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serie textos
1
Esta colección representa un esfuerzo conjunto del Departamento de Publicaciones de la
Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y la Editorial Universitaria de Buenos
Aires (EUDEBA).
La Serie Textos tiene por objeto poner a disposición de los estudiantes, en forma sistemática
y accesible, artículos y otros materiales habitualmente requeridos como lectura obligatoria
por diferentes cátedras de la facultad, que hasta el momento se encontraban dispersos. En esta
inteligencia, pretende además servir de vehículo para que los estudiantes accedan –en versio-
nes en castellano– a artículos fundamentales para las diferentes materias, originalmente escri-
tos en lenguas extranjeras.
Esta serie intenta asimismo estimular la producción de textos inéditos preparados especial-
mente para satisfacer los requerimientos de los cursos.
El objetivo final de la Serie Textos es el de contribuir, con nuevos aportes, a la discusión y a la
reformulación de la enseñanza del Derecho en la Argentina.
2
DESDE OTRA MIRADA
TEXTOS DE TEORÍA CRÍTICA
DEL DERECHO
Christian Courtis
(Compilador)
Departamento de Publicaciones
Facultad de Derecho
Universidad de Buenos Aires
3
Desde otra mirada : textos de teoría, crítica del derecho / compilado por Christian
Courtis. -
2a ed. - Buenos Aires : Eudeba, 2009.
600 p. ; 16x23 cm.
ISBN 978-950-23-1653-6
Eudeba
Departamento de Publicaciones
Facultad de Derecho
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES
© 2009
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires.
Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar
Impreso en Argentina.
Hecho el depósito que establece la ley 11.723
4
Índice
5
Las marcas del vacío en el discurso social ............................................................ 235
Nora Wolfzun.
“¡Identifíquese!” Apuntes para una historia del control de las poblaciones ............ 243
Gabriel Ignacio Anitua
¿En el nombre de la democracia? Exploraciones en torno a los procesos de reforma
policial en la Argentina ................................................................................ 275
Máximo Sozzo.
Por una dogmática conscientemente política ...................................................... 303
Alberto Bovino y Christian Courtis.
Detrás de la ley. Lineamientos de análisis ideológico del derecho .......................... 343
Christian Courtis.
El poder judicial frente a los conflictos colectivos ................................................ 397
José Eduardo Faria.
La democracia constitucional ............................................................................ 431
Luigi Ferrajoli.
El Estado y el derecho en la transición posmoderna: para un nuevo sentido común
sobre el poder y el derecho .......................................................................... 449
Boaventura de Sousa Santos.
El sexo del derecho ........................................................................................... 481
Frances Olsen.
Nuevos desarrollos de la teoría jurídica ............................................................... 501
Robert W. Gordon.
Cómo “descongelar” la realidad legal: una aproximación crítica al derecho ............ 519
Robert W. Gordon.
La educación legal como preparación para la jerarquía ......................................... 549
Duncan Kennedy.
¿Son los abogados realmente necesarios? ............................................................. 579
Entrevista a Duncan Kennedy.
6
Prólogo a la segunda edición revisada,
corregida y ampliada
7
Departamento de Publicaciones de la Facultad de Derecho de la Univer-
sidad de Buenos Aires, a cuyo interés e insistencia se debe en gran medida
la reedición de este volumen.
El libro está dedicado a la memoria de Enrique Eduardo Marí, maes-
tro y ejemplo para muchos de los colaboradores de esta compilación.
Christian Courtis
Ginebra, febrero de 2008
8
Derecho, democracia y teorías críticas
al fin del siglo
Alicia E. C. Ruiz
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Alicia E. C. Ruiz
10
Derecho, democracia y teorías críticas al fin del siglo
11
Alicia E. C. Ruiz
12
Derecho, democracia y teorías críticas al fin del siglo
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Alicia E. C. Ruiz
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Derecho, democracia y teorías críticas al fin del siglo
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Alicia E. C. Ruiz
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Derecho, democracia y teorías críticas al fin del siglo
Bibliografía
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Notas acerca de la Teoría
Crítica del Derecho
Carlos María Cárcova
1. Preliminar metódico
19
Carlos María Cárcova
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
21
Carlos María Cárcova
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
2.2 Con la sutileza que le es propia, Norberto Bobbio, sin duda uno
de los grandes juristas y politólogos del siglo XX, comprendiendo estos
límites, ensayó una inteligente defensa del positivismo, con el que siem-
pre se identificó, aunque desde una perspectiva muy heterodoxa que, como
el mismo sostenía con frecuencia, lo acercaba al pensamiento crítico.2 Así,
distinguió entre un positivismo que denominó “ideológico”, versión ex-
trema, dogmática y ortodoxa; de un positivismo “metodológico”, más
abierto y flexible, cuya identidad fundamental consistía en concebir al
derecho como un dato de la realidad, como una creación práctica e histó-
rica de la evolución social. Naturalmente, desde entonces, ningún positi-
vista se asumió a sí mismo como ideológico. Sin embargo, unos y otros
compartían ciertos presupuestos epistemológicos que la Crítica Jurídica
cuestionaba radicalmente.
Por una parte, la clara asunción de un modelo de tipo explicativista,
importado de las llamadas ciencias duras, como único modo de conocer.
La física era la más desarrollada de las ciencias fácticas, por lo tanto había
que aplicar al conocimiento de lo social ese modelo, básicamente el méto-
do hipotético deductivo y al mismo tiempo los notorios desarrollos en el
campo del conocimiento formal de las lógicas modales. Algunas de estas
ideas ya estaban presentes en el nacimiento del positivismo. Recuérdense
las recomendaciones de A. Comte, el “padre” de la sociología, en su ya
emblemática obra, no por casualidad bautizada “física social”: “...hay que
tratar a los hechos como si fueran cosas...”. El problema consiste en que los
hechos a los que se refieren las ciencias sociales en general y el derecho en
particular, son conducta humana y ésta es difícil de tratar como una cosa,
por ser escasamente pesable o medible. La asunción de un punto de vista
explicativista implica una concepción monista del conocimiento, para la
que hay sólo un modo de conocer, predominantemente el de la física
(fisicalismo), al tiempo que un único enlace entre las proposiciones, el de
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Carlos María Cárcova
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
3. Cf. Cárcova, Carlos: “La idea de ideología en la Teoría Pura del Derecho”, Buenos Aires, Ed.
Cooperadora, 1972; “Derecho y marxismo”, en Derecho, Política y Magistratura, Buenos Aires, Biblos,
1996; La opacidad del derecho, Madrid, Trotta, Madrid, 1998.
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Carlos María Cárcova
Por otro lado, en Italia la corriente del “Uso Alternativo del Derecho”, en
la que militaron autores de la talla de Barcellona, Ferrajoli, Senese, Accatatis
y muchos otros. Tuvieron una marcada influencia además de en su país de
origen, en España y postularon una interpretación alternativa de las nor-
mas jurídicas, a partir de las anfractuosidades, vacíos y lagunas semánticas
del discurso del derecho, de suerte que dejara de ser un instrumento de
justificación de la opresión política y social y pasara a ser un instrumento
capaz de servir los intereses históricos de los desposeídos, de los discrimina-
dos, de los desfavorecidos. Sus elaboraciones doctrinales tuvieron una gran
influencia en el pensamiento de los jueces progresistas y fueron determi-
nantes en el surgimiento de la sindicalización judicial en muchos países y
en el diseño de programas de acción para agrupaciones tales como “Magis-
tratura Democrática” de Italia o “Jueces para la Democracia” de España.
Por último, debe mencionarse al movimiento de los “Critical Legal Studies”,
de origen anglosajón, que posee manifestaciones importantes en Inglaterra
(Peter Fitzpatrick y Bernard Jackson, entre otros) y en EE.UU. (Duncan
Kennedy, Roberto Unger, Robert Gordon, etc.). Entre estos autores ha
predominado una concepción “deconstructivista”, no sólo por la influencia
del pensamiento derridiano, sino también por el declarado propósito de
exhibir los límites ideológicos del derecho aplicado, su generalizado modo
de operar como mecanismo de reproducción del poder y de la dominación
social. Algunos, sin embargo, no rechazan la posibilidad de basar en la
crítica de los paradigmas tradicionales un modelo reconstructivista que per-
mita dar cuenta del derecho de la postmodernidad (Unger).
En cualquier caso, todas estas corrientes han pasado, paulatinamente,
de la denuncia y la crítica radical, a planteos teóricos más elaborados que
han contribuido a renovar, de manera considerable, el debate doctrinal.4
La influencia italiana y francesa ha tenido mayor fuerza en países como
México, Brasil y Argentina. La influencia anglosajona parece predominante
en países como Perú y Colombia. De todos modos, América Latina posee
un perfil propio y movimientos de juristas críticos de relevancia, que vienen
desplegando temáticas originales y análisis de considerable profundidad.
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
Vuelvo aquí sobre algunas ideas que sobre el mismo asunto he desarro-
llado de manera más extensa en un trabajo anterior, mencionado ya en la
nota número 4.
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Carlos María Cárcova
4.3 Por fin, este sesgo que intentamos describir en relación con los
estudios teóricos del derecho, se profundiza, pocos años después, de ma-
nera dramática. El proceso chileno fue interrumpido en 1973 por el
golpe pinochetista; el gobierno constitucional en la Argentina, de efí-
mera duración, fue derrocado en 1976 por los militares que encabezó Videla.
Uruguay sigue la misma suerte. Brasil es gobernada desde 1964 por las
fuerzas armadas. Se inicia en la región un período signado por la represión,
el terrorismo de estado, la desaparición forzada de personas y la violación
sistemática y descarnada de los más elementales derechos humanos.
Se comprende entonces, al precio más alto, el valor de las instituciones
democráticas y la importancia estratégica de la defensa de los derechos
humanos. Democracia y derechos humanos son las nuevas categorías de
la acción política y resulta necesario teorizarlas.
Digo, pues, que la articulación de todos estos factores que histórica-
mente se suceden en la región, explica también la aparición y desarrollo
de nuevos modelos de pensamiento jurídico y social, de prácticas jurídi-
cas alternativas, de revalorización de la democracia y la participación ciu-
dadana y de juristas que, afirmando las ideas del garantismo, necesariamente
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
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Carlos María Cárcova
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
7. Marí, Enrique E.: “‘Moi, Pierre Rivière...’, y el mito de la uniformidad semántica en las
ciencias jurídicas y sociales”, en AA. VV., El discurso jurídico, op. cit.
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Carlos María Cárcova
8. Entelman, Ricardo: “Discurso normativo y organización del poder”, en AA. VV., Materiales
para una Teoría Crítica del Derecho, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1991.
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
9. Ruiz, Alicia E. C.: “La ilusión de lo jurídico”, en AA. VV., Materiales para una Teoría Crítica
del Derecho, op. cit.
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Carlos María Cárcova
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
10. Cárcova, Carlos María: “Las funciones del derecho”, en AA. VV., Materiales para una Teoría
Crítica del Derecho, op. cit.
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Carlos María Cárcova
11. Con el riesgo asumido de incurrir en involuntarias omisiones corresponde citar entre
otros los trabajos de Claudio Martyniuk, Christian Courtis, Diego Duquelsky, Jorge Douglas
Price, Patricia Servatto, Lucia Assef, etc.
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
7. Consideraciones finales
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Carlos María Cárcova
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Diferentes modos de acceso
a la articulación entre derecho
y psicoanálisis
Enrique E. Marí
1. El amor del censor, Ediciones du Seuil, París, 1974, y El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre
el padre, Siglo XXI, son los escasos libros de Pierre Legendre traducidos al castellano. Legendre
es un activo estudioso del sistema industrial examinado desde un punto de vista psicoanalítico.
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Enrique E. Marí
Algunos de sus libros referidos a este sistema y al enlace del psicoanálisis con el derecho son
Jouir du Pouvoir, París, 1976, Minuit; La passion d’être un autre, du Seuil, 1978; Paroles
poétiques echapées du texte, du Seuil, París, 1982; Leçons II. Empire de la vérité, Fayard, París,
1983. Cuenta, además, con una excelente introducción a una recopilación de textos de E.
Kantorowicz, Mourir pour la patrie, P.U.F., París, 1984. Sus últimos trabajos, todos elaborados
en París, son: Leçons IV. L´inestimable objet de la transmission, Fayard, 1985; Leçons VI. Le désir
politique de Dieu, Fayard, 1985 y Leçons III. Dieu au miroir, Fayard, 1994.
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
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Enrique E. Marí
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
Otro de los casos más clásicos, quizá, de esta relación instalada entre
libido y poder, es La Chanson de Roland, el paradigma más representativo
de los poemas épicos.4 En un mundo rudo, en el que la mujer estaba
sometida a un sistema de control y obediencia conyugal, como se puede
percibir también en Le ménagier de Paris. Traité de Morale et d’Économie
Politique, o en el Libro del Caballero de la Tour Landry (1327): su papel
queda limitado a asegurar la descendencia, el linaje.
Así lo exigen los bellatores, los señores de la guerra y de la rapiña. El
amor se evade del casillero de la mujer y pasa al del poder. El sueño de
Paderborn del Emperador Carlomagno de incorporar nuevas tierras había
fracasado, no menos que su cerco a la ciudad de Zaragoza. Luego de un
año de intenso batallar, y sublevados los sajones, decide su retirada a
Francia, y cruza los Pirineos de regreso. Rolando, el Conde, el héroe, se ve
emboscado en la retaguardia en Roncesvalles. Puro afán de combatir, no
escucha imprudente las voces de Oliverio, su escudero, quien lo insta a
tocar su famoso cuerno de marfil, llamando en su auxilio al emperador de
la cristiandad. El diálogo, en que se muestra el orgullo desmedido y su
irracional esperanza, pronto abandonada, en una victoria, es terminante:
LXXXIII. Oliverio dice: “Los paganos apresuran el paso, y me parece que
nosotros, franceses, somos bien pocos. Compañero Rolando, tocad, pues, vues-
tro cuerno. Carlomagno lo escuchará, y el ejército retornará”.
Rolando responde: “De hacerlo perdería mi reputación en la dulce Fran-
cia. Voy a golpear a Durendal con fuertes golpes. La hoja de la espada sangra-
rá hasta el oro de la guarnición. Estos paganos felones han arribado a puerto
para su desdicha. Os lo aseguro, están todos marcados por la muerte”.
“LXXXIV (...) Ne plaise à Dieu qu´à cause de moi mes parents soient
blamés et que la douce France tombe dans 1´humiliation. Non...” (“LXXXIV
(...) No quiera Dios que por mi culpa mis padres sean censurados y la
dulce Francia humillada. No...”).
Desde el primer instante, Rolando no anunció recuerdo ni nostalgia
alguna por su amada, la bella Aude. Las cotas amarillas de los sarracenos
y siete mil clarines le hacen intuir su funesto e inmediato destino.5 En
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Enrique E. Marí
6. Faral, Edmond, La Chanson de Roland, Mellottée Editeur, París. Véase también la versión de
Joseph Bédier de Le Roman de Tristan et Iseut, L´Édition d´Art, París.
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
7. Este artículo, junto con otros que constituyen una dimensión muy distinta de los análisis de
Hans Kelsen en la medida que atañen a sociología, psicoanálisis, filosofía griega, han sido
completamente desatendidos por los teóricos del derecho que han tornado siempre alrededor
del formalismo de la Teoría Pura del Derecho. Ha sido editado en un valioso libro por Oscar
Correas, El otro Kelsen, UNAM, México, 1989. Se trata de trabajos todos ellos, prácticamente
desconocidos no sólo por los filósofos del derecho sino por los mismos psicoanalistas, quienes
encontrarán aquí valiosísimo material bibliográfico para el vínculo de Freud con Kelsen.
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Enrique E. Marí
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
así todo afán placentero por someterse es, a un tiempo, afán de someter a
los otros. La sumisión y la voluntad de poder constituyen el dorso y el
anverso de la misma medalla.
En su manifestación histórica, ningún creyente se ha satisfecho con estar
solo con su Dios. Su sumisión le ha servido siempre como imán para some-
ter a otros a este mismo Dios. Cuanto mayor y más apasionada es su lucha
por la divinidad, mayor es su impulso por dominar a otros en nombre de
ella, ya que el creyente se identifica psicológicamente con esa divinidad.
Ocurre aquí lo mismo que pasa con la psicología de lo social: uno se somete
a la autoridad del grupo para que otros lo hagan también. La tesis freudiana
del Yo reprimido es adoptada en buena parte por Kelsen: el Yo se identifica
incondicionalmente con el grupo exaltado en forma desmesurada, con lo
que se compensa la sumisión del individuo por su propia exaltación. Así
como el primitivo en ciertas épocas, cuando reviste la máscara del animal
totémico –su ídolo tribal–, puede cometer los atropellos prohibidos de
ordinario por estrictas normas, así el hombre civilizado puede, escudándose
en la máscara de su Dios, su Nación, su Estado, dar curso a todos los
instintos que, como simple miembro del grupo, debe suprimir con cuida-
do dentro de sí. Nadie puede alabarse a sí mismo sin ser considerado pre-
suntuoso, pero cualquiera puede alabar a Dios, su Nación, su Estado sin
temor alguno, aun cuando de este modo se entrega a su vanidad. Dos con-
clusiones de Kelsen resultan ineludibles. La primera es que “mientras que al
individuo como tal no se le reconoce ningún poder político para que coac-
cione, domine o máxime mate a otros, es en cambio su derecho supremo
cumplir todo ello en nombre de Dios, la Nación o el Estado, a quienes
precisamente por ese motivo, ama como ‘su’ Dios, ‘su’ Nación, ‘su’ Estado,
y con los cuales se identifica en un acto de amor”. La segunda es que no
puede causar asombro que la teoría del Estado, la más acabada y desarrolla-
da de las construcciones sociales e ideologías, presente notorias coinciden-
cias con la doctrina de Dios, la teología.
El amor político tiene pues espacio en los textos de Freud y de Kelsen.
También forma parte importante de los diversos trabajos de Legendre,
que sólo cita a lo largo de su amplia obra muy de pasada a Kelsen. En
La désir politique de Dieu estudia diversos aspectos de esta cuestión, en-
tre ellos, su relación con el mensaje litúrgico del poder que pone en
escena el principio fundador, el principio de división o causal, de donde
proceden las nomenclaturas jurídicas de una sociedad. La palabra litur-
gia, viene del griego leitos, pueblo, no concebido como masa, como un
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Enrique E. Marí
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
física engendrada por los transportes en común o el ascensor esté ocultada por una fingida
indiferencia hacia el otro. La mirada se deposita por todos los lugares en donde no está el cuerpo
del otro, cada uno parece apasionarse por los cromados de la puerta, el polvo del suelo, o el
desgaste de la pared, incluso si los cuerpos están amontonados los unos contra los otros”.
9. Robert Graves, Claudio, el Dios, Alianza Editorial, Madrid, 1986.
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Enrique E. Marí
Lucio Eneo Séneca escribió una sátira en prosa y verso sobre las venturas y
desventuras de Claudio en el alto cielo. Sobre el amor político expresado en
los cuerpos nos dice que: “Cuando bajaban por la Vía Sacra, Mercurio pre-
guntó qué significaban todas esas multitudes. Sin duda no era el funeral de
Claudio. Era la más maravillosa procesión que se hubiera visto, y no se había
ahorrado gasto alguno para demostrar que el que se enterraba era un Dios.
Música de flauta, sonar de cuernos, una gran orquesta de bronce compuesta
de todo tipo de instrumentos; en rigor, un ruido tan espantoso que incluso
Claudio pudo escucharlo. (...) Cuando Claudio vio pasar su funeral entendió
por fin que estaba muerto. Un gran coro entonaba su endecha antifonaria: ‘Y
ahora, romano, golpéate el pecho/ De duelo está la plaza del mercado/ Lleva-
mos a un sabio a su último descanso/ al más valiente de los de su raza’”.
Claudio, desde luego, despertó en vida el contradictorio caudal de amor/
odio aludido por la sátira de Séneca quien, con relación al último sentimien-
to, recuerda la sentencia pronunciada en el alto cielo para compensar a todos
los que había asesinado en la tierra. Eaco pronunció esta sentencia, la más
terrible de las terribles que se puedan imaginar: Claudio debía agitar eterna-
mente los dados, en un cubilete sin fondo. El prisionero comenzó a cumplir
su sentencia en el acto, buscando a tientas los dados, cuando caían sin adelan-
tar nunca en el juego. “Sí, pues tantas veces como sacudía el cubilete, dis-
puesto a arrojarlos en el tablero, los dados desaparecían por el agujero infe-
rior/ Volvía a juntarlos y trataba otra vez de agitarlos y, como antes, dejarlos
caer.../ Y cuando se inclinaba de nuevo para tomarlos, se le escurrían de entre
los dedos y escapaban/ e interminablemente continuaban escapando”. Le ocu-
rría a Claudio lo que a Sísifo, cuando con trabajos infinitos, llevaba su roca hasta
la cima de la montaña del Infierno y ésta volvía a caer golpéandolo en el cuello.
Si inventariando ejemplos pasamos ahora al luminoso mundo de Homero,
es de recordar, como lo hace Erwin Rhode en Psique,10 las fiestas funerarias en
10. Erwin Rhode, Psique. La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos, Fondo de Cultura
Económica, México, 1948. Rhode añade múltiples aplicaciones en el mundo griego de los
rituales de purificación y expiación, ligados con el amor y el odio político, depositados en los
cuerpos y las almas. El arconte-Rey es el magistrado que regentea y administra en nombre del
Estado los asuntos religiosos heredados de la antigua monarquía. Los tribunales de sangre
funcionaban en Atenas en el Areópago, la colina consagrada a las diosas de la venganza. Las
Erinias, saliendo del reino de las almas, son las encargadas en caso de asesinato de vengar a la
víctima y aprehender al culpable. Lo siguen día y noche como la sombra al cuerpo; a la manera
de un vampiro le chupan la sangre y actuan, respecto de la víctima, como un animal que se le
entrega en sacrificio.
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
honor de las personas ilustres vinculadas con el poder, como la que Aquiles
ordena en homenaje de su amigo Patroclo, muerto por Héctor en batalla.
En la noche del día en que sucumbe Héctor, “Aquiles entona, con sus
mirmidones, el planto funerario en honor de su amigo; dieron tres vuel-
tas alrededor del cadáver y Aquiles, poniendo sobre el pecho de Patroclo
‘las manos asesinas’, le gritó: ‘Te saludo ¡Oh Patroclo!, aunque estés ya en
la morada del Hades; cuanto te prometiera, ahora será cumplido. El ca-
dáver de Héctor será entregado a los perros para que lo despedacen y las
cabezas de doce nobles jóvenes troyanos caerán junto a tu pira’. Tras ha-
berse despojado de la armadura, mandó a servir a los suyos el banquete
funerario; fueron degollados bueyes, ovejas, cabras y cerdas, y en torno al
cadáver corría la sangre con tanta abundancia, que podía recogerse con las
copas”. Por la noche se le apareció a Aquiles en sueños el alma de Patroclo,
instándole a que apresurara la ceremonia. Al alba desfila el ejército de los
mirmidones con sus armas. Llevando el cadáver, los guerreros depositan
en él sus cabellos cortados y Aquiles pone los suyos en las manos del
amigo muerto. Su padre se los había prometido al dios fluvial, Esperqueo,
pero como no le sería dado volver a su patria, decidió que los llevase
Patroclo al otro mundo, el Hades. Ofrenda de cabellos, de aceite, vino y
miel, derramamiento de sangre caliente y combustión de cadáveres y de
animales, expresan amor político y la intención de aplacar la psique y
quitar la furia de la persona recién muerta. Más tarde, el culto tributado
al muerto se combinó, en la época poshomérica, con los juegos agonales
que la tradición aconsejaba cerrar con pugilatos y que tenían por propósi-
to no sólo alegrar a los vivos sino regocijar al muerto.
Pero no es únicamente en Grecia y en Roma donde se encuentra este
nexo entre los cuerpos y el amor político (o su reverso el odio), sino en
toda época y lugar. Los panteones, los mausoleos y los cementerios de
todo el mundo contienen los más variados casos, desde Napoleón a Lenin,
desde el Cid Campeador y Carlos V a Stalin.
En América, contentémonos aisladamente con un caso, antes de referir
tres sumamente impactantes ocurridos en nuestro país: el de la guerra del
Chaco, el combate de Cerro Corá y la muerte de Francisco Solano López
por las tropas brasileñas del General Cámara. Arturo Bray11 escribe al
11. Arturo Bray, Solano López, soldado de la gloria y el infortunio, Ediciones Nizza, Asunción-
Buenos Aires, 1958.
51
Enrique E. Marí
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
héroes y tumbas:12 la larga marcha de las huestes del General Juan Lavalle,
que atraviesan la Quebrada de Humahuaca llevando su cadáver. En los
aledaños de Jujuy, en la quinta de los Tapiales de Castañeda, Lavalle
ordena a Pedernera acampar allí. Con una pequeña escolta va a Jujuy en
busca de una casa para pasar la noche. Está enfermo, se derrumba de
cansancio y fiebre. Sus compañeros se miran. Todo es una locura y tanto
da morir en una forma como en otra. Pedernera, que duerme sobre su
montura, cree haber oído disparos de tercerolas. Se levanta, camina en-
tre sus compañeros dormidos y se llega hasta el centinela. “Sí, el centi-
nela ha oído disparos, lejos hacia la ciudad. Pedernera despierta a sus
camaradas, piensa que deben ensillar y mantenerse alertas. Así se em-
pieza a ejecutar cuando llegan dos tiradores de la escolta de Lavalle,
gritando: ‘¡Han matado al general!’”.
Oribe ha jurado mostrar la cabeza del general en la punta de una pica,
en la plaza de la Victoria, pero esto no habrá de suceder, dice Pedernera.
En siete días podremos alcanzar la frontera de Bolivia y allá descansarán
los restos de nuestro jefe. Ciento setenta y cinco hombres galopan furiosa
y alternativamente, vivaquean durante siete días por un cadáver. El sar-
gento Aparicio Sosa expresa la intención del grupo en marcha hacia el
Norte: “Nunca Oribe tendrá la cabeza”.
Sábato escribe con profundo contenido poético. El Río Grande serpen-
tea como mercurio brillante. Siguen noches de silencio mineral en que sólo
se siente su murmullo por sobre los sangrientos combates entre los hom-
bres. “En medio de la destrucción de las torres, el alférez adolescente empe-
zaba a entrever otra, refulgente, indestructible. Una sola. Por ella valía la
pena vivir y morir. (...) Pedernera ordena hacer alto y habla con sus camara-
das: el cuerpo se hincha, el olor es insoportable. Habrá que descarnarlo para
conservar sus huesos y la cabeza. Nunca la tendrá Oribe”.
Los restos de la Legión siguen su galope hacia el norte, perseguidos por
Oribe. Sobre el tordillo de pelea, envuelto en su poncho, pudriéndose,
hediendo, sigue su marcha el cuerpo hinchado del general. En aquella
desolada región planetaria de la Quebrada, los ciento setenta y cinco hom-
bres pronto no se distinguirán, polvo entre el polvo. Más tarde, al sépti-
mo día, llegan una noche a la frontera y entran en tierra boliviana. Por fin
pueden derrumbarse, descansar y dormir en paz, pensando, entre caranchos
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Enrique E. Marí
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
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Sobre la narración hermenéutica
de la normatividad:
tesis sobre la hermenéutica,
la novela del derecho y la retórica
Claudio Martyniuk
1. Nils Christie, La industria del control del delito ¿La nueva forma del Holocausto?, Buenos Aires,
del Puerto, 1993, p. 190. La sombría conclusión parece validar las tesis luhmannianas que sin
duda llevan, con cierto nihilismo, del conocimiento a la aporía de la decisión práctica.
59
Claudio Martyniuk
1. Hermenéutica
2. Aldo Giorgio Gargani, “La copia y el original”, en Gianni Vattimo (compág.), Hermenéutica
y racionalidad, Bogotá, Norma, 1994, p. 91.
3. Cf. Enrique Rickert, Ciencia Cultural y Ciencia Natural, Espasa-Calpe, Madrid, 1965.
4. Resulta sugestivo el planteo de Boris de Schloezer y Marina Scriabine en Problemas de
música moderna Seix Barral, Barcelona, 1960, p. 65: “Entre el compositor y el oyente se
60
Sobre la narración hermenéutica de la normatividad...
61
Claudio Martyniuk
7. W. Sellars usa el mismo argumento con relación a la tesis de que aprender a usar un lenguaje
es aprender a obedecer las reglas de ese lenguaje. Cf. su libro Ciencia, percepción y realidad,
Alianza, Madrid, 1971. Sin duda, encuentra origen en la proposición 212 de Investigaciones
filosóficas de Wittgenstein. Esta línea de discusión sobre las reglas es nítidamente
wittgensteiniana, pero remite a la tradición escéptica. Se debe recordar entonces, una cita
pirrónica traída por Diógenes Laercio: “El juez del criterio será juzgado por el otro; éste, por
otro, y así al infinito. Además, que hay discrepancia acerca del criterio, diciendo unos que es
el hombre, otros que los sentidos, otros que la razón, y otros que la fantasía o imaginación
comprensiva o perceptiva. Pero el hombre discuerda, ya de sí mismo, ya de los otros hombres,
como consta en la diversidad de leyes y costumbres: los sentidos engañan; la razón discuerda;
la fantasía perceptiva es juzgada por el entendimiento, y finalmente, el entendimiento es vario
y mudable. Así que es incógnito el criterio, y por lo mismo lo es la verdad”. Vidas, opiniones y
sentencias de los filósofos más ilustres, Buenos Aires, Ateneo, 1959, pp. 525-526.
8. Noam Chomsky, El conocimiento del lenguaje, Barcelona, Altaya, 1994, p. 266.
9 Cf. sobre lo referido al conocimiento del lenguaje, N. Chomsky, op. cit., p. 295.
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Para la teoría del derecho será interesante advertir cómo la tesis hartiana
se encuentra en un punto de tensión, donde unos la llevan al campo de la
pureza (Bulygin) mientras que otros la contaminan (Dworkin) aportan-
do (i) una dimensión significativa y comprensiva, irreductible en su sen-
tido práctico –valorativo–, que hace (ii) de la cultura del participante –y
de lo que su cultura es– la constitución del significado de su acción. Sólo
a partir de este nivel de comprensión previa –evaluativa– la explicación
causal será posible.
Esta postura hace depender del contexto y de la participación la com-
prensión del sentido de una acción, y –fuera del mismo– la racionalidad
no podría serle atribuida al acto. De esta forma, la hermenéutica resulta
una teoría de la prueba,10 cuando no una teoría antimetodológica.11
Y es que el corazón epistemológico nuevamente remite al dilema de si
disipamos el emergente simbólico social en la naturaleza o, por el contra-
rio, acentuamos su diferenciación y especificación. Lo interesante es que
de ello deriva el sostener uno o varios conceptos de reglas. J. Rawls acertó
a formular las preguntas: ¿se puede hablar en el mismo sentido de regula-
ridad a propósito de las cosas de la naturaleza que a propósito de las cosas
humanas? ¿Las reglas que gobiernan una conducta son otra cosa que regu-
laridades fenomenales?12 ¿Y las leyes de la lógica?
10. Cf. Emilio Betti, Teoria generale della interpretazione, Milán, A. Giuffrè, 1955.
11. Cf. Hans G. Gadamer, Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 1977.
12. J. Rawls, “Two Concepts of Rules”, en Philosophical Review, LXIV (1), 1955, pp. 3-33.
13. G. H. von Wright, Norma y Acción. Una investigación lógica, Madrid, Tecnos, 1979, p. 25.
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14. Paul Lorenzen, Pensamiento metódico, Buenos Aires, Sur, 1973, p. 145.
15. Martín Farrell, Derecho, Moral y Política, Buenos Aires, Belgrano, 1980, p. 42, en referen-
cia a la obra de Searle y Rawls.
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21. Cf. J. Wroblewski, “Verification and Justification in the Legal Science”, en Rechtstheorie-
Beiheft 1, 1979, pp. 207 y ss.
22. Ota Weinberger en Doxa, Nº 1, Alicante, 1984, p. 261.
23. R. Dworkin, El imperio de la Justicia, op. cit., p. 164.
24. Quizá sea superficial la diferencia entre ambas posturas, ya que mientras la perspectiva de
Dworkin es interna y participativa, el llamado escepticismo externo observa cómo se han
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Sobre la narración hermenéutica de la normatividad...
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27. Cf. Robert Alexy, “La idea de una teoría procesal de la argumentación jurídica”, en E.
Garzón Valdés (comp.), Derecho y filosofía, México, Fontamara, 1988; y Teoría de la argumen-
tación jurídica. La teoría del discurso racional como teoría de la fundamentación jurídica, Madrid,
Centro de Estudios Constitucionales, 1989.
28. “Si toda teoría que determina que el contenido del Derecho depende, a veces, de la
respuesta correcta a alguna cuestión moral es una teoría iusnaturalista, entonces soy culpable de
iusnaturalismo”, dice Dworkin en “Retorno al Derecho ‘Natural’”, en Jerónimo Betegón y Juan
Ramón de Páramo (comps.), Derecho y moral. Ensayos analíticos, Barcelona, Ariel, 1990, p. 23.
A veces es más suave: “los jueces deben decidir los casos difíciles interpretando la estructura
política de su comunidad hasta encontrar la mejor justificación” (p. 23).
29. Así, por ejemplo, Ernesto Garzón Valdés, Derecho, Etica y Política, Madrid, Centro de
Estudios Constitucionales, 1993, es un defensor de la razón práctica que continuamente
insiste en la necesidad de un “mordisco normativo” para evitar que con procedimientos
impecables se obtengan resultados inaceptables. Por ello remarca que toda teoría del derecho
debe contener una relación conceptual entre derecho y moral: así la legitimidad “indica
coincidencia de las reglas del sistema con los principios de ética normativa” (p. 529).
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30. Aarnio, A., Lo Racional como Razonable, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales,
1991, p. 251.
31. Así, por ejemplo, Owen M. Fiss ataca al Análisis Económico del Derecho –para el cual “la
eficiencia es un adecuado concepto de justicia”, conforme R. Posner en The Economics of
Justice, Cambridge, Harvard University Press, 1981, p. 6– y a los Critical Legal Studies –que
aspiran a “poner al descubierto el sentido político de la práctica cotidiana de los jueces y de
los juristas”, conforme Duncan Kennedy, “Nota sobre la historia de CLS en los Estados
Unidos”, en Doxa, Nº 11, Alicante, 1992, p. 284–. Cf. O. Fiss, “El Derecho recuperado”, en
Doxa, Nº 11, Alicante, 1992. El mismo profesor de Yale antes había denunciado a dichas
visiones teóricas como responsables de la muerte del Derecho –Fiss, “The Death of the Law”,
en Cornell Law Review N° 72, 1986–, en manos de quienes preconizan una evaluación
normativa economicista del derecho y de aquellos que con apoyo de las ciencias sociales y la
filosofía, producen un análisis del derecho y la sociedad que con eje en los conflictos y
tensiones, descree de la existencia de una moral pública compartida.
32. Así Carlos Nino en El Constructivismo Ético, Centro de Estudios Constitucionales, Ma-
drid, 1989, afirmaba que la justificación de las decisiones judiciales implica el uso de normas
y principios morales como premisa de una decisión jurídica. Tal premisa es aquella que lleva
a afirmar que algo es una norma. Así, toda justificación deviene en justificación moral, al igual
que toda obligación será una especie de obligación moral (ver p. 30). Por el contrario, un
crítico como Joseph Singer, marcará la inexistencia de fundamento racional para el discurso
jurídico, que no contará con ninguna base objetiva y que usará los mismos argumentos para
apoyar decisiones contrarias. Cf. “The Player and the Cards: Nihilism and Legal Theory”, Yale
Law Journal, N° 94, Yale, 1984.
Como Nino, pero en el terreno de la epistemología, Hans Albert, en su Tratado sobre la razón
crítica, Sur, Buenos Aires, 1973, p. 53, ha destacado cómo la producción científica y de
conocimientos en general, descansa en acciones, y que “de ahí el que toda ciencia debe poseer
sus fundamentos últimos en la teoría de las acciones, por lo tanto, pues, en la Ética. (...) La
aceptación de un método determinado, también del método del examen crítico, involucra
una decisión moral, pues significa la aceptación de una praxis metódica de muchas consecuen-
cias para la vida social, de una praxis que no es de significación solamente para la formación
de la teoría, para la proposición, elaboración y examen de teorías, sino también para su
aplicación y para el papel del conocimiento en la vida social. El modelo de racionalidad del
criticismo es el proyecto de una forma de vida, de una praxis especial, y tiene por lo tanto
significación ética y, por encima de ello, significación política” (p. 65). Cf. E. Marí, “También
la ciencia dispara”, en Página 12, Buenos Aires, 2 de octubre de 1993.
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3. Historia
33. Ernest Gellner, El arado, la espada y el libro. La estructura de la historia humana, México,
FCE., 1992, p. 25.
34. Cf. Karl Popper, En busca de un mundo mejor, Barcelona, Paidós, 1994, p. 39, donde dice
con Karl Büler que “esta función es el rasgo sin precedentes del lenguaje humano”.
Giorgio Raimondo Cardona, en su libro Antropología de la escritura, Barcelona, Gedisa, 1994,
rastrea el origen del lenguaje oral hasta 100.000 años atrás, e indica cómo “un paso decisivo en
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Sobre la narración hermenéutica de la normatividad...
la evolución del homo sapiens fue la adquisición de un vínculo entre pensamiento y símbolos
materiales; por primera vez el género humano establecía una relación simbólica entre operacio-
nes y símbolos exteriores deliberadamente realizados” (p. 61).
De esta forma se puede ver ejemplificada la complementación y la delimitación del mundo
social, con su evolución tecnológica y su temporalización diferencial y progresiva, de una
capacidad de representación subjetiva socialmente construida pero interiormente –psíquica-
mente– anclada. El sujeto no pertenece al mundo, sino que es un límite del mundo, pero el
mundo de los felices es distinto del mundo de los infelices, dice Wittgenstein en el Tractatus. Y
es que la resolución de problemas tecnológicos y científicos no penetran el problema de la vida
subjetiva. Si Einstein cambió el mundo de la física, y por ende el de la ciencia contemporánea,
su conciencia personal no vio disipada la angustia y el misticismo que la cubría.
Similarmente, sin agotarse, el arte ha visto transformarse sus campos, técnicas y recursos expre-
sivos como resultado de su producción, reproducción y diferenciación social que configuran
horizontes de comprensión de sus manifestaciones siempre caracterizadas por una continua
reflexión sobre sus medios de expresión –¿qué otra cosa es la estética y la crítica artística? ¿qué
otra cosa es la metafísica?–. Pensar los límites del pensamiento, desafiando tales fronteras;
expresar todo lo expresable, hasta el silencio.
35. Ong, W. J., Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, Buenos Aires, FCE, 1993, p. 42.
36. Desde un enfoque evolucionario y contextual de la racionalidad, Robert Nozick en La
naturaleza de la racionalidad (Barcelona, Paidós, 1995) postula en el desarrollo de una teoría de
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38. Antonio Negri, El poder constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad, Madrid,
Libertarias, 1994, p. 29.
39. Tópica y filosofía del derecho, Barcelona, Gedisa, 1991.
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manejado para encontrar y para registrar. Así, no podemos escapar del he-
cho de que el mundo que conocemos está construido para verse a sí mismo.
