tal grado, provincia o región, si no puede figurar en el de Falange. Así Dios suele ir al objeto de la
unidad por la doble vía: de los infinitamente pequeños como de los infinitamente grandes, del
infinito ridículo, como de lo infinito sensato.
Notas
(1) Es un chocante liberalismo el que quiere todo para sí y nada para los otros. Tal sucede con los
testamentos civilizados: dan todo a la familia como si no hubiera otras clases dignas de
liberalismo. El sacerdote ha tenido el buen sentido de alzarse contra ese egoísmo familiar,
comprometiendo a los testadores a legar algo a las parroquias, hospicios, monasterios, etc. Los
pretendidos liberales deberían propagar esta disposición en sentido amistoso, llevando la idea de
hacer legados a las corporaciones de sabios y artistas, a los ayuntamientos para obras públicas y
embellecimiento de las ciudades. Un célibe o casado opulento, cuya familia disfruta de todas las
comodidades, testando exclusivamente en favor de ella, resulta imperdonable. (Nota de C.
Fourier).
(2) Nuestros legisladores quieren subordinar el sistema social al último de los cuatro grupos: el de
la familia, que Dios ha excluido casi del todo de influencia en la Armonía social, porque es un
grupo de vínculo material o forzado y no un ayuntamiento libre, apasionado, disoluble a voluntad.
¡Digno de las gentes que, en todos sus cálculos, están en contra de la naturaleza, tomar como eje
del mecanismo social aquél de los cuatro grupos que debe tener menos influencia puesto que se
forma sin libertad...! En la Armonía no tiene empleo activo más que en el caso en que sea
absorbido por los otros tres y obre en tal sentido. Toda obligación engendra la falsedad, y por lo
tanto, no siendo ni libre ni soluble el grupo de familia, no puede eximirse de la regla. Así vemos
que no hay nada más falso que las dos sociedades, civilizada y material, en que domina ese
grupo. La sociedad bárbara más sanguinaria, más opresora que la nuestra, es sin embargo menos
falsa por estar menos influida del grupo de familia que es uno de los mayores gérmenes de falsía
que existen. A título de lazo indisoluble está en abierta contradicción con el espíritu de Dios,
quien sólo por la atracción o libertad absoluta de los vínculos y de los impulsos apasionados,
quiere dirigir las relaciones sociales. (Nota de C. Fourier).
EL TRABAJO ATRACTIVO
En el mecanismo civilizado se halla siempre la desgracia compuesta, en vez del encanto
compuesto. Juzguémoslo por el trabajo. Es, dice la Escritura, un castigo impuesto al hombre.
Adán y sus sucesores son condenados a ganar el pan con el sudor de sus frentes. He ahí ya una
desgracia. Pero ese trabajo, ese ingrato trabajo del cual depende el ganar nuestro miserable pan,
no lo obtenemos siempre tampoco. A un obrero le falta ese trabajo de que depende su
subsistencia y lo pide en vano, ensayando a veces uno en el cual el fruto es para el dueño y no
para él u otro cuyo mecanismo desconoce. El obrero civilizado experimenta una tercera desgracia
por las enfermedades que suele contraer por el exceso de fatiga que se le exige... y hasta una
quinta desgracia: la de ser desgraciado y tratado de mendigo porque, falto de lo necesario,
consiente en adquirirlo mediante un trabajo repugnante. Padece, en fin, una sexta desgracia, y es
la de no obtener adelanto ni salario suficiente y que al fastidio de una dolencia presente se une la
perspectiva de dolencias futuras y la de ser enviado a un calabozo cuando reclame ese trabajo que
puede faltarle cualquier día. El trabajo, sin embargo, hace las delicias de determinadas criaturas,
como castores, abejas, hormigas, que son plenamente libres de preferir la inercia; pero Dios les ha
provisto de un mecanismo especial que las aficiona a sus tareas, y les hace encontrar la felicidad
en la industria. ¿Por qué no nos habría concedido el mismo beneficio que a esos animales? ¿Qué
diferencia existe entre su condición industrial y la nuestra? Un ruso, un argelino, trabajan por
temor al látigo o al palo; un francés, un inglés, por temor al hambre que golpea las puertas de su
pobre hogar; los griegos y los romanos. De quienes tanto se nos ha alabado la libertad, trabajaban
por la esclavitud y el temor al suplicio, como hoy los negros de nuestras colonias.
El trabajo socialista deberá, para ejercer una fuerte atracción sobre el pueblo, diferir radicalmente
de las odiosas formas con que nos lo presenta el estado actual. La industria socialista, para
convertirse en atrayente, necesitará cumplir las siete condiciones siguientes:
Que cada trabajador sea asociado, retribuido con dividendo y no con salario.
Que todo hombre, mujer o niño. Sea retribuido en proporción de las tres facultades:
capital, trabajo y talento.
Que las sesiones industriales sean variadas aproximadamente ocho veces al día, pues el
entusiasmo no puede sostenerse más de hora y media a dos horas en el ejercicio de una
función agrícola o manufacturera.
Que sean ejercidas en compañía de amigos espontáneamente reunidos, intrigados y
estimulados por activísimas rivalidades.
Que los talleres y cultivos presenten al obrero los atractivos de la elegancia y limpieza.
Que la división del trabajo sea llevada al grado supremo, a fin de aficionar cada sexo y
cada edad a las funciones más adecuadas.
Que en esta distribución, cada uno, mujer o niño, goce plenamente del derecho al trabajo
o derecho de intervenir en cada rama de trabajo que le convenga escoger, siempre que
acredite aptitudes y probidad.
Se sabe cuál es el efecto de la asociación y de la propiedad sobre los industriales. Tal, parece no
hacer nada cuando trabaja por cuenta de otro; pero desde el momento en que una asociación de
comercio le ha inoculado el espíritu de propiedad y participación, se vuelve un prodigio y se dice
de él: No es el mismo hombre, no se le reconocería. ¿Por qué? Es que se ha convertido en
propietario compuesto. Su emulación es tanto más preciosa cuanto que obra para una masa de
asociados y no para él solo, como el pequeño cultivador, tan elogiado por la moral, no es otra cosa
que un egoísta; la pobre moral que tiene siempre la mano desgraciada no sabe alabar más que las
fuentes del vicio. Era forzoso que acabase por elogiar al comercio libre o dominio de la mentira.
La influencia. emulativa de la asociación, ya notable en el estado actual, será mucho más
poderosa en la Armonía, aunque de otro modo, puesto que estará sostenida por todos los más
nobles afectos. Por prestarme a seguir la manía de los resortes simples que informa el espíritu
dominante de los civilizados, no arrostraré, en este capítulo, el ocuparme de la emulación del
pobre, sino bajo el aspecto del interés pecuniario, sin hablar de los resortes nobles, como la
amistad, la gloria, el patriotismo que intervienen en todos sentidos en el mecanismo industrial de
las series apasionadas. Es preciso amar el trabajo, dicen nuestros sabios. ¿Cómo? ¿Qué tiene de
amable en la civilización para las nueve décimas partes de los seres a quienes no procura sino el
aburrimiento sin lucro? Si hasta es repugnado de los ricos, y eso que sólo ejercen la parte
lucrativa y cómoda: la dirección, ¿cómo hacerlo amar al pobre?
