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Elsa Osorio y Doble fondo, su última novela


“Es peligroso que en este país se pueda ir
tan para atrás”

La autora reconoce que se angustió mucho con la escritura


de esta novela, que reconstruye la historia de una militante
secuestrada junto a su hijo de tres años y brutalmente
torturada en la ESMA. Una ficción policial que transcurre
entre Argentina y Francia.

Por Silvina Friera

Osorio presentará su libro hoy en Dain Usina Cultural, junto a Miriam Lewin y Mempo Giardinelli.
Imagen: Bernardino Avila

Lo trágico de la historia de una madre militante como


Juana Alurralde, víctima del terrorismo de Estado que
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fue secuestrada junto a su hijo Matías de tres años y


torturada salvajemente en la Escuela de Mecánica de
la Armada, no es que haya tenido que lograr que uno
de los torturadores del grupo de tareas, Raúl Radías,
alias “El Rulo”, le devuelva el niño al padre, para
exiliarse los dos en Holanda. Quizá lo más difícil fue
domesticar la repulsión que le generaba Radías,
aparentar formar no sólo una pareja con él, sino
también “colaborar” con los represores, sin salir a
marcar ni entregar a nadie. Más de veinte años
después, la inminencia del abrazo entre esa madre y el
hijo no se produce. O se consumará a través de la
lectura de una carta, que Juana le escribió a su hijo
para explicarle lo que vivió en el pasado. Doble fondo
(Tusquets), la última novela de Elsa Osorio que se
presenta hoy a las 19 en Dain Usina Cultural (Thames
1905) junto a Miriam Lewin y Mempo Giardinelli, es
una excepcional ficción policial que transcurre a dos o
cuatro tiempos –1978 y 2004, 1984 y 2006– y en dos
países: Argentina y Francia.
La novela comienza en 2004, cuando aparece el
cadáver de Marie Le Boullec en La Turballe, una
médica de origen argentino que vivía en Saint-Nazaire
y que no tenía más familia que su marido, Yves Le
Boullec, que había muerto un año atrás. La causa de su
deceso fue asfixia por inmersión. ¿Suicidio o
asesinato? El comisario Fouquet busca la verdad,
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como Muriel, una joven periodista francesa


impresionada por la cantidad de ahogados que hubo en
la Argentina en los años 70; y también Marcel, amigo
de Muriel que empieza traduciendo los correos entre
Matías Cortés y una supuesta amiga de su madre y
termina siendo una pieza clave en la resolución de la
pesquisa. “Hay algo que me vuelve y me vuelve y que
no alcanzo a explicarme. Cuando estábamos en
Ámsterdam con mi viejo y su mujer, ella fue a verme.
Y dijo que venía de París, lo recuerdo porque me trajo
un trencito, y me hacía chucuchuc en francés. ¿Qué
hacía en Paris? Estaba prisionera en la ESMA, ¿podía
ir a París? ¿Vos sabés algo de eso? Mi viejo no dice
más que: no pienses en esas cosas, te va a hacer mal,
olvidate de tu madre. Y a Raúl no le voy a preguntar,
no da. Antes lo veía, de vez en cuando, cuando era
chico me venía a visitar. Pero no lo banco desde ese
día que se puso loco y me sacudió, me hacía
preguntas, dijo que yo sabía algo de mi vieja y se lo
ocultaba (…) No quise verlo más, aunque a veces lo
veo, en casa del viejo, pero ni bola nos damos. Con el
viejo, en cambio, se lleva bien, se hicieron amigos con
los años, qué cosa, ¿no? Los dos ex de mi madre.
Hasta hacen negocios juntos. Ya no es marino, hace
siglos, creo que desde que ella se fue o quizá antes. Se
retiró. Es un empresario no sé bien de qué pero sí que
está podrido en guita: oficina en Puerto Madero,
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campo, casas, hasta un avión tiene”, le escribe Matías


en un mail a Soledad, la supuesta amiga de Juana.
“¡Qué gran día, casi todos los personajes de mi novela
han sido condenados!”, exclama Osorio ante el
histórico fallo del pasado miércoles 29 de noviembre
por los crímenes de lesa humanidad en la ESMA por el
cual el Tribunal Oral Federal Número 5 condenó a
prisión perpetua a Jorge Eduardo “El Tigre” Acosta,
Alfredo Astiz, Ricardo Cavallo y Juan Antonio Azic,
entre otros de los 29 condenados. La escritora empezó
Doble fondo en 2011, bajo el imperativo de ampliar
más la investigación sobre el Centro Piloto París,
creado por la dictadura cívico militar para contrarrestar
las denuncias de violaciones a los derechos humanos
en el exterior. Pero la escritura de la novela –que está
dedicada a la memoria de Carlos Slepoy (1949-2017)–
se fue concentrando en el personaje de Juana y los
personajes franceses que investigan la muerte de la
doctora Le Boullec. “Me encontré con algo que me
interesó mucho: el COBA, el Comité de Boicot al
Mundial de fútbol en Argentina, que fue bastante
controvertido porque los argentinos que estaban en
París de Montoneros y el PRT no estaban de acuerdo
con boicotear el mundial. Yo entrevisté a François
Gèze, el creador del COBA que había venido muy
joven a la Argentina. Hubo una enorme campaña de
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solidaridad en Francia”, recuerda Osorio en la