Pero para hacer eso, deben primero cortarse a sí mismos en al menos un
estado que ve y en al menos un estado que es visto. En esta condición desgarra-
da y mutilada, lo que sea que ve se ve sólo parcialmente a sí mismo. Podemos
quedarnos con esto, que el mundo es indudablemente sí mismo (esto es, indis-
tinto de sí mismo), pero, en cualquier intento de verse a sí mismo como objeto,
debe, igual de indudablemente, actuar de modo que se haga a sí mismo distin-
to de, y por lo tanto falso a, sí mismo. En esta condición siempre se eludirá
parcialmente a sí mismo.
En este sentido, con respecto a su propia información, el arte, la filoso-
fía, la epistemología, las ciencias, la sociología, la crítica literaria y las
teorías normativas se expanden para escapar del paradigma, de los instru-
mentos teóricos y tecnológicos a través de los cuales nosotros tratamos de
capturar a esos productos nuestros que nos producen.
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de constitucionalidad
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3. Gustavo Zagrebelsky, El derecho dúctil. Ley, derechos, justicia, Madrid, Trotta, 1995, p. 9.
4. Jürgen Habermas, Facticidad y Validez, Madrid, Trotta, 1998, p. 268.
5. “A primera vista el espectáculo parece paradojal; ante nuestros ojos tenemos jueces
ejerciendo potestades creadoras que determinan los criterios últimos para comprobar la
validez de las propias normas que les confieren jurisdicción en tanto que jueces. ¿Cómo
puede una constitución conferir autoridad para decir lo que la constitución es? Pero la
paradoja desaparece si recordamos que aunque toda regla puede ser dudosa en algunos
puntos, es por cierto una condición necesaria de un sistema jurídico existente que no toda
regla sea dudosa en todos los puntos” (H. L. A. Hart, El concepto de derecho, Buenos Aires,
Abeledo Perrot, 1995, p. 189).
6. En otros términos, implica afirmar que los tribunales tendrán en todos los casos que se les
presenten, una única solución aplicable. Esta postura, que entronca con el realismo moral y
la tradición iusnaturalista, supone que a todo sistema jurídico le corresponde un mundo
posible absolutamente determinado y susceptible de otorgar una sola calificación deóntica
para cada acción.
7. Véase por ejemplo R. Dworkin, Los derechos en serio, Barcelona, Planeta-Agostini, 1993,
capítulo IV.
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8. “¿Cómo conjugar el acto de justicia que debe referirse siempre a una singularidad, a
individuos, a grupos, al otro o yo como el otro en una situación única, con la regla, la norma,
el valor o el imperativo de justicia que tiene necesariamente una forma general, incluso si esta
generalidad prescribe una generalidad cada vez singular?... Dirigirse al otro en la lengua del
otro es la condición de toda justicia posible, pero esto parece rigurosamente imposible?”
(Jacques Derrida, “Fuerza de ley: el fundamento místico de la autoridad”, en Doxa, N° 11,
Alicante, 1992).
9. Cf. Francisco Fernández Segado, “Reflexiones en torno a la composición del Tribunal
Constitucional en España”, Lecciones y Ensayos, Nº 55, Buenos Aires, 1991, p. 37.
10. Roberto Gargarella, La justicia frente al gobierno, Buenos Aires, Ariel, 1996, p. 60.
11. Un análisis crítico y sintético de estas propuestas se encuentra en John Hart Ely, Demo-
cracia y desconfianza. Una teoría del control constitucional, Bogotá, Siglo del Hombre Editores,
Universidad de los Andes, Facultad de Derecho, 1997, en especial capítulo III.
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El carácter político del control de constitucionalidad
conflictos de rango constitucional, hizo que fuera cada vez más difícil
sostener la caracterización tradicional del poder judicial como el neutro
equilibrio entre los verdaderos poderes políticos, lo que implicaba negarle
este carácter al primero. Como sostiene Habermas:
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Múltiples son los ejemplos que la historia nos da, sobre todo a lo largo
de este último siglo, de líderes políticos que reivindicaron para sí la legítima
y última representación de su pueblo. E. J. Hobsbawm nos recuerda que
muchos de los políticos nacionalistas, populistas y, en la forma más peligro-
sa, los fascistas, simplemente redescubrieron el tipo de relación que Napoleón
III estableciera con las masas campesinas francesas y que fuera lúcidamente
descripta por Marx en el El dieciocho brumario de Luis Bonaparte.16
La terrible ejecución por parte del nazismo de esta idea según la cual
los auténticos valores de la gente pueden ser descubiertos de manera más
14. En relación a los debates acerca de los fundamentos de control judicial de constituciona-
lidad véase Gargarella, op. cit.
15. Chantal Mouffe, “De la articulación entre liberalismo y democracia”, en El retorno de lo
político, Barcelona, Paidós, 1999.
16. Eric Hobsbawm, La era del capital, 1848-1875, Buenos Aires, Crítica, 1998.
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El carácter político del control de constitucionalidad
confiable por una elite hizo que la misma pasara a conocerse como “el prin-
cipio del Führer”.17 La puesta en práctica del mismo incluyó, en todos los
casos, el reconocimiento de márgenes de acción amplios e incontrolados
que permitieran al líder tomar las decisiones necesarias para realizar lo que
“el pueblo” le encomendó en forma directa. Muy común es que se aluda a
dicha facultad con el término “decisionismo”, y que inmediatamente resurja
la figura de Carl Schmitt, quien durante la decadencia de la República de
Weimar previa al advenimiento del nazismo, argumentó en favor del funda-
mento democrático del cargo de Presidente del Reich concluyendo que, en
virtud del mismo, sólo él podía ser el legítimo defensor de la Constitución.
A simple vista, pareciera subyacer a lo largo de su planteo la siguien-
te idea: el poder no debe ser juzgado, el poder ejecutivo debe estar
exento de control judicial ya que el respeto a las normas jurídicas supo-
ne en numerosas ocasiones limitaciones al ejercicio de ese poder direc-
tamente encomendado por el pueblo, por parte de jueces sin responsa-
bilidad política directa.
El desarrollo de sus argumentos lo hizo en un trabajo denominado La
defensa de la Constitución,18 que fuera escrito en abierta polémica con Hans
Kelsen,19 creador y miembro del Superior Tribunal austríaco; quien a su
17. “Mi orgullo es que no conozco a ningún estadista del mundo que, con mayor derecho que
yo, pueda decir que representa a su pueblo” (A. Hitler, citado por Ely, op. cit., p. 91).
18. Carl Schmitt, La defensa de la Constitución, Madrid, Tecnos, 1983 (2º ed., 1998), por
donde se citará. El mismo, originariamente publicado en 1931, es una versión ampliada y más
elaborada –según cuenta el propio Schmitt en el Prólogo– de una serie de estudios previos, el
más importante de los cuáles ya había sido publicado en 1929. Observa G. Cassió (véase el
Estudio Preliminar de ¿Quién debe ser el defensor de la Constitución? de Hans Kelsen, Madrid,
Tecnos, 1995, p. IX) que en el primer escrito Schmitt habla de “dictadura” del Presidente,
mientras que en segundo lo presenta como “defensor de la Constitución”.
19. Más elocuentes son las palabras del propio Schmitt, La defensa..., op. cit., p. 81: “Toda la
aberración de esta especie de lógica que se manifiesta en una rara mezcla de abstracciones sin
fondo y metáforas llenas de fantasía se manifiesta en el problema del protector o garante de la
constitución”. Al respecto señala C. Herrera en “La polémica Schmitt-Kelsen sobre el guardián
de la Constitución”, Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), Nº 86, octubre-diciembre de
1994, pp. 195-227, que si bien en este caso se trata de una confrontación directa entre ambos
autores, se trataría de la consecuencia de un largo contrapunto que ya venía realizándose desde
el inicio de la década del veinte o incluso antes. Agrega este autor que de hecho podría afirmarse
que la obra que Schmitt elabora durante ese período de tiempo, se desarrolló fundamentalmente
a partir de una “constante (aunque no siempre explícita)” contraposición con la obra de Kelsen, que
debe ser situada en el marco de una reacción general que se estaba produciendo en esa época en los
ámbitos académicos europeos contra la doctrina de la “escuela de Viena”.
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20. Hans Kelsen, ¿ Quién debe ser el defensor de la Constitución?, Madrid, Tecnos, 1995, por
donde se citará.
21. Véase además Claude Klein, De los espartaquistas al nazismo: La República de Weimar, Madrid,
Sarpe, 1985 y Carlos M. Herrera, op. cit.
22. La Constitución de Weimar preveía dos posibles titulares del poder político: el Presidente del
Reich, elegido directamente por el pueblo y el Canciller del Reich, que era elegido por el primero
y debía tener la confianza del Parlamento.
23. Schmitt argumentó a favor de esta medida en La defensa..., op. cit, pp. 68 y ss., y tuvo la
oportunidad de ponerla en práctica en 1832, en un dictamen que, como consejero jurídico del
gobierno central, hiciera ante el Tribunal Superior de Leipzig, en un conflicto entre éste y el
gobierno de Prusia. Al respecto véase C. Herrera, op. cit., p. 214.
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24. Cf. Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza, 1982, por donde se cita. Según
Habermas (Facticidad..., op. cit., p. 517, nota 74), marca la importancia que adquirieron las tesis de
este autor el hecho de que, aún hoy en Alemania, la discusión acerca de la generalidad de la ley sigue
estando determinada por la exposición que hizo Schmitt en esta obra, la cual resultó de mucha
influencia en la República Federal, directamente a través de E. Forsthoff, o indirectamente a través
de F. Neumann.
25. J. A. Estévez Araujo, La Constitución..., op. cit., p. 43.
26. Op. cit., p. 44.
27. Ibídem.
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37. “(L)a manera usual de ser actualmente tratada esta difícil cuestión de Derecho Constitu-
cional hállase aún muy influida por las ‘ideas judicialistas’ que se inclinan a encomendar
simplemente la solución de todos los problemas a un procedimiento de tipo judicial y despre-
cian en absoluto la fundamental diferencia que existe entre un fallo procesal y la resolución de
dudas y divergencias de criterio acerca del contenido de un precepto constitucional.” (La
Defensa..., op. cit., p. 31).
38. Op. cit., pp. 43 y ss.
39. Ibídem.
40. Para Schmitt los Estados pueden ser clasificados de acuerdo a la función que en ellos
predomina, de la siguiente manera: Estado de jurisdicción propio de la época medieval,
Estado ejecutivo como el Estado absolutista, y Estado legislativo, es decir el Estado liberal del
siglo XIX. Cfr. C. Herrera, op. cit., p. 210.
41. Op. cit,. pp. 44, 46 y 52.
42. Op. cit., p. 53.
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43. “La independencia judicial es solamente el otro aspecto de la sujeción del juez a las leyes,
y, por esa razón, es apolítica.” (op. cit., p. 248).
44. Op. cit., p. 55.
45. Schmitt, op. cit., p. 56.
46. Op. cit., p. 57.
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Explicitados los motivos por los cuáles se optó por el control jurisdic-
cional, se pregunta si el ejercicio de tal actividad “aunque aureolado con
apariencia de judicialidad” sigue siendo en la práctica justicia o si se trata
de “un disfraz engañoso” de atribuciones de marcado carácter político.50
Llega a esta última conclusión diciendo que si efectivamente se tratara de
una práctica judicial desarrollada mediante un procedimiento regular
controvertido entre partes, rápidamente se encontrarían las limitaciones
de la justicia para ejercer la tarea de protección de la Constitución. En
otras palabras, dado que todo órgano jurisdiccional posee límites objeti-
vos por ocurrir post eventum,51 y por lo tanto su misión sólo puede ser
sancionadora o absolutoria, reparadora o represiva, pero siempre de he-
chos pasados, y teniendo en cuenta además que por ser incidental, acce-
soria y aplicable exclusivamente al caso concreto y específico que fue so-
metido a proceso,52 sólo puede virtualmente servir como precedente judi-
cial pero no como protectora de la Constitución.53 Si se intentara corregir
ese inconveniente facultando a los tribunales para dictar “resoluciones
previsionales”, el juez se enfrentaría a la posibilidad de adoptar medidas
políticas o de impedir otras, procediendo activamente en el orden político
y quedando así convertido en un “factor dominante de la política interior”.
Subyace a este razonamiento su concepción material de jurisdicción,54
según la cual “juzgar”, “dictar sentencia”, etc., quiere decir adoptar una deci-
sión sobre un caso concreto “en base a una ley”. Lo cual, a su vez, significa que
la decisión que se adopte en la sentencia está predeterminada en su contenido
por lo establecido en la ley.55 Dictar sentencia “en base a una ley” es, en este
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Señala además que, con la concepción jerárquica del orden jurídico, las
cuestiones más difíciles de resolver y de mayor trascendencia práctica que son
aquellas que se presentan dentro de los mismos preceptos legales formulados
en la Constitución, seguían sin resolverse ya que “en ese caso no existe la
posibilidad de fingir una gradación de normas, y, por consiguiente, cuando
un precepto legal de los contenidos en la Constitución determina algo distin-
to que otro de los preceptos de la misma [...], la colisión no puede resolverse
con ayuda de una ‘jerarquía de normas’ ”.60 Para él, por el contrario, la defen-
sa de la Constitución debe concebirse en términos políticos y atribuirse su
competencia a órganos comprometidos y responsables políticamente.
La estructura de las fórmulas constitucionales de principio las atribuye
así al campo de la utilización o gestión “política”, irremediablemente in-
compatible con la naturaleza de las funciones que se consideran
auténticamente judiciales desde el positivismo. Esta circunstancia no sólo
derivaría del carácter impreciso y no rígido de los principios y, por tanto,
del carácter inevitablemente creativo ínsito de la determinación de su signi-
ficado, sino también, y sobre todo, de su pretensión de generar adhesión y
participación en la concepción “política” de la que son expresión.61
Por último, en apoyo de su idea, Schmitt desarrolla una línea de argu-
mentación con la finalidad de demostrar que en las resoluciones del Tri-
bunal Constitucional el componente decisionista es el determinante, a
diferencia de lo que ocurre en las sentencias judiciales. Schmitt admite
que en toda sentencia judicial hay un “componente decisionista”, pues la
resolución del caso concreto no puede derivarse por completo de la nor-
ma general, pero en las decisiones que ponen fin a la discusión acerca de
las interpretaciones de los preceptos legales dudosos contenidos en la
Constitución, este elemento decisionista no es sólo un componente, sino
el “sentido y objeto” de la decisión.62 Por lo tanto, cuando el Tribunal
Constitucional fija el sentido de una disposición constitucional de conte-
nido impreciso el componente normativo desaparece, quedando única-
mente el componente decisionista de poner fin a la discusión.63
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La respuesta kelseniana
80. “Tanto en el orden constitucional como en la teoría política es esta doctrina de máximo
interés. Descansa sobre una acepción política, que reconoce claramente la posición del rey o
del presidente del Estado en el Estado constitucional, y la expresa en una fórmula certera.”
(Schmitt, La defensa..., op. cit., pp. 215-216).
81. Op. cit., p. 225.
82. Op. cit., p. 221.
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El derecho de resistencia en situaciones
de carencia extrema
Roberto Gargarella*
Desde fines de la década del 90, y siguiendo una década de severos planes
de ajuste estructural, América Latina fue surcada por numerosas
experiencias de revueltas populares. Estas revueltas trajeron consigo masivas
manifestaciones colectivas, altos niveles de agresión física y verbal contra
políticos, jueces y funcionarios públicos, en general. Las protestas
incluyeron, por ejemplo, la organización de “piquetes” destinados a
bloquear el tráfico en las rutas principales, con el objeto de exigir empleo,
comida, o el otorgamiento de subsidios; tanto como ruidosas
manifestaciones (i.e., “cacerolazos”). Estas agresiones a las autoridades
públicas alcanzaron el domicilio y las propiedades de los últimos, tanto
como los edificios públicos en los que trabajaban (la sede del gobierno,
las legislaturas, los tribunales). Entre otros resultados, dichas protestas
forzaron la renuncia del presidente Raúl Cubas, en Paraguay, en 1999; la
del presidente Alberto Fujimori, en Perú, en 2000; la del presidente Jail
Mahuuad, en Ecuador, en 2000 (tanto como la remoción del presiden-
te Abdala Bucaram, en 1996); la del presidente Sánchez de Lozada en
Bolivia, en 2002; y la del presidente Bertrand Aristide, en Haití, en
2004. En la Argentina, estas protestas culminaron con una profunda
crisis que incluyó el mandato de cinco presidentes distintos en menos
de dos semanas. Por supuesto, estas manifestaciones fueron promovi-
das, en cada caso, a partir de circunstancias parcialmente diversas.
Algunas fueron seguramente más legítimas que otras; algunas fueron
más “espontáneas” o “genuinas” que otras; algunas resultaron más
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Roberto Gargarella
Introducción
1. Tengo en claro que muchas de las observaciones que avancen sobre principios, límites y
posibilidades aparecerán como enunciados más o menos prolijos que, indudablemente, esta-
rán condenados a que una historia siempre turbulenta los devore e ignore. El objetivo de estas
observaciones, de todos modos, es el de ayudarnos a pensar y discutir sobre el tema de la
resistencia al derecho, sobre todo teniendo en cuenta las decisiones que –desde cualquier
lugar– nos puede tocar asumir, y frente a las cuales conviene que reflexionemos con el mayor
cuidado posible.
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
Un derecho perdido
2. Según escribiera San Pablo, el poder político debía ser siempre obedecido, dado que
provenía de Dios, por lo que “cualquier resistencia al poder resulta una resistencia a las
órdenes de Dios, por lo que aquellos que resisten deben recibir un castigo eterno”.
111
Roberto Gargarella
Que todos los hombres son creados iguales; que ellos son dotados por
el Creador de ciertos derechos inalienables; que entre ellos se encuentran
el derecho a la vida, la libertad, y la persecución de la felicidad; que los
3. Locke, en particular, desarrolló este tipo de ideas muy especialmente en reacción contra los
escritos de Robert Filmer –sobre todo, Patriarcha– en donde el último defendía una concep-
ción “patriarcalista” del poder. Conforme a la misma, el rey estaba justificado de ejercer su
poder sin atención a la voluntad de sus súbditos, del mismo modo en que un padre ejerce el
poder sobre sus hijos sin consultarles. El poder del rey, afirmaba Filmer, provenía directamen-
te de Dios y no de algún tipo de consenso popular, por lo cual no podía ser resistido en ningún
caso (Filmer, 1991). En su opinión, el rey –como el padre– debía tener la capacidad de
disponer aun sobre la vida de quienes estaban a su cargo (tal como se desprendía de la
parábola religiosa sobre Cassius, que había arrojado a su hijo desde un acantilado). Tales
poderes extremos se justificaban ante la facilidad con que las personas se dejaban arrastrar
hacia comportamientos erráticos y anárquicos.
112
El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
4. Decía la Constitución: “Porque los hombres nacen libres e iguales y gozan de ciertos
derechos naturales, esenciales e inaliebables –entre ellos, el derecho de gozar y defender su
vida y su libertad, el derecho de adquirir, poseer y proteger su propiedad y, finalmente, el
derecho de demandar y obtener seguridad y felicidad– es deber [del gobierno] el de asegurar
estos derechos (...) y si no pudiese alcanzar estos grandes objetivos, el pueblo tiene el derecho
de alterar el Gobierno, adoptando todas las medidas necesarias para asegurar su seguridad,
prosperidad y felicidad”.
113
Roberto Gargarella
5. Se podría sostener para el derecho, entonces, lo que Karl Marx sostuvo para el trabajo, en
cuanto a que “the object that labour produces, its product, confronts it as an alien being, as
a power independent of the producer (...) [the] externalization of the worker in his product
implies not only that his labour becomes an object, an exterior existence but also that it exists
outside him, independent and alien, and becomes a self-sufficient power opposite him, that
the life that he has lent to the object affronts him, hostile and alien (...) the worker becomes
a slave to his object” (Marx, 2002, pp. 86-87). En ambos casos, hablamos de una noción
objetiva, y no subjetiva, de alienación.
114
El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
cuando los gobernantes usaban sus poderes en contra de los intereses del
pueblo al que debía servir. Debe notarse, de todos modos, que para Suárez,
tanto como para una mayoría de los teólogos tomistas, la posibilidad de
resistir la conducta tiránica de los gobernantes dependía de una previa au-
torización dada por las autoridades religiosas superiores (Hamilton, 1963,
pp. 61-63; Copleston, 1963, pp. 220-222). Sólo ellos podían certificar
que las acciones de los gobernantes implicaban ofensas inaceptables.
En la Edad Media, una mayoría de autores pareció adherir a esta vi-
sión. Para el suizo Pierre Viret, un amigo personal de Calvino, y una
figura ampliamente influyente en Francia, la resistencia al poder se justi-
ficaba por razones religiosas tanto como por otras vinculadas con las in-
justicias sociales y económicas cometidas por los gobernantes contra el
pueblo (Linder, 1966). El poderoso grupo de los calvinistas escoceses
justificó la resistencia a partir de reclamos todavía más radicales (Rueger,
1964; Skinner, 1978, vol. 2). John Ponet, por ejemplo, consideró que
existía un deber de resistencia (ya no simplemente un derecho) que se
ponía en marcha cada vez que el soberano traicionaba a su país, o cometía
algún abuso de autoridad. Para Christopher Goodman, el derecho a la
resistencia estaba justificado en todas aquellas situaciones en las que los
gobernantes se convertían en los opresores de su propio pueblo. Los go-
bernantes, según él, no habían sido colocados en su posición privilegiada
para actuar de acuerdo con sus propios juicios, sino para hacerlo en exclu-
sivo beneficio de sus subordinados. Por ello mismo, cada vez que los go-
bernantes violaban sus deberes se convertían en ciudadanos iguales que
cualquier otro, y podían ser resistidos por cualquiera de sus pares. En un
sentido similar, Georges Buchanan sostuvo que el poder que el pueblo
concedía en un momento podía ser retirado en cualquier otro: hacerlo no
era ir contra la institución del rey, sino contra la persona que circunstan-
cialmente ocupaba ese cargo.6 Así vemos que, aunque muchos de los reli-
giosos calvinistas asumieron también que la certificación de las ofensas en
juego debía ser determinada por las principales autoridades religiosas,
hacia fines del siglo XVI algunos de entre ellos comenzaron a sostener
115
Roberto Gargarella
7. La visión epistémicamente elitista defendida por una mayoría de religiosos entonces co-
menzaba a abrir lugar a otra diferente, más cercana a lo que podríamos llamar el anarquismo
filosófico (ver, por ejemplo, Knox, 1994).
8. De todos modos, para Locke, el recurso a la resistencia se justificaba, ante todo, por el
hecho de que el gobernante abandonaba el uso de la razón y el recurso a la ley, para reemplazar
éstas por el uso de la violencia, que era su contracara (Dunn, 1969, p. 179). Y dado que la
violencia era el medio utilizado por las bestias para dirimir sus conflictos, al adoptar este
camino el gobernante se autorreducía al estatus de las bestias, y merecía el mismo trato que
éstas: de allí que todo individuo quede en su derecho de actuar frente a tal enemigo como se
actúa frente a las bestias. En una situación tal, los gobernantes eran responsables del retorno
a una situación que Locke denomina “estado de guerra”, y que viene a ser opuesta al estado de
naturaleza o al de una sociedad legítimamente constituida. El estado de guerra resulta,
entonces, del indebido uso de la fuerza. Y no hay peor situación imaginable que la de un
gobernante que se convierte en responsable de retrotraer a la sociedad a este estado, dado que
la sociedad ha depositado en él su confianza (trust), y ha delegado en él la tarea de asegurar la
preservación de la paz. Del uso continuado de la fuerza resulta entonces, finalmente, el hecho
principal que justifica que cada individuo, por sí mismo, decida cómo es que debe reaccionar.
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
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Roberto Gargarella
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
12. De todos modos, muchas Constituciones mantienen al mismo como un derecho válido
frente a situaciones de las que aquí no me ocuparé, como las relacionadas con golpes de
Estado.
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Roberto Gargarella
Otro factor importante que distingue el presente del pasado tiene que
ver con la fragmentación social que hoy puede reconocerse, y que repro-
duce la mencionada fragmentación del poder político. La mayoría de las
sociedades contemporáneas, en efecto, aparecen divididas en grupos, al-
gunos de los cuales se encuentran en mejor condición que los demás. Esta
fragmentación social también contribuye a tornar la resistencia menos
concebible, no sólo porque hoy algunos grupos no sufren opresiones gra-
ves, sino porque además, y por ello mismo, van a hacer todo lo posible
para impedir la desestabilización de una situación que en principio los
favorece o no los perjudica. Siglos atrás, podemos presumir, las situacio-
nes de opresión tendían a extenderse sobre toda la sociedad, lo que hacía
que la rebelión frente al poder resultara –en un sentido importante, al
menos– más fácilmente imaginable: era concebible que, ante la profundi-
dad y extensión de las situaciones opresivas reinantes, una mayoría de la
sociedad, a través de sus acciones u omisiones, estuviera dispuesta a acom-
pañar a los movimientos rebeldes.13
Los factores anteriores –que se refieren fundamentalmente a las condi-
ciones de posibilidad del derecho de resistencia– pueden ayudarnos a
entender por qué la resistencia es menos imaginable o posible hoy que
ayer. Sin embargo, tales factores dicen poco o nada acerca de la razonabilidad
o no de seguir llevando a cabo actos de resistencia. En otras palabras,
todavía no hemos explorado si aquello que pareció justificar a la resisten-
cia siglos atrás, es decir, la presencia de situaciones de alineación legal,
continúa siendo un factor distintivo de las sociedades actuales. Pareciera,
sin embargo, que algunas de las cruciales innovaciones introducidas por
los sistemas democráticos modernos debieran llevarnos a descartar para
siempre cualquier propuesta de resistencia a la autoridad.
Ante todo, la propia organización institucional actual, que incluye entre
otras novedades la división del poder en distintas ramas, así como siste-
mas de “frenos y contrapesos”, reduce el riesgo de que el derecho se con-
vierta en un instrumento opresivo. Además, y de modo igualmente signi-
ficativo, este sistema incluye numerosas herramientas destinadas a facili-
tar o promover, de modo pacífico y ordenado, cambios políticos –aun
13. Este argumento, de todos modos, reconoce obvias contracaras: el mayor temor frente a la
reacción estatal; mayores niveles de represión ideológica; autoconvencimiento acerca del
carácter justificado del orden existente; etc.
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
14. Tomemos, por caso, una definición más o menos estándar de la desobediencia civil, como
es la que ha dado en su momento Hugo Bedau. En opinión del profesor de Harvard, se
comete un acto de desobediencia civil “si y sólo si una persona realiza una acción ilegal,
pública, no violenta, y con la intención consciente de frustrar (una de) las leyes, políticas, o
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Roberto Gargarella
decisiones del gobierno” (Bedau, 1961, p. 661). Autores como John Rawls –que, en su
definición de la desobediencia civil se apoyan en el clásico análisis de H. Bedau– refuerzan
aquellas diferencias al sostener que la desobediencia civil es aquella que se produce a partir de
ciudadanos “que reconocen y aceptan la legitimidad de la constitución” (Rawls, 1971, p. 363,
énfasis añadido). Es por este reconocimiento que los que se involucran en acciones de desobe-
diencia civil (u objeción de conciencia) aceptan padecer las penas que el derecho dispone en
contra de ellos: existe, finalmente, una aceptación de la validez general del derecho, que se
cuestiona en algún aspecto específico (Cohen, 1971). Aquí, sin embargo, y conforme hemos
dicho, nos encontramos con una situación que se distingue particularmente por una disputa
en torno a la validez de las bases mismas de la organización constitucional. Lo mismo ocurre
si tomamos como punto de referencia los estudios realizados por Ronald Dworkin al respec-
to. Para él, quienes se involucran en actos de desobediencia civil “aceptan la legitimidad
fundamental tanto del gobierno como de la comunidad; y actúan para cumplimentar más que
para desafiar su deber como ciudadanos” (Dworkin, 1985, p. 105, énfasis añadido). Las
diferencias entre estos casos de desobediencia civil y los que se encuentran aquí bajo examen
resultan, por lo tanto, significativas. Las distancias conceptuales todavía son mayores si lo que
comparamos son estos casos de resistencia constitucional y los llamados actos de objeción de
conciencia (conscientious refusal). Según John Rawls, la objeción de conciencia implica “no
cumplimiento más o menos directo de una orden administrativa o judicial” (Rawls, 1971, p.
368). Éste sería el caso, por ejemplo, del individuo que se resiste a involucrase en el servicio
militar por rechazar la violencia que es propia del mismo. A diferencia del caso de la desobe-
diencia civil, aquí no se apela a las convicciones de justicia de la comunidad, sino a las propias.
No se pretende (al menos primariamente), en este caso, hacer un llamado al “sentido de
justicia de la mayoría”; ni tampoco se actúa, necesariamente, a partir de principios políticos
–siendo habitual que se lo haga, por ejemplo, en razón de principios religiosos o de otro tipo
(Rawls, 1971, p. 369)–.
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
15. Rawls avanza en estas consideraciones cuando se refiere a las “acci[ones] militantes” a las
que describe como acciones que van más allá de la desobediencia civil, al implicar “una
oposición más profunda al orden legal”, motivada en el carácter palmariamente injusto del
derecho (Rawls, 1971, pp. 367-368).
123
Roberto Gargarella
son, concretamente, los grupos afectados. Esta falta de acuerdos es, sin
dudas, muy problemática, porque amenaza con socavar la posibilidad de
una reflexión fructífera sobre estos problemas que involucran al derecho y
la exclusión social. De todos modos, entiendo que podemos realizar algu-
nos avances provisionales si es que aceptamos (como voy a proponer que
aceptemos) alguno de entre los múltiples estándares “objetivos” que se
han propuesto para caracterizar estas situaciones de extrema exclusión
social. Uno de estos estándares tiene que ver con la definición, a nivel
internacional, de una línea por debajo de la cual podemos hablar de si-
tuaciones de extrema pobreza. Esta línea, propuesta por la UNDP (Pro-
grama de las Naciones Unidas para el Desarrollo) en 1996, se refiere al
ingreso “debajo del cual no puede satisfacerse un mínimo nutricional
adecuado junto con requerimientos básicos más allá de los alimenticios”
(Pogge, 2001, p. 7). Dicha métrica resulta significativa para nuestros
propósitos dado que la presencia de situaciones de pobreza o marginación
extremas vendría a señalar la existencia de “una masiva insatisfacción de
derechos humanos sociales y económicos”, junto con la “insatisfacción de
derechos humanos civiles y políticos asociados con el gobierno democrá-
tico y el imperio del derecho (Pogge, 2001, p. 8; Pogge, 2003).16
Si tomamos en cuenta una métrica como la señalada, según entiendo,
quedamos en condiciones de afirmar que aquellos que se encuentran pri-
vados de ciertos bienes humanos básicos enfrentan, en la actualidad, si-
tuaciones de alineación legal. Las razones que nos permitirían justificar
dicha presunción tendrían que ver con la presencia de condiciones
sustantivas y procedimentales, que los primeros constitucionalistas reco-
nocieron como indicativas de una situación de alineación legal. Obvia-
mente, aquellos que se ven sistemáticamente privados de abrigo u hogar;
aquellos que padecen diariamente el hambre; aquellos que son víctimas
sistemáticas de la violencia, etc., confrontan algunos de los peores agra-
vios que una persona puede enfrentar (condición sustantiva). Al mismo
16. Alternativamente, podríamos utilizar una métrica como la propuesta por Martha Nussbaum
y Amartya Sen, referida a las capacidades básicas de las personas, y examinar la situación de
grupos que caen por debajo de lo que ellos llaman el umbral de las capacidades humanas
básicas (y que incluye la capacidad de vivir de acuerdo con los fines de una vida humana de
duración normal; la de recibir nutrición y abrigo adecuados; etc.). Nussbaum se ha preocupa-
do por mostrar los vínculos existentes entre estas capacidades y nociones como la de los
“bienes primarios” utilizadas por el filosofo John Rawls (Nussbaum, 2000, pp. 70-80).
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
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17. Podría ocurrir, por lo demás, que ciertos grupos cayeran bajo el escalón del bienestar
mínimo como resultado de su propia falta (i.e., como resultado de su afición al juego),
mientras contaban con razonables oportunidades para actuar de un modo diferente. Aquí no
me ocupo, sin embargo, del modo en que correspondería actuar en este tipo de situaciones
(i.e., si se deberían hacer todos los esfuerzos posibles para asegurar, a pesar de todo, las
necesidades básicas de los individuos en cuestión).
18. De todos modos, convendría aclarar que en la perpetuación de las situaciones de extrema
injusticia el gobierno nunca está solo. Debe reconocerse siempre la presencia de grupos que
se benefician, directa o indirectamente, de tales situaciones de injusticia, y que en consecuen-
cia no hacen nada (pudiendo hacerlo) para remediarlas (u obran directamente para mantener
el statu quo). Pogge (2001) analiza nuestras responsabilidades colectivas en el mantenimiento
de severas injusticias a nivel internacional.
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
Últimas consideraciones
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mirar los casos en cuestión de un modo diferente. Así, podría decirse, mira-
ríamos a los mismos de modo equivocado si sólo nos fijáramos, obsesivamente,
en los reclamos particulares de quienes protestan (i.e., sus reclamos en contra
de un proceso de privatizaciones, como en Bolivia; sus reclamos en contra de
los banqueros, como en la Argentina), sin tomar en cuenta lo que tales protes-
tas nos dicen acerca del sistema institucional dentro del cual ellas ocurren
(i.e., la dificultad de la gente para promover ciertos cambios políticos a través
del uso de herramientas legales). También perderíamos algo importante si
insistiéramos en mirar el derecho desde la perspectiva de ciudadanos bien
integrados, y no desde el punto de vista de los más desaventajados (como
podría sugerirnos John Rawls). Finalmente, creo que actuaríamos de un modo
impropio si propusiéramos dejar de lado el valor de tales protestas como
consecuencia de las motivaciones “egoístas” o “interesadas” de muchos de sus
líderes, ignorando el hecho de que existen legítimos intereses en juego, que
resultan sistemáticamente afectados por el Estado.
En segundo lugar, y luego de haber reconocido algunas de las conse-
cuencias que se siguen luego de clasificar la pobreza como la violación de
derechos humanos –consecuencias que pueden incluir la activación de un
derecho a resistir el derecho–, deberíamos preguntarnos si tiene sentido
seguir insistiendo en dicha clasificación. Mi respuesta es que sí. Y respon-
do de este modo porque comparto la actitud de fuerte confianza que
autores como John Locke o Thomas Jefferson mostraron hacia sus conciu-
dadanos –una actitud que resultaba asociada, en ambos casos, con presu-
puestos igualitarios sobre las capacidades y la dignidad de la gente–. Como
ellos, quisiera resistir una actitud contraria, muy común en muchos enfo-
ques contemporáneos sobre la materia, a partir de la cual se examinan las
violaciones al derecho como si fueran realizadas por sujetos que, simple-
mente, quieren tomar ventaja de los esfuerzos de los demás. Rechazo, en
tal sentido, las posturas que describen a quienes violan la ley (en circuns-
tancias como las referidas) como meros “parásitos” o aprovechadores. Con-
tra dicha actitud, y tomando como ejemplo lo que John Locke sostenía,
cuando el gobierno se comprometía sinceramente a respetar los derechos
individuales, entonces el pueblo tendía a reconocer y a honrar tales es-
fuerzos (Locke, 1988, p. 405).19 Para él, el pueblo estaba “más dispuesto
19. Siempre podía existir algún “espíritu turbulento” destinado a cambiar el orden de las
cosas indebidamente, pero en esos casos –asumía– el aventurero estaba sujeto a su “ruina y
perdición” (ibíd.).
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
20. En un sentido similar, contemporáneamente, sostuvo que la desobediencia civil debía ser
vista como “uno de los elementos estabilizadores de un sistema constitucional” (Rawls, 1971,
pp. 383 y 385).
21. Aunque seguramente es más importante, como diría Rawls, esforzarse por construir una
cultura en donde esas actitudes resulten siempre verdaderas.
22. Para él, por tanto, debía actuarse muy cuidadosamente frente a tales hechos, dado que la
penalización severa de los mismos podía implicar “la supresión de la única salvaguarda de la
libertad pública” (Jefferson, 1999, pp. 153-154).
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Roberto Gargarella
Bibliografía
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Derecho y nuevos movimientos sociales.
Algunas reflexiones sobre el ambiguo rol del
discurso jurídico en los conflictos sociales
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Diego J. Duquelsky Gómez
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
1. 1 La ciudadanía cívica
4. La “Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano” dictada en 1791
como culminación de la Revolución Francesa, expresa desde el mismo título esta doble
interpelación: el “hombre” –es decir, lo “privado”– y el “ciudadano” –lo público–. (Cf. A.
Ruiz, “La dimensión ideológica del discurso jurídico”, en AA. VV., Materiales para una teoría
crítica del derecho, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1991, p. 198/9.)
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Diego J. Duquelsky Gómez
5. Al interior de la fábrica y de la familia (al igual que en la escuela, el hospital o los cuarteles),
se desarrollan poderes y sujeciones extrajurídicos a los que Ferrajoli denomina “micropoderes
salvajes”. L. Ferrajoli, op. cit., p. 932 y ss.
6. B. de Sousa Santos, “Subjetividad, ciudadanía y emancipación”, op. cit.
138
Derecho y nuevos movimientos sociales...
7. Debe dejarse en claro que estas afirmaciones no implican sostener que el desarrollo del
capitalismo no haya generado una enorme masa de individuos pauperizados, sino que apunta
a enfatizar que tal “proletarización” discurrió sin generalizar la uniformidad y consciencia de
clase que Marx previó para la clase obrera. Por otra parte, si bien en estos tiempos de
acelerado cambio, no puede afirmarse a ciencia cierta qué nuevos rumbos tomará el capitalis-
mo globalizado, no puede pensarse que su desarrollo llevará en forma mecánica al reemplazo
del modo de producción capitalista por un modelo socialista.
8. W. Ramos Filho, “Direito pos-moderno: caos cretarivo e neoliberalismo”, en Direito e
Neoliberalismo, Curitiba, EDIBEJ, 1996, p. 91.
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
2. 1 Lo “nuevo” y lo “viejo”
12. Riechmann reconoce que no han faltado MS en la edad media, como movimientos
quiliásticos y rebeliones campesinas, pero es en la modernidad donde adquieren un papel
central. Por otra parte destaca los trabajos de Marx, Weber y Durkheim como primeros
intentos de teorización de éstos, junto con los precursores ensayos de Gabriel de Tarde,
Gustave Le Bon y Sigmund Freud sobre “psicología de masas”. (J. Riechmann y F. Fernández
Buey , Redes que dan libertad, Barcelona, Paidós, 1994, Cap.1).
13. J. Riechmann, op. cit., p. 47.
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Diego J. Duquelsky Gómez
14. Cf. Gurutz Jáuregui, La democracia en la encrucijada, Anagrama, Barcelona, 1994, p. 229.
15. Cf. J. Riechmann, op. cit., Cap 3.
16. J. Riechmann, op. cit., p. 69 y ss.
17. Cf. C. Verdaguer, “Los movimientos sociales, de la esperanza al desconcierto”, en Docu-
mentación Social Nº 90, Madrid, 1993, p. 67. En un mismo sentido escribe G. Jáuregui:
“Resulta difícil establecer una definición común de los NMS, ya que en general son amorfos,
fluctuantes y de naturaleza muy variada” (op. cit., p. 236).