Para obtener la dicha es preciso introducirla en los trabajos que ocupan la mayor parte de
nuestra vida, y esto no es más que un largo suplicio para el que ejerce funciones sin atractivo. La
moral nos ordena amar el trabajo: ¡que nos lo haga, pues, amable, introduciendo el lujo en los
talleres y en los cultivos...! Si el aspecto es mísero, repugnante, ¿cómo excitar la atracción
industrial?
En la industria, como en los placeres, la variedad es evidentemente el voto de la naturaleza. Todo
goce prolongado más de dos horas sin interrupción, conduce a la saciedad, al abuso, desgasta los
órganos y mata el placer. Una comida de cuatro horas constituye un exceso; una ópera de cuatro
horas concluye por aburrir al espectador. La variedad periódica es necesidad del cuerpo y del
alma, necesidad de la naturaleza, hasta la tierra exige variedad de semillas y la simiente pide
cambio o variedad del terreno. El estómago rechazará muy pronto los mejores manjares si se le
dan a diario, y el alma se debilitará en el ejercicio de cualquier virtud que no sea relevada por el
ejercicio de otra virtud.
Si el placer necesita variar después de un ejercicio de dos horas, el trabajo exige tanto más esa
variación cuanto que es continuo, y así existe en el estado socialista, siendo la garantía del pobre
y del rico. El principal origen de la alegría de los armónicos es la frecuente variedad de
ocupaciones. La vida es un suplicio perpetuo para nuestros obreros obligados a doce horas, y a
veces quince, diarias consecutivas, en un trabajo aburridor. Ni los ministros están exentos; los
hay que lamentan haber pasado toda la jornada en la tediosa tarea de poner su firma a millares
de documentos oficiales. Estos aburrimientos son desconocidos en el orden socialista; los
armónicos que no conceden más que hora y media o dos horas todo lo más a cada ocupación, no
pueden estar exentos de alegría. Describamos estas variedades por el horario de dos jornadas de
dos armónicos: un pobre y un rico.
Se ve en estos horarios los pocos instantes que se conceden al sueño. Los armónicos dormirán
muy poco; la higiene refinada unida a la variedad de ocupaciones, les habituarán a no fatigarse
en los trabajos; los cuerpos no se agobiarán en la jornada y no tendrán necesidad sino de un
corto sueño, habituándose a ello desde la infancia, por una infinidad de placeres para los que no
alcanzará el día. En semejante orden, el encanto, a fuerza de intensidad, necesita algún
paréntesis, algunas ocupaciones calmosas, como la de la Biblioteca. El orden civilizado establece
recreos para descansar de un trabajo molesto; el orden socialista no ahorra sino instantes de
placer. El vicio capital de nuestra industria es el de ocupar el obrero en una sola función, lo cual
le lleva a degenerar en el estancamiento. Los 50.000 obreros de Lyon que hoy mendigan (50.000,
mujeres y niños inclusive) serían distribuidos en doscientas o trescientas falanges que tendrían
como manufactura principal la sedería, sin estar amenazadas de una paralización de uno o dos
años. Si al cabo de algún tiempo la fábrica se cerrase por cualquier causa, los obreros no se
quedarían sin trabajo, puesto que no tendrían subordinada su existencia jornalera a las
continuidades o suspensiones de pedidos del extranjero.
En una serie progresista todos los grupos adquirirán tanta mayor destreza cuanto más divididas
sean sus funciones, no adoptando cada miembro más que aquella en la cual puede sobresalir. Los
jefes de la serie, forzados al estudio por las rivalidades, aportarán al trabajo las luces de un sabio
de primer orden. Los subalternos aportarán un entusiasmo que se ríe de cualquier obstáculo y un
verdadero fanatismo por sostener el honor de la serie contra los cantones rivales. En el calor de la
acción ejecutarán lo que parece humanamente imposible, como los granaderos franceses que
escalaron las rocas de Mahon y que no pudieron atravesar a sangre fría al día siguiente, después
de haberlas subido bajo el mortífero fuego enemigo. Tales son las series progresivas en sus
trabajos: todo obstáculo cede ante el violento orgullo que las invade; se irritarían ante la palabra
imposible y los más rudos trabajos, como las traslaciones de tierras, no constituyen sino uno de
sus menores juegos. Si hoy pudiéramos ver un cantón organizado, ver desde la aurora una
treintena de grupos industriales, saliendo en formación del palacio de la Falange, diseminándose
por los campos y los talleres, agitando sus banderas con gritos de triunfo y de impaciencia,
creeríamos ver tropas de facinerosos que van a tomar a sangre y fuego el cantón vecino. Así serán
los atletas que han de reemplazar a nuestros anémicos trabajadores mercenarios, atletas que
serán capaces de hacer producir néctar y ambrosia sobre un suelo al cual no pueden arrancar los
civilizados más que zarzas y espinos.
Notas
(1) Fourier designa con la letra X el carácter eje, base de todas sus enumeraciones. (Nota del
editor francés).
(2) Contemplando esta hechicería socialista, esos acuerdos, tales prodigios, el Océano de delicias
emanado de la atracción divina, se verá surgir por doquiera un frenesí de entusiasmo hacia Dios,
autor de tan hermoso orden; y la infame civilización será cubierta de maldiciones universales. Sus
bibliotecas políticas y morales serán escupidas, desgarrados los libros todos en el primer
momento de cólera, y entregados a los más viles usos, hasta que se les haga reimprimir con la
glosa crítica, colocada enfrente del texto para producir la risa despectiva, el escarnio de las
generaciones venideras. (Nota de C. Fourier).
la obra del Titán que pretendiera cambiar la obra de Dios. No obtuve buen resultado sino cuando
tomé el partido de especular de acuerdo con la atracción, tratando de utilizar las inclinaciones de
la infancia, tales como las creó la naturaleza. Ese cálculo me dio la corporación que describí y que
ejerce unida, la única rama de caridad que queda en la Armonía, donde ya no hay pobre que
socorrer, cautivos que rescatar y presos que soltar de sus presidios: sólo queda, pues, a los niños,
la invasión de los trabajos inmundos; caridad de alta política por cuanto preserva del desprecio a
las últimas clases industriales, y por consecuencia, a las medianas, estableciendo así la
fraternidad soñada por los filósofos; el acercamiento de todas las clases. Si en semejante orden el
pueblo es culto, leal y está libre de necesidades, no puede inspirar a los grandes ni desconfianza
ni desprecio; y por el contrario, se producirá el entusiasmo amistoso en todos los grupos
industriales, mezclándose necesariamente, grandes y chicos.
Tan preciosa unidad cesaría en el momento en que existiese una función despreciada, envilecida:
por ejemplo, si hubiese en la Armonía estercoleros asalariados, tales niños, y por consiguiente sus
padres, serían considerados como clase inferior, inadmisible en el Comité de la serie en que
figuran los ricos. Si este género de servicio está reputado como innoble, lo ennoblecerán al
ejercerlo las pequeñas hordas. Por lo demás, ésta será tarea muy chica en la Armonía. Las
pequeñas hordas limpiarán a las tres de la mañana los establos y las carnicerías, a fin de que no
se haga sufrir a los animales que se sacrifiquen. Entre sus atribuciones tendrán la de la limpieza
y conservación de los grandes caminos, considerados en la Armonía como salones de unión, y su
conservación puede considerarse como una función de caridad unionista, pues velarán por su
limpieza y ornamentación.
