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Uno de los temas que más les atrae a las personas sobre el lenguaje corporal es
el mentir. ¿Cómo podemos saber cuando alguien está mintiendo? ¿Existe una
fórmula sencilla, que nos permita descubrir a una persona cuando no está
siendo sincera con nosotros?
Las mentiras pueden ser detectadas, en la medida que practicamos e
indagamos en la forma de ser de quienes nos rodean. Mientras más estudiemos
el lenguaje corporal de los demás, nos haremos cada vez más sensibles a los
cambios actitudinales que inevitablemente acompañan una falsedad. Al
respecto, científicos como Paul Ekman y Allan Pease nos han permitido
sintetizar algunos de los indicios claves para determinar si una persona está
mintiendo o está diciendo la verdad.
Como su nombre lo indica, éste es un post dividido en siete partes, las cuales
están enumeradas a continuación. Pueden ser leídas en cualquier orden, pero
el orden que les propongo es el de “menor a mayor”. La número 7 es la más
sutil y sujeta a malinterpretaciones, mientras que las número 3 y 2 son las más
tajantes e infalibles, siendo la número uno la campeona absoluta. Los invito a
leerlas, a comentarlas, y a descubrir conmigo un mundo bastante particular,
donde los que nos rodean empezarán a sospechar si no tendremos poderes
psíquicos. Ahí vamos:
Empezamos las lecciones sobre cómo detectar mentiras con una que despierta
sospechas en cualquier situación. Bastante fácil de identificar, la llamaremos
“Repetir la pregunta”
Allan Pease, en su libro “el lenguaje del cuerpo”, explica cómo los gestos
adultos son en realidad evoluciones de los movimientos automáticos de los
niños. Las expresiones de emotividad, los movimientos exagerados de las
manos, los ojos desmesuradamente abiertos… todos rasgos infantiles
inconfundibles llegan sin escalas a la adultez, cada vez más y más sutiles para
llamar cada vez menos la atención.
¿Qué hace un niño instintivamente cuando escucha una mentira, una grosería
o algún vocablo impropio? Su reacción natural será la de taparse con ambas
manos la boca, queriendo decir con este gesto “¡No puedo creer lo que estés
diciendo!”. Al ir creciendo, esta manifestación se hace casi imperceptible y
puede derivar en un simple toque de las comisuras de los labios o incluso la
punta de la nariz.
“Un momento”, dirán ustedes, “En ese caso el niño se tapa la boca porque
escucha una mentira, más no porque la dice.” Recuerden por un instante que el
cerebro humano es propenso a “representar” sensaciones que no están
realmente presentes; Si, por ejemplo, vemos a una persona mordisquear un
limón, no podremos evitar sentir su gusto ácido en nuestra propia boca, que
hasta podría salivar. De la misma manera, intercambiamos el gesto de las
manos que se llevan a la boca cuando otra persona miente, por nuestra propia
mentira articulada.
¿Han notado cómo una persona que se siente amenazada, empieza a sudar
copiosamente? Aún cuando escasos segundos antes tenía una frente
ligeramente seca, ahora la vemos profusamente perlada producto de… el
nerviosismo.
Una de las recomendaciones que hacen los abogados a las personas que están
siendo interrogadas, bien sea en una comisaría o en un juicio, es el de ser
fríamente concretos. “Sí” o “No” son las respuestas adecuadas; si hay que
responder con una frase completa, debe hacerse lo más sencilla posible y
responder exactamente lo que están preguntando. Si te preguntan “¿Dónde
estuvo usted la noche del martes?“, nuestra respuesta debe ser de menos de
cuatro palabras. “En la discoteca tal o cual“. Punto.
En la misma medida que el tono de voz oscila con las mentiras, hay otro
detalle vocal que no puede restársele protagonismo: tragar saliva. Éste es un
proceso automático que hacemos todo el tiempo, pero si estamos nerviosos lo
hacemos casi deliberadamente, y se nota. Los cómics han sido bastante
explicativos al respecto, pues el gesto clásico del personaje aterrado que debe
halarse el cuello de la camisa para poder tragar saliva con la parsimonia que lo
caracteriza, está firmemente arraigado en nuestro léxico corporal.
Pero esta clave está más allá de una simple viñeta infantil. Es un hecho que
las personas, cuando estamos nerviosas, necesitamos (conscientemente) tragar
saliva. ¡Ojos pendientes de la garganta de tu interlocutor!
Es más fácil si el sujeto es hombre, pues la manzana de Adán es una especie
de bandera gigante que nos permitirá presenciar este fenómeno a plenitud.