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
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Diego J. Duquelsky Gómez
19. F. Calderón y E. Jelin, “Classes sociais e movimentos sociais na América Latina. Perspec-
tivas e realidades”, en R. B. C. S. Nº 5, vol. 2, octubre 1987, p. 76. Vale la pena aclarar que
el mismo párrafo es transcripto también por Boaventura de Sousa Santos en “Subjetividad,
ciudadanía y emancipación”, pero citando otra fuente (tomado de V. Ponte, “Estruturas e
Sujeitos na Analise da América Latina”, en S. Larangueira (ed.), Classes e Movimentos Sociais na
América Latina, Hucitec, San Pablo, 1990). Las sutiles diferencias entre una y otra cita son
fruto de la traducción –en nuestro caso, personal– del original en portugués.
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
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Diego J. Duquelsky Gómez
Debemos tener en cuenta en primer lugar que las tácticas de los NMS
se dirigen, por lo general, contra el Estado. A pesar de que su propuesta
implica la “politización de la vida cotidiana”, para el logro de sus objeti-
vos inmediatos concentran sus esfuerzos en la presión a los órganos esta-
tales para la toma de una determinada actitud.
Esta estrategia nos da pie para pensar que, en muchos casos, se trata de
movimientos “suicidas”. Dado su bajo grado de institucionalización, al
lograr sus objetivos, pierden su razón de ser, desaparecen.
La idea de “caos creativo” que adoptáramos unos renglones más arriba, nos
da el marco necesario para entender el proceso de estructuración o “armado”
del conflicto: se trata de “crear problemas para posibilitar soluciones”.
Estos grupos, desconocidos por el Estado, no tienen otro camino que
buscar visibilidad dentro de una perspectiva de confrontación. Visibilidad
tanto por parte del gobierno como de la ciudadanía en general.
24. Me apropio parcialmente en este punto de la terminología propuesta por el Profesor José
Eduardo Faría, de la Universidad de San Pablo, largamente estudiada y discutida en el módulo
a su cargo de la Maestría “Teorías Críticas del Derecho y la Democracia en Iberoamérica”,
Universidad Internacional de Andalucía, La Rábida, España, 1995.
25. Sería francamente reductivista limitar el campo de las necesidades expresadas por los NMS
a la manifestación de nuevos intereses sociales de corte “posmaterial”. Esto sería propio tan sólo
de los NMS europeos (y utilizamos el modo potencial porque incluso en ese caso tal afirmación
es muy discutible). Como vimos, en el caso latinoamericano se conjugan planteos de nuevas
necesidades con antiquísimos reclamos por mayor libertad, igualdad y justicia.
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
3. 2 La reacción oficial
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Diego J. Duquelsky Gómez
29. Obviamente, esta tipificación tiene un fin eminentemente analítico, que facilite la com-
presión del fenómeno. Es por ello que estas estrategias no deben ser entendidas como estruc-
turas monolíticas ni compartimentos estancos.
30. Extraoficialmente se habla de alrededor de 10.000 causas penales individuales que conti-
núan abiertas en 1999, originadas en protestas populares.
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
3. 3 Estrategias neutralizadoras
Así como dijimos que la función del derecho era la de desarmar los
conflictos, podemos afirmar que a cada una de las estrategias estatales, le
correspondería una de los NMS cuya función es neutralizarla.
a) Colectivización: a la idea de atomización se le impone la de colectiviza-
ción del conflicto (“cuantos más, mejor”), tratando de evitar la disper-
sión del grupo en acciones individuales, manteniendo la cohesión y el
anonimato.
b) Ideologización: la discusión no debe ser planteada en términos de de-
recho positivo sino de “justicia”. Se parte de la idea de que el reclamo
es legítimo en sí mismo desde una perspectiva ideológica, política.
c) Negociación: existen dos estrategias para enfrentar a la represión y for-
zar una negociación. La primera es oponer fuerza a la fuerza. Al respec-
to, cabe destacar que la mayoría de los NMS son renuentes a tomar
este tipo de medidas, por las razones que en seguida explicaremos. Pero
aun entre los movimientos que podríamos llamar “violentos”, la violen-
cia se dirige generalmente contra los objetos y no contra las personas.
La segunda, mucho más efectiva, consiste en desmoralizar el uso de la
fuerza institucionalizada. Cambiar el uso de la fuerza por la resistencia
pacífica produce un impacto mucho mayor en la opinión pública. En
tal sentido fueron precursoras las técnicas de los movimientos estado-
unidenses por los derechos civiles de las décadas del 50 y 60, aunque
podríamos encontrar sus raíces en las luchas de Gandhi por la inde-
pendencia de la India.31
d) Integración: es la última de las estrategias y consiste en el reconocimien-
to por parte del Estado de la existencia del grupo que, hasta el momento,
había sido sistemáticamente ignorado. En tal sentido suele decirse de los
NMS que aun derrotados son vencedores. El propio acto del Estado de
decir “no puedo dar” es un acto de reconocimiento colectivo.
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Diego J. Duquelsky Gómez
4. 1 Un Estado laxo
32. B. de Sousa Santos, “Límites y posibilidades de la democracia”, en Politeia Nº 13, Bogotá, 1993.
33. Como vemos, Ferrajoli se vale de la metáfora hobbesiana del “homo hominis lupus” para graficar
como la vida y la seguridad de los ciudadanos se encuentran en peligro hoy más que nunca por el
propio accionar estatal. En su desarrollo propone distinguir, además, entre la criminalidad interna
(torturas, desapariciones forzadas, masacres, etc.) y criminalidad externa (guerras, armamentos,
peligros de conflictos militares) de los Estados. L. Ferrajoli, op. cit., p. 936.
150
Derecho y nuevos movimientos sociales...
c) Otras veces puede observarse por parte del Estado una actitud mera-
mente permisiva. Tal es el caso, por ejemplo, de las tomas de tierras en el
Gran Buenos Aires durante estos últimos años.
Como revela un pormenorizado estudio de Denis Merklen, las autorida-
des permiten lo que no pueden detener y dilatan el mayor tiempo posible
cualquier solución. “Entre tanto, los pobres asumen funciones que antes le
correspondían al Estado: seleccionan el predio apto para habitar; en esa
selección buscan eliminar la conflictiva social al máximo; fijan el número de
familias que accederá al barrio; efectúan el ordenamiento urbano del futuro
barrio de acuerdo a las normas vigentes; se autoproveen de algunos servicios
esenciales; construyen sus viviendas; hacen tareas de mantenimiento urba-
no. Y todo ello no como práctica autogestiva que culmine en un aumento
de la libertad, sino como apéndice de prácticas clientelares que los vuelven
cada vez más dependientes”.35
34. Cfr. B. de Sousa Santos, “El derecho y la comunidad: las transformaciones recientes de la
naturaleza del poder del Estado en los países capitalistas avanzados”, op. cit., p. 138 y ss.
35. D. Merklen, “Organización popular y control social en las ciudades”, en Delito y Sociedad,
Año 4, Nº 6-7, 1995, p. 111.
151
Diego J. Duquelsky Gómez
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
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Los derechos sociales y sus garantías:
notas para una mirada “desde abajo”*
Gerardo Pisarello**
1. Introducción
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Gerardo Pisarello
156
Los derechos sociales y sus garantías
157
Gerardo Pisarello
158
Los derechos sociales y sus garantías
159
Gerardo Pisarello
5. Por un lado, los derechos sociales quedan deliberadamente excluidos de algunas garantías
institucionales reconocidas a otros derechos constitucionales (artículo 53.3 CE). Por otro,
gozan de un grado de rigidez inferior (artículo 167 CE) al de los derechos considerados
fundamentales por la doctrina mayoritaria y por el tribunal constitucional.
6. Referéndum que en algunas zonas del Estado, como en el País Vasco, arrojó altos índices
de abstención.
7. En el derecho comparado hay ejemplos en sentido contrario. En Suiza, por ejemplo, puede
impulsarse una iniciativa popular de reforma constitucional si se reúnen 100.000 firmas de
ciudadanos con derecho a voto (artículos 120 y 121). En el caso español, algunas comunidades
autónomas han incorporado este tipo de iniciativa para reformar sus estatutos. Según el Estatu-
to de Autonomía de Cataluña una iniciativa popular de reforma estatutaria exige la concurrencia
de 300.000 firmas de ciudadanos de Cataluña con derecho a voto (artículo 222).
8. La ausencia de cuestionamiento público al reconocimiento constitucional de los derechos
sociales ha permitido presentar como corolario “técnico” lo que en rigor es una opción jurídica
160
Los derechos sociales y sus garantías
161
Gerardo Pisarello
162
Los derechos sociales y sus garantías
13. La CE reconoce a todos los españoles el derecho de petición, individual y colectiva, por
escrito y “en los términos que determine la ley” (artículo 29 CE). La orgánica 4/2001 de 12
de diciembre, de regulación del derecho, lo extiende a toda persona jurídica o natural, con
independencia de su nacionalidad. El destinatario de este tipo de demandas puede ser, en
realidad, cualquier institución pública, administración o autoridad. En el ámbito parlamen-
tario, las cámaras disponen de una comisión de peticiones y regulan la manera de tramitarlas.
14. Así, por ejemplo, el Código Penal sanciona las manifestaciones ante las sedes de las Cortes
Generales (artículo 494), la perturbación grave del orden (artículo 497) o la injuria grave
contra las Cortes Generales o las Asambleas Legislativas de las comunidades autónomas si se
hallaran en sesión (artículo 496). En este último supuesto, el acusado de injuria quedará
exento de responsabilidad probando la verdad de las imputaciones cuando éstas se dirijan
contra funcionarios públicos sobre hechos concernientes al ejercicio de sus cargos o referidos
a la comisión de faltas penales o de infracciones administrativas (artículo 210).
15. Ley orgánica 3/1984, reformada por Ley orgánica 4/2006.
16. En algunas comunidades autónomas se prevén alternativas en este sentido. La Ley 1/2006
de iniciativa legislativa popular de Cataluña, por ejemplo, sólo exige como condición para
poder ejercer la iniciativa la inscripción en el padrón municipal –lo que facilita la participa-
ción de extranjeros– y tener más de 16 años.
163
Gerardo Pisarello
17. En Italia, por ejemplo, se requieren 50.000, y en Suiza, donde como se ha comentado se
contempla la iniciativa popular para la reforma constitucional, se exigen 100.000 firmas.
18. Esto no ocurre en algunas comunidades autónomas, como Aragón o Cataluña, donde la
Comisión Promotora puede retirar su petición –previo acuerdo parlamentario– si considera
que está siendo distorsionada por el proceso legislativo.
19. La exposición de motivos de la LO 3/1984, de hecho, advertía contra la posibilidad de
que la ILP pudiera servir “de fácil cauce para manipulaciones demagógicas o, incluso, para
intentar legitimar con un supuesto consenso popular lo que no es en sustancia sino la antide-
mocrática imposición de la voluntad de una minoría”. Este lenguaje ha desaparecido con la
reforma introducida por la LO 4/2006. Sin embargo, las reticencias al uso de este instrumen-
to de participación siguen siendo notorias.
20. Ésta es la expresión que utiliza el propio preámbulo introducido por la reciente reforma.
21. En noviembre de 1999, por ejemplo, el pleno del Congreso de Diputados rechazó, por
161 votos contra 145, la posibilidad de discutir la reducción de la jornada laboral a 35 horas
semanales sin disminución de salario. La proposición había partido de una iniciativa legisla-
tiva impulsada por la Confederación de Asociaciones de Vecinos, CGT, USO e Izquierda
Unida, y estaba avalada por la firma de 700.000 electores.
22. En 1993, la Federación de Enseñanza de Comisiones Obreras promovió, con el apoyo de
575.000 firmas reconocidas como válidas, una iniciativa legislativa popular para la financia-
ción del sistema educativo público. Fue debatida en el Congreso en diciembre de 1996 y
rechazada por 150 votos a favor y 155 en contra.
164
Los derechos sociales y sus garantías
23. La primera ILP aprobada en el ordenamiento español fue la ley aragonesa 2/1992 de
creación del Consejo de Protección de la Naturaleza. Otras no llegaron a buen puerto. En 2001,
la Asamblea Legislativa Valenciana desestimó la petición legislativa de ordenación y protección
de la Huerta de Valencia como espacio natural protegido. En Cataluña, por su parte, más de 70
entidades ecologistas impulsaron en 1998 una iniciativa para prohibir la incineración de resi-
duos y proponer sistemas alternativos. La proposición se admitió a trámite, pero, durante la
tramitación parlamentaria, lo que era una proposición de ley para prohibir la incineración de
residuos, se convirtió en una ley de regulación de la incineración de residuos.
24. En 2003 y 2007, por ejemplo, se presentaron en el Parlamento de Cataluña sendas
iniciativas legislativas populares para fomentar la vivienda protegida y para la adopción de
medidas urgentes en materia habitacional.
25. En la Comunidad Autónoma Vasca, en efecto, un grupo de plataformas de lucha contra la
exclusión social presentó una petición legislativa para la aprobación de una Carta de Dere-
chos Sociales. La iniciativa se articuló en torno a cuatro demandas fundamentales: el reparto
de trabajo mediante la reducción de jornada laboral a 32 horas semanales; el reconocimiento
del derecho ciudadano a un salario social individualizado para todos los demandantes de
empleo; la extensión al sector privado de las medidas de reparto del trabajo; y la financiación
de esas medidas a través de un fondo de solidaridad construido a partir de la lucha contra el
fraude fiscal y la reducción de gastos militares y de orden público. La iniciativa recibió el
apoyo de sindicatos, asociaciones de vecinos y grupos feministas, religiosos de base, de solida-
ridad con el tercer mundo y antimilitaristas. Admitida a trámite, los grupos parlamentarios
enmendaron la petición pasándola por el filtro de la “gobernabilidad”, lo cual suscitó quejas
por parte de sus promotores. No obstante, se convirtió en ley en el año 2000 y sentó un
precedente para la aprobación de una normativa similar en Navarra.
165
Gerardo Pisarello
26. Un ejemplo de ello es la aprobación de la Ley 11/2007, del 22 de junio, de acceso electró-
nico de los ciudadanos a los servicios públicos. En virtud de esta ley se reconoce el derecho de
los ciudadanos a relacionarse con las administraciones públicas por medios electrónicos y la
correspondiente obligación de éstas de impulsar el uso de estos medios. En cualquier caso, las
administraciones deberán adoptar las medidas necesarias para ponerlas en marcha antes del 31
de diciembre de 2009 y siempre que lo permitan sus disponibilidades presupuestarias.
166
Los derechos sociales y sus garantías
27. Ley 7/1985, de 2 de abril, Reguladora de las Bases del Régimen Local.
28. En materia urbanística, por ejemplo, el artículo 70 ter dispone que las administraciones
públicas con competencias de ordenación territorial y urbanística deberán tener a disposición
de los ciudadanos o ciudadanas que lo soliciten copias completas de los instrumentos de
ordenación territorial y urbanística vigentes en su ámbito territorial, de los documentos de
gestión y de los convenios urbanísticos.
29. Este precepto, recogido en el artículo 70 bis, fue añadido, precisamente, por la Ley 57/
2003 de medidas para la modernización del gobierno local.
30. Según el propio artículo 70 bis 2, dichas iniciativas deberán ir suscritas al menos por el
siguiente porcentaje de vecinos del municipio: a) hasta 5.000 habitantes, el 20%; b) de 5.001
a 20.000 habitantes, el 15%; c) a partir de 20.001 habitantes, el 10%.
31. Artículo 71.
32. Como es sabido, la experiencia pionera en esta materia fue la ciudad brasileña de Porto Alegre.
En el ámbito español, las experiencias de presupuestos participativos arrojan resultados dispares.
Hacia 2004 el número aproximado de experiencias era pequeño (12) en relación con el número de
municipios existentes (8108). Entre las ciudades y localidades implicadas figuraban Córdoba, Las
Cabezas de San Juan (Sevilla), Rubí (Barcelona), Albacete, Puente Genil (Córdoba), Jerez de la
Frontera o Sevilla. Algunas de las más antiguas, como la de Rubí, fueron suspendidas con el cambio
de gobierno, mostrando la débil irreversibilidad del proceso. En otras ciudades, como en Vallado-
lid, diferentes plataformas sociales han venido presionando a las autoridades municipales para que
incorporen los presupuestos participativos como un derecho ciudadano. Para un síntesis interesan-
te de estas experiencias, véase: Carmen Pineda Nebot, “Los presupuestos participativos en España:
un balance provisional”, en Revista de Estudios Locales Nº 78, Madrid, 2004.
167
Gerardo Pisarello
33. Diferentes defensorías del pueblo del ámbito autonómico han hecho referencia a esta
“cultura del silencio” y a la resistencia a responder de manera expresa y motivada a las
demandas ciudadanas. Véase, por ejemplo, el Informe del Defensor de las personas de Cata-
luña presentado al Parlamento catalán en 2007.
34. La Ley 42/1997, del 14 de noviembre, Ordenadora de la Inspección de Trabajo y de la
168
Los derechos sociales y sus garantías
Seguridad Social, estipula por ejemplo que la inspección puede proceder de oficio o en virtud
de denuncia (artículo 13). La acción de denuncia del incumplimiento de la legislación del
orden social es pública. No puede tratarse de denuncias anónimas, ni manifiestamente carentes
de fundamento, ni referirse a materias cuya vigilancia no corresponda a la Inspección de
Trabajo y Seguridad Social, ni coincidir con asuntos de un órgano jurisdiccional.
35. Los tribunales de cuentas y las fiscalías anticorrupción pueden desempeñar una función
relevante en la fiscalización del empleo de fondos destinados a satisfacer derechos sociales y en
la detección de casos de corrupción y desvíos.
36. Más allá de ello, muchas defensorías del pueblo sistematizan esas demandas y las convierten
en recomendaciones dirigidas a la administración y, eventualmente, al propio legislador. A
simple modo de ejemplo, pueden consultarse los Informes del Defensor del Pueblo Andaluz
sobre el problema de la vivienda (Vivir en la calle: la situación de las personas sin techo en
Andalucía, 2006; Chabolismo en Andalucía, 2005; Personas prisioneras en sus viviendas, 2003)
o los Informes del Ararteko vasco en materia educativa (Convivencia y conflicto en los centros
educativos, 2006; La respuesta a las necesidades educativas especiales en la CAPV, 2001).
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Gerardo Pisarello
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Los derechos sociales y sus garantías
37. Sobre esta cuestión, v. entre otros, V. Abramovich y C. Courtis, Los derechos sociales en
el debate democrático, op. cit., pp. 98 y ss.; R. Uprimmy, “Legitimidad y conveniencia del
control constitucional de la economía”, en R. Uprimmy, C. Rodríguez y M. García Villegas,
¿Justicia para todos? Sistema judicial, derechos sociales y democracia en Colombia, Norma,
Bogotá, 2006, pp. 196 y ss.
38. Como el establecido, por ejemplo, en el artículo 43 de la Constitución argentina reforma-
da de 1994.
39. La Ley 1/2000 de Enjuiciamiento Civil, por ejemplo, reconoce legitimidad procesal no
sólo al perjudicado individual, sino también a asociaciones constituidas con el objeto de
proteger a consumidores, a usuarios de servicios y a los propios grupos afectados (artículo
11). La Ley 29/1998, por su parte, que regula la jurisdicción contencioso-administrativa,
dispone que “tienen capacidad procesal ante el orden jurisdiccional contencioso-adminis-
trativo, además de las personas que la ostenten de acuerdo a la Ley de Enjuiciamiento Civil
[...] los grupos de afectados, uniones sin personalidades o patrimonios independientes o
autónomos” (artículo 18). Y luego agrega: “están legitimados ante el orden jurisdiccional
contencioso-administrativo: a) Las personas físicas o jurídicas que ostenten un interés
legítimo; b) Las corporaciones, asociaciones, sindicatos y grupos y entidades a que se refiere
el artículo 18 que resulten afectados o estén legalmente habilitados para la defensa de los
derechos e intereses legítimos colectivos”.
40. Hace tiempo que las demandas colectivas son una herramienta frecuente utilizada por los
trabajadores en el ámbito laboral. En los últimos años, por su parte, se han registrado en
España numerosos casos de demandas colectivas de consumidores y usuarios por vulneración
(directa o indirecta) de derechos sanitarios, educativos, habitacionales, etcétera.
171
Gerardo Pisarello
Hasta aquí, las garantías sociales se han presentado como vías de parti-
cipación en la elaboración de las garantías institucionales. Sin embargo,
también pueden actuar como vías de acción directa de defensa o reclamo
de un derecho social en ámbitos no institucionales.
Que las garantías sociales puedan actuar en ámbitos extrainstitucionales
no equivale, necesariamente, a que operen contra las instituciones o con-
tra la legalidad. Es más, muchas formas de participación orientadas a la
tutela de derechos sociales cuentan con respaldo de la constitución o de la
legislación vigente.
Éste es el caso de muchas garantías sociales de los derechos que se ejercen
en el marco de las relaciones con otros particulares. Así, por ejemplo, en el
ámbito de la empresa privada, son garantías sociales de los derechos labora-
les de los trabajadores derechos constitucionales básicos como el derecho a
la información, a la negociación y al conflicto colectivo (artículo 37 CE).
Igualmente, en determinados casos, el derecho a la información y el dere-
cho a la consulta pueden actuar como garantías sociales de los derechos
habitacionales de los inquilinos frente a los propietarios.
Las garantías sociales previstas por la ley también pueden ejercerse con
el objetivo de asegurar, en ámbitos extrainstitucionales, la autotutela de
los derechos sociales. Éste es el objetivo que persiguen, por ejemplo, las
demandas de acceso a bienes comunales42 o las empresas autogestionadas,
las asociaciones mutuales o las cooperativas producción y consumo que
permiten a las personas satisfacer por sí mismas los bienes y recursos
que constituyen el objeto de los derechos sociales. La propia CE, de
hecho, se compromete con el fomento de las sociedades cooperativas y
41. V. Abramovich y C. Courtis, Los derechos sociales en el debate democrático, op. cit., pp. 79 y ss.
42. En su Informe de 2007 al Parlamento de Cataluña, el Defensor de las personas analiza,
precisamente, quejas de vecinos por la denegación de acceso a bienes comunales que se
integran en el patrimonio de los entes locales.
172
Los derechos sociales y sus garantías
43. En España, por ejemplo, el Código Penal de 1995 tipifica como delictiva en el apartado
1º del artículo 245 la conducta de quien “con violencia o intimidación de las personas, ocupe
una cosa inmueble o usurpe un derecho real inmobiliario de pertenencia ajena”. En el aparta-
do 2º, sin embargo, introduce una nueva conducta delictiva, consistente en “ocupar sin
autorización debida un inmueble, una vivienda o un edificio ajenos que no constituyan hogar
o mantenerse en ellos contra la voluntad de su titular”. La mayoría de intérpretes del Código
Penal, así como numerosas resoluciones judiciales, han entendido que lo que se recoge como
delito en este último apartado es la ocupación pacífica de bienes inmuebles. No han faltado,
empero, interpretaciones más garantistas, compatibles con el principio de intervención penal
mínima, con la prohibición de la especulación inmobiliaria (artículo 47 CE) y con la función
173
Gerardo Pisarello
social de la propiedad (artículo 33 CE) que han entendido que no se trata de penalizar la
ocupación pacífica como de introducir una sanción menor cuando lo que tenga lugar sea una
ocupación intimidatoria o violenta de inmuebles que no constituyan hogar.
44. Véase V. Abramovich y C. Courtis, Los derechos sociales en el debate democrático, op.
cit., p. 77.
174
Los derechos sociales y sus garantías
4. Conclusiones
45. Véase, entre otros, A. Estévez Araujo, La Constitución como proceso y la desobedien-
cia civil, Trotta, Madrid, 1994, en especial el capítulo “La desobediencia civil como parti-
cipación en la defensa de la constitución”; J. I. Ugartemendia, La desobediencia civil en el
Estado constitucional democrático, Marcial Pons/Instituto Vasco de Administración Pú-
blica, Madrid, 1999.
46. Véase R. Gargarella, El derecho a la protesta. El primer derecho, Ad-Hoc, Buenos Aires,
2005. Una interesante reflexión a propósito del “movimiento okupa” en el ámbito español en
Amaya Olivas Díaz, “Castigar la disidencia: el movimiento de ocupación en el ordenamiento
jurídico”, en Jueces para la democracia, Nº 54, Madrid, 2005, pp. 51-72.
175
Gerardo Pisarello
47. Algunas de estas cuestiones han sido tratadas en M. Aparicio, X. Seuba, M. Torres, V.
Valiño y G. Pisarello (eds.), Sur o no sur. Los derechos sociales de las personas inmigradas,
Icaria - Observatori DESC, Barcelona, 2006.
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Límites en la agenda de
reformas sociales
El enfoque de derechos
en la política pública
Laura C. Pautassi*
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Laura C. Pautassi
los sectores privados, y en materia de políticas sociales a partir de programas focalizados en los
sectores más pobres. La receta continuaba en que, una vez eliminada la intervención estatal,
el intercambio mercantil promovería el crecimiento económico y distribuiría la riqueza a
través del “efecto derrame”. Mientras tanto, las políticas públicas atenderían las situaciones
de privación social más extrema. Nada más alejado del impacto que las políticas tuvieron en
toda la región.
2. La idea de programa “ciego” al género da cuenta de la invisibilidad y ausencia de la
perspectiva de género en la formulación, implementación y evaluación de la política pública
(Kabeer, 1998). Cabe recordar que el concepto género refiere a una construcción social
desigual basada en la existencia de jerarquías entre ambos sexos y a las consiguientes relacio-
nes de poder asimétricas que se generan a partir de allí.
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Límites en la agenda de reformas sociales
7. Hasta la fecha, el único país de la región que ha comenzado con un proceso de implemen-
tación del enfoque de derechos es Ecuador, que recientemente ha presentado su Plan Nacio-
nal de Desarrollo (2007-2010) donde explícitamente se incorpora el enfoque de derechos; al
respecto: SENPLADES (2007).
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Laura C. Pautassi
8. A lo largo del trabajo, sigo los principales postulados expuestos en Abramovich y Pautassi
(2006) y Pautassi (2007).
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Límites en la agenda de reformas sociales
1. El marco conceptual
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Límites en la agenda de reformas sociales
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10. Véase al respecto los trabajos contenidos en Courtis (2006), en especial Rossi (2006).
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Límites en la agenda de reformas sociales
11. Sin duda que la Corte Constitucional de Colombia es quien ha producido fallos ejempla-
res al respecto, pero también en los diversos países se van produciendo avances que dan
cuenta del reconocimiento de los DESC. Resulta interesante señalar que en países como
Argentina se está avanzado en una suerte de “judicialización” de la política social, habiéndose
interpuesto numerosas acciones de reclamo en materia de programas sociales. Ver al respecto:
Campos, Faur y Pautassi, 2007.
12. Abramovich y Courtis (2003) señalan que es erróneo el automatismo con el que se asocian
directamente las obligaciones positivas del Estado con la necesidad imperiosa de transferir
fondos públicos. Por el contrario, los autores insisten en el hecho de que si bien una de las
formas más características de cumplir con las obligaciones de hacer o de dar –especialmente
en materia de salud, vivienda– es directamente a partir de la provisión de fondos, sin embargo
existen las formas explícitas que tiene el Estado para satisfacer un derecho por otros medios.
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Laura C. Pautassi
13. De acuerdo con la clasificación sugerida por Abramovich y Courtis (2002). Los autores
hacen referencia además a otra diferenciación que usualmente se esgrime: que para los dere-
chos civiles y políticos corresponden obligaciones de resultados, mientras que para los econó-
micos y sociales corresponden obligaciones de conducta, lo cual trae aparejado consecuencias
concretas al momento de comprobar si un país ha violado o no un tratado internacional.
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20. Las acciones positivas son aquellos mecanismos que se utilizan para corregir la falta de
participación política y económica de las mujeres, razón por la cual se establece este tipo de
políticas que en los hechos significa que en igualdad de condiciones se le da prioridad a una
mujer sobre un varón. Ejemplo de este tipo de medidas son las leyes de cupo o de cuota, medidas
de promoción del empleo, en ámbitos considerados típicamente masculinos, entre otras.
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23. Comité DESC, Observación General 3, “La índole de las obligaciones de los Estados
Partes, párrafo 1 del art. 2 del Pacto”, párrafo 10, CELS (2006).
24. Para el Comité, esta obligación es de carácter inmediato, subrayando que las medidas
que el Estado debe adoptar para la plena efectividad de los derechos reconocidos “deben ser
deliberadas, concretas y orientadas hacia el cumplimiento de las obligaciones reconocidas
en el Pacto” (Comité DESC, Observación General 3, op. cit., párrafo 2). En todo caso le
corresponderá justificar al Estado por qué ha ido hacia otro lado o retrocedido, o por qué
no ha avanzado más rápido. En este sentido, la diligencia en la adopción de esas medidas no
puede presumirse. Corresponde al Estado, ante un reclamo concreto, y no a los ciudada-
nos, demostrar que se han realizado todos los esfuerzos posibles, teniendo en cuenta el
máximo de recursos disponibles: humanos, tecnológicos, de información, naturales y finan-
cieros, para cumplir con sus obligaciones en materia de derechos económicos, sociales y
culturales (CELS, 2004).
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Límites en la agenda de reformas sociales
25. Allí se destacan los lineamientos que está desarrollando la CIDH para la confección de
informes de países en el marco de cumplimiento del Protocolo de El Salvador (CIDH, 2008).
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26. La noción de ficción alude a que el Derecho crea un mundo propio, poniendo en
escena un juego de significantes y un sistema de representaciones que suelen romper
paradigmas de tiempo real y provocar experiencias semejantes a las narraciones de las
novelas (Marí, 2002, p. 375).
27. Esta recomendación busca advertir que las políticas que hoy se promueven bajo el
denominado posconsenso de Washington adoptan un discurso de derechos; en los hechos,
consisten en nuevas formas de programas focalizados con “filtro de derechos” que no incor-
poran los estándares del sistema de derechos humanos y mucho menos realizan una revisión
crítica de los perjuicios ocasionados por los programas asistenciales, que, entre otros efectos,
instauraron la idea de “beneficiarios” en desmedro de sujetos portadores de derechos.
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28. Gargarella (2005) señala que, en forma contraria a la práctica dominante durante años,
los programas económicos deben ajustarse al respeto de los derechos, y no los derechos
quedar dependientes de los programas de ajuste. La Constitución exige que nadie tenga sus
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intereses básicos sujetos a la esperanza del “derrame” económico, ni sus derechos condiciona-
dos al crecimiento de la riqueza.
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Bibliografía
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El Waterloo del Código Civil napoleónico.
Una mirada crítica a los fundamentos del
Derecho Privado Moderno para la construcción
de sus nuevos principios generales
Introducción
1. Molitor, Erich y Schlosser, Hans, Perfiles de la nueva historia del derecho privado, Barcelona,
Bosch, 1975.
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Sebastián Ernesto Tedeschi
2. El término es utilizado para dar cuenta cuando un modelo deja de responder a los fines para
los que fue pensado y se vuelve un instrumento cada vez más ineficaz para brindar soluciones
a los nuevos conflictos sociales.
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El Waterloo del Código Civil napoleónico
3. Sea éste el espacio del Municipio, Estados Provinciales, Nacionales o en forma potencial
los espacios regionales de integración como el Mercosur.
4. El concepto de “paradigma” es utilizado en los términos expuestos por Thomas S. Kuhn en
La estructura de las Revoluciones Científicas, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, y se
refiere a un modelo de consenso a partir de una revolución científica o tecnológica que
modifica la perspectiva histórica de la comunidad científica que la experimenta.
5. Marí, Enrique E., “Racionalismo y ficcionalismo en los criterios de legitimación del po-
der”, en Papeles de Filosofía, Buenos Aires, Biblos, 1993, p. 196.
213
Sebastián Ernesto Tedeschi
6. Wesenberg, Gerhard y Wesener, Gunter, Historia del Derecho Privado Moderno en Alemania
y Europa, Valladolid, Lex Nova, 1998.
7. Redactado y comentado por Winguläus Aloysius Frh. Von Kreittmayr, este código mantie-
ne la subsidiariedad del derecho común. Por eso sólo puede ser considerado como un precur-
sor de las codificaciones modernas.
8. Encargado por Federico Guillermo I como un código general basado en el derecho romano.
Los trabajos fueron comenzados por Samuel von Cocceji. Federico II, quien precisó mejor el
pedido solicitando “un derecho alemán general del territorio basado simplemente en la razón
y en la constitución del país”. Cocceji falleció en 1755, de tal manera que la obra fue
concluida por uno de sus colaboradores, Carl Gottlieb Svarez.
9. Marí, Enrique E., “La Interpretación de la ley, Análisis histórico de la Escuela Exegética y
su nexo con el proceso codificatorio de la modernidad”, en AA. VV., Materiales para una teoría
crítica del derecho, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1991, p. 275.
10. Llamado así desde la Reforma del 3 de septiembre 1807 hasta la Ordenanza dispuesta por
la Restauración el 17 de julio y el 30 de agosto de 1816. Luego, en un decreto del 27 de marzo
de 1852 de Luis Napoleón, se le restituyó el nombre de Código de Napoleón.
214
El Waterloo del Código Civil napoleónico
11. Entre los Códigos de Europa se encuentran: el impuesto en Bélgica (1804) y adoptado por
Holanda (1811), Nápoles (1829), Cerdeña (1838), Italia (1865), Portugal (1867), España
(1889). En América del Norte tenemos el de Quebec [1866] y Louisiana [1870]. En América
del Sur, el de Perú (1852), Chile (1857), Argentina (1871), Brasil (1917); Haití (1825),
Bolivia (1830), Santo Domingo (1844) y aún en 1942 influyó en el Código Civil de Venezue-
la. Por último en Asia orientó al Código Civil de Japón (1898).
12. Marí, Enrique E., “La Interpretación de la ley. Análisis histórico de la Escuela Exegética
y su nexo con el proceso codificatorio de la modernidad”, op. cit., p. 258.
13. Tarello, Giovanni, Cultura jurídica y política del Derecho, México, Fondo de Cultura
Económica, 1995, pp. 41-46.
215
Sebastián Ernesto Tedeschi
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El Waterloo del Código Civil napoleónico
15. Tarello, G., Cultura Jurídica y política del derecho, op.cit., p. 48.
217
Sebastián Ernesto Tedeschi
218
El Waterloo del Código Civil napoleónico
19. de Trazegnies Granda, Fernando, Postmodernidad y Derecho, Lima, ARA Editores, 1996.
20. Mialle, Michel, “La forma de Estado: cuestión de método” en Crítica Jurídica Nº 1,
México, Universidad Autónoma de Puebla, 1984.
219
Sebastián Ernesto Tedeschi
21. Marí, Enrique, “El concepto de posmodernidad”, en Papeles de Filosofía II, 2ª ed., Buenos
Aires, Biblos, 1997, p. 274.
22. Quien desarrolla en extenso estos límites del derecho civil moderno es de Trazegnies
Granda, F., “El derecho civil ante la posmodernidad”, en Jurisprudencia Argentina, Buenos
Aires, 1990, pp. 1-19.
23. Formalista se refiere a una concepción jurídica del derecho moderno que pretende que
las decisiones jurídicas se justifiquen únicamente con referencia a otras reglas y a los hechos
determinados específicamente en las reglas mismas. (La cita corresponde a Roberto
Mangabeira Unger, Law in modern Society, citado por de Trazegnies Granda, F., Posmoder-
nidad y derecho, op. cit.)
220
El Waterloo del Código Civil Napoleónico
24. Irti, Natalino, La edad de la descodificación, Barcelona, Bosch, 1992. En esta obra distin-
gue entre leyes excepcionales y leyes especiales. Mientras las primeras, aunque violan la lógica
de los principios, no amenazan los calificativos de definitivo y completo reivindicado por el
Código, las últimas introducen derogaciones a los principios del Código Civil.
25. Irti, N., La edad de la descodificación, op. cit., p. 33.
26. Ibídem, p. 32.
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2. 4 El sujeto a la intemperie
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30. Ruiz, Alicia, “La Ilusión de lo Jurídico”, en AA. VV., Materiales para una Teoría Crítica del
Derecho, op. cit., p. 185.
31. En este sentido Alicia Ruiz en la obra precitada, sostiene que desde el derecho se constru-
ye una ilusión donde la realidad está desplazada y en su lugar se presenta otra imagen como
real. Instalada, esa imagen se torna determinante.
32. El surgimiento de la sociedad multicultural está bien tratado en la obra de Will Kymlicka,
Ciudadanía Multicultural, Buenos Aires, Paidós, 1996.
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El Waterloo del Código Civil napoleónico
33. Lorenzetti, Ricardo L., Las Normas Fundamentales de derecho privado, Santa Fe, Rubinzal-
Culzoni, 1995, p. 48.
34. Cf. Sforza, Widar Cesarini, El derecho de los particulares, Madrid, Civitas, 1986. Para el
autor el derecho colectivo es una categoría intermedia entre derecho público y derecho
privado. El derecho de los particulares es el que los mismos particulares crean para regular
determinadas relaciones de interés colectivo a falta, o por insuficiencia, de ley estatal.
35. En la doctrina argentina Ricardo L. Lorenzetti, como la denominación lo adelanta,
encuadra este derecho dentro del derecho privado.
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Sebastián Ernesto Tedeschi
36. Luchar por la ciudadanía es luchar por la construcción de nuevos derechos. Es poner en
el espacio del debate público temas que antes se encontraban en la intimidad de las víctimas.
Politizar el daño sufrido es el primer paso en la construcción de nuevos derechos. Los
movimientos sociales y los agrupamientos colectivos en general son quienes cumplen un papel
fundamental en esta construcción.
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37. Arendt, Hannah, Condition del l´homme moderne, París, Calmann-Levy, 1982.
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38. Cf. Capella, Juan Ramón, Fruta Prohibida. Una aproximación histórico-teorética al estudio
del derecho y del Estado, Madrid, Trotta, 1997, pp. 260-265.
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41. Gordon, Robert W. “Cómo ‘descongelar’ la realidad legal: una aproximación crítica al
derecho”, en este mismo volumen.
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El Waterloo del Código Civil napoleónico
42. En los términos de Foucault se considera al poder no como un instrumento que unos
posean, sino como una situación estratégica en una sociedad determinada.
43. Tal como lo explicita Alicia E. C. Ruiz en “Aspectos ideológicos del discurso jurídico”, en
AA. VV., Materiales para una Teoría Crítica del Derecho, op. cit.: “Los blancos, los silencios, las
contradicciones, son signos desplazados del problema que, a través de tales huellas, revelan su
propia condición problemática. La ideología señala al negar, dice al callar, “revela en su
ignorar”. El par alusión/elusión, supone un discurso de desplazamiento, de implícitos, de lo
no dicho, en el cual los significantes siempre parecen ajenos, distantes, impropios de sus
significados”.
44. Para ver el desarrollo del principio “favor debitoris” y el paso al principio de “favor debilis”
y “a favor del consumidor”, cf. Lorenzetti, Ricardo L., Las Normas Fundamentales del Derecho
Privado, op. cit., pp. 97-103.