Al amor propio de las pequeñas hordas, se entregará la misión de la conservación de los caminos,
y no hay duda de que estarán mejor atendidos que las sendas de nuestros actuales parterres.
Serán adornados con árboles y arbustos y aún con flores. En la Asociación sería vergonzoso para
un Cantón tener descuidados los caminos de posta, o el hallazgo en alguno de ellos de reptiles
venenosos, serpientes, víboras o bien alguna nidada de anfibios. Los niños están encargados de
avisar acerca de esto. Aunque su trabajo sea el más difícil por falta de atracción directa, las
pequeñas hordas son las menos retribuidas de todas las series. No aceptarán nada, si fuera
decente en la Asociación no tener lote alguno, pero se les da el menor, sin perjuicio de que cada
uno de sus miembros pueda ganar los primeros lotes en otros empleos; pero a título de
congregación filantrópica del unionismo tienen como estatutos el desprecio indirecto de las
riquezas, y su consagración a esas funciones repugnantes que ejercen por puntillo de honra. He
observado ya que se hallan indicios de abnegación caritativa en los mismos monarcas que ejercen
funciones abyectas, como por ejemplo: el Jueves Santo lavando los pies a doce pobres, con cuya
acción, el soberano créese honrado en proporción a lo abyecto del servicio. Luego, pues, cuando
exista una corporación dedicada al ejercicio de toda función abyecta, ninguna lo será realmente.
Sin esta condición, imposible la unión del rico con el pobre.
Si se nos ha demostrado que el espíritu religioso engendra esa abnegación caritativa general, tal
como la vemos en los Padres Redentores, Hermanas de Caridad, etc., no hay más que emplear esa
inclinación según las conveniencias del nuevo orden. y aún cuando no pareciera el procedimiento
de las pequeñas hordas el más eficaz, no sería menos cierto que el principio de caridad industrial
existe entre nosotros aún fuera de todo espíritu religioso, lo cual indica que si erré en la
aplicación, deberán probármelo y demostrarme cómo puede emplearse mejor un resorte, cuya
existencia es evidente; inventar una secta más apta para elevar y suprimir esa traba del disgusto
industrial hacia esas funciones inmundas. Sin embargo, los armónicos, más discretos que
nosotros en la teoría y en la práctica de la caridad, no aplicarán esta virtud a ceremonias inútiles
como la de lavar los pies a los pobres que pueden lavárselos ellos mismos, ni emplear un capital
de 50.000 francos de renta en arrancar a un condenado del cadalso.
Cuando no existan ni mendigos ni ajusticiados no se podrá especular con la caridad de
ostentación sobre ellos. Todas esas prácticas, laudables en cuanto a la intención y al ejemplo, son
sólo un aborto de política caritativa. La caridad debe dedicarse a conseguir el acercamiento y
unión de esas castas extremas que la civilización no puede conciliar porque esta sociedad fracasa.
Notas
(1) Para el ejercicio de esa caridad industrial, Fourier instituyó una corporación de vestales,
especies de hermanas de caridad, vírgenes de 16 a 18 años, de las cuales suministra 30 cada
Falange. Estas vestales, que serán objeto de la idolatría general, trabajarán con los niños y
cobrarán el mínimo.
DE LA DOMESTICIDAD
Nada más opuesto a la concordia que el estado actual de esa clase doméstica y asalariada. Al
reducir esta multitud pobre a un estado muy vecino con la esclavitud, la civilización impone
también cadenas a los que parecen mandar. Así los grandes no osan divertirse abiertamente en
los años en que el pueblo padece miseria. El rico está sujeto a las servidumbres individuales como
a las colectivas. Tal hombre opulento no es con frecuencia sino el esclavo de sus criados; mientras
que el criado mismo goza en la armonía de completa independencia, aunque sea en ella el rico
servido con un apresuramiento y devoción de que los civilizados no pueden tener idea.
Expliquemos este acuerdo. Miembro alguno de la armonía compuesta ejerce la domesticidad
individual; y sin embargo el más pobre de los hombres tiene constantemente una cincuentena de
pajes a sus órdenes. Este estado de cosas, cuya enunciación hace pensar en lo imposible, como
todos los del mecanismo de las series, va a ser fácilmente comprendido. En una Falange el
servicio doméstico está ejercido, como todas las demás funciones, por series que dedican un
grupo a cada variedad de los trabajos. Dichas series en los momentos de servicio llevan los
nombres de pajes. Si damos este título a los que sirven a los Reyes, con más razón se lo daremos
a los que sirven a la Falange, porque servir a la Falange colectivamente es servir a Dios. Así se
considerará en la Armonía. Si se rebajase, como hoy se hace, esta rama primordial de la
industria, el equilibrio apasionado sería imposible. A este ennoblecimiento ideal del servicio se
une el ennoblecimiento real por la supresión de la dependencia individual que envilece al hombre
en cuanto lo subordina a los caprichos de otros. Las cábalas industriales de los jardines, vergeles,
ópera, talleres, etc., crean a cada uno multitud de amigos y amigas y seguramente se hallará en
los grupos de pajes masculinos y femeninos, algunos que cuidarán de su servicio por afección.
Los pobres gozan de esta ventaja como los ricos; y el hombre sin fortuna ve multitud de servidores
afectuosos ofrecérsele lo mismo que al príncipe; porque no es nunca el individuo servido quien
paga a los servidores. Un paje, varón o mujer, sería despedido ignominiosamente de la serie si se
supiera que había recibido en secreto la menor gratificación de aquellos a quienes sirvió. Es la
Falange la que retribuye al cuerpo de pajes con un dividendo sobre los dos lotes de trabajo y
talento, al mismo tiempo que se reparte, según el uso, entre las otras series o grupos, en
proporción al capital, aptitudes y labor aportados.
La independencia individual está, pues, plenamente asegurada, ya que cada paje hállase afectado
al servicio de la Falange y no del individuo, quien, por tal razón, es servido afectuosamente; placer
que los ricos civilizados no pueden hoy procurarse ni a peso de oro, pues si pagan mucho a un
criado para atraérselo, corren el riesgo de que la ambición lo haga insaciable, ingrato y hasta
pérfido. No se conoce ese riesgo en la Armonía, donde cada cual está seguro del afecto de los
diversos pajes que, por preferencia, adopten ese servicio, con libertad de dejarlo cuando les plazca
y sin ningún compromiso pecuniario en él. No hay, pues, nada de mercenario y servil en la
domesticidad del estado armónico; y un grupo de camaristas es, como todos los demás grupos,
una sociedad libre y honorable, que percibe de la masa de productos de la Falange, una
remuneración en relación con la importancia de sus trabajos.
encuentra capitales enormes cuando se trata de juntar y proveer a esas masas destructoras. Yo
he oído decir a un ingeniero ruso que en el sitio de Rutschuk, en 1811, cada bomba lanzada sobre
la ciudad costaba a Rusia 400 francos a causa de los gastos de transporte. ¡Cuánto gasto para
destruir hombres y edificios! ¡Qué afortunado cambio sería el de un orden de cosas que reuniera
esas masas de hombres para trabajos útiles!