entrevista con PáginaI12.
– ¿Por qué una parte de la novela sucede cuando
asesinan a Elena Holmberg?
–Ella aparece en la novela en una situación ficticia
porque me servía para mostrar que esta mujer se opone
a Massera, pero además Elena está en un lugar de
poder, viene de una familia de poder, es prima de
(Alejandro) Lanusse; pero le parece que esos militares
son horripilantes. Alguien que interfería en los
negocios y se volvía un obstáculo había que
eliminarlo. Por eso en la novela uso la expresión
“represión mafiosa”. “El Rulo”, el personaje que me
invento, participa de esa mafia represiva.
–Le atribuye el asesinato de Elena Holmberg al
“Rulo” en la novela, ¿no?
–No se dice que el asesino es él, pero el día en que
desaparece Elena Holmberg lo pongo al “Rulo” junto a
“Ruger”, (Jorge) Radice. El “Rulo” es una
representación del grupo de tareas de la ESMA, hecho
de pedazos de Radice y de (Ricardo) Cavallo. Aunque
la situación es de ficción, lo cierto es que hubo
detenidas en la ESMA que tuvieron un “protector”, o
como quieras llamarlo. Yo no escribo para demostrar
nada, pero a Juana la “chupan” con su hijo y logra
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sacar al hijo de la ESMA. Y “Rulo” fue el que logró


que sacaran al nene. Hubo tres mujeres que fueron
secuestradas con sus hijos, pero la protagonista de mi
novela no es ninguna de ellas. Juana es una militante,
un cuadro importante que ha estado en las FAR. Ella
tiene la protección del “Rulo”, que es el brazo derecho
de Massera; entonces el “Rulo” puede ser Radice,
puede ser Cavallo, estos tipos que dentro del grupo de
tareas fueron los que estuvieron en los lugares
económicos importantes. Yo invento que ella tiene una
aventura con un francés. Juana está rodeada de muerte
pero aparece el sexo y una situación amorosa que hace
que ella sienta que está viva. Entonces Juana se
pregunta cuál es el límite.
–Ese límite aparece cuando “El Rulo”, el hombre
que la torturó, le plantea que quiere tener hijos con
ella, ¿no?
–Sí, ella se da cuenta de que no va a poder seguir con
él. Es difícil imaginar lo que fue estar en la ESMA,
que la dejaran viajar a París para trabajar en el Centro
Piloto, que le compraran un perfume caro, y luego
volver a la ESMA. Todo era enloquecedor en la
ESMA. Juana siguió los pasos de todas las prisioneras
que hicieron trabajo esclavo. Yo diría que al “Rulo” lo
condenaron hoy a perpetua. Me interesó meterme en
ese personaje, que está muy enamorado de Juana
porque no conoce a mujeres como Juana. El “Rulo”
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quiere convertirla en la imagen de mujer qué él quiere:


una mujer ama de casa que tiene hijos. A Juana lo
único que le interesa es el reencuentro con el hijo y
ella elige una opción. En la ficción no sigo ninguna
historia en particular, sino que hay un deseo de
corregir la historia. Yo escribí esta novela en un
momento diferente del país. En 2011, 2012, se podía
plantear matices sobre la militancia política de los 70 y
sus contradicciones.
Las ideas quedan impresas en la mente como un
tatuaje indeleble. “Yo quería que a la doctora Le
Boullec la tiraran de un avión en Francia. Una de las
cosas que averigüé es que la digitalización de los
pasaportes, las huellas, cambió en el 2005 y entonces
me complicaba algunas cuestiones; por eso transcurre
entre 1978 y 2004. Primero matan a la doctora,
después descubren que ella está muerta y ahí aparece
toda la historia de la identidad de la doctora. En ese
momento estaban por empezar los juicios acá. Un poco
quería contar cómo fue el largo proceso hasta llegar a
un día como hoy. “El Rulo” deja vivo al hijo de Juana
porque lo tiene como un cebo para encontrarla a ella.
Matías es un hijo con un perfil distinto porque es un
hijo, como también sucedió, que ha sido criado por el
padre, y dice: ‘mi mamá prefirió la política más que a
mí’… El personaje, al final, va cambiando… Es una
novela con la que me angustié bastante”, reconoce la
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autora de A veinte años, Luz, primera novela sobre la