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El Waterloo del Código Civil napoleónico
46. Ferrajoli, Luigi, “El derecho como sistema de garantías”, en Derechos y garantías. La ley del
más débil, Madrid, Trotta, 1999, p. 25.
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Las marcas del vacío en
el discurso social
Nora Wolfzun*
Hace unos años, en su paso por Buenos Aires, el artista alemán Horst
Hoheisel propuso una mirada novedosa acerca de las marcas de la memo-
ria de nuestro pasado, específicamente referida a los monumentos de la
memoria. En tanto recordar el pasado se plasma en un esfuerzo de con-
ciencia que, lejos de ser claro y ordenado, suele ser fugaz y titilante, su
propuesta consistía en reemplazar los monumentos, huellas ostensible-
mente perceptibles en su materialidad, por anti-monumentos, es decir,
marcas de un espacio vacío que, desde su vacuidad, estimulen a la re-
flexión y a la producción de imágenes. Los monumentos en sitiales de
bronce, mármol o concreto rápidamente enmudecen en la “naturaliza-
ción” de algún sentido y, si acaso se habla de su demolición, vuelven a
cobrar vida. El espacio del vacío, en cambio, invita a la resignificación
permanente de una memoria que escapa a cualquier fijación semántica.
Tal como sucede en toda instancia de producción de sentido, el monu-
mento ordena y encauza el pasado al mismo tiempo que oculta la vitali-
dad subversiva de una memoria oscilante e incierta que sólo se vuelve
asible a través de su inevitable mediación: el nivel simbólico.
La propuesta de Hoheisel de una escucha reflexiva al interior del vacío
como enlace de lo visible con lo invisible nos acerca metafóricamente a la
idea nodal de este trabajo: la ponderación insoslayable de la dimensión
imaginaria en el discurso de las ciencias sociales en general y en el discur-
so jurídico en particular.
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Nora Wolfzun
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Las marcas del vacío en el discurso social
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Nora Wolfzun
1. Definiciones del Diccionario de uso del español, María Moliner, Gredos, Madrid, 1994.
Metáfora: tropo que consiste en usar las palabras con sentido distinto del que tienen propia-
mente, pero que guarda con éste una relación descubierta por la imaginación.
Metonimia: figura retórica que consiste en tomar el efecto por la causa, el instrumento por el
agente, el signo por la cosa, etc., o viceversa. Por ejemplo, no respeta las canas, dormir sobre
los laureles.
Sinécdoque: metáfora que consiste en designar una cosa con el nombre de otra que no es más
que una parte de ella, o con la materia de que está hecha, o con el de algo que lleva o usa.
Ironía: manera de expresar una cosa, que consiste en decir, en forma o con entonación que no
deja lugar a duda sobre el verdadero sentido, lo contrario de una cosa.
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Bibliografía
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“¡Identifíquese!”
Apuntes para una historia del control
de las poblaciones*
I. La identificación de personas
en los aeropuertos estadounidenses
* Originalmente publicado en AA.VV., Estudios sobre Justicia Penal. Homenaje al Prof. Dr.
Julio B. J. Maier, Buenos Aires, del Puerto, 2005.
** Profesor de Derecho Penal y Criminología de la Facultad de Derecho, Universidad de
Buenos Aires.
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9. Estos permisos eran un privilegio y no todos podían poseerlos. Según ordenanzas germanas,
debían destruirse los que estuvieran en posesión de gitanos, que por definición carecían del
derecho a tenerlos; Groebner, Describing the Person, Reading the Signs in Late Medieval and
Renaissance Europe, p. 19.
10. La palabra “tatuaje”, de origen polinesio, fue adoptada a fines del siglo XIX. El término
usado por los antiguos griegos y romanos para referirse a los dibujos en el cuerpo era el de
“estigma”, que luego sería sinónimo de marca infamante; Jones, Stigma and Tatoo, p. 1.
11. Sobre la abolición del pasaporte absolutista: Torpey, The Invention of the Passport, p. 29.
12. Noiriel, The Identification of the Citizen, pp. 28 y ss.
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El siglo XIX sería una época de verdadero laissez faire económico, re-
flejado en la abolición de “aduanas interiores”, pero el vagabundo, el po-
bre, seguía siendo sospechoso por definición (como dice la cita de Norman
con la que Torpey inicia su investigación) y deberían inventarse formas
específicas de controlarlo sin obstaculizar la libertad de mercaderías e
incluso de trabajadores.
Aunque los controles identificatorios serían una excepción hasta el si-
glo XX, es entonces en la constitución de los Estados nacionales durante
la modernidad industrial o estricta contemporaneidad cuando se gestó el
control biopolítico al que responden los controles aeroportuarios que he
mencionado, pues la construcción de una identidad nacional requería de
la identificación de los “ciudadanos”. La nueva lógica identificatoria cons-
truirá “identidades” nacionales atacando las diferencias culturales.13 Éste
será el primer intento de controlar “incluyendo”, aunque a la vez generará
una nueva forma de “exclusión”.
Se produjo entonces un aumento de las burocracias estatales y un refi-
namiento eficientista de los controles poblacionales. Esto tendría terri-
bles consecuencias en el siglo XX, y que aún son de temer.
Por un lado, los censos fueron mejorados e implementados en gran
escala: desde 1790 los recién independizados Estados Unidos realizaron
un censo general de la población cada diez años, e Inglaterra organizó el
primer censo moderno en 1801 con la finalidad de saber cuántos jóvenes
podían luchar en las guerras napoleónicas.14 Para evitar el incumplimien-
to con las obligaciones militares, en Francia se obligó a toda la población
(en especial los judíos) a inscribirse en los recientes registros estatales, que
serían controlados desde 1820 por el Ministro de Justicia y los fiscales.15
Por otro lado, aparecieron sistemas de control relacionados con el siste-
ma penal. Los nacientes cuerpos de policía recibieron la legitimación de
los sistemas penales liberales pero no sus límites, que estarían reservados
–en todo caso– al proceso de imposición de condenas. El Código de Ins-
trucción Criminal francés de 1808 es buen ejemplo de ello.16 Foucault
evocó la presentación de su texto, formulada por el jurista del régimen
napoleónico Treilhard, en la cual se advertía que “el procurador no debe
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tener como única función la de perseguir a los individuos que cometen infrac-
ciones; su tarea principal y primera ha de ser la de vigilar a los individuos
antes de que la infracción sea cometida. El procurador no es sólo un agente de
la ley que actúa cuando ésta es violada, es ante todo una mirada, un ojo
siempre abierto sobre la población. El ojo del procurador debe transmitir las
informaciones al ojo del Procurador General, quien a su vez las transmite al
gran ojo de la vigilancia que en esa época era el Ministro de la Policía”.17
La policía, como la prisión, hunde sus raíces en las prácticas adminis-
trativas del Antiguo Régimen. Recordaba Maier que tanto la institución
hoy conocida como “policía” como el concepto que representa su base
material tuvieron su origen en la consolidación del Estado moderno y en
su primera configuración política: el absolutismo monárquico.18 Pero,
como continúa el autor al que le rendimos homenaje, fue con la limita-
ción liberal al Estado que se impuso una tarea de “evitar peligros”, para lo
que se organizó una “policía” propiamente dicha.19
Los primeros cuerpos policiales, los ingleses y los franceses, repre-
sentaron modelos diferentes dadas las características políticas de cada
Estado. La policía de Londres, creada en 1829 por Robert Peel como
una herramienta más en su búsqueda de racionalización del sistema
penal, 20 no fue una policía política sino una local y más cercana a los
propietarios comerciales e industriales, que exigían sistemas para cas-
tigar e impedir los ilegalismos populares.21 En contra de este modelo
más civil, la policía francesa, la Gendarmerie heredera en 1791 de la
absolutista Marecheuse, siguió un modelo centralizado, jerarquizado,
militarizado y disciplinario. 22
Pero, en ambos casos, el moderno Estado liberal adoptó las formas
policiales de control para “incluir” a los ciudadanos y “excluir” a los sos-
pechosos. Estas formas, como he señalado más arriba, tienden a escapar a
los límites del derecho. Y lo hacen tanto por su pretensión de actuar
como un no-derecho cuanto por el tipo de actividad y objetivos que per-
siguen. La policía, como cuerpo burocrático, se convirtió a sí misma en
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23. Recasens, Aquellas aguas trajeron estos lodos: la burguesía y los orígenes del aparato
policial, p. 295.
24. Foucault, Vigilar y castigar, p. 216.
25. Foucault, “Omnes et singulatium : hacia una crítica de la razón política”, y “La
gobermentabilidad”.
26. Citado por Caplan, This or That Particular Person, p. 49.
27. Caplan, This or That Particular Person, p. 65.
28. Hoy ampliamente difundido en la criminología y el derecho penal. Su origen en la
sociología: Beck, La sociedad del riesgo; Giddens, Consecuencias de la modernidad.
250
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29. Feeley y Simon, Actuarial Justice: The Emerging New Criminal Law, pp. 185 y ss.
30. Ericson y Haggerty, Policing the Risk Society, p. 23.
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40. También creía que este método sería el más eficaz para erradicar finalmente el delito, igual
que para erradicar la guerra entre Estados si es que se universalizaba tal sistema. Mencionó a
Girardin como un anticipado al abolicionismo; Zaffaroni, Girardin: abolicionismo entre el
Segundo Imperio y la Tercera República francesa.
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las mesas de saldos de las librerías de la calle Corrientes: Ottin, Frenología, por el Dr. Gall.
Fisiognomía, por el Dr. Lavater.
47. Kaluszynski, Republican Identity, p. 127.
48. Que discutirían sobre si tales marcas eran muestras de atavismo o degeneración, Caplan,
National Tattooing, p. 156.
49. Cole, Suspect Identities, pp. 37 y ss.
50. Cole, Suspect Identities, p. 49.
51. Ruggiero, Fingerprinting and the Argentine Plan for Universal Identification in the Late
Nineteenth and Early Twentieth Centuries, p. 189.
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52. Que era una “tabla de salvación” para Lombroso, y que en el reformatorio de Elmira en
New York se utilizó para calcular, mediante promedios, las proporciones del “cuerpo crimi-
nal”; Cole, Suspect Identities, p. 57.
53. Cole, Suspect Identities, p. 31.
54. Álvarez Uría, Miserables y locos, p. 214.
55. Mattelart, La invención de la comunicación, p. 291.
56. Obligación que perduró hasta 1969 (Kaluszynski, Republican Identity, p. 137), aunque
hubiera facilitado la obra exterminadora de estas personas emprendida por los nazis.
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57. Ruggiero, Fingerprinting and the Argentine Plan for Universal Identification in the Late
Nineteenth and Early Twentieth Centuries, pp. 185-186. Drago defendería luego las ventajas
del “bertillonaje” sobre el sistema de Vucetich y lo acusaría de plagiario; Cole, Suspect
Identities, p. 129.
58. Paralelamente el inglés Henry estudiaba otro sistema para aplicarlo a los mismos fines.
59. Sobre la historia de la fotografía en la Argentina: Cortés, Iconografía de la violencia:
imágenes de la guerra, imágenes del desvío. La unión entre Estado y fotografía empezó en la
presidencia de Urquiza, quien mandó a retratar a los constituyentes en 1853, y de los
fotógrafos oficiales en las campañas contra el Paraguay, contra los indios del Desierto y contra
los caudillos del Interior. Algunos años más tarde se enlazaron la tecnología visual y el control
policial: junto al surgimiento de las cédulas de identidad debe ubicarse la decisión del comisario
Álvarez –que luego sería el famoso literato Fray Mocho– de organizar en 1887 una galería de
imágenes de criminales célebres que integraban el conjunto de conocimientos de la institución
policial y que servía, también, como alerta a la población civil. La imagen se tornará, así, un
trofeo que premia el accionar policial, una garantía de los aciertos de las concepciones higienistas
y de las instituciones que las administran; Rogers, Galería de retratos para el Estado: Identidades
y escritura en “casos” argentinos de fines del siglo XIX (1887-1897).
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una afectación al honor que iba más allá de la condena.63 Esta reacción era
natural cuando apenas se estaban eliminando las penas infamantes, here-
dadas de las “marcas” realizadas en el Antiguo Régimen para identificar a
los convictos.64 Pero otros jueces, como el bonaerense Octavio González
Roura, lograron imponer un sistema de registro que en 1902 tendrá ca-
rácter general. González Roura formó junto a Acevedo y a Lozano la co-
misión redactora del Código Procesal Penal de la provincia de Buenos
Aires de 1906, que fue el primer ordenamiento con preceptos referidos a
la aplicación del sistema de Vucetich, algo que luego se extenderá a otras
legislaciones. Finalmente, este registro se concretó legalmente y con ca-
rácter nacional en 1933, con el nombre de “Registro Nacional de Reinci-
dencia y Estadística Criminal”.
Este proyecto de gobernabilidad, no obstante, fue antes policial que
legal. La fijación de determinadas identidades permitía actuar a la policía
sobre una clientela habitual y, además, justificaba su accionar permanen-
te para corroborar la identidad, algo que comenzó a permitirse en los
edictos policiales subsiguientes. Sozzo indicó que ese proyecto sigue sien-
do el que sostiene las actuales prácticas policiales.65 El “prontuario” se
creó con la ordenanza general de la Policía de Buenos Aires del 10 de
octubre de 1905, según la cual debía remitirse a todo detenido recibido
en calidad de encausado (y también a toda persona cuya libertad se hu-
biera dispuesto por no poseer esa calidad) para los fines de su entrada en
el registro policial o de comprobar su identidad. Ello daría origen a un
archivo policial, en el que constaría una galería de individuos identifica-
dos por sus datos de estado civil, filiación morfológica, impresiones
digitales, antecedentes judiciales y policiales, adunándosele una fotogra-
fía en los casos en que “sea peligroso por otros motivos y convenga preve-
nir su observación ulterior”. Esa fotografía debía tomarse en las condicio-
nes normales del causante en la vida ordinaria, por su actitud, ropas,
peinado, barbas, etcétera.66
63. Ruggiero, Fingerprinting and the Argentine Plan for Universal Identification in the Late
Nineteenth and Early Twentieth Centuries, p. 188.
64. Sobre tales “marcas” como origen de la identificación de personas: Groebner, Describing
the Person, Reading the Signs in Late Medieval and Renaissance Europe, p. 22; Cole, Suspect
identities, p. 7.
65. Sozzo, ¿Hacia la Superación de la Táctica de la Sospecha?
66. La ordenanza completa en Martín, Lo policial como necesidad.
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67. Ruggiero, Fingerprinting and the Argentine Plan for Universal Identification in the Late
Nineteenth and Early Twentieth Centuries, pp. 192-193.
68. Salessi, Identificaciones científicas y resistencias políticas.
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tenían que tener una tarjeta con foto y huella digital que identificara si
era nacional o extranjero; en ambos casos, constaría en rojo el estigma
“judío” si fuera el caso. A pesar de este vergonzoso recuerdo, el DNI per-
manecerá tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial, aunque sin la
obligatoriedad desde 1955 (el “por las dudas” hizo que casi todos los
franceses –acostumbrados a una maquinaria estatal vigilante– solicitasen
este documento; por otro lado, el número único de control sería también
el considerado por la seguridad social en el naciente Estado de bienestar
que imitaba el modelo del New Deal en Europa).
También en Inglaterra las amenazas de la II Guerra Mundial motiva-
ron la creación de una identificación universal. La justificación de esta
medida, ya deseada estatalmente, era la de detectar a los extranjeros sos-
pechosos de espionaje. Sin embargo, no hay antecedentes judiciales de
que se hayan detectado, ni evitado, bombardeos, espionajes o sabotajes
gracias a este método. Por el contrario, sí existen condenas por falsificacio-
nes y también varios procesos que demostraron, posteriormente, el recha-
zo de una población cuidadosa de su intimidad y seguridad: para el año
cincuenta un ciudadano judío fue acusado de no registrarse en todos esos
años (éste argüía, razonablemente, que en caso de haberse completado la
invasión nazi ese registro en papel de su nombre era su segura deporta-
ción a un campo de concentración); y una ciudadana se quejaba de las
continuas molestias ocasionadas por un policía que la conocía perfecta-
mente, pero le exigía la identificación. Finalmente, en 1952, un juez
señaló la ilegalidad de la tarjeta identificatoria que convertía a los ciuda-
danos en sospechosos, y en 1953 se prohibió legalmente a la policía exigir
la identificación al carecer de razonabilidad una medida implementada
sólo para la duración de la guerra.74
La carta de identidad universal desapareció así de Inglaterra, aunque
ahora su gobierno quiera reimplantarla. En Estados Unidos nunca llegó a
implantarse a nivel disciplinario, pero persistiría la identificación de los
74. Agar, Modern Horrors, pp. 110-111. Socialmente, además, se considera antipática por ir
en contra de la “identidad británica”: exigir identificaciones es para ellos una “prusificación”.
A pesar de todas estas oposiciones, actualmente existen tentativas serias de introducir el
“odiado” carnet de identidad, motivadas tanto por la política antiterrorista cuanto por el
ingreso a la Unión Europea. Probablemente cuando este artículo se publique el gobierno
laborista ya habrá aprobado la ley que obliga a todos los británicos a portar esta identificación
en un plazo de entre dos y diez años.
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77. Cole, Suspect Identities, p. 252 y ss.; Lyon, Surveillance after September 11, pp. 63 y ss.
78. El iris del ojo se ha utilizado desde principios de la década del 90 en aeropuertos de
Holanda y Canadá; Lyon, Surveillance after September 11, p. 71.
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controlen pidiéndonos unos papeles sino que bastará con pedirnos colocar
el dedo sobre un sensor conectado al sistema que contenga los datos de
todos. El control de los aeropuertos estadounidenses tiene la finalidad de
impedir el ingreso de algunos de los “sospechosos” previamente identifi-
cados, así como la de los que no existan en la base de datos.79
Además, esa técnica sirve para ir confeccionando una lista en la que
constemos todos. Después del 11 de septiembre el Congreso estadouni-
dense instó a la introducción del reconocimiento dactilar y fotográfico en
las licencias de conducir y de inmigración, y tras ello enviar una copia
con el fin declarado de crear una gran base de datos única de huellas de
ciudadanos. Ello se une a la mencionada Enhanced Border Security and
Visa Reform Act, que es la que ordena la expedición de visados biométricos
para los 250 millones de extranjeros que entran cada año al país. No es de
extrañar, entonces, que se plantee finalmente introducir un sofisticado
sistema de carnets de identificación para todos los ciudadanos.80 Esto
facilitaría la formación de una base de datos que, de cualquier forma, ya
puede formarse con toda la información que vamos dejando en toda nues-
tra vida diaria. Las compañías comerciales ya lo realizan, ilegalmente,
para vendernos productos o saber si somos solventes. Pero a pesar de aque-
llos que critican al mercado y solicitan más Estado (sin distinguir la acti-
vidad de éste), más preocupación debería causarnos saber que esa base de
datos, en la que se incluye hasta el ADN, está siendo confeccionada por
las burocracias de los Estados Unidos, quién sabe con qué fines.81
También en ello otros Estados le llevan la delantera. Wacquant denun-
ció cómo Francia y Holanda aprovechan los ingentes datos sobre indivi-
duos acopiados por los Estados de bienestar que se desplazan ahora, al igual
que los Estados Unidos, hacia el control penal: la etapa siguiente en el
estrechamiento de la vigilancia informatizada de las poblaciones precarias
79. No debe descartarse la importancia de los “falsos positivos”. Si lograra crearse un método
que tuviese un 99 por ciento de efectividad (algo muy difícil hoy en día), miles de los millones
de pasajeros aéreos podrían ser confundidos con alguno de los “parias” señalados en la base de
datos por algún antecedente judicial o por lo que los servicios de inteligencia consideren
“estigma” determinante.
80. Lyon, Surveillance after September 11, p. 72.
81. En Europa se han creado organismos independientes para proteger esos datos de carácter
personal ante posibles utilizaciones ilegítimas por parte de empresas o del propio Estado; Calvo,
La protección de datos de carácter personal; y Hassemer y Chirino, El derecho a la autodeter-
minación informativa y los retos del procesamiento automatizado de datos personales.
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¿En el nombre de la democracia?
Exploraciones en torno a los procesos
de reforma policial en la Argentina
Máximo Sozzo*
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¿En el nombre de la democracia?
1. En el caso de los delitos contra la propiedad a nivel nacional, el pico de aumento se dio
también en 2002. En cambio, en los delitos contra las personas, la tendencia ascendente se
mantiene ininterrumpida a lo largo del período.
2. En cambio, en el tipo de delito que presenta el menor volumen de “cifra negra”, el
homicidio doloso, se observa a nivel nacional –al igual que lo que sucede con el total de los
delitos registrados– una cierta tendencia creciente hasta el año 2002 –un aumento del 25%–
para luego caer continuamente en los años sucesivos, llegando en 2005 a un descenso del 23%
con respecto al inicio del período. En los escenarios provinciales no se observa necesariamen-
te esta misma dinámica. En la CBA se da un incremento total en el período analizado del
198%, en la PSF se da la misma tendencia pero con un aumento total del 75%, mientras que
en la PBA se experimenta un descenso global del 28%.
3. El Gran Buenos Aires abarca una serie de municipios de la Provincia de Buenos Aires que
rodean la Ciudad de Buenos Aires, que tiene un estatuto autónomo. Conjuntamente consti-
tuyen, en cierta medida, una unidad urbana, comúnmente definida como “área metropolita-
na”, en donde residen unos 14 millones de personas.
4. Es la ciudad más importante desde el punto de vista demográfico de la Provincia de Santa
Fe y la segunda ciudad más grande del país, con unos 1.25 millones de habitantes.
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¿En el nombre de la democracia?
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5. William Bratton fue entrevistado en diversas ocasiones por los periódicos argentinos. Ver
La Nación, 8/8/1999; Clarín, 19/1/2000; La Nación, 6/12/2000. George Kelling fue entre-
vistado por el diario Clarín el 11/5/1999.
6. William Bratton –junto con William Andrews y Patrcik Arnett– asesoró durante el año
2000 al titular del Partido Nueva Dirigencia, Gustavo Béliz, y luego también al candidato a
jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Domingo Cavallo. George Kelling, por su
parte, también asesoró durante su campaña electoral para Presidente de la Nación en 1999 a
este último, especialmente en torno a la redacción de su manifiesto electoral “Un delito, una
condena”.
7. Ex coronel del Ejército Argentino que participó de dos levantamientos contra el Gobierno
nacional de Raúl Alfonsín, fue condenado e indultado por el Gobierno nacional de Carlos
Menem en 1991. Luego ingresó en la actividad política, fundando su propio partido político,
el MODIN. Fue Intendente del Partido de San Miguel y el primer ex militar puesto a cargo
de una fuerza de seguridad desde la reinstauración democrática.
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“Prohibido cantar
prohibida la baraja
pena: expulsión del local
(Sin excepciones)
—¿Por qué prohibido cantar?
—Para evitar las grescas. Aquí no se canta de alegría.
Si alguien lo hace, se delata: está borracho de un modo peligroso”.
Introducción
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aplicación del derecho positivo,9 pues “el legado permanente del raciona-
lismo y de la exégesis no consistió, principalmente, en sus criterios
valorativos, sino en la actitud de adhesión hacia el derecho legislado”.10
Así, “la aceptación por parte del jurista es dogmática y basada en crite-
rios puramente formales”.11 El autor destaca la utilidad de la teoría de Kelsen
para fundar esta actitud que representa un iusnaturalismo encubierto de-
nominado “positivismo ideológico”, que considera valiosa toda norma posi-
tiva por el hecho de pertenecer a un orden coactivo, con lo cual el criterio de
aceptación coincide con el criterio para afirmar su validez.12
Nino destaca que la reformulación del sistema legislado es una de las fun-
ciones más importantes de la dogmática jurídica, y que esta función no resul-
ta incompatible con la adhesión al derecho positivo pues la utilización de
ciertas técnicas oculta esta función creadora.13 Esta función creadora de dere-
cho es ocultada por las técnicas de interpretación utilizadas por los dogmáti-
cos14 y por el desarrollo de elaboraciones conceptuales denominadas “teorías
jurídicas”.15 La operación de los mecanismos y técnicas que reformulan el
derecho legislado presupone un bagaje de construcciones teóricas generales
caracterizadas por su elevado nivel de abstracción, por la multiplicidad de
categorías conceptuales y por su amplio grado de generalidad.16
9. Según Nino, al dogmático no le interesa “lo que los jueces van a decidir, sino cómo deben
decidir” (Nino, op. cit., p. 31).
10. Cf. Nino, Consideraciones..., p. 29.
11. Cf. Nino, Consideraciones..., p. 32. Nino destaca la importancia del concepto de validez en
Kelsen, uno de cuyos significados posibles se identifica con la fuerza obligatoria de la norma
jurídica, como parte de la ideología dogmática. Tanto Nino como Carrió sostienen que
Kelsen no fundó un nuevo modelo de ciencia jurídica, sino que fue el “gran teórico de la
ciencia dogmática del derecho” (ver p. 34, nota 20).
12. Cf. Nino, Consideraciones..., p. 29.
13. Cf. Nino, Consideraciones..., p. 41.
14. Nino toma como ejemplo, en este sentido, al método de interpretación utilizado para
determinar la acción típica contenida en la ley penal, que agrega consecuencias normativas no
previstas en la ley (Consideraciones..., pp. 41 y ss.).
15. Nino toma como ejemplo, en este sentido, la teoría del bien jurídico elaborada por la
dogmática jurídico-penal (Consideraciones..., pp. 55 y ss.).
16. Cf. Nino, Consideraciones..., p. 53.
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1. 3 Conclusiones
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33. Respecto del carácter científico de la dogmática y de las consecuencias que la suposición
de ese carácter produce en el ámbito teórico, es ilustrativa la opinión de Schünemann:
“Ordenación y regulación del saber existente, averiguación de las contradicciones que se den
y disponibilidad permanente de dicho saber en forma orientada al problema prueban, por
tanto, el valor de la construcción sistemática, ineludible en cualquier ciencia desarrollada”
(“Introducción al razonamiento sistemático en Derecho penal”, en AA.VV., El sistema moder-
no del Derecho penal: cuestiones fundamentales, Madrid, Tecnos, 1991, p. 32).
Lo más interesante de esta afirmación es que es formulada en un contexto en el cual se
comparan las proposiciones de un paleobiólogo acerca del origen del homo habilis con las
proposiciones formuladas por los juristas. De este modo, el párrafo esconde y confunde las
diferencias entre una ciencia descriptiva y el saber jurídico. El paleobiólogo que sistematiza
los datos sobre el homo habilis no altera su objeto de estudio, sólo predica sobre él. En la
concepción de Schünemann, sin embargo, la disciplina jurídica, para ser científica, debe
modificar su objeto –el conjunto de normas jurídicas positivas, por ej., cuando las reglas no
presentan coherencia sistemática alguna–. Los criterios de sistematicidad, en este contexto,
no derivan de la necesidad de aplicar las normas jurídicas de una forma más o menos coheren-
te en orden a la realización de algún criterio material de justicia –v. gr., la igualdad– sino, en
todo caso, de una necesidad metodológica propia del conocimiento científico. Esta confusión
de planos, en el caso inequívoca, es uno de los principales errores que Nino atribuye a la
dogmática. Sin embargo, no siempre los autores incurren en este error, pues las reglas formu-
ladas por los juristas para otorgar cierto grado de coherencia y de completitud al sistema
pueden ser “explicadas” y justificadas en términos valorativos que presupongan el reconoci-
miento de los defectos del texto legal.
34. Si bien el concepto de “función creadora” de derecho que Nino atribuye a la actividad de
los juristas presenta problemas, como discutiremos más adelante, existen casos en los cuales
las conclusiones normativas propuestas no pueden conciliarse de ningún modo con el conte-
nido de las normas que intentan “explicar”. Cf., por ejemplo, las argumentaciones que preten-
den fundar jurídicamente el incumplimiento de la obligación de establecer el juicio por
jurados en materia penal. Sobre este tema, con abundantes citas bibliográfica de los partici-
pantes en el debate, cf. Goransky, M. D., “Un juicio sin jurados”, en AA.VV., El nuevo Código
procesal penal de la Nación, Buenos Aires, Del Puerto, 1993, pp. 103 y ss.; Maier, J. B. J.,
Derecho procesal penal, Buenos Aires, Del Puerto, 1996, 2ª ed., t. I, § 7, C.
35. En algunos casos, los modelos desarrollados llegan a tal grado de abstracción y compleji-
dad que pueden ser considerados un ejercicio de demostración de capacidad teórica antes que
la reexpresión coherente de un sistema de soluciones para decidir casos reales. Estos desarrollos
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Una de las afirmaciones que Nino realiza con mayor firmeza se refiere a
la actitud de adhesión formal al derecho positivo propia del positivismo
ideológico que “se da entre los juristas”.36 No obstante, luego relativiza
esa afirmación cuando reconoce que esta adhesión resultaría contradicto-
ria con la función creadora de la dogmática, razón por la cual aclara que la
adhesión acrítica al derecho legislado no es real y sólo es un mecanismo
que se utiliza simbólicamente para ocultar la función creadora de la labor
de los juristas.37
aumentan la complejidad del modelo innecesariamente, haciéndolo cada vez más oscuro e
incomprensible, generando una multiplicación geométrica de categorías, sutilezas y distincio-
nes que provocan en algunos casos una reificación de esas categorías conceptuales sin base
legal alguna que, al ser aplicadas, pueden negar la solución expresa contenida en la ley o, en
ocasiones, impiden otras interpretaciones posibles del texto legal. Un ejemplo de este último
caso es el de las afirmaciones doctrinarias acerca de la “indisponibilidad” de ciertos bienes
jurídicos, sin sustento legal alguno, que impiden interpretar los tipos penales que no hacen
referencia al consentimiento en el sentido de que ellos sólo prohiben aquellos comportamien-
tos realizados contra la voluntad de la víctima. Sobre el problema de la indisponibilidad del
bien jurídico “vida”, cf. Rivacoba y Rivacoba, M. de, “Cambio de sentido en la protección y
el concepto penal de la vida humana”, en Doctrina Penal, Buenos Aires, Depalma, 1989; sobre
el valor del consentimiento en la teoría del delito, cf. Bacigalupo, E., “Consentimiento del
lesionado en el derecho y en la dogmática penal españoles”, en Revista Derecho Penal, Rosario,
Juris, Nº 1, 1992; Bovino, A., “Sobre el consentimiento del no ofendido”, en Revista Derecho
Penal, Rosario, Juris, Nº 2, 1993; Rusconi, M. A., “El problema del lugar sistemático del
consentimiento del ofendido”, en Justicia Penal y Sociedad, Guatemala, Nº 1, 1991.
Esta circunstancia produce consecuencias negativas, pues, además de cumplir con la función de
reducir las posibilidades de comprensión del derecho por parte de las personas no entrenadas
para ello y de aumentar aún más la brecha entre esas personas y el sistema jurídico, aumenta la
necesidad de recurrir a los profesionales del derecho y el círculo de problemas que exigen su
participación y, por ende, brinda más poder a aquellos que detentan ese tipo de saber.
36. Cf. Nino, Consideraciones..., p. 30, en donde agrega la opinión coincidente de Genaro
Carrió, a quien cita textualmente en la nota Nº 15. Esta generalización que parece aludir a la
totalidad de los juristas dogmáticos es una simplificación extrema que coincide con la imagen
de “buen dogmático” (equivalente al “legislador racional”) que Nino utiliza recurrentemente
a lo largo de todo su análisis.
37. Cf. Consideraciones..., p. 78.
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38. Dworkin, R. Los derechos en serio, Barcelona, Ariel, 1984, pp. 72-83.
39. Alexy, R., Teoría de los derechos fundamentales, Madrid, CEC, 1993, p. 86.
40. Robert Gordon ofrece un ejemplo de interpretaciones “individualistas” y “altruistas” de
una misma situación contractual en “Cómo ‘descongelar’ la realidad legal: una aproximación
crítica al derecho”, en este mismo volumen. Consultar además la extensa bibliografía citada.
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41. Ver, por todos, L. Ferrajoli, Derecho y razón, Madrid, Trotta, pp. 855-868; en este mismo
volumen, “La democracia constitucional”.
42. L. Ferrajoli, Derecho y razón, op. cit., p. 876-880; “El derecho como sistema de garantías”,
en Derechos y garantías. La ley del más débil, Madrid, Trotta, 1999, pp. 28-31; “La democracia
constitucional”, op. cit.
43. V., en general, M. Abregú y C. Courtis, (comps.), La aplicación de los tratados sobre derechos
humanos por los tribunales locales, Buenos Aires, Del Puerto-CELS, 1997.
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44. Tal vez el movimiento que ha explotado más críticamente el problema de la indetermina-
ción en las áreas particulares del derecho sea el de Critical Legal Studies. Ver, por todos,
Gordon, R. W., “Cómo descongelar la realidad legal: una aproximación crítica al derecho”,
op. cit.; Kennedy, D., Libertad y restricción en la decisión judicial, Bogotá, Siglo del Hombre
Editores, 1999.
45. Cfr. en este sentido la afirmación de Luhmann: “la función (de la dogmática) consiste (...)
no en el encadenamiento del espíritu, sino precisamente al revés, en el aumento de libertades en
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48. Cfr. Markku Helin, quien califica a las interpretaciones de la dogmática ante casos cuya
solución no ha sido aún establecida como recomendaciones, por oposición a aserciones. V.
Helin, M., “Sobre la semántica de las oraciones interpretativas en la dogmática jurídica”, en
Aarnio, A., Garzón Valdez, E. y Uusitalo, J. (comps.), La normatividad del derecho, Barcelona,
Gedisa, 1997, pp. 208-209.
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49. El principal cargo de Nino, parece ser que los dogmáticos realizan una función prescriptiva
como si estuvieran simplemente describiendo (Nino, Consideraciones..., p. 107; Algunos mode-
los..., p. 106; ver en el mismo sentido, Calsamiglia, A., Introducción a la ciencia jurídica,
Barcelona, Ariel, 1986, p. 132). El cargo confunde más de lo que aclara. De acuerdo a nuestra
observación, si el derecho positivo es pasible de múltiples reconstrucciones, los dogmáticos
pretenden describir una interpretación derivable del derecho positivo, pero es claro que
también prescriben su adopción. Un modelo de dogmática puramente descriptivo –tal como
el que Kelsen proponía: describir las alternativas semánticas de interpretación sin interceder
por ninguna– no ha existido en la historia, por la sola razón de que no puede cumplir el
objetivo de ofrecer una guía para solucionar casos. Cfr. Helin, M., “Sobre la semántica de las
oraciones interpretativas en la dogmática jurídica”, op. cit., p. 200.
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50. Luhmann señala la imposibilidad de distinguir con pleno sentido entre argumentos de lege
lata y de lege ferenda. Ver Luhmann, N, Sistema jurídico y dogmática jurídica, op. cit., p. 35. De
todos modos, el uso de la distinción tradicional resulta útil para entender el punto de vista del
dogmático, es decir, para describir lo que él pretende estar haciendo.
51. L. Ferrajoli, Derecho y razón, op. cit. p. 878.
52. L. Ferrajoli, Derecho y razón, op. cit. p. 879.
53. “Es así como la crítica del derecho positivo desde el punto de vista del derecho positivo
tiene una función descriptiva de sus antinomias y lagunas y al mismo tiempo prescriptiva de
su auto-reforma, mediante la invalidación de las primeras y la integración de las segundas”. L.
Ferrajoli, Derecho y razón, op. cit. p. 879.
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54. Cf. Maier, Derecho procesal penal, cit., dedicado íntegramente al desarrollo de la teoría del
derecho de la cual parte y a su justificación del ordenamiento jurídico.
55. Cf., por ejemplo, En busca de las penas perdidas, Buenos Aires, Ediar, 1989, que significa
una revalorización y reformulación de la dogmática jurídico-penal con fundamentos
iusnaturalistas.
56. Lo mismo se puede afirmar respecto de la obra de Welzel, en Alemania: cf. El nuevo sistema
del derecho penal. Una introducción a la doctrina de la acción finalista, Barcelona, Ariel, 1964.
57. Nino, Fundamentos de derecho constitucional, Buenos Aires, Astrea, 1992, en especial
capítulos 1 y 2.
58. Por mencionar dos trabajos que enmarcan explícitamente los puntos de partida de la
respectiva obra dogmática de sus autores, v. Baylos Grau, A., Derecho del trabajo: modelo para
armar, Madrid, Trotta, 1991; Lorenzetti, R. L., Las normas fundamentales de derecho privado,
Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 1995.
59. Resulta paradigmático, en este sentido, el trabajo de Zaffaroni, E. R., “La ley de obedien-
cia debida”, en Revista Lecciones y Ensayos, Buenos Aires, Astrea, Nº 50, 1988, pp. 23 y ss.
60. Al menos como para estar seguros de que su adhesión al derecho no es la formal que Nino
critica.
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61. Ferraz la califica de “pensamiento tecnológico”. V. Ferraz Jr., T. S., Função social da
dogmática jurídica, op. cit., pp. 89-95. Ver, además, infra, 2.3.
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62. En este sentido, cabe preguntarse las posibilidades de influencia efectiva de un discurso
que no comparta ningún elemento en común con el discurso técnico-jurídico propio de cierto
medio o contexto académico –que actúa así como un condicionamiento preexistente del
medio–. Este fenómeno de exclusión de discursos extraños ha sido sufrido personalmente por
el mismo Nino. Él contó el impacto de su libro Los límites de la responsabilidad penal en la
comunidad académica de los penalistas: “dado que hago una crítica radical de las bases de la
teoría del delito vigente en sus distintas versiones, pensé que iba a ser objeto de las más
acerbas objeciones y críticas de otros autores, porque realmente trataba de cuestionar los
fundamentos mismos de ese desarrollo. Pero no pasó absolutamente nada. O sea que básica-
mente no tuve ninguna reacción ni comentario dentro del país” (cf. Nino, C. S., “La discusión
crítica en nuestro medio académico [entrevista]”, en Lecciones y Ensayos, Buenos Aires, Astrea,
1988, Nº 50, p. 278 y ss.). Abordamos el tema en el punto 2.3.
63. V. Ferraz Jr., T. S., Função social da dogmática jurídica, op. cit. pp. 176-182.
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64. Tanto la de los órganos que aplican el derecho como la de quienes formulan elaboraciones
teóricas.
322
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impurezas” del sistema, dando a todos los casos planteados una solución
que resulte compatible con el contenido del material que sí se considera
determinado. Más aún: en muchos casos, el derecho positivo establece
expresamente criterios para resolver casos problemáticos.67 Estos princi-
pios presuponen las imperfecciones e imprevisiones del sistema y, preci-
samente por ello, brindan pautas que obligan a decidir “como si” el siste-
ma fuera coherente, completo, sistemático.