¡Cómo nuestros forjadores de utopías no han osado soñar en una reunión de quinientos mil
hombres ocupados en construir en vez de destruir! Después de todo, los gastos de un ejército
productor serían mucho menores; y además el ahorro de los hombres muertos, de los pueblos
destruidos, de los campos arrasados; sin contar también el ahorro de los gastos de armamento y
el beneficio de los trabajos. Por falta de esos ejércitos industriales no sabe producir en grande la
civilización y fracasa en todos los trabajos de alguna extensión. Si en otro tiempo ha realizado
grandes cosas fue empleando masas de esclavos que trabajaban a fuerza de golpes y suplicios.
Pero si obras como las Pirámides están amasadas con las lágrimas de 500.000 desgraciados,
antes son monumentos de oprobio que trofeos de la civilización.
La grandeza de la Armonía consiste tanto en la enormidad de sus trabajos como en lo rápido de
su ejecución, que no se obtendría de una masa de esclavos y asalariados, todos acordes en
esquivar el trabajo. Este, transformado en placer para los armónicos, objeto de su amor propio,
prospera porque aportan a él tanta mayor actividad cuanto mayor es el número de los atletas que
a la obra coadyuvan. Así, ejecutarán trabajos cuya sola idea helaría de espanto a nuestros
espíritus mercenarios. Por ejemplo: el orden combinado emprenderá la conquista del gran desierto
de Sahara, atacándolo por diversos puntos con diez o veinte millones de brazos si fueran
necesarios, y a fuerza de remover y transportar la tierra, plantear y crear bosques de trecho en
trecho, se conseguirá transformar el desierto en abundadísima región. Se harán canales
navegables donde hoy no podríamos hacer ni acequias de riego, y los grandes buques navegarán
no solamente a través de los istmos como Panamá y Suez, sino hasta en el interior de los
continentes, como del Mar Caspio a los mares de Azor, golfos Pérsico y de Aral; navegarán por los
cinco grandes lagos al Quebec; en fin, del Océano a todos los grandes lagos cuya longitud iguala a
la cuarta parte de su distancia al mar.
DEL REPARTO
Llegarnos al más importante problema de la Armonía: al del reparto equitativo y graduado en
razón de las tres facultades industriales: capital, trabajo, talento. El vínculo socialista quedará
roto desde el primer año si fracasa en este punto, y si cada uno de los socios, hombre, mujer o
niño, no queda persuadido de que fue retribuido de una manera equitativa en las tres clases de
dividendos realizados con arreglo a sus funciones. El orden civilizado no sabe repartir
equitativamente sino sobre el capital, en razón del aportado; es un problema aritmético y no
genial; el nudo gordiano del mecanismo socialista es el arte de remunerar a cada uno por su
trabajo y su talento. Tal es el obstáculo que ha asustado a los siglos y ha impedido las
investigaciones.
Para eludir la resolución del problema del reparto, la secta de Owen pone en juego la comunidad
de bienes, el abandono a la masa de todo provecho, fuera del interés de las acciones. Es confesar
que no se atreven a afrontar el problema de la Asociación.
Por los impulsos ávidos se va a conducir a todos los armónicos a esta justicia equitativa.
He aquí el triunfo de la concupiscencia tan difamada por los moralistas; Dios no nos habría dado
esa pasión si no hubiese previsto lo útil de su empleo para el equilibrio general. Ya he probado
que la guía, también proscrita por los filósofos, se convierte en vía de sabiduría y concierto
industrial en las series apasionadas. Va a verse que la concupiscencia produce el mismo efecto;
que se convierte en vía de justicia distributiva, y que, creando nuestras pasiones, Dios hizo bien
lo que hizo.
Si cada uno de los Armónicos se entregase como los civilizados a una sola profesión; si no fuese
más que albañil o carpintero o jardinero, cada cual llegaría a la Asamblea del reparto con el
ánimo de hacer primar su profesión y hacer adjudicar el lote principal, a los albañiles si era
albañil, a los carpinteros si era carpintero, etc. Así, opinaría todo civilizado, pero en la Armonía,
donde cada uno, hombre o mujer, es asociado de una cuarentena de series, nadie se interesa
porque prevalezca una sobre otras; cada cual por su propio interés está obligado a especular en
modo inverso al de los civilizados y votar en todo sentido por la equidad. Demostraremos el hecho
bajo sus aspectos de interés.
Alcides es miembro de 36 series, que distribuye en tres órdenes: A, B, y C. En las doce del orden
A es antiguo socio, obteniendo los primeros puestos en categoría y en beneficio; en las del orden C
es nuevo y no puede esperar más que pequeños dividendos; y en las del orden B ocupa un
término medio de antigüedad y pretensiones. Son tres clases de intereses opuestos, que estimulan
a Alcides en tres distintos sentidos, forzándole por interés y por amor propio a optar por la
estricta justicia.
Cuanto mayor sea el número de series frecuentadas, más interesado está el individuo a no
sacrificarlas y a sostener los intereses de 40 compañías que quiere, contra las pretensiones de
cada una de ellas.
Cuanto más cortas y variadas sean las sesiones, más facilidad tiene el individuo para alistarse en
un gran número de series, cuya influencia no estaría equilibrada si una de ellas, por largas y
frecuentes reuniones, absorbiese el tiempo y la solicitud de sus miembros y los apasionase
exclusivamente.
Este mecanismo, por el hecho del reparto, tiene las siguientes propiedades inestimables:
1° Título directo: concurso para la unión: El objeto es sostener la asociación, de la que se obtiene
tanto lucro y felicidad; la serie más preciosa es, pues, la que, productiva o improductiva,
contribuye más eficazmente a estrechar los vínculos socialistas. Tal es la serie de las Pequeñas
Hordas, sin la cual se disolvería todo el mecanismo de alta armonía y la unión amistosa sería
imposible. Es, pues, la primera en título directo o concurso para la unión, como respecto a los dos
otros títulos de base.
2° Título mixto: obstáculos repugnantes, como el trabajo de los mineros o de los enfermeros o
niñeras. El obstáculo puramente industrial es con frecuencia motivo de diversión; los atletas lo
convierten en juego; pero no se puede convertir en juego una repugnancia que fatiga los sentidos,
como el descenso a una mina o la limpieza de una cloaca. Se le puede soportar por amor propio,
como lo hacen las Pequeñas Hordas, sin que produzca menor lesión sensual, mientras que la
fatiga de un hombre que se encarama a perales y cerezos puede convertirse en placer real. De ahí
que el orden socialista no estime como mérito sino las fatigas repugnantes.
3° Título inverso: dosis de atracción. Cuanta más atracción ejerce un trabajo menos premio
pecuniario obtiene; de ahí que la ópera y los vergeles deban ser series de tercera clase o de
agrado. La de los vergeles es incluida en esa fila por ser de título inverso y no concurrir más a la
unión que los otros trabajos agrícolas. Pero la serie de ópera concurre especialmente a la unión,
por su propiedad de educar al niño en todas las armonías materiales, y es preciosa con doble
título, directo e inverso, por lo cual tiene puesto de primera fila en la categoría de necesidad.
Combinando bien las tres reglas anteriores, es como se llega a clasificar exacta y equitativamente
las categorías de cada serie, en lo que respecta al dividendo pecuniario, cuya distribución es ya
sólo un trabajo aritmético simple.
Por otra parte, una pequeña inexactitud en la evaluación no perjudicaría a nadie, puesto que es
sabido que si se obtiene más en una serie y menos en otra, se equilibra el resultado y al fin no
existe lesión real.