apropiación de menores que se publicó en España en
1998.
– ¿Cómo explica la angustia que le generó la
escritura de la novela?
–Yo estuve en París, en una residencia de escritores, y
fui leyendo todos los informes que había de las
distintas asociaciones en Francia sobre los
desaparecidos argentinos, mientras acá se estaba
discutiendo el número, que eran siete mil y pico...
Discutir el número de desaparecidos es una aberración
porque no podés confundir el número de hábeas
corpus que se presentaron con las personas que
desaparecieron. Además es una novela dura por lo que
pasa y mientras estuve en el mundo de Doble fondo
estuve viviendo lo que pasaba en la novela. Hay
momentos en que Matías es muy duro con su madre,
pero yo quiero mucho a ese personaje.
El desvío anecdótico se impone. Osorio tiene una
anécdota que se resignifica en ese presente político.
“Cuando averigüé que si aparecía un muerto en La
Turballe, la que tenía que investigar era la
Gendarmería francesa, me negué rotundamente a tener
un personaje piola que fuera de la Gendarmería.
Entonces inventé que las jurisdicciones estaban un
poco confusas para que fuera un comisario que le
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interesara la verdad el que investigara. Mi editora


francesa, cuando leyó la novela, me preguntó por qué
yo hacía tanto esfuerzo para que no interviniera
Gendarmería. No podía poner que iba a investigar la
Gendarmería”, reconoce la escritora y agrega que cree
que ese rechazo es una marca generacional.
–Primero fue el número de desaparecidos. Después
el aumento de la violencia institucional con dos
casos paradigmáticos: las muertes de Santiago
Maldonado y Rafael Nahuel. ¿Cómo está viviendo
este presente político?
–Yo tengo muchísima inquietud por todo lo que está
pasando. Cuando fue lo del 2x1 y la inmediata
reacción de la gente, pensé que no nos iban a pasar por
arriba en esto. Pero después la insistencia de Patricia
Bullrich en defender a la Gendarmería me pareció
vergonzosa. Mucha gente tomó a Santiago Maldonado
como el símbolo del “Nunca más”. Una cosa que
pensé mucho y que está relacionada con mi novela
tiene que ver con aparecer muerto en el agua. Para el
imaginario colectivo argentino aparecer en el agua está
ligado a la desaparición forzada, a los “vuelos de la
muerte”, aunque a Santiago Maldonado no lo tiraron
de un avión. Pero me parece simbólico que aparezca
en el río, como apareció Elena Holmberg en el río
Luján. Hay una siniestra originalidad que es
desaparecer a la gente en el agua. No todos los
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desaparecidos están en el agua, pero a Santiago


Maldonado lo encuentran en el agua. Desde que la
primera madre reclamó por su hijo desaparecido, todas
las personas y los organismos durante estos años
llegamos a esto: a no olvidar lo que hicieron ellos.
Pero también a no olvidar lo que hicimos los que
llegamos hasta acá. De eso me quiero agarrar para
seguir, porque me parece peligroso que en este país se
pueda ir tan para atrás, aunque realmente hay síntomas
inquietantes. Yo leía los comentarios de las notas de
los diarios y me preguntaba: ¿esa gente, dónde está?
Ahora a esa gente la estamos escuchando todos los
días y me pregunto cómo puede haber personas tan
malas, porque podemos pensar cosas muy distintas
sobre cómo organizar el país y la economía, pero
cómo podés ser tan aberrante y celebrar que alguien
desaparezca o sea asesinado. Yo creo que es porque
estas personas pensaban así, pero antes no se permitían
decirlo… Yo espero que no se avasalle lo que hemos
hecho en derechos humanos en este momento de
desánimo o de miedo. Me impresiona que por
momentos tengo esa sensación de miedo que pensé
que no iba a sentir nunca más en mi vida y no quiero
que eso me dañe. Por eso prefiero señalar lo que
hicimos, lo que hacemos, que la gente se movilizó por
Santiago Maldonado. Aunque estoy preocupada, no
quiero que nos desmoralicemos. Aquellas personas
que dicen que “los desaparecidos bien desaparecidos
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están” son miserables. Cualquier apología del odio y


del “hay que matar” la tenemos que denunciar como
ciudadanos.
–Ese tipo de formulaciones que proponen el “hay
que matar” o que avalan la desaparición forzada de
personas minan cada vez más el pensamiento
democrático…
–Yo no digo que esto es una dictadura. Este es un
gobierno que ha sido votado y acaba de ser refrendado.
Más bien tenemos que cuidar las ventajas de la
democracia. Lo que pasa es que me animo y me
desanimo, pero por suerte tengo la escritura. Yo creo
que se hace política con todo.
– ¿Con la escritura también?
–Sí, la escritura es una forma de hacer política y no me
parece mal. La palabra es un arma de lucha y yo no me
arrepiento de usarla.

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