En tercer lugar, afirmar que los criterios que utiliza la dogmática para
postular soluciones resultan exclusivamente de la imaginación de los ju-
ristas implica un serio error de juicio. Por un lado, como hemos dicho, si
los juristas pretenden que la solución que ellos proponen para un caso
deriva del “contenido del derecho positivo”, resulta evidente que deben
ofrecer alguna prueba de que el criterio o principio en el que fundan su
solución tiene algún asidero legal, ya sea por vía de deducción, induc-
ción, analogía o algún otro procedimiento argumentativo. Es cierto que
los juristas acuden para fundar las soluciones que proponen a las denomi-
nadas “teorías”, y que en muchos casos ahorran el paso de vincular la
67. En el derecho argentino, es el art. 16 del Código Civil el que dice qué debe hacer el juez
en estas situaciones: “Si una cuestión civil no puede resolverse, ni por las palabras ni por el
espíritu de la ley, se atenderá a los principios de leyes análogas; y si aún la cuestión fuere
dudosa, se resolverá por los principios generales del derecho, teniendo en consideración las
circunstancias del caso”. En primer lugar, se admite que las cuestiones deben ser resueltas
atendiendo a las palabras o al espíritu de la ley; ello indica que además de las palabras, existe
otro elemento reconocido por el derecho para tomar la decisión: el espíritu de la ley. Indepen-
dientemente de cuál pueda ser el contenido de esta expresión, lo cierto es que es un principio
del derecho positivo que se puede acudir a “algo más” que a las palabras de la ley para su
interpretación. Pero cuando la cuestión no se resuelve en las palabras o en ese “algo más que
las palabras”, debe acudirse a los principios de leyes análogas. De este modo, el derecho
positivo no sólo supone que la regulación de las distintas instituciones se funda en ciertos
principios, sino que, además, les otorga la calidad de criterio legal para la decisión de ciertos
casos. Ante esta afirmación, podría sostenerse que estos principios son los que están conteni-
dos textualmente en las mismas normas jurídicas de la institución a la que se remite y no fuera
de ella. Sin embargo, la disposición sigue adelante y agrega que, cuando el caso siga sin
respuesta, debe acudirse a los “principios generales del derecho”. Estos “principios generales”
no necesariamente coinciden con normas concretas –de otro modo sería innecesario remitir
a ellos–, de manera que al menos algunos de estos principios están fuera de su texto y sólo
pueden ser construidos por el intérprete. De este modo, el derecho positivo ordena utilizar
ciertos mecanismos utilizados por la dogmática. La búsqueda de la “naturaleza jurídica” de
alguna institución no reglada que realizan los dogmáticos, por ejemplo –y por absurda que
resulte la denominación de “naturaleza jurídica”–, no es más que la aplicación del principio
que ordena resolver el caso según las reglas de una institución análoga.
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68. Por ejemplo, la incorporación de la “teoría de los actos jurídicos” al Código Civil, o la
incorporación de las categorías de la “teoría del delito” al Código Penal alemán, o la incorpo-
ración por vía legislativa de soluciones de lege ferenda desarrolladas previamente por la dogmá-
tica, como la responsabilidad civil por riesgo creado, la teoría de la imprevisión, la teoría del
abuso de derecho, etc.
69. Esta adecuación, por supuesto, no puede ser predicada de toda elaboración dogmática,
sino sólo de aquellas que respeten ciertos criterios mínimos de racionalidad, básicamente
análogos a los criterios de aceptabilidad de una teoría científica (v. gr., que no propongan
soluciones claramente contrarias a las normas jurídicas vigentes, que no signifiquen desarro-
llos oscuros, complejos e incomprensibles de escaso valor práctico, que hagan explícitos los
presupuestos valorativos que fundan las decisiones, que tengan algún valor explicativo sobre
el material jurídico que pretenden integrar, etcétera). Sobre la necesidad de adecuación de los
criterios generados por la dogmática con el nivel de desarrollo y complejidad del sistema
jurídico, v. Luhmann, Sistema jurídico y dogmática jurídica, op. cit., pp. 39-40.
70. Este ocultamiento parece ser el tema que más preocupa a Nino, pues él reconoce que la
adhesión acrítica al derecho positivo es meramente simbólica y, también, reconoce la necesi-
dad de una elaboración teórica que reexprese (es decir, que cumpla las funciones descriptivas
y creadoras de derecho) el sistema positivo.
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Alberto Bovino y Christian Courtis
71. Esta orientación, sin embargo, no se logra por la simple vía de comparar en abstracto las
diversas soluciones posibles, sino de analizar detenidamente los efectos que tales decisiones
provocarán sobre el mundo. “Orientación a las consecuencias presupone que las consecuen-
cias de la legislación, de los Tribunales y de la ejecución de las penas son realmente conocidas
y valoradas como deseadas o no deseadas”, señala gráficamente Hassemer (Fundamentos del
derecho penal, Barcelona, Bosch, 1984, p. 35). De este modo, la orientación actual tiende a
hacer cada vez más explícitos los presupuestos valorativos, si bien esta actitud difiere en
intensidad en los distintos juristas.
72. V., por ejemplo, López Olaciregui, J. M., “Esencia y fundamento de la responsabilidad
civil”, en Revista del Derecho Comercial y de las Obligaciones, Buenos Aires, Depalma, año 11,
N° 61/6, 1978, p. 941. Peña considera que el análisis económico del derecho es un ejemplo
de dogmática orientada hacia las consecuencias, que, como se sabe, prefiere soluciones a
partir de considerar los efectos de las diversas alternativas sobre la riqueza. V. Peña González,
C., “Los desafíos actuales del paradigma del derecho civil”, op. cit., pp. 334 y ss.
73. V., por ejemplo, Gordillo, A., Tratado de derecho administrativo, T. II, Fundación de
Derecho Administrativo, Buenos Aires, pp. II-1/24.
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74. V. Roxin, C., “Sobre la significación de la sistemática y dogmática del derecho penal”, op.
cit., p. 41. Peña la describe como “una función de auxilio técnico a los operadores del derecho
proporcionándoles un conjunto de soluciones coherentes y precisas a ser aplicadas en los
casos relevantes de la vida social”. V. Peña González, C., “Qué hacen los civilistas”, op. cit., p.
26. En sentido similar, Ferraz Jr., T. S., Função social da dogmática jurídica, op. cit., pp. 83-85.
75. Cfr. la opinión de Viehweg: “la jurisprudencia ha de ser concebida como una permanente
discusión de problemas”. Viehweg, T., Tópica y jurisprudencia, Madrid, Taurus, 1964, p. 146.
76. Tanto la elaboración de discusiones sobre la “naturaleza jurídica” de un instituto, como la
elaboración de “principios generales” o “principios rectores” cumplen esta finalidad.
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77. Como hemos dicho antes, la crítica de la jurisprudencia cumple un papel similar, aunque
partiendo de premisas distintas –aceptación de las normas positivas y rechazo de la solución
jurisprudencial adoptada a partir de ellas–.
78. Cfr. Helin, M., “Sobre la semántica de las oraciones interpretativas en la dogmática
jurídica”, op. cit., pp. 200-201 y 204-210.
79. V. Esser, J., Principio y norma en la elaboración jurisprudencial del derecho privado, Barcelo-
na, Bosch, 1961, Cap. XII, especialmente pp. 316-326.
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80. Nunca está de más recordar la furibunda opinión de von Kirchmann: “tres palabras
rectificadoras del legislador convierten bibliotecas enteras en basura”, von Kirchmann, J., La
jurisprudencia no es una ciencia, Madrid, IEP, 1961, p. 54.
81. En sentido similar, Calsamiglia, A, Introducción a la ciencia jurídica, op. cit., pp. 77-79 y
83-86. Sumamente interesante es señalar la posibilidad de dependencia contextual de los
propios criterios de argumentación dogmáticos, y por lo tanto, de los criterios de evaluación de
calidad de los trabajos dogmáticos. En este sentido, no es infrecuente que obras dogmáticas
que –evaluadas desde parámetros conceptuales ajenos al contexto– resulten de excelente
calidad pasen desapercibidas o resulten ignoradas. El problema, sin embargo, no es diferen-
te del de la evaluación de los descubrimientos científicos en general. V., por todos, Kuhn,
T. S:, La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 1971, pp. 253-262, y “Obje-
tividad, juicios de valor y elección de teoría”, en La tensión esencial, México, FCE, 1982, pp.
344-364. Para una discusión de la cuestión en el ámbito jurídico, v. Ruiz Manero, J.,
“Consenso y rendimiento como criterios de evaluación en la dogmática jurídica”, en Doxa,
N° 2, Alicante, 1985, pp. 209-222.
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partida, según considere que una premisa está fija o es pasible de determina-
ción, calificará la naturaleza del problema y pretenderá su solución.
La discusión dogmática de mayor riqueza se produce, sin embargo,
cuando las soluciones contendientes confrontan conscientemente en el
plano axiológico. Sin embargo, son realmente excepcionales los casos en
los que una discusión dogmática se resuelve en una discusión filosófica o
moral extra-normativa –por ejemplo, a partir de la propia concepción
filosófica o política del autor–.83 Las discusiones axiológicas más comunes
pretenden fundar la bondad de una solución dogmática en su mayor
consistencia con valores normativos, es decir, por valores consagrados (o
pretendidamente consagrados)84 por el sistema jurídico. De todos mo-
dos, dada la generalidad e indeterminación de los habituales “valores su-
periores” del sistema jurídico –justicia, igualdad, dignidad, seguridad–, a
medida que el plano de la argumentación se hace más abstracto, la inter-
pretación del sentido de esos valores se acerca bastante a la expresión de la
ideología política, moral o filosófica de quien la realiza. Nuestra inten-
ción, sin embargo, es remarcar que existe un gran espacio de argumenta-
ción axiológica a partir de valores normativos de menor abstracción –en
general, de aquellos “principios” que justifican la regulación de alguna
área del derecho–. Las construcciones dogmáticas más refinadas son aque-
llas capaces de mostrar que la solución propuesta para resolver un caso
problemático resulta de la mejor reconstrucción del sistema jurídico fun-
dada en la interpretación de los valores consagrados por el sistema. El jurista
dogmático sugiere soluciones a partir de la generación de modelos teóri-
cos compatibles con una interpretación posible de los valores del sistema.
Así, las confrontaciones dogmáticas más ricas son aquellas conscientes de
que, detrás de una discusión sobre soluciones alternativas para un caso
problemático, existe una discusión ideológico-política entre modos
distintos de entender cuáles son esos valores –y en las que, por ende, se
argumenta en ese plano.85
83. Esta parece ser la sugerencia de Nino. V. Algunos modelos..., pp. 102-104.
84. La construcción dogmática de “principios jurídicos” a partir de la inducción de caracte-
rísticas o finalidades de la regulación jurídica cumple una función de “cristalización” de
valores no consagrados explícitamente por el sistema jurídico. Piénsese, por ejemplo, en el
principio de “lesividad” de la conducta punible en materia penal.
85. V. Peña González, C., “Qué hacen los civilistas”, op. cit., pp. 23-25.
331
Alberto Bovino y Christian Courtis
86. V. Courtis, C., “Texto legal y función utópica. Acerca de la posibilidad de leer las
constituciones y los pactos de derechos humanos como textos utópicos”, en No Hay Derecho,
Buenos Aires, Nº 5, 1991, pp. 12 y ss. Sorprendentemente, es de la misma opinión George
Henrik von Wright, uno de los fundadores de la lógica deóntica. “De quien dicta una orden
o una prohibición –sea un agente individual o una asamblea legislativa– puede decirse nor-
malmente que desea o ‘quiere’ que las cosas sean como las ha prescrito”; “Puede decirse que
un orden jurídico y, similarmente, todo código o sistema de normas coherente tiene en mira
lo que propongo llamar un estado de cosas ideal”; “Creo que es una buena caracterización de
la actividad llamada dogmática jurídica decir que su tarea es exponer y aclarar la naturaleza
exacta del estado de cosas ideal que el derecho tiene en mira”; “a fin de que sea racional
sustentarlo, el ideal tiene que ser una imagen de un mundo posible...”; “lo que queda del ‘reino’
(del deber ser) es un mundo alternativo, ‘ideal’, constituido por los contenidos normativos de
un código o de un orden normativo dado”; “Las normas prescriben algo y no describen nada.
Pero el contenido de las normas, es decir, aquello que las normas declaran obligatorio,
permitido o prohibido, puede decirse que describe un mundo ideal”. Von Wright, G. H., “Ser
y deber ser”, en Aarnio, A., Garzón Valdez, E. y Uusitalo, J. (comps.), La normatividad del
derecho, op. cit., pp. 98-100 y 105.
87. Similar metáfora ha empleado Ronald Dworkin para describir la tarea del juez ante un
“caso difícil”. V. Dworkin, R, El imperio de la justicia, Barcelona, Gedisa, 1988, pp. 166-172.
332
Por una dogmática conscientemente política
333
Alberto Bovino y Christian Courtis
abiertamente una idea presupuesta por los juristas: “el discurso jurídico
producido por la práctica judicial es la continuidad del discurso teórico
en su aplicación a los hechos del caso”.88
Esta idea puede ser cuestionada. Si en lugar de concebir a la sentencia
como el resultado de la aplicación de criterios establecidos por la dogmá-
tica –una operación lógico-deductiva, o una decisión política o moral
entre opciones normativas–, “la entendemos como el resultado final de
un proceso de lucha en el cual intervienen elementos jurídicos y extra-
jurídicos que operan dentro y fuera del tribunal, dirigidos a la defensa
estratégica de los intereses involucrados en el conflicto, la atención teórica
se desplazará de arriba (las normas y los conceptos dogmáticos) hacia
atrás (la práctica judicial)”.89
La inexistencia de uniformidad semántica entre el discurso teórico y la
sentencia en el proceso de producción de la decisión judicial ha sido seña-
lada por Marí.90 Una nota esencial del discurso jurídico consiste en la
fractura que ocurre entre el proceso discursivo y su producto final: “Entre
el proceso de producción y constitución del discurso jurídico y este dis-
curso como producto final existe una discontinuidad, un desplazamien-
to. (...) (Esa ruptura) es un modo de funcionamiento de los mecanismos
sociales. (...) El principio que lo organiza es un principio de control (...)
ubicado en un campo de formaciones no discursivas, a saber, de institu-
ciones, de acontecimientos políticos y de sucesos de distribución del po-
der. (...) Ese desajuste (está) pues, construido por la praxis social variable
históricamente...”.91
El conflicto es el elemento que caracteriza la producción del discurso
judicial. El proceso, como subrogación de la guerra, define la posición de
88. Cf. Abramovich, V., “El complejo de Rock Hudson”, en No Hay Derecho, Buenos Aires, Nº
4, 1991, p. 10. El autor aclara que la suposición implica la idea de que entre el discurso práctico
de los órganos que aplican el derecho y el discurso teórico existe “uniformidad semántica, lo que
permite a la teoría jurídica hablar de un solo objeto jurídico, o campo semántico uniforme, y el
consiguiente menosprecio de la práctica judicial en tanto se imputa todo desajuste entre discur-
sos a la inoperancia del aparato burocrático de administración de justicia”.
89. Abramovich, V., “El complejo de Rock Hudson”, op. cit., p. 10.
90. Marí, E. E., “Moi, Pierre Riviere... y el mito de la uniformidad semántica en las ciencias
jurídicas y sociales”, en AA.VV., El discurso jurídico, Buenos Aires, Hachette, p. 58.
91. Ruiz, A., “La ilusión de lo jurídico. Una aproximación al tema del derecho como un lugar
del mito en las sociedades modernas”, en Crítica Jurídica, Puebla, Universidad Autónoma de
Puebla, Nº 4, 1986, p. 165.
334
Por una dogmática conscientemente política
92. En este proceso, el discurso de los abogados se entrecruza dentro y fuera del expediente con
múltiples discursos, acotando y redefiniendo la realidad por las marchas y contramarchas de la
actividad probatoria, que expresa la lucha por definir los hechos y la verdad jurídica aplicable al
caso. “La autonomía de la teoría jurídica, creada por la idea de que el derecho es separable de las
valoraciones políticas de los jueces, otorga legitimidad a las decisiones tomadas en nombre de la
ley. Los académicos dedicados al derecho dan legitimidad al sistema y el principio del stare decisis
es una ‘justificación que legitima falsamente’ decisiones que son esencialmente sociales y políti-
cas” (Russell, J. S., “The Critical Legal Studies challenge to contemporary mainstream legal
philosophy”, en Otawa Law Review, Vol. 18, 1986, p. 15). La traducción es nuestra.
93. Abramovich, V., “El complejo de Rock Hudson”, op. cit., p. 10. El mismo fenómeno ha
sido demostrado desde el enfoque sociológico a través de investigaciones empíricas de la
criminología de la reacción social sobre los procesos de criminalización secundaria. Estas
investigaciones han señalado la existencia de patrones uniformes de criterios extranormativos
que orientan la selección de los individuos a criminalizar. Factores como la raza, o la posición
social y económica tienen más influencia en la decisión que la gravedad del hecho.
Sobre la influencia de la raza en las decisiones de la justicia penal en los EE.UU., cf. Peller, G.,
“Criminal Law, Race, and the Ideology of Bias: Trascending the Critical Tools of the Sixties”, en
Tulane Law Review, Vol. 67, 1993, p. 2231; Wright, B., Black Robes, White Justice, Nueva York,
Carol Publishing Group, 1993, 2ª ed.; Roberts, D. E., “Crime, Race and Reproduction”, en
Tulane Law Review, Vol. 67, 1993, p. 1945; “Race and the Prosecutor’s Charging Decision”, en
Harvard Law Review, Vol. 101, 1988, p. 1472; Applegate, A. G., “Prosecutorial Discretion and
Discrimination in the Decision to Charge”, en Temp. Law Quarterly, Vol. 55, 1982, p. 35; Dailey,
D., “Prison and Race in Minnesota”, en University of Colorado Law Review, Vol. 64, 1993, p. 761.
El criminólogo alemán Sack denomina “metarreglas” a estos patrones de comportamiento
que determinan la decisión de los casos fundados en estas variables –cuya relevancia no se
reconoce explícitamente–. Su análisis distingue entre reglas (reglas jurídicas generales que se
aplican para dar la respuesta jurídica al caso) y metarreglas (reglas sobre la interpretación y la
aplicación de las reglas generales). La originalidad de la propuesta de Sack consiste en haber
sugerido un “desplazamiento” del análisis de las “metarreglas” del plano prescriptivo de la
metodología jurídica al plano descriptivo de la sociología. Así, el concepto de “metarregla” no
335
Alberto Bovino y Christian Courtis
queda limitado a los principios normativos conscientemente aplicados por el intérprete de las
reglas generales, sino que se transforma en el de los mecanismos que real y efectivamente
actúan en la mente y en la actividad del intérprete. Estas metarreglas, configuradas por la
interacción en la estructura social, permiten describir cómo opera en la realidad la adminis-
tración de la justicia penal en la atribución de responsabilidad penal, es decir, cuál es la
importancia relativa de las distintas variables (pertenezcan o no al discurso jurídico) en el
proceso de configuración de las decisiones que los jueces penales toman habitualmente. Estas
metarreglas de aplicación de las reglas jurídicas del derecho penal son seguidas, consciente-
mente o no, por los integrantes de las instancias oficiales que participan en los procesos de
criminalización, y su contenido se vincula con leyes, mecanismos y estructuras objetivas de la
sociedad basadas en relaciones de poder entre grupos e individuos y relaciones sociales de
producción. Estas “metarreglas” no sólo explican la “cifra negra”, sino también, y especial-
mente, cómo opera la distribución social del castigo. Sobre este problema, cf. Baratta, A.,
Criminología crítica y crítica del derecho penal, México, Siglo XXI, 1993, 4ª ed., p. 104 y ss.
94. Abramovich, V., “El complejo de Rock Hudson”, op. cit., p. 10.
95. Abramovich, V., “El complejo de Rock Hudson”, op. cit., p. 10.
96. Courtis, C., “En ese orden de cosas”, en No Hay Derecho, Buenos Aires, Nº 3, 1991, p. 8.
336
Por una dogmática conscientemente política
97. Abramovich, V., “El complejo de Rock Hudson”, op. cit., p. 11. En el campo de la
epistemología de las ciencias, existen formulaciones similares. V., por ejemplo, Marí, E.,
quien pone énfasis en la inclusión dentro de la ciencia de sus condiciones de aplicación, en
Elementos de epistemología comparada, Buenos Aires, Punto Sur, pp. 30-37.
98. Pues los grados de realización de esas promesas, en la práctica, pueden ir desde una
realización completa hasta la irrealización. Así, mientras es posible afirmar que el derecho de
propiedad garantizado constitucionalmente alcanza un efectivo grado de protección cuando
se trata de conflictos interindividuales que no involucran al Estado, también se puede cons-
tatar el incumplimiento de otras promesas del texto constitucional (por ej., los derechos
sociales del art. 14 bis o la garantía del juicio por jurados).
99. Así, por ej., la ausencia de independencia del poder judicial respecto del poder ejecutivo
puede tener mucho peso en casos de delitos cometidos por funcionarios y escasa influencia
para algunos delitos comunes.
337
Alberto Bovino y Christian Courtis
100. Marí, E., “¿Qué iusfilosofía para la Argentina de la posmodernidad?”, en No Hay Dere-
cho, Buenos Aires, Nº 3, 1991, p. 27.
101. Es lo que Ferrajoli denomina “la irreducible ilegitimidad política del poder en el estado
de derecho”. V. Ferrajoli, L., Derecho y razón, op. cit., p. 886. Especialmente en el ámbito del
derecho penal, aún en países con un alto grado de influencia del discurso teórico, parece
imposible eliminar ciertos elementos ajenos al programa jurídico de constituciones y pactos
de derechos humanos.
338
Por una dogmática conscientemente política
3. 3 Algunas opciones
Según hemos visto, una de las causas de la escasa efectividad del dis-
curso teórico para determinar el discurso jurídico práctico consiste en que
aquél habitualmente no se interesa por las efectivas condiciones de pro-
ducción de éste. Parte de esta limitación es, desde luego, estructural e
irreducible. Sin embargo, existen excepciones que representan el recono-
cimiento de esas condiciones de producción y dan soluciones que las tie-
nen en cuenta e intentan disminuir o neutralizar su influencia. El reco-
nocimiento de esas condiciones supone al menos la apertura de la dogmá-
tica a una orientación sociológica, capaz de relevar las propias dificultades
de concreción.
El surgimiento del derecho laboral resulta un caso paradigmático del
intento de realizar la promesa incumplida del derecho civil de posibilitar
las relaciones contractuales entre personas libres e iguales. Sólo a partir
del reconocimiento de ciertos condicionamientos materiales que impe-
dían esas relaciones en las condiciones garantizadas legalmente pudo de-
sarrollarse una rama jurídica fundada en principios que incorporaron las
339
Alberto Bovino y Christian Courtis
102. Es obvio que la transformación no fue producto de la mente de algunos dogmáticos, sino
reflejo del cambio de situación en las relaciones de poder entre patrones y empleados. Pero
una vez dadas las condiciones políticas para responder legalmente al problema, la teoría
jurídica tuvo que tener en cuenta los condicionamientos materiales (la desigualdad entre los
contratantes) para dar una solución efectiva. V. Hepple, B. (comp.), La formación del derecho
del trabajo en Europa, Madrid, Mrio. de Trabajo y Seguridad Social, 1994, pp. 78-98; Le Goff,
J., Du silence à la parole. Droit du travail, société, Etat (1830-1989), Quimper, Calligrammes,
1989, pp. 73-116; Ewald, F., L’ Etat Providence, París, Grasset, 1986.
103. V. Bourgoignie, T., Elementos para una teoría del derecho del consumo, Vitoria-Gasteiz,
Departamento de Consumo y Turismo, 1994.
104. V. Galgano, F., Historia del derecho mercantil, Barcelona, Laia, 1981, pp. 96-97.
340
Por una dogmática conscientemente política
105. Cf., entre otros, Furman v. Georgia, 408 US 238 (1972); Woodson v. North Carolina, 428
US 280 (1976); Roberts v. Louisiana, 428 US 325 (1976); Gardner v. Florida, 430 US 349
(1977); Pulley v. Harris, 465 US 37 (1984); Turner v. Murray, 476 US 28 (1986).
A pesar del intento, la influencia de la raza continuó siendo significativa en perjuicio de las
minorías, circunstancia que motivó un voto en disidencia en un fallo reciente reconociendo
la imposibilidad de evitar la discriminación: “Aún con el más sofisticado marco legal que
regule la pena de muerte, la raza del acusado continúa desempeñando un papel principal en
la decisión acerca de quién debe morir y quién debe vivir” (Callins v. Collins, 114 S.Ct.
1127, 1135 [1994] [disidencia del juez Blackmun]). Traducción nuestra. Lo más interesan-
te del voto es que todas las afirmaciones referidas a la arbitrariedad y al racismo con que se
condena a muerte a personas negras son aplicables a todo proceso penal, más allá de la pena
que se aplique.
106. La clausura de la persecución se aplica en dos tipos de casos. El primer caso se da cuando
el fiscal decide perseguir en respuesta al ejercicio legítimo de un derecho del imputado (por
ej., demandar al estado por maltrato policial durante la detención). Sobre este tipo de casos,
denominado persecución vindicativa (vindictive prosecution) y considerado como una viola-
ción del debido proceso, cf. Blackledge v. Perry, 417 US 21 (1974); Bordenkircher v. Hayes, 434
US 357 (1978); US v. Goodwin, 102 S.CT. 2485 (1982). Sobre este desarrollo jurisprudencial,
cf. Garnick, M. G., “Two Models of Prosecutorial Vindictiviness”, en Georgia Law Review,
Vol. 17, 1983, p. 467.
El segundo caso se da cuando se inicia la persecución, por un delito que habitualmente no se
persigue, sólo contra una persona o grupo de personas que comparten ciertas particularidades
(por ej., sólo persigue por ese delito a las personas de cierta raza). Sobre este tipo de casos,
denominado persecución selectiva (selective prosecution) y considerado una violación al princi-
pio de igualdad, cf. Wayte v. US, 470 US 598 (1985). Sobre el desarrollo jurisprudencial, cf.
Kane, P. S., “Why Have You Singled Me Out? The Use of Prosecutorial Discretion for
Selective Prosecution”, en Tulane Law Review, Vol. 67, 1993, p. 2293.
341
Alberto Bovino y Christian Courtis
107. Cf. Zaffaroni, En busca de las penas perdidas, op. cit., cap. VI, III, pp. 271 y ss.
108. Así, por ejemplo, el caso estadounidense sobre la pena de muerte no sólo permite al
condenado resistir la decisión de imponer esa pena sino que, adicionalmente, abre un nuevo
espacio político en el escenario judicial para luchar contra el racismo.
342
Detrás de la ley
Lineamientos de análisis ideológico del derecho
Christian Courtis*
1. Introducción
343
Christian Courtis
2. Ver, por ejemplo, Gabriel Cohn, “Ideología”, en Carlos Altamirano (dir.), Términos críticos
de sociología de la cultura, Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 134; Terry Eagleton, Ideología.
Una introducción, Paidós, Barcelona, pp. 17-55; David McLellan, Ideología, Nueva Imagen,
México, 1994, p. 13; Raymond Williams, Marxismo y literatura, Península, Barcelona, 1997,
pp. 71-89.
3. Para ello, remito a Antonio Ariño, Sociología de la cultura. La constitución simbólica de la
sociedad, Ariel, Barcelona, 1997, cap. 3; Center for Contemporary Cultural Studies, On Ideology,
Hutchinson, Londres, 1978; Terry Eagleton, Ideología. Una introducción, op. cit.; Raymond
Geuss, The Idea of a Critical Theory, Cambdrige University Press, Cambdrige, 1981; David
Hawkes, Ideology, Routledge, Londres, 1997; Jorge Larraín, The Concept of Ideology,
Hutchinson, Londres, 1979; David McLellan, Ideología, op. cit.; Enrique Marí, Neopositivismo
e ideología, Eudeba, Buenos Aires, 1974, pp. 81-155 e “Ideología”, en Elías Díaz y Alfonso Ruiz
Miguel (eds.), Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía. Filosofía Política II. Teoría del Estado,
Trotta, Madrid, 1996, pp. 211-230; Paul Ricoeur, Ideología y utopía, Gedisa, Barcelona, 2001;
Eliseo Verón (dir.), El proceso ideológico, Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1971; Slavoj
š š (comp.), Ideología: un mapa de la cuestión, op. cit.
Zizek
4. Ver Antonio Ariño, Sociología de la cultura, op. cit., pp. 120-140; Jack Balkin, Cultural
Software. A Theory of Ideology, Yale University Press, New Haven, 1998, pp. 122-126; Terry
Eagleton, Ideología. Una introducción, op. cit., pp. 52-55, 68-71; Raymond Geuss, The Idea
of a Critical Theory, op. cit., cap. 1; David McLellan, Ideología, op. cit., pp. 117-121; John
Thompson, Ideología y cultura moderna, op. cit., pp. 58-61. No trataré aquí los denomina-
dos enfoques ambivalentes de la ideología –cabe apuntar, sin embargo, que éstos pretenden
articular aspectos negativos, “neutrales” e incluso positivos de la ideología–. Ver, por ejemplo,
Jack Balkin, Cultural Software. A Theory of Ideology, op. cit., pp. 122-141; Ernesto Laclau,
“Muerte y resurrección de la teoría de la ideología”, en Misticismo, retórica y política, FCE,
Buenos Aires, 2000, pp. 16-27; Paul Ricoeur, Ideología y utopía, op. cit., pp. 45-59.
344
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
5. Para algunos autores, el empleo del término debe limitarse a significados, ideas, nociones,
creencias o valores asumidos conscientemente por un sujeto; para otros, el término incluye
también significados, ideas, nociones, creencias o valores inconscientes. Ver Terry Eagleton,
Ideología. Una introducción, op. cit., pp. 30-55.
6. Sobre el empleo de metáforas visuales en la definición de ideología, ver Martin Jay, “Ideo-
logía y ocularcentrismo: ¿hay algo detrás del azogue del espejo?”, en Campos de Fuerza. Entre
la historia intelectual y la crítica cultural, Paidós, Buenos Aires, 2003, pp. 253-272; Sarah
Kofman, Cámara oscura de la ideología, Taller de Ediciones JB, Madrid, 1975.
7. Para algunos autores el análisis ideológico puede emplearse en forma amplísima, sobre todo
texto, acción u objeto que requiera interpretación, intelección, asignación de significado o de
sentido –así, por ejemplo, tendría sentido hablar de ideologías políticas, pero también de
ideologías científicas, estéticas, deportivas, médicas, etcétera–. Una versión más estricta del
término limita su uso al campo de la política o de las relaciones de poder. Ver Antonio Ariño,
Sociología de la cultura, op. cit., pp. 126-135; Terry Eagleton, Ideología. Una introducción,
cit., p. 24; John Thompson, Ideología y cultura moderna, op. cit., pp. 61-66.
En otro sentido, además del ya mencionado aspecto “epistemológico” de la ideología –es
decir, el referido al modo de percibir o conocer el mundo– existen análisis “genéticos” y
“funcionales” de la ideología. Los primeros pretenden desentrañar causalmente el factor
social –como el interés de clase o de grupo, la racionalización de una situación indeseable o
inestable, etc.– que determina los productos o manifestaciones ideológicas; los segundos
pretenden identificar la función cumplida por la ideología –por ejemplo, la legitimación de un
régimen de gobierno, la opresión o marginación de un grupo, el mantenimiento de una
situación dominio de un grupo sobre otro, o del statu quo, etc. En muchos casos, la demar-
cación o delimitación del concepto de ideología incluye la designación de algún factor genético
o función privilegiada –por ejemplo, sólo considerar ideologías aquel conjunto de representa-
ciones, creencias y valores destinados a mantener la situación de dominio de un determinado
grupo–. Ver Antonio Ariño, Sociología de la cultura, op. cit., pp. 120-140; Terry Eagleton,
Ideología. Una introducción, op. cit., pp. 19-55; Göran Therborn, La ideología del poder y
el poder de la ideología, Siglo XXI, Madrid, 1987, pp. 1-12; John Thompson, Ideología y
cultura moderna, op. cit., pp. 31-57.
345
Christian Courtis
š
8. Por ejemplo, Evgeni Pasukanis, Teoría general del derecho y marxismo, Labor, Barcelona,
1976, pp. 73-89; Alicia Ruiz, “Aspectos ideológicos del discurso jurídico”, en AA.VV., Mate-
riales para una teoría crítica del derecho, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1991, pp. 189-202.
346
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
9. Sobre la necesidad de analizar distintos “niveles” del discurso jurídico, ver Carlos Cárcova,
“Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho”, en Christian Courtis (comp.), Desde otra
mirada. Textos de teoría crítica del derecho, Eudeba, Buenos Aires, 2001, pp. 31-32; Ricardo
Entelman, “Discurso normativo y organización del poder. La distribución del poder a través
de la distribución de la palabra”, en AA.VV., Materiales para una teoría crítica del derecho,
Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1991, pp. 307-310. Los niveles propuestos por estos autores
son a) el producto discursivo de los órganos institucionales –esto abarcaría tanto normas
como sentencias–; b) el producto discursivo de los teóricos del derecho –es decir, la dogmá-
tica– y el de sus operadores prácticos; y c) el producto discursivo de los destinatarios del
derecho, donde se juega –de acuerdo con Entelman– “el imaginario de una formación social”.
Dadas las dificultades metodológicas que entraña este tercer nivel, mi sugerencia se limita a
reordenar los primeros dos. Ver, sin embargo, notas a pie de página 13, 14 y 15.
347
Christian Courtis
10. Ver, al respecto, Alan Hunt, “The Ideology of Law”, en Explorations on Law and Society.
Towards a Constitutive Theory of Law, Routledge, Nueva York, 1993, pp. 135-138.
348
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
11. Ver, por ejemplo, Alan Hunt, “The Ideology of Law”, op. cit., p. 126.
12. Ver Raymond Williams, Marxismo y Literatura, op. cit., p. 71-72. Proponen distinciones
similares Ernesto Laclau, “Muerte y resurrección de la teoría de la ideología”, op. cit., pp. 9-
š š “El espectro de la ideología”, op. cit., pp. 16-24.
11; Slavoj Zizek,
13. Sobre esta disputa metodológica, ver Duncan Kennedy, A Critique of Adjudication (fin de
siècle), Harvard University Press, Cambridge, 1997, pp. 264-296.
14. Ver, por ejemplo, los ensayos recogidos en Jean-Claude Abric (dir.), Prácticas sociales y
representaciones, Coyoacán, México, 2001.
15. Al respecto, ver Luciano Oliveira, “‘No me venga con el Código de Hammurabi...’. La
investigación socio-jurídica en los estudios de posgrado en derecho”, en Christian Courtis
(comp.), Observar la ley. Ensayos sobre metodología de la investigación jurídica, Trotta,
Madrid, 2006, pp. 277-298. Puede verse una propuesta teórica para el estudio de los efectos
sociales del derecho en Mauricio García Villegas, La eficacia simbólica del derecho, Uniandes,
Bogotá, 1993, pp. 237-288.
349
Christian Courtis
16. Ver Karl Mannheim, Ideología y utopía, Aguilar, Madrid, 1973, pp. 267-289. Ver tam-
bién Jack Balkin, Cultural Software. A Theory of Ideology, op. cit., pp. 125-129; Clifford
Geertz, “Ideology as a Cultural Symbol”, en The Interpretation of Cultures, Basic Books,
Nueva York, 1973, pp. 194-196; David McLellan, Ideología, op. cit., pp. 64-75; Robert
Merton, Teoría y estructura sociales, FCE, México, 1964, pp. 485-503; Paul Ricoeur, Ideo-
logía y utopía, op. cit., pp. 51-52 y 191-210.
350
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
351
Christian Courtis
17. Luis Prieto Sanchís ofrece un ejemplo ilustrativo de este empleo del término en su
artículo “Presupuestos ideológicos y doctrinales de la jurisdicción constitucional”, en su
Justicia constitucional y derechos fundamentales, Trotta, Madrid, 2003, pp. 21-99.
352
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
Una segunda vía para hacer explícitos los principios que informan un
determinado conjunto normativo, cuando éstos no son expresamente iden-
tificados por las propias normas bajo análisis, es la inducción o inferencia
18. Hans Hattenhauer, Conceptos fundamentales del Derecho civil, Ariel, Barcelona, 1987,
pp. 24-25.
353
Christian Courtis
354
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
Por obvio que parezca este ejercicio, hay algunos vericuetos más que
merecen ser explorados. He sugerido que todo conjunto normativo en-
carna cierto punto de vista político, social, económico, etc., es decir,
que incluye “marcas” ideológicas. Sin embargo, esta afirmación merece
algunas calificaciones. Nada asegura que un determinado régimen legal
sea exponente de “pureza” ideológica: la textura abierta de las normas y
el origen habitualmente transaccional de la legislación –sea por efecto
del pluralismo político, sea por efecto del pluralismo de intereses que
han jugado en sentidos opuestos detrás de la aprobación de una norma,
o de algún otro factor– es más bien propicio para el surgimiento de
valores o modelos en tensión en un mismo conjunto normativo. Un
ejemplo magnificado de este fenómeno es la sucesiva modificación par-
cial de un cuerpo normativo –Constitución o Código o ley orgánica,
por ejemplo–: es frecuente que cada nueva modificación incorpore “mar-
cas” ideológicas nuevas a una base normativa que respondía a una con-
cepción ideológica distinta, con lo que el efecto de las sucesivas modifi-
caciones parciales es la de un texto “parchado” por “marcas” ideológicas
no siempre compatibles. A partir de estas observaciones, y sin ánimo de
exhaustividad, sugeriré cuatro situaciones en las que el análisis ideológi-
co puede ser de utilidad.
La primera es el análisis de las orientaciones ideológicas en tensión
que alberga un mismo conjunto normativo. El conflicto entre valores
insertos en un mismo conjunto normativo, que conduce a impasses
interpretativos y a resultados opuestos, ha sido explorado con particular
19. Juan Montero Aroca, Los principios políticos de la Nueva Ley de Enjuiciamiento Civil,
Tirant Lo Blanch, Valencia, 2001, pp. 60-61.
355
Christian Courtis
20. En el ámbito de la teoría del derecho española se ha banalizado la postura del movimien-
to, identificándolo con el rótulo “el derecho es política”. La tarea más interesante del grupo
no es la formulación de una nueva “teoría del derecho”, sino el trabajo concreto en distintas
ramas del derecho, como el derecho privado o el derecho constitucional. En esos ámbitos, los
autores vinculados al movimiento han articulado los distintos modelos en tensión y han
explorado las formas en las que afloran las contradicciones. Puede verse un breve panorama,
con ejemplo incluido, en Robert W. Gordon, “Cómo ‘descongelar’ la realidad legal: una
aproximación crítica al derecho”, en Christian Courtis (comp.), Desde otra mirada. Textos de
teoría crítica del derecho, op. cit., pp. 343-372.
21. Ver Jack Balkin, “The Crystalline Structure of Legal Thought”, en 39 Rutgers Law
Review (1986), p. 14
356
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
Balkin señala que todo cuerpo de normas y de doctrina puede ser visto
como una serie diádica de elecciones entre reglas de creciente especifici-
dad. 24 Cada elección nos confronta nuevamente con respuestas
individualistas y comunalistas, de manera que “amplios segmentos de la
doctrina legal (expresada en elecciones diádicas de reglas) recapitula la
dialéctica entre pares de ideas opuestas. La oposición se replica en cada
22. Jack Balkin, “The Crystalline Structure of Legal Thought”, op. cit., pp. 15-16.
23. Jack Balkin, “The Crystalline Structure of Legal Thought”, op. cit., p. 24.
24. Jack Balkin, “The Crystalline Structure of Legal Thought”, op. cit., p. 10.
357
Christian Courtis
25. Jack Balkin, “The Crystalline Structure of Legal Thought”, op. cit., p. 12.
358
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
26. Ver Luis Prieto Sanchís, “Sobre el neoconstitucionalismo y sus implicaciones”, en Justicia
constitucional y derechos fundamentales, Trotta, Madrid, 2003, pp. 122-124 (los resaltados
son míos).