Añadamos que si se lesionase involuntariamente una serie, cosa que podría acaecer sin intención
y a causa de un error general, se advertiría muy pronto por la disminución atractiva,
produciéndose la deserción y el tedio y habría necesidad de reforzar la atracción, sea modificando
el surtido de caracteres o clase apasionada, ya asignándole una indemnización provisional de los
fondos de reserva, bien elevándola en grado para el reparto del año siguiente. De este modo, los
errores que se pudiesen cometer serían reparados tan pronto como fueran conocidos. La falta de
experiencia y las lagunas de atracción, causarían al principio buen número de errores; pero en
menos de tres años se llegará a conocimientos experimentales y exactos sobre todos los detalles
del equilibrio, y el trabajo del reparto no será desde esa fecha más que una rutina familiar.
A esas numerosas ventajas se añade un bien, desconocido en el estado actual y al que no podrían
nunca llegar nuestros famosos amigos del comercio y de la circulación; es el de reducir todos los
inmuebles a efectos muebles, circulantes, realizables a voluntad.
Cada Falange reembolsa, cuando se le exige, las acciones al precio del último inventario, con agio
por la parte del año transcurrida; así, un hombre que posea cien millones puede realizar de un
momento a otro su fortuna, sin lesión de un óbolo, ni derechos de transmisión, ni gastos de
venta. Recibe, además, la parte de intereses o dividendos corriente del año, como lo recibiría por
un documento a la orden cuyo interés se negocia día por día.
Las acciones constituyen un valor mucho más real que el dominio y numerario actuales; porque
el numerario en la civilización puede ser robado y no produce nada por sí mismo si no se le
coloca. Una acción territorial en la Armonía produce mucho sin colocación ni riesgo; no puede
perderse ni por robo, ni por extravío, ni por incendio; pues la propiedad está inscripta en los
libros de registro de ambos cuerpos laterales del edificio y en el del Congreso vecino.
Las transmisiones no son válidas sino con la adhesión del propietario debidamente registrada y
no corren riesgo alguno de sustracción, extravío, incendio, ni aun de terremoto, porque un
temblor de tierra no destruiría los tres registros colocados en distintos lugares, ni la trascripción
que se hace en el Registro del Congreso Provincial.
El capital resulta, pues, mueble en este nuevo orden, aunque colocado a fuerte interés sobre
propiedades territoriales que ningún riesgo por revoluciones o fraudes pueden correr pudiéndose
realizar al instante sin gasto alguno. Por esto, los papeles de propietario y capitalista son
sinónimos en la Armonía. Sobre este punto fracasan por completo los economistas civilizados.
Para procurarse hoy un capital mueble, se corren riesgos tan numerosos que los ingleses colocan
su dinero en cualquier Banco y sin interés alguno, por la sola ventaja del reembolso exigible a
voluntad. Se puede todavía conservar un capital mueble colocado en el Comercio o en la Banca,
pero tomando diariamente informes sobre la solvencia de los deudores; de otro modo, y por poco
que se retrase la petición de esos informes, se habrá comprometido el dinero en una quiebra o
falencia de esas que sorprenden a los más cautos.
Una Falange no puede en caso alguno hacer bancarrota: fugarse con su territorio, su palacio, sus
talleres y sus rebaños. La comarca es asegurador solidario contra los estragos de los elementos,
que serán domeñados después de cinco o seis años de Armonía, por la restauración climatérica.
Los incendios serán también reducidos al mínimo por las excelentes disposiciones de este nuevo
orden doméstico.
Un menor no arriesgará jamás el perder su capital ni ser lesionado en el manejo y cuentas del
mismo. La regla es la misma para él que para todos los accionistas; si ha recibido en herencia
acciones de varias falanges, estarán inscriptas en los registros de dichas falanges y ganará el
mismo interés que las demás de igual clase, no pudiendo serle arrebatadas hasta que en su
mayor edad disponga como le acomode de ellas.
Una Falange puede perder en una rama de su explotación, lo mismo que una fábrica nueva; pero
antes de proceder a la obra notifica a los accionistas toda empresa atrevida, sea manufacturera,
minera o cualquier tentativa que salga del círculo de las operaciones habituales y conocidas. El
accionista es libre de realizar sus acciones o de desligarse de toda empresa que no le merezca
confianza. Puede, aun conservando sus acciones, limitarse a los riesgos ordinarios, y en ese caso
ganaría pleno dividendo, aunque la Falange ganase menos por el fracaso de una novedad.
Pero una Falange en masa, dirigida por su areópago de expertos, sus patriarcas, sus cantones
vecinales y otras gentes experimentadas, no está sujeta a la imprudencia, como un particular; y
por poco aventurada que sea una tentativa industrial, como la explotación de una mina, se tiene
cuidado de dividir el riesgo entre un buen número de falanges, consultar el punto, asegurarse,
etc. En cuanto a los riesgos de estafa o fraude, no pueden existir en la Armonía.
He dicho que todo accionista tiene derecho a optar entre el interés fijo y el dividendo eventual a
fin de año, según los beneficios sociales. El interés fijo ha sido estimado en 8 y un tercio por
ciento; y el dividendo eventual o social debe producir más. Así pueden satisfacerse los
aventurados y los prudentes.
El espíritu de propiedad es el más fuerte aguijón que conocen los civilizados; se puede, sin
exageración, estimar en un doble del trabajo servil o asalariado el producto del propietario. Cada
día hay pruebas de ese hecho: obreros remisos y pesados como plomos, trabajando a jornal, se
vuelven fenómenos de diligencia cuando trabajan a destajo. Se debería, pues, como primer
problema de Economía Política, estudiar el modo de transformar en propietarios, cointeresados o
asociados a todos los jornaleros.
El pobre en la Armonía, aunque sólo posea una parte de una acción, es propietario del Cantón
entero en participación; puede decir nuestras tierras, nuestro palacio, nuestro ganado, nuestros
bosques, nuestras minas, nuestras fábricas. Todo es su propiedad, por cuanto está interesado en
todo el conjunto de muebles y territorio.
Si en el estado actual se deteriora una selva, cien campesinos lo verán con indiferencia. La selva
es una propiedad simple; pertenece al señor; se regocijan con lo que puede perjudicarle y
contribuyen a ello furtivamente. Si el torrente arrastra tierras, como las tres cuartas partes de los
vecinos no tienen las suyas cerca, se ríen. Con frecuencia gozan viendo asolar la heredad de un
rico vecino por el ímpetu de las aguas; es que se trata de una propiedad simple, desprovista de
todo vínculo con la masa de los habitantes y a quienes ella no inspira el menor interés.
En la Armonía, donde los intereses están combinados y cada uno asociado, aunque sea por la
parte de beneficio asignada al trabajo, cada cual desea constantemente la prosperidad del Cantón
entero, y todos sienten de veras los desastres que afecten a la menor porción del territorio.
Así, por interés personal, la benevolencia es general entre los socialistas, por lo mismo que no son
asalariados, sino cointeresados y sabiendo que toda lesión del producto, aunque sólo fuere de
doce óbolos, quitará cinco óbolos a los que, privados de fortuna, no tienen otro dividendo que el
industrial. Se ha dicho ya que hay tres clases de dividendo: a) 5 doceavos el trabajo; b) 4 doceavos
el capital y c) 3 doceavos el talento.
Seria motivo de envidia para la clase popular ese dividendo otorgado al capital si tuviera pocos
medios de participar de él.
Nota
(1) En la civilización el médico gana proporcionalmente a los enfermos que visita. Le conviene,
pues, que las enfermedades sean numerosas y largas, sobre todo en la clase rica. En la Armonía
los médicos son retribuidos por un dividendo del producto general de la Falange, que será tanto
mayor cuantos menos enfermos y muertos haya habido en el año. De este modo el interés de los
médicos armónicos es el mismo que el de los aseguradores de la vida. Están interesados en
prevenir y no en tratar la dolencia, y por lo tanto velarán porque no se produzca el mal.
Sólo a este precio la humanidad gozará verdaderamente de sus derechos; pero en el estado actual
¿no es un insulto al pobre asegurarle derechos a la soberanía, cuando sólo pide el derecho de
trabajar para recreo y placer de los ociosos?
Hemos pasado, pues, siglos discurriendo sobre los derechos del hombre, sin pensar en
reconocerle el más esencial: el del trabajo, sin el cual no son cosa alguna los otros.
Si la clase obrera, si los pobres no son felices en el socialismo, lo turbarán por medio de la
malevolencia, el robo, la rebelión; semejante orden fracasará en su objeto, que es el de asociar la
pasión y lo material, conciliar caracteres, gustos, instintos y desigualdades.
Como encargada de la Contabilidad, la Regencia hace a cada socialista pobre el adelanto de
vestido, subsistencia y alojamiento por un año. No se corre riesgo alguno por ello, pues se sabe
que los trabajos que por atracción y placer ejercitará el pobre han de producir la suma de los
adelantos hechos; y que después de practicado el inventario la Falange deberá algo aún a la clase
pobre, a la cual haya hecho ese adelanto del mínimum que comprende:
El alojamiento individual de un gabinete con alcoba, y el acceso a las salas públicas, a las fiestas
de tercera clase y a los espectáculos en palcos de tercera.
Pero la primera condición es inventar y organizar un régimen de atracción industrial. Sin esto,
¿cómo soñar en garantir al pobre un mínimum? Sería habituarlo a la holganza. Persuadido
fácilmente de que el mínimum es una deuda y no un socorro, concluiría por permanecer en la
ociosidad, como han advertido ya en Inglaterra, donde la partida de 150 millones para ayudar a
los indigentes, no sirve, según los observadores, sino para aumentar su número; tanta verdad es
que la civilización sólo es un círculo vicioso aun en los actos más laudables.
Necesitaría el pueblo no limosnas, sino un trabajo bastante atractivo para que la multitud
quisiera consagrarle hasta los días y las horas destinadas al ocio.
Si la política supiera poner en juego este resorte, el mínimum sería asegurado de hecho por la
cesación absoluta de la ociosidad. Sólo restaría proveer a los enfermos o achacosos, fardo bien
ligero y bien insensible para el cuerpo social, si llegaba a ser opulento, y la industria atractiva lo
libraba de la ociosidad y del trabajo perezoso, casi tan estéril como aquélla.
Cualquiera que fuera ese bienestar, el pueblo volvería a caer muy pronto en el separatismo, si se
multiplicaba sin límites, como el populacho de la civilización en esos hormigueros humanos de
Inglaterra, Francia, Italia, China, Bengala, etc.; será preciso, pues, descubrir un medio que sirva
de garantía al acrecentamiento sin límite de la población.
Toda Corporación es orgullosa. Nuestras costumbres han hecho del orgullo un vicio capital; las
series pasionales lo convertirán en una virtud capital, una virtud cívica, de la cual recogerán,
entre otras ventajas, la emulación de los industriales y la perfección de los productos.
Si nuestras corporaciones civilizadas repugnan hasta la apariencia de pobreza, puede asegurarse
que las de la Armonía repugnarán hasta la apariencia de medianía. La regencia de una Falange
facilita a cada grupo todo lo necesario a la gran limpieza; pero los sectarios ricos añaden a ello lo
que les place, según su generosidad y amor propio.
Si dos rivales ricos hacen en competencia las mismas locuras que un príncipe, por ejemplo, hacen
construir a sus grupos respectivos carros y carrozas más brillantes y aparatosas que nuestras
decoraciones teatrales. Cada uno hace construir a sus expensas, en el centro de las filas de
cerezos, un pabellón cuantioso, en vez del sencillo cobertizo que la regencia les había
suministrado.
De ahí que una secta o serie apasionada sea siempre suntuosa en adornos y trenes, ya en el
trabajo, ya en las paradas. Se aceptan tales presentes de los sectarios opulentos, no como favor,
sino como liberalidad, que pone de relieve la corporación o rama industrial en rivalidad con las de
otras falanges.
Tal emulación tiene lugar entre toda clase de series. Basta que un hombre opulento haga resaltar
una para arrastrar a esa lucha de amor propio a las de todos los cantones vecinos que querrán
rivalizar entre sí, ya en lujo, bien en aseo o perfección. Esta manía se apoderará en el orden
armónico de todos los hombres de fortuna y llevará el lujo a los trabajos y a los talleres, hoy
antipáticos por la pobreza, la grosería y la suciedad.
Este fausto del trabajo será una semilla industrial, puesto que contribuirá a apasionar del
ejercicio de la industria productiva a los hijos como a los padres. Entonces cada cual, en vez de
emplear su superfluo en construir soberbias quintas de recreo individual, inútiles en la Armonía,
gastará en construcción de hermosos talleres, cocheras, etc., para sus sectas favoritas.
Este efecto, general en el mecanismo de las series, da al lujo una dirección productiva. El lujo en
la Armonía se lleva sobre el trabajo útil, sobre las ciencias, las artes y notablemente sobre la
cocina. El lujo concurre, con una multitud de otros vehículos, a convertir esas funciones en
atractivas, tanto para el niño como para el adulto. El niño en la tierna edad gozará recorriendo
todos los talleres de su Falange, iniciándose en todos sus trabajos en cada taller mínimo, en los
cuales adquirirá destreza, vigor y conocimientos prácticos, a fin de llegar a convertirse, por rico
que sea, en productor tan apto para la ejecución de los trabajos como para dirigirlos.
El lujo de los armónicos es casi nulo en varias ramas en que empleamos nosotros inútilmente
sumas inmensas. Para alojar a Lúculo tuvo necesidad Roma de un espléndido palacio. En la
Armonía le sería preciso contentarse con tres o cuatro piezas, ya que en este nuevo orden las
relaciones por series son demasiado activas para que se tenga tiempo de residir en su habitación.
Cada uno está sin cesar en las salas públicas, en los talleres, en la huerta o en los establos, no
quedándose en casa sino en caso de enfermedad o de visita; basta entonces un dormitorio y un
gabinete. Así el más rico no tiene más de tres piezas.
Las cortesías de los armónicos difieren en absoluto de las nuestras. No se hacen visitas inútiles
que ocuparían un tiempo precioso; bastante se ven todos a las horas de comer, en los grupos
industriales, en la Bolsa y en las veladas festivas.
Así, pues, las costumbres y la política de la Armonía tienden a aportar sobre la industria
productiva, todo el brillo, todo el apoyo del lujo que hoy no se dirige más que hacia las funciones
improductivas y deja los cultivos y los talleres en la más antipática miseria.