359
Christian Courtis
360
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
sino a una concepción médica. Definiciones de este tipo podrían ser acep-
tables para normas que tengan como fin distribuir beneficios. Esta ley,
sin embargo, declara no estar destinada a distribuir beneficios sino a re-
mover la discriminación. Para ello, es irrelevante el “porcentaje de disca-
pacidad” que se alegue: la existencia de prejuicios y barreras sociales afec-
tan también a quien es percibido como persona con discapacidad, inde-
pendientemente de la afectación concreta que pueda tener cierta diferen-
cia física o psíquica sobre su habilidad para realizar cierta actividad. La
apariencia de discapacidad o percepción de discapacidad por parte de
terceros –el caso de los infectados de VIH/SIDA es paradigmático al res-
pecto– también es fuente potencial de discriminación y, sin embargo, la
definición adoptada excluye la tutela de la ley en esos casos. Quien no
registre limitaciones en alguna actividad no requerirá compensaciones,
pero eso no lo libra de ser víctima de discriminación. La definición de la
ley pone a estas personas en la peor situación posible: sufren de discrimina-
ción porque se las percibe como personas con discapacidad o porque tienen
un antecedente de discapacidad, pero no reúnen el “porcentaje de
discapacidad” necesario para recibir la tutela antidiscriminatoria de la ley.
En tercer lugar, la ideología encarnada en un conjunto normativo pue-
de ser frustrada por sus aplicadores: en la medida en que la ideología que
informa un conjunto normativo no opera sola, sino que requiere, al me-
nos en los casos litigiosos, del concurso del Poder Judicial, la interpreta-
ción judicial de las normas es un campo nada infrecuente de bloqueo o
modificación de ese contenido ideológico. Guardaré algunos comentarios
para el tratamiento del análisis ideológico de la función judicial.
En cuarto lugar, y en sentido similar, dado que la posibilidad de operar
con normas está en parte mediada por las construcciones teóricas de la
dogmática, el discurso de la doctrina puede colaborar con el bloqueo o
modificación del contenido ideológico de un conjunto normativo. Más
abajo agregaré algunos comentarios al respecto.
Agregaré a lo dicho otra dimensión en la que el análisis ideológico
puede proporcionar una clave de lectura fértil para entender la estructura y
contenido de las normas. Es evidente que las normas no describen el mun-
do, sino que pretenden regularlo. Sin embargo, para regularlo, un requisito
mínimo es el de nombrarlo, el de aproximarse al área de la realidad social
que se pretende normar a través de distinciones que permitan operar sobre
ella. Para normar o juridificar un área determinada de la vida social, es
necesario desarrollar elementos que guardan una poderosa analogía con los
361
Christian Courtis
362
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
27. Antonio Baylos, Derecho del Trabajo: modelo para armar, Trotta, Madrid, 1991, p. 131.
363
Christian Courtis
28. José Esteve Pardo, Técnica, riesgo y Derecho. Tratamiento del riesgo tecnológico en el
Derecho ambiental, Ariel, Barcelona, 1999, p. 71.
364
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
365
Christian Courtis
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Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
29. Ver Duncan Kennedy, A Critique of Adjudication (fin de siècle), op. cit., p. 47.
30. Ver Duncan Kennedy, A Critique of Adjudication (fin de siècle), op. cit., pp. 133-156.
367
Christian Courtis
368
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
31. Tulio Raúl Rosembuj, “Reflexiones actuales sobre la reserva de ley en materia tributaria”,
en El hecho de contribuir, Cooperadora de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires, 1973,
pp. 57-58 y 65-67.
369
Christian Courtis
370
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
32. José Reinaldo de Lima Lopes, “Direito subjetivo e direitos sociais: o dilema do Judiciário
no Estado social de direito”, en José Eduardo Faria (org.), Direitos humanos, direitos sociais
e justiça, Malheiros, San Pablo, 1994, pp. 116, 120, 123.
371
Christian Courtis
33. Paradójicamente, el sentido originario del término “ideología” era positivo: se trataba
de un proyecto de “ciencia de las ideas”, debido a Destutt de Tracy y la Escuela de los
Ideólogos. Quien le asignó el tono peyorativo que se mantiene aún hoy fue Napoleón
Bonaparte, que imputó a los “ideólogos” parte del descrédito político debido a la derrota
militar en Rusia. Para un análisis del origen del término, ver Terry Eagleton, Ideología. Una
introducción, op. cit., pp. 96-102; Enrique Marí, Neopositivismo e ideología, op. cit., pp.
87-95; Arne Naess, “Historia del término ‘ideología’, desde Desttut de Tracy hasta Karl
Marx”, en Irving Louis Horowitz (dir.), Historia y elementos de la Sociología del Conoci-
miento, Eudeba, Buenos Aires, 1964, T. I, pp. 23-29; John Thompson, Ideología y cultura
moderna, op. cit., pp. 32-36.
34. Ver Terry Eagleton, Ideología. Una introducción, op. cit., pp. 103-126; Enrique Marí,
Neopositivismo e ideología, op. cit., pp. 97-117; David McLellan, Ideología, op. cit., pp. 25-
38; Jorge Larraín, The Concept of Ideology, op. cit.; Arne Naess, “Historia del término
‘ideología’, desde Desttut de Tracy hasta Karl Marx”, op. cit., pp. 29-37; Paul Ricoeur,
Ideología y utopía, op. cit., pp. 65-140; John Thompson, Ideología y cultura moderna, op.
cit., pp. 36-49; Luis Villoro, “El concepto de ideología en Marx y en Engels”, en Mario H.
Otero (comp.), Ideología y ciencias sociales, UNAM, México, 1979, pp. 11-39; Raymond
Williams, Marxismo y literatura, Península, Barcelona, 1997, pp. 77-84, e “Ideología”, en
Palabras claves. Un vocabulario de la cultura y de la sociedad, Nueva Visión, Buenos Aires,
2003, pp. 170-172.
35. Autores del peso de Gramsci, Lenin y Lukács, por ejemplo, emplean la noción de ideología
en un sentido neutro –y en ese sentido hablan de “ideología burguesa” e “ideología proletaria”.
Ver Terry Eagleton, Ideología. Una introducción, op. cit., pp. 127-162; John Thompson,
Ideología y cultura moderna, op. cit., pp. 50-51. La posición de Louis Althusser –uno de los
autores más influyentes de la tradición marxista sobre esta cuestión– es equívoca: por un lado,
sostiene el carácter “imaginario” y distorsionado de la ideología con respecto a las condiciones
“reales” de existencia; por el otro, afirma su carácter constituyente, universal e inevitable. Ver
Louis Althusser, “Ideología y aparatos ideológicos de estado”, en La filosofía como arma de la
revolución, 8ª ed., Cuadernos de Pasado y Presente, México, pp. 120-134. Al respecto, Terry
Eagleton, Ideología. Una introducción, op. cit., pp. 189-194; David McLellan, Ideología, op.
cit., pp. 52-55; Paul Ricoeur, Ideología y utopía, op. cit., pp. 176-189.
372
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
36. Cito algunos ejemplos al respecto: Homi Bhabha, El lugar de la cultura, Manantiales,
Buenos Aires, 2002; Judith Butler, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la
identidad, Paidós-UNAM, México, 2001; Kimberlé Crenshaw, “A Black Feminist Critique of
Antidiscrimination Law and Politics”, en David Kairys (ed.), The Politics of Law. A Progressive
Critique, 3ª ed., Basic Books, Nueva York, 1998, pp. 356-380; Lennard J. Davis, Enforcing
Normalcy. Disability, Deafness and the Body, Verso, Nueva York, 1995; Katherine M. Franke,
“What is Wrong with Sexual Harassment?”, en 49 Stanford Law Review (1997), pp. 691-
772; Frances Olsen, “The Family and the Market: A Study of Ideology and Legal Reform”, en
96 Harvard Law Review (1983), pp. 1497-1578; Edward W. Said, Orientalismo, Libertarias,
Madrid, 1990; Gayatri Spivak, “Can the Subaltern Speak?”, en Patrick Williams y Laura
Chrisman (eds.), Colonial Discourse and Post-Colonial Theory, Harvester Wheatsheaf, Hemel
Hempstead, 1993, pp. 66-111; Iris Marion Young, La justicia y la política de la diferencia,
Cátedra, Valencia, 2000, Caps. III y IV.
37. Ver, por ejemplo, Peter Gabel y Jay Feinman, “Contract Law as Ideology”, en David
Kairys (ed.), The Politics of Law. A Progressive Critique, op. cit., pp. 497-510; Karl Klare,
“Labor Law as Ideology: Toward a New Historiography of Collective Bargaining Law”, 4
Industrial Relations Law Journal (1981), pp. 450-492, entre la producción del movimiento
Critical Legal Studies; Antoine Jammeaud, “Propuestas para una comprensión materialista
del derecho del trabajo”, en AA.VV., La crítica jurídica en Francia, Universidad Autónoma de
Puebla, Puebla, 1986, pp. 92-112, entre la producción crítica francesa.
38. Ver Clifford Geertz, “Ideology as a Cultural Symbol”, op. cit., pp. 196-200; Paul Ricoeur,
Ideología y utopía, op. cit., pp. 51-53, 278 y 281-282. En el mismo sentido, David McLellan,
Ideología, op. cit., pp. 77-93. Ver, por ejemplo, Harry Johnson, “Ideology and the Social
System”, en International Encyclopaedia of the Social Sciences, vol. 7, 1968, pp. 77-78; Edward
Shiels, “Ideología”, en Los intelectuales y el poder, Tres Tiempos, México, 1976, pp. 47-70. En
sentido similar, Kenneth Minogue, La teoría pura de la ideología, GEL, Buenos Aires, 1988.
373
Christian Courtis
campo de la teoría jurídica han hecho uso de una noción negativa del
concepto de ideología, por ejemplo, Hans Kelsen,39 Alf Ross40 y –entre
nosotros– Carlos Santiago Nino.41
Veamos sucintamente cuáles serían los elementos que caracterizarían la
versión negativa o crítica de la ideología. Como he dicho antes, el sustrato
374
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
375
Christian Courtis
Con respecto a las normas, aunque autores como Kelsen muestren una
aversión visceral a efectuar sobre ellas consideraciones ideológicas,43 lo
cierto es que, como ya dije antes, pese a no tratarse de proposiciones que
pretendan describir la realidad, su construcción supone, entre muchas
otras operaciones, la selección de imágenes o situaciones-tipo, la adop-
ción de decisiones sobre los elementos que constituirán su “trama”, y la
cristalización de valores y opciones políticas –operaciones todas suscepti-
bles de análisis en clave ideológica–. El empleo de una concepción negativa
de la ideología en este campo supone postular bien los “defectos de cons-
trucción” del conjunto normativo con respecto al referente social que pre-
42. Ver Jack Balkin, Cultural Software. A Theory of Ideology, op. cit., pp. 173-258; Jon
Elster, Una introducción a Karl Marx, Siglo XXI, Madrid, pp. 175-180; Robert W. Gordon,
“Nuevos desarrollos de la teoría jurídica”, en Christian Courtis (comp.), Desde otra mirada.
Textos de teoría crítica del derecho, cit., pp. 332-341; Terry Eagleton, Ideología. Una intro-
ducción, cit., pp. 24, 71-91; John Thompson, Ideología y cultura moderna, cit., pp. 66-74.
43. Kelsen niega que las normas puedan ser ideológicas y reserva el uso de la noción de
ideología a la teoría jurídica. Ver Hans Kelsen, La teoría comunista del derecho y del Estado,
op. cit., pp. 32-33. Guastini comenta la postura kelseniana del siguiente modo: “Menos que
nunca el derecho puede llamarse una ideología, en el segundo sentido de ideología [es decir,
en el sentido de ‘representación distorsionada’]. En ningún caso el derecho es una ‘represen-
tación’, aunque sea falsa, del mundo. El vocablo ‘representación’ comúnmente designa un
discurso verdadero o falso y las normas jurídicas no son proposiciones apofánticas. La opinión
de Kelsen es que la concepción del derecho como ideología está fundada sobre una confusión
radical entre derecho (lenguaje-objeto) y la Teoría del derecho (metalenguaje que versa sobre
el derecho). Según Kelsen, sólo a una Teoría del Derecho y nunca al derecho mismo le puede
convenir el predicado ‘ideología’”. Ver Riccardo Guastini, “Kelsen y Marx”, op. cit., p. 90.
376
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
44. Consigno apenas un ejemplo de cada tendencia: Mauro Cappelletti y Bryant Garth, El
acceso a la justicia. La tendencia mundial para hacer efectivos los derechos, FCE, México,
1996; Joanne Conaghan, “The Invisibility of Women in Labor Law: Gender Neutrality in
Model-Building”, en 14 International Journal of the Sociology of Law, pp. 377-392; Marc
Galanter, “Por qué los poseedores salen adelante: especulaciones sobre los límites del cambio
jurídico”, en Mauricio García Villegas (ed.), Sociología jurídica. Teoría y sociología del
derecho en Estados Unidos, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2001, pp. 69-103;
Jock Young, “Criminología de la clase obrera”, en Ian Taylor, Paul Walton y Jock Young,
Criminología crítica, Siglo XXI, México, 1977, pp. 89-127.
45. Ver, al respecto, Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero, Marxismo y filosofía del derecho,
Fontamara, México, 1993, p. 16.
377
Christian Courtis
378
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
379
Christian Courtis
47. Carol Pateman, “Equality, Difference, Subordination. The Politics of Motherhood and
Women’s Citizenship”, en Gisela Bock y Susan James (eds.), Beyond Equality and Difference.
Citizenship, Feminist Politics and Female Subjectivity, Routledge, Londres, 1992, pp. 22-23.
380
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
48. Ruth Mestre, “Mujeres inmigrantes: cuidadoras por norma”, en Salomé Peña (coord.), Inmi-
grantes: una aproximación jurídica a sus derechos, Germania, Alzira (Valencia), 2003, p. 132.
381
Christian Courtis
49. Javier de Lucas, “Racismo y xenofobia: la respuesta del derecho”, en Sami Naïr y Javier de
Lucas, El desplazamiento en el mundo, IMSERSO-Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales,
Madrid, 1998, pp. 89-90.
382
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
50. Luigi Ferrajoli, Derecho y razón. Teoría del garantismo penal, Trotta, Madrid, 1995, p. 573.
383
Christian Courtis
51. La posible ambigüedad que surge del empleo de la misma palabra podría evitarse si
“liberalismo” con minúscula se tradujera por un término más afín a la terminología política
continental, como “progresismo”.
384
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
52. Duncan Kennedy, A Critique of Adjudication (fin de siècle), op. cit., pp. 291-292.
53. Jerome Bruner, La fábrica de historias. Derecho, literatura, vida, FCE, Buenos Aires,
2003, p. 64. El caso referido es Michael H. vs. Gerald D., 491 US 110 (1989), decidido por
la Corte Suprema estadounidense.
385
Christian Courtis
54. Paula Viturro, “Ficciones de hembras”, en Roberto Bergalli y Claudio Martyniuk (comps.),
Filosofía, política, derecho. Homenaje a Enrique Marí, Prometeo, Buenos Aires, 2003, pp. 270-
276. La decisión comentada es la primera resolución dictada en la materia por la Sala Primera
del Tribunal Supremo español, el 02/07/1987, Repertorio de Jurisprudencia 1987, 5045.
386
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
387
Christian Courtis
56. Genaro Carrió, “Sobre el concepto de deber jurídico”, en Notas sobre derecho y lenguaje,
4ª ed., Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1990, pp. 184-185, 187-189 y 192.
388
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
57. Gerardo Pisarello, “El Estado social como Estado constitucional: mejores garantías, más
democracia”, en Víctor Abramovich, María José Añón y Christian Courtis (comps.), Dere-
chos sociales: instrucciones de uso, Fontamara, México, 2003, pp. 32-33.
58. Ver, por ejemplo, respecto de la denominada “teoría del delito”, Paul K. Ryu y Helen
Silving, “Towards a Racional System of Criminal Law”, Revista Jurídica de la Universidad de
Puerto Rico, vol. XXXII, nº 2 (1963), pp. 62-73.
389
Christian Courtis
59. Gregorio Badeni, Nuevos derechos y garantías constitucionales, Ad Hoc, Buenos Aires,
1995, p. 71.
390
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
60. Gregorio Badeni, Nuevos derechos y garantías constitucionales, op. cit., p. 72.
61. Sobre este conflictivo vínculo, ver Sara Mills, Discourse, 2ª ed., Routledge, Londres,
2004, pp. 26-42. Uno de los representantes prominentes de esa perspectiva, Michel Foucault,
formuló serias reservas contra el empleo de la noción de ideología. Ver, por ejemplo, Michel
Foucault, “Verdad y poder”, en Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones, Alianza,
Madrid, 1981, pp. 136-137.
62. Ver, por ejemplo, Umberto Eco, Tratado de semiótica general, Lumen, Barcelona, 1985;
Emilio de Ípola, “Introducción”, “Sociedad, ideología y comunicación” y “Sobre algunas
deudas y divergencias teóricas”, en Ideología y discurso populista, Folios, México, 1982, pp.
9-26, 73-92 y 165-173, respectivamente; Michel Pêcheux, Hacia el análisis automático del
discurso, Gredos, Madrid, 1978; Ferruccio Rossi-Landi, Ideología, Labor, Barcelona, 1980;
Eliseo Verón, “Condiciones de producción, modelos generativos y manifestación ideológica”,
en Eliseo Verón (comp.), El proceso ideológico, Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires,
1971, pp. 251-293, “Lo ideológico y la cientificidad”, en La semiosis social. Fragmentos de
391
Christian Courtis
una teoría de la discursividad, Gedisa, Barcelona, 1987, pp. 13-26, y “Diccionario de lugares
no comunes”, en Fragmentos de un tejido, Gedisa, Barcelona, 2004, pp. 39-59.
63. Ver, por ejemplo, Lucía María Assef, “Sobre el discurso jurídico”, en La interpretación de
la ley y otros textos críticos de teoría general, Juris, Rosario, 2004, pp. 37-49; Ricardo
Entelman, “Aportes a la formación de una epistemología jurídica en base a algunos análisis del
funcionamiento del discurso jurídico”, en AA.VV., El discurso jurídico. Perspectiva psicoana-
lítica y otros abordajes epistemológicos, Hachette, Buenos Aires, 1982, pp. 85-109, y “Dis-
curso normativo y organización del poder. La distribución del poder a través de la distribu-
ción de la palabra”, op. cit., pp. 295-311; Norma Fóscolo y María del Carmen Schilardi,
Materialidad y poder del discurso, EDIUNC, Mendoza, 1996; Luis Alberto Warat, El dere-
cho y su lenguaje, Cooperadora de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires, 1976, Caps. VI
y VIII.
64. Ricardo Entelman, “Aportes a la formación de una epistemología jurídica en base a
algunos análisis del funcionamiento del discurso jurídico”, op. cit., p. 96.
392
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
393
Christian Courtis
65. Corte Suprema argentina, caso Miguel A. Ekmekdjian c/Gerardo Sofovich y otros, 7 de
julio de 1992, consid. 25.
66. Corte Suprema argentina, caso Portal de Belén - Asociación Civil sin Fines de Lucro c/
Ministerio de Salud y Acción Social de la Nación s/amparo, 5 de marzo de 2002.
394
Detrás de la ley. Lineamientos del análisis ideológico del derecho
395
Christian Courtis
396
El poder judicial frente
a los conflictos colectivos*
I.
* Extraído de Faria, J. E., Justiça e conflito, Editora dos Tribunais, San Pablo, 1992. Una
primera traducción de este artículo fue publicada en la revista El Otro Derecho, vol. 5, marzo
de 1990, ILSA, Bogotá, pp. 5-34, sin indicación de traductor. Ésta es una versión completa-
mente corregida de aquella traducción con autorización expresa del autor. Revisado por
Pablo Perel y Christian Courtis.
** Profesor titular de Filosofía de Derecho, Facultad de Derecho, Universidad de São Paulo.
397
José Eduardo Faria
398
El poder judicial frente a los conflictos colectivos
1. Ver en ese sentido, Vera da Silva Talles: “Movimentos sociais: reflexões sobre a experiência
dos anos 70”, Eduardo Viola y Scott Mainwaring: “Novos movimientos sociales: cultura
politica e democracia -Brasil e Argentina”; Ilse Scherer-Warren: “O caráter dos novos movimentos
sociais”; Pedro Jacobi: “Movimentos sociais. teoría e práticas em questão”; y Paulo Krischke:
“Movimentos sociais e transição política: contribuições da democracia de base”, todos estos
trabajos en Ilse Scherer-Warren y Paulo Krischke (eds.): Um revolução no cotidiano. Os novos
movimentos sociais na América do Sul, San Pablo, Brasilense, 1988. Ver también Ruth Cardoso:
“Movimentos sociais urbanos: balanço crítico”, en María Herminia Tavares de Almeida y
Bernardo Sorj (eds.): Sociedade e Politica no Brasil pós-64, San Pablo, Brasilense, 1983, y “Formas
de participacão popular no Brasil contemporáneo”, en Revista da Fundação SEADE, San Pablo,
n° 3, 1985; Eunice Durham: “Movimentos Sociais: a construção de ciudadania”, en Novos
Estudos, San Pablo, CEBRAP, n° 10, 1984; y Renato Raul Boschi: “A arte da associação: política
de base e democracia no Brasil”, San Pablo, Vértice/luperj, 1987.
399
José Eduardo Faria
2. La bibliografía, en esta materia, es bastante amplia. Entre los trabajos pioneros y paradigmáticos,
ver Roberto Lyra Filho: Para un direito sem dogmas, Porto Alegre, Sérgio Fabris, 1980; “Para uma
vísão dialéctica do direito”, en Claudio Souto y Joaquim Falção (eds.):Sociologia e Direito, San
Pablo, Pioneira, 1980; Razões de defesa do direito, Brasilia, Obreira, 1981; Luis Alberto Warat, El
derecho y su lenguaje, Buenos Aires, Cooperadora de Derecho y Ciencias Sociales, 1973; Mitos e
Teorias na Interpretação das Leis, Porto Alegre, Síntese, 1980; “O senso comun teórico dos
juristas”, en José Eduardo Faria (ed.): A crise do direito numa sociedade em mudança, Brasilia,
UNB, 1988; y A pureza do poder, Florianópolis, UFSC, 1983; Rosa Maria Cardoso da Cunha: O
carácter retórico do principio de legalidade, Porto Alegre, Síntese, 1980; Roberto Mangabeira
Unger: O Direito na sociedade moderna, Río de Janeiro, Civilização Brasileira, 1979; Boaventura
Santos: “The Law of Oppressed: the Construction and Reproduction in Pasagarda”, en Law and
Society Review, Denver, 1977, n° 12, “O discurso e o poder: teste sobre a sociología da retórica
jurídica”, en Boletim da Faculdade de Direito de Coimbra, 1979; “Estado, Direito e Questão
Urbana”, en Revista Critica de Ciéncias Sociais, Coimbra, 1982, n° 10; e “Introdução a sociología
da administracao da justica”, en José Eduardo Faria (ed.): Direito e justiça: a função social do
judiciario, San Pablo, Ática, 1983; Aurélio Wander Bastos: Conflitos sociais e limites do Poder
Judiciario, Río de Janeiro, Eldorado, 1975, Carlos Simões: Direito do trabalho e modo de produção
capitalista, San Pablo, Símbolo, 1979; Joaquim Falção, “Justiça Social e Justiça Legal. Conflictos
de propiedade no Recife”, en Conflito de Direito de Propiedade, Río de Janeiro, Forense, 1984.
Ver, también, Enrique Zuleta Puceiro, Paradigma dogmático y ciencia del derecho, Madrid, Edusa,
1981.
400
El poder judicial frente a los conflictos colectivos
3. Utilizo aquí la relación de saber en el sentido que Foucault da a ese término, o sea, como
“un conjunto de elementos, formados de manera regular por una práctica discursiva que son
indispensables en la constitución de una ciencia, a pesar de no estar destinados necesariamen-
te a darle un lugar (...); un saber es aquel del que podemos hablar en una práctica discursiva
que se encuentra así especificada: el dominio constituido por los diferentes objetos que
adquirirán o no estatuto científico (...); un saber es también el espacio en que el sujeto puede
tomar posición para hablar de los objetos de que se ocupa en su discurso (...); un saber es
también un campo de coordinación y de subordinación de los enunciados en que los concep-
tos aparecen, se definen, son aplicados y se transforman (...); finalmente, un saber se define
por posibilidades de utilización y de aproximación ofrecidas por el discurso...”. Cf. Michel
Foucault: Arqueologia do Saber, Río de Janeiro, Forense-Universitária, 1986, p. 206-207.
401
José Eduardo Faria
4. “Esta definición supone que los actores no siempre son conscientes de sus valores políticos.
En este sentido, la noción de valores políticos no es sinónimo de discurso o ideología, aunque
402
El poder judicial frente a los conflictos colectivos
II.
403
José Eduardo Faria
404
El poder judicial frente a los conflictos colectivos
5. Para una discusión teóricamente profunda de ese proceso de fragmentación de los sistemas
jurídicos en el estado capitalista, ver: Boaventura Santos: “Law and Community: the Changing
Nature of State Power”, en Richard Abel (ed.): The Politics of Informal Justice, Nueva York,
Academic Press, 1982, y On Modes of Production of Law and Social Power, Madison, Institute for
Legal Studies, University of Wisconsin Law School, 1984. Discuto ese proceso en Eficácia Jurídica
e Violência Simbólica, San Pablo, Edusp, 1988, “Ideologia e função do modelo liberal de direito e
Estado”, en Lua Nova, San Pablo, Cedec, 1988, n° 14; “A Constituinte e suas condicões de
eficácia”, en José Eduardo Faria (ed.): A crise do direito numa sociedade em mudança, organizador, y
Retórica Política e Ideologia Democratica, Río de Janeiro, Graal, 1984.
405
José Eduardo Faria
Por otro lado, abre espacios para nuevas opciones de lucha por parte de
los actores colectivos emergentes. Entre ellos, el espacio del Poder Judicial,
que se convierte en un campo propicio para el avance significativo de las
luchas populares, en términos de desafío a la coherencia de las decisiones
judiciales, de reformulación de las concepciones y procedimientos
individualistas del proceso civil, de la exigencia de interpretaciones praeter
legem capaces de volver exigibles nuevos derechos colectivos, de presiones
en favor de sentencias fundadas en argumentos de justicia sustantiva más
que en argumentos de carácter lógico-formal, de reivindicaciones para la
descentralización, desburocratización e informalización de la justicia, de
peticiones para el reconocimiento de los intereses que son tenidos como
“difusos” y hasta de tentativas de recuperación de antiguas prácticas
jurídicas de naturaleza clasista.
Como resultado de esta ruptura de organicidad del sistema legal vigente,
recurrente en los conocidos conflictos entre tradición y modernidad,
arcaísmo y racionalidad, burguesía industrial y oligarquías agrarias, clases
dominantes urbanas y rurales, movimientos populares de las áreas
metropolitanas y del campo, Estado fuerte y sociedad civil aparentemente
débil, nacionalismo e internacionalismo, libre comercio y proteccionismo,
distribución de la renta y acumulación, legitimidad y gobernabilidad, las
reivindicaciones de los nuevos derechos basados exclusivamente en criterios
de la racionalidad material y las necesidades de orden práctico exigen de
los juristas, cada vez más, nuevos grados de especialización funcional y
técnica en su discurso y en su formación profesional. Especialización
que requiere saberes no sólo extradogmáticos, sino también extrajurídicos
(por ejemplo, en los campos de la medicina, del urbanismo, de la
tecnología, etc.). ¿Por qué? Por una razón simple. Además de sus
preocupaciones de naturaleza profesional, muchos abogados y
magistrados, cobran conciencia de: a) todo discurso jurídico –sea en la
elaboración de las normas, y en la aplicación a casos concretos– es siempre
un discurso argumentativo (y, por ende, organizado como cara visible
de un proyecto específico que el discurso “negocia” frente a una audiencia
particular o general), y b) todo discurso jurídico está constituido por
estrategias que asumen una apariencia lógica y están destinadas a inducir
y regular el juicio colectivo sobre una situación o un objeto. Por ello, no
descartan la posibilidad de recurrir a un arsenal de efectos retóricos para
hacer prevalecer sus opciones políticas. Así, terminan valiéndose de los
aspectos contradictorios del derecho positivo y de la ambigüedad
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El poder judicial frente a los conflictos colectivos
“Sólo una visión del derecho que mira la realidad social puede
salvar el país e impedir la disgregación de su pueblo. Esa
visión se da a través de la conciencia crítica, que no puede
ignorar las fuerzas conflictivas a nivel de la infraestructura,
para que el capital, divinizado en detrimento del sudor
humano, no perpetúe las injusticias a nivel de la
superestructura. (...) A través de la visión dialéctica,
eminentemente crítica, el juez se coloca dentro de la realidad
social e identifica las fuerzas que producen el derecho, para
establecer la relación entre ese derecho y la sociedad. En esa
postura, el juez puede y debe cuestionar la propia legitimidad
de la norma, para adecuarla a la realidad social. Asumiéndola,
puede llegar a decisiones más justas y renovadoras, utilizando
los procesos tradicionales de la hermenéutica. Está
comprobado que el derecho no es neutro; que la norma legal
no siempre es el punto de equilibrio entre intereses
conflictivos; que el poder muchas veces actúa en beneficio de
unos y en detrimento de muchos; que, en el Brasil, la mayoría,
constituida por las clases trabajadoras, está marginalizada y
no tiene acceso a los bienes de la producción. En suma, que
el orden legal es injusto y opresor. Cabe entonces preguntarse:
¿en qué consiste la práctica liberadora del abogado en función
de su compromiso político? Ella se inicia por la defensa de
los derechos individuales violados, surgidos en los conflictos
motivadores de la controversia. En la fuerza renovadora de la
jurisprudencia muchas veces resplandece la tesis del abogado.
Pero la práctica libertaria adquiere dimensión social en la
medida en que trasciende tales límites y se manifiesta
coherentemente en todos los actos de la vida del hombre-
abogado. El compromiso político se refiere a los actos de la
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III.
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El poder judicial frente a los conflictos colectivos
fueran ignorados los derechos de aquellos que por imposibilidad material no fueron citados
personalmente, pero que habían sido defendidos en la acción del conocimiento. Además, la
alegación de falta de citación es prematura, ya que ésta tiene su lugar apropiado en la fase de
ejecución. Por ahora bastan las citaciones ya efectuadas en la actuación del celoso órgano del
Ministerio Público, para un desenvolvimiento válido y regular del proceso. Por lo expuesto, para
el suministro de las calificaciones de los ocupantes eventuales del área es suficiente, por ahora,
la notificación por edicto a la que ya se procedió”. Cf. Tribunal de Justicia de San Pablo,
providencia 58.7551-1, 5ª Cámara, 12/09/85.
8. Para una profundización de esa cuestión, ver José Eduardo Faria: Reforna do Ensino
Jurídico, Porto Alegre, Sérgio Fabris Editor, 1987, y “O ensino do direito”, en Revista Crítica
de Ciências Sociais, Coimbra, 1986, n° 21.
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única. Según los autores, como esas operaciones no son lógicas, sino ideológicas, los juristas
precisan presentarlas bajo las formas de simples “descripciones”, a fin de que puedan desarrollar
la dogmática jurídica. Las abstracciones generalizantes propician así un processo de idealización
del derecho y de las categorías jurídicas, por medio del cual los sistemas legales se presentan
como la “razón ordenadora” de las relaciones reales, esto es “como inmutable deber ser de lo
transitorio y desordenado, como rescate y como sublimación de la precariedad y de la finitud”.
Cf. Pietro Barcellona y Giuseppe Cotturri, “La imagen del jurista, de la doctrina y de los
magistrados”, en El Estado y los juristas, Barcelona, Fontanella, 1976, pp. 99-102.
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10. Los indicadores socioeconómicos revelan que, entre los años 60 a 80, el 20% redujo su
participación en la renta nacional de 3,9% a 2,8%, en cuanto los 10% más ricos pasaron de
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una participación del 39,6% al 50,9%. Esa tendencia se acentuó aún más en el inicio de la
década del 80: en 1960, el 50% más pobre de la población económicamente activa acumulaba
el 16% de la renta total, mientras que en 1980 esta participación declinó al 14,4% y, en 1983,
al 12,4%. El cuadro es aún más dramático desde el ángulo de la pobreza absoluta: en 1980,
el 60% las familias tenían rentas de menos de tres salarios mínimos y el 42% se situaban en la
franja de menos de medio salario mínimo. Cf. Núcleo de Estudos em Politicas Substantivas:
Brasil 1985: relatório sobre a situação social do país, V. I, Campinas, Unicamp, 1986.
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IV.
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11. Cf. Luis Alberto Warat, “O sentido comun teórico dos juristas”, en José Eduardo Faria
(ed.): A crise do directo numa sociedade em mudança, op. cit.
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12. Cf. Antoine Jeammeaud, “En torno al problema de la efectividad del derecho”, en Crítica
Jurídica, Puebla, Universidad Autónoma de Puebla, 1984; y Domenico Corradini, Historicismo
y Politicidad del Derecho, Madrid, E.D.R., 1982. Discuto esta cuestión con mayor profundi-
dad, en Eficácia Jurídica e Violéncia Simbólica: o direito como instrumento de transformação social,
San Pablo, Edups, 1988.
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13. Cf. Proceso TRT, 11a. Regiáo, n°. DC 2/86, Manaus, 25 de marzo de 1986.
14. Cf. Conferencia Nacional de Obispos Brasileños (CNBB): Por uma nova orden constitucio-
nal, Sao Paulo, Paulinas, 1986, 24a. Asamblea General.
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15. Cf. 1er. Tribunal de Alzada Civil, 3a. Cámara, AC. N° 291.722-SP.
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16. Como afirma Fernando Ruivo, “se podría pensar que, para superar la crisis de legitimación, el
aparato judicial se vería impelido a abolir su estado de desconexión con la sociedad, y esto se
lograría a través de un incremento de su libertad decisoria. Ahora, si lo primero es verdad, lo
segundo no es necesariamente su consecuencia: si el cuerpo judicial necesita ver legitimadas sus
decisiones abandonando para eso, por tanto, su posición de distanciamiento frente a la sociedad,
esto no conlleva forzosamente al incremento del activismo judicial innovador del derecho, sino
tan solo en una aproximación del proceso de toma de decisión. Cf. Fernando Ruivo: “Aparelho
Judicial, Estado e Legitimidade”, en Revista Critica de Ciéncias Sociais, Coimbra, 1981, n° 6, pp.
133-134.
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17. Cf. A. M. Hespanha, “Sábio e rústicos: a violencia doce da razão Jurídica”, en Revista
Crítica de Ciéncias Sociais, Coimbra, 1988, n° 25/26, pp. 52-53.
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19. Cf. Nilson Marques: A luta de classes na questão fiduciária, Rio de Janeiro, Instituto Apoio
Jurídico Popular, 1987.
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los jueces, ni la mayoría de los colegas conocen una fábrica por dentro, o
fueron al campo o subieron a la favela. Por eso el derecho y la justicia
pueden parecer una cosa para quien vive en el mundo de las salas de
audiencia, de los estudios jurídicos, de los pasillos tribunalicios; y parecer
otra cosa para el pueblo que no conoce aquel mundo”.20
4) “La ley no es más que el instrumento utilizado por las clases domi-
nantes para perpetuarse en el poder. Luego, la formación de los juristas
está dirigida a conservar el viejo sistema de dominación, es decir, a conocer
y aplicar las normas dictadas por los dominadores. (...) Para rescatar la
dignidad del derecho no es posible pretender mantenerlo aislado,
compartimentalizado. Es necesario vincularlo al conjunto social, a su
contexto histórico. (...) Desde el momento en que se busca un
conocimiento más totalizante, se toma conciencia de que el saber es parcial,
ya que está comprometido con la producción de la vida social, que es
dinámica. Cuanto más conciencia se tiene de la parcialidad, por más pa-
radójico que parezca, menos parcial se puede ser, por cuanto existe un
distanciamento de la relación en cierto sentido neurótica que genera la
proximidad. (...) El jurista debe: a) participar de todas las actividades
tendientes a explicar y divulgar los derechos del ciudadano; b)
comprometerse con las luchas populares para la ruptura del sistema y la
construcción de una sociedad más justa; c) utilizar los aparatos teórico-
formales, dirigiéndolos contra los propios intereses y sujetos que ellos
representan; d) fortalecer los poderes de autodeterminación de los
trabajadores, a través de la crítica y el desgaste de los aparatos de dominación
del derecho burgués. Creo que es función del jurista orgánico luchar para
que sean preservadas todas las conquistas alcanzadas por los menos
favorecidos, usando todos los elementos posibles e inclusive la lógica
positivista. (Adviértase: el derecho es instrumento de un fin mayor: la
Justicia.) Es más, debe ampliar los conceptos ya establecidos en una ópti-
ca liberadora y restringir la aplicación de los conceptos conservadores, en
especial en los casos en los que entran en conflicto: propiedad vs. posesión,
locador vs. locatario, acreedor vs. deudor; empleador vs. empleado. Y aun
más, debe aportar herramientas a las luchas populares, o sea construir el
acervo práctico-teórico que posibilite victorias y avances en la lucha popular.
(...) El abogado orgánico debe estar preparado para propiciar el avance,
20. Cf. Miguel Pressburger: O Direito, a Justiça e a Lei, presentación del IAPJ en coedición con
la Federação de Orgãos para Assistência Social e Educacional, Rio de Janeiro, 1988.
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Conclusión
21. Cf. Amilton Bueno de Carvalho, “Jurista Orgânico: uma contribuição”, en Revista Ajuris,
Tribunal de Justica, Porto Alegre, n° 42, año 15, marzo de 1988.
22. Cf. Pietro Barcellona e Giuseppe Cotturri, “La imagen del jurista, de la doctrina y de los
magistrados”, en El Estado y los juristas, op. cit., p. 111.
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La democracia constitucional *
Luigi Ferrajoli
1. Democracia plebiscitaria
* Publicado en Vulpiani, Pietro (ed.), L´acceso negato. Diritti, sviluppo, diversità, Milán, Alisei/
Armando Editore, 1997. Traducción de Christian Courtis.
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aquella época, como vínculos rígidos hacia el legislador, sino más bien
concebidas como documentos políticos, o a lo sumo como simples leyes
ordinarias. Basta recordar el juicio lapidario sobre la Declaración de 1789
formulado por Jeremy Bentham, quien en un panfleto titulado Anarchical
fallacies (“Falacias anárquicas”) la descalificó como un conjunto de edifi-
cantes principios de justicia o de derecho natural que nada tenían que ver
con el derecho positivo, sin darse cuenta de que el propio derecho positi-
vo, gracias a esa Declaración, había cambiado su naturaleza y que los
principios de justicia incorporados en ella cesaban, una vez estipulados,
de ser sólo principios ético-políticos para convertirse en normas de dere-
cho positivo que obligaban al sistema político a su respeto y tutela. O
bastaría recordar el Estatuto albertino del Reino de Italia, que fue consi-
derado una simple ley –aun cuando particularmente solemne– y como
tal pudo ser trastocada y despedazada en 1925, sin necesidad de un golpe
de estado formal, por las “leggi fascistissime” de Mussolini.