La política de los armónicos es por completo opuesta a nuestras ideas mercantiles, que bajo
pretexto de dar de comer al obrero, provocan el desperdicio y los cambios de modas. En la
Armonía, el obrero, el labrador y el consumidor son un solo y el mismo personaje, que no tiene
interés alguno en protegerse a sí mismo, como en la civilización, en la cual cada uno tiende a
provocar esas conmociones industriales causadas por los cambios de moda, y a fabricar malas
La variedad aplicada a uno y otro consumo exige el máximum de una parte y el mínimum de otra,
puesto que toda la Armonía debe establecerse por juego directo e inverso de resortes.
Este principio se ha ocultado a los economistas civilizados, quienes, asimilando las manufacturas
a los cultivos, han creído que el exceso de fabricación y consumo de telas era síntoma de
acrecentamiento de riqueza. La Armonía especula sobre este punto en sentido contrario; quiere en
vestidos y mobiliario la variedad infinita pero el menor consumo.
Cuando yo estaba poco versado en cálculo de atracción y comenzaba a equilibrar la dosis y los
resultados en cada rama industrial, me sorprendió mucho el reconocer que, en estricto análisis,
existía poca atracción en el trabajo fabril, y que el orden socialista, al crear estímulos agrícolas en
dosis ilimitadas, no desarrollaba más que una insignificante cantidad de estímulos
manufactureros. Esto me pareció inconsecuente y contradictorio; pero a poco comprendía que,
según el principio de las atracciones proporcionadas a los destinos, Dios había debido restringir el
atractivo de la fabricación en razón a la excelencia de los productos de la industria socialista que
eleva a la extrema perfección toda manufactura, de suerte que el mobiliario y el vestido obtienen
una elevación prodigiosa: se hacen eternos. Un calzado hecho por un zapatero perfecto de París,
será deteriorado sin falta, al cabo de un mes; y debe ser así, porque ese zapatero comprometería
su arte si calzase a gentes vulgares que van a pie. El mismo calzado de los talleres de la Falange
estará en buen estado al cabo de diez años porque se habrán llenado dos condiciones
desconocidas en el orden actual: la excelencia de material y confección, y la oportunidad del uso y
conservación. Esos detalles, nimios en apariencia, se tornan sublimes cuando se considera que
pueden asegurar una economía anual de cuatrocientos mil millones sobre los vestidos y de dos
billones sobre el conjunto de los desperdicios que tendrían los armónicos si no especulasen sobre
las economías combinadas.
Entre ellos, la economía es de buen tono por influencia del juego combinado de los cuatro tonos.
Los armónicos, aunque generosos y suntuosos, son apasionados por los ahorros que nosotros
desdeñamos, como recoger y enderezar un alfiler y guardar una cerilla. Os prodigarán los
manjares delicados y os tratarán de vándalo si tiráis el hueso de una cereza o la corteza de una
manzana.
Entre nosotros, al escribir a un ministro, se ha convenido, por especulación fiscal, en que debe
hacerse en papel de gran tamaño, cuyas tres cuartas partes son inútiles; y el ministro contesta en
forma parecida. Entre los armónicos, al contrario; al escribir un ministro, la honradez exigirá que
emplee el menor papel posible; suponer otra cosa, sería ofender al ministro suponiéndolo
indiferente a las pequeñas economías que son en ese orden prendas de la felicidad social, no
solamente por contribuir a la economía anual de dos billones, sino para el equilibrio de las
funciones y las atracciones. Romperíase este equilibrio si un consumo excesivo de objetos fabriles
distrajese al pueblo de las faenas agrícolas y redujese las horas del trabajo de cultivo para
aumentar las del trabajo manufacturero, cuyo estímulo es limitado en dosis, mientras que la
atracción agrícola es ilimitada.
En un orden en que los vínculos afectuosos existirán entre todas las clases, ha de verse a los
potentados mismos dar el tono de esa economía en el vestir que ahora llamamos espíritu sórdido,
y que es el verdadero espíritu divino, cuya primera propiedad es la economía de los resortes. Dios
no malgasta un átomo en el mecanismo del universo y por todas partes donde hay ausencia de
economía general, puede deducirse que hay ausencia del espíritu de Dios.
Lo que encantará al rico en el estado socialista será el poder conceder plena confianza a todos los
que le rodeen, olvidando todas las argucias que está obligado a practicar en las relaciones
civilizadas, sin poder evitar el engaño.
En la Falange, un rico, abandonándose a una confianza ciega, no tendrá jamás lazo alguno que
temer, demanda importuna alguna que rechazar, porque los armónicos, provistos de un mínimum
suficiente, no tienen que pedir a nadie cosa alguna en cuestión de intereses, seguros, como lo
estarán, de recibir en cada rama de la industria atractiva, retribución proporcionada a su trabajo,
a su talento, a su capital si lo tienen. Es un goce puro la ausencia de protección, la certidumbre
de que toda protección sería inútil a sus rivales como a ellos mismos, y de que la retribución y el
adelanto serán equitativamente repartidos, a despecho de toda intriga.
Las relaciones entre desiguales serán, pues, muy fáciles en la Armonía; las reuniones seducirán al
hombre por la alegría, el bienestar, la urbanidad y la probidad de las clases inferiores; por el
aparato fastuoso del trabajo y el concierto de los sectarios. Los más pobres estarán orgullosos de
su nueva condición y de los altos destinos de su Falange, que ha de cambiar la faz del mundo; se
empeñarán en distinguirse de los civilizados por una probidad y una equidad que serán las
únicas vías de beneficio; y en poco tiempo habrán adoptado las maneras de los que un capricho
de la fortuna hace pasar súbitamente de la cabaña al palacio. Este buen tono se obtendrá muy
fácilmente en la clase pobre de la primera Falange, si se la escoge de las regiones en que el pueblo
es más culto, como los alrededores de Tours y París.
Será, en parte, por odio al pueblo civilizado por lo que los ricos se apasionarán pronto del de la
Falange; lo considerarán como otra especie de hombre y se familiarizarán con él, por el doble
horror que ha de causarles la falsedad y la grosería civilizadas. Cerca del pueblo, olvidarán su
categoría, tan fácilmente como lo olvidan cerca de las grisetas cultas, que sin embargo también
son hijas del pueblo, aunque tengan bellas manos.
Creo, pues, que la fusión se verificará en el segundo mes; que los ricos serán los primeros en
indignarse contra el principio de política civilizada: Es preciso que haya muchos pobres para que
haya algunos ricos; y que tal principio será muy luego reemplazado por éste: Es preciso que los
pobres gocen de un bienestar graduado para que sean felices los ricos.
Recordemos que uno de los principales medios para esta fusión será el progreso de los niños,
según la educación natural o atracción hacia la industria y a los estudios por placer, sin ningún
impulso por parte de padres y maestros.
entre las aves apenas contamos con un centésimo de aliados; y entre los insectos apenas un
milésimo.
Esto constituye una creación subversiva de las leyes de la Armonía; no se unen más que a las
ramas débiles que forman la excepción o transición del mal presente al bien futuro. Estos
anímales útiles son una imagen del sistema que reinará en pleno en las próximas creaciones, en
que se verá en cuadrúpedos y aves lo menos unas siete octavas partes de aliados al hombre, tales
como lo están la oveja, el gusano de seda, la cochinilla.
Notas
(1) En nuestra civilización se refinan las crueldades con los animales. El carnicero los arrastra a
latigazos y a mordiscos de perros a los macelos inundados de sangre tibia, cuyo olor les hace
sufrir una muerte anticipada. Todo cocinero soltaría una carcajada si se le pidiese que matase los
pescados antes de abrirles el vientre y arrancarles las escamas. ¿Para qué son bueyes? ¿Por qué
son pollos? ¿Por qué nacieron peces?
La serie de los carniceros armónicos refina, por el contrario, las preocupaciones todas que puedan
evitarles la idea de la muerte, lavando, aseando y perfumando las macelos, llevando a las bestias
en masa para sacrificarlas de una vez, etc. El afecto de los armónicos por los animales da gran
relieve a las funciones de los carniceros, cuya profesión se clasifica como primera entre las de
necesidad. (Nota de C. Fourier).
EL EQUILIBRIO DE LA POBLACIÓN
Entre las inconsecuencias y aturdimientos de la política moderna, nada más chocante que el
olvido de reglamentar el equilibrio de la población, relacionando proporcionalmente el número de
consumidores con las fuerzas productivas. En vano se descubrirían medios de alcanzar el
cuádruplo y aun el céntuplo de productos si el género humano estuviese condenado a pulular
como hoy, amontonándose una masa del pueblo triple y cuádruple del número que se debe fijar
para mantener el bienestar graduado entre las diversas clases sociales.
En todo tiempo, el equilibrio de la población ha sido el escollo o uno de los escollos de la política
civilizada. Ya los antiguos, que tenían tantas regiones incultas que colonizar, no veían otro
remedio para la exuberancia de población que tolerar la exposición, el infanticidio, la degollación
del superfluo, de los esclavos, como lo hacían los virtuosos espartanos, o hacerlos perecer en
fiestas para la diversión de los ciudadanos de Roma, envanecidos con el pomposo nombre de
hombres libres, pero muy lejos de ser hombres justos.
Más recientemente se ha visto a los políticos modernos confesar su incapacidad para resolver el
problema, y puedo citar en corroboración de ello a Stewart, Wallace y Malthus, únicos publicistas
dignos de atención al respecto, porque confiesan la impotencia de la ciencia. Sus sabias opiniones
sobre el círculo vicioso de la población son ahogadas por los juglares economistas, que descartan
ese problema como tantos otros. Stewart, más leal, lo ha tratado muy bien en su hipótesis de una
isla que podría alimentar fácilmente a 1.000 habitantes de fortuna desigual; pero -dice- si esta
población se eleva a 3 o 4, 10 o 20.000, ¿cómo mantenerla?
Se responde que se necesitaría entonces colonizar, enviar caravanas de emigrantes; pero esto es
desviar la cuestión; porque si el globo entero estuviese poblado por completo, ¿qué iba a
colonizarse?
Los sofistas responden que el globo no está poblado y no lo estará tan pronto; es uno de los
subterfugios de la secta Owen que, prometiendo la dicha, elude el problema del equilibrio de la
población, diciendo que se necesitarían 300 años lo menos antes del lleno completo. Se engaña;
no se necesitan más que 150; pero como quiera que sea, es ridículo relegar la solución de un
problema para dentro de tres siglos, y sin garantir que se solucione en esa época. Por otra parte,
aunque faltasen los 300, sería siempre una teoría muy defectuosa esa de una dicha o pretendida
dicha que, al cabo de tres centurias, había de desvanecerse por una culpa de la política social: por
exceso de población.
Además, como es evidente que ese azote no tardará 300 años sino 150, en el caso de paz
universal y abundancia general que proporcionará el estado socialista, necesítase que la teoría de
este nuevo orden facilite medios muy eficaces de prevenir el exceso de población, limitando el
número de los habitantes del globo a la justa proporción de los medios y necesidades, a 5.000
millones aproximadamente, sin peligro de verla elevarse aún a 12.000 millones, exuberancia que
sería inevitable bajo la organización civilizada.
La naturaleza, en el estado socialista, opone cuatro diques al exceso de población:
1° El vigor. Estamos viendo ya la influencia entre las mujeres de la ciudad. De cada cuatro
estériles, hay tres robustas; mientras que las mujeres delicadas son de una fecundidad
demasiada y fastidiosa. Las estériles son de ordinario las que se hubieran creído más aptas para
procrear. Se me replicará que en el campo las robustas no son estériles. Ya lo sé. Es una prueba
de que se debe obrar por encadenamiento de los cuatro medios combinados, y no por la aplicación
de uno de ellos aisladamente.
2° Régimen gastrosófico. ¿De dónde nace esa diferencia de fecundidad en favor de las campesinas
robustas? Es la consecuencia de la vida sobria, de los alimentos groseros, predominando los
vegetales. Las ciudadanas tienen alimentos delicados; es un medio de esterilidad que resultará
muy poderoso en la Armonía, donde todos son gastrónomos refinados. Desde luego, combinando
el extremo vigor de las damas armónicas, con lo delicado de los manjares de que gozarán, se
tienen ya dos medios que encaminan a la esterilidad. Paso por alto las objeciones cuyo examen
llenaría un artículo más largo que éste. Recuérdese que hago sólo un resumen.
3° Las costumbres panógamas (Sobre este punto, Fourier lo desarrolla en un ensayo especial
denominado De la condición de la mujer).
4° El ejercicio integral, distribuido sobre todas las facultades corporales por medio de sesiones
cortas y alternadas de funciones. No se han observado nunca los efectos que causa en la
pubertad y en la fecundidad una diferencia de ejercicios corporales; los contrastes a este respecto
son asombrosos; vemos a los campesinos llegar a la pubertad más tarde que los ciudadanos o los
hijos de los ricos que viven en el campo; la fecundidad está del mismo modo subordinada a esas
influencias gimnásticas. Si el ejercicio corporal es integral, extensivo a todos los músculos del
cuerpo, alternativa y proporcionalmente, las partes genitales se desarrollan más tarde. Se ve la
prueba en los hijos de los príncipes que se casan a los catorce años, mientras los hijos de los
aldeanos trabajadores no son frecuentemente útiles a los dieciséis. Cuando se sepan emplear
combinadamente los cuatro medios expuestos más arriba, los riesgos de fecundidad y esterilidad
se tornarán lo contrario de hoy; es decir, que en vez del exceso de población se tendrá que temer
el déficit; y se tomarán medidas para excitar esa fecundidad que todo hombre prudente teme hoy.
El hombre sensato sólo desea tener un pequeño número de hijos, a fin de asegurarles la fortuna
sin la cual no hay dicha; el hombre irracional y carnal procrea hijos por docenas como Fath Alí,
sha de Persia; excusándose con que es Dios quien los envía y jamás habrá demasiadas personas
honradas, Dios quiere, por el contrario, limitar el número en proporción con los medios de
subsistencia; y el hombre social se rebaja al nivel de los insectos cuando crea esos hormigueros
de niños que serán reducidos a devorarse mutuamente entre ellos por exceso de número; no se
comerán materialmente como los insectos y los peces, o las bestias feroces; pero se devorarán
políticamente por medio de las rapiñas, las guerras y las perfidias de esta civilización perfectible.