Y ello dado que no existía en el imaginario de los juristas y en el senti-
do común, hasta hace cincuenta años, la idea de una ley por sobre las
leyes, o bien de un derecho sobre el derecho. Era inconcebible que una
ley pudiese limitar a la ley, siendo la ley –este era el paradigma iuspositivista
de la modernidad jurídica– la única fuente, y por ello omnipotente, del
derecho: sea concebida como producto de la voluntad del soberano, sea
legitimada como la expresión de la mayoría parlamentaria. De allí que el
legislador, o en la mejor de las hipótesis el parlamento, era a su vez conce-
bido como omnipotente, y omnipotente era en consecuencia la política,
cuyo producto e instrumento es el derecho. Con el ulterior resultado de
una concepción formal y procedimental de la democracia, identificada
únicamente con el poder del pueblo y en realidad con los procedimientos
y mecanismos representativos dirigidos a asegurar el poder de la mayoría.
Todo esto cambia radicalmente con la afirmación, o si se quiere con el
reconocimiento, de la constitución como norma suprema, a la cual todas
las otras están rígidamente subordinadas. Gracias a la garantía ilustrada
antes de la rigidez constitucional, la legalidad cambia de naturaleza: no es
más sólo condicionante y disciplinante, sino que ella misma es condicio-
nada y disciplinada por vínculos jurídicos no sólo formales, sino también
sustanciales; ya no es simplemente un producto del legislador, sino que
también es proyección jurídica del derecho mismo y por ende límite y
vínculo para el legislador. De allí que el derecho resulta “positivizado” no
sólo en su “ser”, es decir en su “existencia”, sino también en su “deber
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poderes, no sólo frente a los poderes públicos sino también frente a los
poderes privados; en tercer lugar a todos los niveles, no sólo en el derecho
estatal sino también en el derecho internacional.
Se trata de tres expansiones, todas igualmente indispensables, del pa-
radigma garantista y constitucional legado de la tradición. Este paradig-
ma, como sabemos, ha nacido en defensa de los derechos de libertad, ha
sido conjugado sólo como sistema de límites a los poderes públicos y no
a los poderes económicos y privados –que la tradición liberal ha confun-
dido con los derechos de libertad– y ha permanecido dentro de los confi-
nes del Estado nación. El futuro del constitucionalismo jurídico, y con él
el de la democracia, sólo quedará garantizado por esta triple articulación
y evolución: hacia un constitucionalismo social, como complemento del
constitucionalismo liberal; hacia un constitucionalismo de derecho pri-
vado, como complemento del constitucionalismo de derecho público;
hacia un constitucionalismo internacional, como complemento del
constitucionalismo estatal.
Creo que tal expansión reside en la lógica misma del constitu-
cionalismo. La historia del constitucionalismo es la de un progresivo
ensanchamiento de la esfera de los derechos: de los derechos de libertad
en las primeras declaraciones de derechos y en las constituciones del
siglo pasado, al derecho de huelga y a los derechos sociales en las
constituciones de este siglo, hasta los nuevos derechos a la paz, al medio
ambiente sano y a la información hoy reivindicados y aún no totalmen-
te constitucionalizados. Una historia no teórica, sino social y política,
dado que ninguno de estos derechos ha caído del cielo, sino que se trata
de conquistas de movimientos revolucionarios: las grandes revoluciones
liberales estadounidense y francesa, los movimientos del siglo XIX por
los estatutos, las luchas obreras del siglo pasado y de este siglo. Puede
decirse que todas las generaciones de derechos equivalen a otras tantas
generaciones de movimientos revolucionarios: liberales, socialistas, fe-
ministas, ecologistas, pacifistas.
Y no sólo eso. Los derechos fundamentales –desde el derecho a la vida,
pasando por los derechos de libertad, hasta los derechos sociales a la sa-
lud, al trabajo, a la educación y a la subsistencia– siempre se han afirma-
do como la ley del más débil, como alternativa a la ley del más fuerte, que
regía y regiría en su ausencia: de quien es más fuerte económicamente
como en el mercado capitalista; de quien es más fuerte militarmente como
en la comunidad internacional.
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Y aún más. Todo el derecho es la ley del más débil, y como ley del más
débil ha progresado. Es la ley del más débil el derecho penal, que protege
al más débil que es, dependiendo de la circunstancia, la víctima en el
momento del delito, el imputado en el momento del proceso, el detenido
en el momento de la ejecución penal. Es la ley del más débil el derecho
del trabajo, que protege a los trabajadores contra las razones del lucro y
de la empresa. Es la ley del más débil el derecho de familia, que protege a
los hijos o a los padres o a los cónyuges contra los abusos y los incumpli-
mientos de los padres más fuertes. Es la ley del más débil incluso el dere-
cho civil, que protege la propiedad contra la apropiación violenta. Es la
ley del más débil el derecho público, constitucional y administrativo, que
protege a los ciudadanos contra el arbitrio de los poderes públicos. Es la
ley del más débil –hoy mucho más que nunca antes– el derecho interna-
cional, que protege a los individuos de la violencia de sus Estados, a los
Estados más débiles de aquellos más fuertes, a la humanidad entera de la
amenaza de la guerra, de la lógica de otro modo desenfrenada del merca-
do y de los atentados al ambiente.
Pues bien: siempre, en la historia, toda conquista de derechos, todo
progreso de la igualdad y de las garantías de la persona, ha sido determi-
nada por el desvelamiento de una discriminación o de una opresión de
sujetos débiles o distintos, que se tornó en cierto punto intolerable: la
persecución de los herejes y la lucha por la libertad de conciencia al inicio
de la Edad Moderna, más tarde la de los disidentes políticos y las batallas
por la libertad de prensa y de opinión; más tarde la explotación del traba-
jo obrero y las luchas sociales por los derechos del trabajador; más tarde,
aún, la opresión y la discriminación contra las mujeres y las batallas por
su emancipación y liberación. Siempre, en un determinado momento, el
velo de “normalidad” que ocultaba las opresiones de los sujetos débiles ha
sido desgarrado por sus luchas y reivindicaciones.
Hoy el gran desafío que se le plantea a la democracia ante el siglo
próximo es el generado por la desigualdad, creciente y cada vez más into-
lerable, entre países ricos y países pobres; entre nuestras opulentas socie-
dades democráticas y los cuatro quintos del mundo que viven en condi-
ciones de miseria; entre nuestro alto nivel de vida y el de millones de seres
humanos con hambre. Se trata además de una desigualdad agravada, con
la aparente paradoja del reconocimiento y de la garantía de los derechos
en nuestras democracias, cuyo efecto es el de hacer que nuestra cultura
jurídica “superior” –la de nuestros derechos y nuestra democracia– se
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I. 1 Lo formal y lo informal
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Naturaleza-sociedad
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Esta reintegración acontece hoy, a fines del siglo XX, de una manera
dramática, con la conciencia cada vez más generalizada del peligro de la
catástrofe ecológica. Tal peligro deja entrever que la naturaleza es la se-
gunda naturaleza de la sociedad, una sociedad de segundo grado, el doble
de la sociedad. De esta manera, la dicotomía naturaleza-sociedad es defi-
nitivamente encauzada y el hecho de que la ciencia moderna se funde en
ella explica, en última instancia, la crisis definitiva en que se encuentra
sumergida. La transición hacia una ciencia posmoderna parte del campo
de posibilidades abierto por esta crisis (Santos, 1989).
Estado-sociedad civil
2. Desarrollo con más detalle en otro lugar el análisis crítico de la distinción Estado-Sociedad
Civil (Santos, 1985).
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entre las partes interesadas por más desigual que sea el poder entre ellas).
Con el fin del fetichismo jurídico adquieren mayor credibilidad nuevas
formas de práctica emancipatoria, principalmente aquellas en que se com-
binan momentos de legalidad e ilegalidad. Las redes y las configuraciones
de legalidades aquí propuestas implican que nuestras prácticas socio-jurídi-
cas incluyen siempre momentos de ilegalidad. La porosidad de los diferen-
tes órdenes jurídicos nos obliga a constantes transiciones y transgresiones.
El respeto por algunas fronteras jurídicas acarrea la violación de otras. So-
mos, pues, en este sentido, no sólo interlegales, sino también transgresores
compulsivos. Pero si estamos condenados a la transgresión, nunca estamos,
de partida, condenados a las transgresiones en que efectivamente incurri-
mos. Las transgresiones concretas son siempre producto de una negocia-
ción y de un juicio político y tienen, por eso, un impacto político, por más
invisible o insignificante que sea.
Desde esta perspectiva, adquieren importancia central dos problemá-
ticas: la de los criterios de juicio político y la de las formas y medios de
negociación. Pero la respuesta a cualquiera de estas cuestiones presupone
la respuesta de otra, más básica: la definición del campo político. La teoría
política liberal clásica redujo el poder al poder político y éste, al poder del
Estado. La hiper-politización del Estado es la otra faz de la despolitización
de la sociedad civil. La reducción del campo político al campo del Estado
confinó a este último al ámbito de las luchas por la democratización del
poder y ocultó el carácter despótico de las relaciones de poder en los
diferentes contextos de la práctica social.
La concepción de los contextos estructurales de la práctica social pre-
tende ofrecer una alternativa a la teoría política liberal clásica. Cada con-
texto estructural se caracteriza por un mecanismo de poder. Nuestras prác-
ticas sociales, del mismo modo que constituyen configuraciones de
juridicidades, constituyen también configuraciones de poderes, de
patriarcado, explotación, dominación e intercambio desigual, y el privile-
gio concedido a una de estas formas de poder depende, tal como en el
caso del derecho, de las relaciones privilegiadas de la práctica concreta
con el respectivo contexto estructural. Consideradas aisladamente, nin-
guna de estas formas de poder es política. Políticas son las redes o confi-
guraciones de poderes, creadas y recreadas en las relaciones sociales.
Son ellas, pues, las que delimitan el campo político, un campo signifi-
cativamente más amplio que el campo político liberal clásico pero, por
otro lado, controladamente disperso e internamente diferenciado de
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propuesto y, por lo tanto, envolverá a cada una de las cuatro formas es-
tructurales de derecho, procurando enriquecer el contenido de reciproci-
dad de las relaciones que se constituyen bajo su égida. La forma y los
medios de negociación deberán ser privilegiadamente los derechos huma-
nos en cuanto expresión avanzada de luchas por la reciprocidad hasta
ahora confinadas al derecho territorial estatal, pero con capacidad virtual
para ser extendidas al derecho doméstico, al derecho de la producción y al
derecho sistémico. Tal virtualidad fue hasta ahora bloqueada, en los países
centrales al menos, por la hegemonía del reformismo, a través de la limi-
tación del ideal democrático al espacio de la ciudadanía. La crisis del
reformismo y la consecuente declinación del fetichismo jurídico ofrecen
nuevas oportunidades para imaginar luchas políticas de derechos huma-
nos –tanto civiles y políticos, como sociales y económicos, y aún derechos
culturales pos-materiales– y llevarlas a la práctica en el espacio domésti-
co, en el espacio de la producción y en el espacio mundial.
La práctica de los derechos humanos, así concebida, es una práctica
contra-hegemónica, cuya eficacia depende de la flexibilidad y diferencia-
ción interna con que se opone a las diferentes tradiciones hegemónicas
que sustentan los cuatro espacios jurídico-estructurales. Contra la tradi-
ción de la aplicación técnica (violencia con burocracia), dominante en el
derecho territorial, hay que oponer la aplicación edificante del derecho,
una aplicación en que el know-how técnico se subordine al know-how
ético.3 Contra la tradición de aplicación violenta informal (violencia sin
burocracia), dominante de diversos modos en los otros tres derechos es-
tructurales, hay que oponer una aplicación retórica informal.
Tal práctica de los derechos humanos es radical porque tiene lugar en las
diferentes configuraciones de legalidad y asume, por lo tanto, la posibili-
dad de envolver prácticas ilegales en cualquiera de los derechos estructura-
les, incluyendo al propio derecho estatal. Es, pues, una práctica pos-refor-
mista. Pero es también, de algún modo, una práctica pos-revolucionaria, en
la medida en que privilegia la negociación en detrimento de la ruptura y,
cuando recurre a esta última, la construye como una micro-ruptura consti-
tuida por momentos de legalidad e ilegalidad en un contexto práctico con-
creto, limitado. La radicalidad de la práctica de los derechos humanos aquí
propuesta reside ante todo en no tener fin y, como tal, en concebir cada
3. Sobre la distinción entre aplicación técnica y aplicación edificante ver Santos (1989; 180 y ss.)
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Boaventura de Sousa Santos
Bibliografía
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El Estado y el derecho en la transición posmoderna...
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480
El sexo del derecho*
Frances Olsen
1.
* Publicado en Kairys, David (ed.), The Politics of Law, Nueva York, Pantheon, 1990, pp. 452-
67. Traducción de Mariela Santoro y Christian Courtis.
1. Ver Hélène Cixous, “Sorties”, en E. Marks & I. Courtivron (eds.), New French Feminisms,
Nueva York, Schocken Books, 198l, pp. 90, 90-91; J. Derrida, Dissemination, Chicago, The
University of Chicago Press, 1981; C. Christ, Diving Deep and Surfacing, Boston, Beacon
Press, 1980, p. 25; J. Clegg, The Structure of Plato’s Philosophy, Lewisberg, Pa., Bucknell
University Press, 1977, pp. 18, 100-1, 188-91,; F. Olsen., “The Family and the Market: A
Study of ldeology and Legal Reform”, 96 Harvard Law Review 1497, 1570-76, 1983; G. Frug,
“The City as a Legal Concept”, 93 Harvard Law Review 1057, 1057, 1980.
481
Frances Olsen
Sexualización
Jerarquización
482
El sexo del derecho
483
Frances Olsen
con las que varias feministas han enfrentado al derecho pueden compren-
derse mejor cuando son observadas desde un contexto más amplio.
2. Estrategias feministas
Rechazo de la sexualización
484
El sexo del derecho
a través de una prueba pública (by trial)”. Según Mill, “la esfera apropia-
da para todos los seres humanos es la más amplia y la más distinguida que
puedan alcanzar”.2
Harriet Taylor Mill rechaza la sexualización de los dualismos, y sin
embargo acepta la jerarquía de los rasgos colocados en primer término
sobre los segundos. Utiliza “racional” como digno de aprecio e “irracio-
nal” como un término despreciable, y afirma que “la razón y los princi-
pios” –y no el “sentimentalismo”–, ofrecen el apoyo más fuerte para la
emancipación de las mujeres. Niega que las mujeres sean inherentemente
irracionales, pasivas, etc., y cree que las causas que tienden a hacer que se
vean así son la educación y la forma de vida que las mujeres se ven obliga-
das a llevar. Mill dice que esto es “una injusticia para el individuo y un
daño para la sociedad”. Negar a las mujeres la oportunidad de desarro-
llarse hasta su más alto potencial, es una manera efectiva de impedir que
sean racionales, activas, etc. “Si no se permite ejercer ciertas cualidades,
estas no deberían existir”. Harriet Taylor Mill descartó como “absurdos”
los esfuerzos de algunas feministas de desafiar la jerarquía de lo racional
sobre lo irracional, activo sobre pasivo, etc. “Lo que se pretende para las
mujeres son derechos iguales, igual acceso a todos los privilegios sociales,
no una posición aparte, una especie de clero sentimental.” 3
Esta actitud en relación con la igualdad de las mujeres es abiertamente
sostenida en nuestros días. Muchas feministas y la mayoría de los libera-
les creen que los roles del sexo deberían ser una cuestión de elección del
individuo. Cuando los individuos actúan racional y razonablemente, de-
berían ser tratados conforme a esa actuación. Si los hombres o las mujeres
eligen ser irracionales, pasivos y demás, no pueden esperar ser tratados de
la misma manera. Además, si las mujeres no quieren criar y educar a sus
hijos, no deberían hacerlo, y si los hombres desean criarlos, deberían ser
libres para cumplir esa decisión.
Hay más en esta categoría que una simple indiferencia frente al sexo.
Lo que se afirma es que las mujeres han sido entrenadas para ser irracionales
y pasivas, y que ese entrenamiento debería ser revertido. Las acciones
485
Frances Olsen
Rechazo de la jerarquización
486
El sexo del derecho
5. Ver Barbara Easton, “Feminism and the Contemporary Family”, en A Heritage of Her Own,
ed. N. Cott & E. Pleck, Nueva York, Simon & Schuster, 1979, pp. 555-557; N. Cott & E.
Pleck, Introduction, id., p. 11; K. Melder, Beginnings of Sisterhood, Nueva York, Schocken
Books, 1977, p. 53; Judith Walkowitz, “The Politics of Prostitution”, Signs: Journal of Women
in CuIture and Society, 1980, Vol. 6, reeditado en C. Stimpson & E. Person (eds.), Women: Sex
and Sexuality, Nueva York, Simon & Schuster, 1980, p. 145.
6. Ver C. Gilman, Herland, Nueva York, Pantheon Books, 1979.
487
Frances Olsen
“Androginia”
7. Ver C. Gilligan, In a Different Voice, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1982; P.
Spacks, The Female Imagination, Nueva York, Knopf, 1975; A. Rich, “Origins and History of
Consciousness”, en The Dream of a Common Language: Poems, 1974-1977, Nueva York,
Norton, 1978, p. 7.
8. Ver. Drucilla Cornell & Adam Thurschwell, “Femininity, Negativity, Intersubjectivity”, en
Seyla Benhabib & Drucilla Cornell, Feminism as Critique, Minneapolis, University of Minnesota
Press, 1987; C. Christ, supra nota 1, pp. 26, 130.
9. Ver, p. ej. , Elshtain, “Against Androgyny”, Telos 47, 1981, p. 5.
488
El sexo del derecho
10. W. Leach, True Love and Perfect Union, Nueva York, Basie Books, 1980, p. 32.
11. Ver Olsen, supra nota 1, pp. 1577-78; C. Heilbrun, Towards a Recognition of Androgyny,
Nueva York, Harper & Row, 1973; E. Cook, Psychological Androgyny, Nueva York, Pergamon
Pess, 1985; W. O’Flaherty, Women, Androgynes, and Other Mythical Beasts, Chicago, The
University of Chicago Press, 1980.
489
Frances Olsen
Reformismo legal
490
El sexo del derecho
12. Ver Reed v. Reed, 404 U.S. 71,1971; Stanton v. Stanton, 421 U.S. 7, //faltan referencias//
1975; Craig vs. Boren, 429 U.S. 190, 1976.
13. Ver F. Olsen, “From False Paternalism to False Equality: Judical Assaults on Feminist
Community, Illinois 1869-1895”, 84 Michigan Law Review 1518, 1518-20, 1541, 1986.
491
Frances Olsen
14. Ver C. MacKinnon, Sexual Harassment of Working Women: A Case of Sex Discrimination,
New Haven, Conn., Yale University Press, 1979, pp. 144-46.
15. Ver M. J. Frug, “Securing Job Equality for Women: Labor Market Hostility to Working
Mothers”, 59 Boston University Law Review 55,1979.
16. Ver Taub & Schneider, “Women’s Subordination and the Role of Law”, en D. Kairys
(ed.), The Politics of Law, Nueva York: Pantheon, 1990, p. 151; Kathryn Powers, “Sex,
Segregation, and the Ambivalent Directions of Sex Discrimination Law”, 1979 Wisconsin Law
Review 55, 1979.
492
El sexo del derecho
17. Ver F. Olsen, supra nota 1, pp. 1501-7; F. Olsen, “The Myth of State Intervention in the
Family”, 18 University of Míchigan Journal of Law Reform 835, 1985.
18. D. Polan, “Toward a Theory of Law and Patriarchy”, en D. Kairys (ed.), The Polítics of
Law, 1ª ed., Nueva York, Pantheon Books, 1982, pp. 294, 300, 302.
493
Frances Olsen
19. J. Rifkin, “Toward a Theory of Law and Patriarchy”, 3 Harvard Women’s Law Journal 83,
84, 87, 88, 92, 1980.
20. Ver C. MacKinnon, “Feminism, Marxisrn, Method and the State: Toward Feminist
Jurisprudence”, en Signs: Journal of Women ín Culture and Socíety, 1983, Vol. 8, pp. 635, 645.
494
El sexo del derecho
495
Frances Olsen
(de los EE.UU.) aceptó la validez de una norma sobre estupro que esta-
blecía diferencias según el sexo que, de acuerdo a la Corte Suprema de
California, fue sancionada para reducir la incidencia de embarazos de
adolescentes. En el caso “Stanton vs. Stanton”,22 la Corte Suprema declaró
que una ley del estado de Utah –que establecía que el padre debía mante-
ner a su hijo hasta los 21 años pero podía dejar de mantener a su hija a los
18 años– era inconstitucional. Lo que quiero decir no es que estas dos
normas estén en conflicto, ni que las soluciones de los casos no puedan
conciliarse. Más bien es que cada una de estas dos normas se aplica a muy
pocas circunstancias para proporcionar una respuesta universal a la cues-
tión de cuándo pueden los estados sancionar leyes basadas en el género.
Los principios o standards, por otra parte, son demasiado vagos e inde-
terminados para poder resolver casos. En todo caso interesante que se
disputa, pueden encontrarse al menos dos principios amplios y generales,
diferentes entre sí, que podrían aplicarse al caso y conducir a resultados
distintos. Por ejemplo, el principio de “no intervención” en la familia a
menudo ofrecerá un resultado, mientras que el principio de protección
de los menores ofrecerá el resultado opuesto. Así como las normas se apli-
can a muy pocos casos, los principios se aplican a demasiados. El sistema
legal fluctúa en su fundamento entre normas y principios, pero su aspira-
ción de ser universal jamás se ha concretado. El derecho no es más abs-
tracto y universal que personalizado y contextual.
El derecho tampoco es racional. Los esfuerzos de las feministas por
desarrollar una elaboración racional de derechos igualitarios para los seres
humanos destinada a lograr derechos para las mujeres no ha funcionado y
no funcionará. Los conflictos clásicos entre igualdad de oportunidades e
igualdad de resultados, entre derechos naturales y derechos positivos, y
entre “derechos considerados como garantía de seguridad” y “derechos
considerados como garantía de libertad” transforman al análisis jurídico
en un instrumento incapaz de resolver ningún conflicto significativo.23
Más específicamente, si una solución protege la libertad de acción del
496
El sexo del derecho
497
Frances Olsen
25. Ver Olsen, supra nota; ver también D. Kennedy, “The Political Significance of the Structure
of the Law School Curriculum”, 14 Seton Hall Law Revíew 1, 1983; D. Kennedy, “The Rise
and Fall of Classical Legal Thought”, mimeo inédito, 1975.
498
El sexo del derecho
ser la regla y cuál la excepción. No es posible separar las áreas del derecho
entre un centro y una periferia: los rasgos asociados con la mujer no pue-
den ser excluidos del derecho.26
Conclusión
499
Frances Olsen
con mis valores y visión del universo y ambas dan forma a mi actividad
política. Nada en ninguna de estas teorías aportará respuestas fáciles a
preguntas concretas tales como “¿se beneficiarían las mujeres realmente
con más intervención estatal en el derecho de familia?” o “¿podrían las
normas sobre violación proteger a las mujeres adolescentes sin oprimirlas
ni degradarlas?” Lo que yo espero es que mejorando las teorías sobre las
que operamos, podamos comprender mejor lo que está en juego en cues-
tiones como éstas. Espero que reconociendo la imposibilidad de las res-
puestas fáciles y lógicas, podamos liberarnos para pensar sobre estas cues-
tiones de una manera más constructiva e imaginativa. Es imposible sepa-
rar al derecho de la política, de la moral y del resto de las actividades
humanas: por el contrario, el derecho es una parte integral del entramado
de la vida social.
500
Nuevos desarrollos de la teoría jurídica*
Robert W. Gordon
* Publicado en Kairys, David (ed.), The Politics of Law, Nueva York, Pantheon, 1990, pp. 414-
425. Traducción de María Luis Piqué y Christian Courtis.
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Nuevos desarrollos de la teoría jurídica
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Nuevos desarrollos de la teoría jurídica
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Nuevos desarrollos de la teoría jurídica
clase, raza y sexo: parece tener una inclinación estructural hacia la repro-
ducción de las relaciones de clases existentes.
De todas maneras, toda persona que se pusiera a pensar sobre el tema
comenzaría a ver los diversos problemas de una teoría instrumentalista
cruda. No parece que los capitalistas ganen siempre en la política y en el
derecho: a los trabajadores se les garantizaron derechos para organizarse y
negociar colectivamente, los negros obtuvieron la abolición de la esclavi-
tud y algunas acciones positivas del gobierno destinadas a promover sus
derechos, a los radicales se les garantizó el derecho a enseñar y la libertad
de expresión, los pobres recibieron beneficios sociales, etc. Obviamente,
todo esto podría ser re-racionalizado como un modo de servir los intereses
de la clase capitalista dominante a largo plazo, pero eso supondría consi-
derables refinamientos de la teoría. Algunos autores hablaron de la estra-
tegia del “liberalismo corporativo” –la clase dominante promueve progra-
mas sociales benefactores desde el gobierno y la regulación de los nego-
cios para evitar desequilibrios sociales tanto políticos (a través de manifes-
taciones populares) como económicos (a través de una competencia caóti-
ca)–. Otros autores, inspirados en fuentes neo-marxistas europeas, co-
menzaron a hablar del derecho como un medio de “legitimación” de la
sociedad de clases: para que sea soportable para aquellos que lo sufren en
mayor medida, el derecho debe ser percibido como relativamente justo,
de modo que la clase dominante no gane siempre. Algunos otros, am-
pliando aún más esta visión, creen que las promesas del sistema legal de
proteger igualmente los derechos de libertad y seguridad para todos en la
sociedad (junto con otros factores tales como un cierto porcentaje de
movilidad social, seguridad social para todos y el mérito como criterio
aparente a la hora de determinar los ingresos de cada uno y su riqueza)
son inherentes a la legitimación de la sociedad capitalista –promesas que
a veces deben cumplirse–.4 De modo que, como el sistema legal debe al
menos parecer universal, tiene que operar hasta cierto punto de manera
independiente (o, como se dice, con “autonomía relativa”) de los intereses
económicos concretos o clases sociales. Y esta necesidad de legitimación
4. Ver Edward P. Thompson, “The Rule of Law”, en Whigs and Hunters, Nueva York, Pantheon
Books, 1975; Douglas Hay et al., Albion‘s Fatal Tree: Crime and Society in Eighteenth-Century
England, Nueva York, Pantheon Books, 1975; Mark V. Tushnet, “A Marxist Analysis of
American Law”, 1 Marxist Perspectives 96, 1978.
507
Robert W. Gordon
5. Ver Thompson, supra//op. cit. nota 4; David M. Trubek, “Complexity and Contradiction in
the Legal Order: Balbus and the Challenge of Critical Social Thought About Law”, 11 Law
& Society Review 527, 1977.
6. Ver Karl Klare, en D. Kairys (ed.), The Politics of Law, 2° ed., Nueva York, Pantheon, 1990,
pp. 61-89.
508
Nuevos desarrollos de la teoría jurídica
casi como son.7 Por eso, dice Gramsci –y los juristas “críticos” estadouni-
denses que han aceptado este concepto están de acuerdo con él–, uno debe
mirar con mucha atención estos sistemas de creencias, estas convenciones
profundamente arraigadas sobre política, economía, jerarquías, trabajo, ocio,
y en última instancia sobre la naturaleza de la realidad, que inducen pro-
fundamente a la parálisis, ya que hacen difícil para la gente (incluso para la
clase dominante) tan sólo imaginar que la vida podría ser diferente y mejor.
No es que la ideología drogue a las masas y les haga pensar que sus gober-
nantes y jefes son ideales, que la vida es justa y que todos merecemos el
destino que tenemos. La mayoría de la gente piensa que el sistema juega
con los dados cargados a su favor, y que lo que les toca en realidad es bastan-
te miserable. Aun así, una ideología puede ser “hegemónica” si su efecto
práctico es el de impedir que puedan imaginarse órdenes alternativos. A los
trabajadores pueden no gustarles mucho las reglas autoritarias que rigen en
el lugar de trabajo. Y pese a eso, pueden no luchar por una mayor democra-
cia económica, porque han aceptado los argumentos que dicen que dismi-
nuiría la eficiencia, dejando a todos una porción más pequeña de la torta; o
que no están lo suficientemente preparados como para administrar la em-
presa; o que estaríamos frente a un orden extraño, una suerte de “comunis-
mo”. El orden existente puede afectar terriblemente la salud, la personali-
dad, la vida familiar y la autoestima, y aún ser tolerado como “el sistema
que tenemos, con todos sus defectos”.
El derecho, como la religión y las imágenes de la televisión, es uno de
los conjuntos de creencias –ligado con otros tantos conjuntos de creen-
cias no jurídicas pero similares– que convencen a la gente de que todas las
relaciones jerárquicas en las que viven y trabajan son naturales y necesa-
rias. Un pequeño negocio está compuesto por personas que tienen
mentalizadas creencias tales como: “yo puedo decirle a esta gente qué
tiene que hacer y, si no se porta muy amablemente conmigo o no se apura
en cumplir, puedo despedirla porque: a) soy el dueño del negocio; b) su
único derecho es el de recibir un salario mínimo; c) yo estudié en la
facultad y ellos no; d) no trabajarían tan dura y eficientemente si yo no
estuviera constantemente encima de ellos; un negocio no puede ser efi-
ciente si no existe una fuerte estructura vertical de poder; e) si no les
7. Ver Antonio Gramsci, Selections from the Prison Notebooks, en Quinton Hoare & Geoffrey
Nowell-Smith (ed.), Nueva York, International Publishers, 1971, pp. 195-96, 246-47.
509
Robert W. Gordon
gusta, pueden irse”; etc. –y los empleados, aunque con menos convicción
y entusiasmo, también creen lo mismo–. Tómese por ejemplo el derecho
de propiedad de la empresa: no es probable que los empleados piensen
que pueden cuestionarlo porque hacerlo significaría poner en peligro su
propio sentido de la propiedad, que ellos mismos ejercitan en otros as-
pectos de su vida (“yo soy dueño de esta casa, de modo que puedo decirle
a mi cuñado que no se le ocurra pisarla”). Se encuentran bloqueados por
un conjunto de creencias que hace abstracto y generaliza el sentido de la
propiedad.
Por ello, el trabajo que desarrollan varios juristas “críticos” consiste en
describir algunos de estos sistemas interconectados de creencias –“dibu-
jando su mapa”–. Inspirándose en los trabajos de autores estructuralistas
como Lévi-Strauss y Piaget, afirman que las “ideas jurídicas” pueden ser
ordenadas en estructuras, tales como códigos culturales complejos. La
manera en que los seres humanos experimentan el mundo es construyen-
do y manteniendo colectivamente sistemas de significados compartidos
que hacen posible para todos la interpretación de las palabras y acciones
de los demás.8
El derecho es tan sólo uno de los tantos “sistemas de significado” que la
gente construye para sobrellevar uno de los aspectos más amenazantes de
la vida social: la amenaza que representan las otras personas, cuya coope-
ración resulta indispensable para nosotros (no podemos siquiera tener
una identidad individual sin que los demás nos definan socialmente),
pero que podrían matarnos o esclavizarnos. Parece esencial tener un siste-
ma que distinga las interacciones positivas (contratos, impuestos para sol-
ventar los bienes públicos) de las negativas (crímenes, daños, allanamientos
ilegales, confiscaciones inconstitucionales de la propiedad). En Occiden-
te, las estructuras de creencias jurídicas, junto con las económicas y polí-
ticas, han sido construidas para realizar esta distinción. Estos sistemas,
8. Ver, por ejemplo, Kennedy, supra nota 1; Isaac D. Balbus, “Commodity Form and Legal
Form: An Essay on the Relative Autonomy of the Law”, 11 Law & Society Review 571, 1977;
Thomas C. Heller, “Is the Charitable Exemption from Property Taxes an Easy Case? General
Concerns About Legal Economics and Jurisprudence”, Essays on the Law and Economics of
Local Governments, Daniel Rubinfeld (ed.), Washington, D. C., Urban Institute, 1979, pp.
183-251; Al Katz, “Studies in Boundary Theory: Three Essays in Adjudication and Politics”,
28 Buffalo Law Review 383, 1979; Roberto Mangabeira Unger, Knowledge and Politics, Nueva
York, The Free Press, 1975.
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Nuevos desarrollos de la teoría jurídica
por supuesto, fueron creados por elites que creían estar llamadas a racio-
nalizar su posición dominante de poder, por lo que tendieron a definir los
derechos de manera tal que se reforzaran las jerarquías existentes de poder
y privilegio.
Aún más importante es el hecho de que esta construcción del sistema
tiene el efecto de hacer parecer la vida social como natural e inevitable.
Aunque las estructuras estén construidas, pieza a pieza, con intenciones
humanas, la gente las “externaliza”, les atribuye existencia y control sobre
y por encima de la elección humana y, más aún, cree que esas estructuras
deben ser de la manera en que son. Recordemos el ejemplo dado anterior-
mente de la persona que trabaja en un negocio pequeño para su “dueño”.
Es cierto que la posición del dueño está respaldada, en última instancia,
por la amenaza de la fuerza –si no le gusta la manera en que la gente se
comporta en su propiedad, puede llamar a la fuerza pública del Estado
para echarlos– pero también tiene de su lado la poderosa magia ideológi-
ca de una estructura que le atribuye los “derechos” de “empleador” y
“dueño”, y al trabajador los deberes de un “empleado” e “invitado” en la
“propiedad del dueño”. El trabajador siente que no puede cuestionar el
derecho del dueño de echarlo de su propiedad si a éste no le gusta cómo
se comporta, en parte porque se siente impotente frente a la fuerza que el
dueño puede invocar, y también porque acepta su posición como legíti-
ma: respeta el “derecho individual de propiedad” del dueño porque el
poder que estos derechos le confieren parecen necesarios para su propio
poder y libertad: las limitaciones a los derechos de propiedad del “dueño”
podrían amenazarlo también a él. Pero la analogía que él efectúa es sólo
posible por su aceptación de una estructura de creencias –el legalismo
liberal– que convierte las relaciones particulares entre la gente real (este
hombre y la “mujer para quien trabaja”, aquel hombre y su cuñado al que
quiere echar de su casa) en relaciones entre categorías completamente
abstractas de individuos que desempeñan los papeles sociales abstractos
de “dueño”, “empleado”, etc. Este proceso de permitir que las estructuras
que nosotros mismos hemos construido medien nuestras relaciones de
modo que nos veamos como si desempeñáramos papeles abstractos en un
juego que parece no ser producido por la acción humana, es lo que se
conoce (siguiendo a Marx y a autores modernos como Sartre y Lukács) como
“reificación”. 9 Es una forma que tiene la gente de fabricar necesidades: se
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10. V. Elizabeth Mensch, “The History of Mainstream Legal Thought”, en D. Kairys (ed.),
op. cit., pp. 13-37, que resume la historia de las varias formas del pensamiento jurídico
estadounidense en los últimos doscientos años.
11. Ver, por ejemplo, Duncan Kennedy, “Form and Substance in Private Law Adjudication”,
89 Harvard Law Review 1685, 1976; Karl Klare, “Contracts, Jurisprudence and the First-Year
Casebook”, 54 New York University Law Review 876, 1979. Cf. James B. Adeson, “Work
Group Behavior and Wildcat Strikes: The Causes and Functions of Industrial Civil
Disobedience”, 34 Ohio State Law Journal 750, 1973.
512
Nuevos desarrollos de la teoría jurídica
12. Ver, por ejemplo, Katherine W. Stone, “The Origin of Job Structures in the Steel
Industry”, 6 Review of Radical Political Economy 61 1974.
13. Ver, por ejemplo, Mark Kelman, “Choice and Utility”, 1979//¿es parte del título? Wisconsin
Law Review 769, 1979; Kelman, “Consumption Theory, Production Theory and Ideology in
the Coase Theorem”, 52 Southern California Law Review 669 , 1979; Thomas C. Heller, supra
notas 1 y 8; Morton J. Horwitz, “Law and Economics: Science or Politics?”, 8 Hofstra Law
Review 905, 1980; Duncan Kennedy & Frank I. Michelrnan, “Are Property and Contract
Efficient?”, 8 Hofstra Law Review 711, 1980.
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Robert W. Gordon
14. Ver especialmente Michel Foucault, Discipline and Punish: The Birth of the Prison, Nueva
York, Pantheon Books, 1977.
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Cómo “descongelar” la realidad legal:
una aproximación crítica al derecho*
Robert W. Gordon
* “Unfreezing legal reality”, 15 Florida State Law Review, pp. 114-220, 1987. Una primera
traducción de este artículo fue publicada en la revista El Otro Derecho, Bogotá, ILSA, Vol. 5,
marzo de 1990, pp. 53-79, sin indicación de traductor. Esta es una versión completamente
corregida de aquella traducción con autorización expresa del autor. Revisado por María Ana
Martínez y Christian Courtis.
1. Creo que la mayoría de las críticas contra los CLS caben dentro de una de estas tres
categorías: 1) Polémicas orientadas en forma genérica y vaga por la visión preconcebida
519
Robert W. Gordon
y mal informada del autor respectivo acerca del trabajo de los CLS –normalmente la
opinión es que los CLS son una cruda modalidad de marxismo instrumental– y que ni
siquiera hacen el esfuerzo de discutir textos específicos producidos por los CLS; 2)
Críticas, más o menos informadas, que van desde lo compasivo hasta lo verdaderamente
venenoso, y que tratan a los CLS como si fueran una filosofía global o una teoría social
del derecho en lugar de (como yo afirmaría al respecto de la mayor parte del trabajo de
los CLS) una serie de críticas, discursos y situaciones locales. Este grupo de críticas se
ocupa de las afirmaciones más genéricas de los escritores de los CLS, y no del grueso de
su trabajo que consiste, por una parte, en discusiones muy específicas y detalladas de
trabajos académicos de doctrina jurídica, de análisis económico del derecho y de historia
legal; y, por otra, en una docena de trabajos históricos sobre doctrinas e instituciones
legales; 3) Un contado número de críticas que se toman el trabajo de ocuparse de
aspectos específicos de preocupación de algunos textos de los CLS. La mayoría de estas
críticas han sido escritas por historiadores del derecho: ver por ejemplo: Simpson, “The
Horwitz Thesis and the History of Contracts”, 46 U. Chicago. L. Rev./, p. 533, 1979;
Schwartz, “Tort Law and the Economy in the Nineteenth Century America: A
Reinterpretation”, 90 Yale L. J., 1981, p. 1717; Alford, “The Inescrutable Occidental?
Implications of Roberto Unger´s Uses and Abuses of the Chinese Past”, 64 Texas L. Rev.,,
1986, p. 915; Watson, “Book Review”, 91 Yale L. J., 1982, p. 1034 (que comenta el libro
de M. Tushnet, The American Law of Slavery, 1810-1860: Considerations of Humanity and
Interest). Algunas críticas fueron hechas por partidarios del análisis económico del dere-
cho. Ver por ejemplo: Kornhauser, “The Great Image of Authority”, 36 Stanford L. Rev,
1984, p. 349; Markovits, “Duncan’s Do Nots: Cost-Benefit Analysis and the
Determination of Legal Entitlements”, 36 Stanford L. Rev., 1984, p. 1169. Estos trabajos
exhiben diversos grados de percepción (el del profesor Alford es el más sobresaliente)
acerca de la sustancia de los trabajos criticados, pero en su conjunto son todos admira-
bles y excepcionales ya que tratan realmente de desentrañar esa sustancia.
2. Además de las críticas mencionadas en la nota anterior, hay una serie de críticas que
podríamos llamar discusiones familiares, provenientes de personas que conocen perfectamen-
te el trabajo y los métodos de los CLS y al menos simpatizan moderadamente con algunos de
sus objetivos intelectuales y políticos. Ver, por ejemplo, “Symposium on Critical Legal Studies”,
6 Cardozo L. Rev., p. 693; Chase, “Toward a Legal Theory of Popular Culture”, Wisconsin L.
Rev. 1986, p. 527; Holt, “Labor Conspiracy Cases in the United States, 1805-1842: Bias and
Legitimation in Common Law Adjudication”, 22 Osgoode Hall L. J., 1984, p. 591; Hunt,
“The Theory of Critical Legal Studies”, 6 Oxford J. of Legal Studies, 1986, p. 1; Hutchinson
& Monahan, “Law, Politics and the Critical Legal Scholars: the Unfolding Drama of American
Legal Thought”, 36 Stanford L. Rev., 1984, p. 199; Luban, “Legal Modernisms”, 84 Michigan
L. Rev., 1986, p. 1656. Ver en general Van Doren & Bergin, “Critical Legal Studies: A
Dialogue”, Rev. , 1986, p. 291.
520
Cómo “descongelar” la realidad legal...
* Los cargos estables de profesor de derecho en las facultades más prestigiosas de los EE. UU.
son vitalicios, y prácticamente exigen dedicación exclusiva. Por ende, los profesores raramen-
te son al mismo tiempo abogados litigantes. [N. de los revisores]
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Cómo “descongelar” la realidad legal...
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Cómo “descongelar” la realidad legal...
3. Ver por ejemplo, entre muchos, Kennedy, “Cost-Benefit Analysis or Entitlement Problems:
a critique”, 33 Stanford L. Rev., 1981, p. 387, (el análisis costo-beneficio, generalmente
empleado para limitar la regulación, podría perfectamente ser manipulado, en forma absolu-
tamente consistente con sus premisas y principios, para justificar virtualmente cualquier
régimen regulatorio).
4. No es necesario aclarar que ningún autor de los CLS afirmaría que es el creador o que posee
un derecho exclusivo de las críticas de los discursos liberales en general, o específicamente de
los discursos liberales acerca del derecho. Es más, algunas de las críticas más agudas que han
alimentado el trabajo de los CLS proviene tanto de críticos del liberalismo relativamente
conservadores (Burke, Burckhardt, Tocqueville, Weber, O. W. Holmes, etc.), y del propio
interior de la tradición liberal (Bentham, J. S. Mill, T. H. Green, etc.) como de críticos de
“izquierda”.
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5. Ver Kennedy, “Form and Substance in Private Law Adjudication”, 89 Harvard. L. Rev.,
1976, p. 1685, [“Form and Substance...”]; Kennedy, “Distributive and Paternalistic Motives
in Contract and Tort Law, with Special Reference to Compulsory Terms and Unequal Bargaining
Power”, 41 Maryland L. Rev., 1982, p. 563, [“Distributive and Paternalistic Motives...”] ; Unger,
“The Critical Legal Studies Movement”, 96 Harvard L. Rev., 1985, p 563; Dalton, “An Essay
in the Deconstruction of Contract Doctrine”, 94 Yale L. J., 1985, p. 997; Gabel, “Intention
and Stucture in Contractual Conditions: Outline of a Method for Critical Legal Theory”, 61
Minnessotta L. Rev., 1977, p. 601; Mensch, “Freedom of contract as Ideology (Book Review)”,
33 Stanford L. Rev., 1981, p. 753 (comentario del libro de P. Atiyah The Rise and Fall of
Freedom of Contract); Klare, “Contracts Jurisprudence and the First-Year Casebook (Book
Review)”, 54 NYU L. Rev., 1979, p. 876, (comentario del libro de C. Knapp Problems in
Contract Law: Cases and Materials); Frug, “Re-reading Contracts: A Femenist Analysis of a
Contracts Casebook”, 34 American University L. Rev., 1984, p. 1065; Feinman, “Critical
Approaches to Contract Law”, 30 UCLA L. Rev.,1983, p. 829; M. Kelman, A Guide to Critical
Legal Studies, Harvard University Press, Cambdrige, 1987.
6. 212 So. 2d. 906 (Fla. 2d. DCA 1968).
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7. Ver en forma general Atiyah, P., The Rise and Fall of Freedom of Contract, 1979.
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8. Llewellyn, “What Price Contract? An Essay in Perspective”, 40 Yale L. J, 1931, pp. 705
y 751.
9. Esta cuestión ha sido muy bien subrayada recientemente en un excelente trabajo de
descripción y propuesta sobre la enseñanza del derecho contractual. Ver Wangerin,
“Skills Training in Legal Analysis: A Systematic Approach”, 40. University of Miami L.
Rev, 1986, p. 409.
10. Vokes, 212 So. 2d., p. 907
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Cómo “descongelar” la realidad legal...
11. Debo señalar que las caracterizaciones de la señora Audrey Vokes y de la gente de la
academia Arthur Murray, tanto en este párrafo como en el resto del artículo, no tienen
ninguna intención de describir a la Audrey Vokes y al personal real de la academia. Lo que
hago es extrapolar, probablemente en forma totalmente artificiosa, las distintas observaciones
dispersas en la sentencia. Los editores de la University of Florida L. Rev., a pedido mío, trataron
de encontrar información más detallada del caso a partir de memoriales y registros, pero su
búsqueda fue infructuosa.
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Cómo “descongelar” la realidad legal...
Hemos agregado una nueva categoría intermedia que mezcla las obli-
gaciones públicas y las privadas: impone una serie de obligaciones implí-
citas que surgen de este contexto supuestamente peculiar de relaciones
fiduciarias. Sin embargo, aún se sigue considerando que el mundo “normal”
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Robert W. Gordon
14. Para una descripción clásica de la realidad “relacional” de las relaciones comerciales
continuadas, ver Macaulay, “Non-Contractual Relations in Business”, 18 Am. Soc. Rev, 1963,
p. 55; I. Macneil, The New Social Contract: An Inquiry into Modern Contractual Relations,
1980; Dore, “Goodwill and the Spirit of Market Capitalism”, 34 Brit. J. Soc., 1983, p. 459.
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Cómo “descongelar” la realidad legal...
15. Esta frase es en cierto modo desorientadora, en la medida en que exagera seriamente el
carácter determinante de la “obligatoriedad formal”. El derecho contractual clásico –como
jamás se cansaron de señalar sus críticos, los Realistas Jurídicos– es pródigo en vías de escape
a la obligatoriedad formal. Por ejemplo, desproporción de las prestaciones, defectos en la
oferta o en la aceptación, limitaciones en las posibilidades de ejecución debidas a mitigación,
previsibilidad, incertidumbre, etc.
16. Para el argumento sobre los “costos de transacción”, ver, además de las fuentes citadas en
nota 14, Williamson, “Transaction-Cost Economics: The Governance of Contractual
Relations”, 22 J. Law and Econ., 1979, p. 233.
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17. Para un desarrollo completo de este argumento ver “Distributive and Paternalistic
Motives”, op. cit.
18. Ver en general Elster, J., Ulysses and the Sirens: Studies in Rationality and Irrationality,
2ª ed., 1985.
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Cómo “descongelar” la realidad legal...
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El sentido del nuevo diagrama es mostrar que todas las jugadas que un
liberal clásico quiere caracterizar como “regulación” o “intervención esta-
tal” en el régimen de contratación privada pueden ser reconsideradas fá-
cilmente como protectoras y promotoras del propio régimen de contrata-
ción privada. Todo sistema de libre contratación necesita normas básicas
(reglas “constitutivas”) que especifiquen cuándo se considera que un in-
tercambio es libre. Todo sistema debe decidir constantemente qué elec-
ciones se considerarán inválidas: cuándo hay fraude, coacción, falta de
capacidad; cuál de las elecciones de un individuo –la inicial o la poste-
rior– debe protegerse; si los contratos deben ser interpretados de manera
formal y estricta o abierta y funcional, etcétera. La suma de estas decisio-
nes constituirá el sistema real en vigencia.19 En el caso del derecho con-
tractual de finales del Siglo XX, existen por lo menos dos sistemas opues-
tos y contradictorios de normas básicas para la regulación privada que los
jueces y abogados pueden utilizar: un mundo formal “neo-hobbesiano” de
normas “individualistas”, que especifican un campo de obligaciones mu-
tuas bastante estrecho, pero firmemente obligatorio una vez aceptado; y un
régimen bastante informal de estándares “altruistas”, que crean un campo
nebuloso y abierto de deberes indeterminados basados sobre la confianza,
de los cuales se puede escapar en forma relativamente fácil ante circunstan-
cias cambiantes o ante el comportamiento de mala fe de la otra parte.20
Es predecible que esta nueva imagen del diagrama vuelva locos a los
liberales clásicos, que se quejarán de que un esquema de reglas básicas tan
resbaladizo sabotea totalmente el esfuerzo libertario en su intento por
trazar líneas claras sobre la ejecutabilidad de los contratos que diferencien
la elección voluntaria privada de la intervención (coercitiva) estatal. Si-
guiendo el nuevo diagrama –dirían–, todos los contratos que resulten
desafortunados para una de las partes serían pasibles de ser anulados con
la excusa de insuficiencia o distorsión de la información, capacidad limi-
tada para contratar al momento de la celebración o cambio de las circuns-
tancias. Todos los contratos, continuarían, implican una cierta disparidad
en el poder comercial, en el conocimiento y en la capacidad de negociar.
Podría decirse que todos los contratos contienen amenazas coercitivas:
“Si usted no contrata conmigo en mis términos, yo me retiraré de la
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Cómo “descongelar” la realidad legal...
21. Ver Hale, “Bargaining, Duress, and Economic Liberty”, 43 Columbia L. Rev., 1943, p. 603.
22. Él se queja de que el tribunal está interfiriendo en la contratación, y el tribunal responde
que simplemente está haciendo cumplir las normas básicas de las cuales depende esencial-
mente la institución de la contratación. El caso no constituye una violación, sino un
reforzamiento del esquema.
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26. Un ejemplo espectacular sobre cómo convertir un caso “fácil” en uno “difícil”, o un
esquema “individualista” en uno “altruista” en el contexto comercial es el de Columbia
Nitrogen Corp. vs. Royste, 451 F. 2d 3 (4th Cir. 1971). Las partes tenían lo que parecía ser, de
acuerdo con los documentos contractuales, un contrato por 3 años, de cantidad mínima y
precio fijo para la compra y venta de fosfatos. Cuando los precios del fosfato cayeron a finales
de la década de 1960, el comprador trató de ordenar la menor cantidad posible de acuerdo
con el contrato, y de renegociar el precio. La firma vendedora se mantuvo firme acerca del
precio pactado en el contrato. El comprador logró persuadir a la Corte del Cuarto Circuito
de que aceptara la presentación de prueba sobre la costumbre comercial y sobre el curso del
negocio por cuanto “debido a la incertidumbre de las cosechas y las condiciones climáticas,
los precios agrícolas y los programas agrícolas del gobierno, los términos expresos de precio y
cantidad en los contratos sobre materiales en la industria de fertilizantes mezclados constitu-
yen meras proyecciones que deben ser ajustadas conforme a las fuerzas del mercado”, ibídem.
p. 7, y además porque el comprador había tolerado el incumplimiento de los términos
expresos del contrato para beneficio del vendedor cuando éste atravesó momentos difíciles, y
entonces resultaba justo que se le brindara reciprocidad de trato.
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27. Clare Dalton ha descrito brillantemente la construcción de la vida social en los casos de
“contrato de cohabitación” tales como Marvin vs. Marvin, 18 Cal. 3d 660, 557 P 2d 106, 134
Cal. Rptr. 815 (1976); Hewitt vs. Hewitt, 77 III, 2d 49, 394 N.E. 2d 1204 (1979). Dalton
señala que las mujeres en estos casos son: 1) presentadas por la retórica judicial como santas,
víctimas o prostitutas –mujeres que sacrificaron todo por amor, fueron objeto de explotación
sexual, o trataron de seducir a los hombres por dinero–; o bien 2) completamente abstraídas
del contexto doméstico íntimo y tratadas como socios de tratos comerciales ordinarios. Las
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Cómo “descongelar” la realidad legal...
2. Algunos se impacientan: “Todo eso está muy bien, pero ¿en qué
beneficia a Audrey Vokes y a otra gente como ella? ¿Qué debería haber
hecho el juez Pierce que no hizo? ¿Qué acciones recomienda?”. En última
instancia: “¿Qué sentido político tiene esta clase de demostración?” Algu-
nas respuestas rápidas:
a) Gran parte de la cuestión es simplemente enseñar, no a través de un
solo ejemplo como éste, sino mediante cientos de ellos, un método de
crítica que un estudiante pueda aplicar fácilmente a discursos similares
que con seguridad encontrará repetidamente en otros sitios. Lo que se
asume es que hay una estructura común que subyace a los discursos
genéricos que racionalizan la dominación y la jerarquía, que ciertos
tipos de recursos retóricos son recurrentes, de tal manera que si uno
puede detectar la forma estructural de tales argumentos, pueda pre-
sentar un discurso crítico apropiado frente a los discursos locales del
poder cuando se presente la oportunidad.
imágenes no dejan espacio para una concepción de las relaciones no matrimoniales entre
hombre y mujer basadas sobre el afecto sexual mutuo, el sacrificio mutuo, y las contribuciones
compartidas en dinero y especie a la comunidad. Ver Dalton, citada en nota 5, pp. 1095-1113.
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28. ALR 3D 1405 (1969). Ver también el comentario “Annotation, Sellers’ Liability for
Fraud in Connection with Contract for the Sale of Long Term Dancing Lessons”, ibídem, p.
1412. [N. de los. T.: ALR es la abreviatura de American Law Reports. Se trata de una prestigio-
sa publicación, ampliamente consultada, que edita fallos y comentarios de fallos considerados
trascendentes].
29. Ver Leff, “Unconscionability and the Crowd: Consumers and the Common Law Tradition”,
31 University of Pittsburgh. L Rev., 1970, p. 349; Schrag, “On her Majesty’s Secret Service:
Protecting the Consumer in New York City”, 80 Yale L. J., 1971, p. 1529; Macaulay, “Lawyers
and Consumer Protection Laws”, 14 Law and Society Rev., 1979, p. 1150.
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30. Ver, por ejemplo, California Civil Code, 1812, 50-54 (West 1985). He escuchado que esas
normas fueron de hecho redactadas por estudiantes de derecho de la Universidad de Stanford,
quienes habían leído casos como el caso Vokes en sus clases de contratos.
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La educación legal como preparación
para la jerarquía*
Duncan Kennedy
* Publicado en David Kairys (ed.), The Politics of Law, Nueva York, Pantheon, 2ª ed., 1990.
Traducido por María Luisa Piqué y Christian Courtis.
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Duncan Kennedy
1. Louis Brandeis fue un exitoso abogado del área de Boston, que –amén de su práctica
profesional lucrativa– llevó adelante varias causas de interés público que tuvieron gran reper-
cusión en los Estados Unidos. Entre ellas, el planteo de la existencia de un derecho a la
intimidad, y la participación en un memorial ante la Corte Suprema de Justicia en el que se
manifestaba a favor de la constitucionalidad del establecimiento de limitaciones a las horas
diarias de trabajo de las mujeres. El presidente Wilson lo propuso para ocupar una vacante en
la Corte Suprema, cargo que ocupó desde 1916 hasta 1939. [N de los T.]
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La educación legal como preparación para la jerarquía
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Duncan Kennedy
ese sentimiento de autonomía de las clases del college, en las que el prin-
cipio de que se debe dejar a los profesores parlotear sin interrupción se
compensaba con el de que los profesores no pueden hacerle nada a uno.
En su lugar, hay una exigencia de “pseudo-participación” en donde uno
lucha desesperadamente, delante de una gran audiencia, para tratar de
leer la mente de un profesor decidido a confundirlo. No es tan terrible
como en The Paper Chase o One-L,3 pero de todos modos es humillante
sentirse temeroso e inseguro de uno mismo, especialmente cuando lo que
crea esa inseguridad es la manera en que está estructurada el aula, que
parece al mismo tiempo una familia patriarcal y un enigma kafkiano. Al
comienzo del primer año, el aula de la facultad de derecho es cultural-
mente reaccionaria.
Pero también es atractiva. Uno está aprendiendo un lenguaje nuevo y
es posible hacerlo. Esta “pseudo participación” hace que todos estén aten-
tos acerca de cómo les va a los demás, con lo que surgen innumerables
criterios de comparación. Llega información de todas partes, y se esclare-
cen cosas que uno conocía pero que no comprendía. Los profesores ofre-
cen incentivos sutiles, y motivos no tan sutiles para alarmarse. Nos pre-
ocupa que nos vaya bien, la adrenalina fluye, el éxito o fracaso se mide día
a día, de acuerdo al material de lectura asignado. Después de todo, uno
está pasando a otra etapa: se abandona el mundo relativamente sentimen-
tal del college, o el mundo frustrante del trabajo de oficina o de las tareas
hogareñas, para ingresar a un lugar que promete una dosis de “realidad”,
aunque se trate de una realidad fría y desafiante.
Enseguida se hace evidente que ni los estudiantes ni el cuerpo docente
son tan homogéneos como parecía al principio. Algunos profesores son
más autoritarios que otros, algunos estudiantes se horrorizan ante la
“infantilización” de los primeros días o semanas. Incluso parece haber
una conexión entre la atmósfera que reina en cada clase y la tendencia
ideológica de los profesores: los más “abiertos” parecen ser los más
progresistas, los que demuestran mayor simpatía por la parte damnifica-
da en los cursos de Derecho de Daños, los más dispuestos a escuchar los
llamados “debates sobre cuestiones de conveniencia política” (policy
3. Se trata de dos best-sellers que pintan de modo sórdido el ambiente competitivo de las
facultades de derecho estadounidenses. El título One-L alude al modo informal en el que se
denomina a los estudiantes de derecho de primer año (1st year-Law, 1-L). [N. de los T.]
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La educación legal como preparación para la jerarquía
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Duncan Kennedy
6. Los casebooks son libros de texto estructurados de acuerdo al método de casos: en lugar de
desarrollar teóricamente una doctrina a partir de principios generales, metodología, clasifica-
ciones, etc., los diferentes temas de una determinada rama del derecho se discuten a partir de
preguntas generadas por decisiones judiciales concretas. En las materias fundamentales del
primer año de la carrera de Derecho (Contratos, Derecho de Daños, Derechos Reales), los
casebooks se emplean como texto vertebrante del curso, aunque son menos frecuentes en
materias más avanzadas o seminarios sobre temas más puntuales. [N. de los T.]
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Duncan Kennedy
hacer cosas simples pero importantes. Aprenden a retener una gran canti-
dad de normas, organizadas en sistemas de categorías (requisitos de cele-
bración de un contrato, hipótesis que autorizan la rescisión, etc.). Tam-
bién aprenden a percibir problemas jurídicos, lo que significa identificar
las ambigüedades y contradicciones de las normas, y sus lagunas cuando
se las aplica a alguna situación fáctica en particular. Aprenden los rudi-
mentos del análisis de casos, es decir, el arte de extender algunas decisio-
nes judiciales para poder aplicarlas más allá de su alcance intuitivo origi-
nal, y estrechar el alcance de otras decisiones judiciales, para evitar apli-
carlas a casos en los que en principio parecían aplicables. Y aprenden una
serie de argumentos que se equilibran, frases hechas, argumentos de con-
veniencia política a favor y en contra, que los abogados usan cuando dis-
cuten si una norma determinada debe aplicarse a una situación particu-
lar, a pesar de que haya una laguna, un conflicto o ambigüedad, o si una
solución judicial determinada debe extenderse a otros casos o limitarse.
Algunos de estos argumentos son la “seguridad jurídica” y la “necesidad
de flexibilidad del derecho”, la “necesidad de promover la competencia” y
la de “alentar la producción permitiendo que los productores se queden
con las ganancias de su trabajo.”
Uno no debe exaltar el valor de estas técnicas, pero tampoco debe deni-
grarlo. En comparación con la tendencia de los estudiantes de primer año
a deambular entre el formalismo jurídico y la mera intuición acerca de lo
que es justo, significan un gran avance intelectual. De hecho, los aboga-
dos las usan en la práctica profesional, y cuando se las maneja apropiada
y conscientemente, tienen un indudable potencial crítico. Resultan útiles
para pensar sobre política, sobre argumentos de conveniencia política y
sobre el discurso ético en general, ya que muestran de la indeterminación y
manipulabilidad de las ideas e instituciones centrales del liberalismo.
Pero por otro lado, las facultades de derecho enseñan estas técnicas,
que son bastante rudimentarias y esencialmente instrumentales, de for-
ma tal que son idealizadas por casi todos los estudiantes. Esta idealización
tiene tres partes. Primero, la facultad enseña estas técnicas a través de
discusiones en clase sobre casos en los que se asegura que “el derecho”
surge de un riguroso procedimiento analítico llamado “razonamiento ju-
rídico”, que resulta ininteligible para el lego, pero que de alguna manera
explica y legitima la mayoría de las normas vigentes del orden jurídico. A
la vez, tanto el contexto como los materiales de la clase presentan cada
cuestión jurídica como si fuera completamente distinta de las demás
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La educación legal como preparación para la jerarquía
menor. Después vienen los cursos de segundo y tercer año, que exponen
el programa reformista moderado del New Deal y la estructura adminis-
trativa del Estado regulador moderno (con referencias de pasada al
igualitarismo racial de la Warren Court).7 Estos cursos tienen una orienta-
ción un tanto más política –y mucho más ad hoc– que los de primer año.
Los profesores enseñan que una intervención limitada en el mercado es
razonable, y que la base de la autoridad de esa intervención reside en las
leyes, del mismo modo en que las normas básicas del laissez-faire están
fundadas en el derecho natural. Pero cada problema es presentado como
un problema aislado, enormemente complejo y entendido de manera tal
que casi implica la imposibilidad práctica del programa reformista. Final-
mente, están las materias marginales, tales como Historia o Filosofía del
Derecho, las materias de Práctica Jurídica (clinical legal education),8 que
no se presentan como materias realmente relevantes respecto del núcleo
“duro”, objetivo, serio y rigurosamente analítico del derecho. Resultan
más bien una especie de terreno recreativo o último escalón para aprender
el arte de presentarse socialmente como un abogado.
Este conjunto de mensajes implícitos es, en realidad, absurdo. Los
profesores enseñan cosas absurdas cuando pretenden convencer a los es-
tudiantes de que el razonamiento jurídico es algo distinto, como método
para llegar a resultados correctos, del discurso político y ético en general
(por ejemplo, del análisis de argumentos de conveniencia política). Es
cierto que entre los abogados existe un conjunto de conocimientos espe-
cíficos sobre las leyes en vigencia. Es cierto que existen, entre los aboga-
dos, técnicas argumentales específicas para detectar lagunas, conflictos y
7. Como se sabe, la Corte Suprema estadounidense, bajo la presidencia del Justice Earl
Warren, llevó a cabo desde fines de la década del 50 y especialmente durante la década del 60
una labor jurisprudencial favorable a la des-segregación racial, considerando inconstitucionales
las normas y políticas públicas que establecían diferencias entre razas y aun de las que
retardaban el proceso de integración. [N. de los T.]
8. El término clinical legal education denomina al conjunto de materias prácticas –denomina-
das “clínicas”, por analogía con las materias prácticas de las facultades de medicina– en las que
los alumnos trabajan, junto a un profesor que ejerce la profesión, en casos reales, atendiendo
consultas de clientes de la comunidad. Responden a una inspiración similar a la de los
llamados “prácticos”, “práctica forense” o “consultorios jurídicos” en nuestro país y en otros
países de América Latina, aunque en general están orientados por materia; así, existen por
ejemplo clínicas especializadas en derecho de interés público, en derecho del consumidor, en
derechos de los niños y adolescentes, etc. [N. de los T.]
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peor, los dos tipos más comunes de pensamiento progresista que suelen
traer los estudiantes tienen la tendencia de obstruir, más que de ayudar,
en la lucha por mantener alguna autonomía intelectual con respeto a lo
que se enseña. La mayoría de los estudiantes progresistas cree que un
programa político de izquierda consiste básicamente en garantizar a la
gente sus derechos y en llevar a cabo el triunfo de los derechos humanos
por sobre los derechos de propiedad. En este cuadro, el problema con el
sistema jurídico es que no logra colocar al Estado a favor de los derechos
de los oprimidos, o que falla al intentar poner en vigencia los derechos
reconocidos formalmente. Si se concibe al derecho de este modo, uno se
vuelve ineludiblemente dependiente de las mismas técnicas del razona-
miento jurídico orquestadas en defensa del status quo.
Esto no sería tan malo si el problema de la educación jurídica fuera que
los profesores emplearan mal el razonamiento jurídico para limitar el al-
cance de los derechos de los oprimidos. Pero el problema es más profun-
do. El discurso de los derechos es internamente inconsistente, vacuo o
circular. El razonamiento jurídico puede generar argumentos
equivalentemente plausibles para justificar cualquier resultado. Además,
el discurso de los “derechos” impone tantas limitaciones para aquellos que
lo usan, que hace que sea prácticamente imposible que funcione como
una herramienta efectiva de transformación radical. Los derechos son por
naturaleza “formales”, lo que significa que aseguran a los individuos pro-
tección jurídica y los resguardan de la arbitrariedad. Hablar de derechos
es precisamente no hablar de la justicia entre clases sociales, razas o sexos.
El discurso de los derechos, además, simplemente presupone –o da por
descontado– que el mundo está, y debería estar, dividido entre un sector
estatal que pone en vigencia los derechos y el mundo privado de la “socie-
dad civil”, en la que los individuos atomizados persiguen sus propios
fines. Esta estructura es, en sí misma, parte del problema más que de la
solución. Hace que sea difícil incluso conceptualizar las propuestas radi-
cales tales como, por ejemplo, el control descentralizado y democrático
de las fábricas, llevado a cabo por los trabajadores.
El discurso de los derechos es una trampa, ya que es lógicamente inco-
herente y manipulable, tradicionalmente individualista e intencionalmente
ciego a las realidades de desigualdad sustancial. Mientras uno se manten-
ga dentro de él, podrá producir buenos argumentos para algún caso oca-
sional, periférico, en el que todos admiten que es necesario efectuar jui-
cios de valor. Pero uno carece de guía para decidir qué hacer frente a
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acerca de cómo les está yendo que no sea la nota de un único examen al
final del curso. Generalmente los estudiantes viven esas notas como total-
mente arbitrarias, sin relación alguna con cuánto hubieran trabajado,
cuánto les hubiera gustado la materia, cuánto creyeran haber entendido
para el examen o qué opinión les merecieran el curso y el profesor.
Visto desde un punto de vista, esto es estúpido. Pero es más estúpido
aún cuando se lo ve como una ideología. El sistema genera un ranking
que ordena a los estudiantes en función de sus notas, y los estudiantes
aprenden que poco o nada hay que se pueda hacer para modificar sus
posiciones en ese ranking o cambiar la forma en que la facultad lo genera.
Tal como es practicada, la clasificación enseña que la jerarquía es inevita-
ble y justa, cuando en realidad es al mismo tiempo falsa e innecesaria.
Es innecesaria porque es en gran medida irrelevante respecto de lo que
los estudiantes harán cuando sean abogados. La clasificación de los alum-
nos en “malos”, “mejores” y “buenos” puede abandonarse sin afectar en
absoluto la calidad de los servicios legales. Y es falsa, primero porque
desde el momento en que involucra la medida de las habilidades reales y
útiles de los futuros abogados, las diferencias entre estudiantes podrían
ser niveladas a un costo mínimo, mientras que la práctica actual de la
educación jurídica acentúa sistemáticamente las diferencias en las capaci-
dades reales. Si las facultades de derecho invirtieran apenas un poco del
tiempo y del dinero que gastan en clases socráticas9 en el desarrollo de un
entrenamiento sistemático de habilidades, y se comprometieran a propor-
cionar seguimiento constante y detallado sobre el progreso del estudiante
en el aprendizaje de esas habilidades, la gran mayoría de los estudiantes de
derecho del país se graduarían con el mismo nivel de preparación técnica
que actualmente sólo alcanza una pequeña minoría en cada facultad.
Las facultades de derecho transmiten a cada estudiante un mensaje
sobre su lugar en el ranking, con el corolario implícito de que ese lugar es
9. El “método socráticos”, típico de los cursos de primer año de las facultades de derecho
estadounidenses, consiste en que el profesor, previa indicación de los casos que es necesario
haber leído para el día, va formulando preguntas sobre estos casos a los alumnos y mantiene
el hilo de la clase a partir de lo que los alumnos responden. El profesor va presionando a cada
alumno, haciéndolo incurrir en inconsecuencias, contradicciones, etc., después de lo cual
continúa con otro. El clima de este tipo de clase es sumamente competitivo, ya que los
alumnos esperan que sus compañeros se equivoquen para contestar ellos la pregunta y quedar
en mejor posición frente al profesor. [N. de los T.]
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10. Por increíble que parezca desde la mirada latinoamericana, los estudios jurídicos impor-
tantes de los EE.UU. realizan entrevistas de trabajo en varias de las facultades más prestigiosas,
situadas en diversos puntos del país, y pagan a los estudiantes pre-seleccionados viaje y estadía
para que conozcan su sede y a sus integrantes. [N. de los T.]
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¿Son los abogados
realmente necesarios?
Entrevista a Duncan Kennedy*
* Extraída de la revista Barrister, número 16 del otoño de 1987. Traducción Axel O. Eljatib,
revisada por Christian Courtis.
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ante los tribunales; hacen lo mejor posible para destruir los sindicatos, o
para preservar un ‘medio ambiente libre de sindicatos’, y por política
fiscal entienden impuestos mínimos. A cambio de toda esta actividad
antisocial reciben grotescas recompensas de dinero, que ellos aceptan sin
el menor rastro de vergüenza”.
A veces, Critical Legal Studies parece hacer un ejercicio de
“autoaborrecimiento” jurídico. El movimiento tiene raíces en el “realismo
jurídico”, cuyos partidarios plantearon desde principio de siglo que en la
mayoría de los casos se pueden encontrar precedentes para defender a
ambas partes, y que las inclinaciones personales del juez, sus creencias y
prejuicios tienen más que ver con las decisiones jurídicas que una abstrac-
ta “ciencia jurídica”.
Los “Crits” –como son llamados los adherentes al movimiento Critical
Legal Studies– alientan a los estudiantes de derecho a que otorguen a sus
creencias morales y políticas un peso influyente sobre lo que estudian. Como
abogados, esos mismos estudiantes podrían hacer que esos valores morales y
políticos influyan en su práctica profesional.
El verano pasado (en 1986 [N. T.]) se desató en el campus de la Facultad
de Derecho de Harvard una amarga disputa por algunos cargos de profeso-
res, bajo la grave sospecha de que el rechazo del otorgamiento de un cargo
permanente a dos profesores y la denegación de contratación de un tercero
se debió a su afiliación al movimiento Critical Legal Studies.
Los “Crits” creen en el activismo de base para cambiar el sistema legal.
Esas ideas no amenazan revolucionar el sistema en el corto plazo, pero han
introducido el sugestivo tema no sólo de cómo se enseña y aplica el derecho,
sino también de cómo ha moldeado a la sociedad estadounidense.
Lo que Kennedy y otros adherentes al movimiento Critical Legal Studies
parecen querer, es que los abogados piensen acerca de lo que la profesión
significa para la sociedad, y si lo que hace el sistema legal vale la pena.
La entrevista, grabada en Cambridge, Massachusetts, fue conducida
por la editora asociada de la revista Barrister, Vicky Quade.
VQ: Explique su manifiesto al hombre de la calle ¿Qué significa realmente
Critical Legal Studies?
DK: Critical Legal Studies es un movimiento o una organización, no
una ideología o manifiesto. Es una red, un grupo de personas que están
en estrecho contacto entre sí, que comparten cierta voluntad de conocer y
discutir el trabajo de los otros, y que comparten algunas actitudes. No se
trata de un manifiesto, es más bien un conjunto de actitudes. La mayoría
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DK: Sólo soy un profesor de derecho que habla, enseña y provoca algu-
na agitación completamente dentro del sistema.
Hay una segunda razón por la cual debería haber muchísima menos
inequidad. A veces la desigualdad puede resultar un incentivo útil para
incrementar la producción, pero gran parte de la desigualdad que tene-
mos en nuestra sociedad es completamente inútil. Refleja simplemente
que “Nosotros, el Pueblo” (“We the People” es el sujeto del Preámbulo de
la Constitución estadounidense [N. T.]) hemos permitido que un peque-
ño número privilegiado de grandes propietarios se sigan beneficiando de
una porción completamente inmerecida y enormemente desproporcionada
de la riqueza del país.
No creo que perdamos nada en términos de productividad o efi-
ciencia si a esa gente sencillamente le fueran aplicados impuestos a
tasas mucho más elevadas. Tasas lo suficientemente altas como para
reducir en una pequeña fracción la riqueza que esas personas tienen
actualmente.
VQ: ¿Cree Ud. que toda la población es capaz de manejar la riqueza y
el poder?
DK: No. Hay personas que realmente no tienen la capacidad para
manejar la riqueza y el poder. Pero no creo que la actual distribución de la
riqueza y del poder esté dispuesta de tal forma que pueda mantenerlos
fuera del alcance de esas manos y ponerlos en las de la gente que sí es
capaz de hacerlo. Muchas de las personas que ahora tienen riqueza y po-
der son prácticamente incapaces de manejarlos, y gran parte de la pobla-
ción que no los tiene podría fácilmente hacerlo.
Hay generalmente tres clases de argumentos en contra del nivel actual
de desigualdad. Uno, que produce un enorme sufrimiento a la gente que
está en el extremo de la escala social. En una sociedad desigual como la
nuestra, con la cantidad de riqueza que tenemos, la gente de abajo está
realmente arruinada.
En términos económicos, distribuir enormes cantidades de bienes a lo
que básicamente es una amplia y parasitaria clase de propietarios es un
desperdicio injustificado.
Aun cuando la sociedad fuese mucho más rica, de manera que la gente de
abajo estuviese mucho mejor, la desigual distribución de riqueza y de poder
entre razas, entre hombres y mujeres, entre clases sociales definidas económi-
camente cuya pertenencia está determinada por el nacimiento, constituye un
sistema que es intrínsecamente repulsivo a nuestro sentido de justicia.
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Algunos de los que están realmente descontentos parecen querer irse. Otros
parecen adaptarse, y así logran estar en paz.
VQ: Ud. incita a los nuevos abogados contratados (associates) por grandes
estudios jurídicos a usar “tácticas colectivas sutiles” para “enfrentar, puentear,
sabotear, manipular” a los socios del estudio (senior partners). Eso suena tan
clandestino... ¿Es un consejo práctico?
DK: Primero hablemos de la “clandestinidad”. Lo que quiero decir con
eso es que los abogados recién contratados son como cualquier otra perso-
na. En una organización burocrática jerárquica y rígida, deben aprender
las tácticas de la “política de oficina”. Generalmente cuando llegan son
tan inmaduros que ni siquiera entienden que la “política de oficina” exis-
te, de modo que sufren y cometen errores.
La “política de oficina” como cuestión práctica no implica entrar al
despacho del jefe y decirle que debería dejar de maltratar a la secretaria. Si
alguien se le ocurre hacer eso, seguramente será despedido. Si todo el
mundo sabe que el jefe se comporta como un cretino con los empleados,
y uno quiere hacer algo al respecto, debe usar tácticas indirectas, sutiles,
conspirativas.
VQ: ¿Por qué no presentar denuncias ante las autoridades administrativas
competentes?
DK: La autoridad administrativa podría probablemente ofrecer al-
gún remedio para ciertos tipos de abusos dentro de una oficina rela-
cionados con las secretarias. Pero no hay legislación que proteja de las
pequeñas arbitrariedades que surgen de la desigualdad de poder en los
ambientes de trabajo. Cuando existen remedios legales, el costo para
los empleados es generalmente demasiado alto y muy atemorizante.
No es cierto que la EEOC (la Equal Employment Opportunity Commission
es la agencia administrativa competente en materia de igualdad en las
relaciones laborales en los EE.UU. [N. T.]) se encargue de las peque-
ñas tiranías.
VQ: ¿No deberían los abogados usar la ley en lugar de aprender a evadirla?
DK: Le aseguro que el personal de muchas organizaciones burocráticas
está tan intimidado o dominado que jamás podría pensar en presentar
una denuncia oficial.
Usted dice que la idea de usar tácticas ingeniosas y conspirativas para
tratar con jefes abusadores da la impresión de algo clandestino. Yo real-
mente estoy hablando de tácticas que no son confrontativas. Cuando la
confrontación no funciona, no hay que usarla.
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Autores
Alberto Bovino
Abogado (UBA), Master en Derecho (Universidad de Columbia, EE.UU.).
Profesor Adjunto de Derecho Penal de la Facultad de Derecho de la UBA,
Profesor de la Maestría de la Universidad de Palermo.
Christian Courtis
Abogado (UBA), Master en Derecho (Universidad de Virginia, EE.UU.).
Profesor Adjunto de Filosofía del Derecho de la Facultad de Derecho de
la UBA, Profesor de la Maestría en Derecho de la Universidad de Palermo
(Bs. As.).
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Autores
Luigi Ferrajoli
Profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Camerino.
Roberto Gargarella
Abogado (UBA), Licenciado en Sociología (UBA), Doctor en Derecho (UBA),
Doctor en Derecho (Universidad de Chicago, EE. UU.). Profesor Asociado
de Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho de la UBA, Profesor de
Derecho Constitucional de la Universidad Torcuato Di Tella (Bs. As.).
Robert W. Gordon
Profesor de derecho de la Universidad de Yale (EE.UU.). Graduado en el
Harvard College, con estudios de Postgrado en la Universidad de Harvard.
Duncan Kennedy
Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard (EE.UU.).
Claudio Martyniuk
Abogado (UBA), Doctor en Derecho (UBA), Profesor Adjunto de Filoso-
fía del Derecho de la Facultad de Derecho de la UBA, Jefe de Trabajos
Prácticos de Epistemología de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
Frances Olsen
Profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de California-Los
Angeles (EE.UU.).
Laura C. Pautassi
Abogada (Universidad Nacional de Córdoba). Doctora en Derecho de la
Universidad de Buenos Aires, área Derecho Social. Investigadora del Consejo
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Autores
Gerardo Pisarello
Profesor de Derecho Constitucional, Facultad de Derecho, Universidad
de Barcelona.
Alicia E. C. Ruiz
Abogada (UBA), Profesora Adjunta de Filosofía del Derecho de la Facultad
de Derecho de la UBA, Jueza del Tribunal Superior de Justicia de la Ciu-
dad de Buenos Aires.
Máximo Sozzo
Profesor e investigador de Sociología y Criminología de la Facultad de
Ciecias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral. Director
del Programa Delito y Sociedad y del Programa de Educación en Prisiones
de la Universidad Nacional del Litoral.
Paula Viturro
Abogada (UBA), Master en Derecho de la Universidad Internacional
Andalucía. Jefe de Trabajos Prácticos de Filosofía del Derecho, Facultad
de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
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